16. PICO DELLA MIRANDOLA

Nariz renacentista

Pico della Mirandola

No es que la nariz de Giovanni Pico della Mirandola, conde de la Concordia, fuera un modelo para los artistas del quattrocento italiano (un apéndice nasal tan aguileño tiene muy poco atractivo estético). No. No es por eso por lo que ocupa un lugar en estas páginas, sino porque representa todo un símbolo de lo que significó el Renacimiento para la cultura occidental. Pico es el prototipo de hombre renacentista. En una época de cambios profundos, en una época en la que la historia corría más deprisa que los hombres, en una época marcada por lo nuevo, hacía falta vivir deprisa. Pico vivió sus treinta y un años con apasionada intensidad, razón por la que su corta vida le deparó éxitos y fracasos, amores y desamores, momentos de euforia y de paz, calumnias y amistades, envidias y reconocimientos. Fue la factura que tuvo que pagar por ser un hombre de su tiempo.

En Pico della Mirandola (1463-1494) se entrecruzan la escolástica y la modernidad, la religión y la filosofía, la retórica y la ciencia, la nostalgia caballeresca y el honor nobiliario. Es un cupidus explorator, como se autodenomina, un amante de la verdad y un incansable defensor de la concordia de los distintos saberes. Pertenece a ese humanismo creador del siglo XV; no al humanismo de gabinete del XVI.

El romántico caballero renacentista vivió una aventura con la esposa de Giuliano de Mariotto, Margherita, a quien raptó en 1486 cuando volvía de París. Perseguidos por el esposo, los dos amantes se vieron obligados a poner fin a su idilio. El «rapto de Helena» no pudo rememorarse y el escándalo le hizo dedicarse por entero a la meditación y el estudio. Cosa que aprovechó para preparar 900 tesis filosófico-teológicas y convocar un gran «concilio filosófico» en Roma, al que invitó a todos los sabios del momento para debatirlas.

La corta vida de Pico gira en torno a este proyecto que jamás vio la luz. A los veinticuatro años estaba dispuesto a defender 400 conclusiones de diversos autores junto a 500 propias sobre todas las ramas del saber. El contenido de la Disputa pretendía ser una recopilación exhaustiva de todo aquello que se podía concluir sobre todos los conocimientos habidos hasta el momento. Aunque solamente fueron impugnadas 13 proposiciones, la «prudencia» del papa Inocencio VIII condenó el proyecto (1487) para evitar una confrontación quizá innecesaria.

El proyecto de la Disputa fue objeto de muchas críticas. Por una parte, había los que no aprobaban que se sometieran a debate público temas doctrinales: llevar «a la calle» los problemas de la filosofía, como pretendió el conde filósofo, fue tildado de vana erudición y ostentación impropia de un pensador. (Otra vez estamos con que es indigno para la filosofía abandonar el pedestal académico.) Por otra parte, los que consideraban la poca edad del joven conde como un impedimento para poder llegar a las profundidades del saber humano tal y como él pretendía. Como en todas las épocas, también en el Renacimiento permanece cierta desconfianza y recelo hacia la juventud. (Quizá Pico fue también prematuro en su tiempo.) Por último, estaban los que no podían admitir de ninguna manera que un solo hombre pudiera abarcar todas las cuestiones que él se proponía defender sin caer en (o subir a) la superficialidad. (Quizá no estaba asumida todavía la individualidad filosófica frente a la colegialidad escolástica.)

Pico respondió a todas estas objeciones, pero sin éxito. Su propuesta fue denegada.

Para presentar las 900 tesis que debían ser discutidas (pero que nunca se discutieron), Pico compuso una oración que lleva por título Sobre la dignidad del hombre. Esta obrita representa un hermoso canto a la libertad y a la dignidad humana, un «humanismo de la libertad» y, como tal, puede ser considerada como un «manifiesto del Renacimiento».

En ella encontramos un concepto «moderno» de libertad, pues la dignidad del hombre no hay que buscarla en lo que es (esencia), sino en la capacidad de hacerse, en la posibilidad que tiene el ser humano de llegar a ser lo que quiera. Más aún, para Pico, la dignidad tiene su causa en Dios, creador de un ser extraordinario, por «indefinido», capaz de devenir lo que él mismo se propone. El resto de la creación tiene marcado su destino, tiene una naturaleza fija, salvo el hombre. Su grandeza tiene origen en esta libertad, que le hace superior incluso a los propios ángeles, quienes no pueden cambiar la elección que hicieron cuando fueron creados.

La naturaleza maleable del hombre encierra un sinfín de posibilidades que él puede desarrollar gracias al don de la libertad. Puede llegar a ser tanto el más perfecto de los seres como descender hasta lo más ínfimo, porque el que está llamado a la perfección, también puede, desoyendo ese clamor divino —libremente, porque no se puede hacer de otra manera—, convertirse en el más indigno. Así, escribe Pico: «El Padre puso en el hombre, desde su nacimiento, semillas de toda clase y gérmenes de toda vida. Los que cada cual cultivare, crecerán y fructificarán en él. Si los vegetales, se hará planta; si los sensuales, se embrutecerá; si los racionales, se convertirá en un animal celeste; si los intelectuales, será ángel e hijo de Dios». Aunque capaz de todas las posibilidades, el hombre mirandoliano ha de aspirar a lo más alto, ya que la Divinidad lo ha hecho digno de ello.

En el verano de 1489, Pico publicó su obra filosóficamente más sistemática: el Heptaplus, donde mete su atrevida nariz en el Génesis, actualiza de forma muy personal la cosmología platónica y crea una original Cristología. El interés renacentista por recuperar lo antiguo se transforma en Pico en una atracción por el origen, en una «protología sapiencial», que busca la comprensión del mundo a partir de Dios.

La visión cosmológica mirandoliana es radicalmente neoplatónica. Mantiene el esquema circular: las criaturas surgen del Creador y a Él retornan. El primer estado es de unión con Dios, el segundo de salida, el tercero de vuelta y el último y definitivo de feliz reunión. Como los números que cuanto más se alejan de la unidad tanto más aumenta su multiplicidad, del mismo modo las criaturas cuanto más alejadas se encuentran del Creador tanto más imperfectas son. Este alejamiento se despliega en tres mundos: el mundo inteligible o angélico, como primera hipóstasis del Uno, el mundo celeste de los astros, y el mundo terrestre o sublunar de las cosas materiales. En este tercer plano vive el hombre, cuya extraordinaria realidad le hace formar un cuarto mundo. Estas tres escalas se ordenan de mayor a menor perfección. El cuarto mundo, el hombre, perteneciendo al más alejado, es el que hace retomar todo al Uno.

La idea clásica del hombre como microcosmos se convierte en el Renacimiento en un lugar común. Sin embargo, el sentido y profundidad que le otorga Pico al ligarlo a su concepto de libertad y al conjugarlo con su visión cosmológica no tiene parangón en su época. El hombre es un universo en pequeño, porque el universo es un hombre en grande: el cuarto mundo encierra los otros tres. Esta visión dinamista del universo, junto a un pan-psiquismo cósmico según el cual nada en el universo carece de vida, sitúa al intrépido conde en los orígenes mismos del pensar filosófico, en el centro mismo de la investigación presocrática.

El Renacimiento es época de contrastes y claroscuros. Frente al elogio de los espíritus rebeldes aparece la dureza de la Inquisición; frente a la visión del hombre autosuficiente, una profunda religiosidad; frente a la luz de la razón, las sombras de los saberes ocultos. El racionalismo naciente se ve contaminado de irracionalismos antiguos. Y es justamente en el Renacimiento cuando empiezan a proliferar los mistagogos y los magos, como Giovanni Mercurio de Corregio. Es como si la intensidad de la luz hubiese creado sombras todavía más foscas.

Pico, como prototipo de su época, no permaneció inmune a la seducción del «hermetismo», la magia y la astrología. En Padua fue iniciado en la Cabala por el averroísta Elia del Medigo. Después de su aventura con Margherita y con la intención de profundizar en la erudición hebrea entró, ya en Perugia, en relación con un judío que utilizaba el nombre de Flavio Mitrídates (Guillermo de Sicilia), quien lo introdujo en la lengua caldea y la sabiduría cabalística.

Pico diferenciaba dos tipos de magia. Por una parte, la del mago que se sirve de las fuerzas sobrenaturales y diabólicas e invoca poderes ocultos: la magia diabólica. Por otra, la magia como un concepto primitivo de ciencia, un saber precientífico que une al hombre con la naturaleza, una suerte de «consumada filosofía natural»: la magia natural. Pico acepta sólo esta última, como «la parte práctica de la ciencia natural». Los saberes mágicos, tal y como él los entiende, contribuyen a reafirmar al hombre como lazo y unión del universo.

Si al leer «nariz renacentista» alguien pensó en el resurgimiento del canon clásico de belleza facial, creo que con lo dicho habrá quedado desengañado.

Para meter las narices…

La Oración se puede encontrar en De la dignidad del hombre (Editora Nacional, Madrid, 1984) y en Humanismo y Renacimiento (Alianza, Madrid, 1986). En esta última obra, además de la Oración de Pico, encontramos textos de otros hombres del Renacimiento como: Lorenzo Valla, Marsilio Ficino, Angelo Poliziano, Pietro Pomponazzi, Baldassare Castiglione y Francesco Guicciardini.

La bibliografía sobre Pico en castellano es tan escasa que me veo obligado a remitir al lector que haya sido seducido por él a nuestro Pico della Mirandola (Ediciones del Orto, Madrid, 1996). En 90 páginas encontrará una breve exposición de su pensamiento y una selección de textos.