¡Qué de besos y abrazos les dieron a Tommy y Annika sus padres! ¡Y qué cena tan suculenta les prepararon! Después de cenar los metieron en la cama y los arroparon dulcemente. Luego se sentaron junto a ellos para oírles relatar las cosas tan maravillosas que les habían sucedido en la isla de los mares del Sur. Todos eran muy felices. Solo una cosa entristecía a Tommy y a Annika: el no haber tenido árbol de Navidad. ¡Ojalá hubieran llegado por Nochebuena!
También se sentían tristes al recordar a Pippi. Ahora debía de estar en su cama con los pies sobre la almohada, y no habría nadie que fuera a arroparla. Resolvieron ir a verla al día siguiente temprano.
Pero a la mañana siguiente su madre no les permitió ir, porque quería que estuvieran con ella y, además, porque su abuela iba a ir a comer con ellos para darles la bienvenida.
Cuando empezó a oscurecer no pudieron esperar más, y Tommy dijo a su madre:
—Mamá, por favor, déjanos ir a ver a Pippi.
—Bueno. Pero no tardéis.
Salieron corriendo hasta llegar al jardín de Villa Mangaporhombro y allí se detuvieron maravillados. ¡Parecía una postal navideña! La casa estaba cubierta de nieve y en todas las ventanas brillaban las luces. En el porche ardía una antorcha que esparcía su luz sobre el césped nevado.
Cuando iban a llamar a la puerta, esta se abrió y apareció Pippi.
—¡Felices Pascuas! —exclamó.
Los hizo pasar a la cocina, y allí había… ¡un árbol de Navidad! Estaba cubierto de velitas encendidas y en la mesa había pasteles, jamón, galletas y toda clase de golosinas. Hasta había figuritas de mazapán y de chocolate. La estufa estaba ardiendo y despedía un calorcillo muy agradable. El caballo restregaba sus herraduras contra el suelo en señal de contento, y el Señor Nelson se hallaba sentado en una de las ramas del árbol de Navidad.
Tommy y Annika se habían quedado mudos de asombro.
—¡Oh, Pippi! —dijo Annika finalmente cuando pudo hablar—. ¡Es maravilloso! ¿Cómo has tenido tiempo de hacer todo esto?
—La verdad es que he estado muy atareada.
—Creo que es estupendo haber vuelto a Villa Mangaporhombro —dijo Tommy, muy feliz.
Los tres se sentaron a la mesa y comieron montones de pasteles, jamón, figuritas de mazapán y chocolate, y todo les gustó aún más que las frutas de la isla de Kurrekurredutt.
—Pero, Pippi, no estamos en Navidad —dijo Tommy.
—Sí, señor —replicó Pippi—. El calendario de Villa Mangaporhombro atrasa. Tendré que llevarlo a un arreglacalendarios para que lo componga y funcione bien de nuevo.
—¡Qué bien! —exclamó—. Al fin celebramos la Navidad. Claro que… no tenemos regalos.
—Se me olvidaba. Los he escondido. Debéis buscarlos.
Tommy y Annika saltaron de alegría y empezaron a explorar la habitación.
Detrás del árbol de Navidad, Tommy encontró un paquete con una etiqueta que ponía para Tommy. Dentro había una hermosa caja de pinturas.
Annika encontró bajo la mesa un envoltorio con su nombre escrito, y dentro había una lindísima sombrilla roja.
—Me la llevaré la próxima vez que vaya a la isla de Kurrekurredutt —exclamó, contentísima.
Cerca de la estufa encontraron otros dos paquetes. Uno contenía un cochecito para Tommy y el otro, una vajilla para las muñecas de Annika. Y colgado de la cola del caballo hallaron un reloj despertador para la habitación de Tommy y Annika.
Cuando tuvieron todos los regalos abrazaron a Pippi y le dieron las gracias una y otra vez. Pippi estaba sentada en la ventana de la cocina mirando el jardín.
—Mañana construiremos una cabaña de nieve, y por la noche nos alumbraremos con velas —dijo.
—¡Oh, sí… sí! —exclamó Annika juntando las manos en el colmo de la felicidad.
—También podríamos hacer un tobogán desde el tejado hasta un gran montón de nieve y deslizamos por allí —prosiguió Pippi—. Me gustaría enseñar a esquiar a mi caballo, pero aún no he averiguado si necesita dos esquís o cuatro.
—¡Qué suerte que tengamos vacaciones por Navidad! —exclamó Tommy.
—Nos lo pasamos muy bien contigo, Pippi —dijo Annika—. En Villa Mangaporhombro, en los mares del Sur…, en todas partes.
Pippi inclinó la cabeza en señal de asentimiento. Los tres se habían subido a la mesa de la cocina. De pronto, a Tommy se le ensombreció el rostro.
—No quisiera hacerme mayor.
—Yo tampoco —añadió Annika.
—La gente mayor nunca se divierte —dijo Pippi con énfasis—. Tienen que trabajar en cosas aburridas, llevan vestidos ridículos, les salen callos y tienen que pagar ricibos.
—Se dice recibos —corrigió Annika.
—Bueno, de todas formas, es la misma tontería —exclamó Pippi—. Están llenos de manías; dicen que no se debe comer con el cuchillo, ni sorber la sopa, ni…
—Y no juegan —interrumpió Annika.
—¡Qué horroroso es crecer!
—¡Eh! ¿Y quién dice que va a crecer? Si no recuerdo mal, debo de tener algunas píldoras por ahí.
—¿Qué clase de píldoras? —preguntó Tommy.
—Unas píldoras para la gente que no quiere hacerse mayor —repuso Pippi bajando de la mesa.
Buscó por los armarios y revolvió los cajones, y al cabo de un rato trajo algo parecido a tres guisantes amarillos.
—¡Bah! ¡Guisantes! —exclamó Tommy, decepcionado.
—Que te crees tú eso. Son píldoras de «chirimir», y me las dio un jefe indio cuando le dije que no quería crecer.
—¿Estás segura de que estas píldoras sirven para eso?
—Completamente segura. Pero tienes que tragártelas a oscuras y decir:
Píldora de chirimir,
yo no quzero crecir.
—Querrás decir crecer —rectificó Tommy.
—Si digo «crecir» es que quiero decir «crecir». En esto radica el poder. La mayoría de los niños dicen «crecer», y esto es lo peor que puede pasarles, porque entonces empiezan a crecer cada día más. Una vez había un chico que tomó píldoras como estas y dijo «crecer» en vez de «crecir», y cada día crecía metros y metros. Era terrible. Tan alto se hizo que podía comerse las manzanas desde el mismo árbol, como si fuera una jirafa. Iba a verle mucha gente y le decían: «Muchacho, ¡cómo has crecido!», y tenían que hablarle con un altavoz para que pudiera oírlos. Todo lo que veían de él eran sus larguísimas y flacuchas piernas, que desaparecían entre las nubes. Un día dio un lametón al Sol y le salieron ampollas en la lengua, y soltó un rugido tan fuerte que las flores de la tierra se marchitaron del susto. Aquello fue lo último que supieron de él.
—Jamás me atrevería a probar una de estas píldoras —dijo Annika, aterrada—. Podría equivocarme al decir la palabra.
—Si creyera que podía ocurrir esto, no te daría ninguna, porque sería una lata ver solamente tus piernas. Tommy, yo y tus piernas… ¡Valiente compañía!
—No te equivoques, Annika —le dijo su hermano.
Apagaron las luces, se sentaron en el suelo de la cocina y se cogieron de la mano. Cada uno de ellos tenía una píldora de «chirimir». ¡Un escalofrío les recorrió la espalda!
—¡Ahora! —susurró Pippi.
Píldora de chirimir,
yo no quzero crecir.
La suerte estaba echada…
Pippi encendió la luz.
—Ya está —dijo—. Ya no creceremos y no tendremos callos ni otras calamidades. De todos modos, estas píldoras han estado tanto tiempo encerradas en mi armario que no me extrañaría que se hubiese esfumado todo su poder. Esperemos que no sea así.
De pronto, Annika dijo alarmada:
—¡Oh, Pippi! Tú querías ser pirata cuando fueras mayor.
—No importa. Puedo ser el pirata más pequeño del mundo, que siembra la muerte y la destrucción a su paso.
Se quedó un rato pensativa, y finalmente dijo: —Imaginaos que alguien viniese por aquí dentro de muchos años y nos viera jugando por el jardín y preguntara a Tommy: «¿Cuántos años tienes, amiguito?». Y él respondiera: «Cincuenta y tres, si no me equivoco».
—Probablemente pensaría que era muy bajito para mi edad —dijo Tommy riendo alegremente.
—Creo que sí.
En aquel momento, Annika y Tommy recordaron que su madre les había dicho que no tardaran en regresar.
—Tenemos que marcharnos.
—Pero volveremos mañana.
—Empezaremos a construir la choza de nieve a las ocho de la mañana —dijo Pippi.
Los acompañó hasta la puerta y regresó saltando a Villa Mangaporhombro.
—Si no supiese que eran píldoras de «chirimir» —dijo Tommy mientras se estaba cepillando los dientes—, hubiera jurado que se trataba de simples guisantes.
Annika, que llevaba un lindo pijama rosa, se hallaba de pie junto a la ventana mirando hacia Villa Mangaporhombro.
—Estoy viendo a Pippi —dijo.
Tommy se acercó para mirar.
En invierno, los árboles no tenían hojas y podía verse claramente la cocina de Villa Mangaporhombro.
Pippi estaba sentada a la mesa con la cabeza apoyada en las manos y miraba fijamente la llama de la vela que tenía frente a sí. Parecía estar soñando.
—Está tan sola… —dijo Annika temblándole la voz.
Permanecieron en silencio contemplando la noche invernal. Las estrellas brillaban en el cielo, la nieve cubría el jardín y Pippi estaba allí. Los años pasarían, y ellos seguirían siendo niños. Bueno…, esto si el poder de las píldoras de «chirimir» no se había evaporado.
Al día siguiente iban a construir una choza de nieve y un tobogán, y cuando llegase la primavera descenderían por el roble hueco en busca de refrescos de soda y barras de chocolate. Montados a caballo, irían en busca de tesoros; se sentarían en la leñera para contar historias. Quizá, de vez en cuando, harían un viaje a Kurrekurredutt, en los mares del Sur. Pero siempre, siempre regresarían a Villa Mangaporhombro.
Y lo más maravilloso de todo era que Pippi estaría con ellos.
—Si mirase hacia aquí, podríamos hacerle señas —dijo Annika.
Pero Pippi continuó mirando fijamente frente a ella con expresión soñadora. Al cabo de un rato, sopló la vela y apagó la luz.