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Salzburgo, 5 de octubre de 1780

Bromeas, Anton? —preguntó Wolfgang.

—En absoluto —respondió Stadler, mirando de arriba abajo al compositor.

—¿Casarte, tú?

—Pues sí, me caso el 12 con Francisca Bischler.

—¿Sientas la cabeza, entonces?

—Claro, puesto que soy un muchacho honesto. No tenemos dinero, pero seremos muy felices y fundaremos una familia numerosa[28].

—¡Magnífico programa, Anton! Me satisface que por fin tomes el buen camino.

—También a mí —suspiró Stadler—. ¡Son tan complicadas las mujeres! Al menos, ésta sabe lo que quiere. Y, además, una buena noticia nunca llega sola. En la corte han reconocido mi talento como clarinetista, y pronto obtendré un puesto oficial.

Viena, 15 de octubre de 1780

—¡La Estricta Observancia templaria ha muerto! —canturreó Geytrand, cuyo siniestro rostro expresaba una alegría malsana—. Como respuesta al panfleto que revelaba sus bajezas, he aquí la increíble respuesta del Gran Maestre: ¡un cuestionario a las logias que demuestra su total desconcierto!

Joseph Anton leyó atentamente el texto.

—Esa gestión provoca tales remolinos que el convento de Wilhelmsbad, si es que se celebra, no se reunirá de inmediato —añadió Geytrand—. Y un nuevo seísmo afecta a la orden templaria: la dimisión del duque de Sudermania y de todos los hermanos suecos que se niegan a mezclarse con escándalos.

—Femando de Brunswick elimina, pues, a su rival —advirtió Anton.

—Pero ¡a qué precio! No se recuperará.

—Yo soy menos optimista que tú, pues Brunswick y su cómplice Carlos de Hesse tienen caracteres bien templados y lucharán hasta el final. Nunca encontrarán un ejército como la Estricta Observancia. Tal vez sólo esté atravesando un mal momento, tal vez salga más fuerte y unida después del convento. He vuelto a leer los rituales templarios y los considero amenazadores. ¿Acaso el nuevo caballero no se entrega al simulacro de un crimen, no entra en la logia blandiendo una «cabeza coronada», no quiere vengar a Jacques de Molay decapitando a Felipe el Hermoso y a todos los malos reyes, no predica la igualdad entre los hombres y no reclama la atribución de la soberanía a los pueblos? Sobre todo, no bajemos la guardia y que tus confidentes sigan movilizados.

Salzburgo, 31 de octubre de 1780

Gracias a su nuevo amigo, Schikaneder, Wolfgang olvidaba un poco su prisión salzburguesa. Se evadía de ella entre los hechizos teatrales y las alegres veladas, bien regadas, en las que se entregaba a distintos juegos de sociedad intercambiando numerosas frases obscenas.

Anton Stadler, encantado de participar en ellas, se sintió turbado al comunicar a Wolfgang una noticia que podía entristecerlo.

—¿Cómo te sientes hoy?

—No muy mal.

—¿Crees que podríamos hablar… del pasado?

—¡Muy misterioso te veo, Anton!

—Es delicado, extremadamente delicado, y no quisiera que…

—¿Y si fueras al grano?

Anton Stadler tragó saliva.

—Se trata de Aloysia.

—¿Acaso está… enferma?

—¡No, oh, no! A menos que consideres el matrimonio como una enfermedad.

—¿Aloysia, casada?

—Sí, con un actor, Joseph Lange[29].

—Un actor… Les deseo mucha felicidad y les haré un regalo.

Wolfgang compuso dos Lieder que tenían la particularidad de ser acompañados a la mandolina. El primero, con palabras del poeta Johann-Martin Miller, se titulaba Die Zufriedenheit[30] y cantaba la serena alegría, lejos de la vanidad de los grandes de este mundo. El segundo, «Komm liebe Zither»[31], era una serenata amorosa.

Tras aquellas obritas, Wolfgang cortó definitivamente el tenue hilo que lo unía aún a Aloysia. Su primer gran amor ya era sólo una sombra, perdida para siempre en las brumas del olvido.

Munich, 31 de octubre de 1780

Karl Theodor, presunto heredero del trono de Baviera, conseguía sus fines. Tras un largo período de inestabilidad que amenazaba con desembocar en un mortífero conflicto entre Austria y Prusia, reinaba sobre Munich y pensaba de nuevo en hacer que floreciera la vida artística, a pesar de las objeciones de su consejero y confesor, el jesuita Frank, que deseaba verlo más consagrado a la devoción y a la plegaria.

Recibía, pues, a varias personalidades para recoger sugerencias. Aparecía como un príncipe liberal, deseoso de mejorar la cotidianidad de sus súbditos ofreciéndoles excelentes espectáculos.

—¡Conde de Tebas! Me satisface recibiros en Baviera.

—Sabiendo hasta qué punto es valioso vuestro tiempo, ¿puedo permitirme exponeros un proyecto?

—Os lo ruego.

—El próximo período de carnaval podría incluir una ópera de gran calidad que sedujera a esta magnífica ciudad.

—¿Una obra… seria?

—¿No se adecuaría eso a las circunstancias? Un buen tema, una música amplia y rigurosa os darían más fama que una farsa o una ópera bufa.

«Ese conde de Tebas no anda equivocado», pensó el príncipe-elector.

—Queda poco tiempo para carnaval. ¿Qué compositor sería capaz de llevar a cabo semejante proyecto?

—Sólo conozco a uno: Wolfgang Mozart.

Karl Theodor hizo una mueca.

—Un carácter más bien rebelde…

—Hoy es un fiel servidor del príncipe-arzobispo Colloredo y trabajaría con Varesco, un religioso de la catedral de Salzburgo, para ofreceros una obra adecuada a la moral y a la religión. Además, Mozart no deja de proclamar su agradecimiento y su estima por vos, uno de los mayores protectores de la música.

Karl Theodor no fue insensible a las garantías ni al cumplido.

—Vuestra proposición me interesa, señor conde, pero aún debo hacer algunas consultas. Tomaré mi decisión tan pronto como me sea posible.

Thamos hizo una reverencia.

El príncipe-elector convocó de inmediato a su confesor.

—¿Conocéis a Varesco?

—Un capellán salzburgués digno de estima —respondió el jesuita.

—¿Y a Wolfgang Mozart?

—¿Quién es?

—Un músico de la corte de Colloredo. ¿No hay expediente sobre él, ni rumores desastrosos?

Frank el confesor era también uno de los confidentes de Geytrand, encargado de hacer la lista de los francmasones y recoger toda la información posible sobre ellos. Dotado de una excelente memoria, podía citar sus nombres y grados.

—Ni expediente ni rumores. El tal Mozart no pertenece a ningún movimiento subversivo.