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Munich, 25 de diciembre de 1778

Vistiendo un elegante traje rojo con botones negros y el corazón inflamado, Wolfgang llamó a la puerta de los Weber.

Con la tez pálida, encorvado, Fridolin abrió.

—Ah… ¿eres tú?

—¡Qué feliz estoy de volver a veros!

—Yo también, Wolfgang, yo también.

—¿Puedo entrar?

—Claro, claro…

El alojamiento era espacioso, y en él reinaba un suave calor.

—¿Vuestra salud es buena, señor Weber?

—Comienzo a hacerme viejo.

—¿A los cuarenta y cinco años? ¡De ningún modo!

—Demasiadas dificultades, demasiados golpes del destino… Me siento cansado.

—El éxito de Aloysia debe alegraros.

—No hay nada seguro. ¿Qué hay más arduo que la carrera de una cantante?

—¿Os gusta Munich?

—Hay cosas peores.

—¿Puedo ver a Aloysia?

—No te esperábamos, está ocupada.

—¿Ha recibido mis cartas?

—Sin duda.

—¡Entonces, me esperaba!

—Bueno, aguarda un momento… ¿No prefieres volver mañana?

—Oh, no, deseo hablar en seguida con mi queridísima Aloysia.

—Como prefieras.

Con pesados y lentos pasos, Fridolin Weber entró en otra estancia. Evidentemente, el futuro suegro de Wolfgang estaba enfermo. Transcurrió más de un cuarto de hora antes de que el cabeza de familia reapareciese.

—Te llevaré al salón de música.

Un lugar encantador, con un hermoso clavecín. Con un suntuoso vestido anaranjado, bien peinada y maquillada, Aloysia Weber consultaba una partitura.

—Os dejo —dijo su padre.

La muchacha mantuvo la mirada baja.

—Aloysia…

—¿Quién habla?

—¡Yo, Wolfgang!

—¿Qué Wolfgang? Conozco a varios.

—¡Soy Wolfgang Mozart, mi tierna y querida amiga!

—Wolfgang Mozart… Ese nombre no me dice nada.

—No os burléis así de mí, Aloysia, es demasiado cruel.

—¿Burlarme de vos? Pero si ni siquiera os conozco.

—Al contrario, me conocéis muy bien, y forzosamente habéis percibido la profundidad de mis sentimientos.

—Vuestros sentimientos… No comprendo.

—Os amo, Aloysia, y quiero casarme con vos.

La joven lo miró, furiosa.

—¡Deliráis, señor Mozart! Ni hablar de eso. Dejad inmediatamente de ofenderme.

—¿Vos… vos no me amáis?

—¡Claro que no! ¿Qué habíais imaginado?

El cielo se derrumbó sobre la cabeza de Wolfgang.

—¡No es posible, Aloysia! Disipad esta pesadilla, os lo suplico.

—Esta conversación me aburre y me irrita, señor Mozart. Partid y no volváis más.

No era, pues, una pesadilla.

Aloysia no lo amaba, nunca se casaría con ella, no levantarían juntos una existencia bajo el sello de la música.

Wolfgang se mantuvo muy digno y no estalló en sollozos.

Instalándose en el clavecín, entonó una canción popular de Goetz von Berlichingen: «¡Qué se jodan quienes no me aman!»[200], luego salió de la casa de los Weber a grandes zancadas.

Munich, 29 de diciembre de 1778

Alojado por un amigo, el flautista Becke, Wolfgang leía las cartas de su padre. Éste temía el inicio de una gran guerra en la que estuvieran implicados numerosos países, en primer lugar, Rusia, Austria, Prusia, Suecia, luego Francia, Portugal, España y otros más. «Los grandes señores —recordaba— tienen en la cabeza, pues, cosas muy distintas de la música y las composiciones».

Una única solución: su hijo tenía que regresar rápidamente a Salzburgo, un lugar tranquilo que sería respetado por el conflicto.

Y Leopold estaba preocupado, sobre todo, por el problema financiero: «Sólo quiero saber que pagaremos nuestras deudas. No quiero que lo que poseemos sea vendido, perdiendo así dinero, después de mi muerte para pagar las deudas. Si están pagadas, podré morir en paz. Es preciso, lo quiero».

Sin entrar en detalles acerca del drama que acababa de vivir, Wolfgang lo resumió en unas pocas palabras: «En mi corazón sólo hay lugar para el deseo de llorar». ¿Percibiría su padre la desesperación y la angustia de estar encerrado en Salzburgo?

La nueva carta de Leopold demostró su afecto. Sí, se entristecía por la pesadumbre de su hijo y sólo pensaba en consolarlo: «No tienes motivo alguno para temer, ni de mí ni de tu hermana, un recibimiento sin ternura o días infelices».

Ver de nuevo a su familia, un retazo de infancia, una habitación cómoda, una ciudad sin historias… ¿Era éste, pues, el fin de sus largos viajes por Europa?

Munich, 8 de enero de 1779

«No me siento culpable de nada —le escribió Wolfgang a su padre—, no he cometido falta alguna. No soporto Salzburgo, ni a sus habitantes. Su lenguaje, su modo de vivir me son del todo insoportables. Ardo en deseos de abrazaros de nuevo, a vos y a mi querida hermana. ¡Ah, si al menos no fuera en Salzburgo!».

Sin embargo, Wolfgang se sometería de nuevo al capricho del príncipe-arzobispo Colloredo. Tras tantos fracasos, ya no tenía elección.

Antes de aquel penoso regreso, terminó una gran melodía, Popoli di Tessaglia[201], que trataba del inmenso dolor de Alcestes al anunciar la muerte de su esposo, Admeto, al pueblo de Tesalia.

Terminada la obra, se dirigió con apresurados pasos a la mansión de los Weber. Fridolin le abrió la puerta.

—Abandono Munich —le anunció—. Antes, me gustaría hacerle un regalo a Aloysia.

Más encorvado aún, con la tez muy grisácea, Fridolin fue a buscar a su hija, que se mantuvo, muy rígida, junto a su padre.

—No siento rencor alguno, Aloysia, y os deseo que seáis feliz. Esta melodía pondrá de manifiesto vuestro virtuosismo. Adiós.

Wolfgang subió al coche con destino a Salzburgo. En él sólo había otro viajero: Thamos el egipcio.

—He reservado todos los billetes —explicó—. Nos detendremos tan a menudo como desees y compartiremos algunas buenas comidas en las mejores posadas. El buen vino te devolverá la energía.

—¿Sabéis lo de Aloysia?…

—Intentar consolarte sería inútil. Aceptarás ese sufrimiento, como los demás, y lo superarás, porque tu destino es distinto del de los demás hombres.

—¿Qué destino me reserva la prisión de Salzburgo?

—Allí te enfrentarás con un dragón. O te destruirá o te alimentarás con su fuerza. Gracias a la belleza y a la fuerza de tu música, tal vez consigas orientarte hacia la sabiduría, si sabes ir a lo esencial, al centro y al corazón.

¿No estaba el egipcio evocando la iniciación a los misterios de los sacerdotes del sol, ese ideal inaccesible aún? Él, Mozart, debía hacerlo real.