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De un éxito periodístico efímero y un primer ministro que de pronto accedió a reunirse.

Por calamitosa que pudiera ser la situación, pasada una semana Holger 2 comprendió que de nada servía quedarse en la cama. Nombeko y Gertrud necesitaban ayuda en la recolección. También en este caso, Holger 1 y Celestine resultaron de cierta utilidad y, por tanto, desde un punto de vista económico-empresarial, no convenía estrangularlos.

La vida en Sjölida retomó su curso, incluidas las cenas comunes. Pero el ambiente en torno a la mesa era tenso, por mucho que Nombeko se esforzara por distenderlo ofreciéndoles sus informes de lo sucedido en el mundo en general. Una noche les contó que el príncipe Enrique de Gales había asistido a una fiesta disfrazado de nazi (lo que provocó un escándalo casi tan sonado como el que causaría más tarde saliendo de juerga en cueros).

—Pero ¿es que aún no comprendéis cómo están las cosas en la monarquía? —dijo Holger 1, escandalizado a propósito del disfraz.

—Ya. Los nazis elegidos democráticamente en Sudáfrica al menos tenían el buen gusto de dejarse el uniforme en casa —comentó Nombeko.

Holger 2 no abrió la boca. Ni siquiera mandó a su hermano a la mierda.

* * *

Nombeko comprendió que necesitaban un cambio. Sobre todo, necesitaban una idea nueva. Y lo primero que se les presentó fue un interesado en comprar la empresa agrícola.

Condesa Virtanen, S.A., poseía doscientas hectáreas de patatal, disponía de maquinaria moderna, gozaba de un buen volumen de negocio y una elevada rentabilidad, y casi no tenía deudas. Al mayor productor de patatas del centro de Suecia no se le había escapado este aspecto, hizo números y les ofreció sesenta millones de coronas por todo.

Nombeko intuía que la burbuja patatera estaba tocando a su fin. La famosilla que había seguido la dieta de la patata había engordado y, según la agencia de prensa ITAR-TASS, ese año la cosecha de patatas en Rusia estaba yendo muy bien. Aparte de que el patatal de Gertrud no podía constituir su objetivo vital, tal vez había llegado la hora de hacer negocios. Nombeko le planteó el asunto a la propietaria oficial de la empresa, que declaró que no le importaría reciclarse. Las patatas habían empezado a atragantársele.

—¿Y esa cosa que los jóvenes llaman espaguetis? —quiso saber.

Sí, asintió Nombeko. Existían desde hacía tiempo, más o menos desde el siglo XII, pero no eran tan fáciles de cultivar. Nombeko creía que debían cambiar de ramo, hacer otra cosa.

Y de pronto se le ocurrió qué.

—¿Qué le parecería, querida Gertrud, si fundáramos una revista?

—¿Una revista? ¡Estupendo! ¿Y qué publicaremos?

La reputación de Holger Qvist estaba por los suelos, teniendo en cuenta que había sido expulsado de la Universidad de Estocolmo. No obstante, poseía amplios conocimientos, tanto en economía como en ciencias políticas. Y Nombeko tampoco se consideraba irremediablemente zoqueta. Los dos trabajarían en la sombra.

Nombeko le presentó sus razonamientos a Holger 2, y él estuvo de acuerdo. Sin embargo, ¿en qué tapadera había pensado ella? ¿Y qué propósito tenía todo aquello?

—El propósito, mi querido Holger, es deshacernos de la bomba.

El primer número de la revista Política Sueca salió en abril de 2007. La sediciosa publicación se distribuyó gratuitamente a quince mil potentados del país. Sesenta y cuatro páginas bien llenas, sin un solo anuncio. Una publicación difícil de rentabilizar, pero ésa tampoco era la intención.

Tanto el Svenska Dagbladet como el Dagens Nyheter se hicieron eco del proyecto. Por lo visto, la revista estaba dirigida por una antigua productora de patatas excéntrica, la octogenaria Gertrud Virtanen. La señora Virtanen no ofrecía entrevistas, pero en su columna de la página 2 exponía el principio que regiría la revista y el motivo de que ningún artículo fuera firmado: cada texto debía ser juzgado únicamente por su contenido. Aparte de la excéntrica figura de la señora Virtanen, lo más interesante de la revista era justamente que… resultaba interesante. El primer número recibió elogios en los editoriales de varios periódicos suecos. Entre los artículos destacados en ese primer número había un análisis en profundidad de la evolución de los Demócratas de Suecia, que en las elecciones de 2006 habían pasado de un 1,5 por ciento de los votos al doble. El análisis, muy bien documentado, situaba el movimiento en su contexto internacional, mostrando sus vínculos con los neonazis y con corrientes fascistoides sudafricanas. La tesis era quizá demasiado sensacionalista: costaba creer que un partido cuyos militantes hacían el saludo fascista a su líder fuera capaz de pulir las formas hasta el punto de entrar en el Parlamento.

En otro artículo se describían en detalle las consecuencias humanas, políticas y financieras de un posible accidente nuclear en Suecia. Las cifras daban que pensar. Por ejemplo, en caso de que hubiera que volver a erigir la ciudad de Oskarhamn a cincuenta y ocho kilómetros al norte de su actual ubicación, se crearían treinta y dos mil empleos durante veinticinco años.

Además de los artículos que casi se escribían solos, Nombeko y Holger 2 redactaron varios destinados a poner de buen humor al nuevo primer ministro conservador. Por ejemplo, una retrospectiva de la historia de la Unión Europea con motivo del cincuenta aniversario de la firma de los Tratados de Roma, evento que había presenciado el susodicho primer ministro, aunque por pura casualidad. Y también un análisis en profundidad de la crisis del Partido Socialdemócrata, que acababa de obtener sus peores resultados electorales desde 1914 y contaba ahora con una nueva dirigente: Mona Sahlin. La conclusión era que o bien Sahlin se aliaba con los verdes y se distanciaba de la izquierda, y perdía así las siguientes elecciones, o bien incluía a los antiguos comunistas y consolidaba una alianza tripartita, y las perdía igualmente (de hecho, intentó ambas cosas, lo que la llevó a perder también su cargo).

La revista tenía su sede en un local en la ciudad de Kista, a las afueras de Estocolmo. A petición de Holger 2, tanto Holger 1 como Celestine tenían prohibida cualquier injerencia en la línea editorial. Además, Holger 2 había dibujado en el suelo un círculo con tiza de un radio de dos metros alrededor de su escritorio y prohibido a su gemelo que lo cruzara, salvo para vaciar la papelera. En realidad, hubiera deseado que su hermano no pusiera el pie en la redacción, pero Gertrud exigió que su querida Celestine participara en el proyecto, y, por otro lado, había que mantener entretenidos a aquellas calamidades, ahora que ya no había patatas que recolectar.

La anciana, que era quien lo financiaba todo formalmente, disponía de despacho propio en la redacción, donde solía sentarse a admirar el letrero de su puerta, que rezaba EDITORA JEFE. Eso era más o menos todo lo que hacía.

Después de sacar el primer número, Nombeko y Holger 2 proyectaron el segundo para mayo de 2007 y el tercero para después de las vacaciones de verano. A partir de ese momento, el primer ministro estaría receptivo. Política Sueca solicitaría una entrevista con él, que sin duda aceptaría. Tarde o temprano lo lograrían, siempre y cuando siguieran andándose con cuidado.

Y por una vez las cosas salieron mejor de lo esperado. Durante una rueda de prensa que versaba sobre su inminente visita a Washington y la Casa Blanca, al primer ministro le habían preguntado su opinión sobre la nueva revista Política Sueca. Y él había contestado que la había leído con sumo interés, que a grandes rasgos estaba de acuerdo con su análisis de Europa y que aguardaba con expectación el siguiente número.

Así las cosas, Nombeko sugirió que se pusieran en contacto con las oficinas del gobierno sin demora. ¿Por qué esperar? ¿Qué podían perder?

Holger 2 contestó que su hermano y su novia poseían una prodigiosa capacidad para fastidiarlo todo, y que le resultaba difícil albergar esperanzas sobre nada mientras no estuvieran encerrados en algún sitio. Pero bueno, sí, ¿qué podían perder?

Así pues, telefoneó por enésima vez a la secretaria de entonces del primer ministro, y en esta ocasión ¡lo logró a la primera!: la ayudante dijo que lo consultaría con el jefe de prensa, el cual al día siguiente devolvió la llamada para anunciarles que el primer ministro los recibiría a las diez en punto del 27 de mayo para una entrevista de cuarenta y cinco minutos.

De este modo, la entrevista tendría lugar cinco días después de publicado el segundo número. Y a partir de entonces no haría falta sacar ningún número más.

—¿O quieres seguir? —preguntó Nombeko—. Nunca te había visto tan feliz.

No, el número 1 había costado cuatro millones y el segundo no tenía visos de resultar más barato. El dinero de las patatas era necesario para el futuro que, siendo optimistas, estaban a punto de concretar. Una vida en la que ambos existieran, con documentos de identidad, etcétera.

Holger 2 y Nombeko eran conscientes de que quedaba mucho camino que recorrer, aunque ya hubieran conseguido despertar el interés de la persona que dirigía el país en el que el destino había colocado inopinadamente una bomba atómica. Por ejemplo, era poco probable que el primer ministro diera saltos de alegría con la noticia. Y tampoco estaba claro que fuera a mostrarse comprensivo ante un hecho consumado. O que apreciara siquiera los esfuerzos de Holger 2 y Nombeko por mantener la discreción durante veinte años.

Pero tenían una oportunidad, y si se quedaban de brazos cruzados se les escaparía.

El segundo número se centró en aspectos de política internacional. Entre otros, un análisis de la situación política norteamericana con motivo de la reunión del primer ministro sueco con George W. Bush en la Casa Blanca. Y una retrospectiva del genocidio de Ruanda, donde un millón de tutsis habían sido brutalmente asesinados por la sola razón de que no eran hutus. Aparentemente, la diferencia esencial entre ambas etnias residía en que, en general, los tutsis eran un poco más altos que los hutus. También incluía un artículo sobre el inminente levantamiento del monopolio farmacéutico sueco, un claro peloteo al primer ministro.

Holger 2 y Nombeko repasaron cada palabra. No podían permitirse ni un solo error. La revista debía seguir teniendo contenido y siendo interesante, sin pisarle por ello los callos al primer ministro.

No podían permitirse errores. Entonces, ¿cómo era posible que Holger 2 propusiera a su querida Nombeko celebrar el cierre del segundo número cenando en un restaurante? Posteriormente se maldeciría por no haber asesinado antes a su hermano.

Esa noche, en la redacción quedaron Gertrud, dando una cabezadita en su silla de editora jefe, y Holger 1 y Celestine, con el encargo de inventariar la cinta adhesiva, los bolígrafos y demás artículos de oficina. El número recién acabado les iluminaba la cara desde el ordenador de Holger 2.

—Joder, los tortolitos disfrutan en un restaurante de lujo mientras nosotros contamos clips —protestó Celestine.

—Y ni una palabra sobre la maldita casa real tampoco en este número —se quejó Holger 1.

—Ni nada sobre el anarquismo.

¿Acaso Nombeko creía que el dinero del patatal de Gertrud le pertenecía? ¿Quién se había creído que era, maldita fuera? Ella y Holger 2 estaban gastándose los millones lamiéndole el culo al primer ministro conservador y admirador del rey.

—Ven, cariño —dijo Holger 1, y entró con toda tranquilidad en el círculo prohibido trazado en torno al escritorio de su gemelo.

Tomó asiento en su silla y con un par de clics se plantó en la columna de Gertrud, en la página 2. Era un rollo sobre la incompetencia de la oposición. Escrito por Holger 2, claro. Holger 1 ni siquiera se molestó en leer esa mierda antes de borrarla. Luego, mientras la sustituía por lo que en ese momento ocupaba su corazón, masculló que vale, su gemelo podría decidir el contenido de sesenta y tres de las sesenta y cuatro páginas de la revista, pero que ésa sería suya.

Cuando hubo terminado, envió la nueva versión a la imprenta con una nota al jefe de maquetación en que le advertía que el artículo de la página 2 se había sustituido por entero.

* * *

El lunes siguiente se imprimió y distribuyó el segundo número de Política Sueca a las mismas quince mil personas influyentes que habían recibido el primero. En la página 2, la editora responsable declaraba:

Ha llegado la hora de que el rey, ese cerdo, abdique. Y que se lleve a la reina, esa otra cerda. Y a la princesa heredera, cerda también. Así como al príncipe y la princesa, menudos cerdos. Y a la vieja bruja Lilian.
La monarquía es un régimen político digno de cerdos (y alguna que otra bruja). Suecia debe convertirse en una república AHORA.

Como a Holger 1 no se le había ocurrido qué más escribir, para llenar los quince centímetros de espacio a dos columnas, con la ayuda de un programa de dibujo trazó a un viejo colgado de una horca con la leyenda EL REY en el pecho, y añadió un bocadillo en la boca del viejo con la onomatopeya OINK. Celestine puso su granito de arena, agregando una línea debajo de todo: «Para más información, contactar con la Asociación Anarquista».

Un cuarto de hora después de que el segundo número de la revista Política Sueca hubiera llegado a las oficinas del gobierno, la secretaria del primer ministro llamó para anunciarles que la entrevista había sido cancelada.

—¿Por qué? —preguntó Holger 2, que todavía no había visto el número recién impreso.

—¿Y usted qué cree? —respondió la secretaria.

* * *

El primer ministro, Fredrik Reinfeldt, se negaba a recibir a un representante de la revista Política Sueca. Sin embargo, pronto acabaría haciéndolo y se vería con una bomba atómica en el regazo.

El muchacho que acabaría siendo primer ministro era el primogénito de los tres hermanos de una familia regida por el amor, el orden y la claridad. Cada cosa en su sitio, cada cual recogía sus cosas.

Estos conceptos formaron al joven Fredrik, hasta el punto de que, ya de adulto, llegó a reconocer que lo más divertido para él no era la política, sino pasar el aspirador. Sin embargo, acabó como primer ministro y no como empleado de la limpieza. En cualquier caso, tenía talento para ambas cosas. Y para otras.

A los once años fue elegido presidente de la asociación de estudiantes. Posteriormente se licenció en el primer puesto de su promoción militar después de cumplir el servicio obligatorio como cazador en el regimiento de Laponia. Si llegaban los rusos, se encontrarían con alguien que también sabía lo que era luchar a cuarenta grados bajo cero. Sin embargo, los rusos nunca llegaron. En cambio, Fredrik ingresó en la Universidad de Estocolmo para estudiar Económicas, participar en funciones de teatro estudiantiles y mantener un orden marcial en su colegio mayor. Pronto se licenció.

El interés por la política también le venía de familia. Su padre era político municipal, y Fredrik siguió sus pasos. Entró en el Parlamento y se convirtió en presidente de las Juventudes del Partido Moderado.

Su partido triunfó en las elecciones legislativas de 1991. El joven Fredrik seguía sin ocupar un puesto central, y aún menos desde que había tildado al líder del partido, Bildt, de prepotente. Bildt fue lo bastante humilde como para darle la razón en este punto metiéndolo en la nevera del partido, donde pasó casi diez años, Bildt, por su parte, se dedicó a viajar a la antigua Yugoslavia para mediar en el proceso de paz. Le parecía más interesante salvar al mundo que fracasar en el intento de salvar Suecia.

Su sucesor, Bo Lundgren, era casi tan bueno como Nombeko a la hora de calcular, pero puesto que el pueblo sueco no estaba dispuesto a vivir sólo de cifras, sino también de alguna que otra palabra esperanzadora, le fue mal.

Entonces llegó la hora de la renovación en el seno del Partido de la Coalición Moderada. La puerta de la nevera en la que Fredrik Reinfeldt tiritaba se abrió, y el 25 de octubre de 2003 fue elegido presidente del partido por unanimidad. Apenas tres años más tarde, su partido, su alianza de derechas y él barrieron a la socialdemocracia. Fredrik Reinfeldt asumió el cargo de primer ministro y se ocupó personalmente de limpiar todo rastro que hubiera podido dejar Persson, su predecesor, en el gabinete gubernamental. Para este propósito utilizó sobre todo jabón verde, pues crea una película antiadherente que repele la suciedad de la superficie tratada. Cuando hubo acabado, se lavó las manos e instauró una nueva era en la política sueca.

Reinfeldt estaba orgulloso de sus logros. Por el momento.

Nombeko, Celestine, los Holgers y Gertrud, todos, habían vuelto a Sjölida. Si el ambiente había sido tenso antes de la aventura de Política Sueca, ahora era insoportable. Holger 2 se negaba a hablar con su hermano y a sentarse a la misma mesa que él. Por su parte, éste se sentía incomprendido y ninguneado. Además, Celestine y él se habían enemistado con los anarquistas tras el editorial de la revista, pues resultó que un enjambre de reporteros acudió a la sede anarquista para informarse de los argumentos en los que se fundamentaba la comparación entre la casa real y una pocilga.

Ahora, Holger 1 pasaba los días sentado en lo alto del pajar, mirando el camión de patatas de Gertrud. Allí dentro, en aquella inmensa caja, seguía habiendo una bomba atómica de tres megatones. Que de uno u otro modo obligaría al rey a abdicar. Y que él había prometido no tocar. Pues bien, había cumplido su promesa durante años y años y, aun así, su hermano sentía una cólera ciega contra él. ¡Qué injusto!

A su vez, Celestine estaba enfadada con Holger 2 porque éste estaba enfadado con Holger 1. Acusó a Holger 2 de seguir sin enterarse de una cosa: que el valor cívico no se estudiaba, sino que se tenía o no se tenía. ¡Y el hermano de Holger 2 lo tenía!

Holger 2 le pidió por favor que tropezara con algo y se hiciera el mayor daño posible. Él, mientras tanto, se iría a pasear.

Enfiló el sendero del lago, se sentó en el banco del embarcadero y contempló el agua. Se sentía lleno de… No, no se sentía lleno de nada. Se sentía absolutamente vacío.

Tenía a Nombeko, y estaba muy agradecido, pero por lo demás no tenía nada: ni hijos, ni vida, ni futuro. Pensó que nunca conocería al primer ministro: ni a éste, ni al siguiente ni al subsiguiente. De los veintiséis mil doscientos años que tardaría la bomba en alcanzar su fecha de caducidad, todavía restaban veintiséis mil ciento ochenta, con un margen de error de tres meses. Así pues, lo mejor tal vez sería quedarse sentado esperando en el embarcadero.

Desde luego, no podía imaginar una situación más desoladora. Sin embargo, treinta minutos después empeoró.