Rastreando la experiencia
Entre todas las narices de los filósofos destaca sin duda la de John Locke. En un rostro sin pómulos, seco y alargado, despunta un apéndice nasal estrecho y huesudo como un cabo rocoso en una playa rectilínea. A una tal nariz no le podían engañar las abstractas elucubraciones racionalistas, ni se le podía pasar por alto la importancia que tiene para la razón el buen uso de la experiencia. Locke expuso las ideas básicas del empirismo en su obra Ensayo sobre el entendimiento humano. En ella establece los dos principios que serán fundamentales para la nueva filosofía empirista. Primero: no hay ideas innatas, nuestra mente es un papelen blanco (white paper) que se va llenando gracias a la experiencia. Segundo: no existe la abstracción, el conocimiento sensible y el intelectual son dos formas diferentes de organizar el mismo material. En fin, se trata de ir rastreando la experiencia.
John Locke nació en Wrington en 1632. Estudió en Oxford y enseñó griego, retórica y filosofía moral. Ocupó cargos de relevancia en la vida pública inglesa y tuvo que exiliarse en Holanda por temor a las represalias que se dirigían contra el partido liberal (en la década de 1680). Vuelto a Inglaterra en 1689, se dedicó a escribir y publicó diversas obras, entre las que destacan: Ensayo sobre el entendimiento humano, Carta sobre la tolerancia (ambos de 1689) y Dos tratados sobre el Gobierno civil (en 1690). Murió en 1704.
A partir de los dos principios mencionados en la entrada, John Locke desarrolla su teoría del conocimiento. Hay dos tipos de ideas: las ideas simples, que proceden por sensación o por reflexión. En las ideas simples que se forman por sensación se pueden distinguir las cualidades primarias (extensión, figura, movimiento), que son objetivas; y las cualidades secundarias (color, olor, gusto…), que son subjetivas. Las ideas simples formadas por reflexión son ideas de lo que nos es interno (dolor, placer, amor…). Después están las ideas complejas, que surgen de combinar ideas simples (infinitud, sustancia…). Estas últimas son puros nombres de las que no podemos afirmar que tengan un correlato real. Así, Locke define la sustancia como un «no sé qué» que está tras mis impresiones, pero totalmente incognoscible.
Fíjese el lector en el libro que tiene en las manos. En este momento en su mente se están formando ideas simples por sensación. Irá percibiendo tanto cualidades primarias —el tamaño del libro, su forma— como secundarias —su color, su olor, la textura de sus páginas—. Pero también irán apareciendo en su interior ideas simples formadas por reflexión, como la sensación de… que le causa su lectura. Si más tarde, en una tertulia amistosa, hace algún comentario positivo o negativo sobre este libro, probablemente se acabe hablando de filosofía (idea compleja, muy compleja).
Lo que en el fondo quiere decir Locke es que somos un papel en blanco en el que debemos escribir lo que queremos ser, un bloque de cera que debemos moldear a nuestro gusto. La herramienta de que disponemos es la razón, con la que debemos descubrir cuáles son nuestras obligaciones como seres humanos.
La visión del orden social que tiene Locke contrasta con la de Thomas Hobbes. A diferencia de éste, para quien por naturaleza el «hombre es un lobo para el hombre» (homo homini lupus), Locke entiende el estado de naturaleza como un estado de paz, de igualdad y de libertad, en el que imperaba la ley natural. A pesar de esto, los derechos naturales del hombre se encontraban continuamente amenazados, razón por la cual los individuos, mediante un pacto, entregan al Gobierno el derecho de aplicar y hacer cumplir la ley natural, pero conservan para ellos los demás derechos, especialmente el derecho de propiedad. Según Locke, el Gobierno debe proteger los derechos individuales de los ciudadanos, para lo cual son necesarias la separación de poderes y la posibilidad de recurrir al sufragio para formar un nuevo Gobierno.
Locke también admite un estado de naturaleza, pero, a diferencia de Hobbes, es un estado de completa igualdad y libertad, sólo limitada por los preceptos de la ley natural. En este estado de naturaleza el poder del hombre sobre los demás se limita exclusivamente a la capacidad de imponer una pena al transgresor de la ley natural, ya que nadie está sometido a nadie, sino sólo a la ley de la naturaleza. Aunque lo pudiera parecer, esta situación no es idílica, pues las pasiones, el apetito de venganza y el interés propio de los hombres la hacen inestable. La falta de autoridad de unos sobre otros provoca un estado de guerra, que aunque no es permanente como creía Hobbes, obliga a los hombres a que decidan, mediante un pacto, a «ponerse todos de acuerdo para entrar a formar una sola comunidad y un solo cuerpo político».
El planteamiento de Locke es formalmente similar al de Hobbes, pero con desavenencias de contenido. Otra diferencia importante es que para Locke el individuo, en estado de naturaleza, posee una dimensión social: se trata de una sociabilidad que carece de los elementos propios de la sociedad política, pero que preexiste a la concreción política. Para pasar de ese estado de sociabilidad casi inconsciente a la sociedad civil es necesario un pacto fundamentado en el consentimiento, mediante el cual los contratantes convienen en formar una comunidad destinada a permitirles la vida cómoda, el disfrute tranquilo de sus bienes y la salvaguarda de sus vidas. Este pacto no supone la ruptura con el estado natural, sino que los derechos que poseía el hombre por naturaleza permanecen cuando se forma la sociedad; es más, es entonces cuando quedan realmente garantizados. Uno de esos derechos es el de propiedad. «Aunque él es libre —afirma Locke—, tienen lugar miedos y peligros constantes; por lo tanto, no sin razón está deseoso de unirse en sociedad con otros que ya están unidos o que tienen intención de estarlo con el fin de preservar sus vidas, sus libertades y sus posesiones, es decir, todo eso a lo que doy el nombre genérico de propiedad» (Segundo Tratado sobre el Gobierno civil).
La finalidad más importante del Gobierno civil será la protección de los bienes de los ciudadanos. Para ello, la sociedad actúa como un solo cuerpo, de tal manera que todos quedan sometidos a lo que resuelva la mayoría. El sometimiento a la mayoría supone la renuncia previa a los poderes que tenía cada individuo en el estado de naturaleza, en concreto, el de hacer lo que cree conveniente para su subsistencia y el de castigar los delitos contra la ley de la naturaleza. Como consecuencia de este sometimiento, el hombre pierde libertad natural, pero no toda la libertad. La libertad ahora consistirá en no estar sometido a otro poder más que al que se establece por consentimiento dentro del Estado, es decir, la libertad significará verse libre de un poder absoluto y arbitrario.
El poder legislativo del Gobierno civil debe someterse a la ley natural; esto quiere decir que no es un poder absolutamente arbitrario, que debe promulgar leyes fijas y estables (que no varíen caprichosamente), que no puede percibir impuestos sin el consentimiento de los ciudadanos y que no está capacitado para transferir la facultad de legislar. Esto queda garantizado porque los miembros de la sociedad participan en la elección de sus representantes.
Para meter las narices…
Lo que he dicho sobre la anatomía facial de Locke puede comprobarse en múltiples retratos que de él se conservan. Yo me he fijado especialmente en la Effigies Johannis Locke, que aparece en la portada de la cuarta edición de The Works of John Locke, editada en Londres en 1704. Todos los libros del autor inglés fueron legados por lord King, conde de Lovelace, último descendiente de la familia, a la Bodleian Library de Oxford en 1942.
Podríamos empezar por la Carta sobre la tolerancia (Tecnos, Madrid, 1994), donde Locke introduce el principio de laicidad: el Estado no debe intervenir en cuestiones religiosas a no ser que atenten contra el derecho de las personas. Continuaremos por el Segundo Tratado sobre el Gobierno civil (Alianza, Madrid, 1994), donde establece las bases del liberalismo político: el Estado debe dejar hacer a los ciudadanos. Los lectores más atrevidos pueden continuar con el Ensayo sobre el entendimiento humano (FCE, México, 1992).
Recuerdo que Locke decía: «Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias».