Los ejecutores de la profanación
En el exuberante e inmaculado amanecer de las colinas, Sunder y Hollian se acercaron para despedirse de Covenant y Linden.
Linden los recibió como si la noche anterior hubiese sido una de las mejores de su vida. No hubiera podido expresar las razones; desafiaban cualquier previsión. Con la marcha de Caer Caveral, habían terminado cosas importantes. Debería estar lamentándose en vez de regocijarse. Y sin embargo, a un nivel demasiado profundo para ser descrito con palabras, había reconocido la necesidad de lo que el Forestal había dicho. También esta Ley. Andelain había sido despojada de la música, pero no de la belleza o el consuelo. Y la restauración de los pedrarianos la ponía demasiado alegre para preocuparse. De forma paradójica, sentía la autoinmolación de Caer Caveral como una promesa esperanzada.
Pero el semblante de Covenant estaba nublado por emociones conflictivas. Al igual que sus compañeros, había pasado la noche contemplando la algazara de Sunder y Hollian entre las Almas de Andelain… y Linden supo que la visión le producía tanto goce como pesar. La curación de sus amigos iluminaba su corazón; el precio pagado lo oscurecía. Y seguramente también debía sentirse herido por carecer del sentido de la salud suficiente que le permitiera evaluar lo que la pérdida del Forestal significaba para Andelain.
Por el contrario, ninguna nube se cernía sobre el Gravanélico y la Eh-Estigmatizada. Caminaban alegremente hacia el lugar en que Linden y Covenant se hallaban sentados; y Linden pensó que parte de la noche plateada continuaba todavía adherida a ellos, confiriéndoles un aspecto irreal incluso a la luz del día, como una nueva dimensión incorporada a su existencia. La sonrisa brillaba en los ojos de Sunder. Y Hollian se movía con un aire de equilibrada amabilidad. Linden no se sorprendió al detectar que el hijo que la Eh-Estigmatizada llevaba en el vientre compartía su singular y místico esplendor.
Por un momento, los pedrarianos miraron a Covenant y a Linden sonriendo y sin hablar. Luego Sunder se aclaró la garganta.
—Os suplico que nos perdonéis porque no os acompañemos de aquí en adelante. —Su voz tenía una resonancia especial que Linden nunca había detectado anteriormente, una sugestión de fuego—. Habéis dicho que constituimos el futuro del Reino. Ahora deseamos descubrir aquí tal futuro. Y tener a nuestro hijo en Andelain.
»Sé que no os opondréis; pero rezamos para que esta separación no os produzca pesar. Nosotros no nos entristeceremos… aunque nos sois muy queridos. El futuro del Reino está en vuestras manos. Por eso estamos tranquilos.
Sunder podría haber proseguido, pero Covenant lo interrumpió con un gesto brusco, una muestra de áspero afecto.
—¿Estás bromeando? —murmuró—. Soy yo quien desea que permanezcáis detrás. Iba a pedirte… —suspiró, y su mirada vagó por la ladera—. Quedaos aquí todo el tiempo que os sea posible —suspiró—. Todo el tiempo posible. Eso es algo que yo siempre he deseado.
Su voz se apagó; pero Linden no estaba escuchando su resignada tristeza. Miraba a Sunder. Aunque el tenue componente de plata de su aura resultaba evidente, e indefinible, se le escapaba como el agua entre los dedos. La intuición hormigueó a lo largo de sus nervios y empezó a hablar antes de saber lo que iba a decir.
—La última vez que Covenant estuvo aquí, Caer Caveral le facilitó la localización del Árbol Único. —Cada palabra la sorprendía como un indicio de revelación—. Pero de forma que Covenant no pudiera alcanzarlo por sí mismo. Y esa es la razón de que se viera obligado a exponerse a los elohim, permitiéndoles sus maquinaciones. —El simple recuerdo confería a su voz un tono colérico—. Nunca debimos ir allí en primer lugar. ¿Por qué Caer Caveral le hizo aquel regalo y luego le dificultó su uso?
Sunder la miraba. Ya no sonreía. Una misteriosa intensidad aguzó su mirada que parecía desprender chispas. Dijo bruscamente:
—¿Es que no os acompaña ahora el Designado de los elohim? ¿De qué otra manera hubiera podido lograrse tal objetivo?
El extraño tono empleado por el Gravanélico captó la atención de Covenant. Linden le sintió trepando sobre las interferencias; un destello de esperanza brotó en él.
—¿Eres…? —inquirió—. ¿Es eso? ¿Eres el nuevo Forestal?
En lugar de responder, Sunder miró a Hollian, ofreciéndole la oportunidad de revelarle quién era.
Ella lo miró directamente con una leve sonrisa. Y habló en voz baja y con amabilidad.
—No. —Había estado entre los Muertos y parecía segura de su conocimiento—. Con tal transmisión de poder, la Ley que Caer Caveral trató de quebrantar hubiera sido preservada. Pero no somos lo que éramos. Haremos lo que podamos por la conservación de Andelain… y por el futuro del Reino.
Las preguntas se agolpaban dentro de Linden. Deseaba tener un nombre para la transformación que percibía. Pero Covenant estaba hablando ya.
—La Ley de la Vida. —Su mirada era febril y sombría al dirigirse a los pedrarianos—. Elena rompió la Ley de la Muerte, la barrera que separaba a los vivos de los muertos. La Ley que Caer Caveral ha transgredido es la que impedía que los muertos volviesen a la vida.
—Así es realmente —replicó Hollian—. Pero es una frágil e incierta travesía. Nos hallamos sostenidos, y en cierta medida determinados, por la soberana Energía de la Tierra de las Colinas de Andelain. Si abandonáramos esta región, no duraríamos mucho entre los vivos.
Linden supo que era cierto. El extraño resplandor que rodeaba a los pedrarianos contenía la misma magia que le había dado a la música de Caer Caveral su radiante fuerza. Sunder y Hollian eran tangibles, sólidos y completos. Pero en un sentido especial se habían convertido en criaturas de la Energía de la Tierra… y podían morir con facilidad si eran separados de su fuente.
Covenant también debía haber comprendido las palabras de la Eh-Estigmatizada. Pero las escuchó con diferentes oídos que Linden. Cuando su significado penetró dentro de él, su fugaz esperanza desapareció.
Esta pérdida atravesó dolorosamente a Linden. Había estado demasiado concentrada en Sunder y Hollian. No se había dado cuenta de que Covenant buscaba una respuesta a su propia muerte.
De inmediato, alargó la mano hasta apoyarla en el hombro de él, y sintió el esfuerzo que hacía por superar su desaliento. Pero aquello duró sólo un instante. Aferrado a su certidumbre, miró a los pedrarianos. El tono delataba la agonía que le costaba mantenerse firme.
—Haré todo lo que pueda —dijo—. Pero mi tiempo casi se ha agotado. El vuestro no ha hecho más que empezar. No lo malgastéis.
Sunder sonrió, y la sonrisa pareció rejuvenecerlo.
—Thomas Covenant —prometió—, no lo haremos.
No se dijeron adiós. Aquella despedida no podía expresarse con palabras ni con gestos de afecto. Cogidos del brazo, el Gravanélico y la Eh-Estigmatizada se volvieron y se alejaron a través de la hierba bañada de rocío. Pasado un instante, desaparecieron al cruzar la cresta de la colina.
A sus espaldas, dejaron un silencio que dolía como si nada pudiera ocupar el lugar que había quedado vacío.
Linden abrazó a Covenant y se apretó contra él, intentando decirle que lo entendía.
Él besó su mano, y se levantó. Mientras escrutaba la brillante mañana, el sol incontaminado, el paisaje lleno de flores, suspiró.
—Al menos queda aún Energía de la Tierra —dijo.
—Sí —Linden afirmó, irguiéndose junto a él—. Las colinas no han cambiado. —Ignoraba de qué otro modo consolarlo—. La pérdida del Forestal supondrá alguna diferencia. Pero no todavía. —Estaba segura de eso. La salud de Andelain aún surgía a su alrededor en cada hoja y brizna de hierba, en cada pájaro y roca. Ningún desastre o enfermedad era visible en parte alguna. Y el resplandeciente sol carecía de aura. Pensó que el mundo tangible nunca había ostentado tan condensada e inapreciable belleza. Como en una plegaria por la conservación de Andelain, repitió—. Todavía no.
Los dientes de Covenant se mostraron en una escueta sonrisa de alivio.
—Entonces no puede dañarnos. Al menos durante cierto tiempo. Espero que eso lo vuelva loco.
Linden suspiró secretamente relajada, esperando que se hubiera sobrepuesto a la crisis.
Pero el estado de ánimo de Covenant desapareció tan pronto como fue consciente de él. Una vieja oscuridad enturbió su mirada, en su rostro aparecieron macilentas líneas. De repente, se dirigió al quemado tocón que una vez fuera el Forestal de Andelain.
Ella le siguió al momento. Pero se detuvo cuando comprendió que iba a despedirse.
Tocó la gema del krill con sus insensibles dedos, comprobó la frialdad de su empuñadura con el dorso de la mano. Entonces apoyó la frente y las palmas contra la ennegrecida madera. Linden apenas pudo oír lo que dijo.
—Desde el fuego hasta el fuego —susurró—. Después de todo este tiempo. Primero Soñadordelmar y Brinn. Hamako. Luego Honninscrave. Ahora tú. Espero que encuentres un poco de paz.
No hubo respuesta. Cuando al fin se retiró, sus manos y frente estaban tiznadas de hollín como por una oscura y contradictoria unción. Se restregó con fuerza las palmas en los pantalones, pero no pareció darse cuenta de la mancha que tenía en la frente.
Por un instante, estudió a Linden como si pretendiera compararla con el ejemplo del Forestal. De nuevo, ella recordó la forma en que él había cuidado a Joan. Pero Linden no era su ex-esposa; lo miró directamente. La equilibrada salud de los colinas la fortaleció. Y lo que ella vio pareció redundar en él. Gradualmente sus facciones se suavizaron. Casi recuperado, murmuró:
—Gracias a Dios que estás aún aquí. —Luego alzó la voz—. Deberíamos marcharnos. ¿Dónde se hallan los gigantes?
Ella le dirigió una prolongada mirada, que Hollian hubiera sabido entender, antes de volverse a buscar a la Primera y a Encorvado.
No estaban a la vista. Vain y Buscadolores continuaban junto al pie de la colina tal como habían permanecido durante toda la noche; pero los gigantes no se hallaban en ninguna parte. No obstante, cuando Linden subió a la cumbre de la colina, los vio emerger de un soto situado en el extremo más alejado de un pequeño valle, en donde se adentraron en busca de intimidad.
Respondieron al saludo de su mano con un ademán que señalaba hacia el este, dando a entender que se reunirían con Covenant y con ella por allí. Quizá sus agudos ojos les permitieron captar la sonrisa que les dedicó, contenta al ver que se sentían lo bastante seguros en Andelain como para dejar a sus compañeros sin custodia.
Covenant llegó a la cumbre cansado y macilento por la tensión y la falta de sueño. Pero al ver a los gigantes, o a las colinas desplegadas frente a él bajo la suave brisa, también sonrió. Incluso desde aquella distancia, el restablecimiento del espíritu de Encorvado era visible por la forma en que caminaba junto a su esposa con un paso que hacía recordar las piruetas de un mimo. Y las elásticas zancadas de ella delataban ansiedad y una noche de grato recuerdo. Eran gigantes en Andelain. La gran extensión de las colinas se adaptaba a ellos.
Covenant musitó suavemente:
—No pertenecen al Reino. Tal vez Coercri fuera suficiente. Puede que no encuentren ningún Muerto aquí. —Cuando recordó a los asesinados sinhogar, y la caamora de expiación que les había dado en La Aflicción, el timbre su voz contenía orgullo y dolor. Pero entonces su mirada se oscureció; y Linden supo que estaba pensando en Corazón Salado Vasallodelmar, que perdió la vida en la remota victoria de Covenant sobre el Despreciativo.
Deseó aconsejarle que no se preocupara. Decirle que cabía la posibilidad de que la batalla de Piedra Deleitosa hubiera familiarizado a Encorvado con la desesperación y la condena. Pero ella pensaba que difícilmente Encorvado iba a encontrar la canción que necesitaba. Y la Primera era una espadachina, tan dura como su espada. No se rendiría con facilidad a la muerte.
Mas Covenant poseía sus propios y extraños recursos para salir adelante y no aguardó la respuesta de Linden. Con su resolución reforzada, la cogió con su media mano por el brazo y la condujo hacia el este a lo largo de un sendero que discurría entre las colinas y cruzaba el que habían tomado los gigantes.
Poco después, Buscadolores y Vain aparecieron tras ellos, siguiéndoles como siempre en pos del destino.
Durante un tiempo Covenant caminó con paso enérgico, la tiznada frente alzada hacia al sol y la fragante atmósfera. Pero se detuvo ante el primer arroyo que encontraron. Extrajo un cuchillo de su cinturón, que llevaba consigo desde Piedra Deleitosa. Inclinándose sobre las claras aguas, bebió ávidamente; después, mojó a fondo su crecida barba y se dispuso a afeitarse.
Linden contuvo el aliento al observarle. Empuñaba la hoja con dificultad y la fatiga entorpecía sus músculos. Pero ella no intentó intervenir. Intuía que aquel riesgo le era necesario.
De todas maneras, cuando hubo terminado, cuando sus mejillas y cuello estuvieron rasurados y limpios, no pudo ocultar su alivio. Arrodillándose a su lado, tomó agua en un cuenco formado por sus manos y limpió su frente de hollín, tratando de eliminar las innominables implicaciones de aquella marca.
Un roble de enorme tronco extendía sus anchas hojas sobre aquella parte del arroyo. Satisfecha del aspecto adquirido por el rostro de Covenant, tiró de él en dirección a la sombra que proyectaba sobre la hierba. La brisa acariciaba sus piernas con ternura de amante; y no tenía prisa por reunirse con los gigantes.
Pero súbitamente sintió un mudo grito procedente del árbol, una ráfaga de dolor que temblaba a través de la tierra, y parecía violar el mismo aire. Giró apartándose de Covenant y se puso en pie, temblando mientras buscaba la causa de la herida del roble.
El grito creció. Durante un momento, ella no encontró la razón de aquello. El agravio golpeaba las ramas; las hojas sollozaban; un apagado rompimiento surcaba la médula de la madera. Alrededor del roble, las colinas parecían concentrarse como si estuvieran espantadas. Pero lo único que ella veía era que Vain y Buscadolores se habían ido.
Entonces, con demasiada rapidez para permitir una conjetura, el Designado brotó de la angustiada madera.
Mientras se transformaba de roble a persona, su triste semblante se vistió de una involuntaria vergüenza. Vejado y a la defensiva, se enfrentó a Linden y a Covenant.
—¿No es él un Demondim-producto? —inquirió como si lo hubiesen acusado injustamente—. ¿Es que no lo fabricaron los ur-viles, que siempre han servido al Despreciativo con su propio aborrecimiento? ¿Y confiaréis en él a costa mía? Debe ser asesinado.
A su espalda, el lamento del roble se agudizó convirtiéndose en alarido.
—¡Bastardo! —gritó Linden, adivinando a medias lo que Buscadolores había hecho… y temiendo creerlo—. ¡Lo estás matando! ¿Ni siquiera te importa que nos hallemos en Andelain? ¿En el único lugar que al menos debiera estar a salvo?
—¿Linden? —inquirió Covenant con urgencia—. ¿Qué…? —Careciendo de su percepción, no podía captar la agonía del árbol.
Pero no tuvo que esperar una respuesta. Una dolorosa ruptura como producida por el golpe de un hacha resquebrajó los nervios de Linden; y el tronco del roble estalló en una nube de astillas.
Del corazón de la madera, salió Vain, libre. Intocado, abandonó los restos del aún palpitante árbol en ruinas. No miró a Buscadolores ni a ningún otro. Sus negros ojos no escondían nada salvo oscuridad.
Linden se dejó caer de rodillas en la hierba y rodeó con sus brazos el árbol herido.
Durante un portentoso momento, la tristeza invadió las colinas. Entonces, Covenant dijo ásperamente:
—Eso es terrible. —Sonó tan desalentado como la agonía de las ramas—. Espero que estés orgulloso de ti.
La voz de Buscadolores pareció llegar desde una gran distancia.
—¿Tanto lo valoras? Entonces yo estoy perdido sin remedio.
—¡Maldito lo que me importa! —Covenant se hallaba junto a Linden. La cogía por los hombros, sosteniéndola contra la empática fuerza de la ruptura—. No confío en ninguno de vosotros dos. ¡Jamas vuelvas a intentar una cosa así!
El elohim se endureció.
—Haré lo que deba hacer. Desde el principio, he declarado que no sufriré su propósito. La maldición de Kastenessen no me impulsará a esa condenación.
Tomando la forma de un halcón, se alejó volando entre las copas de los árboles. Linden y Covenant quedaron entre los escombros.
Vain estaba ante ellos como si no hubiera sucedido nada.
Durante un largo momento, el sufrimiento del árbol mantuvo a Linden paralizada. Pero gradualmente Andelain se cerró en torno a la destrucción, derramando nuevamente su energía en el aire que respiraba, expandiendo la pujanza vegetal desde la hierba, aflojando el anudado eco del espanto. Con lentitud, su cabeza se aclaró. Santo Dios, musitó para sí. Yo no estaba preparada para esto.
Covenant repitió su nombre; le reveló su preocupación a través de sus insensibles dedos. Ella se estabilizó sobre las colinas que la circundaban, y asintió.
—Estoy bien —dijo. Parecía debilitada, pero Andelain proseguía derramando sobre ella su bálsamo. Inspirando prolongadamente, volvió a ponerse en pie.
A través de la vegetación, la luz del sol yacía como un pesar entre árboles y arbustos, aliantha y flores. Pero el espasmo de violencia había terminado. En aquel momento, las distantes laderas de las colinas empezaron a sonreír otra vez. El arroyo volvió a su húmedo cloquear como si la interrupción hubiera sido olvidada. Solamente el tronco rajado continuaba gimiendo mientras el árbol agonizaba, demasiado gravemente herido como para continuar con vida.
—Los antiguos Amos… —murmuró Covenant más para sí que para ella—. Algunos de ellos hubiera podido sanar esto.
También podría yo, estuvo Linden a punto de replicar en voz alta. Si tuviese tu anillo. Podría salvarlo todo.
Pero desechó el pensamiento, y deseó que no se hubiese reflejado en su expresión. Desconfiaba de su avidez por el poder. El poder que pusiera fin al mal.
De todas formas, a él le faltaba la intuición para captar sus emociones. Su propio dolor y cólera lo cegaban. Cuando la tocó en el brazo y señaló hacia adelante, ella abandonó el arroyo con él; y juntos continuaron su marcha entre las colinas.
Sin otra mácula que la yerta madera de su antebrazo derecho, Vain fue tras ellos. Aquel semblante de medianoche no contenía más expresión que la habitual ambigüedad de su leve mueca.
El día habría sido perfecto para Linden si hubiera podido olvidar a Buscadolores y al Demondim. Mientras Covenant y ella se alejaban del roble destruido, Andelain reafirmaba toda su benéfica mansedumbre, la alegre exuberancia de su vegetación, los melodiosos vuelos y gorjeos de los pájaros, la seductora cautela y abundancia de su fauna. Nutrida por las bayas-tesoro y el agua de los riachuelos, y acariciada a cada paso por la marejada de la primavera, se sentía llena de vida, tan fragante como el aroma de las flores, y deseosa de nuevas vistas de las Colinas de Andelain. Pasado cierto tiempo, la Primera y Encorvado fueron a reunirse con Linden y Covenant, saliendo de entre la fronda de un antiquísimo sauce con hojas en sus cabellos y secretos en sus ojos. Como saludo, Encorvado rió con una fanfarronería que recordaba al Encorvado de otros tiempos; y fue secundado por una de las poco frecuentes y maravillosas sonrisas de su mujer.
—Miraos —les dijo Linden en tono de crítica burlona, fastidiando a los gigantes—. Qué vergüenza. Como sigáis así vais a convertiros en padres tanto si estáis preparados como si no.
El semblante de la Primera enrojeció tenuemente, pero Encorvado respondió con un gesto orgulloso. Después asumió un aire de desaliento.
—¡Dos veces Piedra y Mar! El hijo de esta mujer seguramente nacería con escudo y espada. Un prodigio así no sería tan alegremente concebido.
La Primera frunció el ceño para ocultar su regocijo.
—Silencio, esposo mío —murmuró—. No me provoques. ¿Es que no te basta con que uno de nosotros esté completamente loco?
—¿Bastarme? —repuso él—. ¿Cómo podría bastarme? No tengo ningún deseo de soledad.
—Siempre igual, sin la menor sabiduría o decoro —gruñó ella fingiendo enfadarse—. Eres realmente una vergüenza.
Cuando Covenant sonrió ante las puyas que se lanzaban los gigantes, Linden estuvo a punto de reír a carcajadas a causa de la alegría.
Pero ignoraba dónde se había ido Buscadolores o qué haría a continuación. Y la muerte del roble permanecía doliendo en el fondo de su mente. Lastrado por semejantes cosas, su estado de ánimo no podía compenetrarse totalmente con aquella atmósfera. Quedaba pendiente el pago que había que satisfacer por la muerte del Forestal, y el destino del grupo no había cambiado. Además, no tenía una idea clara de lo que Covenant esperase conseguir enfrentándose al Despreciativo. Caer Caveral había dicho de ella en una ocasión: La mujer de tu mundo levantaría torvas sombras aquí. La reconfortaba el retorno de la alegría de Encorvado y disfrutaba con el buen humor que las chanzas de los gigantes provocaban en Covenant. Pero no olvidaba.
Cuando la tarde se asentó en Andelain, experimentó un tenue inicio de trepidación. Por la noche, los Muertos vagaban por las colinas. Todos los antiguos amigos de Covenant, ungidos de significados y recuerdos en los que ella no podía participar. La mujer a quien él violó. Y la hija de aquella violación, que le había amado… llegando a quebrantar la Ley de la Muerte en su nombre, tratando locamente de sustraerlo a su propio destino. Detestaba la idea de enfrentarse con aquellos poderosos espectros. Eran los hombres y mujeres que configuraron el pasado, y no tenía lugar entre ellos.
Hicieron un alto bajo un majestuoso oropelino. Una cercana corriente con un lecho de finas arenas les proporcionó agua para lavarse. Las aliantha eran abundantes. El espesor de la hierba hacía que pudieran acomodarse sobre el terreno. Y Encorvado era un manantial de buen humor, diamantina e historias. Mientras el satinado fulgor se iba disipando lentamente, dejando a Linden y a sus compañeros sin cobertura bajo la oscuridad y las sosegadas estrellas, describió el prolongado Giganteclave y las deliberaciones gracias a las cuales los gigantes de Hogar determinaron enviar la Búsqueda y seleccionaron a su esposa para que la liderase. Relataba las gestas de ella como si fueran asombrosas, burlándose un poco de su valentía. Pero ahora su voz contenía un oculto matiz de fiebre, una sugestión de esfuerzo que aludía a su más íntimo pesar. Andelain había restaurado su corazón, pero no podía borrar sus recuerdos de Piedra Deleitosa y la gratuita matanza, ni apaciguar su necesidad de un futuro mejor. Después de un tiempo, cayó en el silencio; y Linden sintió que la atmósfera del campamento se tensaba en una anticipación.
A través de la hierba, las luciérnagas centelleaban y vagaban inciertas, como si estuviesen buscando la música del Forestal. Pero en algún momento se marcharon. El grupo se dispuso a mantenerse en vela. Covenant estaba malhumorado a causa del cansancio y la desazón. También él parecía temer a sus Muertos aunque deseaba encontrarse con ellos.
Entonces la Primera rompió el silencio.
—Esas Almas —comenzó pensativamente—, comprendo que se vean privadas de su merecido reposo por el quebrantamiento de la Ley de la Muerte. Mas ¿por qué se reúnen aquí, donde las demás Leyes permanecen? ¿Y qué les impele a abordar a los vivos?
—El compañerismo —murmuró Covenant, con el pensamiento en otra parte—. O puede que la salud de Andelain les proporcione algo tan preciado como el reposo. —Su voz conllevaba un dolor lejano; también él había quedado desamparado al perderse la canción de Caer Caveral—. Puede que simplemente no hayan sido capaces de dejar de amar.
Linden se enderezó para preguntar:
—¿Entonces por qué son tan misteriosas? No te han ofrecido más que indicios y enigmas. ¿Por qué no hablan directamente y te revelan lo que necesitas saber?
—Ah, eso me resulta evidente —contestó Encorvado en lugar de Covenant—. El conocimiento inmerecido resulta peligroso. Solamente habiéndolo buscado y obtenido puede entenderse su utilidad y medirse en su auténtico valor. Si a mi esposa Martilla Pintaluz le hubiera sido místicamente concedida la destreza y la fuerza de su hoja sin entrenamientos, pruebas o experiencia, ¿de qué manera sabría elegir dónde descargar su golpe o con qué intensidad asestarlo? El conocimiento inmerecido gobierna a su poseedor en perjuicio de ambos.
Pero Covenant tenía su propia respuesta. Cuando Encorvado concluyó, el Incrédulo dijo quedamente:
—No pueden decirnos lo que saben. Quedaríamos aterrados. —Se hallaba sentado con la espalda apoyada en el oropelino; y su firme resolución no le proporcionaba consuelo—. Es la peor parte. Saben cuántos de nosotros van a ser heridos. Pero si nos lo confesaran, ¿de dónde sacaríamos el valor para afrontarlo? A veces la ignorancia es la única forma de valentía o al menos de buena voluntad que hace algún bien.
Habló como si creyera en lo que estaba diciendo. Pero la aspereza de su tono parecía expresar que no le quedaba ignorancia que aliviara las perspectivas de su intento.
Los gigantes permanecieron callados, impotentes para negar tal declaración, o discutirla. Las estrellas brillaban con helada tristeza en torno a la escasa plata de la luna. La noche se intensificaba entre las colinas. Más allá del confortante resplandor de su salud e integridad, Andelain se afligía por el Forestal.
¿Aterrados?, se preguntó Linden. ¿Tan espantoso resultaba el propósito de Covenant?
Pero le parecía imposible preguntárselo. No allí, ante los gigantes. La necesidad que él tenía de estar a solas era palpable. Y se hallaba demasiado cansada para concentrarse. Permanecía plena de la energía y exuberancia de las colmas; y la noche parecía susurrar su nombre, urgiéndola a salir de su nerviosa expectación. Las Almas de Covenant no se evidenciaban en ninguna parte. Dentro del alcance de su percepción yacía solamente la delicada tranquilidad y belleza de la región.
Una extraña alegría crecía en ella: deseaba correr y saltar bajo la tenue luna, bajar las laderas rodando, sumergirse en la inmaculada oscuridad de Andelain. Quizás una escapada solitaria actuase como un antídoto respecto a la otra negrura que el Sol Ban había inyectado en sus venas.
Se puso en pie bruscamente.
—Voy a ir hacia atrás —anunció sin corresponder a las miradas de sus compañeros—. Andelain es demasiado excitante. Necesito contemplarla un poco.
Las colinas le musitaban, y ella respondía, alejándose del oropelino en dirección sur con toda la alegre velocidad de sus piernas.
A sus espaldas, Encorvado había tomado la flauta. A intervalos disonantes, dulces o agudos, sus torpes notas la seguían. Iban envolviéndola como las fantasmales ramas de los árboles, la agazapada medianoche de los matorrales, el espejismo de la inexistente luz de la luna y el vacilar de las sombras. Estaba intentando tocar la melodía que tan exquisitamente irradiase Caer Caveral.
En algún momento logró reproducirla, o casi lo logró, y llegó hasta ella como pérdida y exultación. Entonces dejó de percibirla al pasar la cumbre de una loma y descender de nuevo, adentrándose más en la misteriosa noche de las Colinas de Andelain.
El Forestal había dicho que ella levantaría torvas sombras allí, y se acordó de su padre y su madre. Involuntariamente, sin saber lo que estaban haciendo, la habían preparado para el suicidio o el asesinato. Pero ahora los retaba. ¡Vamos!, jadeó mirando a las estrellas. ¡Os desafío! Para bien o para mal, para la salud o la destrucción, había llegado a ser más fuerte que sus progenitores. La pasión que brotaba de ella no podía ser atribuida a su herencia. Vilipendió a sus recuerdos desafiándolos a aparecer ante ella. Pero no lo hicieron.
Y como no lo hicieron, continuó corriendo, tan descuidada como una niña… absolutamente desprevenida ante la puerta de poder que de repente se abrió contra ella, arrojándola al suelo como si no fuese lo bastante fuerte ni real para ser tenida en consideración por el viejo poder que emergía de allí.
La puerta era como una hendidura en la sustancia misma de la noche, tan súbita y atronadora como una explosión, y tan alta como los cielos. Se abrió lo suficiente para permitir que el hombre pasara a su través. Luego se cerró.
Ella tenía el rostro contra la hierba. Luchaba por respirar, esforzándose en alzar la cabeza. Pero la evidente fuerza de aquel espectro que se erguía sobre ella la mantenía postrada. Su amarga cólera parecía caer sobre ella como una montaña que se derrumbase. Pero tras su ira, se hallaba tan profundamente hundido en la ruina, tan sumido en la vieja e inextiguible apoteosis de su desesperación, que Linden habría llorado por él si hubiera podido llorar. Pero su tremendo furor la aterrorizaba, haciendo que su vulnerabilidad se volvería contra ella misma. No podía levantar la cara de la hierba para mirarlo.
Lo sentía transcendentalmente alto y poderoso. Por un instante, creyó que no percibiría su presencia, que era demasiado insignificante para captar su atención. Era probable que pasara a su lado, sumido en sus preocupaciones. Mas casi de inmediato, su esperanza se perdió. La mirada del hombre se clavó entre sus omóplatos como la punta de una lanza.
Entonces habló. Su voz era tan desolada como el Reino bajo un Sol de Desierto, tan retorcida y desamparada como los estragos de un Sol de Pestilencia. Pero su ira le confería fuerza.
—Asesina de tus propios Muertos, ¿no me conoces?
No, jadeó. No. Sus dedos se hundían en el barro cuando se esforzó por abandonar su abyecta postura. No tenía derecho a hacerle aquello. Pero su mirada la empalaba, impidiéndole moverse.
Él continuó como si la resistencia de ella careciese de sentido:
—Soy Kevin. Hijo de Loric. Amo Superior del Concejo. Fundador de las Siete Alas. Y ejecutor de la Profanación del Reino por propia mano. Soy Kevin Pierdetierra.
Ella no pudo responder; sólo gimió: Dios mío. Oh, Dios mío.
Kevin.
Sabía quién era.
Se trataba del último Amo Superior del linaje de Berek, del último heredero directo del Bastón de la Ley. La generosidad de su reinado en Piedra Deleitosa le proporcionó el servicio de la Guardia de Sangre, reafirmando la amistad de los gigantes, desarrollando la dedicación del Concejo a la Energía de la Tierra, dándole belleza y finalidad al Reino entero. Y había fracasado. Engañado y vencido por el Despreciativo, se había mostrado incapaz de defender el Reino. Por sus propios errores, el objeto de su amor y dedicación había sido condenado. Y porque comprendió el alcance de aquella condena, se había hundido en la desesperación.
Enloquecido, concibió la argucia del Ritual de Profanación, creyendo que el Amo Execrable sería destruido… que al precio de siglos de devastación para el Reino compraría el derrumbe del Despreciativo. En consecuencia, se habían reunido en Kiril Threndor en el interior del corazón del Monte Trueno, el Amo enloquecido y el maligno adversario. Juntos pusieron en marcha el tortuoso Ritual.
Pero al final fue Kevin quien sucumbió mientras el Amo Execrable reía. La Profanación no pudo librar al mundo del Despreciativo.
Sin embargo, no era éste el relato completo de su infortunio. Engañada por la confusión que existía entre su amor y su odio, el Ama Superior Elena, hija de Lena y de Covenant, había considerado que la desesperación de Pierdetierra podía ser una fuente inagotable de poder; y en consecuencia quebrantó la Ley de la Muerte, y lo eligió a él, sacándolo de su tumba para enviarlo a luchar contra el Despreciativo. Pero el Amo Execrable había vuelto el intento en contra de ella. Y tanto Elena como el Bastón de la Ley se perdieron, y el Muerto Kevin fue obligado a servir a su enemigo.
El único atisbo de alivio que se le concedió provino de la derrota que Thomas Covenant y Corazón Salado Vasallodelmar consiguieron del Despreciativo.
Pero desde aquella victoria habían transcurrido tres mil años. El Sol Ban predominaba sobre el Reino y el Amo Execrable había encontrado el camino que podía conducirle al triunfo. La desesperación y la cólera fluían de Kevin a oleadas. Su voz resultaba tan cortante como un cable sometido a una tensión extrema.
—A nuestra manera nos hallamos vinculados… víctimas y ejecutores del Desprecio. Debes escucharme. No supongas que puedes elegir aquí. La necesidad del Reino no admite elección. Debes escucharme. ¡Debes!
La palabra martilleó, resonó e intercedió a través de ella. Debes. No se había presentado para aterrorizarla, ni pretendía hacerle daño. Más bien la había abordado porque no tenía otra manera de intervenir entre los vivos, ni de rebelarse contra las maquinaciones del Despreciativo.
Debes.
Comprendía aquello. Se distendieron sus dedos que se aferraban a la hierba; sus sentidos se sometieron a la vehemencia de Kevin. Dime de qué se trata, pidió, como si ya no tuviese necesidad de elegir. Dime qué debo de hacer.
—No querrás escucharme. La verdad es dura. Intentarás negarla. Pero no será negada. Tengo una carga de horror sobre mi cabeza y no me ciega la esperanza que contradice la verdad. Debes escucharme.
Debes.
Sí. Dime.
—Linden Avery, tienes que detener el demencial intento del Incrédulo. Su propósito es obra del Desprecio. Como yo hice antes que él, trata de destruir aquello que ama. No debe permitírsele.
»Si no puede conseguirse por otros medios, tienes que matarlo.
¡No! En un ardiente arrebato, se debatió contra su poder… y aún no tuvo fuerzas para levantar la cabeza. ¿Matarlo? Aguijoneado por su mirada, su corazón se aceleró. ¡No! No lo comprendes. Jamás haré eso.
Pero aquella voz continuaba cayendo sobre su espalda con el peso de una roca.
—No. Eres tú quien no comprende. Todavía no has aprendido a descubrir las argucias de la desesperación. ¿Piensas que permití que mis compañeros los Amos adivinaran mi intención cuando preparaba mi corazón para el Ritual? ¿Te ha sido concedido el don de una visión tan grande y eres incapaz de ver? Cuando la maldad se yergue con todo su poder, excede a la verdad y puede asumir un aspecto de bondad sin temor a ser descubierta. De esa manera yo fui arrastrado a mi propia condena.
»Covenant recorre el sendero que sus amigos los Muertos han concebido para él. Pero tampoco ellos comprenden la desesperación. Fueron redimidos de ésta por el valiente dominio que sobre el Despreciativo supo ejercer el Incrédulo… y por eso ven esperanza donde no existe más que Profanación. Su visión de la maldad es incompleta y falsa.
Cobraba ímpetu de la misma noche, convirtiéndose en algo tan demoledor como un alarido de desesperación.
—Tiene el propósito de colocar su anillo blanco en la mano del Amo Execrable.
»Si le permites que lo haga, nuestro suplicio resultará breve, porque la Tierra y el Tiempo se perderán.
Debes detenerlo.
Lo repitió hasta que las Colinas replicaron: Debes. Debes.
Poco después, la dejó. La puerta de su poder se cerró tras él. Pero ella no notó que se había marchado. Durante largo tiempo continuó mirando ciegamente la hierba.