A ciencia cierta
Karl Popper metió las narices en cuestiones de filosofía de la ciencia tales como: ¿son fiables las conclusiones científicas?, ¿es la ciencia un conocimiento definitivo?, ¿es racional su método? Estas preguntas y otras semejantes cuestionaban un saber que para los hombres y mujeres del siglo XX (¡el siglo de la ciencia!) estaba llamado a suprimir todos sus miedos, incertidumbres y preocupaciones. La Ciencia, que ya se comenzaba a escribir con mayúscula, Popper la transcribió en minúscula. Bajó los humos de muchos científicos engreídos y desmontó muchas seguridades fundadas en un conocimiento menos seguro de lo que en un principio se pensaba. La panacea científica resultó ser una pócima con muchos ingredientes, algunos con menos poder y no tan benéficos como se esperaba. Para Popper, las verdades de la ciencia no se pueden verificar, es decir, que no resulta tan sencillo eso de saber algo a ciencia cierta.
Karl Raimund Popper nació en Viena en 1902. Desde muy joven se sintió inclinado hacia el estudio de las cuestiones filosóficas y sociales. Pasó por diferentes etapas ideológicas. A los dieciséis años se hizo comunista, pero pronto se dio cuenta de sus incongruencias. Después abandonó también el socialismo, porque se percató de que negaba la libertad individual. Por razones parecidas también abandonó el psicoanálisis: era demasiado dogmático. En 1928 se doctoró en Filosofía. En esta época se acercó al Círculo de Viena, centro del neopositivismo, pero también muy pronto se convirtió en su «crítico oficial». Por ser de origen judío huyó a Nueva Zelanda cuando Hitler subió al poder. Allí fue profesor de la universidad. En 1946 fue llamado por la London School of Economics de Londres, ciudad donde murió en 1994.
La obra popperiana se centra sobre todo en problemas de la filosofía de la ciencia. En 1934 publicó La lógica de la investigación científica. En 1946, La miseria del historicismo y La sociedad abierta. Casi veinte años después salieron otras obras importantes: Conjeturas y refutaciones (1963), Conocimiento objetivo (1972), Búsqueda sin término (1974) —su autobiografía intelectual—, El yo y su cerebro (1977). En 1982 recopiló diversos trabajos bajo el título Universo abierto.
El teórico vienés puso en tela de juicio el inductivismo sobre el que, según los pensadores neopositivistas, se fundamentaba el método científico y la verdad de la ciencia. La confianza en el método inductivista le puede acarrear a la ciencia un exceso de prepotencia que le haga engordar deprisa para acabar muriendo, como le ocurrió al pavo inductivista de Bertrand Russell.
Este pavo descubrió, durante su primer día en la granja, que le daban de comer a las nueve en punto de la mañana. Después de experimentar que, cada día, ocurría lo mismo y recibía la comida a las nueve en punto, concluyó, convencido de haber encontrado una certeza absoluta: «Siempre como a las nueve de la mañana». Sin embargo, la mañana de Navidad el granjero no le dio de comer, sino que le cortó el cuello.
El desventurado pavo inductivista no se dio cuenta de que en series abiertas nunca se consigue la certeza absoluta. La inducción no puede justificar ningún grado de probabilidad, porque ésta sería igual al número de casos favorables dividido por el número de casos posibles, pero, como este último tiende al infinito, y cualquier número dividido por infinito es cero, la prohabilidad sería igualmente cero. En conclusión, la inducción sólo consigue una probabilidad de orden subjetivo, nunca objetivo.
Para ajustarnos a la lógica y a la realidad, Popper propone sustituir la verificación inductiva por la falsación. Más que de verificar una teoría, se trata de falsearla, es decir, de buscar su refutación. Y es que la ciencia siempre comienza formulando hipótesis; si las hipótesis son comprobadas, eso significa que todavía no se ha encontrado ningún caso que las refute y, por tanto, se podrán mantener de una manera simplemente hipotética. Pero si se encuentra un solo caso contrario, entonces se tendrá que sustituir por otra hipótesis más adecuada. Es así como progresa la ciencia: por ensayo y error.
Las teorías científicas nunca pueden ser completamente verificadas por la experiencia, de tal suerte que un sistema tiene que aceptar enunciados que no puedan verificarse. Esto no quiere decir que debamos contrastar todo el sistema —lo cual sería imposible— sino que basta con que sea susceptible de ser contrastado. Ahora, las teorías científicas ya no podrán considerarse como definitivas, sino que siempre tendrán un carácter provisional.
La grandeza del hombre de ciencia radica en su humildad. El método de la falsabilidad que propone Popper no puede nunca llegar a leyes definitivamente verdaderas, porque siempre existirá la posibilidad de encontrar un caso contrario que las falsee. Por tanto, las leyes y conclusiones científicas se tomarán siempre con provisionalidad.
Una ley científica es provisionalmente verdadera hasta que se demuestre lo contrario, es decir, siempre estará sometida a una continuada revisión. Por tanto, en ciencia no es lícito hablar de verdad, sino de verosimilitud. Una teoría es más o menos verosímil en relación a su contenido informativo: será más verosímil en la medida en que se adecue de una manera más perfecta a los hechos. Ahora bien, la adecuación perfecta no existe.
La verdad, en todo caso, es un ideal regulador de corte platónico que está más allá de la ciencia, pero que le sirve de arquetipo, podríamos decir, de objetivo tendencia. Las teorías científicas son más o menos verosímiles según estén más o menos cerca de ese ideal y, así, cada vez que eliminamos un error de una teoría nos acercamos más a la verdad, aunque nunca la podremos alcanzar con las solas fuerzas de la ciencia. Con este postulado del ideal regulador. Popper apunta a la metafísica, pero se niega, probablemente por influjo del neopositivismo, a seguir sus caminos.
Popper no está para transitar el resbaladizo sendero de la metafísica; sin embargo, no duda en distinguir entre metafísicas transitables e intransitables. Llama a las primeras metafísicas abiertas, porque están dispuestas a revisar sus postulados y principios. No acepta de ninguna manera las metafísicas cerradas, porque están formuladas desde una actitud dogmática, como, por ejemplo, el marxismo o el psicoanálisis.
En su obra Conocimiento objetivo, desarrolló su teoría de los tres mundos. El mundo 1 es el ámbito de los fenómenos materiales, el universo de entidades físicas. El mundo 2 lo componen todos los estados subjetivos de la conciencia, las disposiciones psicológicas y los estados inconscientes. El mundo 3 es el mundo de los contenidos del pensamiento y de los productos de la mente humana. Aquí debemos incluir todos los objetos culturales: las historias, los mitos, las teorías científicas, etc. La raza humana podría muy bien desaparecer, dice Popper, pero los habitantes del mundo 3, las teorías en sí, no dejarían de existir porque el mundo 3 es autónomo. Este mundo podría identificarse con el mundo suprasensible de Platón; sin embargo, Popper no admite que sea inmutable, sino que está sometido a evolución, regida por una suerte de «selección darwiniana» que divide las teorías en caducas (refutadas) y verosímiles.
Tras la crítica al método inductivista y a las metafísicas cerradas, Popper mete las narices en el ámbito sociopolítico. Si en la ciencia funciona el criterio de falsación, ¿por qué no aplicarlo al orden político? El resultado de este experimento es la propuesta de una sociedad abierta, es decir, tolerante, democrática y libre. Lo propio de las sociedades abiertas, a diferencia de las sociedades tiránicas, es que en su seno admiten la revisión y la crítica continua. De ahí que los enemigos de la sociedad abierta fueran, en la Antigüedad, Platón, que, según Popper, representa la más clara oposición a la sociedad abierta de la democracia ateniense, y en la historia reciente, Hegel y Marx.
En noviembre de 1991, Karl Popper pronunció una conferencia en Barcelona sobre La sociedad abierta, hoy. Allí dejó claro que el término «sociedades abiertas» no es sinónimo de «capitalismo» ni de «sociedad de libre mercado». El término «capitalismo» fue utilizado por el marxismo para caracterizar la sociedad de la segunda mitad del siglo pasado. Lógicamente, este concepto tiene connotaciones que no son adecuadas para la sociedad abierta. Tampoco está Popper de acuerdo con el término «libre mercado», ya que piensa que no se puede llevar a cabo un mercado sin una mínima protección legislativa. En definitiva, «la ideología de libre mercado es una de tantas ideologías, cuyo dogmatismo puede poner en peligro la libertad». Como auténtica alternativa, Popper propone una democracia basada en el sentido común, que permita el control del poder y no su utilización al servicio de propósitos ideológicos y partidistas.
Para meter las narices…
Hay dos grandes temas en Popper: la ciencia y la sociedad. Las obras sobre metodología de la ciencia son más especializadas, aunque hay capítulos más accesibles que otros, por ejemplo los capítulos I a V y el X de La lógica de la investigación científica (Tecnos, Madrid, 1973), el I de Conjeturas y refutaciones (Paidós, Barcelona, 1994) o algunas partes de Conocimiento objetivo (Tecnos, Madrid, 2001), donde expone la teoría de los tres mundos. En 1982 recopiló diversos trabajos bajo el título El universo abierto (Tecnos, Madrid, 1986).
Su autobiografía intelectual está recogida en el libro Búsqueda sin término (Tecnos, Madrid, 1977).
Respecto a sus ideas sociopolíticas, véase La sociedad abierta y sus enemigos (Paidós, Barcelona, 1982) y La miseria del historicismo (Alianza, Madrid, 1999). Las ideas políticas de Popper han abierto muchas controversias, como la recogida por Arthur F. Utz en La sociedad abierta y sus ideologías (Herder, Barcelona, 1989).
Karl Popper no sólo se dedicó a escribir y a dar conferencias por todo el mundo, sino que también participó en debates televisivos. En uno de ellos, retransmitido en 1971 por la televisión holandesa, exponía de esta manera su teoría de la falsabilidad: «Vamos a suponer que el vaso que tengo frente a mí sobre la mesa empezara a dar saltitos por encima de la misma. Supongamos que nosotros investigásemos tal fenómeno, y viéramos que no había nada extraño en el vaso, y que el resto de las cosas existentes en la habitación seguían como antes. En tal caso tendríamos que considerar que hay muchas teorías —las de Newton, o Einstein— que refutar. Hay muchísimas cosas, en realidad un número infinito de ellas, que pueden acontecer, y que resultan incompatibles con las teorías de Newton y de Einstein. Pero vamos a suponer que el moderador de este debate empezase a dar saltos a lo largo de la mesa; no sería difícil dar ahí una explicación psicoanalítica de semejante comportamiento. Tales reflexiones me inducen a presentar la sugerencia siguiente: una teoría es empírica y científica solamente si resulta refutable. O sea, la teoría en cuestión debe decir, al menos en principio, que determinadas cosas no pueden acontecer; y la teoría será tanto mejor cuanto más osada resulte, cuanto más refutable sea. Así, yo aduje, con semejante base, que las teorías de Freud y Adler no eran buenas teorías científicas (aunque entiendo que las ideas aportadas por Freud son muy interesantes, y que pudieran, eventualmente, desarrollarse hasta convertirse en teorías científicas susceptibles de ser puestas a prueba); también he aducido que las vagas predicciones de los astrólogos no debían contarse entre lo científico» (Fons Elders, La filosofía y los problemas actuales, Fundamentos, Madrid, 1981, pp. 81-82).
Para ir un poco más allá se puede leer el libro de Mariano Artigas, quien mantuvo frecuentes conversaciones con Popper, titulado Lógica y ética en Karl Popper (Eunsa, Pamplona, 1998) y también el de David Stove: Popper y después: cuatro irracionalistas contemporáneos (Tecnos, Madrid, 1995).
Si, como hemos visto, hay una Viena de Wittgenstein, también existe La Viena de Popper, de Darío Antiseri (Unión Editorial, Madrid, 2001).