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Viena, principios de noviembre de 1773

Para Joseph Anton, los caritativos fundamentos de la Estricta Observancia templaria eran una cortina de humo. Si hubiera tenido más poderes, habría utilizado el fisco para encontrar malversaciones financieras, o inventarlas. Tras el infeliz episodio de Ratisbona, ya no podía intervenir de modo directo y sin estar seguro del éxito.

Pero nada lo detendría. Con paciencia, antes o después acabaría con la fracmasonería y sus peligrosos ideales.

El satisfecho rostro de Geytrand prometía una buena noticia.

—He comprado a un informador de primera —reveló—. Un rico comerciante, a la vez importador, editor, impresor y… Caballero de la orden interior de la Estricta Observancia. El tipo pagó bastante caras su capa y su espada.

—¿Cómo lo has atrapado?

—Gracias a otro hermano de rango inferior, uno de sus contables. Su patrón no parece del todo honesto, y he obtenido pruebas escritas de algunos de sus chanchullos. A cambio de mi silencio absoluto, el caballero me ha entregado el conjunto de sus rituales y ha prometido informarme de la evolución de la orden.

—¡Mereces una buena prima, Geytrand!

—Gracias, señor conde. El reciente convento de Berlín presenció un severo enfrentamiento entre Zinnendorf, el campeón del Rito sueco, y el Gran Maestre de la francmasonería templaria, el duque de Brunswick. Se separaron enfadados. Entre ambos hay un abismo infranqueable.

—Su división los debilitará a los dos.

—Brunswick no se desanima. Desde que se apartó al barón de Hund, lleva con firmeza las riendas de la orden y la hace prosperar. Según algunos caballeros, hay una grave dificultad: la falta de sustancia en los rituales. El Gran Maestre intenta colmar ese defecto, pero no encuentra la solución, tanto menos cuanto, a su entender, lo urgente es asegurar el desarrollo material y enriquecer, como prometió, a sus principales dignatarios.

—Vigilemos especialmente a los banqueros, a los hombres de negocios y a los que manejan capitales. Si Brunswick lo consigue, muchos tronos estarán en peligro. Y tenemos otra preocupación: el avance de la Rosacruz de Oro en Viena. Esos malditos alquimistas se meten en las logias y disponen de laboratorios clandestinos difíciles de descubrir.

—Debido al aislamiento de sus pequeños círculos y a la opacidad de su jerarquía —deploró Geytrand—, no consigo echar mano a un informador serio.

—Por eso utilizaremos otro método, del que espero mucho. Como sabes, por la presión de los gobiernos de Francia, España y Portugal, el papa Clemente XIV ha suprimido, a regañadientes, la orden de los jesuitas. Entre esa buena gente, algunos sueñan con la revancha, y yo voy a ofrecérsela. Infiltrándose en las logias masónicas, las dividirán y llevarán a numerosos hermanos hacia una verdadera y sana creencia. Así, la Rosacruz de Oro, dadas sus tendencias místicas, perecerá asfixiada. Si florecen malos pensamientos, nuestros amigos jesuitas nos informarán de ello.

Salzburgo, diciembre de 1773

Desde su regreso a Salzburgo, la obra de Wolfgang tomaba otra dimensión. No se limitaba ya a imitar a sus maestros y a copiar algunos estilos, sino que realmente buscaba su propio lenguaje. En noviembre había nacido una notable sinfonía en do mayor[98] cuyos cuatro movimientos alcanzaban una magnitud inédita, que señalaba un giro en su propia concepción de ese tipo de fragmento.

Aunque inspirado en Michael Haydn, el quinteto para cuerda de diciembre[99] intentaba desprenderse, precisamente, de esa amistosa influencia a la que, antaño, se sometía de buena gana.

¡Había nacido el primer concierto para piano[100]! No una copia de alguna obrita de moda, sino una creación original y seductora: un comienzo alegre e incitante, un movimiento lento empapado de poesía, y un final con cuatro temas cuya complejidad preocupó a Leopold. Demasiadas dificultades técnicas y audacias musicales corrían el riesgo de apagar la reputación de Wolfgang. Además, aquel concierto no era un encargo. Al escribir para sí mismo, ¿no iba a olvidar sus deberes de criado músico?

Y además, claro, estaba Thamos, rey de Egipto. Dos coros abrían el primero y el quinto acto del drama, y cinco entreactos musicales puntuaban el relato, el último de los cuales tomaba la forma de una tormenta orquestal, con la muerte del traidor que intentaba imponer en vano la tiranía de las tinieblas.

Wolfgang estaba profundamente insatisfecho. La magnitud del tema merecía algo mejor que aquellas intervenciones, demasiado escasas. Por fin un libreto le apasionaba de cabo a rabo, aunque el texto, a menudo mediocre, no se mostraba a la altura del tema.

El mismo día en que terminaba su trabajo, Wolfgang se encontró con Thamos por la calle.

—Comprendo tu preocupación. Recuerda que sólo se trata de una primera etapa, destinada a familiarizarte con la consumación de la Gran Obra.

—Sethos, el sumo sacerdote, Sais, su hija, Thamos, el príncipe que la liberará de las fuerzas oscuras… ¡Esos personajes tendrían que decir tantas cosas!

—Las dirán, si las incorporas a tu alma de creador a medida que vayas evolucionando. A los diecisiete años no es fácil ser paciente.

—¿Cuándo se representará la pieza?

—Entregaré la partitura al barón Gebler, que la mandará a su amigo Nicolai, en Berlín. El proyecto podría disgustar.

—¿A quién?

—Nombrar las tinieblas y enfrentarse a ellas provoca, por fuerza, algunas reacciones, violentas o insidiosas.

—¿No sienten todos deseos de luchar junto a los sacerdotes del sol?

—Eres ingenuo aún, Wolfgang. La mayoría de los individuos se dejan devorar por los acontecimientos, se tapan los ojos y los oídos, y prefieren ignorar la realidad.

—Ése no será mi caso —aseguró el muchacho—. Si la luz no triunfase, ¿qué sentido tendría nuestra vida?

—Inicias un largo y fatigoso viaje —reveló el egipcio—. Ojalá te lleve a la Gran Obra que acabas de esbozar.

Thamos se alejó.

Wolfgang se olvidó de almorzar. Compuso una nueva sinfonía[101], por primera vez enteramente en una tonalidad menor. El primer movimiento, calificado con un nuevo término, allegro con brio, revelaba los intensos sentimientos que lo habitaban.

Algún día, también él sería sacerdote del sol.