DIECISIETE

En las Madrigueras de los Entes

Muy temprano a la mañana siguiente, el grupo llegó a las estribaciones del Monte Trueno, cerca del constreñido torrente que allí era el Río Aliviaalmas. Covenant estaba demacrado por el cansancio, su mirada cenicienta. Los ojos de Linden ardían como la fiebre en sus cuencas; la tensión le golpeaba los huesos del cráneo. Incluso los gigantes estaban cansados. Sólo habían parado para reponer fuerzas a ratos durante la noche. Los labios de la Primera eran del color de sus dedos apretados en la empuñadura de la espada. El semblante de Encorvado mostraba una expresión ausente. Sin embargo, los cuatro estaban unidos por la necesidad. Treparon por las lomas inferiores como si pretendieran adelantarse al sol que se alzaba tras la terrible mole de la montaña.

Un Sol de Desierto.

Partes de Andelain habían quedado ya agostadas y ruinosas como un campo de batalla.

Las colinas se aferraban aún a la vida que las había hecho tan acogedoras. Mientras duró, el cuidado de Caer Caveral había sido completo y fundamental. El Sol Ban simplemente no podía extraer tanta salud del terreno en tan pocos días. Pero el polvoriento brillo solar que se extendía más allá de los hombros del Monte Trueno revelaba que alrededor de los límites de Andelain, y en lugares que atravesaban su corazón, el daño era ya importante.

La vegetación de aquellas zonas había sido arrancada, rasgada y deshecha por espantosas erupciones. La tierra que las sustentaba horadada y agrietada como si sufriera los estragos de una enfermedad incurable. El día anterior, los restos de aquellos bosques habían crecido excesivamente y luego fueron estrangulados por la feroz fecundidad del Sol Ban. Pero ahora, cuando el sol avanzaba sobre aquella vegetación, todas las cosas verdes y vivas se tornaban en un viscoso lodo que el desierto se bebía.

Linden miró hacia las colinas como si también ella estuviese agonizando. Nada podría arrancar nunca la espina que aquel desastre había clavado en su corazón. La enfermedad del mundo penetraba dentro de ella desde el paisaje injuriado y atormentado que tenía enfrente. Andelain aún luchaba por su vida y sobrevivía. En gran parte no había sido atacada todavía. Leguas de suaves lomas y vegetación natural separaban los cráteres, aguantando contra la feroz rapiña del sol. Pero allí donde el Sol Ban había hecho su trabajo, el daño resultaba subrayado hasta la angustia. Si se le hubiera concedido la oportunidad de salvar la salud de Andelain al coste de su propia vida, la habría ofrendado con la misma celeridad que Covenant. Quizás ella también hubiera sonreído.

Se sentó en una roca de una zona de guijarros que cubrían la loma tan cerradamente que no dejaban lugar para la vegetación. Jadeando como si sus pulmones estuvieran heridos a causa de la inutilidad de su rabia, Covenant se había parado allí para recobrar el aliento. Los gigantes permanecían cerca. La Primera escrutaba el oeste como si aquella escena de destrucción pudiera devolverle su fuerza para empuñar la espada en el momento oportuno. Pero Encorvado no podía resistirlo. Se apoyaba sobre un saliente de espaldas a las Colinas de Andelain. Sus manos jugueteaban con la flauta, pero no hizo ningún intento de hacerla sonar.

Pasado un rato, Covenant dijo ásperamente:

—Destruida… —Había un eco de muerte en su voz, como si en su interior algo vital estuviera sucumbiendo—. Toda esa belleza… —Tal vez durante la noche se había vuelto loco—. «Tu misma presencia aquí me faculta para dominarte. El mal que puedas considerar más terrible pende sobre ti». —Estaba citando al Amo Execrable, pero hablaba como si las palabras fueran suyas—. «Hallarás desesperación aquí…».

De inmediato la Primera se volvió hacia él.

—No hables de ese modo. Eso es falso.

No dio señales de haberla oído.

—No es culpa mía —continuó secamente—. Yo no hice nada de esto. Absolutamente nada. Pero soy la causa. Incluso cuando no hago nada. Todo ha ocurrido por mí. De modo que no tengo elección. Sólo por el hecho de estar vivo, destruyo todo cuanto amo. —Hundió los dedos en su enredada barba, pero sus ojos continuaban fijos en el páramo de Andelain, obsesionados por él—. Pensaréis que yo deseaba que esto ocurriera.

—¡No! —protestó la Primera—. Nosotros no lo pensamos. No debes dudar. Es la duda lo que debilita… es la duda lo que corrompe. Por eso es poderoso el Despreciativo. Porque no duda. Mientras mantengas la certidumbre, existe esperanza. —Aquella voz de hierro era traicionada por una nota de pánico—. ¡Podremos exigirle que pague si no dudas!

Covenant la miró por un instante. Después, se puso tensamente en pie. Sus músculos y su corazón estaban tan fuertemente contraídos que Linden fue incapaz de leer en su interior.

—Eso es un error. —Él hablaba suavemente, amenazando o suplicando—. Necesitas dudar. La certeza es terrible. Dejémosla para el Execrable. Es la duda lo que te hace humano. —Su mirada vagó hasta encontrar a Linden. Se extendía hacia ella como llama o súplica, la culminación y derrota de todo su poder entre el Fuego Bánico—. Necesitáis toda la duda que podáis encontrar. Deseo que dudéis. Yo apenas si soy humano ya.

Cada destello y vacilación en su mirada se contradecía. Deténme. No te acerques a mí. Duda de mí. Duda de Kevin. Sí. No. Por favor. Por favor.

Su iniciada súplica la atrajo hacia él. Ahora no parecía fuerte ni peligroso, sino únicamente necesitado, asustado de sí mismo. Y, no obstante, le resultaba tan irrefutable como siempre. Tocó su demacrada mejilla; le dolían los brazos por el deseo no cumplido de abrazarlo con ternura. Pero no se retractaría de los propósitos que había hecho, costara lo que costase. Quizá los años dedicados a ejercer la medicina y a la abnegación no habían sido más que un camino para huir de la muerte; pero la simple lógica de esta huida la había conducido hacia la vida, por otros si no por sí misma. Y en la médula de sus huesos había sentido al Sol Ban y a Andelain. La elección entre ambos resultaba tan clara como el sufrimiento de Covenant.

No tenía respuesta para su ruego. En vez de ello, le formuló su propia súplica.

—No me obligues a hacerlo. —El amor que le tenía se reflejaba en sus ojos—. No te rindas.

Un espasmo de pesar o de cólera pasó por el rostro de Covenant. La voz parecía salir desértica y estragada del fondo de su garganta.

—Quisiera poder lograr que lo comprendieras. —Hablaba monótonamente, toda inflexión había desaparecido—. Él ha ido demasiado lejos. Ya no puede salir de esto. Quizá no vuelva a estar cuerdo nunca más. Porque no va a conseguir lo que se propone.

Pero su actitud y palabras no la confortaron. De la misma forma podía haber anunciado a los gigantes, a Vain y al estragado mundo que todavía tenía el propósito de entregar su anillo.

Pero se mantenía lo bastante fuerte para llevar a cabo su propósito a pesar de la escasa comida, la falta de sueño y el sufrimiento de Andelain. Sombríamente, se volvió hacia la Primera y Encorvado como si esperase preguntas o quejas. Pero la espadachina parecía indiferente. Su esposo no alzaba la mirada de la flauta.

Ante aquel silencio, Covenant explicó:

—Iremos en dirección norte durante un rato. Hasta que lleguemos al río. Ése es nuestro camino para penetrar en el Monte Trueno.

Suspirando, Encorvado se puso en pie. Sujetaba la flauta con ambas manos. Y fijó la mirada en el vacío al partir el pequeño instrumento por la mitad.

Con todas sus fuerzas arrojó los pedazos hacia las Colinas.

Linden se estremeció. Una protesta murió en los labios de la Primera. Los hombros de Covenant se hundieron.

Con la torpeza de un inválido, Encorvado levantó los ojos para mirar al Incrédulo.

—Escúchame bien —murmuró con claridad—. Yo dudo.

—¡Magnífico! —exclamó Covenant con aspereza. Luego se puso nuevamente en marcha, abriéndose camino entre los pedruscos.

Linden lo siguió con viejos gritos resonando en su corazón. ¿Es que te falta valor incluso para seguir viviendo? De todas formas, tú nunca me has querido. Pero sabía con tanta seguridad como si lo viera, que él la amaba. No tenía medios para evaluar lo que le había sucedido en el Fuego Bánico. Y la voz de Gibbon le contestaba, vilipendiándola con la verdad, ¿no eres tú maldad?

Las estribaciones del Monte Trueno, antigua Gravin Threndor, eran demasiado pedregosas para albergar mucha vegetación. Y la luz del Sol Desértico avanzaba rápidamente y ya había pasado el pico, repartiendo disolución sobre los residuos de fertilidad que quedaban en el terreno. Los pedruscos diseminados y las escarpadas lomas, retrasaban su paso, pero no por los efectos del sol anterior. Aún así, el corto viaje hasta el Aliviaalmas fue dificultoso. La abominable corrupción del sol parecía evaporar los últimos restos de las energías de Linden. Olas de calor, como premoniciones de alucinación, rompían contra los bordes de su mente. Un enfrentamiento con el Despreciativo al menos pondría fin a aquel horror y devastación. De una forma o de otra. Mientras jadeaba por las laderas, se encontró repitiendo la promesa que hizo en Piedra Deleitosa… la promesa que hizo y rompió. Nunca. Nunca más. Ocurriera lo que ocurriera, no volvería al Sol Ban.

Debido a su fatiga, al cansancio de Covenant y a la dificultad del terreno, no alcanzaron las proximidades del río hasta mediada la mañana.

Por el modo en que el sonido repercutía en las colinas, le fue posible a Linden captar la corriente de agua antes de oírla. Después, sus compañeros y ella llegaron a la cima de la última elevación que se interponía entre ellos y el Aliviaalmas; y el estentóreo aullido que producía la aturdió. Aprisionado por el inquebrantable canal de granito, el río corría bajo ella, blanco, retorcido y desesperado, hacia su destino. Y su destino se erguía sobre él, tan enorme y horrendo que cubría todo el este. Quizá a una legua a la derecha de Linden, el río se vertía en la garganta del Monte Trueno y era tragado… ingerido por las catacumbas que horadaban las escondidas profundidades del pico. Cuando aquellas aguas volvían a emerger de nuevo, en las Tierras Bajas más allá de Gravin Threndor, estaban tan polucionadas por la suciedad de las madrigueras de los Entes, tan malolientes por los desperdicios de los osarios y los criaderos, los vertidos de las fraguas y los laboratorios, y los corruptos efluvios, que habían sido llamadas la Corriente de la Corrupción; el origen del peligro y la perversión del Llano de Sarán.

Durante un loco momento, Linden creyó que Covenant pretendía seguir tan difícil corriente hasta el interior de la montaña. Pero entonces señaló hacia una ribera que se hallaba directamente bajo él; y pudo ver que había un camino en el interior de la falda de la colina a cierta altura sobre el río. Éste estaba decreciendo: habían pasado seis días desde el último Sol de Lluvia, y el Sol de Desierto estaba evaporando rápidamente las aguas que aún suministraba Andelain. Pero las señales en los escarpados muros del cauce revelaban que el Aliviaalmas nunca alcanzaba la altura del camino.

A lo largo de aquella calzada, en épocas pasadas, los ejércitos habían marchado desde el Monte Trueno para atacar el Reino. La mayor parte de la superficie estaba en ruinas, agrietada y perforada por el tiempo y las extremas alternancias del Sol Ban, resbaladiza a causa de las salpicaduras; pero todavía era transitable. Y conducía directamente hasta el tenebroso vientre de la montaña.

Covenant señaló hacia el sitio en el que las paredes se alzaban cual acantilados para fundirse con los laterales del Monte Trueno. Tenía que gritar para hacerse oír, y en su voz se revelaba la tensión.

—¡Aquella es la Garganta del Traidor! ¡Donde el Execrable traicionó abiertamente por vez primera a Kevin y al Concejo! ¡Antes de que supiesen quién era! ¡Allí comenzó la contienda que terminó quebrantando el corazón de Kevin!

La Primera escudriñó el agitado, el progresivo estrechamiento entre los muros, y entonces alzó la voz sobre el ruido.

—¡Amigo de la Tierra, has dicho que el pasadizo entre estas montañas es un laberinto! ¿Cómo podremos descubrir entonces el escondrijo del Despreciativo?

—¡No nos hará falta! —Su grito sonó febril. Tenía un aspecto tan tenso, estricto y ávido como cuando Linden le encontró por primera vez… y cerró violentamente la puerta de su casa ante ella—. Cuando entremos allí, sólo tendremos que merodear hasta que nos topemos con sus defensas. Él se ocupará del resto. ¡Nuestra única argucia ha de ser mantenernos vivos hasta llegar a él!

Bruscamente, se volvió hacia sus compañeros.

—¡No tenéis por qué acompañarme! Estaré a salvo. No me hará nada hasta que no me tenga enfrente. —A Linden le pareció que repetía las mismas palabras que una vez había pronunciado en Haven Farm: Usted no sabe dónde se está metiendo. No tiene posibilidad alguna de comprenderlo. Márchese. No la necesito—. No tenéis por qué arriesgaros.

Pero la Primera, que no estaba turbada por los recuerdos, replicó de inmediato:

—¿De qué nos sirve hallarnos a salvo en este lugar? Es la Tierra misma la que está en juego. El azar es la situación que hemos elegido. ¿Cómo podremos soportar las canciones que nuestro pueblo entonará sobre nosotros si no mantenemos la verdad de la Búsqueda? No nos separaremos de ti.

Covenant agachó la cabeza como si se hallara avergonzado o afligido. Quizás estaba recordando a Corazón Salado Vasallodelmar. Y no obstante, su rechazo o incapacidad para afrontar la mirada de Linden le indicaba a ésta que no le había interpretado mal. Todavía trataba inútilmente protegerla, ahorrándole las consecuencias de sus elecciones… consecuencias que ella no sabía como medir. Y esforzándose también en evitar que interfiriera en lo que él se proponía realizar.

Pero no se expuso a lo que pudiera decir si se dirigía directamente a ella. Por esta razón balbuceó:

—Entonces vamos. —Las palabras apenas eran audibles—. No sé durante cuanto tiempo más podré soportarlo.

Asintiendo diligentemente, la Primera le rebasó de inmediato encaminándose hacia una erosionada torrentera que descendía en ángulo hacia la calzada. Con una mano empuñaba la espada. Al igual que sus compañeros, había perdido demasiado en aquella pesquisa. Era una guerra y quería cobrar el precio en golpes.

Covenant la siguió envaradamente. La única fuerza que aún movía sus miembros era la obstinación de su voluntad.

Linden comenzó a andar tras él, para luego volverse hacia Encorvado. Aún se hallaba en el borde de la colina, mirando hacia abajo, dentro de la corriente del río, como si ésta estuviera arrastrando su corazón. Aunque era medio cuerpo más alto que Linden, su deformada columna y sus grotescas facciones le hacían parecer viejo y frágil. Su mudo dolor era visible como las lágrimas. Por ese motivo, ella desdeñó todo lo demás durante un momento.

—De todas formas, Covenant estaba diciendo la verdad sobre eso. No necesita que combatáis por él. Ya no —dijo, y Encorvado alzó los ojos como implorándole. Fieramente, ella prosiguió—: Y si está equivocado, yo puedo detenerlo. —También aquello era cierto: el Sol Ban, los Delirantes y el suplicio de Andelain la habían capacitado—. La Primera es quien te necesita. No puede combatir al Execrable sólo con una espada… pero lo intentará. No dejes que la asesinen. No te hagas eso a ti mismo. No la sacrifiques por mí.

El semblante de él se tensó como si fuera a gritar. Abrió las manos para mostrarle tanto a ella como al desierto cielo que estaban vacías. Las lágrimas no vertidas nublaban su mirada. Por un instante, ella temió que le diría adiós; y un tremendo pesar le atenazó la garganta. Pero poco después, una fragmentada sonrisa cambió el significado de su expresión.

—Linden Avery —dijo claramente—, ¿es que no he afirmado y declarado ante todos los que me han querido escuchar que has sido realmente Escogida?

Inclinándose hacia ella, la besó en la frente. Luego se apresuró en pos de la Primera y de Covenant.

Cuando se hubo secado las lágrimas de las mejillas, también ella fue detrás.

Vain la seguía con su habitual hermetismo. No obstante le pareció captar en él una cierta alerta, una sutil expectación que no había mostrado desde que entraron en Elemesnedene.

Bajó por el sendero, llegó hasta la tosca repisa que sirviera de calzada y encontró a sus compañeros aguardándola. Encorvado se hallaba junto a la Primera, reclamando su lugar allí; pero tanto ella como Covenant miraban a Linden. En los ojos de la Primera se veía una mezcla de jubiloso alivio e incertidumbre. Le daba la bienvenida a cualquier cosa que mitigara la tristeza de su esposo… pero se sentía insegura de sus implicaciones. La actitud de Covenant era más sencilla. Inclinándose hacia Linden, le susurró contra el ruido del estrangulado río:

—No sé qué le has dicho. Pero te lo agradezco.

Ella no supo qué responder. Continuamente, él frustraba sus previsiones. Cuando parecía más destructivo e inalcanzable, aislado por su funesta certidumbre, mostraba destellos de una conmovedora amabilidad, de clara preocupación. Pero detrás de su empatia y valor se hallaba su propósito de rendirse, tan inquebrantable como la desesperación. Se contradecía a cada paso. Y, ¿cómo hubiera podido contestar sin decirle lo que había prometido?

Pero no parecía desear una respuesta. Quizá la entendía, sabía que en su lugar se habría sentido como ella. O quizá se hallaba excesivamente cansado y obsesionado como para soportar opiniones o reconsiderar su propósito. Estaba ansiando llegar al final de su largo suplicio. Casi de inmediato, indicó que se hallaba dispuesto a continuar.

Al momento, la Primera empezó a andar por el tosco sendero en dirección a la garganta del Monte Trueno.

Con Encorvado y Vain detrás de ella, Linden siguió, andando sobre la piedra, persiguiendo al Incrédulo hacia su crisis.

Debajo, el Aliviaalmas continuaba retorciéndose entre los muros, consumido por el poder del Sol Ban. El clamor de la corriente se suavizó, convirtiéndose en una especie de sollozo. Pero Linden no apartó sus ojos de las espaldas de la Primera y de Covenant, los cada vez más empinados bordes de la garganta y la oscura inmensidad de la montaña. De aquella cumbre castigada por el sol llegaron una vez criaturas de fuego para rescatar a Thomas Covenant y a los Amos de los ejércitos de Lombrizderroca Babeante, el Ente de la Cueva loco. Pero semejantes criaturas habían sido convocadas por la Ley; y ya no había Ley.

Tenía que concentrarse en la traicionera superficie del camino. Se hallaba agrietada y era peligrosa. Partes del reborde se encontraban tan débilmente sujetas que podía captar mediante su percepción como oscilaban bajo su peso. Otras habían caído en la Garganta hacía ya mucho tiempo, dejando grandes agujeros en lugares donde debiera estar el camino. Sólo quedaban estrechos bordes para soportar al grupo a su paso junto a ellos. Linden temía más por Covenant que por sí misma, puesto que el vértigo podía hacerle caer. Pero él pasaba sin ayuda, como si el miedo a las alturas fuera una parte de él a la que ya había renunciado. Únicamente la tensión que denotaban sus músculos decía lo cerca que se hallaba del pánico.

El Monte Trueno se perdía en el cielo. El Sol Desértico abrasaba las rocas, secando las salpicaduras de agua. El ruido del Aliviaalmas parecía cada vez más un lamento. Pese a la fatiga, Linden deseaba correr, deseaba penetrar en la oscuridad de la montaña para librarse de la opresión del Sol Ban. Fuera de la luz del día en las tenebrosas catacumbas, donde tanto poder se agazapaba hambriento.

Donde a nadie le sería posible ver lo que iba a ocurrir cuando la oscuridad exterior se reuniera con las tinieblas que había dentro de ella y tomaran posesión.

Luchaba contra la lógica de aquella posibilidad, esforzándose en creer que hallaría cualquier otra respuesta. Pero Covenant pretendía entregarle su anillo al Execrable. ¿Dónde más podría encontrar la fuerza para detenerle?

Ya había hecho aquello una vez, de una forma diferente. Mientras miraba a su agonizante madre, una negrura de pesadilla había salido de su interior, dominando sus manos, dejando que su cerebro se quedaba al margen para observar y llorar. Y la negrura reía codiciosamente.

Se había pasado todos los días de todos los años de su edad adulta tratando de suprimir aquella avidez por la muerte. Pero no conocía otra fuente de la que extraer la fuerza necesaria para evitar la destrucción de Covenant.

Y había prometido…

La Garganta del Traidor se estrechaba y erguía a ambos lados. El Monte Trueno se arqueaba sobre ella como una enorme tumba que señalara el lugar donde estaban enterradas la ponzoña la desesperación sin remedio. Cuando el lamento del río se transformó en grito, la montaña abrió sus fauces frente al grupo.

La Primera se detuvo allí, mirando con desconfianza el interior del túnel que engullía al Aliviaalmas y la calzada. Pero no habló. Encorvado desató su reducido fardo, extrajo el hornillo y los dos últimos haces que había acarreado desde Piedra Deleitosa. Guardó uno bajo su cinturón y agitó el otro dentro del hornillo hasta que la madera produjo llamas. La Primera lo cogió y levantó como si fuera una antorcha. Desenvainó la espada. El rostro de Covenant tenía una expresión de náusea o de espanto, pero no vaciló. Cuanto la Primera hizo un gesto de asentimiento, comenzó a avanzar.

Encorvado recogió sus cosas apresuradamente. Y, junto a Linden, siguió a Covenant y a su esposa alejándose de la Garganta y del Sol Desértico.

Vain caminaba detrás de ellos como un fragmento de exasperada medianoche, aguda e inminente.

La primera reacción de Linden fue de alivio. La antorcha de la Primera apenas iluminaba el muro situado a su derecha, y el curvado techo que había sobre sus cabezas. No vertía luz alguna en el precipicio que limitaba con la calzada. Pero ella prefería la oscuridad a la luz del sol. La granítica formación de la montaña reducía el número de direcciones desde donde podía llegar el peligro. Y cuando el Monte Trueno les impidió ver el cielo, captó el sonido del Aliviaalmas con más precisión. La grieta se bebía el río de golpe, conduciéndolo a los intestinos de la montaña, llevando el agua a su corrupción. Tales cosas la estabilizaban al exigirle concentrarse en ellas.

Con voz que resonó roncamente, advirtió a sus compañeros de la creciente profundidad del precipicio. Aunque sonaba próxima a la histeria, ella no creía estarlo. Los gigantes sólo contaban con dos antorchas. El grupo iba a necesitar de sus peculiares sentidos como guía. De nuevo les sería de utilidad.

Pero aquel alivio fue efímero. No había avanzado más de cincuenta pasos por el túnel cuando sintió que el reborde que acababa de dejar a sus espaldas se hundía.

Encorvado masculló una advertencia. Uno de sus enormes brazos la apretó contra el muro. El impacto extrajo el aire de sus pulmones. Durante un instante mientras su cabeza daba vueltas, vio la silueta de Vain contra la luz del día de la Garganta. No hizo ningún esfuerzo por salvarse.

Con un ruido atronador, los fragmentos de la calzada lo arrastraron, hundiéndolo en la grieta.

Prolongados temblores recorrieron todo el sendero, ascendiendo por los muros. Pequeñas piedras llovían del techo, cayendo sobre el Demondim como una granizada. El pecho de Linden no contenía el aire suficiente para gritar su nombre.

La luz de la antorcha se difundió más allá de ella y Encorvado. Él le hizo apartarse, manteniéndola apretada contra la pared. La Primera le cerró el paso a Covenant. La dureza se reflejaba en su semblante. Chisporroteantes llamas se reflectaron de los ojos de él.

—¡Maldición! —murmuró—. ¡Maldición!

Tenues jadeos escapaban por entre los dientes de Linden.

La antorcha y el resplandor del día más allá del túnel, iluminaron a Buscadolores cuando se materializaba de la calzada, transformándose de piedra en carne con la facilidad del pensamiento.

Tenía un aspecto mezquino, consumido por el sufrimiento. Sus mejillas estaban hundidas. Los amarillentos ojos estaban sumergidos en su cráneo; las cuencas tenían lividez de magulladuras. Se hallaba lleno de mortificación o tristeza.

—Tú lo has hecho —jadeó Linden—. Aún sigues intentando matarlo.

Él no afrontó su mirada. La arrogancia de su pueblo había desaparecido de su talante.

—El Würd de los elohim es estricto y costoso. —Si hubiese levantado sus ojos hasta Linden, ella hubiese creído que estaban pidiendo su comprensión o aceptación—. ¿Cómo podría ser de otra manera? ¿Acaso no somos el corazón de la Tierra? Sin embargo, aquellos que permanecen en la bendición y bienaventuranza de Elemesnedene han sido engañados por su propia comodidad. Debido a que el clachan es nuestro hogar, hemos creído que todas las preguntas pueden ser contestadas allí. Sin embargo no es en Elemesnedene donde radica la verdad, sino en nosotros sus pobladores. Y hemos equivocado nuestro Würd. Porque somos el corazón, creímos que cualquier cosa que nos propusiéramos trascendía a todo lo demás.

»Por consiguiente no nos planteamos nuestra retirada de la ancha Tierra. Considerábamos todo lo demás, pero no nombrábamos aquello que temíamos.

Entonces alzó la mirada y su voz cobró un tono colérico de autojustificación.

—Pero yo he sido testigo de tal temor. Cántico y algunos otros sucumbieron a él. Incluso la propia Infeliz conoció su influjo. Y yo he participado atándome al destino del Designado. He sentido la maldición de Kastenessen sobre mi cabeza. —Estaba avergonzado por lo que le había hecho a Vain… y resuelto a no excusarse—. Me has enseñado a estimarte. Cargas airosamente con el futuro de la Tierra. Pero eso incrementa mi riesgo.

»No soportaré su coste.

Cruzando los brazos sobre el pecho, se cerró a cualquier pregunta.

Desconcertado, Covenant se volvió hacia Linden. Pero ella no tenía ninguna explicación que ofrecer. Su percepción nunca le había resultado de utilidad con el elohim. No había tenido atisbo de Buscadolores hasta que había emergido de la calzada, ni sabía nada de él excepto que era la Energía de la Tierra encarnada, capaz de tomar cualquier forma viviente que quisiera. Absolutamente flexible. Y peligrosamente desprovisto de escrúpulos. Su pueblo no había titubeado en dejar en blanco la mente de Covenant por sus propias razones inhumanas. Más de una vez los había abandonado a ella y a sus compañeros ante un peligro de muerte cuando podía haberles ayudado.

Sus denegaciones habían sido innumerables; y el recuerdo de ellas la amargaba. El dolor del árbol que él había asesinado en su última tentativa contra la vida de Vain volvió a ella. Contestó dirigiéndose a Covenant:

—Nunca ha dicho la verdad. ¿Por qué iba a empezar a hacerlo ahora?

Covenant arrugó sombríamente el entrecejo. Aunque no tenía motivos para confiar en el pueblo de Buscadolores, parecía extrañamente renuente a juzgarles, como si de manera instintiva pretendiera hacerles más justicia de la que recibió de ellos.

Pero no había nada que ninguno del grupo pudiera hacer por Vain. La hendidura del río era profunda ahora… y su profundidad aumentaba al avanzar para internarse en la montaña. El sonido del agua disminuía de modo continuado.

La Primera les hizo una indicación.

—Tenemos que apresurarnos. Las antorchas se están consumiendo.

La madera que ella portaba era seca y quebradiza; la mitad se había quemado ya. Y Encorvado tenía solamente otra rama.

Jurando por lo bajo, Covenant empezó a descender por el túnel.

Linden estaba temblando. La piedra que se apilaba a su alrededor le resultaba gélida y funesta. La caída de Vain se repetía en su mente. La respiración arañaba su garganta. Nadie merecía una caída semejante. Pese a la frialdad de la atmósfera del Monte Trueno, el sudor se deslizaba por su pecho.

Pero siguió a Covenant y a la Primera. Aferrándose al compañerismo de Encorvado, caminaba por la calzada tras la oscilante antorcha. Iba tan pegada a la pared que ésta arañaba su hombro. Su gran aspereza le recordaba la prisión de Piedra Deleitosa y la mazmorra de la Fortaleza de Arena.

Buscadolores iba tras ella. Sus pies desnudos no producían ruido.

Cuando la luz reflectada desde la boca de la garganta disminuyó, las tinieblas, se espesaron. La concentrada medianoche parecía fluir del profundo canal del río. Entonces una gradual curvatura del muro los separó por completo del mundo exterior. Ella sintió que las puertas de la esperanza y de la posibilidad se estaban cerrando a ambos lados. La antorcha de la Primera no duraría demasiado tiempo.

Pero sus sentidos se concentraban en la granítica estructura de la calzada y el túnel. No podía ver el borde del precipicio, mas sabía con exactitud dónde se encontraba. Encorvado y Buscadolores parecían igualmente seguros a pesar de las tinieblas. Cuando Linden concentraba su atención, podía apreciar la superficie del camino tan claramente que desaparecía el peligro de tropezar. Si hubiera poseído el poder de repeler los ataques, le hubiera sido posible vagar por la Madriguera de los Entes con relativa seguridad.

La comprensión de aquello la estabilizó. El impreciso espanto que estaba devorando los bordes de su valor se fue lejos.

La antorcha de la Primera comenzaba a chisporrotear.

Más allá de ésta, Linden creyó ver un indefinible suavizamiento de la medianoche. Durante unos momentos, su mirada rebasó a la Primera y a Covenant. Pero su percepción no tenía tan largo alcance. Sin embargo, en aquel instante, la espadachina se detuvo y bajó la antorcha; el resplandor que se vislumbraba frente a ellos se definió más.

La Primera se dirigió a Covenant o a Linden.

—¿Cuál es la causa de esa luz?

—Puente Vedado —replicó tensamente Covenant—. La única entrada a la Madriguera de los Entes. —Su tono se espesó por los recuerdos—. Tened cuidado. En la última ocasión en que estuve aquí me estaban esperando.

La Primera de la Búsqueda asintió. Pisando suavemente, volvió a avanzar. Covenant fue con ella.

Linden aguzó su sentido de la salud y siguió.

Gradualmente, la luz aumentó. Era de un frío color rojizo-anaranjado; y su resplandor recorría todo el techo descendiendo por la pared del túnel. Pronto Linden pudo ver que el camino giraba bruscamente a la derecha cerca del fulgor. Al mismo tiempo, la piedra que se hallaba sobre sus cabezas se curvaba hacia arriba, como si el túnel se abriera a una vasta caverna. Pero la luz frontal estaba bloqueada por un tremendo peñasco situado como, una puerta entornada, a través del camino. La hendedura del río desaparecía bajo él.

Con cautela, la Primera se deslizó hasta el borde de la piedra y miró al otro lado.

Por un segundo, la sorpresa la paralizó. Después masculló un juramento propio de gigantes y avanzó exponiéndose a la luz.

Caminando detrás de Covenant, Linden se encontró en una alta y brillante cavidad, como un vestíbulo de entrada a las catacumbas.

El suelo era liso, pulido por milenios de uso. Pero no se podía pasar por él. La hendedura continuaba más allá del peñasco para luego girar atravesando la caverna en línea recta hasta desaparecer al fin en el muro situado frente a ellos. Tenía al menos cincuenta pies de anchura y no existían más entradas a la cueva por aquel lado. El único acceso se hallaba al otro lado de la hendedura.

Pero en el centro de la bóveda, un sólido puente de piedra tendía su arcada sobre el abismo. Puente Vedado. La memoria no había hecho traición a Covenant.

La luminosidad provenía del punto más alto de la arcada. A ambos lados de la misma se erguían altos pilares de piedra, como centinelas; y brillaban como si la roca que los formaba estuviese ardiendo. Iluminaban la caverna por completo… lo suficiente para que ningún intruso se aproximase a Puente Vedado sin ser visto.

Por un instante, la luz atrajo la atención de Linden. Le recordaba el ardiente lago de gravanel en el cual estuvieron todos los componentes del grupo a punto de perder la vida en una ocasión. Pero estas emanaciones eran más flamígeras y coléricas. Iluminaban la entrada a la Madriguera de los Entes como si nadie pudiera pasar entre ella sin perder la esperanza o la paz.

Pero la hendedura, el puente y la luz no eran lo que había sorprendido a la Primera. Con un estremecimiento, Linden se esforzó en mirar al otro lado de la bóveda.

Vain se erguía allí, al pie del Puente Vedado. Parecía estar aguardando a Covenant o a Linden.

Junto a él, yacían sobre la piedra dos fisuras de largos miembros. Estaban muertas. Pero no llevaban demasiado tiempo muertas. La sangre que las rodeaba estaba aún caliente.

Un espasmo de dolor cruzó por el semblante de Buscadolores, y luego desapareció.

La antorcha de la Primera crepitó en su mano. Después arrojó su inútil extremo al abismo. Aferrando la espada con ambas manos, comenzó a avanzar hacia la arcada.

—¡Espera! —El grito de Covenant fue áspero y apremiante. De inmediato la Primera se quedó inmóvil. La punta de su espada tanteó el aire en busca de peligros que ella no podía ver.

Covenant giró hacia Linden; su mirada era tan oscura como la muerte. Temblaba de forma intermitente.

—La última vez… casi acabó conmigo. Babeante usaba esos pilares… ese fulgor pétreo… creí volverme loco.

Lombrizderroca Babeante fue el Ente de la Cueva que recogió el Bastón de la Ley después del Ritual de Profanación. Lo había utilizado para extraer la Piedra Illearth de las raíces del Monte Trueno. Y cuando Covenant y los Amos arrebataron el Bastón a Babeante, únicamente lograron que la Piedra Illearth llegara a manos del Amo Execrable.

La percepción de Linden se encaramó a los pilares. Los escrutó en busca de amenazantes implicaciones, estudiando el aire que había entre ellos, la antigua piedra de Puente Vedado. La roca había llegado a ser tan pulida como traicionera a través de los siglos, por el roce de incontables pies. Pero no mostraba amenaza alguna. El fulgor pétreo brillaba como la ira desde los pilares, sin ocultar nada.

Lentamente negó con la cabeza.

—Allí no hay nada.

Covenant empezó a preguntar:

—¿Estás…? —pero entonces rechazó su temor. Indicándole con un gesto a la Primera que se adelantara, ascendió por la arcada como si el Puente Vedado le produjera vértigo.

En el punto más alto, retrocedió involuntariamente; sus manos tantearon buscando un asidero. Pero Linden lo sujetó. Encorvado rodeó a ambos con sus brazos. Lentamente, Covenant encontró el camino de vuelta al estático centro de su certidumbre, al punto a cuyo alrededor giraban el vértigo y el pánico sin tocarlo jamás. Poco después, fue capaz de descender hacia la Primera y Vain.

Con la punta de la espada, la Primera empujó los cuerpos que estaban junto al Demondim. Linden nunca había visto antes criaturas como aquellas. Tenían manos tan anchas y pesadas como palas, cabezas como arietes, ojos desprovistos de pupila o iris, nublados por la muerte. La delgadez de sus troncos y extremidades desmentía su evidente fuerza. Y sin embargo ésta no había bastado para contender con Vain. Los había roto cono si fueran madera reseca.

—Entes de la Cueva —jadeó Covenant. La voz crujía en su garganta—. El Execrable debe estar utilizándolos como centinelas. Cuando Vain apareció, debieron intentar atacarle.

—¿Es posible —los ojos de la Primera llameaban bajo el fulgor de la piedra— que hayan logrado informar de nuestra presencia antes de caer?

—¿Posible? —gruñó Covenant—. Tal y como nos están yendo las cosas, ¿piensas que hay razón para suponer que no lo hayan hecho?

—Eso es cierto. —La inesperada intromisión de Buscadolores produjo un escalofrío en la columna vertebral de Linden. Covenant volvió sus ojos hacia el Designado. La Primera se reprimió. Mas Buscadolores no titubeó. Su doliente semblante permanecía inmóvil—. Incluso en este momento, los avisos llegan a oídos del Despreciativo. Saborea con fruición sus malignos sueños. —Hablaba suavemente, pero su voz llenaba de dolor el aire de la alta bóveda—. Seguidme. Os conduciré por caminos donde sus lacayos no podrán descubriros. Al menos en eso quedará frustrada su intención.

Pasando entre ellos, caminó adentrándose en el lóbrego laberinto de las Madrigueras. Conforme avanzaba, la medianoche retrocedía ante él. Alejadas del fulgor pétreo, sus facciones reflejaron la perpetua luminiscencia de Elemesnedene.

—¡Maldita sea! —exclamó Covenant—. Ahora quiere que confiemos en él.

La Primera se encogió de hombros resignadamente.

—¿Qué otra opción tenemos? —Seguía a Buscadolores con la vista túnel abajo—. Nos queda una varilla. ¿Prefieres confiar en la eficacia de tan mermado recurso?

Linden intervino de inmediato.

—No lo necesitamos. Yo puedo hacer de guía. No necesito luz.

Covenant la miró ceñudo.

—Eso es terrible. ¿Adonde nos conducirás? No tienes ni idea de donde está el Execrable.

Le iba a replicar: Puedo encontrarlo. Igual que encontré a Gibbon. Cuanto necesito es un rastro suyo.

Pero entonces leyó en él con más claridad. Su enojo no iba dirigido contra ella; lo provocaba la falta de posibilidad de elección. Y estaba en lo cierto. Hasta que su sentido de la salud pudiera captar las emanaciones del Execrable y concentrarse en ellas, carecería de guía eficaz que ofrecer.

Tragándose su vejación, dijo:

—Lo sé. Ha sido una mala idea. —Apenas podía vislumbrarse ya a Buscadolores. Pronto se habría perdido completamente de vista—. Vamos.

Durante un momento, Covenant la miró como si deseara disculparse y no supiera cómo al ser incapaz de descubrir el motivo de su aquiescencia. Pero su propósito aún le impelía. Se volvió bruscamente y empezó a descender por el túnel siguiendo al Designado.

La Primera se unió a él. Encorvado estrechó el hombro de Linden en un rápido gesto de camaraderia, urgiéndola a ponerse en marcha.

Vain fue tras ellos como si el peligro no le afectara en absoluto.

El túnel seguía en línea recta; luego, empezaron a encontrar en los muros aberturas que conducían a pasadizos laterales. Iluminando como un avatar de luz de luna, Buscadolores tomó por la primera abertura a la izquierda, internándose en un estrecho corredor que había sido horadado hacía tanto tiempo que la roca no parecía recordar la violencia que lo formó. El techo era bajo, y obligaba a los gigantes a caminar agachados. El resplandor de Buscadolores arrancaba destellos de los muros. Una vaga sensación de amenaza crecía dentro de Linden como una miasma. Suponía que otras criaturas del Despreciativo podían haber entrado en el túnel que ellos acababan de dejar. Pero pronto llegaron a un lugar espacioso y maloliente que parecía una sala de reuniones abandonada; y cuando tanto ella como sus compañeros la atravesaron para tomar un pasadizo más amplio, la sensación de amenaza se desvaneció.

Siguieron más túneles, la mayoría de los cuales descendía abruptamente. No sabía en qué se basaba el Designado para escoger su ruta, pero lo hacía con seguridad. Quizá obtenía la información que necesitaba de la propia montaña, ya que su pueblo había dicho que leían los sucesos de la Tierra en los picos y lomas de las Laderas de la Desapacible que circundaban Elemesnedene. Cualquiera que fuese su fuente de conocimiento, Linden sentía que los estaba guiando a través de estancias que ya no estaban habitadas ni en actividad. Todas ellas olían a abandono y muertos olvidados… y de alguna indeterminada forma, a ur-viles; como si aquella parte de las catacumbas hubiera estado destinada anteriormente a los productos de los Demondim. Pero ahora habían desaparecido, tal vez para siempre. Linden no captaba olores ni ruidos de vida allí.

Ninguna vida excepto la jadeante y calamitosa existencia de la montaña, la sentencia demasiado lentamente ejecutada para ser discernida, la intención tan inmemorialmente oculta que quedaba fuera de la percepción de los mortales. Linden sentía que estaba vagando por los centros vitales de un organismo que la excedía en todas las escalas… y sin embargo era demasiado viejo y ponderado para defenderse contra el avance del mal. El Monte Trueno abominaba la ruina que habitaba en él y la utilización a que sus profundidades eran sometidas. ¿Por qué otra razón captaba tanta cólera aprisionada en la piedra? Pero el día en que la montaña podía haber reaccionado en aras su purificación había pasado hacía siglos o milenios.

La figura de la Primera bloqueaba la mayor parte del resplandor de Buscadolores. Pero a Linden no le hacía falta para saber que Vain seguía aún detrás de ella, o que Covenant estaba a punto de desplomarse a causa del cansancio. No obstante, parecía resuelto a continuar hasta que llegase ese momento. En bien suyo, le pidió a Buscadolores que se detuviera.

—Nos estamos matando. —Las rodillas le temblaban por la fatiga y la tensión que martilleaba en sus sienes—. Tenemos que descansar.

Buscadolores accedió, encogiéndose de hombros. Se encontraban en una tosca cámara ocupada únicamente por aire viciado y oscuridad. Casi esperaba una protesta de Covenant, pero no se produjo. Torpemente, se echó al suelo apoyando su extenuación contra una pared.

Suspirando para sí, Encorvado revolvió entre los fardos buscando diamantina y algo de comida. Distribuyó licor y alimentos entre sus compañeros, guardando apenas para el futuro. El futuro de la Búsqueda no tardaría en llegar, para bien o para mal.

Linden comió todo lo que le permitió su estómago, pero sólo tomó un sorbo de diamantina para que no la invadiera el sueño. Después volvió a centrar su atención en Covenant.

Él temblaba levemente. El resplandor de Buscadolores le daba un aspecto pálido y fantasmal, sus ojos estaban cenicientos, como los de un condenado. Su cuerpo no parecía extraer provecho alguno de la comida que había consumido. Incluso la diamantina mostraba poco efecto sobre él. Parecía alguien que estuviera sangrando internamente. En la Atalaya de Kevin, había curado la herida en su pecho con la magia indomeñable. Pero no había poder capaz de contrarrestar la cuchillada que lo había traspasado en los bosques de Haven Farm. Su condición física parecía estar fundiéndose ahora con la del cuerpo que dejara atrás, con la carne desgarrada y el puñal todavía clavado entre las costillas.

Le había confesado a ella que esto ocurriría.

Pero otras señales estaban desapareciendo. No tenía cicatrices que recordaran las heridas que había recibido cuando Joan le fue arrebatada. Y aún conservaba la barba. Ella se aferraba a tales cosas porque parecían significar que todavía no iba a morir.

Casi gritó cuando Covenant alzó el cuchillo que había cogido en Piedra Deleitosa y le pidió agua a Encorvado.

Sin preguntar, Encorvado vertió el agua que quedaba en un cuenco y se lo dio al Incrédulo.

Torpemente, se humedeció la barba colocándose luego el cuchillo sobre la garganta. Sus manos temblaban como si se hallase aterrado. Mas por propia voluntad se estaba adaptando a la imagen de su muerte.

Linden se contuvo para no protestar ante aquel acto, ante la rendición que implicaba. Se comportaba como si de veras se hubiese entregado a la desesperación. Era insoportable. Pero sólo el verle era demasiado estremecedor; no podía acusarlo ni culparlo. Distanciándose de su dolor, le dijo con una voz que todavía mostraba indicios éste:

—¿Sabes?, esa barba no te sienta tan mal. Está empezando a gustarme. —Le estaba suplicando.

Covenant tenía los ojos cerrados como si temiera el momento en que la hoja pudiera cortar su piel, manejada erróneamente por sus insensibles dedos. Pero a cada pasada del cuchillo, sus manos adquirían mayor aplomo.

—Hice esto mismo la última ocasión que estuve aquí. Un ur-vil me tiró desde una plataforma. Me hallaba lejos de todos. Aislado. Tan asustado que ni siquiera podía gritar. Pero el afeitarme me ayudó. Si me hubieses visto, habrías creído que estaba intentando cortarme la garganta de puro terror. Pero ayuda. —De algún modo evitó hacerse el menor corte. La hoja que utilizó era tan afilada que dejó totalmente limpia su piel—. Sustituye al valor.

Entonces, terminó. Devolviendo el cuchillo a su sitio en el cinturón, miró a Linden como si supiera exactamente lo que ella había estado tratando de decirle.

—No me gusta. —Su propósito se mostraba en su voz, tan segura y fuerte como su anillo—. Pero es mejor elegir los propios riesgos, en lugar de intentar sobrevivir a aquellos que no puedes eliminar.

Linden sintió que su corazón se oprimía y no quiso contestarle. Su rostro parecía en carne viva… aunque no había ninguna herida en él. Aún podía albergar esperanzas.

Gradualmente, Covenant fue recobrando fuerzas. Necesitaba mucho más descanso del que se había concedido; pero estaba notablemente más estabilizado cuando se puso en pie y anunció que se hallaba dispuesto.

La Primera se acercó a él sin vacilaciones. Pero Encorvado miró a Linden como si aguardase su confirmación. Ella vio en su mirada que estaba preparado para demorar al grupo en beneficio de Covenant si ella lo juzgaba necesario.

La pregunta la inquietó, pero la respondió levantándose. Si Covenant se encontraba exhausto, sería más fácil impedirle la destrucción.

Al momento, se avergonzó de su pensamiento. Incluso ahora, cuando acababa de ofrecerle una prueba de su deliberada aceptación de la muerte, como si deseara confirmarle que Kevin le había dicho la verdad; incluso ahora, sentía que Covenant se merecía algo mejor que los proyectos que tenía contra él.

Silenciosamente, Buscadolores se internó con su luminosidad en el siguiente pasadizo. La Primera situó tras sus hombros los escasos suministros del grupo que le tocaba llevar, y desenvainó la espada. Protestando por lo bajo, Encorvado se le unió. Vain miraba ausente la densa oscuridad de las catacumbas. En fila india siguieron al Designado de los elohim.

Su ruta los continuaba llevando hacia abajo, ahondando cada vez más en los irregulares estratos hacia las atenazadas raíces del Monte Trueno; y según la compañía descendía, el aspecto de los túneles cambiaba. Se hicieron más escarpados y ruinosos. En los muros aparecían agujeros producidos por roturas, y de sus huecos, les llegaban fétidas emanaciones, distantes gemidos, helados sudores. Los pobladores invisibles se deslizaban hasta sus escondrijos. El agua rezumaba por las grietas del granito goteando como una corrosión interminable. Se alzaban extraños e hirvientes sonidos que luego disminuían.

Con la carencia de miedo hacia piedras y montañas natural en los gigantes, Encorvado cogió una roca del tamaño de su puño, arrojándola por uno de los agujeros. Durante largo tiempo, los ecos replicaron como un lejano golpeteo sobre yunques.

El esfuerzo del descenso provocaba dolor y temblores en los muslos de Linden.

Más tarde oyó realmente el débil y metálico restallar de los martillos sobre los yunques. Y apagados bramidos… ráfagas secas y cálidas de agotamiento procedentes de las fraguas. Se estaban aproximando al laborioso corazón de la Madriguera de los Entes. Sonidos procedentes de fuentes imposible de identificar se adherían a su piel. Pero Buscadolores no se inmutaba ni vacilaba; y los ruidos y tensiones que llenaban el aire se mitigaron gradualmente. En el túnel había suciedad y azufre como si fuese el conducto de ventilación de una mina de ese metaloide. Luego también estos desaparecieron.

El tremendo peso de la montaña gravitaba sobre Linden obligándola a encorvarse. Era excesivo para ella. Todo a su alrededor era áspera piedra y oscuridad. La luz de Buscadolores era fantasmal, indigna de confianza. En algún lugar fuera del Monte Trueno el día estaba próximo a su fin; o ya había terminado, dándole al Reino el único descanso frente al Sol Ban. Pero los seres que susurraban y gemían en las catacumbas no conocían el descanso. Podía sentir las antiguas quejas de la piedra como remotos lamentos de los malditos. El aire tan frío, viciado y muerto como el de una tumba. El Amo Execrable había elegido una apropiada heredad: solamente criaturas locas y maldad podían habitar en la Madriguera de los Entes.

Luego, de pronto, los complicados pasadizos por los que Buscadolores los había conducido, cambiaron. El túnel se estrechó, convirtiéndose en una burda hendedura cuya cubierta se hallaba fuera del alcance de la percepción de Linden. Poco después, la grieta terminaba al borde de una amplia y profunda fosa. Y de ésta se desprendía un hedor a cadáveres.

Tal fetidez le provocó arcadas a Linden. Covenant la soportaba con dificultad. Pero Buscadolores se encaminó directamente al borde de la fosa, hacia una escalera cortada en la piedra que ascendía por el muro justamente sobre el nauseabundo abismo. Covenant se esforzó por continuar, pero antes de que hubiese subido una docena de escalones tuvo que apoyarse contra el muro. Linden sentía que la náusea y el vértigo entorpecían sus músculos.

Envainando la espada, la Primera cogió a Covenant en brazos, ascendiendo después tan rápidamente como Buscadolores le permitía.

Los calambres se sucedían en el estómago de Linden. El hedor se lanzaba sobre ella. La escalera se alargaba más allá de su comprensión; no sabía cómo afrontarla. Pero el espacio entre la luz y ella, entre Covenant y ella, se incrementaba a cada instante. Fieramente volvió su percepción hacia sí misma, eliminando los calambres de sus músculos. Entonces se obligó a subir.

El hedor la desafiaba como el Sol Ban, urgiéndola a rendirse a él… a rendirse a la oscuridad que reptaba furiosamente dentro de ella y en el exterior, incuestionable y cada vez más próxima a lograr su objetivo. Si no se oponía, podría llegar a ser fuerte, como un Delirante antes de ser arrojada al fondo; y entonces ninguna muerte normal podría alcanzarla. Sin embargo se aferraba a los toscos escalones, con las manos, impulsándose hacia ellos con las piernas. Covenant se hallaba delante. Quizá ya a salvo. Y ella había aprendido a ser obstinada. La boca del anciano cuya vida había salvado en Haven Farm era tan maloliente como aquello, pero había sabido soportar su pútrido aliento en la lucha por salvarle la vida. Aunque sus intestinos se retorcían y las náuseas le atenazaban la garganta, continuó su camino hacia el final de las escaleras y del pozo.

Allí encontró a Buscadolores, a la Primera y a Covenant. Y luz; una luz diferente a la que emitía el Designado. Se refectaba suavemente desde el pasaje situado detrás de él, y su color era el rojizo-anaranjado del fulgor pétreo. En ella flotaban suaves burbujas como las producidas por la ebullición, y lentas salpicaduras. Una emanación sulfurosa se introducía en el hedor del aire.

Encorvado culminó el ascenso seguido de Vain. Linden observó a Covenant. Tenía el rostro pálido como la cera y cubierto de sudor; la repulsión y el vértigo le velaban los ojos. Ella se volvió hacia la Primera y Buscadolores para solicitar otro descanso.

El elohim se le adelantó. Tenía una extraña mirada, que ocultaba sus pensamientos.

—Ahora durante cierto tiempo tendremos que trasladarnos por un camino de uso común en las Madrigueras. —El fulgor pétreo perfilaba sus hombros—. Por el momento, está abierto para nosotros… pero en breve volverá a hallarse transitado, y nos será vedado el paso. No debemos detenernos aquí.

Linden quiso protestar por la frustración e impotencia que sentía. Le preguntó directamente a la Primera:

—¿Durante cuánto tiempo más crees que podrá resistir?

La giganta se encogió de hombros. No afrontó la mirada de Linden. Sus esfuerzos por rechazar la duda no le dejaban mucho margen para transigencias.

—Si desfallece yo le llevaré.

Al momento, Buscadolores se volvió y empezó a descender por el pasaje.

Antes de que Linden pudiera objetar, Covenant inició la marcha arrastrando los pies, tras el Designado. La Primera se colocó protectoramente delante del Incrédulo.

Encorvado miró a Linden con un gesto de resignado cansancio.

—Es mi esposa —murmuró— y la amo indeciblemente. Pero ella me sobrepasa. Si mi constitución fuera como la de los otros gigantes, podría criticar su insensatez en lugar de soportar sus exageraciones. —Claramente no sentía lo que estaba diciendo; hablaba únicamente para consolar a Linden.

Pero ésta se hallaba más allá del consuelo. El hedor y el azufre, la fatiga y el peligro la estaban llevando a los límites de su autodominio. Mascullando fútilmente, obligó a sus temblorosas piernas a ponerse en movimiento.

El pasadizo se convirtió pronto en una maraña de corredores, pero Buscadolores los surcaba sin equivocarse hacia la fuerte de la luz. La atmósfera se hizo sensiblemente más cálida, casi ardiente. Los ruidos de ebullición se incrementaron, adquiriendo una subterránea persistencia que repercutía arrítmicamente en los pulmones de Linden.

Entonces llegaron a un túnel tan ancho como una calzada; y el fulgor pétreo adquirió mayor brillantez. La piedra percutía con una agitación insondable. Delante de Buscadolores, el muro de la izquierda desapareció; un calor acre llegaba desde aquel lugar. Parecía extraer el aire del pecho de Linden tirando de ella hacia delante. Buscadolores condujo al grupo rápidamente a la zona iluminada.

La calzada discurría bordeando un inmenso abismo. Los enormes muros estaban completamente iluminados por el fulgor pétreo; destellaban calor y sulfuro.

Al fondo del abismo ardía un lago de magma.

Su ebullición hacía temblar el granito. Tremendas erupciones eran despedidas masivamente hacia el techo para luego desplomarse a causa de su propio peso, salpicando los muros con una violencia que fundía y daba nueva forma a sus extremos.

Buscadolores bajaba por la calzada como si el abismo no le importara. Pero Covenant se movía despacio, pegado al muro. El fulgor pétreo iluminaba sin piedad su rostro, dándole la apariencia de un lunático horrorizado y con deseos de inmolación. Linden le pisaba prácticamente los talones a fin de hallarse próxima si la necesitaba. Habían recorrido la mitad del camino alrededor de la boca del abismo antes de que ella sintiera sus emanaciones con la claridad suficiente para darse cuenta de que la aprensión de Covenant no se debía sólo al miedo causado por el calor y el vértigo. Él reconocía aquel lugar: los recuerdos batían sobre su cabeza como negras alas. Sabía que aquel camino conducía hasta el Despreciativo.

Linden le seguía los pasos y se enojaba inútilmente consigo misma. Él no se hallaba en condiciones de enfrentarse al Amo Execrable. En absoluto. A ella ya no le importaba que su debilidad pudiera disminuir la dificultad de sus propias responsabilidades. No deseaba que la suerte le fuese propicia. Lo quería a él, entero, fuerte y victorioso, como se merecía. Aquella manera de precipitarse a la condena era locura, demencia.

Jadeando a causa del calor, Covenant llegó al otro lado del abismo, avanzó dos pasos por el corredor y se desplomó en el suelo. Linden le rodeó con sus brazos, procurando estabilizarse también a sí misma. La terrible vehemencia del lago le quemaba la espalda. Encorvado estaba casi a punto de llegar hasta ellos. Vain varios pasos detrás.

—Debéis ser rápidos ahora —dijo Buscadolores. Su voz sonaba extrañamente apremiante—. Los Entes de la Cueva están cerca.

Sin previo aviso, pasó a toda velocidad a sus compañeros, y volvió hacia el fulgor pétreo como un rapidísimo cóndor.

Mientras se lanzaba calzada abajo, su forma perdió toda su apariencia de humanidad y asumió la de un esperpento de arena.

Con tanta contundencia como un mazo, chocó frontalmente con el Demondim.

Vain no hizo esfuerzo alguno por evitar el impacto. Pero no pudo oponer resistencia. Buscadolores era la Energía de la Tierra encarnada. El impacto de la colisión hizo retumbar el camino, enviando temblores a través de la piedra que parecían lamentos. Vain había mostrado ser más poderoso que los gigantes o las tormentas, inmune a las lanzas o al Grim del na-Mhoram. Había soportado el poder del Gusano del Fin del Mundo y había sobrevivido, aunque su contacto le hubiera costado el uso de un brazo. En solitario había escapado de Elemesnedene y de todos los elohim. Pero Buscadolores lo golpeó con tan concentrada fuerza que le hizo retroceder.

Dos pasos. Tres. Hasta el final del borde.

—¡Vain! —Covenant se revolvió entre los brazos de Linden. El frenesí le dio suficientes energías para desprenderse de ella—. ¡Vain!

Instintivamente Linden se esforzó en sujetarlo.

Impelida por el terror de Covenant, la Primera dejó atrás a Encorvado lanzándose en persecución del Designado.

Vain recuperó el equilibrio en el límite del abismo. Sus negros ojos miraban intensamente. Una mueca de regocijo agudizaba sus perfectas facciones. Las abrazaderas de hierro del Bastón de la Ley brillaban apagadamente bajo el caliente fulgor pétreo.

No apartaba la vista de Buscadolores. Pero su brazo bueno hizo un gesto de protección que obligó a la Primera a retroceder junto a su esposo, fuera de peligro.

—¡Cáete! —rugió el Designado. Martilleaba el aire con los puños. La roca que sostenía los pies de Vain estalló en pedazos—. ¡Cae y muere!

El Demondim cayó. Con lentitud de pesadilla se desplomaba directamente sobre el abismo.

Al mismo tiempo, su brazo inerte embistió, golpeó como una serpiente. Su mano derecha se cerró sobre el antebrazo de Buscadolores. El Designado fue arrastrado tras él.

Rebotando contra el muro, descendían hacia el centro del lago. El grito de Covenant los acompañó, inarticulado y salvaje.

Buscadolores no podía librarse del agarro de Vain.

Era un elohim, capaz de adoptar cualquier forma existente sobre la Tierra. Se disolvió convirtiéndose en águila, azotando el aire con las alas para escapar del hirviente magma. Y Vain, aferrado a una de sus garras, ascendió también.

Un instante después, Buscadolores se convirtió en agua. El calor lo lanzó hacia el techo convertido en vapor y agonía. Pero Vain apretaba un puñado de humedad esencial y volvió a tirar del Designado hacia sí.

Más raudo que el pánico, Buscadolores tomó la forma de un gigante empuñando con ambas manos una inmensa espada. Golpeó salvajemente la muñeca de Vain. Pero éste se limitó a asegurar su presa dejando que la hoja restallase contra su abrazadera de hierro.

Se hallaban tan próximos a la lava que Linden apenas podía verles a través de las llamas. Desesperado, Buscadolores adquirió la forma de una vela dejando que el calor lo impeliese hacia arriba. Pero Vain lo sujetaba aún de forma inquebrantable.

Y antes de que hubiera alcanzado la suficiente altura, un surtidor se alzó como una torre en su dirección. Intentó evitarla virando, pero era demasiado tarde. El magma alcanzó tanto al elohim como a Vain sepultándolos en el lago.

Linden se abrazó a Covenant compartiendo sus gritos.

Éste ya no se debatía.

—¡No lo comprendes! —jadeó. Toda la fuerza lo había abandonado—. Éste es el lugar. El lugar donde los ur-viles se desembarazan de sus fracasos. Cuando algo de lo que elaboran no funciona bien, lo arrojan ahí. Ése fue el motivo de que Buscadolores… —Las palabras murieron en su garganta.

Por esa razón, Buscadolores había realizado su último intento contra el Demondim allí. Ni siquiera Vain podía esperar sobrevivir tras aquella caída.

¡Santo Dios! Ella no comprendía cómo el elohim había visto tan extraordinaria amenaza en una creación de los ur-viles. Vain se había inclinado una vez ante ella… y jamás la había vuelto a reconocer. Le había salvado la vida… y se había negado a salvársela. Y después de todo ese tiempo, distancia y peligros, había desaparecido antes de encontrar lo que buscaba. Antes de que ella llegara a comprender…

Había atenazado a Buscadolores con la mano que pendía de su inerte antebrazo.

Aunque otras emanaciones reclamaban su atención, fue tarda en captarlas. Había olvidado la advertencia de Buscadolores. Se apercibió demasiado tarde de los movimientos que se producían en el pasadizo que los había llevado hasta aquel abismo.

Recorriendo el borde de la sima, un grupo de Entes de la Cueva penetraban en el fulgor pétreo.

Al menos, veinte. Erguidos sobre sus largas extremidades, eran casi tan altos como Encorvado. Corrían con exagerada y espasmódica torpeza, como muñecos de palo. Pero su fuerza resultaba evidente: eran los cavadores de la Madriguera de los Entes. El rojo calor de la lava refulgía en sus ojos. La mayoría de ellos venían armados con mazos; los restantes llevaban hachas de guerra de afilados bordes.

Todavía medio aturdida por el impacto de la caída de Vain, la Primera giró sobre sus pies. Por un instante, se bamboleó. Pero la situación de sus compañeros hizo que se estabilizara. Su espada centelleó, preparada.

—¡Huid! —gritó, y se enfrentó al ataque de los Entes de la Cueva.

Covenant no hizo el menor esfuerzo por moverse. Aquéllos a quienes amaba se encontraban en peligro, y él tenía poder para protegerlos… un poder que no se atrevía a utilizar. Linden captó inmediatamente su situación. El esfuerzo de voluntad para contener la magia indomeñable, ocupaba toda su energía.

Luchó por ponerse en movimiento. Poniendo en juego toda su determinación, comenzó a arrastrarlo túnel abajo.

Parecía carecer de peso. Sin embargo, su inercia la entorpecía. El avance resultaba fatalmente lento.

Entonces Encorvado fue en su ayuda. Comenzó a hacerse cargo de Covenant, reemplazándola.

El fragor del combate resonaba por todo el pasadizo. Linden se volvió y vio que la Primera luchaba por su vida.

Era una espadachina, una especialista en el combate. Iba cercenando con la hoja en torno de sí, a un tiempo feroz y exacta; el fulgor pétreo destellaba en el raudo hierro. Parecía que la sangre de sus atacantes se derramaba más por arte de magia que a consecuencia de la violencia, aquella hoja era la varilla o el cetro mediante el cual se desencadenaba su hechizo.

Pero la calzada era demasiado ancha como para constreñir a los Entes. Su envergadura era tan grande como la de ella. Y habían nacido para contender con la piedra: sus golpes tenían la contundencia del granito. La mayor parte de su esfuerzo estaba destinado a parar mazazos que le hubieran roto los brazos. Paso a paso, estaba siendo obligada a retroceder.

Basculó levemente sobre la insegura superficie y un golpe la rozó. En su sien izquierda surgió al instante una magulladura sangrienta. El Ente que la había golpeado se hundió en el abismo, apretándose el pecho abierto. Pero otros se agolparon ante ella.

Linden miró a Encorvado. Estaba desgarrándose por contradictorias urgencias. Sus ojos expresaban dolor, desesperación y súplica. Le había ofrecido su vida. Como antes Tejenieblas.

No pudo soportarlo. Se merecía algo mejor.

—¡Ayuda a la Primera! —lo arengó—. ¡Yo me ocuparé de Covenant!

Encorvado se hallaba demasiado enfurecido como para vacilar. Soltando al Incrédulo, se apresuró en auxilio de su esposa.

Linden cogió a Covenant por los hombros, y lo sacudió con fuerza.

—¡Vamos! —gritó casi pegada a su demudado rostro—. ¡Por el amor de Dios!

La lucha que mantenía consigo mismo era terrible de soportar. Podía haber borrado a los Entes de la cueva con un sólo pensamiento… y destruir el Arco del Tiempo o profanarlo con el veneno. Estaba deseando sacrificarse. ¡Pero a sus amigos! Su peligro lo desgarraba. En el lapso de un latido de corazón, ella creyó que lo destruiría todo para salvar a la Primera y a Encorvado. Para que no muriesen por él como Vasallodelmar.

Sin embargo se contuvo… afianzando su resquebrajado y vacilante espíritu con un dominio tan inhumano como su propósito. Se le endureció el semblante; su mirada se volvió tan lúgubre y desolada como el Reino bajo la calamidad del Sol Ban.

—Estás en lo cierto —musitó quedamente—. Esto es patético.

Enderezándose, comenzó a andar por el túnel.

Ella le apretó la insensible mediamano y avanzó junto a él hacia la oscuridad. Los alaridos y los golpes sonaban tras ellos, repetidos por el eco y luego engullidos por la Madriguera.

Cuando el fulgor pétreo ya no llegaba hasta ellos, se encontraron en una intersección. Covenant viró instintivamente a la derecha, pero ella le llevó hacia la izquierda por sentirla menos transitada. Casi inmediatamente se arrepintió de su elección. No los alejaba de la luz. Por el contrario, se abría en una vasta cámara donde las grietas de la pared dejaban pasar el resplandor del lago de lava. El azufre y el calor enrarecían el aire. Dos túneles más tenían acceso a la sala, pero no extraían el hedor acumulado.

La calzada que recorría el borde del abismo era visible entre las hendeduras. Aquella cámara se usaba para que los pobladores de Monte Trueno pudieran vigilar el paso sin ser vistos.

La Primera y Encorvado ya no estaban sobre el borde. Se habían retirado por el túnel tras de Covenant y Linden. O habían caído. Los sentidos de Linden emitieron su alarma. Demasiado tarde; siempre demasiado tarde. Amargamente se volvió de cara a los Entes de la Cueva que irrumpían en la sala por las tres entradas.

Ella y sus compañeros debieron haber sido detectados desde aquel escondrijo cuando iniciaron el camino para atravesar el abismo. Y durante el breve tiempo en que estuvieron contemplando a Vain y Buscadolores, los Entes de la Cueva habían preparado la trampa.

En el túnel que Covenant y Linden escogieron, aparecieron la Primera y Encorvado, luchando terriblemente para llegar hasta sus amigos. Pero la mayoría de los Entes de la Cueva se apresuraron a bloquear el paso de los gigantes. La espadachina y su esposo fueron repelidos.

El inarticulado grito de Encorvado turbó el corazón de Linden. Luego, tanto él como la Primera se perdieron de vista. Los Entes fueron en su persecución.

Blandiendo mazas y hachas, el resto de las criaturas avanzaron hacia Covenant y Linden.

Él la empujó colocándola detrás, y dio un paso al frente. El fulgor pétreo silueteaba sus desolados hombros.

—Yo soy el que buscáis. —Su tono era tenso a causa de la contención y la magia indomeñable—. Iré con vosotros. Dejadla en paz.

Absortos e inexorables, los Entes no dieron muestra de haberle oído. Sus ojos estaban llenos de ira.

—Si le hacéis daño —rechinó—, os despedazaré.

Uno de ellos le agarró, sujetando sus dos puños con una enorme mano. Otro alzó el mazo descargando un golpe demoledor sobre la cabeza de Linden.

Ésta se agachó. El mazo látigo rozándole el cabello, casi el cráneo. Alejándose de la pared, se abalanzó en pos de Covenant.

Los Entes de la Cueva parecían lentos y torpes. Por el momento, no pudieron atraparla.

De algún modo, Covenant logró liberar sus muñecas. Extrayendo el cuchillo de su cinturón, empezó a dar cuchilladas frenéticamente a su alrededor. Un Ente de la Cueva aulló, retrocediendo. Pero la hoja se encontraba profundamente hundida entre las costillas de la criatura, y la mediamano de Covenant no pudo mantenerla empuñada. Así le fue arrebatado el puñal.

Desarmado, se volvió hacia Linden. Sus facciones se distendieron como si intentara gritar, ¡Perdóname…!

Los Entes le rodeaban. No usaban los mazos ni las hachas: aparentemente lo querían vivo. Le golpearon con los puños hasta abatirlo.

Linden intentó alcanzarle. Ávida por el poder, sintiéndose inútil sin él. Sus brazos y piernas no eran armas adecuadas para luchar contra los Entes de la Cueva. Se reían con grosería de sus esfuerzos. Salvajemente, buscó el anillo de Covenant con su sentido de la salud, intentando poseerlo. El infernal aire le obstruía los pulmones. Insondable y furiosa llegaba a través de las fisuras la ebullición del lago de lava. Vain y Buscadolores habían caído. La Primera y Encorvado no estaban allí. Covenant yacía sobre la piedra como preparado para el sacrificio. No le quedaba nada.

Aún seguía buscando cuando un golpe cayó misericordiosamente sobre el hueso situado detrás de su oreja izquierda. Al momento, el mundo se volcó y cayó en la oscuridad.