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Praga, agosto de 1770

El renacimiento de una logia de Praga[56] decidida a interrogarse sobre el sentido de los símbolos devolvía cierta esperanza a Ignaz von Born.

Nacido en 1742, en Transilvania, había sido educado por los jesuítas antes de sus estudios de filosofía, derecho, ciencias naturales y mineralogía en la Universidad de Praga. Muy pronto se había interesado por la alquimia, y sus investigaciones lo habían llevado hacia la francmasonería, donde esperaba descubrir las claves del conocimiento.

Una relativa decepción, dada la mediocridad de la mayoría de los hermanos y la debilidad de los rituales. Pero también la confirmación de sus presentimientos: bajo unas pobres vestiduras, la francmasonería era la forma contemporánea de la iniciación en los misterios nacida en el antiguo Egipto. Así pues, era preciso remontarse a la fuente.

Con incansable perseverancia, Ignaz von Born seguía la pista que llevaba al tesoro olvidado.

Gran lector de los antiguos iniciados, como Plutarco y Apuleyo[57], tratados de alquimia y textos herméticos procedentes de Egipto y conocidos en Occidente ya en el siglo XI, se había interesado por los Jeroglíficos de Horapollon, traducidos al alemán en el siglo XVI. El autor, cuyo nombre se componía de Horus y Apolo, dos dioses solares, transmitía una pequeña parte de la ciencia sagrada y revelaba que los jeroglíficos vehiculaban un conocimiento esotérico de la mayor importancia. Así, Osiris aparecía como el alma del universo y la fuente de la sabiduría. Y varias obras aparecidas en el siglo XVII procuraban a Von Born valiosas informaciones[58].

Nueva aportación, en 1731: la aparición de la novela del abate Jean Terrasson[59], Sethos, «obra en la que se encuentra la descripción de las iniciaciones en los misterios egipcios».

Pero todo aquello no bastaba. Convencido de que la transmisión oral nunca se había interrumpido, Von Born se preguntaba si algún día tendría la suerte de conocer a uno de sus depositarios. ¿No se los designaba con el nombre de Superiores desconocidos?

Tres certidumbres: en primer lugar, sin la iniciación, el mundo corría hacia el caos; luego, procedía del antiguo Egipto y permitía acceder al conocimiento; por fin, la francmasonería podía servir de crisol, de vínculo con el pasado, y de vía de transmisión para el presente y el porvenir.

De frágil salud, como consecuencia de una grave intoxicación sufrida en el interior de una mina de Chomnitz, donde ejercía la responsabilidad de consejero técnico, Ignaz von Born sufría, también, una ciática crónica. Pese a esa disminución, se imponía un sostenido ritmo de trabajo. El sabio, que detestaba lo mundano y estaba desprovisto de cualquier aptitud para hacer carrera, vivía modestamente y distribuía su tiempo entre sus trabajos como mineralogista y su compromiso masónico.

La mayoría de las logias chismorreaban, la que acababa de despertar en Praga, ciudad de alquimistas, sería un centro de investigación que acogería a los hermanos deseosos de vencer aquel sopor y orientarse hacia los misterios de Isis y Osiris. Juntos, examinarían los símbolos y los ritos para discernir su sentido profundo.

La reconstrucción del templo comenzaba.