Muy personal
En contraste con el celo lógico y el interés científico de la filosofía analítica, surgió en los años 1930 un movimiento filosófico impulsado por el pensador francés Emmanuel Mounier. Se trata del personalismo. En sentido amplio es personalista aquella filosofía que reivindica la dignidad de la persona como ser espiritual. La Primera Guerra Mundial y el crac del 29 habían dejado a la persona bajo mínimos, convertida en mero individuo. Así de escuálida, se convertiría en unos años en carne de holocausto o en víctima del comunismo del Este y del consumismo del Oeste. Bruno, el protagonista de El niño con el pijama de rayas, pregunta a su padre quiénes son todas esas personas que están al otro lado de la alambrada y recibe esta respuesta: «Esas personas… bueno, es que no son personas, Bruno». Mounier advirtió que si comenzamos por quitar al hombre su condición de persona, acabaremos quitándoselo todo.
Emmanuel Mounier nació en Grenoble en 1905. De origen campesino, sus padres lo mandaron a París para estudiar medicina, pero él acabó estudiando Filosofía, su verdadera vocación. Pero en la Universidad de la Sorbona se encontró con una filosofía despegada de la vida. Su desencanto se desvaneció cuando topó con la obra de Charles Péguy, un pensador comprometido con su cristianismo. Fue influido también por Blondel y Bergson, y conoció a Maritain, Marcel, Berdiaev y Guitton, con los que mantuvo coincidencias y discrepancias. En un primer momento se dedicó a la enseñanza, pero el crac del 29 le hizo pensar que la crisis económica que estaba sufriendo Occidente enmascaraba una crisis espiritual y se puso manos a la obra. En 1931 fundó, junto a G. Izard y A. Déléage, la revista Esprit, de la que será director hasta su muerte. Toda su vida giró en torno a esta revista, de la que se convertirá en el mayor colaborador. Algunos de sus escritos son colecciones de artículos aparecidos en Esprit. En 1935 publicó Revolución personalista y comunitaria y un año más tarde Manifiesto al servicio del personalismo, en 1946 vio la luz su Tratado del carácter, y un año antes de su muerte, la obra El personalismo. Murió repentinamente en 1950.
En un primer momento, el pensador francés se muestra afín al existencialismo, pues ve en esta corriente filosófica, como afirma en su Introducción a los existencialismos (Guadarrama, Madrid, 1973), una reacción contra los excesos de la «filosofía de las ideas», por una parte, y de la «filosofía de las cosas», por otra. La «filosofía de las ideas» busca los conceptos universales abstractos y se pierde en clasificaciones y categorías. La «filosofía de las cosas» cosifica al hombre, lo trata como un objeto más entre los objetos naturales. La primera es el racionalismo; la segunda, el positivismo. En fin, «parece que los filósofos, de acuerdo con los científicos, se ingeniaron para vaciar el mundo de la presencia del hombre» (p. 22).
El existencialismo denuncia esos dos excesos y sitúa la existencia del hombre como el problema primordial de la filosofía. Sin embargo, Mounier no acepta el existencialismo, por cuanto tiende al solipsismo y al pesimismo. Cree, por tanto, necesaria una nueva forma de pensar el ser humano de forma radical defendiendo su carácter personal no sólo en el ámbito intelectual, sino también en la práctica, de ahí que en su obra Tratado del carácter hable de una «ciencia combativa».
Mounier afirma, como ya hemos dicho, que el personalismo surgió como respuesta a la crisis de 1929. Al comienzo de su Manifiesto declara: «Llamamos personalista a toda doctrina, a toda civilización que afirma el primado de la persona humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sostienen su desarrollo». Este primado de la persona significa que cada individuo humano es un absoluto, y que por encima de la persona sólo hay un Dios también personal.
La persona, reconoce Mounier, no es susceptible de una definición rigurosa, sino que es la presencia misma del hombre. A pesar de ello, en su Manifiesto al servicio del personalismo, la define como «un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser». La persona, añade, es un «espíritu encarnado». Esto no debe ser entendido platónicamente, porque el hombre es cuerpo con igual título que es espíritu, es todo entero cuerpo y todo entero espíritu.
En el plano de la personalidad psicológica, realiza una caracterización fenomenológica de las dimensiones de la persona. Estas dimensiones son tres. La primera es la vocación, como principio de unificación e integración progresiva de todos sus actos. Es el acto propio de la persona, su principio espiritual. La segunda dimensión es la encarnación, ya que la persona como «espíritu encarnado» ha de afrontar la vida sensible y las necesidades materiales. La tercera dimensión es la comunión, ya que la persona se encuentra a sí misma dándose a la comunidad. En su esencia, la persona no es un individuo aislado, sino radicalmente comunitaria. Para llevar a cabo esta comunión, tiene que realizar los actos propios de comunicación: ha de salir de sí misma, ha de comprender a los otros, ha de asumir su propio destino, ha de darse a los demás y ha de ser fiel.
Para llevar a cabo las dimensiones de la persona, deben realizarse correlativamente tres ejercicios esenciales: la meditación, para buscar la vocación; el compromiso, como reconocimiento de su encarnación; y el desprendimiento, para favorecer la comunión.
La dimensión comunitaria pone de manifiesto que existe una radical distinción entre individuo y persona. El individuo es como la parte superficial de la persona, por tanto, lo más unido a la materia y, como tal, más disperso e impersonal. Los desórdenes egoístas nacen del individuo: la avaricia, la agresividad, la propiedad… La persona, en cambio, indica señorío, generosidad, ya que nace de la parte espiritual y nuclear del hombre.
El concepto de comunidad que está manejando Mounier no se identifica con el de sociedad. La sociedad es algo impersonal, por eso hay muchos tipos y formas de sociedades. La sociedad no tiene rostro, es el ámbito del se («se dice», «se hace»), donde surgen las masas, aglomerados humanos anónimos, despersonalizados. En la sociedad falta comunicación interpersonal y verdadera solidaridad, porque se ha fundado en los individuos y se ha prescindido de los valores espirituales que aporta la persona.
La comunidad, en cambio, surge de la reunión de personas, cuando el yo es capaz de abrirse y extenderse al nosotros. Para que haya comunidad cada yo ha de descubrir a cada uno de los otros como persona y tratarlos como tales. Considera a los demás como prójimos, a los que ama, ya que el amor es el primer vínculo de la comunidad y realiza la misma función que la vocación en la unidad del ser personal. De esta forma, la comunidad personalista es como una persona de personas.
Para lograr esta comunidad personalista, se hace necesaria una revisión de las estructuras fundamentales de la sociedad actual. Esta revisión dará lugar a nuevas estructuras como la educación personalista, es decir, una pedagogía fundada en el esplritualismo; la familia, haciendo hincapié en la personalidad de la mujer; la cultura de la persona, ya que las colectividades no crean cultura, sino la comunidad de personas; la economía de la persona, en contra de la economía capitalista, que se organiza al margen e, incluso, contra las personas.
Mounier hace una crítica de los sistemas opuestos al personalismo. Para él, como titula un apartado de su Manifiesto, el mundo moderno está contra la persona. Las doctrinas que van contra ella son:
El individualismo liberal y capitalista, que ha desencadenado fuerzas económicas impersonales, así como la tiranía del industrialismo. Esta civilización burguesa e individualista implica la corrupción de los valores espirituales, sustituyéndolos por aspiraciones materiales.
Los fascismos y totalitarismos, que son los máximos enemigos del personalismo, pues suponen el dominio de lo irracional y el desprecio total de las personas, convirtiéndolas en masa fácil de oprimir, y sus libertades fáciles de suprimir.
Y el comunismo marxista, pues al negar las realidades espirituales, no da cabida ni la persona ni sus valores propios, como la libertad y el amor.
El personalismo no es solamente una actitud, pero tampoco un sistema; se constituye con todo derecho en una filosofía con muchas variantes; así, podemos encontrar el personalismo tomista de Jacques Maritain, el personalismo existencialista de Gabriel Marcel, el personalismo metafísico de Maurice Nédoncelle, el personalismo vital de Julián Marías; y una gran cantidad de pensadores que pueden considerarse personalistas, como Jean Lacroix, Paul Ricoeur, Emmanuel Levinas, Nicolai Berdiaev, Romano Guardini, Edith Stein, René Le Senne, Martin Buber, Karol Wojtyla, Xavier Zubiri, Alfonso López Quintás, Carlos Díaz…
Para meter las narices…
Las Obras completas de Mounier fueron publicadas por Sígueme (Salamanca, 1988) en cuatro volúmenes, pero la edición está agotada. La misma editorial ha publicado, en un volumen de casi mil páginas, los textos fundamentales de nuestro autor: El personalismo: antología esencial (2002). La obra El personalismo (poco más de cien páginas) puede encontrarse en Acción Cultural Cristiana (Madrid, 1997). Otros libros asequibles son: Cartas desde el dolor (Encuentro, Madrid, 1988) y Mounier en Sprit (Caparros, Madrid, 1997).
Para ahondar en el pensamiento de Mounier hay que meter las narices en el libro de Carlos Díaz, Emmanuel Mounier (Palabra, Madrid, 2000) y para tener una visión de la filosofía personalista, en el de Juan Manuel Burgos: El personalismo: autores y temas de una filosofía nueva, en la misma editorial.
La cita de la entrada está en John Boyne, El niño con el pijama de rayas (Salamandra, Barcelona, 2007, p. 57).
Jean Toulat, en Esos niños especiales: la respuesta del amor (Rialp, Madrid, 1991), nos cuenta que en 1938 Emmanuel Mounier sufrió un duro golpe al conocer que su hija, que entonces tenía siete meses de edad, padecía una encefalitis que la dejaría con serias deficiencias para toda la vida. Al año siguiente, movilizado por la guerra, escribió a su mujer Paulette, henchido de fe después de «hacer cantar a mi corazón»: «¿Cuál será el esplendor oculto en este pequeño ser que no puede expresar nada a los hombres…? Francoise, hijita mía, eres para mí la imagen de la fe».