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Viena, 2 de enero de 1768

El barón de Hund debería haber estado muy contento. La Estricta Observancia templaría contaba ahora con unas cuarenta logias distribuidas por Austria, Alemania, Suiza, Polonia, Hungría y Dinamarca.

Sin embargo, el malestar crecía entre sus tropas, puesto que la recuperación económica anunciada no se producía. Ciertamente, las cotizaciones llegaban algo mejor, pero muchos hermanos esperaban una orden rica y poderosa de la que ellos mismos, al igual que los dignatarios templarios de la Edad Media, obtuvieran ventajas sustanciales. Charles de Hund y sus consejeros exploraban distintas pistas para crear riqueza, pero ninguna se concretaba. Y llegaban más protestas: muchos hermanos se quejaban de la pobreza de los rituales.

Además, un temible depredador, Zinnendorf, cazaba en sus tierras. Acababa de introducir en Alemania un nuevo rito, el Sistema sueco, hostil a la Estricta Observancia templaria a la que, sin embargo, el renegado había pertenecido.

El objetivo del Rito sueco consistía en poner el espíritu de sus adeptos en contacto con la divinidad, a la espera de la reaparición de su santo patrón, Juan el Evangelista. Al evocar los poderes invisibles, los hermanos pensaban obtener la iluminación interior.

Esa andadura, demasiado mística, disgustaba a Charles de Hund. Sin embargo, se tomaba muy en serio al adversario y, atacado por varios frentes, le habría gustado ver de nuevo al Superior desconocido cuya sabiduría le faltaba.

Viena, 9 de enero de 1768

Sobre la mesa de Joseph Anton había una nueva carpeta: «Rito sueco. Zinnendorf». Ese médico[43] de treinta y siete años, jefe del servicio de salud del ejército prusiano, no carecía de interés. Decidido a vengarse de la Estricta Observancia templaria y del barón de Hund, hablaba demasiado y le había revelado todo lo que sabía a Geytrand, extremadamente adulador y comprensivo. Para el servicio secreto vienés se trataba de un recluta inestimable… ¡y gratuito!

—¿Es realmente seria esta ofensiva contra nuestros templarios?

—Es posible —estimó Geytrand—. Zinnendorf me parece muy decidido y dispone de una no desdeñable corriente masónica. Además, los problemas financieros de la Estricta Observancia están muy lejos de haberse resuelto, y se habla incluso de conflictos internos.

—¡Excelente! Si los francmasones se aniquilan entre sí, nos evitarán mucho trabajo. ¿Resistirá Hund esa tormenta?

—La orden templaría es la obra de su vida. Sean cuales sean las pruebas, no renunciará.

Viena, 10 de enero de 1768

Cuatro meses vacíos.

La enfermedad, muchos gastos, ninguna recaudación. Leopold tenía que rendirse a la evidencia: Wolfgang cumpliría pronto los doce años. Ya no podía presentar a su hijo como a un niño prodigio, su carrera se empantanaba. ¿Futuro compositor? Nada seguro. Había habido unos primeros intentos alentadores, es cierto, pero imponerse en ese oficio sembrado de trampas y feroces envidias era especialmente arduo. ¿Virtuoso, Wolfgang? Tampoco era seguro. A los dieciséis años, Nannerl, sosa y sin genio, demostraba una mayor velocidad.

Ahora bien, Wolfgang parecía frágil y soñador, demasiado alejado de una realidad cuyos aspectos implacables y sórdidos Leopold conocía. ¿Cómo hacer comprender al adolescente que ésta no se reducía a un reino imaginario?

¿Quién estaba de moda hoy, en Viena? Sobre todo Gluck y Joseph Haydn. Compositores expertos, acostumbrados a las exigencias de los poderosos y que dominaban su arte lo bastante como para acomodarse a las circunstancias, sin perder su personalidad.

Wolfgang navegaba aún a mil leguas de aquellos dos músicos. Pero habría que dar, sin embargo, un gran golpe para satisfacer a los vieneses, apasionados por la ligereza, que detestaban la seriedad y lo razonable.

Leopold buscaba; Leopold encontraría.

Wolfgang, por su parte, escuchaba mucha música, en especial la de Haydn, a la que se mostraba particularmente sensible. No se comportaba como un oyente pasivo, sino como un creador que bebía de la obra de otro para ir moldeando, poco a poco, su propio lenguaje.

El 16 de enero terminó una sinfonía en re mayor[44] con el estilo de Joseph Haydn. Su padre apreció la proeza técnica, pero con esa imitación Wolfgang no ocuparía el proscenio.

Leopold abandonó a su hijo a sus experimentos artísticos y puso en marcha todas sus relaciones y a todos los admiradores del ex niño prodigio para obtener una audiencia en la corte, el único acontecimiento que podría desbloquear la situación y poner de nuevo a Wolfgang en el camino de la celebridad.

Leopold dormía mal, le faltaba el apetito y se volvía irritable. ¿Habría perdido la capacidad de convencer?

Y después, ¡por fin la tan esperada noticia!

Los Mozart fueron convocados a la corte el 19 de enero a las tres de la tarde.