51

Salzburgo, 18 de diciembre de 1776

Wolfgang no se atrevía a leer la carta del padre Martini. ¡Por fin aquella respuesta tan esperada, aquella invitación a regresar a Italia junto al ilustre maestro para componer música de iglesia y obras rigurosas!

El joven se encerró en su habitación y fue enterándose de las palabras que iban a liberarlo de Salzburgo.

Mi joven amigo, he recibido con vuestra buena carta los motetes. Los he examinado con gusto, de cabo a rabo, y debo deciros con toda franqueza que me han gustado mucho, pues he encontrado en ellos todo lo que distingue a la música moderna, es decir, una buena armonía, maduradas modulaciones, un movimiento de los violines excelentemente apropiado, un natural fluir de las voces y una notable elaboración. Me ha alegrado especialmente comprobar que, desde el día en que tuve el placer, en Bolonia, de escucharos al clavecín, habéis hecho también grandes progresos en la composición. Pero es preciso que sigáis ejercitándoos infatigablemente. En efecto, la naturaleza de la música exige un ejercicio y un estudio profundos, por tanto tiempo como se viva[144].

¡Qué terrible decepción! No había invitación, ni ofrecimiento de puesto, ni encargo de obra religiosa tras aquellas palabras perfectamente irrelevantes.

Al padre Martini no le importaba el porvenir de un Mozart y sólo se entregaba a sus trabajos de erudición, sin querer que nadie lo importunase.

Wolfgang no acusaría la recepción de aquella carta y nunca más le escribiría ya. Abandonado, traicionado, no se humillaría.

Cuando salió de su habitación, su madre se preocupó.

—¡Qué pálido estás! ¿Te encuentras mal acaso?

—Al contrario, me siento liberado de un peso inútil. Perder las ilusiones te alivia.

—¿El padre Martini te ha invitado a Bolonia? —preguntó Leopold.

—Está demasiado ocupado.

Sálzburgo, 31 de diciembre de 1776

El príncipe-arzobispo y sus súbditos celebraron alegremente el Año Nuevo entregándose a los placeres de la mesa. Reunidos en tomo a un festín, la familia Mozart y sus amigos no esperaban la sorpresa que Wolfgang les reservaba. Puesto que ya sólo componía misas, podía terminar impregnado por sentimientos religiosos y consagrando todo su tiempo a celebrar las alabanzas del Señor.

—Ofrezco a esta digna asamblea una serenata nocturna[145] para que se alegren los corazones en el dintel de un afio nuevo —declaró el joven.

Cuatro pequeñas formaciones, que comprendían, cada una de ellas, un cuarteto de cuerda y dos coros, iniciaron una divertida partitura, verdadera parodia del estilo galante tan apreciado por la aristocracia y la burguesía salzburguesas. Cuando una de las pequeñas orquestas enunciaba una frase, las otras tres la retomaban como un eco. Dicho humor encantó a los festejadores.

Tras aquella broma musical, que coincidió con el último segundo del año difunto y el primero de 1777, se abrazaron y se desearon una excelente salud.

Luego, Wolfgang se esfumó y dio algunos pasos por la nieve. Necesitaba estar solo.

—Reírse de uno mismo da fuerzas —declaró la grave voz de Thamos—. Tras tanto fervor religioso, resulta necesario algo de relajo.

—¿Habéis oído mis misas?

—Estaba entre los fieles.

—¿Qué os han parecido?

—Una etapa obligada, ciertos hermosos impulsos, un honorable intento de dialogar con Dios.

—Honorable… ¿He fracasado, pues?

—Has hecho bien explorando ese camino y corrigiendo la trayectoria que te llevaba a un exceso de ligereza, pero nunca serás un buen creyente aborregado y sumiso.

—Creo en Dios omnipotente, yo…

Wolfgang calló. Recitar una letanía lo aburría.

—¿Qué hay más allá de la creencia?

—El conocimiento —respondió Thamos.

—¿Cómo obtenerlo?

—Sigue construyéndote por medio de la música. Feliz año, Wolfgang.

Brunswick, 5 de enero de 1777

Gran Maestre de todas las logias de la Estricta Observancia templaria, a Femando de Brunswick no le gustaba en absoluto aquel comienzo de año. La muerte del fundador de la orden, Charles de Hund, le proporcionaba más sinsabores que beneficios. Y lo peor estaba por llegar, pues la dirección de la séptima provincia era ya objeto de múltiples codicias.

No tardarían en extenderse, dada la irrupción en el proscenio de un gran señor con el que nadie se atrevería a medirse: Carlos, duque de Sudermania, hermano menor del rey Gustavo III de Suecia. Algunos prometían el trono[146] a aquel aficionado al ocultismo y al misticismo, sucesor del duque de Sajonia-Gotha a la cabeza del Rito sueco, pero hermano también de la Estricta Observancia y miembro de honor de la logia La Concordia, en Brunswick, en el territorio privilegiado de Femando.

Carlos de Sudermania, que despreciaba por completo los tres primeros grados de la francmasonería, sólo se interesaba por los altos grados. Y el sueco no se limitaría a la séptima provincia. Intentaría apoderarse de la orden templaria, luego de toda la francmasonería alemana, antes, tal vez, de conquistar Europa.

El Gran Maestre de la Estricta Observancia impediría que aquel peligroso rival emprendiera el vuelo y sembraría de celadas su camino. Si encontraba muchos obstáculos, ¿no se batiría en retirada el duque de Sudermania?

—El conde de Tebas acaba de llegar —anunció el secretario particular de Femando de Brunswick.

El duque esperaba febril a aquel Superior desconocido que, sin duda, lo ayudaría a preservar la orden de los asaltos exteriores y de las querellas intestinas. Ningún hermano conocía aquel contacto privilegiado, pues cualquier chismorreo podía romper para siempre los tenues vínculos.

Thamos le impresionó de nuevo. El fulgor de su mirada no parecía de este mundo y su innata elegancia de gran señor se imponía de modo casi sobrenatural.

—¿La muerte del barón de Hund no os causa graves preocupaciones? —preguntó el egipcio metiendo de inmediato el dedo en la llaga.

—Defenderé la orden hasta mi último aliento y no permitiré que ningún intrigante me la hurte.

—Las aspiraciones del Rito sueco no son desdeñables —estimó Thamos—, pero os amenaza otro peligro.

El Superior desconocido no ignoraba, pues, los planes del adversario, y el Gran Maestre estaba impaciente por escuchar sus revelaciones.

—Berlín ha cambiado de bando. Aunque hermanos de la Estricta Observancia, el ex pastor Wollner y su amigo Bischoffswerder, un militar, han echado mano a las dos logias más influyentes[147]. Con el consentimiento tácito del emperador, imponen los rituales de los rosacruces de oro, en detrimento de la orden templaria. Saliendo de las sombras donde se agazapaban hasta hoy, los rosacruces desean obtener la adhesión del mayor número posible de francmasones, de los profanos incluso. Ya empiezan a circular textos, tanto en el interior de las logias como en el exterior.

—¡Esos aventureros no tienen legitimidad alguna!

—Su tradición coincide con la vuestra —recordó Thamos—. La iniciación procede de Egipto, donde fue concedida a Moisés. Salomón, los profetas, los esenios, los adeptos de Eleusis y los pitagóricos formaron una cadena ininterrumpida, destinada a preservar la sabiduría de los orígenes. Gracias a un sacerdote egipcio de Alejandría, los primeros cristianos fueron iniciados en ella. Y esta ciencia secreta, recogida por los magos y los alquimistas, sigue enseñándose.

—¡Ningún iniciado debe ignorar el papel esencial de la Orden del Temple! —afirmó Femando de Brunswick.

—Demostradlo.

El Gran Maestre quedó mudo de estupefacción.

—¿De… de qué modo?

—Convirtiéndoos, vos mismo, en rosacmz de oro. Así evitaréis conflictos entre ambos movimientos masónicos. Además, lo que aprendáis os servirá para alimentar vuestros propios rituales. ¿Acaso el porvenir de la Estricta Observancia no depende de vuestra andadura?