JOHN GALSWORTHY - SEMBLANZA DE UN PREMIO NOBEL
En una galería del British Museum existe una vitrina que llama la atención de todo aquel que por primera vez visita este inmenso emporio de la humana cultura. En dicha vitrina está expuesto a la curiosidad del público un ingente y maravilloso manuscrito; en realidad, el mayor que en su género conserva el célebre museo anglosajón.
—Este inmenso infolio que guarda entre sus páginas toda una época de la historia contemporánea de Inglaterra es el original ológrafo de The Forsyte Saga, de John Galsworthy —nos dirá cualquier oficioso conservador o encargado de sala—. En él se contiene el más fiel retrato de la alta burguesía de los últimos años de la reina Victoria y del período que precedió a la gran guerra del 14…
Esta explicación del funcionario despertará el interés por este escritor, así como el recuerdo del visitante, si éste tuvo ocasión, muy probable, de haber leído alguna de sus novelas o vio representar alguna de sus obras teatrales.
John Galsworthy nació el 14 de agosto de 1867 en Coombre (Surrey), de familia acomodada y netamente inglesa, oriunda del Devonshire. El recuerdo de los lejanos años de su infancia y la descripción de los mismos los podemos encontrar en sus Memorias[1]. Estudia en Harrow y en el New College de Oxford, graduándose de leyes en 1900. Durante sus años universitarios no podemos decir que revele la más ligera inclinación hacia las bellas letras; por el contrario, le domina una desmedida afición a los deportes. El fútbol, el tenis y la equitación tendrán en el joven Un gran «amateur».
He indicado en líneas más arriba que la familia de John Galsworthy era acomodada. Esto influirá incuestionablemente en el futuro próximo de nuestro joven graduado. Sin preocupaciones pecuniarias, no ejercerá la abogacía. Emprenderá largos viajes, recorriendo distintos países del globo: Rusia, Egipto, Estados Unidos, Canadá, Australia, África del Sur, Austria, Italia, Francia, España…, serán años más tarde recordados con más o menos prolijidad en su obra literaria.
Una tarde, durante uno de sus viajes, tiene ocasión de conocer en El Cabo a un oficial polaco, con el que trabará una sincera y perenne amistad. Éste, días después, leyó a su nuevo amigo una novela que estaba terminando y que produjo en el alma de Galsworthy el efecto de un deslumbramiento, haciéndole ver cuál sería la verdadera senda de su vida. Había descubierto su vocación. La novela se llamaba La locura de Almayer, y el oficial, Joseph Conrad…
En 1905, John Galsworthy se hace relativamente sedentario al contraer matrimonio con la encantadora Ada Cooper, recién divorciada de su primer marido Arthur. Su esposa será entonces quien se una a Conrad para animar a Galsworthy a que abandone el seudónimo con que ya había publicado algunas cosas y se dedique definitivamente a las letras. «Cerca de cinco años pasé —nos confesará el mismo escritor años más tarde— escribiendo meras fantasías, sin llegar a dominar incluso la más elemental técnica». Pues, por entonces, desconfía aún de su valor como literato y le cuesta trabajo abandonar su original seudónimo, John Sinjohn, con que publicó sus cuatro primeros libros, entre 1879 y 1901 (Jocelyn, From the Four Winds, Villa Ruben y A Man of Devon), que no consiguieron llamar particularmente la atención del público. Era el apogeo de la literatura victoriana y no es raro que pasasen entonces sin suscitar comentarios.
Ya con su verdadero nombre, aparece The Island Pharisees (La isla de los fariseos), y acto seguido inicia su admirable The Forsyte Saga que tanta celebridad le daría en todo el mundo, especialmente en el anglosajón, y que en realidad no terminará hasta 1929 con The Swan Song (El canto del cisne). Ciclo del que hablaremos más adelante, después de este esquema biográfico. En el año 1906 se dio a conocer como dramaturgo en el Court Theatre, con The Silver Box (La caja de plata), que fué objeto de las más vivas discusiones por parte de sus contemporáneos.
El viajero incansable que hay en el fondo del alma de Galsworthy resurge nuevamente con el éxito del novelista. Sus conferencias son escuchadas con gran atención en todas partes; Oxford, Cambridge, San Andrews, Dublín y Princeton rivalizan en emolumentos al insigne conferenciante, que en 1931 fué nombrado Honorary Fellow.
Durante muchos años presidirá el P. E. N. Club. En 1929, el rey Jorge V le condecora con la Orden del Mérito, una de las más preciadas distinciones británica. En 1932, la Svenka Akademien de Literatura juzgó a John Galsworthy, «por su extraordinaria potencia descriptiva, que alcanza su máxima expresión en The Forsyte Saga», merecedor del codiciado galardón, que representa en las letras Universales el Nobel Pris i Litteratur, y que en 1895 instituyó con su memorable testamento Alfredo B. Nobel.
Muchas novelas y obras escénicas de John Galsworthy han sido traducidas a la mayoría de los idiomas europeos, así como al japonés, persa y árabe. Multitud de ellas han sido también llevadas a la pantalla. Últimamente (1949) mereció los honores de ser trasladado al séptimo arte el libro primero de The Forsyte Saga, por la prestigiosa Empresa cinematográfica Metro Goldwyn Mayer. Dirigida con singular pericia por el conocido director cinematográfico Compton Bennet, ha tenido este reciente «film», entre otros dignos intérpretes, a Errol Flynn, Greer Garson, Walter Pidgeon, Robert Young y Janet Leight, alcanzando un merecido triunfo en todos los países en que se ha presentado.
John Galsworthy residió en Grove Lodge, al septentrión de Londres, desde 1919. En sus últimos años sufría una anemia perniciosa, enfermedad que el 31 de enero de 1933 alcanza su culminación fatal. Incinerado, según su última voluntad, sus cenizas fueron dispersadas, en alas del tibio viento del Hampstead, a los cuatro puntos cardinales.
De profunda sensibilidad y agudo sentido crítico, se puede considerar a Galsworthy como uno de los más grandes novelistas de todos los tiempos. Sus obras, dignas de admiración por todos los conceptos, tendrán siempre un público incondicional e inteligente. Ningún otro escritor ha conocido como él la vida y costumbres de la alta burguesía inglesa. Su obra luminosa, de gran belleza evocativa, está a menudo llena de remembranzas familiares y autobiográficas.
Su posición ética como novelista se presta a innumerables controversias y discusiones. Diremos que a grandes rasgos nos plantea las falsedades y abusos de la vida diaria, queriendo guiar, y servir de orientación a la humanidad hacia el bien[2].
Por todo esto, podemos creer casi sin ningún género de dudas que la formación espiritual de John Galsworthy se ha verificado a la sombra de las tendencias humanitarias o filantrópicas y vagamente socialistas que surgen en la literatura inglesa a finales del pasado siglo. De tales tendencias, que desembocan muy pronto en la fundación de la Fabian Society, surge toda la brillante sátira de George Bernard Shaw, aprovechando Galsworthy el momento contemporáneo para estudiar con sus obras los defectos de la justicia humana, el rigor de los convencionalismos y, ¿por qué no?, sus conveniencias sociales y las barreras que se alzan infranqueables entre las distintas clases. Así surge Forsyte, arquetipo de la sociedad inglesa de su tiempo…
En realidad poseemos como precedentes singulares a Ch. Reade, Ch. Kingsley, W. Besant, R. Whitney y otros, si tomamos en cuenta que sobre todos ellos y su indudable tono romántico-realista de transición, se elevará Galsworthy, que acierta a conseguir un hasta entonces desconocido tono realista, pleno de verismo y armonía, al que no llegaron o no supieron llegar los reconocidos excesos de los ochocentistas.
Forsyte, ente humano «standard» nacido del espíritu observador y crítico de John Galsworthy, hombre en el que vemos reunidos los defectos y virtudes de todo buen inglés, es el reflejo, el arquetipo de toda una sociedad, y como tal ha pasado a la Historia de la Sociedad desde el mundo nunca demasiado conocido de la Literatura. Forsyte tiene sus hábitos como un cualquiera, y como tal sufre, ama, tiene y no tiene corazón. Como tal sentirá arrebatos de pasión, de ternura, de odio. También el más frío cálculo, la más cruel incomprensión no serán ajenos a él. Concederá a veces más valor al corazón que a la inteligencia, y viceversa. El afán de lucro, de beneficio, lo antepondrá al amor. Pero también el ansia de amar, de ser amado, podrá más que el materialismo de una vida vacua de sensibilidad o plena de renunciación.
La historia de Forsyte es, por tanto, la de una esfera, la de una clase social, que, pese a lo que opinan algunos críticos, no constituye en realidad la alta burguesía victoriana, con sus ideales, sus afanes, sus preocupaciones, que conocimos a través de la obras de Henry James a George Meredith. Aun cuando en varias creaciones Galsworthy quiere referirse a una sociedad victoriana, el novelista moderniza un tanto esa sociedad y la transforma en eduardiana. En realidad son dos épocas, dos sociedades que no discrepan ni difieren demasiado. Algún erudito y más de un observador han dicho que la sociedad eduardiana es un prístino recuerdo de la victoriana, ya que posee sus mismas perfecciones y defectos. Sin embargo, ambas están despersonalizadas, desplazadas un tanto del ambiente. Y por un fenómeno de perspectivismo es por lo que aún puede decirse que existen en Inglaterra hombres y mujeres Forsyte, que pertenecen a una sociedad intemporal, a una época aparte, que añora con todas sus fuerzas, todo su corazón, toda su inteligencia, toda su razón…
Parecerá un tanto extraño que emplee las palabras «razón e inteligencia» como explicación de este tan extraño proceso. Galsworthy no es un racionalista. Sin embargo, existe un proceso en The Forsyte Saga, cuyos motivos se buscarán en la razón. Ese proceso se presenta como la lucha de la Belleza contra la Idea de Propiedad o Posesión. Irene es la Belleza, y su marido, Soames Forsyte, significa el dominio impuesto por la fuerza de los derechos conyugales. Y aquí se plantea lo extraordinario del Galsworthy: el escritor desea tomar partido, particular con su propio corazón y sentimientos en la acción. Su inteligencia le induce a satirizar con voluntad firme a los Forsyte; sin embargo, una intuición más profunda cuyas razones recónditas son de difícil explicación, le llevan a simpatizar con Soames. Ello hace pensar en matices autobiográficos, ya que recuerdan vagamente las circunstancias de su enlace con Ada Cooper. Por otra parte, esta instintiva simpatía por Soames parece ser hija del eclecticismo del escritor ante el problema planteado. Esto no lo encontramos en sus novelas más recientes, conocidas bajo el nombre genérico de DINNY’S TRILOGY, Maid in Waiting, Flowering Wildkness y Over the River, en las que encontraremos alguno que otro Forsyte, el escritor y sus personajes compartirán casi los mismos sentimientos. Este oscurecimiento de su propia visión defraudará a los lectores jóvenes, aun cuando no por ello dejarán de admirar el talento del autor.
The Forsyte Saga es continuada inteligentemente por una segunda trilogía, A Modern Comedy, en la que no decae el interés. Esta segunda trilogía, que publicaremos en breve por primera vez, en edición completa española, bajo el título genérico de Otra vez los Forsyte, es asimismo magnífica en todos sus aspectos. Hemos preferido que la prologase el traductor de La Dinastía de los Forsyte, cuyo profundo y natural conocimiento de la familia Forsyte le obliga a hacerlo inexcusablemente, para satisfacción del público. Y en verdad que el estudio que hace Joaquín Rodríguez de Castro de los Forsyte es insuperable. En él verá el lector de La Dinastía el análisis de la postura forsyteana «ante el amor, ante la belleza, ante la muerte, ante lo nacional, ante muchas cosas…». En esta segunda obra nos hace ver la transformación de costumbres originada por la primera guerra mundial y el fenómeno de la sutil disgregación que se produce en el espíritu puritano de los primeros años después del armisticio. Supremo acierto el suyo al captar tal fenómeno; la fuerza se acentúa, asimilando su estilo al gusto contemporáneo, que pretende encontrar escritores más acres y prevenidos, cual Katherine Mansfield, Virginia Wolf, Aldous Huxley, James Joyce, D. H. Lawrence y otros en la interpretación literaria de esta época tan llena de fermentos.
Galsworthy ha sido equiparado en ocasiones a Trollope, al que yo personalmente creo que supera. Sin embargo, hay que reconocer que poseyó un don similar al de éste: saber dar vida a una esfera social, con todos sus vicios y todas sus virtudes, y diferenciarse de éste por su pretensión, a través de lo descriptivo, de querer clasificar los valores de su época, así como las costumbres, por la adopción de una simple fórmula.
Asimismo ha sido parangonado, por su talento artístico, con su coetáneo Arnold Bennet, el célebre autor de la Trilogía de Clay Langer (1910). Pese a que en ocasiones está muy por encima de él, cabe hacer también una profunda distinción: Bennet no envía, por así decirlo, ningún mensaje humanitario, cosa que efectúa Galsworthy en cualquier momento en que su arte narrativo se preste a ello. Ni en Galsworthy se dará en momento alguno la decadencia, que caracterizó los últimos años de Bennet, merced a la seriedad de su propio empeño moral, a la honestidad de su intento.
No existe en la literatura del siglo ningún autor ni obra que por su profundidad lírica, junto con su intención ética, pueda compararse con The Forsyte Saga, de John Galsworthy. Sólo podríamos mencionar en nuestra época a un autor, un novelista, digno émulo, y con muy determinadas y directas diferenciaciones: el español Pérez Galdós, que acertara con su pluma a dar vida a infinidad de personajes. Y multitud de personajes principales discurren en la historia de los Forsyte, más de medio centenar, si la memoria no me es infiel. Galdós retrata la evolución de una época desbordante; Galsworthy retrata solamente una familia; una familia cualquiera de la alta burguesía inglesa.
Recientemente el escritor español Ignacio Agustí, con sus obras Mariona Rebull y El viudo Rius, recuerda el espíritu forsyteano de una época que se fué, ante el impulso vibrante y renovador de una generación, hoy también antañona: la generación del noventa y ocho.
The Forsyte Saga es la Comedia Humana de la sociedad anglosajona de fin y principios de siglo. Sin llegar esta obra a la crítica demoledora de una esfera, como lo hicieron otros a través de la novela y el teatro. Pues al igual que Balzac, aunque con más profundidad poética, ha sabido captar sutilmente a sus contemporáneos. Se podría decir del escritor inglés lo que Víctor Hugo dice de su genial compatriota: «… Coge a brazo partido a la sociedad moderna; arranca a todos alguna cosa: a unos, la ilusión; a otros, la esperanza; a éstos, un grito; a aquéllos, la máscara; escudriña el vicio y diseca la pasión; sondea profundamente al hombre; el alma, el corazón, las entrañas, el cerebro, en fin, el abismo que cada uno lleva en sí mismo». Sin embargo, Galsworthy será un artista, ponderador de fuerzas y modelador, que ata y desata. Por el contrario, Balzac es el saber intuitivo, inmenso, incomparable, como diría Zweig, y entre ambos existe un abismo; son dos mundos frente a frente, pero no por eso llenos de armonía y trascendencia. Dos mundos en medio de los cuales podríamos poner a otro novelista contemporáneo, cual hito supremo entre ambas posiciones: Roger Martin du Gard, con su novela Les Thibault, que suministra al porvenir el testimonio de las costumbres familiares, de las creencias religiosas, de la moral, de la política y el idealismo de toda una época del mundo fáustico, como diría Spengler. Las tres obras constituyen un genial y grandioso monumento de nuestra época, en el que sobresalen sin estridencia alguna la profunda verdad que alienta cada protagonista dotado de estela personal y decisiva.
No podemos dejar de mencionar, siquiera sea someramente, la obra teatral de John Galsworthy. Más conocida en Inglaterra que en el continente, han dejado indeleble recuerdo sus comedias Justice (1910), Fraternity (1909), The Eldest Son (1912), The Pidgeon (1912), The Little Dream, The Silver Box, etc., etc. El teatro social de Galsworthy hace pensar demasiado. Es lástima que el público español no lo conozca ni aun por representaciones de teatro de cámara. Recientemente, mi buen amigo Alfonso Sastre; fundador del T. A. S. (Teatro de Agitación Social), quiso representar el drama galsworthiano Huelga, representación que no se ha llevado a efecto por causas y motivos que no quiero, debo, ni puedo sacar a colación en un estudio desapasionado como éste. Se ha dicho acaso con demasiada ligereza que Galsworthy como dramaturgo es desigual: unas veces, demasiado estridente al exponernos una cuestión social; otras, diferencia demasiado a sus personajes; también, que introduce el asunto por los ojos con poderoso énfasis, y en las piezas bien construidas la carpintería literaria queda ocasionalmente al descubierto.
Quizá todo ello se debe a que el sentimiento de piedad se presenta en su producción teatral dominado por la razón, por el intelecto. Y ello sin ninguna pincelada exagerada o excesivamente desacorde con la estructura general.
Todo esto ha hecho que se le compare felizmente con Granville-Borquer y Vedrenne, que explotan las cuestiones sociales contemporáneas con un realismo audaz, osado y firme. Personalmente encuentro en la obra teatral de Galsworthy un retorno a la de lbsen, juvenil y satírica, y creo acertar al decir que el tejido galsworthiano ha sido influenciado en las comedias de exordio de Shaw. La necesidad de la construcción dramática, la novedad de un claro y rápido encadenamiento de las partes, hacen un efecto favorable sobre el talento de Galsworthy, que ya en su obra narrativa ha usado de introducciones y prólogos en defensa subconsciente ante el público. Cotejando a Galsworthy con Shaw, encontramos en el primero una idea decisiva y convincente del dolor, similar a la de su compatriota, aun cuando hemos de reconocer carece del gallardo sabor intelectual con que Shaw compensa la poca profundidad poética de su obra. En este aspecto sobresale con creces Galsworthy.
Creo que estas ligeras ideas sobre John Galsworthy habrán sabido orientar al lector que pretenda conocer su obra narrativa y teatral. Si con ellas puedo estimar en su neto valor la trascendencia de Galsworthy en la Literatura Universal, me daré por satisfecho. La inteligencia del traductor, señor Rodríguez de Castro, ha permitido que podamos poner en manos del público una impecable y valiosa versión de la mejor obra de este gran escritor, que tiene el doble aliciente de ser por primera vez vertida en nuestro idioma y estar avalorada por bellas fotografías del reciente «film», al que hemos hecho referencia anteriormente.
José Manuel Gómez-Tabanera.
Madrid, agosto 1950.