Bien, ésta es la historia.
La historia del hombre que conocí en St. Loo, Cornualles, y a quien vi por última vez en la habitación de un hotel de Zagrade.
El hombre que ahora se moría en un dormitorio de París.
—Escuche, Norreys —Su voz era débil, pero clara—. Tiene que saber lo que de verdad ocurrió en Zagrade. No se lo dije entonces. Creo que no me había dado cuenta aún de su significado —Hizo una pausa para tomar aliento—. ¿Sabe que ella, Isabella, tenía miedo de morir? ¿Más miedo que nada, ni nadie en el mundo?
Afirmé con la cabeza. Sí, lo sabía. Recuerdo el ciego terror de sus ojos cuando vio un pájaro muerto en la terraza de St. Loo. Y recuerdo cómo había esquivado un coche en Zagrade y la angustia de su cara.
—Pues escuche, escuche, Norreys. El estudiante vino a por mí con el revólver. Solo estaba a unos pies de distancia. No podía fallar. Y yo estaba aprisionado tras la mesa. No podía moverme. Isabella vio lo que iba a ocurrir. Se puso delante de mí cuando el estudiante apretó el gatillo…
La voz de John Gabriel subió de tono. Preguntó enloquecido:
—¿Comprende, Norreys? Sabía lo que estaba haciendo. Sabía que aquello significaba la muerte para ella. Eligió la muerte para salvarme.
Su voz se llenó de calor. Continuó:
—No lo comprendí hasta aquel momento. Incluso entonces no me di cuenta de lo que significaba… Hasta que me puse a pensar en ello. Nunca llegué a saber, ya lo ve, que ella me amaba… Creía, estaba convencido de que la atraía sexualmente… Pero Isabella me amaba. Me amaba tanto que dio su vida por mí. A pesar de su horror a la muerte…
Mi mente retrocedió. Me vi en el café de Zagrade. Vi al joven estudiante, fanático e histérico, vi la alarma de Isabella, dándose cuenta de lo que sucedía, su pánico, su horror. Y luego, su repentina elección. La vi echándose hacia delante y tapando a John Gabriel con su cuerpo…
—Y eso fue el fin —dije.
Pero Gabriel se incorporó sobre la almohada. Sus ojos, aquellos ojos que siempre habían sido hermosos, se abrieron desmesuradamente. Su voz sonó tenue y clara. Era una voz triunfante:
—¡Oh, no! —dijo—. ¡Ahí es donde está equivocado! No fue el final… Fue el comienzo.