Cuando Soames se hubo marchado, Jon y su madre se quedaron frente a frente, en silencio, hasta que él dijo:
—Debiera haber salido a despedirle.
Pero Soames iba ya por la calzada y Jon se volvió al estudio de su padre, no confiando en sí mismo de no estar a solas.
La expresión de la cara de su madre frente al hombre que había sido su marido le reafirmó en una resolución que tenía casi tomada desde la noche anterior. Había sido el último toque de realidad. Casarse con Fleur habría significado dar una bofetada a su madre y traicionar a su padre muerto, Y aquello no estaba bien. Además comprendía que no era él quien más sufría sacrificándose. Era peor para Fleur e incluso para su madre. A pesar de sus pocos años, tenía un sentido de la proporción que le hacía ver las cosas en sus dimensiones justas. Era más duro ser rechazado que rechazar, y aún más ser la causa de ello… No tenía, pues, que mostrar sentimiento de reproche ni de queja. Mientras estaba contemplando la puesta del sol, le volvió a la mente una visión del mundo que tuvo la noche antes: mares y países, millones y millones de seres humanos, todos con su vida, sus energías, sus alegrías, sus dolores, y sufriendo… Todos con cosas que abandonar y luchando aislados por la existencia. Aunque él fuera capaz de darlo todo por conseguir lo que había rechazado, sería ridículo pensar que su sufrimiento tenía trascendencia en tan vasto y complejo mundo. Pensó en los seres que no tenían nada, en los millones de hombres que habían dado su vida en la guerra, en los millones que la guerra había dejado con vida, pero con poco o nada más; en los niños hambrientos, en las personas desplazadas, en los prisioneros, en tanto infortunio… Y aquello no le servía de nada. Si uno no puede comer, ¿qué saca de saber que tampoco pueden comer otros? Le atraía y le consolaba más pensar en lanzarse a aquel ancho mundo del que todavía no conocía nada. No podía seguir allí, amparado y protegido, con toda comodidad y no teniendo nada que hacer, como no fuera pensar en lo que pudo haber sucedido. No podía regresar a Wansdon, pues estaban allí los recuerdos de Fleur. Y si volvía a verla, no respondía de nada, y de quedarse allí o cerca de allí, lo más fácil sería que se la encontrara en cualquier momento. Siempre podría suceder, mientras uno estuviese al alcance del otro. Marchar lejos y pronto era la única cosa razonable. Pero aunque quería mucho a su madre, no quería marchar con ella. Pensando después que aquello era brutal, decidió proponerle que se fueran inmediatamente a Italia. Durante dos horas trató de serenarse. Después se vistió solemnemente para cenar.
Su madre había hecho lo mismo. Comieron poco, despacio, y hablaron del catálogo de obras de su padre. La exposición estaba dispuesta para octubre y, aparte de meros detalles, no había ya nada que hacer.
Cuando terminaron de cenar, se puso ella una capa, y salieron. Anduvieron un poco, cambiaron algunas palabras, y de repente se encontraron bajo el roble. Llevado del pensamiento «cuanto antes, mejor», Jon pasó el brazo por el de Irene y le dijo:
—Madre, vámonos a Italia.
Ella le apretó el brazo y contestó:
—Es una buena idea; pero me parece que debieras ir solo y ver más cosas de las que verías de ir conmigo.
—Pero no te vas a quedar sola.
—Ya he estado sola una vez, más de doce años. Además, me gustaría estar aquí para la apertura de la exposición de tu padre.
Jon aumentó la presión de sus brazos. No se había engañado.
—Esto es demasiado grande para que estés sola aquí.
—Pues en Londres. Y podría ir a París, después de abrir la exposición. Tú tienes que dedicarte, por lo menos, un año a ver el mundo, Jon.
—Sí, me gustaría ver mundo y moverme por ahí. Pero no quiero dejarte sola.
—Hijo mío, eso es lo menos que te debo. Es para tu bien y también para el mío. Podrías ir mañana. Tienes el pasaporte listo, ¿verdad?
—Sí. Y si me tengo que ir, es mejor que lo haga cuanto antes. Y una cosa, madre: si…, si quisiera quedarme en algún sitio, en América o en otra parte, ¿vendrías en seguida?
—A donde sea y cuando quiera que me llames. Pero no me llames hasta que verdaderamente me necesites.
Jon lanzó un profundo suspiro.
—Encuentro Inglaterra sofocante.
Estuvieron unos instantes más bajo el árbol, mirando hacia donde por la tarde se veía Epsom. Las ramas les quitaban la luz de la luna; pero ésta iluminaba todo el terreno a su alrededor y la casa que pronto dejarían.