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Viena, noviembre de 1776

El fundador de la Estricta Observancia templaria, Charles de Hund, está muerto y enterrado —le dijo Geytrand a Joseph Anton—. El Gran Maestre, Femando de Brunswick, no va a llorarle demasiado. Ahora tiene las manos completamente libres.

—Pero necesita encontrar un sucesor que dirija la importantísima séptima provincia de la orden templaria. Hund no ejercía ya mucha influencia, pero conservaba el prestigio del fundador.

—Brunswick designará a un testaferro para manipularlo a su antojo.

—Yo no estoy tan seguro de ello —objetó Anton—. La séptima provincia es la punta de lanza de la orden, y no dejarán de manifestarse algunas candidaturas fuertes. Hund, enfermo, había aceptado la supremacía del Gran Maestre. Tal vez no ocurra así con sus competidores.

—En ese caso, se preparan enfrentamientos considerables y el debilitamiento de la francmasonería.

—No nos alegremos demasiado pronto y aguardemos el nombramiento del nuevo patrón de la famosa provincia a la que pertenece Austria.

—Mi red de informadores nos permitirá estar al día —prometió Geytrand.

Salzburgo, comienzos de diciembre de 1776

—No pareces muy alegre —le dijo Anton Stadler a Wolfgang, que acariciaba el vientre de Miss Pimperl, tendida de espaldas y con las patas en el aire—. A los veinte años deberías pensar en algo más que en escribir misas.

Cansado de obritas superficiales, despechado al no recibir una rápida respuesta del padre Martini, Wolfgang, ante el gran asombro de su padre, no había compuesto nada en octubre. Encerrado, solitario, iba madurando su decisión de convertirse en un autor serio y consagrarse, en adelante, a la música de iglesia.

Esta vez, Thamos no le reprocharía que se perdiera en los meandros de la frivolidad. En noviembre, su misa en do mayor, que hacía especial hincapié en el Credo[139], había sido interpretada en la catedral de Salzburgo. Respetando la duración impuesta por el príncipe-arzobispo, menos de tres cuartos de hora, daba testimonio de un real fervor. ¿El Dios de los cristianos ofrecería al joven el apaciguamiento y las respuestas a sus innumerables preguntas sobre sí mismo, su arte y su porvenir?

Una misa breve[140] para la ordenación del conde Von Spaur, futuro decano del capítulo de la catedral, otra misa breve para un solo órgano[141], una misa larga llena de intensos acentos[142], una sonata para iglesia[143]… Wolfgang iba dejando su estela, pero Thamos no reaparecía.

—Esta noche organizo una pequeña velada con algunas simpáticas amigas a las que les gustaría mucho conocerte —indicó Anton Stadler—. Un muchacho tan piadoso y serio las intriga. No deberías perdértelo.

—Lo siento, tengo trabajo.

Viena, diciembre de 1776

Depositando su escaso equipaje en su modesto alojamiento oficial de la Universidad de Viena, Ignaz von Born admitió, por fin, que no se trataba de un sueño.

Sensible a su reputación internacional y no deseando mantener al margen a un sabio de semejante envergadura, la emperatriz María Teresa le había atribuido un puesto de mineralogista.

Ella, la feroz adversaria de la francmasonería, ignoraba, pues, por completo el compromiso y el ideal de Von Born. Pero los descubriría antes o después, tanto más cuanto él pensaba frecuentar las logias vienesas y descubrir a los hermanos deseosos de vivir una verdadera iniciación. Tendría que mostrarse extremadamente prudente y pasar por uno de esos francmasones inofensivos, que dedicaban las reuniones a comer y a beber.

Llamaron a su puerta.

Su primer visitante sin duda era un administrador o un colega.

—Thamos…

—Me satisface veros viviendo en Viena, hermano mío. Gracias a este puesto, que os evitará cualquier preocupación material, podréis consagraros a la construcción de una francmasonería iniciática.

—Este empleo os lo debo a vos, ¿no es cierto?

—No exageremos. Hice llegar a influyentes personalidades de la corte algunas informaciones que os concernían. Puesto que nadie ponía de manifiesto vuestra competencia, alguien tenía que encargarse de eso. Sólo os he echado una mano, pues vuestro trabajo constante y su reconocimiento por varias instituciones científicas son los que han obligado al imperio a no seguir ignorándoos.

—No sé cómo…

—Para festejar vuestra instalación, he traído una botella de vino añejo.

Los dos hermanos brindaron.

—¿Deploráis la desaparición del barón de Hund? —preguntó Ignaz von Born.

—La muerte de un fundador es siempre un grave acontecimiento.

Pese a sus defectos, creía en el resurgir de una orden capaz de impedir que el materialismo se extendiera por Europa. No comprendió que demasiadas estructuras administrativas quebrarían el florecimiento espiritual y que la debilidad de los rituales cegaba.

—¿Lo comprenderá, en cambio, el duque de Brunswick?

—Esperémoslo así, pero primero tendrá que mantener el control de la séptima provincia. Si uno de sus adversarios se apodera de ella, la Estricta Observancia corre el riesgo de estallar.

—Las consecuencias para el porvenir de la francmasonería serían considerables —advirtió Von Born—. Pero no tengo en absoluto la intención de tomar parte en esta batalla.

—En efecto, tenéis algo mejor que hacer. Lamentablemente, Viena no es el marco ideal.

—Mantendré estrechos y secretos vínculos con Praga, una posición de repliegue en caso de peligro. Nadie puede prever las fluctuaciones de las autoridades y su actitud con respecto a las logias.

—Aún es más grave su actual estado —declaró Thamos—. Mucho parloteo, mucho trabajo oral, muchas ceremonias convencionales y muy pocas investigaciones iniciáticas. Las logias navegan entre diversos ritos sin dirigirse a Oriente. He aquí un nuevo capítulo del Libro de Thot que os ayudará a desvelar una parte de las tinieblas.

La Tradición, que todos creían enmudecida para siempre, se ofrecía al alquimista. A pesar de la magnitud de la tarea, se prometió explorar el más mínimo aspecto de aquel tesoro y hacerlo revivir, con la ayuda del egipcio.

—Desconfiad de los soplones y de los falsos hermanos —recomendó Thamos—. La policía imperial recluta entre ellos a sus informadores. La francmasonería es tolerada en la medida en que el poder sabe exactamente lo que ocurre en ella.

—El respeto del secreto será uno de los primeros valores que deben reconquistarse —aprobó Von Born—. Tarea ardua, pues será necesario reunir a hombres de palabra, en busca del conocimiento y de la iniciación.

—Los inmensos templos del antiguo Egipto sólo contaban con un pequeño número de iniciados —reveló Thamos—. A su alrededor, centenares de seres vivían de su Luz. No es en absoluto necesario esperar para emprender, hermano mío, ni tener éxito para perseverar.