IV

Jolly estaba mortalmente cansado de tanto soñar. Y había quedado demasiado débil ya para seguir soñando y delirando. Yacía inmóvil, recordando cosas lejanas, sin poder hacer otro esfuerzo que el de girar los ojos y mirar por la ventana que estaba junto a su cama, al hilillo de río que discurría entre arena y a los árboles lejanos del Karoo, mucho más allá. Ya sabía lo que era el Karoo, si bien no había visto un solo bóer rodar como conejo herido, ni había oído el silbar de las balas. La peste se había apoderado de él antes que hubiera podido oler la pólvora. Tuvo un día sediento, y un beber ansioso después; o quizá fuera alguna fruta contaminada. ¿Quién sabe? Por lo menos, él no lo sabía. Sólo sabía que había muchos que padecían como él, que sufría con delirios fantásticos, que no podía hacer otra cosa que mirar aquel hilillo de río y recordar débilmente aquellas cosas que estaban tan lejos, tan lejos…

El sol se ocultaba ya tras el horizonte. Pronto vendría el fresco de la noche. Le hubiera gustado saber la hora, tocar su viejo reloj, tan suave del uso; oír su campanita repetir la hora. Hubiera sido una sensación de compañía, de hogar. Ni siquiera tuvo fuerza para recordar que había dado cuerda a su reloj por última vez el día que le llevaron allí y le metieron en cama. Su pulso vital era tan débil que las caras que se aproximaban y se alejaban —enfermera, médico, ordenanzas— eran una sola cara para él, un solo rostro indiferenciado; y las palabras que oía decir refiriéndose a él decían la misma cosa y casi nada. Algunas de las cosas que hizo antes las tenía más presentes que las que constituían en aquellos momentos su vivir. Aquel día que envolvió unos zapatos en la Westminster Gazeite…, papel verdoso, zapatos brillantes… El abuelo que venía de algún sitio lejano…, el olor de tierra…, las setas del jardín… ¡Robin Hill!… El entierro del pobre Baltasar entre hojas secas… ¡Papá!… Su casa…

La percepción le vino un instante, y se dio cuenta de que el río estaba casi seco. También notó que alguien estaba hablando. ¿Quería algo? No. ¿Qué iba a querer? Estaba muy débil para querer nada… Sólo quisiera oír la campanita de su reloj…

¡Holly! No haría bien en… ¡Oh! ¡Levántalos bien! ¡Adelante el dos! Él era el dos… Y volvió a sentirse consciente de algo propio del instante: el crepúsculo, morado, se estaba extendiendo afuera por todas partes, y una luna rojiza se elevaba en el cielo. Sus ojos la miraron fascinado, y en largos minutos de no sentir nada, la seguía, la seguía…

—Se muere, doctor.

No tenía que empaquetar más zapatos. ¡Adelante el dos! ¡No llores! Despacio…, despacio… hacia la otra orilla, duérmete… ¡Qué oscuridad! Si alguien… hiciera sonar… la campanita… de su… reloj…