Meta final
Al principio el agua estaba tan sucia que provocaba náuseas en Linden. Cada involuntaria bocanada dejaba arena en su garganta y en sus dientes. La lluvia y el trueno fragmentaban su capacidad de oír. En un instante, se sentía completamente sorda; al siguiente, el sonido le llegaba como una bofetada. Impulsada hacia abajo por las ropas y los pesados zapatos, hubiera quedado exhausta en poco tiempo sin el soporte de la Primera. La herida de la espadachina era un dolor palpitante que alcanzaba a Linden pese al caos de las aguas y el esfuerzo de nadar. Y sin embargo, la giganta los apoyaba tanto a ella como a Covenant a través del tumulto.
Pero las aguas, al crecer, se hicieron más claras, menos problemáticas y más frías. Linden había olvidado hasta qué extremo podían ser fríos los rápidos cuando no estaba presente la luz solar. La frialdad se introducía en ella, succionando sus huesos. Y susurraba a sus maltratados nervios que hallaría más calor si se hundía bajo la superficie, evitando el viento y la persistente lluvia. Sólo durante un momento, le sugería la frialdad amablemente. Hasta que te calientes un poco. Ya has fracasado. Pero no tiene importancia. Mereces ese consuelo.
Ella sabía lo que merecía. Pero ignoró la sugerencia para preocuparse por la Primera, concentrándose en la herida que tenía en el costado. El agua, más limpia, había eliminado la mayor parte de la arena y la sangre de la quemadura, y la Primera sabía resistir. Linden no temía una infección. Sin embargo vertía su percepción en aquella herida, situándose a sí misma dentro de ella hasta que su propio costado gimió como si hubiera sido quemado. Entonces, deliberadamente, amortiguó la sensación, reduciendo el tormento de la Primera a un dolor desvaído.
La frialdad desgastaba sus sentidos, minando su valor. Los truenos sonaban sobre ella, haciendo que se sintiera demasiado pequeña para soportarlos. La lluvia azotaba la superficie del río. Pero se aferró a su empeño y no se permitió ceder mientras la corriente transportaba al grupo cauce abajo durante el largo atardecer.
Al fin concluyó el día. Las corrientes se estrecharon; las nubes volvieron atrás. Forzando sus piernas, la Primera se abrió paso hasta la ribera occidental, salió del agua y se irguió temblorosa sobre el empapado terreno. Poco después, se le unió Encorvado. A Linden le parecía sentir los huesos de éste reclinándose a causa del extremado cansancio.
Covenant parecía tan pálido como el mármol de un sepulcro, los labios azulados por el frío, la amargura pegada a sus facciones.
—Necesitamos hacer fuego —dijo como si también aquello fuera culpa suya.
Sunder ascendió por el húmedo declive sin dedicar ni una mirada a sus compañeros. Estaba inclinado sobre Hollian como si tuviera el pecho lleno de cristales rotos. Pasada la orilla del río, se arrodilló y depositó suavemente a Hollian en el suelo. Colocó sus miembros como si pretendiera que estuviese cómoda. Acarició con torpes dedos los negros mechones de pelo que le cubrían el rostro, trenzándolos después amorosamente y colocando las trenzas alrededor de su cabeza. Entonces, tomó asiento junto a su cuerpo protegiéndose el corazón con los brazos y se quedó allí meciéndose como si su cordura se hubiese roto.
Encorvado se desprendió del fardo y sacó una especie de estufa usada por los gigantes que de algún modo había permanecido hermética contra el agua. Luego logró encender algunas astillas de la poca leña que tenían. Estaban húmedas y él exhausto; pero inclinándose sobre ellas sopló hasta que prendieron en la estufa. Protegiendo las llamas consiguió finalmente que se mantuvieran ardiendo.
Aunque era un fuego pequeño, producía suficiente calor para suavizar la gelidez de las articulaciones de Linden y la desvaída miseria de los ojos de Covenant.
Entonces Encorvado les ofreció diamantina, pero rehusaron hasta que la Primera y él hubieron bebido una cantidad suficiente del potente licor. A causa de los oprimidos pulmones de él y las heridas de ella, los gigantes tenían una extrema necesidad de sustento. Después de aquello, Linden tomó unos cuantos sorbos que al fin llevaron un verdadero calor a su estómago.
Con amargura, como si se estuviera castigando, Covenant aceptó de ella la redoma de diamantina; pero no bebió. En vez de ello, forzó a sus tensos músculos y maltratados huesos en dirección a Sunder.
Su ofrecimiento no produjo reacción alguna en el Gravanélico. Con voz enronquecida, Covenant le urgió y le suplicó. Sunder no alzó la cabeza. Permanecía concentrado en Hollian como si su mundo se hubiese reducido. Pasado un rato, Covenant regresó penosamente junto al fuego, se sentó, y se cubrió el rostro con las manos.
Poco después, apareció Vain.
Salió de la noche para entrar en la leve iluminación de la fogata y adoptó de inmediato su inexpresiva pose habitual. Una ambigua sonrisa curvaba su boca. La vehemencia que Linden detectó en él había desaparecido. Parecía tan insensible e inalcanzable como siempre. Su antebrazo de madera había sido ennegrecido y chamuscado, pero el daño era meramente superficial.
Su brazo izquierdo estaba retorcido e inutilizado, como afectado por una deformidad congénita. Exhudaba dolor por varias heridas profundas. Jaspeadas rayas del color de la ceniza manchaban su carne de ébano.
Instintivamente, Linden fue hacia él aún a sabiendas de que no podía ayudarle, dado que las heridas eran tan imponderables como su naturaleza esencial. Intuía que había atacado a los ur-viles por motivos propios y no en ayuda ni en agradecimiento a ellos; no obstante, sentía visceralmente que la herida infringida a su escultural perfección era intolerable. En una ocasión, se había inclinado ante ella. Y en más de una, le había salvado la vida. Al menos por una vez tenía que tratar de ayudarle.
Pero antes de que llegara junto a él, una ancha y alada figura llegó de las estrellas planeando como un cóndor. Cambiando de aspecto mientras descendía, aterrizó grácilmente junto al Demondim, ya con forma humana.
Buscadolores.
No miró a Covenant ni a Linden, ni prestó atención a la abatida y solitaria tristeza de Sunder; se dirigió directamente hacia Vain.
—No creas que ganarás mi corazón a base de valentía. —Su voz tenía connotaciones de su viejo desaliento y de un disimulado aunque inequívoco temor. Parecía escrutar con la mirada la hermética alma del Demondim—. Deseo que mueras. Si estuviese dentro de lo que mi Würd me permite, yo mismo te asesinaría. Pero esos camaradas por quienes tú no tienes interés nuevamente han logrado redimirte. —Se detuvo como disponiéndose a reunir el suficiente valor, y luego concluyó quedamente—. Aunque detesto tu propósito, la Tierra no debe sufrir el coste de tu dolor.
Súbitamente radiante, extendió la mano derecha sobre el hombro izquierdo de Vain. Un instante de fuego se produjo del contacto, desprendiendo espantosas implicaciones que únicamente Linden pudo captar en la insondable noche. Luego desaparecieron. Buscadolores abandonó a Vain apostándose lejos como un centinela, escudriñando el este iluminado por la luna.
La Primera lanzó una queda exclamación de sorpresa. Encorvado se quedó boquiabierto de asombro. Covenant murmuraba en voz baja como si no pudiese creer lo que había visto.
El brazo izquierdo de Vain estaba entero, completamente restaurado en su singular belleza y eficacia.
Linden creyó captar un destello de alivio en los negros ojos del Demondim.
El asombro la aturdió. La demostración de Buscadolores le dio una razón para conprender por vez primera por qué los elohim creían que la curación de la Tierra debía encomendárseles, y que la mejor elección que Covenant o ella podían hacer era la de ceder el anillo a Buscadolores, y apartarse del destino que el Amo Execrable les había preparado. El restablecimiento del brazo de Vain casi le parecía milagroso. Ni con todos los recursos médicos que hubiera sido capaz de imaginar habría podido igualar la proeza de Buscadolores.
Impelida por el poder que había mostrado, se volvió hacia él con el nombre de Sunder en los labios. Ayúdale. No sabe cómo soportarlo.
Pero la silueta del Designado recortándose contra la luna la rechazó antes de que hablara. De alguna incomprensible forma, había agravado su propia situación al curar a Vain. Como Sunder, necesitaba consuelo. Su aspecto le indicó que se negaría a cualquier súplica.
Encorvado suspiró. Murmurando para sí, comenzó a preparar una comida antes de que el fuego se extinguiera.
Más tarde, aquella misma noche, Linden se acurrucó cerca de Covenant y de las últimas y agonizantes ascuas envuelta en una húmeda manta, intentando resguardarse de la profunda frialdad del cielo y de explicar su fracaso.
—Ocurrió con demasiada rapidez. No pude captar el peligro a tiempo.
—No fue culpa tuya —replicó él con acritud—. No tenía ningún derecho a culparte. —La voz pareció proceder de una herida oculta bajo la manta que lo cubría—. Debí obligarles a quedarse en Piedra Deleitosa.
Ella quiso protestar de que se adjudicara toda la responsabilidad. Sin ellos, todos habríamos muerto. ¿De qué otro modo hubiéramos podido escapar de los ur-viles? Pero él prosiguió:
—Sentía pánico del poder. Creía que me convertía en lo que más odiaba: en otro Pierdetierra. Que producía la desgracia de aquéllos por quienes me preocupaba. Pero no me hace falta el poder. Puedo conseguir lo mismo sólo con mi presencia.
Ella se incorporó y lo observó a través de la noche iluminada por la luna. Yacía dándole la espalda, la manta temblaba levemente sobre sus hombros. Quiso rodearlo con sus brazos, encontrar un poco de calor en el contacto de sus cuerpos. Pero no era aquello lo que él necesitaba. Queda y ásperamente le dijo:
—Eso es magnífico. Te estás culpando por todo. Supongo que lo que vas a decir a continuación es que te morderás con el veneno para demostrar que lo mereces.
Él se volvió como si le hubiese golpeado entre los omóplatos. Su semblante surgió de la manta, pálido y dolorido. Por un instante, pareció flamear ante ella. Pero luego sus emanaciones perdieron aquella fiereza.
—Lo sé, —suspiró hacia el inmenso cielo—. Atiaran trató de decirme lo mismo. Después de todo lo que le hice. —Citó quedamente—: El castigo es una condena que se genera en sí misma. Castigándote, te haces merecedor del castigo. El Execrable no tiene otra cosa que hacer que reírse. —Sus oscuras facciones se concentraron en ella—. Y eso también es válido para ti. Intentaste salvarla. No fue culpa tuya.
Linden asintió. Sin decir ni una palabra, se inclinó hacia él hasta que la estrechó entre sus brazos.
Cuando ella despertó con el primer gris del alba, miró en dirección a Sunder y vio que no se había movido durante la noche.
Hollian presentaba ahora la rigidez de la muerte, su delicado semblante se veía pálido y atormentado a la luz del amanecer; pero él no parecía apreciar ningún cambio, ajeno a la noche o al día, insensible para todo excepto para las esquirlas de dolor que punzaban su pecho y el cuerpo de ella. Aunque estaba helado hasta los huesos, el frío no tenía poder para hacerle temblar.
Covenant se despertó desorientado, y se apartó bruscamente de sus sueños. Sin motivo aparente, dijo con claridad:
—Esos ur-viles habrían caído sobre nosotros ahora.
Entonces, también él vio a Sunder.
Tanto la Primera como Encorvado estaban despiertos. A pesar de que su herida seguía abierta, la diamantina le había devuelto su habitual estado de ánimo, y el dolor no era demasiado intenso. Miró al Gravanélico y luego se volvió hacia Covenant y Linden, moviendo la cabeza. Su entrenamiento no la había preparado para enfrentarse al abatimiento de Sunder.
Su esposo se incorporó del suelo, apoyándose en el codo, y se arrastró hasta el saco de las provisiones. Extrayendo un frasco de diamantina, se obligó a erguirse sobre sus aún embotados músculos para aproximarse al Gravanélico. Sin pronunciar ni una sola palabra, lo abrió y lo puso bajo la nariz de Sunder.
Aquel aroma arrancó una especie de apagado sollozo del pedrariano. Mas no levantó la cabeza.
Impotente en su generosidad, Encorvado se retiró.
Nadie dijo nada. Linden, Covenant y los gigantes comieron tristemente antes de que el sol saliera. Luego, la Primera y Encorvado fueron a situarse sobre alguna piedra para afrontar el amanecer. Asaltados por el mismo temor, Linden y Covenant se precipitaron hacia Sunder. Pero por azar o elección, éste se hallaba sentado sobre una roca. No necesitaba protección.
Destellando azul, el sol se encumbró en el horizonte para desaparecer luego cuando los oscuros nubarrones comenzaban a arracimarse hacia el oeste.
Espasmos de viento patearon la grávida superficie del Río Blanco. Encorvado se apresuró a proteger las provisiones. Cuando terminó, las primeras gotas habían empezado a caer. Pronto aumentaron hasta convertirse en un diluvio que producía un sonido semejante al de la carne al ser frita.
Linden contemplaba la veloz corriente del Río Blanco, y se estremecía. Su frialdad afectada a sus sentidos como los filos de un escarpelo. Pero ya había sobrevivido a inmersiones semejantes sin diamantina ni metheglin que la sostuvieran. Estaba resuelta a soportar tanto como fuera necesario. Frunciendo el ceño, volvió al problema de Sunder.
Se había puesto en pie. Con la cabeza agachada y los ojos fijos en el vacío, fue hacia sus compañeros y el río.
Sostenía a Hollian entre sus brazos, estrechándola contra su pecho de manera que sus pies no tocaban el suelo.
Covenant y Linden se miraron. Entonces él fue a situarse frente a Sunder. Los músculos de sus hombros se curvaban y temblaban; pero su voz fue suave y quebrada por el dolor.
—Sunder —dijo—. Déjala en el suelo. —Sus manos se crispaban en sus costados—. Te ahogarás si intentas llevarla contigo. No puedo perderte también a ti. —En el fondo de sus palabras soplaba un viento de aflicción semejante al creciente fragor de la lluvia—. Te ayudaremos a enterrarla.
Sunder no respondió, ni miró a Covenant. Parecía estar aguardando a que el Incrédulo se apartase de su camino.
El tono de Covenant se endureció.
—No nos obligues a tener que arrebatártela.
En respuesta, Sunder apoyó los pies de Hollian en el suelo. Linden no captó cambio alguno en sus emanaciones, ninguna advertencia. Con la mano derecha extrajo el krill del justillo.
El paño que cubría la hoja se desprendió, y fue arrastrado por el viento. Aferró la ardiente empuñadura con los dedos desnudos. Aunque el dolor se marcó en su rostro, no desistió. La blanca luz irradiaba de la gema, tan clara como una amenaza.
Sosteniendo a Hollian con el brazo izquierdo, bajó hacia el río.
Covenant lo dejó pasar. Linden y los gigantes lo dejaron pasar. Entonces la Primera envió a Encorvado tras él, para que no estuviera solo en el veloz y gélido riesgo de la corriente.
—Se dirige a Andelain —rechinó Covenant—. La llevará consigo todo el camino hasta Andelain. ¿A quién creéis que quiere encontrar?
Sin aguardar respuesta, siguió a Encorvado y al Gravanélico.
Linden los contempló y dijo para sí: ¡A sus Difuntos! ¡A los Muertos de Andelain! A Nassic, su padre. A Kalina, su madre. A la esposa y al hijo que hubo de sacrificar en nombre de Pedraria Mithil.
¿O a la propia Hollian?
¡Santo Dios! ¿Cómo podría soportarlo? Se volvería loco y jamás regresaría.
Zambulléndose en la corriente, Linden se apresuró río abajo con terrible premura mientras la Primera nadaba enérgicamente a su lado.
No se hallaba preparada para la aguda intensidad del frío. Conforme su sentido de la salud crecía en alcance y precisión, más y más vulnerable la hacía sentirse. Los días que pasó en el Río Mithil con Covenant y Sunder no habían sido tan malos. El frío apaleaba su carne, machacaba sus nervios. Una y otra vez creyó que en aquel preciso momento iba a empezar a llorar, que al fin el Sol Ban la dominaría. Pero los inquebrantables músculos del hombro de la Primera le daban soporte. Y Covenant se hallaba a su lado. A través del martilleante aguacero, de los truenos que rompían el aire, de los relámpagos que rasgaban los cielos, Covenant permanecía seguro en su propósito y ella lo captaba por medio de su percepción. A pesar de la embotante miseria y desesperación, quería vivir… quería sobrevivir a cualquier maldad que el Amo Execrable maquinase en contra suya. Hasta que le llegara la oportunidad de pararlo.
Visible a la luz de los relámpagos, Encorvado nadaba a una o dos brazadas delante de la Primera. Sostenía al Gravanélico con una mano. Y transportaba a Hollian como si sólo estuviera dormida.
En algún momento durante el mediodía, el Río Blanco se interrumpió espumando y dejándose caer en una confluencia que arrastró a los viajeros hacia un nuevo canal como si fuesen hojas muertas en el viento. Uniéndose al Gris, el Río Blanco se había convertido en el Aliviaalmas, y durante el resto de aquel día, y todo el siguiente, transportó al grupo. La lluvia bloqueaba el sentido de la orientación en Linden. Pero a la noche, cuando los cielos se despejaron y la luna menguante se alzó sobre la desolada tierra, le fue posible ver que el curso del río había virado hacia el este.
La segunda tarde después de la confluencia, la Primera preguntó a Covenant cuando llegarían a Andelain. Linden y él se hallaban lo más cerca posible del pequeño fuego del campamento; y Encorvado y la Primera también estaban sentados allí como si incluso ellos necesitaran algo más que diamantina para restaurar su valor. Pero Sunder se mantenía a corta distancia en la misma postura que había adoptado las dos noches anteriores, sumido en su dolor sobre una roca con Hollian tendida rígidamente frente a él como si en cualquier momento pudiera empezar a respirar de nuevo.
Uno junto al otro. Vain y Buscadores estaban de pie en los límites de la luz. Linden no les había visto entrar en el río, ni sabía como habían podido trasladarse por aquel baldío batido por la lluvia. Pero cada tarde aparecían juntos poco antes de la puesta de sol y aguardaban sin hablar a que la noche pasara.
Covenant concentró su atención en las llamas durante un momento, después contestó:
—No calculo demasiado bien las distancias. No sé la que hemos recorrido. —Su rostro tenía el color de la cera a consecuencia del frío—. Pero éste es el Aliviaalmas. Conduce casi directamente al Monte Trueno. Podríamos… —Extendió las manos hacia el fuego, poniéndolas demasiado cerca de las llamas, como si hubiese olvidado el motivo de su insensibilidad. Pero entonces su instinto de leproso hizo que las retirara—. Depende del sol. Concretamente de su cambio. A no ser que tuviéramos un Sol Desértico, el Río seguiría corriendo. Podríamos estar en Andelain mañana.
La Primera asintió y volvió a sus propios pensamientos. Tras su fuerza de gigante y la curación de su herida, se hallaba profundamente cansada. Después sacó la espada, empezó a limpiarla y secarla con los lentos y metódicos gestos de quien no sabe qué otra cosa hacer.
Como si pretendiese emularla, Encorvado extrajo la flauta de su fardo, la secó, y trató de tocar. Pero tenía las manos o los labios demasiado débiles para la música, y pronto desistió del intento.
Durante un momento, Linden pensó en el sol y se permitió sentir cierto alivio. Un Sol de Fertilidad, o de Pestilencia, calentaría el agua. Le hubiesen dejado ver el cielo, abriendo el mundo a su alrededor. Y un Sol Desértico no sería ciertamente frío.
Pero gradualmente fue dándose cuenta de que Covenant continuaba temblando. Una rápida mirada, le mostró que no estaba enfermo. Después de haber atravesado el Fuego Bánico, dudaba de que jamás volviera a estarlo. Pero se hallaba profundamente concentrado, tan tenso que parecía febril.
Apoyó una mano sobre su antebrazo derecho para atraer su atención. Con los ojos, le preguntó qué le preocupaba.
Él la miró sombríamente, y después devolvió su atención al fuego, como si buscara en él las palabras que necesitaba. Cuando habló, fue para formular una pregunta que la sorprendió:
—¿Estás segura de que deseas ir a Andelain? En la última vez que tuviste la oportunidad, la rechazaste.
Aquello era cierto. Se hallaba en compañía de Sunder y Hollian en el límite sudoccidental de las Colinas, y rehusó acompañar a Covenant, aunque el saludable esplendor que atravesaba el Río Mithil resultaba confortante para sus dañados nervios. Había tenido miedo del evidente poder de aquella región. Parte de su miedo procedía del espanto de Hollian, de la creencia de Hollian en que Andelain era un lugar donde las personas perdían sus mentes. Pero la mayor parte de éste había surgido de una extremada desconfianza hacia todas las cosas a que era vulnerable a causa de su percepción. El Sol Ban la había conducido a una especie de indisposición, tan aguda y angustiosa como una enfermedad, y por eso había considerado a Andelain como un lugar enfermo. Y le había agradado: era adecuado a la estructura de su vida. Pero por aquella misma razón, Andelain la había amenazado más íntimamente. Hacía peligrar su difícil autodominio. Creyó que nada bueno podía provenir de algo que ejercía tanto poder sobre ella.
Y más tarde Covenant le había repetido las palabras que Elena pronunció entre los Muertos. La antigua Ama Superior había dicho: Lamento que la mujer que ha venido contigo no haya tenido el suficiente corazón para acompañarte, pues tienes mucho que soportar. Pero debe venir para encontrarse a sí misma cuando sea el momento. Cuida de ella, querido, para que al final pueda curarnos a todos. Y el Forestal había agregado: Es bueno que tus amigos no te hayan acompañado. La mujer de tu mundo habría levantado desagradables sombras aquí. El simple recuerdo de tales cosas devolvió a Linden su miedo.
Un miedo que había adquirido un claro significado en ansia y oscuridad cuando el Delirante Gibbon la tocó y le dijo que ella era maldad.
Pero se había convertido en otra mujer. Había encontrado la manera de visar su sentido para la salud para lograr curaciones, para acceder a la belleza. Le había relatado la manera de usar su sentido de la salud para soportar parte de su angustia. Había aprendido a llamar a su hambre de poder por su verdadero nombre. Y sabía lo que quería. El amor de Covenant. Y el fin del Sol Ban.
Con una sonrisa, contestó: —Intenta detenerme.
Esperaba que su respuesta fuera un alivio para él. Pero Covenant se limitó a asentir, y ella comprendió que aún no le había desvelado lo que pensaba. Varios fallidos intentos atravesaron como sombras por su expresión. En un esfuerzo por alcanzarle, añadió:
—Necesito descanso. Cuanto antes me aparte del Sol Ban, más sana estaré.
—Linden… —pronunció su nombre como si ella no le estuviera facilitando las cosas—. Cuando estuvimos en Pedraria Mithil, y Sunder nos confesó que tendría que matar a su madre… —Tragó con dificultad—. Dijiste que debía permitírsele acabar con el tormento de ella. Si era lo que él quería. —Ahora la miró con la muerte de su madre escrita claramente en su mirada—. ¿Aún lo crees?
Ella se estremeció involuntariamente. Hubiera preferido diferir la respuesta a aquella pregunta hasta saber por qué se la formulaba. Pero su necesidad era clara e insistente. Contestó, con cautela:
—Ella estaba sufriendo mucho. Creo que cualquiera que esté sufriendo de ese modo tiene derecho a morir. Pero un asesinato por compasión no es precisamente compasivo con quienes han de ejecutarlo. No me gusta lo que hace con ellos. —Se esforzaba en adoptar un tono distante, impersonal; pero la ofensa que contenía la pregunta era demasiado clara—. No me gusta lo que hizo de mí. Si es que puedo llamar a aquello compasión en lugar de asesinato.
Él esbozó un ademán que no llegó a completar, y quedó reducido a un fustrado gesto de apaciguamiento. Su voz era suave; pero denotaba una extraña angustia.
—¿Qué vas a hacer si Andelain no permanece incontaminado? ¿Si no puedes escapar al Sol Ban? Caer-Caveral sabía que el Execrable no había terminado, que corrompería todas las cosas. ¿Qué haremos? —Su laringe ascendió y descendió como un presagio de pánico—. Puedo soportar lo que sea necesario. Pero eso no. Eso no.
Parecía tan sólo e indefenso que no pudo resistirlo. Brotaron lágrimas de sus ojos.
—Quizá continúe bien —jadeó—. Puedes tener esa esperanza. Te ha sostenido hasta aquí. Puede hacerlo un poco más.
Pero en las frías y tenebrosas raíces de su mente estaba pensando: Si no es así, no me importará lo que suceda. Le arrancaré el corazón a esos bastardos. Me haré con el poder de alguna manera, y les arrancaré el corazón.
No manifestó tales pensamientos. Pero Covenant parecía sentir la violencia dentro de ella. En lugar de acercarse en busca de consuelo, se refugió en su incertidumbre. Envuelto en decisiones e intuiciones que ella no podía entender ni compartir, permaneció apartado durante el resto de la noche.
Pasó largo rato antes de que ella se diese cuenta de que no la quería a su lado. Estaba tratando de prepararse para el día siguiente.
Pero la verdad se hizo evidente en el afilado y gris amanecer, cuando él abandonó las mantas, pálido y tenso, para besarla. Se hallaba al borde un precipicio interior y su equilibrio era frágil. La parte de él que había sido forjada por el Fuego Bánico no titubeaba, pero la envoltura que protegía aquella firme aleación era tan quebradiza como un hueso viejo. Pero a pesar de su inquietud hizo un esfuerzo por sonreírle.
Ella le contestó con una mueca porque ignoraba cómo protegerlo.
Mientras Encorvado preparaba una comida para el grupo, Covenant se acercó a Sunder. Arrodillándose tras él masajeó los tensos músculos de su cuello y hombros con sus insensibles dedos.
Sunder no reaccionó ante aquel gesto. No estaba consciente excepto para la pálida forma de Hollian y su propio e inexorable propósito. Para el sentido de la salud de Linden, su cuerpo se hallaba dolorido por la debilidad de la inanición. Y sintió la ardiente hoja del krill escaldando su desprotegido estómago bajo el justillo. Pero él parecía extraer fuerzas de aquel dolor como si fuese la promesa que lo mantenía vivo.
Pasado un rato, Covenant se reunió con los dos gigantes y con Linden.
—Tal vez pueda encontrarla en Andelain —suspiró—. Acaso ella sea capaz de regresar a él.
—Recemos para que así ocurra —murmuró la Primera—. Su resistencia va a fallar pronto.
Covenant asintió. Mientras masticaba pan y frutos secos como desayuno, siguió asintiendo para sí mismo como si aquélla fuera su última esperanza.
Un poco más tarde, el sol se elevó desde más allá de los confines del mundo, y los compañeros recibieron el despuntar del día sobre rocas mojadas por la lluvia.
Se encumbró sobre el horizonte con destellos de esmeralda, sembrando verdes reflejos en la rápida y quebrada superficie del río.
Al verlo, Linden se relajó momentáneamente aliviada. No se había dado cuenta de hasta qué punto le horrorizaba otro Sol de Lluvia.
Calor: el Sol de Fertilidad proporcionaba calor. Mitigaría la vehemencia de la corriente y suavizaría la frialdad del agua. Y esto actuaría sobre sus nervios como el solaz de mantas secas y calientes. Sostenida por la Primera, con Covenant a su lado y Encorvado y Sunder solamente a unas cuantas brazadas de distancia, nadó por el Aliviaalmas y pensó por vez primera, que quizás el río no hubiera sido denominado así de forma casual.
Pero el alivio no la cegaba ante lo que le estaba ocurriendo a la tierra de ambos lados del cauce. La benevolencia del Sol de Fertilidad era una ilusión, una trampa preparada por la protección del río. En las riberas, la vegetación bullía creciendo de la tierra como una hueste de demonios. Creciendo desde sus raíces, las vides y hierbas se desplegaban sobre los bordes del cauce. Los arbustos alzaban sus ramas como si ardiesen; los árboles desgarraban el aire para abrirse camino, tan frenéticos como los condenados. Y descubrió que su relativa seguridad únicamente acentuaba las sensaciones que fluían a ella desde el salvaje e incontrolado crecimiento. Iba flotando a través de una selva de ansia sin voz. El tormento que se extendía a su alrededor, a pesar de su silencio, era tan ruidoso como un grito. Torturados más allá de toda Ley, los árboles y las plantas no tenían defensa, no podían hacer nada por sí mismos excepto crecer y crecer… y clamar mudamente a los cielos.
Quizá después de todo el Forestal de Andelain se hubiera ido. ¿Cuánto tiempo habría podido soportar aquellos gritos sin ser capaz de hacer nada para ayudarlos?
Entre los crecientes muros de agonía, el río bajaba hacia el este y el Monte Trueno después de un largo recorrido en dirección sudeste. Lentamente Linden cayó en una extraña y bifurcada meditación. Se apoyaba en el hombro de la Primera, manteniendo la cabeza sobre el agua, observando al pasar junto a las riberas el bullir de la fronda. Pero en otro nivel no estaba atenta a tales cosas. Dentro de ella las tinieblas que habían germinado a causa del toque de Gibbon también crecían. Alimentadas por el Sol Ban, se enroscaban en ella y suspiraban. Recordaba ahora como si nunca lo hubiera olvidado que tras la superficial angustia, dolor y aborrecimiento había oculta una secreta alegría en el acto de asfixiar a su madre, un salvaje deleite al paladear el poder.
De modo objetivo, sabía lo que le estaba sucediendo. Había permanecido expuesta durante demasiado tiempo a la corrupción del Amo Execrable. El dominio sobre sí misma, el sentido de lo que ansiaba ser, estaban fallando.
Rió entre dientes, con aspereza; un chasquido de regocijo que sonó como si proviniera de un Delirante. La idea era amargamente divertida. Hasta aquel momento, las dificultades y penalidades del viaje bajo el Sol Ban la habían imposibilitado para recordar quién era. El Despreciativo podía estar gobernándola desde hacía mucho tiempo por el simple procedimiento de permitir que se relajara.
Un vehemente humor ascendió por su garganta. La fertilidad parecía cabriolar en su sangre, espumeando y riendo de forma espeluznante. Su percepción extendía viscosos dedos para tocar el latente fuego de Covenant como si en cualquier momento pudiera reunir el coraje suficiente para arrebatárselo.
Con un esfuerzo de voluntad, se aproximó al hombro de la Primera. La giganta volvió la cabeza, y murmuró sobre los húmedos sonidos del río:
—¿Escogida?
Tratando de que Covenant no pudiese oírla, le dijo en voz baja:
—Si empiezo a reírme, golpéame. Golpéame. Golpéame hasta que pare.
La Primera le respondió con una mirada de patente incomprensión. Luego asintió.
No obstante, Linden logró apretar los dientes contra la locura y no le permitió salir.
El mediodía ascendió y pasó sobre ella. Desde la truncada perspectiva de la superficie del agua, sólo podía ver una corta distancia ante sí. El Aliviaalmas parecía interminable. El mundo no contenía nada excepto torturada vegetación y angustia. Ella debería haber sido capaz de sanarlo. Era médico. Pero no le era posible. No tenía poder.
Entonces, sin transición, el terreno a cuyo través estaban siendo conducidos por el río, cambió. Más allá de un límite tan preciso como una línea marcada en la Tierra, terminaba la salvaje vegetación; y una región de bosques naturales comenzaba a ambos lados del Aliviaalmas.
La conmoción que ello produjo en sus sentidos, le indicó de qué se trataba. Había estado allí en una ocasión anterior, cuando aún no se encontraba preparada. El influjo caló en su interior desde aquella distancia como una destilación de vitrim y diamantina, una cura para toda tenebrosidad.
La Primera advirtió a Covenant indicándole con la cabeza que mirara hacia adelante. Él se impelió con las piernas para sobresalir del agua, y su grito atravesó el aire:
—¡Andelain!
Cuando volvió a caer, chapoteó en la corriente como un niño, provocando salpicaduras y estelas de espuma que, iluminadas por el sol, surcaron el Aliviaalmas.
En silencio, Linden susurró: Andelain, Andelain. Como si repitiendo el nombre pudiera purificarse lo suficiente para adentrarse entre las colinas. La esperanza la invadió a pesar de sus temores. Andelain.
Alegrándose entre sus riberas, el río discurría velozmente hacia los dominios del Forestal, el último bastión de la Ley.
Mientras se aproximaban a la demarcación, Linden la apreció más nítidamente. Allí los apiñados y atormentados matorrales y helechos, las mimosas que se rompían por su propio peso, los enebros tan grotescos como una danza diabólica, todos se detenían como contenidos por un muro. Allí crecía una hierba tan lozana como si fuese primavera y punteada con peonías se desplegaba como música desde las suaves laderas hasta los majestuosos y venerables álamos y los saúcos de rojos frutos que coronaban las alturas. En la frontera del reino del Forestal, el mudo desgarro daba paso a la aliantha, y el Sol Ban desaparecía del claro firmamento.
La gratitud, el consuelo y la alegría crearon un mundo nuevo en torno a ella mientras el Aliviaalmas alejaba a la compañía del quebranto del Reino internándola en Andelain.
Cuando miró hacia atrás, ya no pudo ver el aura verde del Sol Ban. El sol brillaba desde los cerúleos cielos con la amarilla calidez de su amabilidad.
Covenant señaló hacia la ribera sur. La Primera y Encorvado giraron en aquella dirección, cruzando la corriente en ángulo. Covenant nadaba con todas sus fuerzas, y Linden le seguía. Las aguas ya habían pasado de su limpio fluir habitual a una pureza cristalina, tan singular y vivificante como el rocío. Y cuando ella puso las manos sobre la crecida hierba del suelo para poder salir del río, percibió un nuevo estremecimiento, una vibrante sensación tan sutil como el aire. Había permanecido expuesta al Sol Ban durante tanto tiempo que casi había olvidado el modo de sentir la salud de la Tierra.
Pero entonces se encontró de pie sobre el césped con los sentidos totalmente abiertos y comprendió que lo que sentía era más que la simple salud. Aquello era la Ley quintaesenciada y materializada, una condensación de la vitalidad que convertía en preciada la existencia, y el Reino en deseable. Era un avatar de la primavera, el júbilo del verano; era el esplendor del otoño y la paz del invierno. La hierba saltaba y destellaba bajo sus pies, dando la sensación de que su estatura aumentaba. La savia ascendía por los árboles como fuego, benéfica y viva. Las flores esparcían color por todas partes. Cada aspiración, aroma y sensación era más estimulante de lo que podía resistirse; y no obstante la incitaban a que los resistiera. Cada nueva y exquisita percepción la impulsaba hacia adelante en vez de atemorizarla, sacándola de sí misma como una corriente de éxtasis.
La risa y el llanto se despertaron a la vez en ella y no pudieron ser manifestados. Estaba en Andelain, en el corazón del Reino amado por Covenant. Él yacía con la cara hundida en la hierba, los brazos extendidos como si abrazara a la tierra; y ella supo que las colinas lo habían cambiado, todo. No en él, sino en ella. Había muchas cosas que no comprendía, pero si entendía ésta: El Sol Ban carecía de poder allí. También ella se encontraba libre de su influjo. Y la Ley que proporcionaba tanta salud a la vida era digna del precio que cualquier corazón estuviera dispuesto a pagar.
Esta afirmación llegó a ella como un claro amanecer. Era la creencia positiva de que había estado tan necesitada. Cualquier precio. Para preservar la belleza del Reino. Absolutamente cualquier precio.
Encorvado estaba sentado en la hierba y miraba ávidamente hacia las laderas, con el rostro dilatado por el asombro.
—No le habría dado crédito —farfulló para sí—. Nunca lo hubiese creído…
La Primera se hallaba tras él, con las yemas de los dedos apoyadas en sus hombros. Sus ojos brillaban como los destellos del sol que danzaban en la alegre superficie del Aliviaalmas. Vain y Buscadolores habían surgido mientras Linden se hallaba de espaldas. El Demondim no mostraba reacción alguna ante Andelain; pero el torturado semblante habitual en Buscadolores se había iluminado, e inhalaba profundamente el saludable aire hasta sus pulmones como si, al igual que Linden, supiese lo que significaba.
Libre del Sol Ban y exaltada, deseó correr, subir a las colinas y dejarse caer rodando por ellas, jugando como una niña; verlo y saborearlo todo, llevar sus maltratados nervios y cansados huesos tan lejos como permitiera el exuberante bálsamo de aquella región, en el imponente solaz de la salud de Andelain. Se apartó unos cuantos pasos del río, y se volvió para llamar a Covenant.
Éste se había puesto en pie, pero no la estaba mirando. Y no había alegría en su rostro.
Su atención estaba concentrada en Sunder.
¡Sunder!, gimió Linden, inmediatamente avergonzada por haberle olvidado en su excitación particular.
Se hallaba en la ribera sosteniendo a Hollian erguida contra su pecho, sin ver nada ni comprender en absoluto la belleza que lo rodeaba. Durante un rato, no se movió. Después, logró enfocar la mirada y avanzó tambaleándose. Demasiado débil ahora para sostener sin apoyo el cuerpo de la Eh-Estigmatizada que ya había adquirido la rigidez de la muerte, casi lo arrastraba torpemente ante sí al cruzar la hierba.
Pálido de hambre, cansancio y pérdida, la llevó hasta la aliantha más cercana. Allí la dejó en el suelo. Bajo las hojas parecidas a las del acebo, el arbusto estaba cargado de verdosas bayas-tesoro. El Clave había proclamado que eran venenosas; pero después de que Marid mordiera a Covenant, la aliantha logró que el Incrédulo se recuperase del delirio. Y Sunder no había olvidado aquella experiencia. Recogió un poco de fruta.
Linden contuvo el aliento esperando que comiese.
No lo hizo. Agachándose junto a Hollian, trató de introducirle bayas entre los yertos labios.
—Come, amor. —Su voz estaba enronquecida, tan agrietada y rota como el mármol resquebrajado—. No has comido. Debes comer.
Pero sólo lograba que la fruta se rompiera contra sus dientes.
Lentamente, se rindió al dolor que su quebrantado corazón y empezó a llorar.
La pena se retorció en el rostro de Covenant como una enredadera cuando se dirigió hacia el Gravanélico.
—Vamos —dijo en tono amable—. Estamos todavía demasiado cerca del Sol Ban. Necesitamos alejarnos más.
Durante un prolongado momento, Sunder tembló de dolor en silencio como si al fin su locura hubiera terminado. Mas luego extendió los brazos bajo Hollian y la levantó, poniéndose en pie. Las lágrimas corrían por sus grisáceas mejillas, pero no reparó en ellas.
Covenant hizo un gesto a los gigantes y a Linden. Se unieron a él prontamente. Juntos giraron hacia sudeste y se apartaron del río a través de las primeras laderas.
Sunder les siguió, caminando como una muda lamentación de pesar.
Su actitud contrastaba con las reacciones de Linden ante la estimulante atmósfera de Andelain. Mientras ella y sus amigos avanzaban entre las colinas. La luz del sol yacía como si formara parte de los declives; la sombra de los árboles resultaba balsámica. Al igual que Covenant y los gigantes, ella comía aliantha que arrancaba de los arbustos a lo largo del camino; y el sabor de las bayas parecía añadir una rara especia a su sangre. La hierba suavizaba la presión de sus zapatos, elevándola de pisada en pisada como si la misma tierra la impulsara a continuar. Y más allá del césped, el suelo y estructura de Andelain eran un eco de bonanza, la benéfica somnolencia de la paz.
Y los pájaros, ascendiendo como una melodía hasta las copas de los árboles, conversaban amigablemente entre las ramas. Y los pequeños animales de los bosques, se mostraban cautelosos ante la intrusión del grupo pero no asustados. Y las flores lo cubrían todo, en número imposible de fijar; amapolas, narcisos y espuelas de caballero, cabezas de dragón, madreselvas y violetas, tan precisas y armoniosas como un poema. Contemplándolas, Linden pensó que seguramente su corazón estallaría de gozo.
Pero tras ella, Sunder cargado con su perdido amor se adentraba como si pretendiera ponerla a los pies de Andelain en demanda de restitución. Al llevar la muerte al interior de aquella defendida región, violaba su espíritu tan completamente como si cometiera un asesinato.
Aunque los compañeros de Linden carecían de su sentido de la salud, compartían sus sentimientos. El rostro de Covenant se debatía de forma inconsciente entre una vehemencia que aumentaba y una fuerte desazón. Los ojos de Encorvado devoraban cada nueva vista, cada nuevo detalle; y parpadeaba repetidamente hacia Sunder como si le hubiera ofendido. La Primera mantenía una expresión de austera aceptación y aprobación, pero cerraba y abría la mano sobre la empuñadura de su espada. Tan sólo Vain y el Designado parecían ajenos a Sunder.
Sin embargo la tarde transcurrió con rapidez. Sostenidos por las bayas-tesoro y la alegría, y por los arroyuelos que destellaban como líquidas gemas cruzándose en su camino, Linden y sus compañeros avanzaron al paso de Sunder entre los matorrales y las crestas de las colinas. Y entonces la noche se acercó. Más allá del horizonte occidental, el sol declinaba majestuosamente, pintando de naranja y oro los cielos.
Todavía los viajeros continuaban caminando. Ninguno quería detenerse.
Cuando el último blasón del crepúsculo se decoloró y las estrellas comenzaron a guiñar y sonreír desde la profundidad aterciopelada del cielo, y el clamor del gorgeo de los pájaros se apaciguó, Linden oyó música.
Al principio esta música fue sólo para ella, ya que la melodía sonaba en un tono tan bajo que únicamente podía ser captado por sus oídos. La música agudizaba el contorno de los árboles siluetados por la luz de las estrellas, y le proporcionaba a la claridad de la baja y menguante luna sobre colinas y troncos una marcada y agradable evanescencia. Quejumbrosa y brillante a la vez, se mecía entre las colinas como si estuviera cantando su belleza. Extasiada, Linden contuvo la respiración para escucharla.
Entonces la música se tornó tan brillante como la fosforescencia; y todos la oyeron. Covenant dejó escapar una suave exclamación de reconocimiento.
La melodía continuaba. Era el canto de las colinas, la manifestación de la esencia de la salud de Andelain. Cada hoja, cada pétalo, cada brizna de hierba era una nota en la armonía; cada rama y brote un fragmento de canción. El poder corría a través de ella, la fuerza que impedía el paso del Sol Ban. Pero también era un lamento, tan triste como una endecha; y atenazó la garganta de Linden como un sollozo.
¡Oh, Andelain! ¡Perdóname! Porque estoy condenado a perder esta guerra.
No puedo soportar verte morir… ni vivir,
Predestinado a la amargura y a la grisácea ciencia del Despreciativo.
Pero mientras pueda atenderé la llamada
Del Verdor y el Árbol; y por su honor
Empuñaré la alabarda de la Ley contra la Tierra.
Mientras las palabras desvelaban el pesar y la determinación, el cantor apareció en un promontorio ante el grupo… haciéndose visible como una encarnación del canto.
Era alto y fornido, envuelto en una túnica tan blanca y sutil como la música que fluía de las líneas de su silueta. Aferraba con la mano derecha una larga y nudosa rama como si fuese el báculo de su poder. Porque era poderoso… ¡lo era terriblemente! Su evidente fuerza gritó a los sentidos de Linden cuando él se aproximó, provocándole no miedo sino cautela. Pasó un prolongado instante antes de que fuera capaz de verlo con claridad.
—Caer Caveral —susurró Covenant—. Hile Troy. —Linden sintió que le temblaban las piernas como si ansiara arrodillarse, postrarse ante la arcana majestad del Forestal—. Santo Dios, me alegra verte. —Los recuerdos fluyeron de él; dolor, alivio, encuentro.
Entonces al fin Linden observó a través de la fosforescencia y la música que el hombre alto no tenía ojos. La piel de su rostro se extendía tersa y suavemente, desde la frente a las mejillas, sobre los huecos que debieran haber sido sus órbitas.
Pero no parecía necesitar la visión. La música era el único sentido que requería. Ésta se posó en los gigantes, penetrando en ellos en el mismo lugar en que estaban y dejó una expresión en sus caras que parecía indicar que todo sufrimiento había desaparecido de sus corazones. Después, giró en torno a Linden disipando su desconfianza y sumiéndola en el silencio. Y se encaró con Covenant tan directamente como cualquier mirada.
—Has venido —cantó el hombre extrayendo resplandores de melodía de la hierba, espirales chispeantes de los árboles—. Y la mujer de tu mundo contigo. Eso está bien. —Luego su canto se centró más concretamente en Covenant, y los ojos de éste ardieron de dolor. Hile Troy había comandado una vez los ejércitos del Reino contra el Amo Execrable. Pero se vendió a sí mismo al Forestal de la Espesura Acogotante en aras de una vital victoria, y había tenido que cumplir con más de tres milenios de servicio.
—Thomas Covenant, te has convertido en alguien a quien nada puedo ordenar ya. Pero te pediré algo que debes concederme. —La melodía fluyó de su persona descendiendo por la ladera, enredándose en los pies de Covenant y disipándose. Luego adquirió un tono imperativo—. Ur-Amo y Curador, Incrédulo y Amigo de la Tierra. Tú te has ganado tales nombres. Mantente al margen.
Covenant miró fijamente al Forestal, esforzándose en comprender con todas sus fuerzas.
—No debes intervenir. La necesidad del Reino es enorme, y su rigor cae sobre otras cabezas tanto como sobre la tuya. Es bueno poder respetar la vida; pero respecto a eso, existe una necesidad que me sobrepasa, a la cual te ruego que hagas honor. También esa Ley debe ser quebrantada. —La luna se perfilaba sobre las colinas tan claramente como una hoz, pero su luz era solamente un pálido eco de la música que brillaba como gotas de rocío en toda la ladera. Del interior de los troncos de los árboles brotaba la misma melodía reflejándose en las ramas—. Thomas Covenant —repitió el Forestal—. Mantente al margen.
Ahora, la tristeza de la melodía era evidente, y tras ella se agitaba una nota de espanto.
—Covenant, por favor —concluyó Caer Caveral con voz completamente diferente, con la voz del hombre que había sido—. Concédeme esto. No importa lo que ocurra. Mantente al margen.
Covenant dijo con esfuerzo.
—Yo no… —empezó a explicar—. No lo comprendo.
Entonces, con un esfuerzo de voluntad, se apartó del camino del Forestal.
Grave y majestuoso descendió Caer Caveral la ladera, dirigiéndose hacia Sunder.
El Gravanélico permanecía como si no hubiera visto a la alta y blanca figura ni oído música alguna. Mantenía a Hollian apretada contra su corazón, el rostro hundiéndose en su pecho. Pero tenía la cabeza erguida y contempló a Caer Caveral descender la cuesta que le conducía a él. Un inaudible gemido distorsionó su semblante.
Lentamente, como si viviera un sueño, Linden se volvió para mirar hacia donde miraba Sunder.
Covenant lo imitó, y un agudo lamento escapó de él.
Sobre el grupo, la luz de la luna y la incandescencia del Forestal se condensaron en una forma humana. Pálida plata, al principio transparente, después más sólida, como una encarnación de la evanescencia y el anhelo, una mujer caminó hacia quienes miraban. Sus delicados labios se curvaban en una sonrisa; y su cabello contenía una sugerencia de negras alas y oscuro destino; y ella misma brillaba como pérdida y esperanza.
Hollian la Eh-Estigmatizada. La Muerta de Sunder, venía a saludarlo.
La vista de ella le hizo jadear espasmódicamente, como si le hubiese asestado un golpe en el corazón.
Hollian pasó junto a Covenant, Linden y los gigantes sin reconocerlos. Quizá no existían para ella. Erguida con la dignidad de su vocación, la importancia de su propósito, fue hasta el Forestal y allí se detuvo, mirando directamente a Sunder y a su propio cuerpo muerto.
—Ah, Sunder, amado mío —murmuró—. Perdona mi muerte. Fue mi carne la que te falló, no mi amor.
Incapaz de replicar, Sunder siguió respirando con dificultad como si le estuvieran arrancando la vida.
Hollian iba a volver a hablar; pero el Forestal alzó el bastón silenciándola. No parecía dispuesto a emprender acción alguna. Pero la música giró alrededor de Sunder como un torbellino de chispas de luna, y el Gravanélico se tambaleó. De alguna manera, Hollian le había sido arrebatada. Ella estaba protegida tiernamente por el brazo izquierdo del Forestal. Caer Caveral reclamaba su envarada muerte para él. La canción llegó a ser cortante, afilada por la pérdida y el estremecimiento.
Salvajemente, Sunder extrajo el krill de donde lo guardaba contra su quemado estómago. Su argéntea vehemencia horadó la música. Toda cordura huyó de él. Blandió la hoja de Loric, rasgando el aire ante el Forestal, exigiéndole sin palabras que Hollian le fuese devuelta.
La contención que Hile Troy pidiera a Covenant hizo que éste se estremeciera.
—Ahora llega el fin —resonó Caer Caveral. La canción que envolvía sus palabras se hizo a la vez sublimemente hermosa e insoportable—. No temáis por mí. Aunque esto es duro, ha de ser hecho. Estoy debilitado, ansioso de descanso y clamando por mi liberación. Tu amor suple al poder, y ningún otro puede tomar la carga en tu lugar. Hijo de Nassic —la música no era imperativa ahora, sino doliente—, debes abatirme.
Covenant temió que Sunder obedeciera. El Gravanélico se hallaba lo bastante desesperado para hacer cualquier cosa. Pero Linden lo sondeó con todos sus sentidos y vio que su violencia se convertía en tristeza. Bajó el krill. Sus ojos se dilataron en un ruego. Tras la loca obsesión que lo había dominado desde la muerte de Hollian aún perduraba el hombre que abominaba el asesinato, que había vertido demasiada sangre y nunca se perdonaría por ello. Su alma pareció colapsarse. Después de haber resistido durante días, se estaba muriendo.
El Forestal golpeó la hierba con su bastón, y las colinas corearon:
—¡Abáteme!
Su petición era tan potente que Linden levantó las manos involuntariamente, aunque no iba dirigido contra ella. Todavía alguna parte de Sunder permanecía intacta, lúcida. Los ángulos de sus mandíbulas se le tensaron con la vieja obstinación que una vez le permitiera desafiar a Gibbon. Deliberadamente, bajó el brazo dejando que el krill se balanceara en su débil mano. Agachó la cabeza hasta que la barbilla tocó con el pecho. Ya no hacía esfuerzos por respirar.
Caer Caveral dirigió una mirada de fosforescencia al Gravanélico.
—Muy bien —dijo encolerizado—. Renuncia… y piérdete. El Reino está mal servido por quienes son incapaces de pagar el precio del amor.
Apartándose bruscamente, le dio la espalda cruzando por entre los compañeros en la dirección por la que había llegado. Aún llevaba el cuerpo de Hollian sujeto por el brazo izquierdo.
Y la muerta Eh-Estigmatizada fue con él como si aprobara su actitud. Sus ojos eran plata y aflicción.
Aquello era demasiado. Un grito expresó la protesta de Sunder. Él no podía permitir que Hollian se fuera; su cariño por ella era demasiado fuerte. Levantando el krill sobre su cabeza, empuñándolo con ambas manos, corrió tras el Forestal.
Demasiado tarde, Covenant aulló:
—¡No! —Y se abalanzó hacia él.
Los gigantes estaban inmóviles. La música los había fascinado e inmovilizado. Linden no estaba segura de que fuesen realmente capaces de ver lo que estaba sucediendo.
Ella podía haberse movido. Sentía el mismo éxtasis que aislaba a la Primera y a Encorvado, pero no era lo bastante intenso para paralizarla. Su percepción podía aprehender la melodía y servirse de ella. Con la lenta instantaneidad de las visiones o las pesadillas, supo que era capaz de hacerlo. La música la habría podido situar ante Sunder de manera que éste nunca alcanzara al Forestal.
Pero no lo hizo. No tenía medios para calcular las consecuencias de aquella situación, pero había visto el dolor destellando en los ojos de Hollian, el reconocimiento de que aquello era necesario. Y confiaba en la menuda y valiente mujer. No hizo esfuerzo alguno por detener a Sunder cuando éste descargó el krill entre los omóplatos de Caer Caveral con el último hálito de su vida.
Del golpe surgió una deflagración de llamas perladas que acabó con la inmovilidad, haciendo caer a Linden y a los gigantes, y lanzando a Covenant contra la hierba. De inmediato, toda la música se convirtió en fuego y se concentró en el Forestal rodeándolo junto a Sunder y Hollian, hasta tal punto, que desaparecieron de su vista, consumidos en un incandescente torbellino que salpicaba los cielos, y se extendía hacia las distantes estrellas como la ruina de todas las canciones. Una cacofonía de espanto batió y se lamentó alrededor de las llamas; pero las llamas no podían oírla. Ascendiendo con ímpetu, quemaron su ardiente y muda agonía contra la noche como si se alimentasen del corazón de Andelain, llevando su torturado y espantado espíritu hasta los confines de las tinieblas.
Y mientras se alzaban, a Linden le pareció oír cómo se desgarraba el tejido básico del mundo.
Entonces, antes de que la vista de aquello llegara a ser insoportable, comenzó a disminuir. Poco a poco, la conflagración fue convirtiéndose en un fuego normal, amarillo por la temperatura y la madera consumida, y ella vio que procedía un negro muñón de tronco de árbol que no se hallaba allí cuando Caer Caveral fue golpeado.
Clavado profundamente en la ennegrecida madera más allá de cualquier esperanza de recuperación, estaba el krill. Únicamente las llamas que lamían el tocón lo hacían visible: la luz de la gema había desaparecido.
Las llamas disminuían velozmente, abandonando el tronco caído. Pronto el resplandor se extinguió. Una columna de humo se elevaba indicando el lugar en que el Forestal había sido asesinado.
Pero la noche no era oscura. Otras iluminaciones se reunían en torno a los atónitos compañeros.
Desde más allá del tocón, Sunder y Hollian se aproximaban caminando cogidos de la mano. Aunque tenían una aureola de plata como los Muertos, estaban vivos, humanos y completos. El misterioso propósito de Caer Caveral se había cumplido. Facultada y catalizada por el alma del Forestal, la pasión de Sunder había hallado su objeto; y el krill había traspasado la frontera que lo separara de Hollian. De aquella manera, el Gravanélico, adiestrado en derramar sangre y cuyo trabajo incluía el asesinato, había devuelto la vida a su amada.
Alrededor de ambos se movía un círculo de Almas en una danza de bienvenida. Su cálida amabilidad parecía prometer el fin de todo sufrimiento.
Pero en Andelain ya no había música.