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A Antonia Kerrigan y a su equipo: Lola, Víctor, Hilde y Tonia. Sois los mejores.
A Manel Loureiro, escritor y amigo. A Manuel Soutiño, amigo y lector. He contraído tantas deudas de gratitud con ambos que necesitaré varias vidas para poder pagarlas. Sin vuestra inteligencia y vuestro sentido del humor yo no estaría escribiendo esta última página, ni el mundo sería un lugar habitable.
A Itzak Freskor, un hombre capaz de resurgir de sus cenizas.
A Manolo y Aurora, que nos acogieron en su casa durante nuestros retiros de escritura en los bosques de Oregón.
A Juan José Ginés y Alfredo Conde, dos buenos amigos que leyeron el manuscrito e hicieron valiosas correcciones.
A todo el equipo de Planeta: Marcela Serras, Puri Plaza, Ángeles Aguilera, Sergi Álvarez y el fenomenal grupo que ha ayudado a poner este libro en tus manos.
A Pablo Núñez, que me llenó el manuscrito de notas al margen.
A César y Amalia, que nos ayudan con lo más importante.
A Katuxa, porque es el centro de mi existencia; y a Andrea y Javi, que me empujan a golpes hacia la madurez personal.
Y a ti, lector, por haber convertido mis obras en un éxito en cuarenta países, gracias y un abrazo enorme. Un último favor: si has pasado un buen rato, escríbeme y cuéntamelo.
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