31. COMTE

Pensar en positivo

Comte

No es lo mismo ser positivista que ser positivo; sin embargo, Auguste Comte pensaba que el positivismo era la única forma de pensar en positivo. Y pensar en positivo significa no mirar hacia atrás, donde sólo encontramos fantasmas de nuestro propio pensar, sino apuntar hacia el futuro y progresar de fenómeno en fenómeno, de verdad en verdad. Comte usa la nariz para olfatear el pasado, cuando la infancia y adolescencia de la humanidad se dejaban llevar por la mitología y la metafísica, pero abre los ojos ante la nueva ciencia que nutre realmente al hombre ya maduro. El ser humano debe dejar de creer en dioses y entes abstractos para rendirse a la fe en sí mismo. Comte será el fundador de la nueva religión de la Humanidad en la que los científicos suplanten a los santos, las fórmulas científicas a los dogmas y la propia humanidad a Dios.

El Capricho n.° 43 de Goya, titulado El sueño de la razón produce monstruos (puesto a la venta en 1799), puede ser interpretado como un preludio del surrealismo, en alusión a los fantasmas que crea la razón cuando duerme; o como un anuncio de los irracionalismos que iban a surgir durante el siglo siguiente, haciendo referencia a los monstruos que genera la razón cuando sueña. La forma de no dejar dormir a la razón para evitar que sueñe pasa, pensaba Auguste Comte, por realizar su sueño. La racionalidad perfecta vendrá de la mano de la ciencia: el método científico es el único capaz de espantar todos los fantasmas.

Comte nació en Montpellier en 1798. Estudió en París y fue secretario del socialista utópico Saint-Simon. Durante este periodo ideó su sistema y tomó muchas nociones del pensamiento de Saint-Simon. Entre 1830 y 1842 publicó su obra más importante en seis volúmenes: Curso de filosofía positiva y en 1844 el Discurso sobre el espíritu positivo. En los últimos años de su vida, tras la desgraciada muerte de su amada Clotilde de Vaux, surgió el Comte místico, quien instituyó la «religión de la Humanidad». En 1852 publicó El catecismo positivista y dos años después el Sistema de política positiva. Murió en 1857.

A lo largo de la historia, el espíritu humano ha pasado por tres estados, que se corresponden, según Comte, con las edades del hombre: la infancia, la juventud y la madurez. Esta evolución espiritual se conoce como la «ley de los tres estados», que establece que la humanidad ha pasado por tres fases:

Estado teológico o ficticio. En este estado primordial del espíritu, el ser humano busca ávidamente la explicación de lo natural en lo sobrenatural. Los mitos y la religión satisfacen esa curiosidad inicial, al igual que el hombre del saco basta para que el niño se coma la sopa.

Ese estado presenta tres formas principales que se siguen sucesivamente. La más inmediata y pronunciada es el fetichismo, que consiste en atribuir a los cuerpos una vida esencialmente análoga a la nuestra, de modo que se adoran a los astros como causantes del orden del universo. En el politeísmo que le sigue, la vida es retirada de los objetos materiales y misteriosamente transportada a diversos seres ficticios: los múltiples dioses de las diferentes mitologías. En la tercera fase teológica, el monoteísmo, la razón restringe el dominio de la imaginación hasta centrarse en un Dios único que da explicación de todo.

Estado metafísico o abstracto. El monoteísmo prepara a la mente para reemplazar a Dios por entidades o abstracciones personificadas, cuyo carácter equívoco les hace eficaces para explicar los fenómenos considerados en abstracto. El espíritu no está ni dominado por la pura imaginación ni por la verdadera observación; sin embargo, se está preparando para el ejercicio verdaderamente científico, en especial, cuando subordina todas las entidades (causalidad, sustancia, forma…) a una sola: la Naturaleza.

Estado positivo o real. Tras este largo camino, la humanidad llega, por fin, a descubrir que todo tiene una explicación científica. La pura imaginación pierde su antigua supremacía mental y se subordina a la observación, de manera que puede establecer un estado lógico, gobernado por leyes científicas, no por deidades y entes abstractos. A partir de ahora, se establece «como regla fundamental —escribe Comte— que toda proposición que no puede reducirse estrictamente al mero enunciado de un hecho, particular o general, no puede ofrecer ningún sentido real e inteligible» (Discurso sobre el espíritu positivo, 12).

Cada uno de estos estados presenta una forma diferente de organización social. De manera que el estado teológico cree en la autoridad absoluta de los reyes y en el derecho divino que la justifica, y tiende a establecer un orden social militarista. El estado metafísico propugna la creencia en derechos abstractos y en la soberanía popular; la autoridad de los reyes es sustituida por el imperio de la ley. En el estado positivo, por su parte, surgirá una elite de científicos que organizarán y regularán la sociedad industrial de un modo perfectamente racional siguiendo los dictámenes de la nueva ciencia social: la sociología.

El estado positivo realiza el sueño de la razón ilustrada y establece al ser humano en su «mayoría de edad», por utilizar la expresión de Kant, o en su «virilidad mental», como lo dice el mismo Comte.

El estado positivo será el definitivo, en el que el hombre podrá explicar todos los fenómenos mediante la ciencia. La ciencia sustituirá, desde ahora, a los ídolos religiosos y a los mitos metafísicos. Comte se propone la unificación de todas las ciencias, haciéndolas depender de un tronco común. Esta unificación correrá a cargo de una elite de científicos y filósofos, quienes establecerán los principios de la nueva «filosofía positiva», convertida en física social o sociología.

La sociología supone la culminación de todas las demás ciencias y la especial contribución del estado positivo al avance intelectual de la humanidad. La nueva ciencia se divide en estática y dinámica. La estática social establece las leyes generales que rigen las organizaciones sociales, es decir, el orden social. La dinámica social, por su parte y siguiendo las instrucciones de la estática, estudia el desarrollo de las sociedades: el progreso social. Orden y progreso serán las ideas clave: «Para la nueva filosofía, el orden constituye siempre la condición fundamental del progreso; y, recíprocamente, el progreso se convierte en el fin necesario del orden: como en la mecánica animal, el equilibrio y el progreso son mutuamente indispensables, como fundamento o destino» (Discurso, 43).

El verdadero espíritu positivo se cumplirá definitivamente cuando se establezca una «sociedad positiva» regida exclusivamente por la ciencia sociológica, que cumplirá «el indispensable oficio social que se vinculaba en otro tiempo a la instrucción universal cristiana» (Discurso, 60).

En la sociedad positiva se practicará la nueva «religión de la humanidad» —de la que Comte se autoproclamó sumo pontífice y nombró obispos a algunos de sus amigos—, y sólo se adorará al Gran Ser, es decir, a la Humanidad, considerada como un ente histórico. Así se entiende que la teología será sustituida por la sociología. El «sueño de la razón» se hará realidad: «Saber para prever, y prever para poder»; gracias a la ciencia positiva, el hombre se convertirá en dueño y señor de todo.

A lo largo del siglo XIX, el positivismo irá adquiriendo diferentes formas, como el evolucionismo. En 1859, Charles Darwin publicará El origen de las especies, de donde se podía extraer una nueva concepción del progreso de la humanidad sin necesidad de recurrir a interpretaciones filosóficas, sino exclusivamente científicas. El positivismo evolucionista encuentra su máximo exponente en Herbert Spencer (1820-1903), para quien la ley del progreso orgánico es la ley de todo progreso, llegando a aplicar los principios de la evolución a la psicología, la ética y la sociología. Así, nuestro comportamiento moral es una forma de adaptación al medio social en que vivimos y, por tanto, está sujeto a evolución.

El pensamiento positivista adoptará a final de siglo el nombre de materialismo evolucionista, capitaneado por Ernst Haeckel (1834-1919), autor de Los enigmas del universo (1899). Él mismo promovió la fundación en 1909 de la Sociedad Monista alemana (A. Kaltroff, G. Ostwald, R. Goldscheid y el mismo Haeckel) que pretendía que la ciencia moderna con su continuo progreso se convirtiera en norma para la instrucción y educación moral de la juventud, y sustituyera a la religión.

Ya en el siglo XX, el positivismo se volverá neopositivismo o positivismo lógico. Lo veremos en el llamado «Círculo de Viena».

Para meter las narices…

La obra más importante de Comte, Curso de filosofía positiva, fue publicada en seis volúmenes entre 1830 y 1842, y no existe ninguna traducción española en el mercado. El lector tendrá que conformarse con una obrita posterior (1844), el Discurso sobre el espíritu positivo (Alianza, Madrid, 2000), donde expone las líneas generales de su pensamiento, incluyendo la «ley de los tres estados».

El objetivo de Auguste Comte fue, desde un principio, la reorganización de la sociedad, algo de lo que estaba convencido no se podría lograr sin una previa reforma intelectual. Este proyecto global podemos encontrarlo en una obra publicada en 1840 bajo el título: Plan de los trabajos científicos necesarios para reorganizar la sociedad (Tecnos, Madrid, 2000).

Presumo que la curiosidad del lector no se quedará saciada si no mete las narices en el Catecismo positivista (Editora Nacional, Madrid, 1982). La obra está dividida en doce diálogos (en los que dialogan la mujer y el sacerdote) y lleva por subtítulo Exposición resumida de la religión universal. Antes de comenzar, Comte da la siguiente advertencia: «Para facilitar el estudio de este Catecismo, el autor aconseja consagrarle primero dos semanas, dedicando un día para cada diálogo, dejando dos días de reflexión entre la primera, la segunda parte y la tercera parte y la conclusión. Bastan dos horas por día para leer por la mañana y releer por la noche cada uno de estos trece capítulos, comprendido el prefacio. Tras esta iniciación general cada lector podrá reemprender, por separado, los diversos diálogos, hasta que le sean familiares».

En el Catecismo positivista, Comte propone un nuevo calendario dividido en 13 meses, consagrados a Moisés, Homero, Aristóteles, Arquímedes, César, san Pablo, Carlomagno, Dante, Gutenberg, Shakespeare, Descartes, Federico II y Bichat. Cada mes tiene 28 días, con lo que sale un año de 364, por lo que hay que añadir un día complementario, que Comte dedica a la Fiesta Universal de los Muertos. Cada cuatro años (bisiesto) habrá un día adicional. Tras las cuatro primeras celebraciones de ese día, que se dedicarán a la «reprobación solemne de los dos principales reaccionarios (Juliano y Bonaparte)», «este día excepcional será normalmente destinado al culto Abstracto».

El calendario positivista comienza el año de la Revolución francesa (1789), que es el año uno. Por consiguiente, el libro que tiene el lector en las manos se publicó en 2008, es decir, en el año 220 de la era positivista.

El sueldo que tenía Comte como profesor auxiliar de la Escuela Politécnica no le daba para llevar una vida muy holgada. Según confiesa en el prólogo del sexto volumen de su Curso de filosofía positiva, publicado en 1842, las penurias por las que pasó las achaca a no haber conseguido la cátedra a la que aspiraba debido a «la estrecha especialización de los sabios». A partir de entonces vivió fundamentalmente de las aportaciones voluntarias de los muchos seguidores de su doctrina.

El espíritu positivo influirá en la constitución de algunos estados americanos, especialmente, en Brasil. No en vano, en su bandera, diseñada, entre otros, por Benjamin Constant Botelho de Magalhaes, un enamorado de las ideas positivistas, está inscrito el lema: «Ordem e progresso», inspirado en las obras de Comte, donde escribe en varias ocasiones esos mismos conceptos como base y destino de su filosofía (por ejemplo, en Discurso sobre el espíritu positivo, 18, 39, 43).