Naso debole
El pasado fin de siglo puso a muchas narices en guardia. El paso de milenio se consideró como el final de una época liderada por los ideales de la modernidad. Se pensó que se había llegado a un callejón sin salida, a un momento de tránsito sin saber qué vendría después. A la nueva etapa se le llamó postmoderna, por cuanto manifiesta el fin de una etapa: la modernidad. Vattimo afirma que «hablamos de postmoderno porque consideramos que, en algún aspecto suyo esencial, la modernidad ha concluido». Las narices firmes, metódicas e ilustradas ya no están preparadas para los nuevos olores; vivimos en un mundo complejo donde los aromas que despide la realidad se han mezclado, se han difuminado. Ya no se trata de tener un fino olfato para discriminar los buenos de los malos olores, sino una nariz lo suficientemente débil que los huela a todos por igual.
Unos creen que la cultura postmoderna surgió como una reacción frente a los excesos de la modernidad. Otros piensan que la postmodernidad es la modernidad llevada a sus últimas consecuencias. Sea como fuere, no cabe duda de que se puede interpretar la filosofía postmoderna como el fin de la modernidad en la doble acepción que tiene en griego esta palabra: fin («peras») como término, frontera, acabamiento, agotamiento; y fin («telos») como cumplimiento, consumación, desenlace, conclusión. Parafraseando a Marx podríamos decir que «la modernidad crea sus propios sepultureros», cava su propia tumba, algo que pone de manifiesto el propio pensamiento postmoderno.
Quizá lo que más llama la atención de la actitud postmoderna sea su «debilidad constitutiva». Parece que se trata más bien de un «dejar olvidar» la modernidad, de no querer pensar el fundamento (Grund), para que el fundamento se disuelva. Campea un cierto «fanatismo de la duda», una «apoteosis del plural», una «renuncia consciente a encontrar un sentido». Para Frederic Jameson, «el modo más seguro de comprender el concepto de lo posmoderno es considerarlo como un intento de pensar históricamente el presente en una época que ha olvidado cómo se piensa históricamente». Van De Pas cree que la conciencia posmoderna consiste «sólo en la teorización de su propia condición de posibilidad». Y Daniel Innerarity afirma que «la postmodernidad es la autoconciencia de una sociedad de la información».
Resulta complicado hablar con propiedad de «filosofía post-moderna», porque más bien se trata de un movimiento socio-cultural, cuyos respresentantes no son en sentido estricto filósofos, sino en todo caso sociólogos, como Jean Baudrillard, Jean-Francois Lyotard o Gilíes Lipovetsky. Entre los «pensadores postmodernos», el que muestra un olfato más filosófico es Gianni Vattimo, nacido en Turin en 1936, que actualmente es profesor de Filosofía Teorética de la universidad de su ciudad natal y que adquirió notable fama por su propuesta del pensiero debole (pensamiento débil).
Vattimo habla en términos de «fin de la historia» y de «disolución». Para él, en la modernidad dominaban las categorías de «lo nuevo» y de «superación», categorías esenciales para mantener la idea moderna de historia. Idea que surge al haberse consumado un proceso de secularización de la visión providencial de la historia, que llevaba a la fe en el progreso y a «afirmar lo nuevo como valor y como valor fundamental». Pero la postmodernidad no se ha presentado como un estadio diferente, más avanzado, de esa «historia», sino como la disolución de la categoría de lo nuevo y como experiencia del «fin de la historia». Se puede decir que lo nuevo ya no tiene novedad, carece de la fuerza que le otorgaba la modernidad. Unida a esta disolución de lo nuevo aparece la experiencia del «crepúsculo del arte». Para Vattimo, «el ocaso del arte es un aspecto de la situación más general del fin de la metafísica» que lleva a una «estetización general de la existencia».
La irrupción de la sociedad de la comunicación ha sido un factor decisivo para la disolución de la idea de historia y, en definitiva, para acabar con la modernidad. Vattimo mantiene que en el nacimiento de una sociedad postmoderna desempeñan un papel determinante los medios de comunicación; que esos medios no convierten esta sociedad en una sociedad más «transparente», más consciente de sí, más «ilustrada», sino en una sociedad más compleja, incluso caótica —Alejandro Llano habla de la «nueva complejidad» (La nueva sensibilidad, Espasa, Madrid, 1989, cap. I).
Vattimo piensa que los mass media han sido la causa determinante de la disolución de los puntos de vista centrales, de lo que Lyotard llama meta-relatos, así como de la multiplicación de las Weltanschauugen, de las concepciones del mundo. La intensificación de las posibilidades de información acerca de la realidad en sus más variados aspectos hace siempre menos concebible la idea misma de una realidad. Vattimo cree que en el mundo de los medios de comunicación se lleva a cabo una de las «profecías» de Nietzsche: el mundo real, a la postre, se convierte en fábula.
«El verdadero trascendental, lo que hace posible cualquier experiencia del mundo, es la caducidad; el ser no es, sino que su-cede [ac-cadere], quizá también en el sentido de que cae junto a, de que acompaña —como caducidad— a cualquiera de nuestras representaciones.» De esta forma introduce Vattimo la nueva categoría de la postmodernidad: la caducidad. Esta nueva categoría lleva a una transformación de la ontología en una «ontología débil»; por tanto, el pensamiento ya no puede ser sino también «débil», no puede pretender fundamentar, sino justamente al contrario, «poner de manifiesto la caducidad y la mortalidad como constitutivos intrínsecos del ser, es decir, llevar a cabo una des-fundamentación o hundimiento».
Gilíes Lipovetsky, en un análisis más sociológico, habla de «imperio de lo efímero», de «seducción de las cosas», de «individualismo neonarcisista», de «estética a la carta» y de «autonomía subjetiva». Según él nos encontramos ante una cultura de la felicidad «aligerada», «en la época de la eliminación y no de la fijación, de la sensibilización fluida y no de la intensificación», en «la edad del deslizamiento», donde no existe la posibilidad de «echar raíces», sino de resbalarse por la superficie de las cosas. El sociólogo francés afirma también que «todo se desliza en una indiferencia relajada», como si pasáramos por la realidad en una tabla de windsurf o desde una estructura de ala delta.
Para otro postmoderno, Jean Baudrillard, esta forma de deslizarse por la realidad es causada por el auge espectacular de los medios de comunicación, que convierten el mundo en puro «simulacro», en un conjunto de imágenes, en pura ilusión. De esta manera, se ha llevado a cabo «el asesinato de la realidad»: «La realidad ha sido expulsada de la realidad». La realidad es un montaje de la razón que se está desmoronando. Las apariencias son las huellas de su inexistencia.
Parece que hay una coincidencia en considerar como precursores del pensamiento postmoderno a Nietzsche y Heidegger. Especialmente es Vattimo quien no duda en referirse continuamente a los dos filósofos alemanes como precursores de la postmodernidad, pues son los primeros en hablar en términos de Verwindung.
Vattimo traduce la palabra Verwindung como remisión de un dolor o una enfermedad, como convalecencia: superar una enfermedad, curarse, recobrar la salud… y como resignación ante una pérdida, un dolor… Este es el concepto clave de su «ontología débil», de su «ontología del declinar». La metafísica como búsqueda del fundamento (Grund) ya no es posible; sin embargo, no podemos dejarla de lado, sino que permanece en nosotros como permanecen los rastros de una enfermedad; la metafísica es algo de lo que nos tenemos que recuperar y a lo que tenemos que retornar, pero excluyendo toda pretensión de carácter absoluto.
Cuando se ha dado la Verwindung, la metafísica se convierte en «monumento» y entonces surge la pietas como aceptación del pasado convertido en un conjunto de «monumentos» que merecen devoción y respeto. Las narices están así de debilitadas.
En su último libro, Creer que se cree, Vattimo subraya la importancia que ha tenido el cristianismo en la cultura occidental y propone una vuelta a una religiosidad débil, poco exigente, poco sobrenatural, poco comprometida. La postmodernidad significa el fin de muchos sueños modernos: uno de ellos era el ateísmo. El filósofo postmoderno, constitutivamente débil, no puede aceptar la fuerza del ateísmo y adopta una religión light.
Para meter las narices…
Quien quiera meter las narices con fuerza, con decisión, en la obra de Vattimo, puede comenzar por Las aventuras de la diferencia (Península, Barcelona, 1998) y El pensamiento débil (Cátedra, Madrid, 1988), para seguir con El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura postmoderna (Gedisa, Barcelona, 1987), La sociedad transparente (Paidós, Barcelona, 1990) y acabar con Creer que se cree (Paidós, Barcelona, 1996).
Para conocer a otros pensadores postmodernos se aconseja meter las narices en: Las estrategias fatales, América, El crimen perfecto, Pantalla total y Contraseñas de Jean Baudrillard, publicadas por Anagrama (1984, 1987, 1996, 1999 y 2002 respectivamente); La era del vacío, El imperio de lo efímero, El crepúsculo del deber y La tercera mujer de Gilíes Lipovetsky, también publicadas por Anagrama (1989, 1990, 1992, 1999); La condición postmoderna (Cátedra, Madrid, 1984) y La postmodernidad explicada a los niños (Gedisa, Barcelona, 1987) de Jean-Francois Lyotard; o La desconstrucción en las fronteras de la filosofía (Paidós, Barcelona, 1993) de Jacques Derrida.
Sobre la postmodernidad en general, tres libros nos pueden servir de orientación: Los orígenes de la posmodernidad, de Perry Anderson (Anagrama, Barcelona, 2000); el estudio de la profesora Amalia Quevedo: De Foucault a Derrida. Pasando fugazmente por Deleuze y Guattari, Lyotard, Baudrillard (Eunsa, Pamplona, 2001) y el librito de David Lyon titulado Postmodernidad (Alianza, Madrid, 1996).
Nótese que la palabra postmodernidad (posmodernidad) se puede escribir con t o sin t; es cuestión de debilidad. Ahora bien, no sé si de falta de fuerzas para elevar una t o de debilidad por las tes, que de todo hay.