La Eh-Estigmatizada
Aquello fue peor de lo que ella esperaba. Parecía haber empeorado desde la mañana. El baño en la Laguna Brillante y el resguardo de Piedra Deleitosa habían agudizado de alguna forma su sentido de la salud, haciéndola más vulnerable que nunca a la común enfermedad del Sol Ban. Sentía su calor tan duro y pesado como una piedra. Sabía que realmente no estaba devorando su carne hasta dejarla en los huesos, ni reduciendo sus huesos a la negrura que había heredado de su padre. Y a pesar de todo, sentía que estaba siendo devorada, que el Sol Ban se había visto reflejado en su corazón y se alimentaba de él.
Durante los muchos días en que ella y el resto del grupo habían estado fuera de la corrupción del sol, había buscado a tientas una nueva forma de vida. Había captado insinuaciones de afirmación y las había seguido ansiosamente, esforzándose en curarse. En una ocasión, al narrar la historia de su madre por primera vez, estando rodeada por los brazos de Covenant, creyó que había acabado para siempre con sus propios oscuros deseos. También hay amor en el mundo. Mas ahora que el Sol del Desierto flameaba sobre ella con la fuerza de una profanación, supo algo más.
En cierto modo, era incapaz de compartir el amor de Covenant por el Reino. No lo había visto antes de ser corrompido; sólo lo conocía por las descripciones de él, Y en aquel aspecto, él estaba sólo en la angustia. Hay una única manera de herir a alguien que lo ha perdido todo: devolverle algo roto. Pero ella era como el Reino. El poder que lo atormentaba era el mismo que le demostrara a sus indefensos nervios su falta de integridad.
Y junto a sus compañeros se hallaba en camino para enfrentarse al Amo Execrable, fuente y progenitor del Sol Ban.
Y no eran más que ocho. De hecho, únicamente seis: los dos gigantes, los dos pedrarianos, Covenant y ella. Vain y Buscadolores no servirían a otros propósitos que los propios. Con el sol quemándole el rostro al aproximarse al ocaso, Linden perdía lo poco que había comprendido de los motivos de Covenant para rechazar la ayuda de los haruchai. Su obstinada integridad le habría permitido mantener el Sol Ban fuera de su alma.
El Monte Trueno se encontraba al este; pero Covenant se estaba dirigiendo hacia el sudoeste a través de las muertas laderas que estaban bajo el profusamente labrado exterior de la Fortaleza. Su intención, explicó, era llegar hasta el cauce del que fuera una vez el Río Blanco para seguirlo hasta Andelain. No era el camino más directo, pero les permitiría repetir lo que Sunder, Linden y él hicieran anteriormente; navegar por el río durante el Sol de Lluvia. El recuerdo del frío y las dificultades hicieron estremecerse a Linden. No protestó. Hubiera aceptado cualquier plan con posibilidades de reducir el tiempo que tenía que pasar bajo el sol.
Sobre ella se elevaba la perfecta e inexpugnable fachada de Piedra Deleitosa. Pero un poco más allá los Saltos Aferrados caían por la ladera de la meseta, con consoladoras connotaciones. No obstante, gran parte de las saludables aguas que se elevaban de las entrañas de la Laguna Brillante habían sido ya desnaturalizadas. Los Saltos Aferrados eran sólo un eco de lo que habían sido, pero permanecían. Siglos de Sol Ban no habían podido dañar ni arruinar el lago de la meseta. A través del calor marrón y la luz del sol, los Saltos Aferrados desprendían vislumbres de azul como chispazos procedentes de las toscas rocas del acantilado.
Hacia el sur, se extendían las colinas como un doloroso frunce del terreno, gradualmente menos empinadas, o quizá menos conscientes de lo que les ocurría, según se alejaban de las Montañas Occidentales. Y entre ellas se destacaba el cauce buscado por Covenant. Siguiendo lo que una vez podía haber sido un camino, condujo al grupo hasta un viejo puente de piedra que cruzaba sobre el amplio canal por el que el Río Blanco había cesado de discurrir. Lo que apenas era un reguero de agua podía verse aún en la parte central del lecho, pero incluso aquello se convirtió pronto en una mancha arenosa. Una sequedad que Linden sintió como propia aunque había comido y bebido todo lo necesario antes de abandonar las habitaciones de Mhoram.
Covenant no cruzó aquel puente. Durante un momento contempló la inexistente corriente como si recordara al Río Blanco en plena crecida. Entonces, dominando con visible esfuerzo su pánico a las alturas, halló un sendero que descendía hasta el lecho del río. El último Sol de Lluvia no había allanado ni limpiado el canal, pero su seno ofrecía un camino más fácil que el de las colinas del otro lado.
Linden, Sunder y Hollian lo siguieron. Encorvado fue tras ellos murmurando. Vain descendió con una ligereza que negaba su impenetrabilidad; las abrazaderas del Bastón de la Ley reflejaban apagadamente el sol desde su muñeca de madera y su tobillo izquierdo. Buscadolores cambió de forma y planeó sobre el lecho del río. Pero la Primera no se unió al resto del grupo. Cuando Covenant volvió hacia ella la mirada, dijo:
—Vigilaré desde arriba. —Hizo un gesto señalando la zona superior de la ribera este—. Aunque has dominado al Clave, debemos tomar ciertas precauciones. Y el ejercicio me sentará bien. Soy gigante y vehemente y tu ritmo de marcha me impacienta.
Covenant se encogió de hombros. Parecía pensar que ahora era inmune a las normales formas de peligro. Pero hizo un gesto de asentimiento, y la Primera se alejó apresuradamente.
Encorvado movió la cabeza, sorprendido por la reserva de energía de su esposa. Linden captó la permanente e involuntaria intranquilidad que le tensaba el rostro; pero la tristeza había desaparecido en gran parte, recuperando su habitual sentido del humor.
—¡Piedra y Mar! —dijo a Covenant y Linden—. ¿Acaso no es maravillosa? Cuando encontremos algo que la asuste, creeré de veras que la Tierra está perdida. Pero solamente entonces. Mientras tanto contemplaré su hermosura dándome por satisfecho.
Girando, comenzó a descender por el cauce como si quisiera que sus amigos creyesen que ya había superado la crisis.
Hollian sonreía a sus espaldas. Sunder dijo en tono bajo:
—Somos afortunados al tener a estos gigantes como compañeros. Si mi padre Nassic me hubiese hablado de ellos, quizás me hubiera reído, o quizás llorado. Pero es seguro que no habría creído sus palabras.
—Tampoco yo —murmuró Covenant. La vacilación y el temor ensombrecían el fondo de su mirada, pero no parecía afectado por ello—. Mhoram fue mi amigo. Bannor me salvó la vida. Lena me amó. Pero Vasallodelmar fue distinto.
Linden se le acercó y acarició brevemente su rasurada mejilla para darle a entender que lo comprendía. La presión que ejercía el Sol Ban sobre ella era tan fuerte que no podía hablar.
Juntos, siguieron los pasos de Encorvado.
El lecho del río era una mezcla de diminutas piedras y grandes bloques, llanas zonas de arena, agudos salientes, y enormes hoyos. Pero era relativamente transitable. Y a media tarde las cumbres occidentales empezaron a proyectar sombras sobre el canal.
Aunque suponían un bálsamo para los irritados nervios de Linden, por alguna razón no le facilitaban el andar. La alternativa de la sombra y el corrosivo calor parecía nublarle la mente, y las consecuencias de dos días sin descansar ni dormir la asaltaron como si la hubieran estado acechando en los recodos y hendiduras del cauce. Finalmente se descubrió considerando que, de todas las fases del Sol Ban, la desértica era la más aceptable. Lo cual era absurdo, ya que su propia esencia estaba impregnada de asesinato. Acaso la estaba matando ahora. Pero vejaba menos su sentido de la salud que los otros soles. Insistía en esto como si alguien intentara contradecirla. El desierto estaba muerto. Los muertos pueden inspirar tristeza, pero ellos no la sienten. El Sol de Lluvia tenía el ímpetu de la violencia materializada; las malignas criaturas del Sol de Pestilencia eran un tormento de repulsión; el Sol de Fertilidad parecía arrancar aullidos del mundo entero. Pero el Sol de Desierto sólo le producía deseos de llorar.
Y estaba llorando. Hundía el rostro en la arena arañando con las manos el suelo que la circundaba porque sus piernas no tenían fuerza para sostenerla. Pero al mismo tiempo se hallaba lejos de su abatido cuerpo, despegada y distante de Covenant y Hollian cuando pronunciaban su nombre corriendo para ayudarla. Estaba pensando con la precisión a que obliga una creencia necesaria. Esto no puede continuar. Debe cesar. Cada vez que sale el sol, el Reino muere un poco más. Esto ha de ser detenido.
Las manos de Covenant la asieron arrastrándola de espaldas para situarla en la sombra. Sabía que eran sus manos porque eran apremiantes e insensibles. Cuando consiguió sentarla adecuadamente, ella trató de parpadear para aclararse la visión. Pero sus lágrimas no se detuvieron.
—Linden —jadeó—. ¿Estás bien? ¡Maldita sea! Debí darte tiempo para que descansaras.
Ella quiso decir: Esto ha de ser detenido. Dame tu anillo. Pero era un error. Sabía que lo era porque la negrura que la habitaba se intensificó ante la idea, ávida de poder. No le era posible rechazar el desconsuelo que la invadía.
Apretándola estrechamente la acunó en sus brazos murmurando palabras que solamente significaban que la amaba.
Gradualmente, la laxitud desapareció de sus músculos y fue capazde levantar la cabeza. La rodeaban Sunder, Hollian, la Primera y Encorvado. Incluso Buscadolores estaba allí; y sus ojos amarillos se mostraban anhelantes, como si supiera lo cerca que había estado ella… pero sin permitir que se adivinase si aquello lo tranquilizaba o le entristecía. Tan sólo Vain la ignoraba.
Intentó decir: Lo siento. No os preocupéis. Pero el Sol Desértico se aferraba a su garganta sin permitir que saliera sonido alguno.
Encorvado se arrodilló a su lado llevándole un cuenco a los labios. Olió la diamantina y tomó un pequeño sorbo. El poderoso licor de devolvió la voz.
—Siento haberos asustado. No me ocurre nada. Sólo es cansancio. No me di cuenta de que estaba tan agotada.
La sombra de la ribera occidental le permitía decir tales cosas.
Covenant no la miraba a ella, sino al cauce y al ancho cielo.
—Debo haberme vuelto loco —dijo—. Tendríamos que habernos quedado en Piedra Deleitosa. Un día más no suponía un retraso notable. —Se dirigió luego a sus compañeros—. Acamparemos aquí. Tal vez mañana se encuentre mejor.
Linden esbozó una sonrisa para tranquilizarlo. Pero casi se hallaba ya dormida.
Aquella noche soñó repetidamente con el poder. Una y otra vez poseía a Covenant y le arrebataba el anillo y lo utilizaba para expulsar al Sol Ban de la Tierra. La violencia pura de lo que hacía era asombrosa; la llenaba de goce y de horror. La negrura de su padre le sonreía. Asesina a Covenant, traiciónalo como traicionaste a tu madre. Creyó volverse, loca.
Tú has cometido asesinato. ¿No hay mal en ti?
No. Sí. No algo que yo haya elegido. No puedo evitarlo.
Aquello debía ser detenido. Tenía que cesar. Tu estás siendo forjada como se forja el hierro. Tenía que cesar.
Pero en algún momento, en mitad de la noche, se despertó hallándose entre los brazos de Covenant que dormía. Se apretó a él, pero se hallaba tan exhausto que no se despertó. Cuando ella volvió a dormirse, las pesadillas no se presentaron.
Y a la llegada del amanecer se sintió más fuerte. Más fuerte y más tranquila, como si durante la noche se hubiera despejado su mente de alguna forma. Besó a Covenant asintiendo sobriamente en respuesta a las miradas interrogantes de sus amigos. Luego, mientras los pedrarianos y los gigantes se protegían ante la inminente llegada del primer rayo de sol situándose sobre piedra, ella trepó por una pendiente de la ribera occidental para obtener una vista mejor del Sol Ban. Trataba de comprenderlo.
Era rojo y funesto, el color de la pestilencia. Su luz caía como una enfermedad serpenteando a través de sus nervios.
Pero sabía que la ponzoña no emanaba realmente del sol. Su luz actuaba como catalizador y fuente de energía, pero no era la causa del Sol Ban. Éste era una emanación del suelo, la corrupción de la Energía de la Tierra que se propasaba hasta los cielos. Y aquella corrupción era más profunda cada día y se iba abriendo paso hasta la médula de los huesos de la Tierra.
Lo soportó sin arredrarse. Intentó hacer algo respecto a él.
Sus compañeros seguían escrutándola cuando descendió la pendiente para reunirse con ellos, pero cuando ella los miró se tranquilizaron. Encorvado se relajó visiblemente. La tensión de los hombros de Covenant se aligeró, aunque él no confiaba del todo en su visión superficial. Y Sunder, que recordaba a Marid, la contempló como si hubiese regresado del umbral de algo tan fatal como el veneno.
—Escogida, pareces haberte recobrado —dijo la Primera con brusco regocijo—. Me llena de alegría verlo.
Hollian y Encorvado prepararon juntos una comida que Linden devoró. Tras esto, todos se dispusieron a proseguir cauce abajo.
Durante la primera parte de la mañana, el camino fue casi fácil. El sol era considerablemente menos ardiente que el anterior, y mientras la ribera oriental ensombrecía el lecho del río, éste permaneció libre de sabandijas. Los abruptos bordes y áridas líneas del paisaje cobraron un tono carmesí que les hacía parecer más afilados y salvajes. Encorvado acompañó a la Primera cuando ella ascendió nuevamente por la ladera para vigilar por la seguridad del grupo. Aunque Hollian compartía con Sunder el visceral aborrecimiento por el Sol de Pestilencia, ambos se consolaban mutuamente. Protegidos por las sombras caminaban charlando, discutiendo amistosamente sobre el nombre de su hijo. Al principio, Sunder mantenía que éste creciera como eh-estigmatizado y por tanto debería llevar un nombre de eh-Estigmatizado, pero Hollian insistía en que el pequeño seguiría los pasos de su padre. Después, sin motivo aparente, intercambiaron sus posiciones y siguieron discutiendo.
Mediante un acuerdo no expresado con palabras, Linden y Covenant dejaban solos a los pedrarianos cuanto les era posible. Ella los escuchó distanciadamente durante un rato; pero poco a poco sus argumentos la condujeron a temas que nada tenían que ver con el Sol Ban, ni con lo que Covenant pretendía lograr enfrentándose al Despreciativo. En su ensimismamiento, se sorprendió a sí misma al preguntar sin preámbulo:
—¿Cómo era Joan cuando os casasteis?
Él la miró sorprendido, y Linden pudo detectar un destello de dolor sin respuesta que yacía en las raíces de su certidumbre. Una vez, cuando ella le hizo una pregunta respecto a Joan, le había contestado: Es mi ex-esposa, como si aquel simple hecho fuese una afirmación. Pero alguna clase de culpa o compromiso hacia Joan había persistido en él durante años después de su divorcio, obligándole a responsabilizarse de ella cuando llegó a él loca y posesa, buscando su sangre.
Ahora, él dudó durante un momento como tratando de encontrar una respuesta satisfactoria que poder dar a Linden sin que se debilitase su autodominio. Luego señaló a Sunder y a Hollian ladeando la cabeza.
—Cuando Roger nació —dijo sobreponiéndose al nudo que le atenazaba la garganta—, ella ni siquiera me consultó. Le puso el nombre de su padre. Y de su abuelo. Toda una serie de Rogers en su familia. Cuando crezca probablemente ni siquiera sabrá quién soy.
Su amargura resultaba evidente. Pero había otros sentimientos más importantes en el fondo de ésta. Había sonreído a Joan cuando cambió su vida por la de ella.
Y sonreía ahora, con la misma terrible sonrisa que Linden recordaba con tanta desazón. Mientras se mantuvo en sus labios, ella estuvo a punto de susurrarle desde la espantosa angustia que la dominaba: ¿Eso es lo que vas a hacer? ¿Otra vez? ¿Otra vez?
Pero inmediatamente aquella expresión se distendió, y su temor pareció súbitamente imposible. La queja se desvaneció. Parecía extraordinariamente seguro de lo que se proponía hacer; y fuese lo que fuese, estaba lejos del suicidio. Temblando, interiormente, le dijo:
—No te preocupes. No te olvidará. —Aquel pretendido consuelo le pareció insustancial, pero nada mejor podía ofrecerle—. No es fácil para los niños olvidar a sus padres.
Por toda respuesta, él pasó el brazo por su cintura, estrechándola contra sí. Siguieron caminando juntos, en silencio.
A media mañana, la luz solar cubría casi todo el lecho del río, y el cauce se hizo cada vez más azaroso. Las piedras y el zigzagueante curso, repleto de escondidas sombras y salientes, era un lugar apropiado para el desarrollo de criaturas pestilentes que reptaban para atacar. Hollian había tomado de Piedra Deleitosa una gran provisión de voure, pero parte de la serpenteante y huidiza vida que ahora bullía en las márgenes del río parecía excitarse por aquel olor e incluso ser inmune al mismo. Perversas y corrosivas sensaciones crispaban ahora los nervios de Linden. En cuanto veía algo moviéndose, un estremecimiento de alarma la recorría. Sunder y Hollian debían ser cada vez más cuidadosos con el sitio en que apoyaban sus desnudos pies. Covenant comenzó a escrutar las lomas por las que los gigantes caminaban. Estaba analizando las ventajas de abandonar el cauce.
Cuando un escorpión tan voluminoso como ambos puños de Linden se asomó de debajo de una roca clavando su aguijón justo al lado de la bota de Covenant, éste masculló una maldición y se decidió. Dándole una patada para apartarlo, murmuró:
—Esto es terrible. Salgamos de aquí.
Nadie se opuso. Seguidos mudamente por Vain y Buscadolores, los cuatro compañeros se dirigieron a una pila de rocas que se apoyaba contra la ribera este, y salieron por ella para unirse a la Primera y Encorvado.
Pasaron el resto del día rodeando las colinas que discurrían paralelamente al lecho del río. De vez en cuando, la Primera subía a una cresta que le posibilitaba una panorámica de la región, acariciando con los dedos la empuñadura de la espada como aguardando la ocasión de utilizarla. Pero nada vio que los amenazara, excepto el reseco yermo.
Cuando las colinas se abrían en dirección oeste, Linden podía ver las Montañas Occidentales hundiéndose en el horizonte cuando se curvaban hacia el sur. Y desde lo alto de un promontorio pedregoso pudo distinguir la lejana silueta de Piedra Deleitosa, apenas visible ahora entre los accidentes del terreno. Una parte de ella anhelaba la seguridad que representaban aquellos pétreos muros y la custodia de los haruchai. El rojo destacaba los confines del Reino haciendo tan nítidas las desoladas colinas como si hubieran sido talladas por un cuchillo. Sobre sus cabezas, el cielo parecía carente de profundidad. Observando atentamente se revelaba de un pálido azul velado por una fina capa de polvo; pero con los ángulos de su visión ella captó tintes carmesíes como signos del sangriento delirio del Despreciativo; y aquel color hacía que los cielos parecieran cerrados.
Pese a que se hallaba protegida por el voure, temblaba interiormente ante los vibrantes aleteos de insectos grandes como estorninos, y el bullir de ciempiés de tamaño descomunal. Pero cuando la Primera y Covenant emprendieron el descenso del lado opuesto del promontorio, se enjugó el sudor de la frente apartándose el pelo de las sienes con la mano, y los siguió.
A última hora de la tarde, las sombras devolvieron al reposo las sabandijas que el sol había despertado, el grupo volvió a bajar al cauce para poder viajar con más rapidez hasta que llegara el crepúsculo. Luego, cuando la luz disminuyó, se detuvieron a pasar la noche en una amplia franja de arena. Allí cenaron y bebieron un poco de metheglin mezclado con diamantina, preparando a continuación los lechos para pasar la noche. Y Hollian extrajo la varita de lianar para descubrir la clase de sol que tendrían al día siguiente.
Sin mediar palabra, Sunder le pasó el envuelto krill. Con cautela, como si la hoja de Loric aún la intimidase, apartó el paño hasta que un brillante y plateado destello horadó la penumbra. Sentada con las piernas cruzadas y la hoja en su regazo, comenzó a cantar su invocación; y mientras cantaba alzó el lianar hasta la luminosidad de la gema del krill.
Por la madera se expandieron ramas y zarcillos como finas llamaradas. Se propagaron a su alrededor por el suelo como enredaderas, internándose en la plateada luz. Ardían sin irradiar calor, sin dañar la varilla; y su fulgente filigrana confería un arcano y singular aspecto a la noche.
Aquellas llamaradas eran del mismo color carmesí que el sol reciente.
Linden pesó que Hollian cesaría en su invocación. No era sorprendente un segundo día de pestilencia. Pero la Eh-Estigmatizada mantuvo su energía ardiendo, y una nueva nota de intensidad penetró en su cántico. Con un sobresalto, Linden comprendió que Hollian se estaba agotando en el intento de exceder sus habituales límites.
Se produjo un leve destello azul; como un imperceptible fulgurar apareció en los bordes de la llameante fronda.
Por un momento, el azul se precipitó y recorrió las vides, transformando las llamas, alterando la cárdena tonalidad de la noche. Luego se extinguió; y el fuego se extinguió también. Hollian estaba sentada con el lianar entre los dedos y la luz del krill bañándole el rostro. Sonreía levemente.
—Mañana habrá un Sol de Pestilencia. —Su voz revelaba tensión y agotamiento, pero no excesivos—. El sol de pasado mañana será de lluvia.
—¡Estupendo! —dijo Covenant—. Dos días de lluvia y prácticamente estaremos en Andelain. —Se volvió hacia la Primera—. No creo que seamos capaces de construir balsas. ¿Piensas que Encorvado y tú podríais transportarnos cuando el río empiece a correr?
Por respuesta, la Primera dio un bufido como si la pregunta constituyese un insulto para ella.
Lleno de orgullo, Sunder rodeó a Hollian con sus brazos. Pero la atención de ella estaba puesta en Covenant. Inspiró profundamente para recobrarse, y luego dijo:
—ur-Amo, ¿es verdad que tienes intención de entrar de nuevo en Andelain?
Covenant la miró intensamente. Un gesto torcía su boca.
—Ya me preguntaste eso la última vez. —Parecía esperar que ella repitiese su antiguo rechazo—. Sabes que quiero entrar allí. Jamás me sacio de aquello. Es el único lugar donde parte de la Ley aún perdura.
La luz del krill enfatizaba la negrura de los cabellos de Hollian, pero su reflejo de los ojos era límpido.
—Tú relataste aquella historia. Y yo hablé de las creencias de mi pueblo sobre el peligro de Andelain. Para nosotros su nombre era una trampa de locura. Ningún hombre ni mujer que hubiésemos conocido había entrado en la zona donde no reina el Sol Ban, y regresado cuerdo. Y sin embargo, tú entraste y saliste desafiando aquella verdad tal como desafías todas las verdades. Y, en consecuencia, demostraste que era un engaño. La vida del Reino no es la que fuera. Y yo también he cambiado. He concebido el deseo de hacer lo que nunca hice: vivir entre mis limitaciones y fuerzas para aprender la verdad de ellas.
»Thomas Covenant, no me alejaré de Andelain. Es mi deseo acompañarte.
Durante un largo momento, nadie habló. Luego Covenant dijo con voz rota:
—Te lo agradezco. Me serás de ayuda.
Con suaves movimientos, Hollian volvió a cubrir el krill permitiendo así que la oscuridad los envolviera. La noche tenía el color de sus cabellos y extendía sus alas hasta las estrellas.
Al día siguiente, el sol rojo desplegó su cobertura sobre el Reino con más rapidez, actuando sobre lo ya iniciado. El grupo se vio obligado a abandonar el cauce mucho antes de la media mañana. Pero progresaban de modo consistente. Cada legua que recorrían hacia el sur, hacía las colinas menos abruptas, y gradualmente el avance se hizo más fácil. Los valles que hallaban entre ellas eran más amplios; las pendientes menos acentuadas. Y Hollian había dicho que el próximo día habría un Sol de Lluvia. Poniendo toda su voluntad en ello, Linden intentaba convencerse de que no tenía motivos para sentirse tan abatida, tan vulnerable ante las tinieblas que periódicamente asaltaban su vida.
Pero el Sol Ban brillaba con todo su poder en lo alto, y se difundía por su interior como si ella fuese una esponja dispuesta a absorber toda la maldad del mundo. El hedor de la pestilencia corría a través de su sangre. Oculta en algún lugar secreto de sus huesos estaba una mujer loca que creía merecer tal profanación. Ansiaba el poder para extirpar la maldad que albergaba dentro de sí.
Su percepción era cada vez más aguda y, en consecuencia, también lo era su angustia.
Era incapaz de acostumbrarse a aquello. Ninguna clase de voluntad o decisión era suficiente. Mucho antes del mediodía, empezó a tambalearse como si se hallara exhausta. Una niebla púrpura cubrió su mente, impidiéndole ver los accidentes del terreno, aislándose de sus amigos. Era como el Reino, incapaz de curarse a sí misma. Mas cuando Covenant le preguntó si quería descansar, no le respondió y continuó andando. Había elegido su camino y no se permitiría parar.
Sin embargo, captó la advertencia de la Primera. Con los pies y rodillas temblorosos, se detuvo junto a Covenant cuando los gigantes bajaron con paso tenso de una loma que se hallaba ante el grupo. La preocupación acentuaba los deformes rasgos de Encorvado. El rostro de la Primera era del color del hierro corroído por el óxido. Pero pese a la evidente urgencia de lo que tenían que decir, no pudieron hablar durante un instante. Estaban demasiado afectados por lo que habían visto.
Al fin Encorvado pudo mascullar desde el fondo de la garganta:
—Ah, Amigo de la Tierra. —Su voz temblaba—. Nos habías advertido de las consecuencias del Sol Ban, pero ahora me doy cuenta de que no di a tus palabras todo el crédito que merecían. Resulta espantoso hasta más allá de lo que puede expresarse.
La Primera agarraba su espada como anclando en ella sus emociones.
—Nos cierran el paso —dijo articulando las palabras como si mascara metal—. Quizá nos hemos topado casualmente con un ejército destinado a cumplir otros fines, pero no lo creo. Pienso que el Despreciativo ha levantado su mano contra nosotros.
Un estremecimiento expulsó la niebla de la mente de Linden. En sus labios se dibujó una pregunta que no llegó a formular. Los gigantes permanecían rígidos delante de ella; y supo tan claramente como si lo hubiesen confesado que no tenían respuesta.
—¿Al otro lado de aquella colina? —inquirió Covenant—. ¿A qué distancia?
—A un tiro de piedra para un gigante —replicó con gesto preocupado—. Nada más. Y avanzan hacia nosotros.
Miró a Linden para calibrar su estado y luego le dijo a la Primera:
—Vamos a echar un vistazo.
Asintió girando sobre sus talones y empezando a andar.
Covenant se apresuró tras ella, y Linden, Sunder y Hollian los siguieron. Encorvado se situó protectoramente junto a Linden. Vain y Buscadolores se aprestaron para no distanciarse del grupo.
En el risco, Covenant se agazapó tras una roca y escrutó el declive que se extendía hacia el sur. Linden se le unió. Los gigantes se agacharon por debajo de la línea de visión de lo que tenían delante. También Buscadolores se detuvo. Con cuidado para evitar ser vistos, Sunder y Hollian se asomaron. Pero Vain subió hasta la misma cresta como si quisiera observar sin tapujos y no temiera nada.
Covenant masculló una maldición por lo bajo, pero no iba dirigida al Demondim, sino hacia el tenebroso hervidero de cuerpos que avanzaban hasta el risco por ambos lados del cauce.
Tan negros como el mismo Vain.
Aquel espectáculo succionó las fuerzas de las piernas de Linden.
Supo lo que eran porque Covenant se los había descrito, y porque había visto a los waynhim del rhysh de Hamako. Pero habían cambiado. Sus emanaciones se elevaban hacia ella como alaridos, diciéndole con precisión lo que les había ocurrido. Habían caído víctimas de la profanación del Sol Ban.
—¡Ur-viles! —susurró Covenant enfurecido—. ¡Maldita sea!
Ur-viles deformes.
Centenares de ellos.
Antes habían sido muy semejantes a los waynhim: de mayor tamaño y negros en lugar de grises; pero los mismos cuerpos sin pelo, los mismos miembros apropiados para correr a cuatro patas o andar erectos, los mismos rostros sin ojos y dilatadas fosas nasales. Pero ya no. El Sol Ban los había convertido en monstruos.
Presa de la náusea que atenazaba su estómago, Linden reflexionó que aquello debía ser obra del Amo Execrable. Al igual que los waynhim, los ur-viles eran demasiado astutos y sabios como para exponerse a sí mismos accidentalmente a los primeros rayos del sol. Habían sido deliberadamente corrompidos y enviados allí para bloquear el camino del grupo.
—¿Por qué? —jadeó horrorizada—. ¿Por qué?
—Por la misma razón de siempre —gruñó Covenant sin apartar la mirada de la grotesca horda—. Para obligarme a abusar de mi poder. —De repente, sus ojos centellearon al mirarla—. O para mantenernos alejados de Andelain, y expuestos al Sol Ban. Sabe la impresión que te causa. Acaso crea que eso te obligará a hacer lo que él desea que hagas.
Linden supo que sus palabras eran ciertas. Estaba segura de que no podría continuar soportando indefinidamente la presión del Sol Ban sin enloquecer. Pero una parte de ella replicó: O acaso los ha castigado. Por hacer algo que le disgustó.
El corazón le dio un vuelco.
¿Por construir a Vain?
El Demondim se erguía en la cumbre del risco como si pretendiese atraer la atención de la horda.
—¡Maldita sea! —murmuró Covenant. Retrocediendo un poco desde el borde, se volvió hacia los gigantes—. ¿Qué podemos hacer?
La Primera no titubeó. Señaló hacia un valle situado al este, bajo la cresta.
—Ése es nuestro camino. Si logramos orillarlos sin ser vistos, quizá podríamos llegar a Andelain dejándolos atrás.
Covenant negó con la cabeza.
—No funcionará. Aunque ésa no es exactamente la ruta directa hacia Andelain, ni hacia Monte Trueno, el Execrable sabrá dónde encontrarnos. Tiene medios para localizarnos. Ya los ha usado con anterioridad. —Se detuvo un instante en sus recuerdos, apartándose después—. Si tratamos de orillarlos, se darán cuenta.
La Primera frunció el ceño y no habló, impotente para ofrecer una alternativa en ese momento. Linden apoyó su espalda contra la roca, oprimiendo su espanto contra la dura piedra.
—Podríamos retroceder —dijo—. Volver por donde hemos venido. —Covenant hizo ademán de protestar, pero ella le detuvo—. Hasta mañana. Cuando lleguen las lluvias. Entonces yo no me preocuparía. Tendrán problemas para encontrarnos en la lluvia. —Estaba segura de aquello. Sabía por experiencia que los torrentes del Sol Ban eran tan eficaces como un muro—. En cuanto empiece a caer agua podremos seguir el curso del río y pasar entre ellos. Covenant frunció el ceño. Sus mandíbulas masticaban su amargura. Tras un momento, preguntó:
—¿Podrás hacerlo? Esos ur-viles no parecen dispuestos a descansar por la noche. Tendremos que ir con cuidado hasta el amanecer. Y entonces estar exactamente frente a ellos, para que no tengan tiempo de reaccionar cuando intentemos pasar. —Tratando de no parecer desconsiderado con ella, se forzó a decir—: Y a ti te cuesta trabajo incluso mantenerte en pie.
Ella le miró ultrajada e iba a protestar: ¿Qué otra opción tenemos? Haré lo que tenga que hacer. Pero captó vagamente que algo oscuro se movía. Volvió la cabeza justo a tiempo de ver a Vain descendiendo por la pendiente para encontrarse con los ur-viles.
Covenant lo llamó por su nombre. Encorvado intentó lanzarse tras él, pero la Primera le obligó a retroceder. Sunder se acercó al borde del risco para ver lo que sucedía, dejando a Hollian con una tensa concentración en el rostro.
Linden los ignoró a todos. Por vez primera, sentía irradiar una emoción de la impenetrable figura de Vain. La cólera.
La horda reaccionó como si pudiera oler su presencia incluso a tan gran distancia. Quizás era ése el medio de que se valían para localizar al grupo. Un clamor de ladridos estalló entre los ur-viles, que aceleraron la marcha. Toda aquella gran masa convergió hacia él.
Vain se detuvo al pie de la colina. Los ur-viles ya no estaban a mucha distancia de él. En pocos momentos, lo alcanzarían. Mientras avanzaban, sus ladridos se fundían en una única palabra: —¡Nekrimah!
La orden de mando mediante la que Covenant hizo que Vain le salvara la vida en una ocasión. Pero Vasallodelmar había dicho que el Demondim no la obedecería una segunda vez.
Por un instante, permaneció quieto, como si hubiera olvidado el movimiento. La mano derecha pendía yerta e inútil de su antebrazo de madera. Nada más empañaba su pasiva perfección. Su deteriorada vestimenta únicamente enfatizaba la belleza con que había sido creado.
—¡Nekrimah!
Entonces alzó el brazo izquierdo. Sus dedos se cerraron en garras. Hizo un feroz gesto de fuerza.
El ur-vil que iba en cabeza se desplomó sobre el suelo como si Vain le hubiera arrancado el corazón.
Gritando furiosamente, la horda empezó a correr.
Vain no se apresuró. Con el brazo sano descargó un golpe lateral sobre el aire, y dos ur-viles se derrumbaron con los cráneos aplastados. Sus dedos se cruzaron y giraron, y una de las caras más próximas quedó reducida a pulpa. Otra quedó dividida por un puñetazo que no la tocó.
Entonces cayeron sobre él, una ola de negra y monstruosa carne rompiendo contra su ebúrnea dureza. No mostraban interés por el grupo. Quizá Vain había sido siempre su objetivo. Todos ellos trataban de golpearlo. Incluso los ur-viles de la otra ribera del río avanzaban hacia él.
—¡Ahora! —jadeó la Primera—. ¡Es nuestra oportunidad! Mientras se hallan ocupados podremos pasar entre ellos.
Linden se inclinó hacia ella. La cólera que había captado en Vain golpeó a través de ella.
—Podemos hacerlo —rechinó—, mientras le dejamos morir. Ésos son ur-viles. Saben cómo fue construido. En cuanto mate a los suficientes para que se extrañen de su fuerza, recordarán la manera de deshacerle. —Se puso en pie apretando los puños contra los costados—. Tenemos que conseguir que se detenga.
A sus espaldas, sentía la violencia del combate de Vain y la sangre de los ur-viles brotando y derramándose. Jamás acabarían con él mediante la fuerza física. Terminaría por reducirles a una masa de carne triturada. ¡Semejante matanza…! Ni siquiera los abominables engendros del Sol Ban merecían ser masacrados. Pero sabía que no se equivocaba. Antes de que transcurriera demasiado tiempo el frenesí de la horda habría pasado; los ur-viles empezarían a pensar. Habían demostrado su capacidad de discernimiento y juicio cuando usaron la voz de mando. Entonces Vain sucumbiría.
Covenant pareció aceptar su teoría; pero respondió amargamente:
—Detenlo tú. A mí no me escucha.
—¡Amigo de la Tierra! —clamó la Primera—. ¡Escogida! ¿Es que vais a permanecer aquí hasta que os asesinen porque no podéis rescatar ni mandar a ese Vain? ¡Debemos irnos!
Tenía razón. Linden pensaba en algo diferente, pero la conducía a la misma conclusión. Buscadolores se había situado en el filo del risco. Estaba de pie contemplando el sangriento combate con una particular ansiedad o esperanza en sus ojos. En Elemesnedene, los elohim apresaron a Vain al objeto de evitar el propósito para el que fue diseñado. Pero se vieron frustrados porque Linden había insistido en abandonar la zona, y el instinto de Vain para seguirla a ella o a Covenant demostró ser más fuerte que las ataduras con que lo sujetaron. Ahora Buscadolores parecía ver ante sí otra manera de parar al Demondim. Y la respuesta no había cambiado: escapar para que Vain pudiera seguirles.
¿Pero cómo? El grupo no podía atravesar ahora entre los ur-viles.
—Quizá pueda hacerse —dijo Hollian hablando tan quedamente que era difícil oír en el salvaje estruendo—. Seguramente es concebible. La forma de realizarlo está clara. Pero ¿es posible?
Sunder se volvió de espaldas al borde para mostrarle su asombro. Protestas incipientes saltaron en él, y cayeron sin haber sido formuladas.
—¿Concebible? —requirió Covenant—. ¿De qué estás hablando?
El pálido semblante de Hollian tenía una expresión vehemente debido a la exaltación o la visión. Veía tan claro su propuesta, que le parecía indiscutible.
—Sunder y yo hemos hablado de eso. En Pedraria Cristal, Sivit na-Mhoram-wist me llamó Solsapiente, y lo hizo equivocadamente. ¿Pero no demuestra su propio miedo que tal cometido es posible?
Linden retrocedió asustada. Jamás había hecho nada para merecer el epíteto que los elohim le asignaran. Tenía miedo incluso de considerar sus implicaciones. ¿Es que Hollian pensaba que ella, Linden, podía alterar el Sol Ban? Pero Sunder avanzó impulsivamente hacia Hollian, después se detuvo y permaneció temblando a pocos pasos de distancia.
—No —musitó—. Tanto tú como yo somos mortales. El intento nos arrebataría hasta la médula de los huesos. No debe utilizarse semejante poder.
Ella negó con la cabeza.
—La necesidad es absoluta. ¿Es que deseas que se pierda la vida del ur-Amo y de la Escogida, la esperanza del Reino, porque no nos atrevimos a arriesgar las nuestras?
Él comenzó a protestar. Pero de pronto, la voz de Hollian se alzó como una llama.
—¡Sunder, no he sido probada! Soy una desconocida para mí misma. No se me puede juzgar por lo que he hecho hasta ahora. —Prosiguió nuevamente con suavidad—. Pero tu fuerza me es conocida. No tengo dudas sobre ella. He dejado mi corazón en tus manos y te digo: Es posible. Puede hacerse.
Del otro lado del risco llegaban secos aullidos mientras Vain iba desgarrando y mutilando ur-viles. Pero la frecuencia de los gritos había aminorado; estaba matando a un número menor de ellos. Los sentidos de Linden registraban un aumento de poder en la horda. Parte del clamor había adquirido una cadencia de canto. Aquellos monstruos estaban invocando a su ciencia contra el Demondim.
—¡Por las llamas del infierno! —prorrumpió Covenant—. ¡Sed sensatos…! ¡Tenemos que hacer algo!
Hollian habló dirigiéndose a él:
—Hablo de la alteración del Sol Ban.
La sorpresa golpeó su rostro. De inmediato, ella prosiguió:
—No su poder ni su malignidad. Sino de su curso. De la misma forma que se altera el curso de un río al cambiar una roca de lugar.
Era patente que no la comprendía. Ella añadió con paciencia:
—El sol que tendremos mañana será de lluvia. Y la marcha del Sol Ban se acelera conforme su poder crece, incluso acortando el número de días entre dos soles. Pienso que tal vez pueda adelantarse el sol de mañana para que su lluvia caiga sobre nosotros ahora.
Tras aquello, el temor de Linden se convirtió en lucidez, y entendió la protesta de Sunder. ¡Sería necesaria una enorme fuerza! Y Hollian estaba embarazada, y por tanto, doblemente vulnerable. Si el intento escapaba a su control, acaso terminara con la vida de más de un corazón.
La idea espantó a Linden. Y no obstante era incapaz de imaginar otra manera de salvar al grupo.
Covenant hablaba ya. Sus ojos estaban entristecidos porque su amalgamado poder no podía proporcionar ninguna ayuda. Las imágenes de la corrupta y negra carne y el derramamiento de sangre lo atormentaban.
—Intentadlo —susurró—. Os lo ruego.
La súplica iba dirigida a Sunder.
Durante un prolongado instante, los ojos del Gravanélico se ensombrecieron y su cuerpo pareció tambalearse. Era el mismo hombre que había visitado a Linden y a Covenant en la prisión-cabaña de Pedraria Mithil y les había dicho que le exigirían que matase a su propia madre. Si hubiera sido capaz de encontrar una alternativa, otra alternativa distinta a aquella que la horrorizaba, Linden hubiese gritado: ¡No tenéis que hacer eso!
Pero entonces, la pasión que Covenant había introducido en la vida de Sunder volvió a él. Los músculos de los extremos de sus mandíbulas se arracimaron blanqueándose para adquirir valor. Era el mismo que una vez mintió al Delirante Gibbon estando sometido a un terrible suplicio para proteger a Covenant. Masculló entre dientes:
—Lo haremos. Si es que puede hacerse.
—¡Loada sea la Tierra! —exclamó la Primera. Con la espada colgando de sus manos—. Daos prisa. Yo haré cuanto pueda por ayudar al Demondim.
Poniéndose en movimiento, pasó el borde del risco y desapareció en dirección ala lucha de Vain.
Casi de inmediato, un destructivo y gutural coro la saludó. Linden sintió que el creciente poder de los ur-viles se rompía cuando cayeron en el frenesí y la confusión provocados por la aparición de la Primera.
Pero Sunder y Hollian sólo tenían sitio para su concentración. Lentamente, torpemente, él se situó frente a ella. Le ofreció una sonrisa de ansiedad encubierta, tratando de imbuirle confianza; él le respondió mirándola ceñudo. El miedo y la determinación tensaban la piel de su frente destacando los huesos. Hollian y él no se tocaron. Con tanta formalidad como si fueran dos desconocidos, se hallaban sentados con las piernas cruzadas, dándose la cara con las rodillas alineadas.
Covenant se acercó a Linden.
—Vigílalos —murmuró—. Vigílalos atentamente. Si la situación se les complica, tendremos que detenerles. No puedo… —musitó para sí un juramento—. No puedo permitirme perderlos.
Ella asintió sin decir nada. El fragor de la batalla distraía su atención, alejándola de los pedrarianos. Apretando los dientes, se obligó a concentrarse en Sunder y Hollian. A su alrededor los confines del paisaje ondulaban con la refulgencia del sol, y el color de la sangre.
Sunder inclinó la cabeza por un instante, y extrajo de su justillo la Piedra del Sol y el envuelto krill. Situó a la orcrest en el suelo entre Hollian y él. Ésta era como un espacio vacío en el polvo inerte; su extraña translucidez nada revelaba.
Hollian mostró su lianar, colocándolo entre sus tobillos. Una suave invocación empezó a salir de sus labios cuando elevó sus palmas hacia Sunder. Ella era la Eh-Estigmatizada, y podría conducir el poder de acuerdo con sus propósitos.
El horror deformaba las facciones de Sunder. Las manos le temblaban cuando expuso el krill dejando que el fulgor llenara sus ojos. Usando el paño para protegerse de la irradiación del krill al empuñarlo, dirigió la punta a las palmas de Hollian.
Covenant se estremeció cuando el Gravanélico hizo un corte en el centro de cada una de las palmas.
Una fina línea de sangre descendió por las muñecas de Hollian. Su rostro había empalidecido a causa del dolor pero no retrocedió. Dejándola bajar por los brazos hizo que cayeran unas gotas sobre la orcrest hasta que toda la superficie quedó cubierta. Entonces levantó la varilla.
Sunder se hallaba ante ella como si deseara gritar, pero de algún modo dominaba su vehemencia. Empuñaba el krill con ambas manos, la punta dirigida hacia el cielo desde el centro de su pecho. La Eh-Estigmatizada mantenía el lianar en una posición semejante, como reflejando su postura.
El sol estaba casi directamente sobre ellos.
Linden oyó débilmente maldecir a la Primera, y sintió una emanación de miedo gigantino. Los fragmentos del poder de los ur-viles se habían reagrupado, haciéndolos más efectivos. Con una exclamación que pareció un sollozo, Encorvado se apartó de los pedrarianos y corrió en ayuda de su esposa.
Sudando bajo el Sol de Pestilencia, Linden observaba como Sunder y la Eh-Estigmatizada ponían en contacto el krill y el lianar.
Los brazos de él temblaban levemente, pero los de ella estaban firmes. Le rozó con los nudillos al apoyar la varilla de lianar contra la gema del krill justo en la línea que se extendía entre la ensangrentada orcrest y el sol.
Y una ardiente fuerza atravesó a Linden cuando una flecha bermeja brotó de la Piedra Solar. Ésta rodeó las manos de los pedrarianos, la hoja y la varilla dirigiéndose luego hacia el corazón del sol.
La energía fue tan desmesurada como un relámpago: el ansioso poder del Sol Ban. Los labios de Sunder se entreabrieron mostrando sus dientes. Los ojos de Hollian se dilataron como si la magnitud de lo que estaba intentando la aterrase de pronto. Pero ni ella ni el Gravanélico cedieron.
La media mano de Covenant aferraba el brazo de Linden. Tres puntos de dolor traspasaron su carne. En el Muro de Arena, por razones completamente diferentes, Cail la había agarrado de aquella misma manera. Creyó poder oír los golpes de la espada de la Primera sobre los deformados y abominables cuerpos de los ur-viles. La cólera de Vain no decrecía. El esfuerzo de Encorvado por respirar era claramente distinguible entre el sangriento frenesí de aquellos monstruos.
La sabiduría de su raza se estaba agudizando en ellos.
Mas la ardiente flecha del poder del Sol Ban tenía un núcleo blanco.
La plata destellaba en el interior del rayo de luz, extendiéndose como la voluntad de los pedrarianos para penetrar el sol. Procedía de la gema del krill y de la inquebrantable fuerza de la determinación de Sunder.
Ésta lo situaba tan lejos de sí mismo que Linden temió que ya estuviese perdido.
Dio un paso adelante intentando arrojarse salvajemente sobre él, para pedirle que volviera. Pero entonces la Eh-Estigmatizada empezó a lograr su propósito, y Linden se quedó paralizada por el asombro.
En el corazón de la gema había aparecido un tenue destello azul.
Las sensaciones de poder aullaron inaudiblemente contra los nervios de Linden, elevándose más allá de lo que se puede comprender, mientras el fulgurante azul se afirmaba y fortalecía. Jirones de éste se introdujeron en el rayo de luz y se dirigieron hacia el sol. Cada vez era más poderoso, alimentado por la voluntad de la Eh-Estigmatizada. Al principio, parecía difuso y limitado, y era extraído gota a gota por una fuerza más efectiva que la gravedad. Pero Hollian lo renovaba con más rapidez de la que era extraído. Pronto ascendió por la flecha en impulsos tan rápidos que ésta parecía fluctuar.
Pero el aura que circundaba al sol no mostraba indicios de cambio.
Los pedrarianos cantaban con desesperación, incrementando su esfuerzo, pero sus voces no producían sonido alguno. La flecha incandescente absorbía directamente sus invocaciones. Una fuerza muda gritaba en los oídos de Linden. Algo en su interior decía: ¡Deténlos, deténlos antes de que se maten; deténlos! Pero no podía hacerlo. No podía apreciar la diferencia entre la agonía de ellos y el lamento de su propia mente.
La gema del krill destellaba azul. Un constante tono azul llenaba el corazón de la flecha, lanzada hacia arriba. Pero el aura del sol aún no había cambiado.
Al momento siguiente, el poder llegó a ser excesivo.
El lianar empezó a arder. Estalló en manos de Hollian, desprendiendo una brillante vehemencia que estuvo a punto de cegar a Linden. La madera se estaba convirtiendo en cenizas, quemando las palmas de la Eh-Estigmatizada hasta los huesos. Gritó. La flecha onduló, vaciló.
Pero ella continuó en su propósito. Apoyándose en el poder, cerró sus heridas manos alrededor del krill.
A su toque la flecha irrumpió, rompiendo la Piedra Solar, rompiendo los cielos. El suelo tembló de pánico, y Linden y Covenant salieron despedidos. Ella aterrizó sobre él mientras las colinas giraban. Se había quedado sin aire en los pulmones. Se apartó de él, pugnando por ponerse en pie. La tierra palpitaba como carne ultrajada.
Otra conmoción pareció borrar todas las cosas del mundo. Desgarró el cielo como si el sol hubiese explotado. Linden cayó otra vez, retorciéndose sobre la suciedad que se elevaba. Ante su rostro, el polvo danzó como agua golpeada, levantándose en finas espirales tras la explosión. La luz disminuyó como si el puño del cielo hubiera comenzado a cerrarse.
Cuando levantó la cabeza, vio enormes nubarrones que avanzaban hacia ella desde todos los horizontes, precipitándose sobre la azulada corona solar.
Por un instante fue incapaz de pensar, no recordaba ni cómo moverse. No había más sonido que el de la cólera de la lluvia que se aproximaba. Tal vez hubiera terminado la batalla al otro lado del risco. Pero entonces la consciencia la sacudió como el estampido del trueno. Incorporándose presa del pánico, dirigió su percepción hacia los pedrarianos.
Sunder se hallaba sentado como si la detonación de la tierra y el cielo fuera algo ajeno a él. Tenía la cabeza inclinada. El krill estaba en el suelo, con la empuñadura parcialmente cubierta todavía. Los bordes del paño se hallaban chamuscados. Su respiración era leve, casi imperceptible. En su pecho, el corazón latía sin fuerzas como si hubiera sido maltratado. Ante la alarmada Linden, su vida parecía el debilitado humo de una mecha consumida. Después, su sentido de la salud penetró más profundamente, y vio que viviría.
Pero Hollian yacía torcida sobre su espalda, con las cortadas y quemadas palmas abiertas a la creciente oscuridad. Su negro pelo enmarcaba la pálida vulnerabilidad de su rostro, acogiendo su cabeza como la ahuecada mano de la muerte. Entre sus descoloridos labios discurría un fino surco de sangre.
Trepando salvajemente por el cieno, Linden se abalanzó sobre Eh-Estigmatizada intentando invocar a su espíritu antes de que huyese por completo. Pero se iba rápidamente, y Linden no podía detenerlo. Hollian había sido dañada demasiado gravemente. Los dedos de Linden se cerraban sobre sus yertos hombros tratando de devolverle el aire a los pulmones, pero era inútil. Sus manos resultaban impotentes. No era más que una mujer normal, incapaz de milagros, sin otra facultad que la de ver la magnitud de sus fracasos.
Mientras la contemplaba, la vida se iba de la Eh-Estigmatizada. El reguero de sangre eme salía de su boca se hizo más lento y al fin paró.
El poder: Linden necesitaba controlar el poder. Pero la angustia le cerraba todo lo demás. No podía alcanzar el sol. La Tierra se hallaba profanada y agonizante. Y Covenant había cambiado. A veces, en el pasado, ella había logrado utilizar la magia indomeñable sin contar con la voluntad de Covenant, pero ya no era posible. Él se había convertido en un nuevo ser, en una amalgama de fuego y humanidad. Su poder era inaccesible sin la posesión. Y aunque hubiera sido capaz de hacerle eso, habría necesitado tiempo, durante el cual Hollian moriría.
La Eh-Estigmatizada parecía tristemente pequeña ante la muerte, valiente y frágil hasta el límite. Y también su hijo se había ido sin la más mínima oportunidad de vivir. Linden contemplaba ciegamente la inutilidad de sus manos. La gema del krill fulguraba en su semblante.
Desde todas las direcciones al mismo tiempo, llegó la lluvia siseando como las llamas en el cieno.
Las gotas de agua caían sobre ella, cuando Covenant la tomó de la mano, atrayéndola hacia él. Involuntariamente, ella sintió la fiera autenticidad de su dolor.
—¡Te dije que los vigilaras! —le gritó furioso porque había pedido a los pedrarianos que corrieran aquel riesgo a pesar de su incapacidad para protegerlos de las consecuencias—. ¡Te dije que los vigilaras!
Entre el creciente fragor de la tormenta, oyó gemir a Sunder.
Él inspiró con dificultad, y levantó la cabeza. Sus ojos parecían velados, ciegos, vacíos de comprensión. Por un momento, Linden, pensó que también estaba perdido. Pero entonces abrió las manos para librarse de entumecimiento de los dedos y antebrazos, y parpadeó varias veces. Sus ojos enfocaron el krill. Lo cogió con rigidez, envolviéndolo nuevamente en el paño, lo guardó de nuevo en su justillo.
Y entonces la lluvia atrajo su atención. Y miró a Hollian.
De inmediato se puso en pie. Imponiéndose a los nudos que le atenazaban los músculos a consecuencia de la energía, se acercó a ella.
Linden se interpuso en su camino. ¡Sunder!, intentó decir. Es culpa mía, estoy destrozada. Desde el principio, el fracaso la había acompañado como si nunca fuera a dejarla.
Él no le prestó atención. La apartó de su camino con el brazo tan bruscamente que hizo que se tambaleara. En su mirada destellaba el rojo de la sangre. Había perdido una mujer y un hijo antes de encontrarse con Covenant y Linden. Ahora ellos le habían costado otros. Se inclinó brevemente sobre Hollian como si temiese tocarla. Sus brazos cruzados contenían la angustia de su pecho. Luego, con rabia, se agachó sobre ella y volvió a incorporarse con ella entre los brazos, meciéndola como si fuese una niña. Su grito atravesó el temporal convirtiendo la lluvia en llanto:
—¡Hollian!
Bruscamente, la Primera surgió de la creciente oscuridad seguida de Encorvado. Jadeaba visiblemente. La sangre le manaba de una gran herida en el costado donde las artes de los ur-viles la habían quemado. El rostro de Encorvado parecía lleno de horror por las cosas que había hecho.
Ninguno de ellos pareció ver a Hollian.
—¡Venid! —reclamó la Primera—. ¡Tenemos que abrirnos paso ahora! ¡Vain mantiene aún a los ur-viles lejos de nosotros! ¡Si huimos podemos tener la esperanza de que nos siga y se salve!
Nadie se movió. La lluvia castigaba la cabeza y hombros de Linden. Covenant se había cubierto el rostro con las manos. Se erguía inmóvil bajo la tormenta como si ya no pudiera soportar el coste de aquello en lo que se había convertido. Sunder lanzaba grandes y dolientes suspiros, pero ya no lloraba. Permanecía inclinado sobre Hollian, concentrándose en ella como si la sola fuerza de su deseo pudiera devolvérsela.
La Primera lanzó una exasperada exclamación. No parecía haberse dado cuenta aún de lo sucedido. Fustigada por su herida, no admitía negativas.
—¡He dicho que vamos!
Tiró de Covenant y de Linden con brusquedad arrastrándolos hacia el cauce.
Encorvado les siguió, empujando a Sunder.
Descendieron hasta el lecho del río. El agua ya corría allí y espumeaba al chocar contra las gruesas piernas de los gigantes. Linden apenas podía mantener el equilibrio. Se aferró a la Primera. Pronto el río se halló lo bastante crecido como para transportar al grupo.
La lluvia los martilleaba como si se sintiera ultrajada por su intempestivo nacimiento. Las riberas eran invisibles. Linden no captaba ningún indicio de los ur-viles o de Vain. Ignoraba si tanto ella como sus amigos habían logrado escapar.
Pero el relámpago que rasgó los cielos le proporcionó una súbita vista de lo que la rodeaba. Y localizó a Sunder. Nadaba delante de Encorvado. El gigante le sostenía por detrás con una mano.
Aún llevaba a Hollian. Mantenía cuidadosamente su cabeza sobre las aguas como si estuviera viva.
A intervalos, a través del fragor de la lluvia y los truenos, Linden le oía claramente.