36. HUSSERL

A las cosas mismas

Husserl

La nariz le sirve, más que nada, para sujetar las lentes redondas de varillas finas. Mira sin pestañear (lógico en un retrato) porque busca incansable la verdad. Su mente no descansa ni siquiera mientras lo retratan: está pendiente de otras cosas, de las cosas mismas. En su frente bullen los pensamientos que estallan en una serpenteante vena que se abulta en la sien. El bigote y la perilla alargan la cara y le dan al conjunto un tono quijotesco. Pero las gafas de metal y la nariz oronda nos dicen que no se trata de un caballero andante, sino más bien de un científico que ha dejado un momento su laboratorio. Allí trajina con los fenómenos, rodeado de tubos de ensayo y sustancias vaporosas. Allí acrisola las ideas haciéndolas pasar por diversos filtros. Allí mete la nariz en el microscopio y mira dispuesto a llegar a las cosas mismas.

Como Descartes y Kant, la intención de Husserl fue proyectar una filosofía como ciencia rigurosa. Para tal fin había que superar tanto el kantismo como el psicologismo. Es decir, por una parte la imposibilidad de llegar a la cosa en sí (al noúmeno, que según Kant estaba vedado al conocimiento) y, por otra, la confusión del pensamiento con la psicología, la reducción de la idea a su constitución psicológica.

Edmund Husserl nació en Prossnitz (Moravia) en 1859 en el seno de una familia judía. Estudió matemáticas en Viena y asistió a las clases de Franz Brentano, un sacerdote católico, entre 1884 y 1886. El contacto con el aristotélico Brentano, quien rescató la idea de intencionalidad, es decir, que la conciencia es siempre conciencia de algo, y la lectura de Bernhard Bolzano (1781-1848), defensor de la objetividad de la verdad frente al kantismo, obraron en Husserl una auténtica conversión intelectual. En 1900 publicó las Investigaciones lógicas, en las que criticaba duramente al psicologismo, y se fue rodeando de un círculo de colaboradores entre los que se encontraban Max Scheler, Nicolai Hartmann, Edith Stein y Martin Heidegger. En 1911 apareció Filosofía como ciencia estricta y dos años más tarde Ideas para una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. En 1929 pronunció cuatro conferencias invitado por el Instituto de Estudios Germánicos y la Sociedad Francesa de Filosofía, que se recogieron en el volumen titulado Meditaciones cartesianas. Murió en 1938.

Si Hume despertó a Kant de su sueño dogmático, a Husserl lo despertará de su sueño psicologista el lógico Gottlob Frege. En una obra temprana, Filosofía de la aritmética (1891), Husserl había mantenido que los números eran efecto de una génesis psicológica. La dura crítica que hizo Frege del libro se la apropió el propio autor, convirtiéndose a partir de entonces en un fustigador del psicologismo, sobre todo, en su obra fundamental: Investigaciones lógicas.

El psicologismo entiende las leyes lógicas como leyes de hechos psíquicos y confunde el contenido de los juicios con el acto subjetivo de juzgar. Husserl se da cuenta de que la validez científica no se puede fundamentar en la individualidad de actos psíquicos, sino que necesita una referencia universal. Las leyes científicas, por ser universales y necesarias, no pueden fundamentarse en los hechos psíquicos, que son particulares y contingentes.

Husserl pretende fijarse, no en los procesos psíquicos, sino en el contenido real de las cosas mismas. Para ello hay que distinguir entre noesis, el acto de entender, y noema, el contenido objetivo del pensar, independiente del acto por el que es aprehendido, teniendo en cuenta que la conciencia siempre es conciencia de algo. La filosofía debe atender solamente a lo inmediatamente dado a la conciencia, es decir, al fenómeno, eliminando cualquier supuesto. Este método será llamado fenomenológico.

El método fenomenológico se limita a describir fenómenos para descubrir intuitivamente la esencia que encierra su manifestación. La esencia es entendida por Husserl como una unidad objetiva de sentido de carácter lógico-ideal que se manifiesta a la conciencia. Se trata, por tanto, de dejar que las cosas mismas se hagan patentes en su manifestarse. «¡Vuelta a las cosas mismas!» (züruck den Sachen selbst) será el nuevo lema contra el excesivo subjetivismo del idealismo.

La fenomenología, como método de descripción de esencias, supone reducir el objeto a su condición de ser-dado en la conciencia, atendiendo exclusivamente a su aparecer, con el fin de apropiarse de las cosas sin intermediarios. Para lograrlo hay que poner entre paréntesis todo lo que no pertenece a ese aparecer, todos los prejuicios: los elementos culturales administrados por la tradición, los caracteres individuales del objeto, incluso su misma existencia, y la carga afectiva que pueda mostrar el investigador.

Los fenómenos no son tomados tal y como se presentan, sino que hay que «purificarlos», hay que «reducirlos» para que manifiesten la esencia que contienen. Este paso se llama epoché, que no tiene el sentido de una suspensión del juicio, como lo tenía para los antiguos escépticos, sino que significa «desconectar», «suspender», «reducir», «dejar fuera», ciertos aspectos del fenómeno (todos los prejuicios). Esta reducción presenta tres formas:

Reducción fenomenológica. suspender todos los prejuicios, supuestos o creencias respecto a la situación tanto del fenómeno como del sujeto que lo analiza.

Reducción eidética: con el fin de captar la esencia del fenómeno, hay que prescindir de todo lo individual y contingente que él presenta.

Reducción trascendental: como resultado de poner entre paréntesis tanto al sujeto personal que conoce como a los actos mismos del conocimiento, se llega a una conciencia pura o yo puro, al modo kantiano, diferente del yo empírico.

De esta forma, por la primera, captamos los fenómenos con toda su riqueza, sin amenguar su valor, sin reducirlos a su funcionalidad o a nuestras necesidades vitales. Muchas veces, influidos por nuestra experiencia vital, tendemos a reducir un fenómeno como el del perdón, por ejemplo, a mero olvido, a un juicio benévolo, al cese de la cólera o a la renuncia de la venganza. En este caso, estamos reduciendo el perdón a su génesis o a alguna de sus manifestaciones y no estamos considerando el fenómeno en sí.

Por la segunda, la esencia, entendida como una unidad «eidética», no es captada por un proceso abstractivo, sino por lo que Husserl llama intuición de esencia. Esta intuición es una visión directa de la esencia cuando ésta se hace presente a la conciencia.

Por la última, nos hallamos ante la «conciencia pura» ante la que aparecen «fenómenos puros». Esta última reducción trascendental ha alejado definitivamente el fantasma del psicologismo, a la vez que ha invocado al idealismo. Parece ser que la conciencia es lo único absoluto; todo otro ser se constituye en cuanto hace referencia a la conciencia, en cuanto es para la conciencia. En la última etapa de su pensamiento, Husserl fue criticado por sus discípulos, que vieron que el maestro se iba acercando a posiciones más idealistas. Si para «volver a las cosas mismas» partimos de fenómenos como «objetos para la conciencia», resulta muy difícil salir del ámbito de la conciencia.

Xavier Zubiri explica la reducción fenomenológica de esta manera: «No se trata de abandonar pura y simplemente este mundo real; es decir, no se trata de creer que no tiene existencia. Se trata, por el contrario, de seguir viviéndolo y viviendo en él, pero de adoptar, mientras lo vivo, una actitud especial: poner en suspenso la validez de la creencia en su realidad. […] La reducción consiste, pues, en reducir el mundo real entero a algo que no es realidad; tengo, por esta operación, un mundo reducido. No pierdo nada de lo que es real; pierdo solamente su carácter de realidad. ¿A qué queda reducido entonces el mundo? Justamente a no ser sino lo que aparece a mi conciencia y en tanto que me aparece; es decir, queda reducido a puro fenómeno. La reducción es, pues, fenomenológica» (Cinco lecciones de filosofía, Alianza, Madrid, 1980, pp. 217-218).

La fenomenología no llegó a ser la revolución que se presentía. El grito «¡A las cosas mismas!» quedó silenciado por una tradición filosófica que pesaba ya demasiado. El cogito, ergo sum nos encerró en la conciencia, de donde resulta tremendamente difícil salir. El «tribunal de la razón» sigue siendo la última instancia para dictar sentencia en las relaciones entre la razón y la realidad. Theodor Adorno dice que «Husserl ha purificado al idealismo de todo exceso especulativo, y lo ha llevado a la medida máxima de realidad que le resulta alcanzable; pero no lo ha hecho explotar» (La actualidad de la filosofía).

Como si previera las barbaries que se iban a cometer de la mano del nazismo y de las diferentes formas de totalitarismo, Husserl redactó entre 1935 y 1936 una obra clave para entender la Europa del siglo XX: La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. El dominio de la razón y de la ciencia no ha traído la liberación, sino, más bien, la deshumanización; el objetivismo científico se ha olvidado del mundo-de-la-vida (Lebenswelt) en beneficio de los ideales matemáticos. La razón se ha instrumentalizado y se ha vaciado de sentido. En esa situación, la fenomenología se propone como remedio espiritual a esta patología que está destruyendo el espíritu europeo iniciado en Grecia. La fenomenología pretende reconciliar al hombre consigo mismo, devolverlo al origen, al contacto con el mundo real de la vida. Como dice al final de la obra: su método está destinado «a provocar una transformación personal total, comparable en principio a una conversión religiosa, pero que, más allá de esto, alberga en sí el sentido de ser la mayor transformación existencial impuesta como tarea de la humanidad como humanidad».

Para meter las narices…

La especialización de la obra de Husserl nos obliga a acceder a ella muy despacio. Quizá podría comenzarse por ese testamento espiritual que es La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental (Crítica, Barcelona, 1991) y proseguir con Renovación del hombre y de la cultura (Anthropos, Rubí, 2002), donde se recogen una serie de artículos en torno a la ética como renovación personal, social y cultural que escribió Husserl para la revista japonesa The Kaizo, pues en los años veinte la fenomenología tuvo gran acogida en el país nipón.

Si se quiere ahondar más, se pueden seleccionar partes o capítulos de otras obras, como Meditaciones cartesianas (Tecnos, Madrid, 2006), Ideas relativas a fenomenología pura y filosofía fenomenológica (FCE, Madrid, 1993), Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo (Trotta, Madrid, 2002) o La filosofía como ciencia estricta (Nova, Buenos Aires, 1981).

Como se ve, la obra de Edmund Husserl es copiosa y eso que no todo lo que escribió está publicado. Cuentan que tanto afán tenía en poner por escrito su pensamiento que llegó a inventar un sistema caligráfico propio que le permitía escribir a la misma velocidad que pensaba. Este sistema le propició llevar a cabo una vastísima producción: de hecho, tras su muerte dejó más de treinta mil folios manuscritos, que todavía no han sido editados por completo.

Parece que su carácter no le hacía muy sociable y que no tenía demasiada facilidad para la relación con los demás. No obstante, se rodeó de un nutrido grupo de discípulos, muchos de los cuales serían célebres, como Edith Stein, Nicolai Hartmann, Max Scheller o Martin Heidegger, entre otros. Pero quien mantenía los lazos de unión con el grupo no era el maestro, sino su ayudante Adolf von Reinach, un joven brillante y activo que moriría durante la Primera Guerra Mundial. Edith Stein nos dice «que era la mano derecha de Husserl, sobre todo el enlace entre él y los alumnos, pues tenía un gran don de gentes, en contraste con Husserl, que, en este punto, era casi una nulidad» (Estrellas amarillas, Editorial Espiritualidad, Madrid, 2006, p. 229).

José Luis Abellán nos cuenta una anécdota en referencia a la publicación en castellano de las Meditaciones cartesianas. Hablando de los métodos de la censura en la posguerra, nos explica cómo cuando se publicó esa obra, en 1942, «en cuya contraportada figuraba el siguiente lema: “Traducido por José Gaos”, el censor de turno prohibió la circulación del libro por figurar en él el nombre de José Gaos, que era uno de esos “facinerosos” de que hablaba la prensa, y cuyo nombre ni siquiera merecía estamparse en letras de molde; pero como el libro ya estaba impreso, se llegó a una solución de compromiso, y es que apareciese en todos los ejemplares la leyenda: “Traducido por” seguido por un enorme tachón negro. Era, evidentemente, la forma que tenía la censura de borrar la existencia de Gaos» (De la guerra civil al exilio republicano: 1936-1977, Madrid, Mezquita, 1983, p. 103).

También contaba Zubiri que un día los alumnos de Husserl encontraron en la puerta del aula un cartelito que decía: «El profesor Husserl comunica a sus alumnos que hoy no podrá dar su clase porque no ha terminado de ver claramente el tema que les había de explicar». Sinceridad, humildad y autoexigencia: que algunos tomen ejemplo.