DIECISÉIS

¡Perdona, Andelain!

Más tarde, empezó a llover.

Chispeando levemente, las nubes cubrían las estrellas y la luna. La lluvia era tan agradable como el toque de la primavera, tan limpia, benévola y triste como el espíritu de las colinas. Nutría la hierba, bendiciendo las flores y engalanando los árboles con sus gotas. En modo alguno recordaba la histérica cólera del Sol de Lluvia.

Y sin embargo apagó la última luz del mundo, dejando a Linden en la oscuridad.

Yacía extendida sobre la hierba. La voluntad y el movimiento la habían abandonado. No deseaba levantar la cabeza, ni salir de su postración. El terrible peso de lo que había sabido la había privado hasta del deseo de respirar. Sus ojos aceptaban la lluvia sin parpadear.

La llovizna producía un apacible y monótono ruido al caer sobre las hojas y la hierba, un delicado epicedio. Pensó que podría arrastrarla lejos, que ella no podría ser motivada para moverse nunca más. Pero luego captó un sonido distante entre el repiqueteo del agua: algo como una vibración de un minúsculo y perfecto cristal. Las sutiles notas conllevaban pesar y melancolía.

Cuando miró hacia arriba, vio que Andelain no se hallaba completamente a oscuras. Una luz amarilla derramaba rayas de lluvia sobre la hierba. Ésta procedía, igual que la vibración, de una llamita del tamaño de su palma que fluctuaba en el aire como ardiendo en una mecha invisible. Y aquel danzante fuego cantaba para ella, ofreciéndole el regalo de su melancolía.

Una de las Almas de Andelain.

Al contemplarla, el dolor oprimió su corazón, haciéndola ponerse en pie. ¡Que tales seres pudieran ser destruidos! ¡Que Covenant pretendiera sacrificar incluso a las Almas de Andelain en el altar de su desesperación, dejando que tan desamparada y frágil belleza fuera arrancada de la vida! De manera instintiva supo porque la llama había venido hasta ella.

—Estoy perdida en esta lluvia —dijo. La rabia crecía tras sus apretados dientes—. Llévame con los míos.

El Alma se agitó describiendo un arco; quizá la entendía. Danzando y arqueándose, se alejó a través de la llovizna. Las gotas atravesaban su luz como estrellas fugaces.

La siguió sin titubear. La oscuridad se acumulaba a su alrededor y dentro de ella, pero la llama permanecía clara.

No la había malinterpretado. En poco tiempo, la condujo hasta el lugar donde había dejado a sus compañeros.

Bajo el oropelino, el Alma ondeó por un instante sobre los enormes y durmientes cuerpos de la Primera y Encorvado. Ellos no eran nativos del Reino; sin miedo a sus espectros personales, dormían profundamente inmersos en la paz de las colinas.

La revoloteante llamita iluminó fugazmente a Vain, convirtiendo en abalorios la lluvia que caía sobre su negra perfección, haciendo que pareciera una estatua de oropel. Sus órbitas de ébano no miraban nada, no captaban nada. Su leve sonrisa no tenía sentido.

Pero Covenant no estaba allí.

El Alma la dejó entonces como si temiera ir más lejos con ella. Vibró al desaparecer en la oscuridad como una esperanza perdida. No obstante, cuando la visión de Linden se adaptó a la noche cubierta de nubes, captó un atisbo de lo que buscaba. En una baja hondonada hacia el este se distinguía un suave resplandor perlado.

Fue hacia allí; y al aproximarse, la luz se hizo más brillante.

Y le mostró a Thomas Covenant de pie entre sus Muertos.

La húmeda camisa se le adhería al torso. El cabello, oscurecido por la lluvia, le cubría la frente. Mas era obvio que permanecía ajeno a tales cosas. Y no vio llegar a Linden. Estaba completamente absorto en los espectros de su pasado.

Ella los conocía por los relatos y descripciones que había oído. El Guardián de Sangre Bannor se parecía demasiado a Brinn para ser confundido. El hombre de la severa y sencilla túnica tenía unos ojos peligrosos compensados por una curvada y humana boca: el Amo Superior Mhoram. La mujer vestía un atuendo similar porque también había ostentado el cargo de Ama Superior; y su evidente belleza estaba velada, o acentuada, por una vehemencia profética que recordaba a la de Covenant: era Elena, la hija de Lena. Y el gigante en cuya mirada brillaban la ironía, la certidumbre y el sufrimiento probablemente era Corazón Salado Vasallodelmar.

El poder que emanaban debía haber avergonzado a Covenant, aunque no era comparable al de Kevin. Pero él carecía de percepción para detectar el peligro que constituían. O quizá su nefasta intención le daba otro nombre a aquel peligro. Todo su cuerpo parecía volcarse hacia ellos como si hubiesen ido a confortarlo.

A reforzar su decisión, para que no dudase ante la destrucción de la Tierra.

¿Y por qué no? De aquella manera obtendrían el descanso tras los fatigosos milenios de su vigilia.

Debes, recordó Linden. La alternativa resultaba absolutamente terrible. Sí. Sus ropas estaban empapadas, sus cabellos chorreantes y pesados sobre el cuello; bajó a zancadas hasta el grupo. Su cólera horadaba la noche.

Los Muertos de Covenant eran poderosos y decididos. En un momento, hubiera quedado a su merced. Pero ahora su pasión los dominaba a todos. Se volvieron hacia ella y cayeron en un silencio que era una mezcla de sorpresa, dolor y rechazo. El semblante de Bannor se endureció. El de Elena se agudizó por la consternación. Mhoram y Vasallodelmar la miraron como si hubiese convertido en confusión todos sus sueños.

Pero únicamente Covenant habló.

—¡Linden! —articuló con dificultad, como quien ha llorado recientemente—. Tienes un aspecto horrible. ¿Qué te ha ocurrido?

Lo ignoró. Avanzando a través de la llovizna, fue a enfrentarse con sus amigos.

Refulgían con un espectral plateado que superaba la luz de la luna. La lluvia traspasaba sus incorpóreas formas. Pero sus ojos eran penetrantes por la vida que la Energía de la Tierra de Andelain y el quebrantamiento de la Ley de la Muerte les habían otorgado. Formaban un inconexo arco ante ella. Ninguno retrocedió.

A espaldas de Linden, el desconsuelo, el amor y la incomprensión de Covenant se propagaban en la noche. Pero no la alcanzaban. Kevin había abierto sus ojos al fin, haciendo posible que viera en lo que se había convertido el hombre que amaba.

Miró fijamente a los Muertos, uno a uno. La precisa y afilada sagacidad de Mhoram le hacía navegar entre los extremos de su vulnerabilidad y fuerza. Los ojos de Elena estaban dilatados por la especulación como si se estuviera preguntando qué era lo que veía Covenant en Linden. El semblante de Bannor mostraba el mismo desapasionamiento que tenía el de Brinn cuando la denunció tras la huida del grupo de Bhratairealm. La leve sonrisa que se adivinaba tras la cerrada barba de Vasallodelmar descubría su preocupación y pesar.

Durante una fracción de segundo, Linden estuvo a punto de retroceder. Vasallodelmar era el Ser Puro que redimió a los jheherrin. En una ocasión se había metido en la lava para ayudar a Covenant. Elena fue arrastrada a la locura en parte al menos por el amor que sentía hacia el hombre que había violado a su madre. Bannor había servido al Incrédulo con una fidelidad semejante a la de Brinn o Cail. Y Mhoram… Linden y Covenant se habían abrazado en su lecho como si éste fuera el paraíso.

Pero no lo había sido. Había estado equivocada al respecto, y la verdad la aterrorizaba. Estando entre sus brazos en el lecho de Mhoram, Covenant había pensado sobre la profanación… y había tomado su decisión. Tiene el propósito de colocar su anillo blanco en la mano del Amo Execrable. Después de haber jurado que jamás lo haría. La angustia la invadió. Su grito atravesó fieramente la lluvia.

—¿Por qué no estáis avergonzados?

Entonces su cólera empezó a soplar como un fuerte viento. Lo mantenía voluntariamente, quería apartar, castigar, eliminar si pedía, los estupefactos semblantes iluminados de plata que tenía ante ella.

—¿Es que lleváis tanto tiempo muertos que no sabéis lo que estáis haciendo? ¿No podéis recordar de un minuto a otro lo que ocurre aquí? ¡Esto es Andelain! ¡Él salvó vuestras almas al menos una vez! ¡Y vosotros pretendéis que destruya esto!

. —Farfullaba acusaciones contra la mezcla de compasión y desdén de Elena—. ¿Aún crees que le amas? ¿Tan arrogante eres? ¿Qué bien le has proporcionado? Nada de esto hubiera ocurrido si no hubieses estado tan ansiosa por gobernar a los muertos como hicieras con los vivos.

Aquella acusación penetró en la antigua Ama Superior. Elena trató de replicar, trató de defenderse; pero las palabras no salieron. Había quebrantado la Ley de la Muerte. La condena del Sol Ban se debía tanto a ella como a Covenant. Abatida y doliente, se tambaleó, perdiendo fuerza, y se marchó, dejando un fugaz resplandor de plata en la lluvia.

Pero Linden se había vuelto ya hacia Bannor.

—Y . Con tu maldita rigidez. Prometiste servirle. ¿Así es como le llamas a esto? ¡Tu gente permanece sentada mano sobre mano en Piedra Deleitosa cuando debieran estar aquí! Hollian fue asesinada porque no estaban con nosotros para combatir contra aquellos ur-viles. Caer Caveral está muerto y es simple cuestión de tiempo el que Andelain empiece a pudrirse. Pero nunca te importó. ¿Es que no fue suficiente para ti permitir que Kevin arruinara el Reino en una ocasión? —Señaló bruscamente en dirección a Covenant con el dorso de la mano—. ¡Ellos debían estar aquí para detenerlo!

Bannor no tenía respuesta. Dirigió una mirada a Covenant semejante a una súplica; entonces, también él desapareció. En torno a la hondonada la oscuridad se intensificó.

Excitada, Linden se lanzó hacia Vasallodelmar.

—Linden, no —intervino Covenant—. Acaba con esto. —Estaba a punto de la incandescencia. Ella la podía sentir ardiendo en sus venas. Pero aquella petición no la hizo detenerse. Él no tenía derecho a hacérsela. Sus Muertos lo habían traicionado… y ahora él pretendía traicionar al Reino.

—Y . ¡El Ser Puro! Al menos de ti hubiese podido esperar que cuidases de él mejor de lo que lo has hecho. ¿No aprendiste nada viendo morir a tu pueblo, contemplando como el Delirante destruía sus cerebros? ¿Es que consideras la profanación deseable? —El gigante retrocedió. Salvajemente, continuó ella—: Podías haberlo previsto. No entregándole a Vain. Si no hubieras tratado de hacerle creer que le estabas dando esperanza, cuando lo que estabas haciendo realmente era enseñarle a rendirse… Has hecho que creyera en la posibilidad de ceder porque Vain o algún otro milagro salvarían al mundo de todas formas. Oh, ciertamente eres el Puro. Ni el mismísimo Execrable es tan Puro.

—Escogida… —murmuró Vasallodelmar—, Linden Avery… —como si deseara confesarle algo y no supiera cómo—. Ah, perdona. El Pierdetierra te ha afligido con ese dolor. Él no lo entiende. La visión de la que careciera en vida no le ha sido otorgada en la muerte. El sendero que hay ante ti es un camino de esperanza, pero él solamente percibe las consecuencias de su propia desesperación. Debes recordar que fue convertido en siervo del Despreciativo. La maldad de tal servicio oscurece su alma. Covenant, escúchame. ¡Escogida, perdona!

Desgajándose en esplendentes fragmentos, desapareció en la oscuridad.

—¡Maldita sea! —rugió Covenant—. ¡Maldita sea! —Pero ahora sus maldiciones no se dirigían a Linden. Parecía estar increpándose a sí mismo. O a Kevin.

Fuera de toda contención, Linden se volvió al fin hacia Mhoram.

—Y tú —dijo con la lentitud del veneno—. . Te llamaron «profeta y oráculo». Eso me han dicho. Constantemente he estado oyéndole decir que deseaba que estuvieras con él. Te valora más que a nadie. —La ira y el dolor se habían unificado, y no podía dominarlos. Ira porque Covenant hubiera sido conducido al error de aquella manera; dolor porque confiaba tan poco en ella que no le permitía compartir su carga, porque prefería la desesperación y la destrucción a cualquier amor o compañerismo que pudiera mitigar sus responsabilidades—. Debiste haberle confesado la verdad.

En los ojos del Muerto Amo Superior destellaban lágrimas plateadas… y no obstante ni se arredró ni se desvaneció. La tristeza que irradiaba no era por sí mismo, sino por ella. Y quizá también por Covenant. Una dolorosa sonrisa curvaba su boca.

—Linden Avery —hizo que su nombre sonara extrañamente áspero y gentil—, me das una alegría. Eres digna de él. Nunca dudé de que pudieses compartir con él la valoración de todas las cosas. Has apenado a los Muertos. Pero cuando se recuerden a sí mismos quién eres se alegrarán igualmente. Únicamente te pido esto: procura tener presente que también él es digno de ti.

Ceremoniosamente, se llevó las palmas de las manos a la frente, extendiendo luego los brazos en un amplio semicírculo que pareció desnudar su corazón.

—¡Amigos míos —declaró con resonante voz—, tengo la convicción de que prevaleceréis!

Temblando aún, fue disolviéndose en la llovizna hasta desaparecer.

Linden contempló el lugar que había dejado vacío. Bajo el frío contacto de la llovizna, se sintió súbitamente acalorada por la vergüenza.

Entonces habló Covenant.

—No has debido actuar así. —El esfuerzo que hacía para no gritar constreñía su voz—. No lo merecen.

En respuesta, el ¡Debes!, de Kevin gritó a través de ella, sin dejar lugar para el remordimiento. Mhoram y los demás pertenecían al pasado de Covenant, no al suyo. Se habían dedicado a arruinar todas las cosas que ella había aprendido a cuidar. Desde el principio, el quebrantamiento de la Ley de la Muerte había servido al Despreciativo. Y le seguía sirviendo.

No se volvió hacia Covenant. Temía que la sola vista de su figura, apenas distinguible en la oscuridad, la hiciese acompañar en su llanto a las colinas. Ásperamente, replicó:

—Fue eso, ¿verdad? Por eso obligaste a los haruchai a que se quedaran atrás. Después de lo que hizo Kevin a la Guardia de Sangre, sabías que tratarían de detenerte.

Lo sintió luchar por dominarse, y fracasar. Se había reunido con sus Muertos en una aguda e indescifrable confusión de dolor y alegría que lo había hecho vulnerable al ataque de su cólera.

—Tú conoces bien las cosas para reaccionar así —le dijo—. ¿Qué demonios te ha contado Kevin?

Amarga como el aliento del invierno, contestó:

—'Jamás le entregaré el anillo. Jamás.' ¿Como cuántas veces crees que has dicho eso? ¿Cuántas veces prometiste…? —Bruscamente giró en redondo, con los brazos alzados para golpearlo… o apartarlo—. ¡Tú, increíble bastardo! —Aunque no podía verlo, sus sentidos lo captaban con precisión como si no estuviera inmerso en la oscuridad. Estaba rígido e inescorable como si fuera la imagen de la decisión esculpida sobre granito puro. Tenía que lanzarle su rabia para evitarse gritar de angustia—. Comparado contigo, mi padre fue un héroe. Al menos no planeó matar a nadie más. —Negros ecos se reunieron en torno a ella, haciendo horrible la noche—. ¿Es que incluso te falta valor para continuar viviendo?

—Linden. —Ella sentía intensamente hasta qué punto lo hería, como cada palabra suya caía en él como una gota de vitriolo. Sin embargo, en vez de contradecirla, Covenant se esforzaba en comprender, aunque fuera una mínima parte, lo que le había sucedido a ella—. ¿Qué te dijo Kevin?

Pero ella no tomó en cuenta su actitud. Él pretendía traicionarla. Bueno, aquello era justo: ¿qué había hecho ella para merecer otro trato? Pero en su propósito entraba también la destrucción de la Tierra… un mundo que a pesar de toda la corrupción y la malicia alimentaba todavía a Andelain en su corazón, atesorando aún Energía de la Tierra y belleza. Porque él se había rendido. Había penetrado en el Fuego Bánico como si supiera lo que estaba haciendo, y había permitido que la maligna pira quemara el último resto de amor que le quedaba. Solamente habían perdurado el engaño y la parodia.

—Estás dejándote influenciar por Buscadolores —le espetó—. Él te ha convencido de que más vale acabar con la miseria del Reino que continuar luchando. Me aterraba contarte lo de mi madre porque pensaba que me odiarías. Pero esto es peor. Si me odiaras, podría esperar al menos que continuaras luchando.

Entonces los sollozos casi la dominaron. Apenas pudo controlarlos.

—Tú lo eres todo para mí. Me hiciste volver a la vida cuando deseaba morir. Me convencistes para que continuara intentándolo. Pero ahora tú has dedicido rendirte. —La verdad resultaba tan clara como el temor que le hizo salir de la húmeda oscuridad—. Vas a entregarle tu anillo al Execrable.

Ante aquello, un punzante dolor brotó de él. Pero no se trataba de una negativa. Ella lo supo con precisión. Era pánico. Pánico de lo que ella sabía. Pánico de lo que pudiese hacer aquel conocimiento.

—No lo digas así —musitó—. No lo entiendes. —Pareció estar buscando algún nombre con el cual conjurarla, forzar su aquiescencia… o al menos un retraso de su juicio—. Dijiste que confiabas en mí.

—Tienes razón —le contestó, dolida, llorosa y colérica a la vez—. No lo entiendo.

No pudo soportar más. Apartándose de él, corrió bajo la lluvia. Covenant le gritó como si algo en su interior se estuviese desgarrando; pero ella no paró.

En algún momento durante la noche, la llovizna adquirió la fuerza de una tormenta de verano. Un pertinaz y frío aguacero cayó sobre las colinas; el viento aserraba las ramas y arbustos. Pero Linden no buscó cobijo. No deseaba ser protegida. Covenant ya la había conducido demasiado abajo por aquel camino, protegiéndola en exceso de la verdad. Quizás él le tenía miedo… Y estaba avergonzado por lo que pretendía hacer y procuraba ocultarlo. Pero en el transcurso de la oscura noche de Andelain ella le hizo la justicia de reconocer que también había intentado protegerla por su propio bien, primero de involucrarse en la angustia de Joan y en las necesidades del Reino, luego del impacto de la maldad del Amo Execrable, más tarde de la necesaria lógica de su muerte. Y ahora de las implicaciones de su desesperación. De forma que ella se viera libre de culpa por la ruina de la Tierra.

Reconoció todo aquello. Pero a la vez, odió todo aquello. Él era un caso típico: quienes han optado por el suicidio y no tienen deseos de ser salvados simulan tranquilidad y seguridad antes de quitarse la vida. Una absoluta compasión por él habría roto su corazón si hubiera estado menos furiosa.

Su propia posición habría sido más sencilla si hubiera creído que él era maligno. O si hubiera estado segura de que había perdido la razón. En ese caso, su única responsabilidad habría sido pararlo a cualquier coste. Pero el aspecto más terrible de su dilema era que la inexorable certeza que mostraba no delataba malicia ni locura ante su sentido de la salud. En el proyecto de un intento que claramente resultaba loco o malvado, él parecía más que nunca el enérgico, peligroso e indomable hombre de quien se enamoró. Nunca le había sido posible renunciar a él.

Pero Kevin había amado al Reino tanto como el que más, y sus palabras la golpearon como la tormenta: Cuando la maldad se yergue con todo su poder, excede a la verdad y puede asumir un aspecto de bondad sin temor a ser descubierta.

Maldad o locura. A menos que se abriera camino dentro de él y luchara hasta conseguir analizar sus más profundas concepciones, no podría conocer la diferencia.

Pero cuando en una ocasión anterior entró en él, tratando de sacarlo del silencio que los elohim habían impuesto sobre su espíritu, él se le había aparecido con la figura de Marid… un hombre inocente convertido en monstruo por un Delirante y el Sol Ban. Una herramienta del Despreciativo.

Por esto huía de él, y corría temblando y desesperada entre las colinas. No podía saber la verdad a menos que lo poseyera. Y la posesión era maldad en sí misma. Era una especie de asesinato, una forma de muerte. Ya había sacrificado a su madre a la oscuridad de su desmedida avaricia por el poder de la muerte.

No buscaba refugio porque no lo quería. Huía de Covenant porque tenía miedo de las consecuencias de una confrontación con él. Y continuaba caminando mientras la tormenta soplaba y la rodeaba porque no le quedaba otra alternativa. Se dirigía hacia el este, hacia el lugar por el que se levantaría el sol… hacia los altos y encogidos hombros y testa del Monte Trueno.

Hacia el Amo Execrable.

Su propósito era tan horrendo como lunático… pero ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Qué otra cosa excepto buscar al Despreciativo y enfrentarse a él ante de que Covenant llevara a cabo su plan? No había otra manera de salvarlo sin poseerlo; sin exponerse a sí misma, a él y al Reino a la ardiente dolencia de su propia capacidad para la negrura.

Está bien, pensó. Puedo hacerlo. Me lo he ganado.

Sabía que se estaba engañando a sí misma. El Desprecativo sería muchísimo más fuerte que cualquier Delirante; y ella había sobrevivido con esfuerzo a la mera proximidad del samadhi Sheol. No obstante, persitió. A pesar de la noche, y de la tormenta que cubría la luna y las estrellas, veía con toda claridad que su vida pasada era semejante al Reino, un territorio poseído por la corrupción. Había permitido que la herencia de sus padres la despojara de la salud y el crecimiento normales, había cedido a un oscuro deseo de gobernar sus días como un Delirante. En cierto sentido, había sido poseída por el odio desde el momento en que su padre le dijera: Tú nunca me has querido. Y aborreció tanto a la vida como a la muerte. Pero entonces Covenant llegó a su vida como había llegado al Reino, trasformándolo todo. No se merecía la desesperación. Y ella tenía derecho a enfrentarse con el Desprecio que la había pervertido, truncando su capacidad para amar, eliminando sus deseos de vivir. El derecho y la necesidad.

A través de la noche, prosiguió hacia el este. Gradualmente remitió la tormenta, se redujo a una llovizna y después desapareció, desvelando un cielo tan intenso y cuajado de estrellas que parecía haber sido lavado concienzudamente. La delgada curva de la luna situada casi directamente tras ella le decía que su camino era el verdadero. El aire resultaba frío sobre sus empapadas ropas y húmeda piel; su cabello escurría agua que helaba su espalda. Pero Andelain la sostenía. Exuberante bajo los insondables cielos, hacía posibles todas las cosas. El corazón se crecía contra sus cargas. Siguió caminando.

Pero cuando atravesó un risco y tuvo la primera visión clara del amanecer, se detuvo… paralizada de horror. Las lomas y los árboles estaban llenos de gotas de lluvia; y cada una de ellas capturaba el sol en su centro, devolviéndole a éste un minúsculo reflejo del amanecer, de forma que la hierba y la madera se hallaban enteramente cubiertas de destellos.

Destellos amarillos teñidos fatalmente de bermellón.

El sol lucía un halo de pestilencia mientras se alzaba sobre las colinas.

Era tan tenue que solamente su visión podría haberlo detectado. Pero estaba allí. La destrucción de la última belleza del Reino había comenzado.

Durante un prolongado momento, permaneció inmóvil, atrapada por su antigua parálisis ante la inesperada celeridad con la que el Sol Ban estaba atacando la residual Ley de Andelain. Ella carecía de poder. No había nada que le fuera factible. Pero su corazón se apresuró a buscar defensas… y encontró una. Sus compañeros carecían de los sentidos que ella había visto acrecentados por el Reino. No se apercibirían de que el Sol Ban se elevaba sobre ellos; y, por tanto, los gigantes no buscarían piedra para protegerse. Al igual que Marid, serían transformados en criaturas de destrucción y aborrecimiento.

Ella los había dejado leguas atrás, y no le sería posible volver a tiempo para advertirlos. Mas tenía que intentarlo. La necesitaban.

Abandonando todos los demás propósitos, se lanzó en desesperada carrera por el camino que la había llevado hasta allí.

El valle que se extendía bajo el risco estaba aún sumido en las sombras. Ella corría frenéticamente, y a sus ojos les era difícil enfocarse. Antes de que hubiese descendido la mitad de la ladera, estuvo a punto de chocar con Vain.

Pareció surgir de repente del aire crepuscular, como si hubiera atravesado en un instante una distancia de leguas. Pero al apartarse de él buscando recuperar el equilibrio, se dio cuenta de que debía de haber seguido sus pasos toda la noche. Había permanecido tan concentrada en sus pensamientos y en Andelain que no había notado su presencia.

Tras de él, al fondo del valle, se hallaban Covenant, la Primera y Encorvado. Venían siguiendo al Demondim.

Tras dos noches sin descanso, Covenant parecía macilento y febril. Pero la determinación se revelaba en sus pasos. No se habría detenido para salvar su vida… no mientras Linden marchase delante de él hacia el peligro. No pertenecía a la clase de hombre que puede ser sometido por la desesperación.

Pero ella carecía de tiempo para analizar las contradicciones de Covenant. El sol se estaba elevando ya sobre el risco.

—¡El Sol Ban! —gritó—. ¡Ha llegado aquí! ¡Encontrad piedra!

Covenant no reaccionó. Parecía demasiado agotado como para entender cualquier cosa que no fuera el haberla encontrado nuevamente. Encorvado miraba desalentado el borde del risco. Pero la Primera comenzó a escudriñar de inmediato el valle para descubrir alguna clase de roca.

Linden señaló algo, y la Primera lo vio: un pequeño y viejo promontorio próximo a la base de la colina y situado a cierta distancia de ellos. En seguida, aferró el brazo de su esposo, arrastrándolo a la carrera en aquella dirección.

Linden miró hacia el sol, viendo que los gigantes llegarían a las piedras con muy poco margen de tiempo.

Como reacción, toda su fuerza pareció abandonarla. Covenant se aproximaba, y ella no sabía cómo enfrentarse a él. Exhausta, se desplazó sobre la hierba. Todo lo que había intentado definir en el transcurso de la noche se había perdido. Ahora tendría que soportar nuevamente su compañía, vivir en la continua presencia de su salvaje propósito. El Sol Ban se estaba levantando por vez primera sobre Andelain. Se cubrió el rostro para ocultar las lágrimas.

Él se detuvo frente a ella. Por un instante, temió que fuese lo bastante estúpido como para sentarse. Pero permaneció en pie para que las botas lo protegieran del sol. Emanaba fatiga, protesta y obcecación.

Dijo tensamente:

—Kevin no lo comprende. Yo no tengo la intención de hacer lo que él hizo. Alzó su propia mano en contra del Reino. El Execrable no ejecutó solo el Ritual de Profanación. Aunque participó. Ya te dije que nunca volveré a utilizar el poder. Ocurra lo que ocurra, no seré yo quien destruya lo que amo.

—¿Qué diferencia hay? —Ya no podía utilizar su amargura. Toda la severidad con la cual había resistido al mundo se había ido y rehusaba ser nuevamente invocada—. Te están rindiendo. No te importa el Reino. Aún quedamos tres de nosotros que deseamos salvarlo. Ya pensaremos en algo. Pero tú te estás abandonando. —¿Acaso esperas que te perdone por ello?, pensó.

—No —la protesta hacía colérico su tono—. No lo estoy haciendo. Ya no queda nada que pueda hacer por ti. Y tampoco puedo salvar al Reino. El Execrable lo dominaba incluso mucho antes de que yo pusiera un pie en él. —Su amargura era algo que ella podía entender. Pero la conclusión que sacaba no tenía sentido—. Hago esto por mí mismo. Él supone que el anillo le dará lo que busca. Yo sé algo más. Después de lo que he tenido que pasar, yo sé algo más. Está equivocado.

Su certidumbre hacía imposible la contradicción. Los únicos argumentos que conocía eran los que ya había usado con su padre, y siempre habían fracasado. Se habían disuelto en las tinieblas… en una autocornpasión que se volvió maldad cerniéndose para devorar su alma. Ningún argumento hubiera bastado.

Vagamente, se preguntó qué le habría explicado a los gigantes respecto a su huida.

Pero se prometió a sí misma: voy a detenerlo. De alguna manera. Ninguna maldad era tan grande como la enfermedad de su rendición. El Sol Ban se había alzado sobre Andelain. Eso no podía ser perdonado.

De alguna manera.

Más tarde aquel día, mientras se dirigía hacia el este por entre las colinas, Linden aprovechó una oportunidad para separarse de Covenant y de la Primera y se acercó a Encorvado. El deforme gigante se mostraba profundamente preocupado. Sus grotescos rasgos parecían hundidos, como si hubiese perdido el sentido del humor que preservaba su semblante de la fealdad. Sin embargo, era claramente renuente a comentar su pesar. Al principio, creyó que tal actitud provenía de una nueva desconfianza hacia ella. Pero al estudiarle, vio que su estado de ánimo era más complicado. Ella no deseaba agravar su descontento. Pero él se había mostrado con frecuencia dispuesto a compartir los sufrimientos de sus amigos. Y la necesidad de Linden era exigente. Covenant pretendía entregarle el anillo al Despreciativo.

Quedamente, de manera que nadie más pudiera oírla, musitó:

—Encorvado, ayúdame. Por favor.

Se encontraba preparada para el desalentado tono de su respuesta, pero no para su contenido.

—No existe ayuda —suspiró—. Ella no querrá cuestionarlo.

—Ella… —comenzó Linden, pero entonces se contuvo. Cuidadosamente preguntó—: ¿Qué os ha dicho?

Durante un doloroso instante, Encorvado no contestó. Linden se obligó a concederle tiempo. Él no iba a mirarla. Su mirada vagó por las colinas lentamente, como si ya hubiesen perdido su lozanía. Careciendo de los sentidos de ella, no podía ver que Andelain todavía no había sido dañada por el Sol Ban. Luego, susurrado, extrajo las palabras de su pena.

—Al despertarnos de nuestro sueño para urgimos en tu persecución, dijo que estás convencida de que su propósito es destruir el Reino. Y mi esposa Martilla Pintaluz no lo cuestionará.

«Reconozco que es Amigo de la Tierra y digno de la mayor confianza. ¿Pero acaso no has demostrado tú una y otra vez que eres merecedora de esa misma confianza? Eres la Escogida, y el misterio de tu presencia entre nosotros no nos ha sido revelado. Sin embargo, los elohim te han nombrado Solsapiente. Únicamente tú posees la visión que ofrece una esperanza de curación. Repetidamente, las desgracias de la Búsqueda han recaído sobre tu persona, y las has soportado bien. No voy a creer que quien dio tanto consuelo a los gigantes y a las víctimas del Clave se convierta en el transcurso de la noche en demente o malvada. Y tú le has retirado la confianza. Lo cual resulta realmente grave. Eso debe ser investigado. Pero ella es la Primera de la Búsqueda. Y lo prohíbe.

«Escogida… —Había en su voz una inexpresada súplica, como si deseara pedirle algo sin saber qué era—. Ella dijo que no tenemos más esperanza que él. Si se ha convertido en un ser engañoso todo está perdido. ¿No es él el poseedor del anillo blanco? En consecuencia, debemos mantener nuestra fe en él… y tener paciencia. Ya que se halla en el filo de la navaja de su destino, no debemos sobrecargarlo con nuestras dudas.

«Pero si a él no se le pueden exigir explicaciones, ¿qué decencia o justicia puede permitir que tú seas interrogada? No lo haré, aunque la falta de respuestas resulte penosa. Si no eres tan digna de confianza al menos nadie debe obligarte a hablar.

Linden no sabía cómo responderle. Estaba preocupada por la problemática situación de Encorvado, agradecida por su equidad e indignada por la actitud de la Primera. ¿Pero acaso no habría adoptado ella la misma situada en el lugar de la espadachina? Si Kevin Pierdetierra hubiera hablado a otra persona, ¿no habría estado orgullosa por mantener su confianza en el Incrédulo? Pero tal reconocimiento aún la dejaba más aislada. No tenía derecho a intentar persuadir a Encorvado en favor de su causa. Tanto él como su esposa merecían algo mejor que un intento de enfrentar a uno contra el otro… o contra Covenant. Y no tenía ninguna forma de probar o afirmar su cordura excepto oponiéndose directamente a él.

A pesar de su permanente cansancio y determinación, le era tan querido que Linden difícilmente podía resistir la urgencia de su deseo.

La fatiga y la derrota hicieron que se tambaleara sobre el ondulado césped. Pero rehusó el consuelo de la ayuda de Encorvado. Débilmente le preguntó:

—¿Qué vas a hacer?

—Nada —replicó él—. No puedo hacer nada. —Su empatia hacia ella lo hacía brusco—. Carezco de la visión que tú posees. Antes de que la verdad se me muestra clara, la hora de actuar habrá llegado y pasado. Debes hacer lo que haya de hacerse. —Se detuvo y ella pensó que había terminado, que su camaradería había llegado a su fin. Pero entonces continuó entre dientes—. Sin embargo te digo esto, Escogida. Fuiste tú quien logró que Vain el Demondim escapase de las trampas de Elemesnedene. Tú la que posibilitaste nuestra liberación de la Fortaleza de Arena. Tú quien nos procuraste salvación a todos menos a Cable Soñadordelmar ante el Gusano del Fin del Mundo, cuando hasta el propio Amigo de la Tierra se hallaba próximo al fracaso. Y tú eres quien ha descubierto el modo de extinguir el Fuego Bánico. Tus merecimientos son numerosos y ciertos.

»La Primera elegirá como desee. Yo te daré mi vida si me la pides.

Linden lo escuchó. Después de cierto tiempo, dijo simplemente:

—Gracias.

Ninguna palabra era adecuada. A pesar de su propio y confuso dolor, le había proporcionado lo que ella necesitaba.

Caminaron juntos en silencio.

A la mañana siguiente, el aura roja del sol estaba lo bastante marcada para que todos pudiesen verla.

Los alertados nervios de Linden escrutaban las colinas, sondeando la reacción de Andelain al Sol Ban. Al principio no descubrió nada. El aire tenía el mismo picante sabor, mezcla de flores, rocío y savia. La aliantha abundaba en las laderas. No aparecía ninguna enfermedad visible devorando la madera de los cercanos oropelinos y sauces. Y los pájaros y animales que revoloteaban o se escabullían volviendo luego a mostrarse, no sufrían mal alguno. La Energía de la Tierra que se atesoraba en el corazón de la región mantenía todavía a raya del ataque de la corrupción.

Pero a mediodía aquello ya no siguió siendo cierto. Espasmos de dolor empezaron a recorrer los troncos de los árboles, lacerando las nervaduras de las hojas. Los pájaros parecían ponerse frenéticos mientras el número de insectos aumentaba; las criaturas del bosque se habían aterrorizado y escondido en sus madrigueras. Las puntas de las briznas de hierba se tornaron marrones; algunos arbustos mostraban indicios de agotamiento. Un distante hedor se difundía lentamente por la brisa. Y en el suelo comenzaron débiles y patéticos temblores, un intangible estremecerse que nadie a excepción de Linden sentía. Llegaban a herirle las plantas de los pies atravesando la suela de los zapatos.

Mascullando maldiciones, Covenant se dirigió hacia el este encolerizado. Pese a su desconfianza, Linden supo que aquella cólera ante la suerte de Andelain era auténtica. Se estaba forzando más allá de sus propios límites para acelerar la travesía de las colinas y el camino que lo llevaba al enfrentarniento con el Despreciativo. El Sol Ban reforzaba su propósito.

Linden se mantenía tenazmente a su altura, decidida a no permitirle que la adelantara. Comprendía su furia, y la compartía: en aquel lugar el sol rojo era atroz, intolerable. Pero su ira lo hacía parecer capaz de cualquier locura que pudiera ponerle fin al sufrimiento de Andelain, para bien o para mal.

Los gigantes acompañaban a sus amigos. El ritmo más rápido de Covenant resultaba lento para Encorvado; la Primera podría haber viajado con mayor rapidez. Y los rasgos de su semblante se hallaban tensos por el deseo de aumentar la velocidad, y culminar la Búsqueda, para que el problema surgido entre su esposo y ella fuese resuelto y acabado. La dificultad que tenía para mantenerse al ritmo de las cortas zancadas de Covenant se mostraba claramente. Mientras el grupo caminaba, se mantuvo en un hosco silencio. Su madre había muerto al dar a luz; su padre en el Muerdealmas. Se comportaba como si se negara a admitir lo importante que Encorvado era para ella.

Por esa razón, Linden se sintió extraña e inexplicablemente vinculada a la Primera. Le parecía imposible sentirse ofendida por la actitud de la espadachina. Y se juró a sí misma que jamás le pediría a Encorvado que mantuviera su promesa.

Vain caminaba ciegamente tras sus compañeros. Pero no había rastro de Buscadolores. Ella escrutaba buscándolo de vez en cuando, pero no aparecía.

Covenant durmió desde el inicio del crepúsculo hasta medianoche; después prosiguió su camino como si intentara escapar de sus amigos. Pero de alguna manera a través de su duermevela Linden lo oyó partir. Se levantó, y llamó a los gigantes para que abandonaran el césped ligeramente tembloroso, y fueron tras él.

La salida del sol otorgó un aura de fertilidad al amanecer y un suave crujir como un aterrado murmullo a los árboles y matorrales. Linden sintió como las hojas gemían en las ramas y la vegetación se quejaba lastimeramente. Pronto las colinas quedarían reducidas a la martirizada indefensión del resto del Reino. Serían castigadas con salvajes crecimientos, desecadas hasta la ruina, afligidas por la podredumbre, inundadas por los diluvios. Y aquel pensamiento conseguía enfurecerla tanto como a Covenant, permitiéndole no quedarse atrás mientras éste se agotaba. Pero la muda agonía de la vegetación y los árboles no era el peor efecto del Sol Ban. Sus sentidos se habían aguzado hasta alcanzar la máxima precisión: sabía que más allá de la hierba, bajo las raíces del bosque, la fiebre de los huesos de Andelain había llegado a ser tan viva que casi podía tocarse. Una nausea de revulsión estaba creciendo en la Energía de la Tierra de las colinas. Hacía que su estómago se extremeciera como si ella estuviera caminando a través de una herida abierta.

Poco a poco, el andar de Covenant se fue haciendo pesado. Andelain ya no le sustentaba. Cada vez en mayor medida, dedicaba sus disminuidas fuerzas a defenderse de la corrupción del Sol Ban. En consecuencia, el Sol de Fertilidad mostraba poco sus efectos. Varios árboles gimieron al hacerse más altos como si el crecimiento les doliera; algunos arbustos alzaban sus ramas como miembros de profanación. Los pájaros y animales parecían haber huido. Pero la mayor parte de los bosques y la hierba estaba preservada por el poder de la tierra en que crecían. La aliantha se resistía obstinadamente, como había hecho durante siglos. Sólo la refulgencia de las colinas había desaparecido, sólo la emanación de una soberbia y concentrada salud, sólo la exquisita vitalidad.

No obstante, la enfermedad y la podredumbre crecían sin cesar en la roca subyacente. Aquella noche, Covenant durmió impulsado por el cansancio y la diamantina. Pero durante largo tiempo Linden no pudo descansar, a pesar de su propia fatiga. Cada vez que apoyaba la cabeza sobre la hierba, oía a la tierra afilándose los dientes contra un fondo de apagadas quejas y fútiles ultrajes.

Mucho antes del amanecer, se levantaron para continuar su camino. Sentía ahora que ellos estaban escapando de la disolución de las colinas.

Aquella mañana, vieron por primera vez el Monte Trueno.

Todavía se hallaba al menos a un día de camino. Pero se alzaba inflexible y aterrador sobre Andelain, con el sol mirando maliciosamente por encima de sus hombros y un tojo de innatural vegetación oscureciendo sus laderas. Desde aquella distancia, parecía un titán que hubiese sido obligado a arrodillarse.

En algún lugar dentro de aquella montaña, Covenant pretendía hallar al Amo Execrable.

Se volvió hacia Linden y los gigantes; sus ojos estaban enrojecidos. Las palabras latían en él, pero parecía incapaz de pronunciarlas. Linden había creído que ignoraba el desconsuelo de los gigantes, ofendido por el intransigente rechazo de que ella lo había hecho objeto, pero vio que no era así. La comprendía demasiado bien. Una fiera e inflexible parte de él sentía como ella, luchaba con aversión contra su firme propósito. No deseaba morir, ni perderla a ella o al Reino. Y había evitado cualquier justificación ante los gigantes para que no se pusieran de su parte y en contra de Linden. Para no dejarla completamente sola.

Ansiaba decir todas aquellas cosas. Resultaban diáfanas para los torturados sentidos de ella. Pero la garganta se le cerraba sobre las palabras como un puño, sin dejar que salieran.

Podía haber llegado hasta él entonces. Sin incumplir ninguna de sus promesas, podía haberle rodeado con su amor. Pero el espanto se hinchaba en la tierra que pisaban, y desviaba su atención de él.

Aborrecimiento. Profanación. El Sol Ban y la Energía de la Tierra librando un mortal combate bajo sus pies. Y la Energía de la Tierra no podía vencer. Ninguna Ley la defendía. La corrupción iba a arrancarle el corazón a las colinas. El suelo se había vuelto tan inestable que los gigantes y Covenant sintieron sus temblores.

—¡Santo Dios! —jadeó Linden. Se aferró al brazo de Covenant—. ¡Vamos! —Con todas sus fuerzas tiró de él arrastrándole lejos del foco del horror de Andelain.

Los gigantes estaban estupefactos al no comprender, pero la siguieron. Todos juntos, empezaron a correr.

Un instante después, la hierba sobre la que habían estado estalló.

Pedruscos enterrados saltaron en pedazos. Una enorme extensión de césped fue desgarrada; fragmentos de roca y de tierra acuchillaron los cielos. La violencia que había quebrantado la Energía de la Tierra en aquel lugar envió un espasmo a través de la región, abrió un hoyo en el cuerpo de la tierra. Los restos de la arruinada belleza llovían de todas partes.

Y desde las desnudas paredes del hoyo llegaba entre estertores y desgarros la corrupta y demencial vegetación del Sol de Fertilidad. Monstruosa como un asesinato, una profusión de hiedra ascendía para extender su mortaja sobre la asolada hierba.

A lo lejos resonó otra explosión. Linden la sintió como un aullido a través del suelo. Trozo a trozo, la vida de Andelain estaba siendo arrancada de raíz.

—¡Bastardo! —rugió Covenant—. ¡Oh, condenado bastardo!, ya has acabado con lo que quedaba. ¿Estás contento?

Girándose, se lanzó en dirección este como si pretendiera arrojarse a la garganta del Despreciativo.

Linden se mantuvo a su lado. El dolor velaba sus sentidos. No podía hablar porque estaba llorando.