DOCE

Esos que se marchan

No durmieron durante toda aquella noche. Linden sabía que Covenant tampoco había dormido la noche anterior, en los límites de la jungla cercana a Piedra Deleitosa; ella también había permanecido despierta observando la gran desesperación de su aura con su percepción ya que Cail le impedía acercarse al ur-Amo. Pero ya no la inquietaba aquel recuerdo; en el lugar de Covenant, ella hubiera hecho lo mismo. No obstante, aquella exigente soledad conferia más importancia a la noche pasada; demasiado importante para pasarla durmiendo. No había estado entre sus brazos desde la crisis del Árbol Único, y ahora procuraba imprimir cada palmo y rasgo en sus anhelantes nervios.

Si él hubiese querido dormir, se lo hubiera permitido gustosamente. Pero había reasumido la certidumbre como si ésta pudiera ocupar el lugar del descanso; y su deseo por ella era tan punzante como un acto de gracia. De vez en cuando, le sentía esbozar aquella sonrisa que sólo le pertenecía a ella; y en una ocasión lloró como si sus lágrimas fueran las de ella. Pero no durmieron.

Con los extremos de su sentido de la salud, era consciente de la inmensa Fortaleza que la rodeaba. Sentía la protectora presencia de Cail al otro lado de la puerta. Supo cuando al fin se extinguió el Fuego Bánico, ahogado por las soberanas aguas de la Laguna Brillante. Y cuando la maltratada piedra del Recinto Sagrado se enfrió, la ciudad entera dejó escapar un largo y granítico suspiro que pareció expresar el alivio de cada suelo y cada muro. Finalmente sintió que el distante afluir del lago cesó cuando Nom devolvió la corriente a su curso original. Durante el resto de la noche, al menos, Piedra Deleitosa sería un lugar de paz.

Sin embargo, antes del amanecer, Covenant se levantó del lecho que había pertenecido a Mhoram. Mientras se vestía, urgió a Linden a hacer lo mismo. Ella accedió sin preguntas. La comunión entre ambos era más importante que las preguntas. Y lo había intuido con claridad, sabía que lo que tenía en mente era de su agrado. Aquello le bastaba. Metiendo nuevamente sus miembros dentro de la vaga incomodidad de sus sucias ropas, aceptó su insensible mano y subió con él a través de la calmada Fortaleza hasta la meseta superior.

En aquel lugar de Piedra Deleitosa, dejaron a Cail para que custodiara su intimidad. Luego, con una alegre premura en sus pasos, Covenant la condujo hacia el noroeste rodeando la curva de la meseta hasta el viejo manantial que ella había usado contra el Fuego Bánico sin haberlo visto nunca.

Hasta la Laguna Brillante, en la que Mhoram ocultase el krill de Loric por el futuro del Reino. De donde brotaba la única agua, exceptuando la de Andelain, con suficiente Energía de la Tierra para resistir al Sol Ban. Y adonde, recordó ahora Linden, Covenant había ido una vez para confirmar la verdad de sus sueños.

Sintió que la estaba conduciendo a la fuente de su más íntima esperanza.

Desde el este se desplegaba un manto gris que velaba las estrellas y anunciaba el amanecer. A una legua o dos hacia el oeste, las Montañas se alzaban bajo los cielos, pero las colinas de la meseta ya no se veían alfombradas. En pasadas épocas, aquellos pastos y campos habían sido lo bastante fértiles para alimentar a toda la ciudad y cubrir sus necesidades. Sin embargo, Linden percibía ahora la aridez del terreno bajo sus sensibles pies; y un poco de su cansancio, un atisbo de su tristeza habitual, volvió a ella, a través de las plantas de sus pies. El sonido del agua, que discurría sin mostrarse cerca de ella hacia los Saltos Aferrados, parecía contener una sosegada e incierta nota, como si de alguna manera el futuro de la Tierra fuera frágil y se mantuviera en un equilibrio precario. Mientras el Sol Ban acechaba el Reino, recordó que la explicación de Covenant sobre su nuevo propósito no tenía sentido.

Hay varias cosas que el Execrable no entiende. Y yo voy a explicárselas.

Nadie, excepto un hombre que hubiese sobrevivido a la inmersión en el Fuego Bánico podría haber pronunciado semejantes palabras sin que fueran consideradas como síntomas de locura.

Pero la seca frialdad de la noche aún continuaba sobre la planicie; y la promesa que encerraba hacía irrelevantes las dudas, al menos por el momento. La condujo hacia el norte por entre las colinas, bordeando riscos y encaminándose hacia la corriente. Poco antes de que el sol apareciera en el horizonte, la hizo pasar la cresta de una elevada colina; y se encontró, al mirar hacia abajo, con la nitidez de la Laguna Brillante.

Parecía que habían pulido su superficie, abierta al ancho cielo. A pesar de la corriente que fluía, no se hallaba rizada, sino tan plana y tersa como metal bruñido. La alimentaban caudalosos torrentes que no la agitaban ni estremecían. La mayor parte del agua reflejaba el impreciso gris del cielo, pero alrededor de los márgenes se repetía la imagen de las colinas que la sustentaban, y hacia el este se podían ver las Montañas Occidentales, enturbiadas por el crepúsculo y todavía imprecisas, tan fielmente reproducidas como por un espejo. Sintió que si miraba aquellas aguas durante el tiempo suficiente podría ver el mundo entero allí reflejado.

El mundo entero, menos ella. Para su sorpresa, el lago no mostraba signo alguno de su persona. Reflejaba a Covenant a su lado, pero prescindía de ella. Se veía el cielo a su través como si ella fuese demasiado mortal o insignificante para atraer la atención de la Laguna Brillante.

—¿Covenant…? —comenzó vagamente asustada—. ¿Qué…?

Pero él le indicó que se callase, sonriéndole como si la inminente mañana la embelleciera. Casi corriendo, él descendió por la ladera hasta la orilla del lago. Allí se quitó la camisa, las botas y los pantalones. Por un instante, volvió la cabeza para mirarla, agitando el brazo en indicación de que se acercara. Luego se zambulló en la Laguna Brillante. La palidez de su carne rompía el agua como en un destello mientras nadaba hacia el centro del lago.

Ella lo siguió casi sin querer, alentada y asustada al mismo tiempo por lo que veía. Pero luego su corazón se dilató y comenzó a correr. Las ondas producidas por la zambullida de Covenant surcaban la superficie como promesas. El lago atraía sus sentidos como si tuviese la facultad de transformarla. Todo el cuerpo le dolía reclamando súbitamente ser lavado. Allá abajo, Covenant rompía las aguas y lanzó una exclamación de placer que le fue devuelta por las colinas. Rápidamente, se desabrochó la camisa, lanzó los zapatos, se quitó los pantalones, y fue tras él.

Al momento, el frío golpeó su piel como una llama, como si el agua pretendiese quemar la suciedad y dolor que había en ella. Emergió a la superficie, jadeando a causa de un sobresalto que se tornó en éxtasis. La escalofriante pureza de la Laguna Brillante iluminó todos sus nervios.

Los cabellos le cubrían el rostro. Los apartó y vio que Covenant buceaba hacia ella. La transparencia del lago hacía que pareciera estar a la vez tan cerca como para que pudiera tocarlo y demasiado lejos para ser alcanzado.

Aquella imagen la quemó como la frigidez del agua. Podía verlo, pero no verse a sí misma. Bajando la mirada hacia su cuerpo, veía solamente el reflejo del cielo y las colinas. Su materialidad parecía acabar en el nivel del agua. Cuando levantaba una mano podía verla claramente, pero el antebrazo y el codo que permanecían bajo la superficie eran invisibles. Tan sólo apreció a Covenant cuando la cogió de las piernas hundiéndola hacia él.

Cuando su cabeza estuvo bajo el agua y abrió los ojos, su torso y miembros reaparecieron como si hubiera cruzado un plano de traslación para entrar en otra clase de existencia.

El rostro de Covenant surgió ante ella. La besó jubilosamente y luego la abrazó cuando ambos fluctuaron hacia arriba. Rompiendo el agua, tomó una gran bocanada de aire antes de volver a sumergirla. Pero esta vez, cuando se hundieron, tomó su cabeza entre las manos y empezó a frotar el cráneo y el pelo. La cortante agua helada eliminó la suciedad y la grasa como reparación.

Ella giró, devolviéndole el beso. Después lo alejó de sí y regresó a la superficie para inhalar aire como si fuese el concentrado elixir del placer.

De pronto, él apareció, aclarándose el rostro con una sacudida de cabeza y la miró con un brillo en los ojos que era como una carcajada.

—¡Tú…! —jadeó ella casi riendo para sí misma—. Tienes que explicármelo. —Deseaba rodearlo con los brazos, pero entonces no sería posible hablar—. ¡Esto es maravilloso! —Sobre ella, las cumbres de las colinas occidentales estaban iluminadas por el Sol de Desierto, y el resplandor danzaba a través del lago—. ¿Por qué yo desaparezco y tú no?

—¡Ya te lo he dicho! —le contestó echándole agua—. La magia indomeñable y el veneno. La piedra angular del Arco. —Sumergido en aquel lago, incluso podía pronunciar tales palabras sin que disminuyera la alegría de ella—. La primera vez que estuve aquí tampoco podía verme. Tú eres normal. —Su voz se alzó orgullosamente—. ¡La Laguna Brillante me reconoce!

Entonces ella le pasó los brazos por el cuello, y ambos se hundieron en el regazo del lago. Intuitivamente, por primera vez, ella comprendió su esperanza. No sabía lo que significaba ni podía calcular las implicaciones. Pero la sintió brillando en él como las vehementes aguas; y supo que su certeza no era una defensa contra la desesperación. O no del todo. El veneno y la magia indomeñable: desesperación y esperanza. El Fuego Bánico las había fundido en una, purificándolas.

No, no era exacto decir que lo comprendía. Pero lo reconocía, como la Laguna Brillante. Y lo estrechó, besándolo apasionadamente, echándole agua y riendo como una niña, compartiendo el viejo lago con él hasta que el frío la obligó a subirse a una roca plana que había en una de las orillas y aceptar el calor del Sol Desértico.

Aquel calor le devolvió su sangre fría. Cuando las aguas de la Laguna Brillante se evaporaron de su sensible piel, volvió a sentir el Sol Ban. Aquel toque penetraba dentro de ella como el de Gibbon, trazando surcos de profanación en sus huesos. Después de todo, la extinción del Fuego Bánico no había debilitado significativamente ni incluso retardado la corrupción del Amo Execrable. La comprometida situación del Reino perduraba, sin alterarse por la certidumbre de Covenant o por su propia y jubilosa purificación. Sintiendo una repugnancia visceral por yacer bajo el Sol Desértico, recuperó sus ropas y las de Covenant, vistiéndose mientras él aún la miraba con deseo. Pero lentamente su ánimo decayó. Cuando estuvo completamente vestido, ella se dio cuenta de que se hallaba preparado para las preguntas que sabía que iba a formularle.

—Covenant —dijo con suavidad, intentando encontrar un tono que no le hiciese desconfiar de ella— no lo entiendo. Después de lo que he intentado hacerte apenas tengo derecho a exigir nada. —Pero él desdeñó su tentativa de posesión con un encogimiento de hombros y una mueca; así que ella no insistió—. Y de cualquier modo confío en ti. Pero no comprendo por qué deseas ir a enfrentarte con el Execrable. Incluso aunque no logre quebrantarte, te dañará de un modo terrible. Si no puedes hacer uso de tu poder, ¿qué harás para combatirlo?

Él no se intimidó. Pero Linden le vio retroceder mentalmente varios pasos como si la respuesta requiriese una especial cautela. Sus emanaciones llegaron a ser estudiadas y complejas. Podía estar buscando el mejor modo de contarle una mentira. Mas cuando comenzó a hablar no oyó falsedad alguna; su percepción le hubiera avisado de su presencia. Aquella cautela era la de quien no desea producir más daño.

—No estoy seguro. No creo poder combatirlo de ninguna forma. Pero me sigo preguntando, ¿cómo puede él combatirme?

«Recuerda a Kasreyn. —Una ráfaga de ironía se destacó en las comisuras de su boca—. ¿Cómo podrías olvidarle? Bien, habló durante un buen rato mientras intentaba sacarme de aquel silencio. Me dijo que utilizaba materiales y técnicas puras, pero que nada puro tenía poder para crear. “En un mundo defectuoso la pureza no es perdurable. Por consiguiente en cada una de mis obras debo introducir un pequeño fallo, sin el que la obra no funcionaría”. Por esto deseaba mi anillo. Dijo, “La imperfección es la auténtica paradoja que conforma la Tierra, y con ella un maestro puede elaborar obras perfectas sin motivos de temor”. Mirándolo de ese modo, una aleación es un metal imperfecto.

Mientras hablaba, fue apartándose gradualmente de ella, no para evitar su mirada sino buscando la reafirmación esencial del reflejo en el lago.

—Bien, yo soy una clase de aleación. El Execrable me ha convertido exactamente en lo que deseaba, en lo que necesita. Un instrumento utilizable para recuperar su libertad. Y para destruir la Tierra en el proceso.

»Pero el problema es mi libertad, no la suya. Hemos hablado sobre la necesidad de libertad. He repetido una y otra vez que él no puede utilizar una herramienta para lograr lo que desea. Si ha de vencer, tiene que hacerlo mediante la actuación voluntaria de sus víctimas. Eso dije. —La miró como si temiera la forma en que podía reaccionar—. Así lo creía. Pero ya no estoy seguro de que sea verdad. Pienso que las aleaciones trascienden las constricciones normales. Si ahora no soy realmente más que un instrumento, el Execrable podrá servirse de mí tal y como desee, y no podremos evitarlo.

Volvió entonces a mirarla apretándose los puños contra las caderas.

—Pero no creo eso. No creo ser la herramienta de nadie. Ni tampoco que el Execrable pueda vencer mediante la clase de elecciones que cualquiera de nosotros ha ido realizando. La clase de elección es crucial. El Reino no fue destruido cuando rehusé la llamada de Mhoram por salvar a una niña mordida por una serpiente. Ni tampoco va a serlo porque el Execrable me obligue a elegir entre mi propia seguridad y la de Joan. Y también lo contrario es cierto. Si soy el instrumento perfecto para derribar el Arco del Tiempo, lo soy también para preservarlo. El Execrable no puede vencer a menos que yo elija permitírselo.

Su seguridad era tan clara que Linden casi lo creyó. Pero en su interior tenía miedo porque sabía que era posible que estuviera equivocado. Había hablado con frecuencia de la importancia de la libertad. Pero los elohim no planteaban el peligro del mundo en esos términos. Temían por la Tierra debido a que la Solsapiente y el portador del anillo no eran la misma persona; porque él carecía de la percepción que guiara sus elecciones y ella del poder que hiciera que las suyas contaran. Y si él no conocía en su totalidad la verdad de las maquinaciones del Execrable, podía escoger erróneamente pese a su lúcida determinación.

Pero no le dijo lo que estaba pensando. Ella tendría que hallar su propia respuesta a la teoría de los elohim. Y sentía más miedo por él que por sí misma. Mientras que la amase, sería capaz de permanecer a su lado. Y mientras siguiese con él, tendría la oportunidad de usar el sentido de la salud en su nombre. No pedía más; sólo la oportunidad de ayudarle, redimiendo así el daño causado por sus pasados errores y culpas. Entonces, si él, el Reino y la Tierra se perdían, no podría culpar a nadie excepto a sí misma.

La responsabilidad la aterraba. Implicaba la aceptación del papel que los elohim le había asignado, aceptar el riesgo de la malvada promesa de Gibbon. Tú estás siendo forjada. Pero también se hicieron otras promesas. Covenant había declarado que jamás cedería su anillo al Despreciativo. Y el viejo de Haven Farm había dicho: No vas a desfallecer aunque él te ataque. Por vez primera extrajo consuelo de aquellas palabras.

Covenant la miraba intensamente, aguardando su respuesta. Tras un momento, ella siguió el hilo de su explicación.

—Así es que no puede quebrantarte. Y tú no puedes combatirlo. ¿Qué hay de bueno en ese empate? —dijo.

Ante aquello, él sonrió ásperamente. Pero la respuesta tomó una dirección diferente a la que ella esperaba.

—Cuando vi a Mhoram en Andelain —su tono era tan directo como audaz—, procuró advertirme. Dijo: No significa nada evitar sus trampas porque siempre están basadas en otras trampas, y la vida y la muerte están demasiado íntimamente relacionadas para ser separadas una de otra. Cuando hayas llegado al límite y no te quede ya otro recurso, recuerda la paradoja del oro blanco. Hay esperanza en la contradicción. —Gradualmente, su expresión se dulcificó, tornándose en aquélla de la que Linden nunca podría saciarse—. No creo que empatemos, en absoluto.

Le devolvió la sonrisa lo mejor que pudo, tratando de ser digna de él de la misma forma en que él trataba de ser digno del antiguo Amo que un día fue su amigo.

Esperó que volviera a tomarla entre sus brazos. Lo deseaba, a pesar del Sol Ban. Hubiera soportado la violación del Sol de Desierto por conseguir su abrazo. Pero cuando se cruzaron sus ojos, oyó un tenue y extraño sonido procedente de las colinas de la meseta; una serie de notas altas, tan agudas como el tono de una flauta. Pero no contenían melodía alguna. Podían haber sido producidas por el viento al pasar entre las rocas.

Covenant levantó bruscamente la cabeza, escrutando las laderas.

—La última vez que oí sonar aquí una flauta… —Estaba con Elena; y aquella música había sido el anuncio de la llegada del hombre que le había dicho a él que sus sueños eran verdaderos.

Pero este sonido no era música. Se quebró en una estridente nota para caer en el silencio. Cuando volvió a empezar se distinguía claramente una flauta, y no menos claramente que quien la tocaba no sabía hacerlo. La falta de melodía era causada por la simple ineptitud.

Llegaba de Piedra Deleitosa.

El tono volvió a hacerse trizas otra vez; y Covenant esbozó una irónica sonrisa.

—Quienquiera que esté tocando eso necesita ayuda —murmuró—. Y de todos modos debemos regresar. Quiero preparar las cosas para partir hoy.

Linden asintió. Le hubiera gustado pasar unos días de descanso en Piedra Deleitosa; pero deseaba hacer lo que él quisiera. Y podría disfrutar más de la limpieza de su piel y pelo en el interior de la Fortaleza, protegida del Sol Ban. Tomó su mano y juntos treparon desde el remanso del lago.

En la cima de la colina, oyeron la flauta más nítidamente. Sonaba como música que hubiera sido distorsionada por el Sol Desértico.

Las llanuras que se extendían más allá de la meseta parecían yermas y desoladas contra el horizonte, toda vida había huido de ellas, sin dejar ni rastro de vegetación. No obstante, las aguas de la Laguna Brillante y las siluetas de las colinas parecían insistir en que la vida aún era posible allí, que de alguna manera el terreno no era totalmente estéril.

Pero las planicies más bajas no daban tal impresión. La mayor parte del río se había evaporado antes de alcanzar el fondo de los Saltos Aferrados; el resto desaparecía a un tiro de piedra del risco. El sol resplandecía sobre Linden como reclamándola para él. Antes de que llegasen a los límites del llano donde se asentaba Piedra Deleitosa, supo que la decisión que había tomado de permanecer al lado de Covenant no le iba a ser fácil de cumplir. En el fondo de su corazón, acechaba un oscuro deseo por el poder para gobernar el Sol Ban y hacerlo su siervo. Cada instante que éste permanecía sobre ella, le recordaba que aún era vulnerable a la profanación.

Para cuando se reunieron con Cail a la entrada de la ciudadela, supieron que el sonido de flauta procedía de la cumbre del promontorio que sobrepasaba a la Torre Vigía. De mutuo acuerdo, se dirigieron hacia allí, y en la cúspide encontraron a Encorvado. Sus piernas colgaban en el vacío, mirando hacia el este. La deformación de su columna vertebral lo inclinaba hacia delante. Parecía a punto de caer.

Se llevaba con las enormes manos una flauta a los labios como si luchase con ella, como si creyera que con sólo su obstinado esfuerzo lograría arrancar una melodía fúnebre del diminuto instrumento.

Cuando se le aproximaron lo dejó sobre su regazo, saludándoles con una débil sonrisa, más por costumbre que por convicción.

—Amigo de la Tierra —dijo, con voz tan deshilachada e incierta como las notas que había estado extrayendo—. Me alegra verte de nuevo sano y salvo. La Escogida ha demostrado por dos veces su valor, por lo que veo, y aún ha sobrevivido para brindarme el solaz de su belleza. —No miró a Linden—. Pero pensaba que nos habías abandonado por completo.

Entonces, sus húmedos ojos volvieron a bajar al seco y muerto terreno.

—Perdóname por haber temido por ti. El temor nace de la duda, y tú no has merecido que dude. —Con un torpe movimiento, como de violencia contenida, señaló la flauta—. Yo tengo la culpa. No soy capaz de sacarle música a este instrumento.

Instintivamente, Linden se aproximó al gigante por detrás y puso las manos sobre sus hombros. Aunque se hallaba sentado y su espalda era defectuosa, aquellos hombros apenas quedaban más bajos que los suyos; y sus músculos eran tan fuertes que le fue difícil darles un masaje. Pero le acarició porque no supo consolarlo de otro modo.

—Todo el mundo duda —suspiró Covenant. No se acercó al gigante. Permaneció rígidamente donde se hallaba, controlando su vértigo ante el precipicio. Pero su voz rasgó el árido calor del sol—. Todos estamos aterrados. Tienes derecho. —Luego su tono cambió como si recordara que Encorvado había sufrido. Le preguntó suavemente—: ¿Qué puedo hacer por ti?

Los músculos de Encorvado se contrajeron bajo las manos de Linden. Tras un instante, dijo simplemente:

—Amigo de la Tierra, deseo un resultado mejor.

En seguida añadió:

—No me malinterpretes. Lo que aquí se ha hecho, se ha hecho bien. Mortales como sois, Amigo de la Tierra y Escogida, sobrepasáis toda estimación. —Dejó escapar un quedo suspiro—. Pero no estoy contento. He derramado tanta sangre… Acabé con las vidas de inocentes por veintenas, pese a que no soy la espadachina y detesto hacer ese trabajo. Y conforme lo hacía, la duda me resultaba terrible. Es duro matar cuando la esperanza ha sido consumida por el miedo. Como tú has dicho, Escogida, debe existir una razón. La aflicción del mundo debiera unir a los seres vivos y no separarlos por el asesinato y la maldad.

»Amigos míos, grande es la necesidad que mi corazón siente de cantar, pero ninguna canción acude. Soy un gigante. Con frecuencia me he vanagloriado con la música. “Somos los gigantes, nacidos para navegar, intrépidos para ir donde los sueños van”. Pero esos cantos me parecen ahora locos y arrogantes. Al enfrentarme al destino, carezco del valor de mis sueños. Ah, mi corazón debiera contener una canción y no encuentro música en él.

»Deseo un resultado mejor.

Su voz se deslizó por el borde del risco y se fue. Linden sintió el dolor en él como si ella lo hubiera rodeado con sus brazos; quiso protestar de que se culpara a sí mismo, pero sintió que su indigencia era más profunda que la culpa. Había saboreado la maldad del Despreciativo y se encontraba horrorizado. Ella lo comprendía. Pero no tenía respuesta.

Covenant estaba más seguro. Sonó tan estricto como un juramento, al preguntar:

—¿Qué vas a hacer?

Encorvado respondió con un encogimiento de hombros que separó de ellos las manos de Linden. No apartó la vista de la miseria que se extendía bajo él.

—La Primera ha hablado de eso —dijo en tono distante. El recuerdo de su esposa no le alivió—. Te acompañaremos hasta el final. La Búsqueda no exige menos de nosotros. Pero cuando reveles tu propósito, Tejenieblas llevará el mensaje a Línea del Mar. Desde allí, vendrá el Gema de la Estrella Polar si los mares y el hielo se lo permiten. De manera que si tú fracasas, y quienes te acompañan caen, la Búsqueda podrá continuar. El mensaje que Tejenieblas lleve hasta Línea del Mar permitirá al maestro de anclas Quitamanos elegir el medio de llevar a cabo su servicio.

Linden miró agudamente a Covenant para impedirle decir que si fracasaba no quedaría Tierra a la cual la Búsqueda pudiera servir. Quizás el viaje que la Primera había proyectado para Tejenieblas era absurdo; pero Linden deseaba que lo hiciera. Era claro y específico, y le ayudaría a encontrar el camino de vuelta a sí mismo. También aprobaba la insistencia de la Primera en comportarse como si la esperanza perdurase siempre.

Pero en seguida vio que Covenant no tenía intención de negar la posibilidad de esperanza. La única amargura que había en él era la que le producía el estado de ánimo de Encorvado; su aleación de determinación y desesperanza se hallaba exenta de hiel. Ni tampoco sugirió que Encorvado y la Primera debieran unirse a Tejenieblas. Por el contrario, dijo como si estuviera contento:

—Está bien. Reúnete con nosotros en el vestíbulo a mediodía, y partiremos. —Y correspondiendo a la mirada de Linden, continuó—: Quiero ir ante la tumba de Honninscrave. —Su tono se hizo momentáneamente denso—. Deseo despedirme de él. ¿Me acompañarás?

En respuesta, fue hacia él y lo abrazó de modo que entendiese su silencio.

Se fueron juntos dejando a Encorvado sentado sobre el borde de la ciudad. Mientras se acercaban a la entrada de Piedra Deleitosa volvieron a escuchar el lamento de su flauta. Sonaba tan solitario como el grito del cernícalo contra el cielo medio oculto por el polvo.

Para Linden fue grato entrar en la gran Fortaleza, donde estaba protegida del Sol de Desierto. Sus nervios se iban relajando mientras descendía al lado de Covenant hacia las profundidades de Piedra Deleitosa, de regreso a la Sala de las Ofrendas.

Cail les acompañaba. Bajo su impasibilidad se ocultaba una extraña irresolución, como si quisiese formular una pregunta o pedir un favor y creyera que no tenía derecho. Mas cuando llegaron a su destino, ella olvidó aquellas inexplicables emanaciones.

En el transcurso de la lucha entre Gibbon y Covenant, y el desgarramiento del Delirante, apenas si se había fijado en la caverna. Toda su atención se hallaba centrada en lo que estaba ocurriendo, y en la negrura que Gibbon había invocado en ella. En consecuencia, no se había dado cuenta de la magnitud de los destrozos que se habían producido en la Sala y en los objetos que contenía. Pero ahora los vio, y sintió su impacto.

Alrededor de los muros, tras las columnas, en las esquinas y ángulos distantes, aún seguían intactas muchas de las antiguas obras de arte del Reino. Pero el centro de la estancia se hallaba en ruinas. Los tapices habían sido reducidos a ceniza, las esculturas rotas, los cuadros rasgados. Dos de las columnas se hallaban agrietadas desde los capiteles a los frontones; lascas de piedra habían sido arrancadas de la bóveda y el suelo; el mosaico sobre el que Gibbon había estado, se hallaba destruido. Siglos de esfuerzo humano e inspiración asolados por las incontenibles fuerzas que Covenant y el Delirante desataron.

Por un instante, la mirada de Covenant pareció tan castigada como la Sala. No existía certeza alguna que pudiese borrar la consecuencia de lo que había hecho… y en lo que había fracasado.

Mientras ella permaneció allí, atrapada entre el dolor de Covenant y la ruina de la Sala, no se dio cuenta de que la mayor parte de los escombros habían sido eliminados. Pero cuando vio a Nom trabajando, comprendió lo que el esperpento de arena estaba haciendo. Reunía pedazos de roca, fragmentos de esculturas y restos de cerámica, y cuantos cascotes era capaz de levantar con sus brazos, usándolos cuidadosamente para hacer una sepultura a Honninscrave.

Aquella pila funeraria rebasaba ya la altura de Linden, pero Nom todavía no se daba por satisfecho. Con diligente cautela, seguía añadiendo obras de arte al roto montón. El túmulo era demasiado tosco para tener una forma determinada. Sin embargo, Nom se movía rodeándolo una y otra vez para construirlo como si fuese una representación del distante remolino de la Condenaesperpentos.

Éste era el homenaje de Nom al gigante que le había permitido desgarrar al Delirante Gibbon. Honninscrave había contenido y controlado al samadhi Sheol para que el Delirante no pudiese poseer a Nom apoderándose así de su voluntad y fuerza. De aquella manera había dado a Nom la posibilidad de convertirse en algo nuevo, en un esperpento de arena con una mente activa, conocimiento y voluntad. Con aquella tumba, Nom reconocía el sacrificio del capitán como si hubiera sido una ofrenda.

La vista de aquello mitigó el dolor de Covenant. Recordando a Hergroom y a Ceer, Linden no hubiera creído que le fuera posible sentir algo semejante a la gratitud hacia un esperpento de arena. Pero no tenía otro nombre para su sentimiento mientras observaba el trabajo de Nom.

Aunque carecía de los normales vista y oído, la bestia parecía consciente de sus observadores. Mas no cesó hasta agregar a la tumba de Honninscrave un último cascote lo bastante grande para que sus brazos pudieran recogerlo. Entonces se volvió bruscamente y avanzó hacia Covenant.

Se detuvo a pocos pasos de él. Se dejó caer al suelo con aquellas rodillas vueltas hacia atrás, y apoyó la frente sobre la piedra.

Se sintió avergonzado por el sometimiento de la bestia.

—Levántate —murmuró—. Levántate. Eres digno de algo mejor que eso.

Pero Nom permanecía postrado ante él como ante un objeto de veneración.

De modo inesperado, Cail habló por el esperpento de arena. Había recobrado aquella capacidad haruchai de no inmutarse. Manifestó los pensamientos de Nom como si estuviera acostumbrado a ellos.

—Nom desea que comprendas que te está agradecido. Obedecerá cualquier orden que le des. Pero te ruega que no lo hagas. Quiere ser libre. Ansia volver a su hogar en el Gran Desierto, junto con los suyos. Tras desgarrar al Delirante, ha obtenido conocimiento para deshacer la Condenaesperpentos, y para liberar a su especie del aprisionamiento de la furia y la angustia. Solicita tu permiso para partir.

Linden se dio cuenta de que estaba riéndose tontamente; pero no podía detenerse. A pesar de lo espantoso que eran los esperpentos de arena, había odiado la idea de la situación en que se encontraban desde el instante en que Encorvado se la reveló.

—Déjale ir —le murmuró a Covenant—. Kasreyn no tenía derecho a tenerlos atrapados en un lugar así.

Él asintió lentamente, debatiéndose en su interior. Después tomó una decisión. Mirando de frente al esperpento, le dijo a Cail:

—Dile que puede marcharse. Comprendo que desea obedecerme y le digo que puede marcharse. Es libre. Pero —añadió en tono cortante— quiero que deje en paz a los bhratair. También ese pueblo tiene derecho a vivir. Y Dios sabe que ya les he causado suficiente daño. No deseo que sufra nadie más por causa mía.

Sin facciones ni expresión, la bestia albina volvió a erguirse.

—Nom te ha oído —dijo Cail. A la percepción de Linden le pareció detectar en su voz un toque de envidia por la libertad de Nom—. Te obedecerá. También enseñará obediencia a los suyos. El Gran Desierto es amplio, y los bhratair serán respetados.

Antes de que terminara, el esperpento de arena corrió hacia la puerta de la Sala. Anhelando su futuro, desapareció escaleras arriba en busca del cielo abierto. Durante breves momentos, Linden pudo sentir sus anchos pies sobre los escalones; su fuerza parecía provocar la protesta de la piedra de la Fortaleza. Pero luego Nom se situó más allá de su alcance, y ella empezó a considerarlo como un recuerdo estimulante, como si de una forma inesperada, al fin el pensar en las muertes de Hergroom, Ceer y Honninscrave se hubiese hecho soportable.

Sonreía aún cuando Covenant se dirigió a Cail.

—Todavía nos queda un poco de tiempo hasta mediodía. —Trató de aparentar indiferencia, pero las ascuas de sus ojos estaban encendidas por ella—. ¿Por qué no vas a buscar algo para comer? Estaremos en la habitación de Mhoram.

Cail asintió y salió, con presteza pero sin apresurarse. Su actitud convenció a Linden de que había captado sus sentimientos correctamente: algo había cambiado para él. Parecía desear, casi con vehemencia, alejarse del hombre a quien prometiera proteger.

Pero no tenía intención de interrogar al haruchai por el momento. Covenant le había pasado un brazo por la cintura y el tiempo resultaba precioso. Su anhelo le hubiera parecido egoísmo si no lo compartiera con él.

No obstante, cuando llegaron al patio de brillante suelo de plata y agrietado granito, encontraron a Sunder y Hollian aguardándoles. Los pedrarianos habían descansado desde la última vez en que Linden los viera y ahora presentaban mejor aspecto. Sunder ya no tenía las rodillas temblorosas ni estaba febril a causa del cansancio. Hollian había recobrado gran parte de su juventud. Saludaron tímidamente a Covenant y a Linden, como si no estuvieran seguros de hasta qué punto el Incrédulo y la Escogida eran superiores a ellos. Pero tras su compartida disposición de ánimo, las diferencias entre ellos fueron palpables para Linden.

Contrastando con la antigua vida de Sunder, la de Hollian había estado más llena de aprobación que de sacrificio. Las tenues cicatrices que le surcaban la palma derecha eran similares al pálido enrejado del antebrazo izquierdo de él, pero ella jamás había derramado la sangre de nadie. Desde el primer momento, su papel había sido principalmente de apoyo, sosteniendo a Sunder al principio de su adaptación al rukh de Memla durante el viaje del grupo hacia Línea del Mar e igualmente en su última utilización del krill. Él era quien invadido por la culpa y la vehemencia, odiaba al Clave, lo combatía… y había sido vengado. Había descargado los golpes necesarios en nombre del Reino, mostrándose digno compañero de gigantes y haruchai, de Covenant y de Linden. Ahora se comportaba con una nueva confianza, y la luz de plata parecía brillar audazmente en sus ojos, como si supiera que su padre habría estado orgulloso de él.

Hollian también estaba orgullosa de él. Su franca mirada y suave sonrisa mostraban que no se arrepentía de nada. El niño que llevaba en su vientre era una alegría para ella. No obstante, Linden percibió algo claramente inacabado en la eh-Estigmatizada. Sus emanaciones eran ahora más complejas que las de Sunder. Daba la impresión de que sabía que aún no había sido probada. Y deseaba aquella prueba, quería alcanzar el destino que se cernía sobre ella como las alas de cuervo de su brillante cabellera. Era una Eh-Estigmatizada, rara en el Reino. Ansiaba descubrir el significado de tal rareza.

Covenant dirigió a Linden una mirada de irónico pesar, pero aceptó sin protestas la intempestiva presencia de los pedrarianos. Eran sus amigos, y su certeza los incluía.

En respuesta al saludo de Covenant, Sunder dijo con torpe brusquedad:

—Thomas Covenant, ¿cuál es ahora tu propósito? —Su reciente éxito no había suavizado sus modales—. Perdona que hayamos venido. Tu necesidad de descanso resulta clara. —La forma en que la miró le dijo a Linden que su propia fatiga era más obvia que la de Covenant—. Si optas por quedarte aquí varios días, será bueno para ti. En tiempos pasados —su expresión era una mezcla de autocensura y de arrepentimiento—, dudé de ti, acusándote de cada locura y daño. —Covenant hizo ademán de desecharlo, pero Sunder se apresuró en continuar—: No te cuestiono ahora. Eres el Amigo de la Tierra, curador y revelador de la vida, y mi amigo. Mi duda se ha esfumado.

»No obstante —prosiguió en seguida—, hemos estudiado el Sol Ban. La Eh-Estigmatizada ha predicho su curso, y yo he sentido su poder mediante la Piedra del Sol y el krill. La extinción del Fuego Bánico y del Clave ha sido una gran hazaña, pero el Sol Ban no se ha debilitado. El sol de mañana será de pestilencia. Sigue reinando aún sobre el Reino, y su maldad es clara.

Su voz contenía fuerza y determinación cuando dijo:

—Thomas Covenant, tú me has mostrado la falsedad del Clave. Consideraba al Reino un patíbulo, un lugar de castigo concebido por un severo Señor. Pero he aprendido que nacemos para la belleza y no para la enfermedad; que la maldad está en el Sol Ban y no en la vida que él atormenta. —Su mirada destelló vivamente—. Por tanto, he descubierto que no estoy satisfecho. La verdadera batalla se encuentra todavía ante nosotros. —No era tan alto como Covenant; pero si más ancho y musculado. Parecía tan sólido como la piedra de su lugar de procedencia—. Por ello te pregunto, ¿cuál es ahora tu propósito?

La pregunta entristeció a Covenant. La certeza que poseía no evitaba que sintiera como Sunder. Aunque ocultaba su dolor, Linden lo supo captar con su sentido de la salud en la irritación de su respuesta.

—No estás satisfecho. Bien, tú deberías estarlo. —Bajo la superficie se hallaba tan tenso como la cuerda de un arco a punto de disparar—. Ya habéis hecho bastante. Podéis dejar el Sol Ban para mí, para mí y para Linden. Deseo que os quedéis aquí.

—¿Que nos quedemos aquí? —preguntó el Gravanélico, demasiado sorprendido para comprender—. ¿Quieres decir que nos separemos de ti?

Hollian le puso una mano sobre el hombro, no por contenerlo sino para unir su preocupación con la de él.

—¡Sí! —masculló Covenant con más violencia de la necesaria. Pero inmediatamente se recobró—. Sí. Eso es lo que deseo. Sois el futuro del Reino. No hay nadie más. Aquéllos a quienes el Clave dejó con vida son demasiado viejos o están demasiado enfermos para actuar; o son demasiado jóvenes para comprender. Vosotros dos sois los únicos que quedáis, que sabéis lo que ha ocurrido, y lo que significa. Lo que la vida del Reino debiera ser. Si os ocurre algo, la mayor parte de los supervivientes no llegarían a saber que el Clave estaba equivocado. Seguirían creyendo sus mentiras porque no habría nadie que los contradijese. Necesito que les digáis la verdad. No puedo poneros en peligro.

Linden creyó que les imploraría: Por favor. Por favor. Mas la indignación de Sunder destacó vividamente bajo la aguda luz.

—¿Arriesgarnos, ur-Amo? —preguntó roncamente cuando Covenant se detuvo—. ¿Es el riesgo lo que temes? ¿O es que nos juzgas indignos de tomar parte en tu elevado propósito? ¿Olvidas quiénes somos? —Cerraba el puño en torno al krill envuelto y oculto en el interior de su justillo—. Tu mundo se encuentra en otro lugar, y a él regresarás cuando concluyas tu tarea. Pero nosotros somos el Reino. Somos toda la vida que queda. ¡No permaneceremos a cubierto mientras se decide el futuro de esa vida!

Covenant aguantó el estallido de Sunder sin inmutarse; pero los imperceptibles músculos que bordeaban sus ojos se tensaron como si quisiera gritar: ¿Pero qué te ocurre? ¡Vamos a enfrentarnos con el Amo Execrable! ¡Estoy tratando de evitártelo! Pero su tranquilidad persistió.

—Tienes razón —dijo suavemente; más suavemente de lo que Linden hubiera deseado—. Sois la vida del Reino. Y ya os he arrebatado todo lo demás. Vuestro hogar, vuestras familias, vuestra identidad… Os he despojado de todo y he permitido que carguéis con el coste. ¿No lo entendéis? Deseo devolveros algo. Quiero que tengáis un futuro. —Una cosa que ni Linden ni él poseían—. Así vuestro hijo tendrá al menos la oportunidad de nacer y crecer saludablemente. —La pasión que subyacía en su tono le hizo recordar que él tenía un hijo al que no había visto en once años. Podía haberle gritado: ¡Déjame hacerlo por ti!—. ¿Acaso es la seguridad un precio tan terrible de pagar?

Hollian pareció dudar, inducida por la inequívoca preocupación de Covenant. Pero Sunder no dudó. Aunque su cólera se había evaporado, su resolución persistía. Dijo con dificultad:

—Perdona mi excesiva ira. Thomas Covenant, eres mi amigo de todas formas. ¿Querrías cederme tu anillo blanco para que te protegiese de los peligros del Reino? —No necesitó esperar la respuesta de Covenant—. Tampoco yo puedo entregarte el sentido de mi vida. Me has enseñado a valorarlo en el más alto grado.

Bruscamente bajó la vista.

—Si es su deseo, Hollian puede permanecer aquí. Aunque el hijo que lleva es de ambos, la decisión es suya. —Luego volvió a mirar directamente a Covenant—. No me separaré de ti hasta no quedar satisfecho.

Por un momento, el Gravanélico y Covenant se miraron, y Linden contuvo el aliento. Pero entonces Hollian rompió la tensión. Inclinándose hacia Sunder, apretando los dientes como si pretendiese morder su oreja, dijo:

—Hijo de Nassic, estás completamente loco si crees que me separaré de ti para mantenerme segura.

Covenant levantó las manos.

—Oh, demonios —murmuró—. Dios me libre de gente tan terca. —Aunque sonaba contrariado, su ceñuda expresión había perdido seriedad.

Linden dejó escapar un suspiro de alivio. Captó la mirada de Hollian y un secreto destello pasó entre ellas. Con fingida brusquedad advirtió:

—Nos marcharemos a mediodía. Id también vosotros a prepararos. Nos reuniremos en el vestíbulo.

Sin permitir que Covenant hablase, le condujo a las estancias de Mhoram y cerró la puerta.

Pero más tarde, incluso a través del vital granito de Piedra Deleitosa ella sintió que el mediodía del Sol Desértico estaba próximo; y su corazón se estremeció. Sunder estaba en lo cierto: Él Sol Ban no se había debilitado. Y ella ignoraba cuánto tiempo más podría soportarlo. Se había opuesto a él en las inmensas Llanuras del Norte. Se había enfrentado al Delirante Gibbon aunque su mera proximidad había logrado que la oscuridad se retorciese en ella para liberarse. Mas tales esfuerzos la habían llevado a sus límites. Y no había dormido. El consuelo del amor de Covenant había hecho mucho por ella, pero no podía hacerla inmune a la fatiga. Pese a la protección de la Fortaleza, un terror visceral reptaba por su interior.

El mismo Covenant era sensible al temor. La forma en que la estrechó contenía una tensión que sentía como angustia. Cuando Cail les llamó al vestíbulo, Covenant no titubeó. Pero parecía evitar su mirada, y sus gestos fueron torpes al abrocharse el cinturón y atarse las botas.

Durante un momento, ella no lo imitó. Se hallaba sentada en el lecho de Mhoram, observándole, detestando cubrir el vacío que él había dejado con el menos íntimo contacto de su camisa. Pero sabía que había de acompañarle, y que todo por cuanto se había esforzado se perderla si ahora vacilaba. Pronunció su nombre para hacer que la mirase; y cuando lo hizo, ella se enfrentó a su propio miedo tan directamente como le fue posible.

—No entiendo realmente lo que crees que vas a hacer, pero supongo que no importa. Al menos no en este momento. Iré contigo, a donde sea. Pero yo aún no he respondido a mi propia pregunta. ¿Por qué yo? —Tal vez pretendió decir: ¿Por qué me amas? ¿Qué soy yo, para que debas amarme? Si formulaba las preguntas en estos términos no podría entender la respuesta—. ¿Por qué fui escogida? ¿Por qué insistió Gibbon en que yo era la única…? —Hubo de sofocar un hálito de tinieblas—. La única que iba a destruir la Tierra.

Incluso si me rindo, pensó, incluso si me vuelvo loca y decido ser como él. ¿Dónde conseguiría tal clase de poder?

Covenant encontró su mirada a través de la escasa luz de la lámpara. Se hallaba rígido y entrañable ante ella, una imagen de miedo, amor y contradicción; y parecía saber lo que ella buscaba. Pero el timbre de su voz le reveló que no estaba seguro.

—Son duras esas preguntas. Tienes que crear tu propia respuesta. La última vez que estuve aquí, no supe que iba a derrotar al Execrable hasta que lo hice. Luego pude reflexionar y comprender el motivo. Fui escogido porque tenía capacidad para hacer lo que hice, aunque no lo supiera. —Hablaba serenamente, pero su actitud no podía esconder las exigentes y esperanzadas implicaciones que recorrían sus palabras—. Creo que fuiste escogida porque eres como yo. Somos el tipo de personas que se siente responsable de los otros de modo natural. El Execrable cree que puede usar eso para manipularnos. Y el Creador —por un momento, él le recordó extrañamente al viejo que había dicho: No vas a sucumbir aunque él te ataque. También hay amor en el mundo— espera que juntos constituyamos algo más importante de lo que somos por separado.

La exigencia y la esperanza. La esperanza y la desesperación. Linden no sabía qué iba a suceder, pero sabía la importancia que había adquirido. Levantándose de la cama, fue hacia Covenant y lo besó apasionadamente. Entonces se vistió con rapidez y se dispuso a acompañarle doquiera que él quisiese ir.

En nombre de su sonrisa, lo aceptaría todo.

Mientras se preparaba, Cail repitió el aviso de que los gigantes, haruchai y pedrarianos les aguardaban en el vestíbulo.

—¡Ya vamos! —respondió Covenant.

Cuando ella asintió, abrió la puerta y la hizo pasar con una humorística reverencia, como si ella fuese regia para sus ojos.

Cail se inclinó ante ambos con el semblante, en la medida que su inexpresividad lo permitía, de quien tiene algo que decir y se muere por hacerlo. Pero Linden se dio cuenta que aún no había hallado el momento apropiado. Devolvió la cortesía porque también él se había mostrado digno de confianza. Nunca había dudado de su fidelidad, pero la nativa extravagancia de sus juicios siempre lo había hecho parecer a sus ojos peligrosos e imprevisible. Sin embargo ahora lo veía como a alguien que había pasado a través del rechazo y la indignidad para llegar a una decisión esencial, una decisión que ella esperaba ser capaz de comprender.

Juntos, Covenant, Cail y Linden dejaron atrás el plateado fulgor que resultara del primer encuentro del Incrédulo con el Clave. Aquella irradiación brillando contra su espalda, produjo en Linden una punzada de añoranza; representaba una parte de él que había desaparecido. Pero él estaba plegado sobre sí mismo mientras avanzaba, concentrado en lo que le aguardaba. Aquélla era su respuesta a la pérdida. Y no necesitó que Cail lo guiara para hallar el camino a través de la laberíntica Fortaleza. Durante un cruel instante, ella dejó que el remordimiento la purificase, soportándolo por ambos. Luego, volvió su atención hacia sus acompañantes y trató de fortalecerse contra el Sol Ban.

El vestíbulo apenas coincidía con la imagen que tenía de él. El suelo continuaba agrietado y roto, difícil de transitar; pero se encontraba iluminado por antorchas, y la luz solar penetraba por entre las destruidas puertas. Los cuerpos de los muertos habían sido sacados de allí; la sangre de la batalla había sido eliminada de la piedra. Y los heridos trasladados a estancias más adecuadas. Aquel progreso sugería que Piedra Deleitosa podía llegar a ser de nuevo habitable.

Junto a los portones se hallaban agrupados quienes habían acompañado o combatido por el Incrédulo, y sobrevivido. La Primera de la Búsqueda con Encorvado y Tejenieblas; Sunder y Hollian; Durris y Fole, Harn, Stell y el resto de los haruchai; el oscuro Demondim, y Buscadolores el Designado. Encorvado saludó a Linden y a Covenant como si la perspectiva de abandonar Piedra Deleitosa le hubiera devuelto el buen humor en considerable medida, pero el resto del grupo continuó en silencio. Parecían esperar a Covenant como si fuese el punto sin retorno de sus vidas. Incluso los haruchai, notó Linden con una leve sorpresa. A pesar de su intransigencia de nativos de los montes, estaban equilibrados sobre una cumbre peculiar y podían tambalearse. Cuando Covenant se acercó, todos ellos pusieron una rodilla en tierra en mudo homenaje.

Los otros tenían pocas preguntas que formular. Ni Vain ni Buscadolores habían tenido nunca necesidad de ellas. Y Covenant había aceptado ya la compañía de la Primera y Encorvado, Hollian y Sunder. Ellos únicamente necesitaban saber hacia dónde se dirigían. Los problemas que aún quedaban por resolver pertenecían a los haruchai.

Pero cuando Covenant urgió al pueblo de Cail para que se levantaran de nuevo, fue la Primera quien se dirigió a él. Pese al combate y al desconsuelo, parecía rehecha. A diferencia de su esposo, había encontrado exigencias y propósitos que comprendía, porque era diestra en la prueba de la batalla.

—Amigo de la Tierra —dijo ceremoniosamente, con el pelo y la voz resplandeciendo—, bienvenido seas. El final del Clave y del Fuego Bánico y la liberación de Piedra Deleitosa merecen alta consideración, y serán honrados en una canción de mar dondequiera que nuestro pueblo guarde aún música en sus corazones. Nadie podría reprocharte que decidieses permanecer aquí descansando y recobrándote. Es justo que la visión y el arte de esta edificación realizada por gigantes sirva de premio a lo que la Escogida y tú lograsteis.

»Sin embargo —prosiguió sin detenerse—, aplaudo el propósito que te induce a marcharte. Desde el peligro a la pérdida he seguido en pos de ti a través del mundo, y al fin se me ha concedido asestar un golpe contra la maldad. Pero nuestras pérdidas han sido terribles y dolorosas, y no basta con un solo golpe. Deseo volver a atacar, si puedo. Y los pedrarianos nos han revelado que el Sol Ban perdura, procurando la ruina de la Tierra. La Búsqueda aún no ha tocado a su fin. Amigo de la Tierra, ¿a dónde piensas encaminarte?

Linden miró a Covenant. Era una contradicción viviente, temeroso e intrépido a la vez. Mantenía la cabeza alta como si estuviera convencido de que era digno de los gigantes y haruchai, del Gravanélico y de la Eh-Estigmatizada; y la luz del sol que se reflectaba desde la limpia piedra purificaba su rostro, de modo que él parecía el fundamento mismo de la Tierra. Pero sus hombros estaban rígidos, bloqueados por el acto de estrangular su propia debilidad, su deseo de quedar exento. Demasiadas cosas dependían de él, y carecía del sentido de la salud que le guiase.

Frágil, invencible y humano, correspondió a la mirada de la Primera, desviándola después hacia Cail, Durris y los haruchai heridos. Luego respondió:

—Cuando estuve en Andelain encontré a varios de mis antiguos amigos, gente que había confiado en mí, cuidándome, amándome mucho antes de que pudiera hacer ninguna de aquellas cosas por mí mismo. Mhoram me recordó unas cuantas lecciones que ya debiera haber aprendido. Vasallodelmar me entregó a Vain. Bannor prometió que su pueblo me serviría. Y Elena —Elena, su hija, que lo había amado de la misma desquiciada manera en que odiaba al Amo Execrable— me dijo al fin lo que yo tendría que hacer. Cuando llegue el momento y debas enfrentarte al Despreciativo, tendrás que buscarlo en el Monte Trueno, concretamente en Kiril Threndor, donde ha fijado su morada. —Tragó saliva con dificultad—. Allí es a donde pienso encaminarme. Voy a terminar con esto de una u otra manera.

Aunque habló con suavidad, sus palabras parecieron resonar en el inmenso vestíbulo.

La Primera asintió vehementemente con un gesto.

Empezó a preguntarle dónde se hallaba el Monte Trueno, pero se interrumpió. Durris había avanzado un paso. Miró a Covenant con un inusitado e intenso brillo en sus inexpresivos ojos.

Ur-Amo, nosotros te acompañaremos.

Covenant no titubeó. Con voz tan inexorable como la del haruchai, dijo:

—No, no lo haréis.

Durris enarcó una ceja, pero no se permitió ninguna otra señal de sorpresa. Durante un segundo, desplazó su atención como si conferenciase inaudiblemente con los suyos. Luego dijo:

—Es lo que tú solicitaste. Una promesa de servicio te fue hecha por el Guardián de Sangre Bannor entre los muertos. Y además lo has merecido al redimirnos del yugo y la inmolación del Clave. ur-Amo, te acompañaremos hasta el final.

El dolor torció la boca de Covenant. Pero no dudó. Sus manos estaba cerradas, presionando contra los muslos.

—He dicho no.

Durris se detuvo otra vez. El aire estaba tenso de expectación; principios que Linden no sabía cómo calibrar habían entrado en crisis. Verdaderamente no comprendía la intención de Covenant. La Primera se adelantó como si quisiera formular algún ruego o protesta. Pero los haruchai no necesitaban que hablase por ellos. Durris se acercó un poco más a Covenant; su mirada contenía un matiz de apremio. Su pueblo sabía mejor que nadie lo que estaba en juego.

—Thomas Covenant, considéralo. —Linden se sorprendió de que fuese Durris quien hablara y no Cail—. Tú conoces a los haruchai. Y también la historia del Guardián de Sangre. Fuiste testigo de aquel orgulloso y perpetuo Voto; y presenciaste su fin. No pienses que nosotros lo hemos olvidado. En todo el tiempo que duró aquel servicio, los Guardianes de Sangre soportaron el tormento de no poder presentarle batalla directamente a Corrupción. Y cuando al fin llegó la oportunidad para Bannor, cuando se halló a tu lado sobre el Declive del Reino junto con Corazón Salado Vasallodelmar y supo tu intención, se marchó de allí. Tenías necesidad de él y se marchó.

«Nosotros no juzgamos. El Voto fue roto. Mas te confieso que hemos saboreado el fracaso, y no es de nuestro agrado. Hemos de restaurar nuestra fe. No nos marcharemos otra vez.

Aproximándose todavía más a Covenant, continuó como si no deseara que nadie más le oyese:

Ur-Amo, ¿te va a ocurrir lo que a Kevin Pierdetierra? ¿Acaso es tu propósito separarte de quienes te evitarían un Ritual de Profanación?

Ante aquello, Linden esperó que Covenant estallase. Ella misma ansiaba protestar, negando ardientemente la infundada acusación de Durris. Pero Covenant no alzó la voz. En vez de ello, interpuso su media mano entre Durris y él, mostrando la palma con los dedos desplegados. Su anillo se aferraba como una manilla a lo que alguna vez fuera su dedo de en medio.

—Recuerda —dijo sin permitirse ni el sarcasmo ni la amargura—. Pero ¿es que has olvidado por qué el Voto se rompió?

»Yo te diré por qué. Tres Guardianes de Sangre pusieron las manos sobre un fragmento de la Piedra Illearth, y creyeron que les conferiría el suficiente poder para hacer lo que siempre habían deseado. Así, ellos fueron a la Guarida del Execrable, desafiando a Corrupción. Pero estaban equivocados. No existe sangre ni carne inmunes. El Execrable los subyugó, como subyugara a Kevin cuando Elena quebrantó la Ley de la Muerte. Les mutiló para que se parecieran a mí… a ésta —agitó su media mano— y los envió de vuelta a Piedra Deleitosa para escarnio de la Guardia de Sangre. —Un gemido quiso brotar en su interior, pero lo contuvo—. ¿Te sorprende que el Voto fuera quebrantado? Yo creí que eso estaba destinado a quebrantar sus corazones.

«Bannor no se marchó. Me dio exactamente lo que yo necesitaba. Me mostró que aún era posible continuar viviendo.

Se detuvo para afianzarse; y Linden sintió crecer la mezcla de su certidumbre y poder, los sintió palpablemente más vigorosos.

—El hecho es —dijo sin intención de acusarlos—, que os habéis estado equivocando todo el tiempo. Habéis malinterpretado vuestra propia duda desde un principio. Su significado. Su importancia. Primero fue Kevin, después los otros Amos y, por último, yo; siempre desde que vuestro pueblo llegó al Reino, os habéis estado comprometiendo al servicio de hombres y mujeres normales que no eran dignos de lo que les ofrecíais. Kevin era un buen hombre que cedió cuando la presión se hizo más intensa de lo que podía soportar, y los Guardianes de Sangre jamás fueron capaces de perdonarlo porque habían puesto su fe en él; y cuando fracasó, pensaron que la culpa había sido de ellos por no haber logrado que fuera digno, por no haber evitado que fuera humano. Una vez y otra os habéis puesto a disposición de alguien que tenía que fallaros, por la mera razón de ser humano y de que los humanos fallan en una u otra ocasión… y, cuando esto ocurre, no podéis perdonarle porque su error arroja dudas sobre vuestro servicio. Y tampoco os podéis perdonar a vosotros mismos. Deseáis servir perfectamente, y eso significa una responsabilidad total. Y cuando algo os excede para recordaros vuestra mortalidad, como las Danzarinas del Mar, también resulta imperdonable y decidís que no sois dignos ya de proseguir sirviendo. O por el contrario ambicionáis algo descabellado, como combatir personalmente al Execrable.

Lentamente bajó la mano, pero la mirada que clavaba en Durris no vaciló, y la lucidez ardía en sus ojos.

—Podéis hacer algo mejor que eso. Nadie cuestiona vuestra dignidad. La habéis demostrado un millar de veces. Y si no os basta, recordad que Brinn se enfrentó al Guardián del Árbol Único ak-Haru Kenaustin Ardenol, y venció. Cualquiera de vosotros habría hecho igual en su lugar. No tenéis por qué seguir sirviéndome por más tiempo.

»Y —añadió cuidadosamente— no os necesito. No del modo que pensáis. No quiero que me acompañéis.

Durris no accedió, pero Linden sintió que lo deseaba, que la gran certidumbre de Covenant le avergonzaba. Parecía incapaz de negar la imagen que Covenant describía, y poco dispuesto a aceptar sus implicaciones.

Ur-Amo, ¿qué habremos de hacer? —preguntó como si no se sintiera desconsolado—. Nos has devuelto nuestras vidas. Debemos recompensarte. Es necesario. —A pesar de su falta de inflexión, su voz, cargó todo el peso de la historia de los haruchai en la palabra necesario. La prodigalidad y lealtad de su gente requería una salida—. El Voto de la Guardia de Sangre se había hecho para honrar la generosidad y grandeza del Amo Superior Kevin y Piedra Deleitosa. Nadie se lamentó a causa de él. ¿Es que nos pides que juremos otra vez, para que podamos preservar el significado de nuestras vidas?

—No. —La mirada de Covenant cedió, enturbiándose, y puso la mano sobre el hombro de Durris como si deseara abrazarlo. Linden sintió emanar de él el dolor de su estima. Los Guardianes de Sangre y los haruchai se habían entregado a él sin una pregunta, y nunca creyó merecerlos—. Hay otra cosa que deseo que hagáis.

Ante la postura de Durris se reafirmó. Se irguió ante el Incrédulo como en un saludo.

—Deseo que permanezcáis aquí, en Piedra Deleitosa. Tantos de vosotros como sea posible. Por dos razones. Porque hay que cuidar de los heridos, y porque el Reino va a necesitaros. Va a necesitar a todo hombre y mujer a quien se pueda persuadir para que mire al futuro. Y para que proteja la ciudadela. Ésta es Piedra Deleitosa, Fortaleza del na-Mhoram. Pertenece al Reino y no a Corrupción ni a Delirante alguno. Quiero que esté a salvo. Así en el futuro habrá un lugar como centro. Un sitio en el que la gente pueda descubrir el pasado, ver lo que el Reino supone, y hacer planes. Un lugar de defensa. Y de esperanza. Ya me habéis dado cuanto Bannor me prometiera, y aún más. Pero también quiero que os encarguéis de esto. Por mí. Y por vosotros mismos. Aquí podréis servir a algo que no va a fallaros.

Durante un prolongado momento, Durris permaneció en silencio mientras se dirigía mentalmente a los suyos. Luego habló, y su voz desapasionada resonó en los oídos de Linden como un lejano son de trompetas.

Ur-Amo, así lo haremos.

En respuesta, Covenant oprimió el hombro de Durris y trató de controlar la gratitud que le salía por los ojos.

Cuando Durris se retiró para volver con los demás haruchai, Cail dio un paso adelante. Su vieja cicatriz se mostraba claramente en un brazo, pero también tenía otras. Junto con Brinn, había exigido en cierta ocasión que se castigara a Linden, creyendo que era una sierva de Corrupción. Y junto con Brinn había sucumbido al canto de las Danzarinas del Mar. Pero Brinn se dirigió solo a enfrentarse al Guardián del Árbol Único; Cail fue dejado atrás para que pagase el precio del recuerdo y la pérdida.

—Thomas Covenant —dijo quedamente—. Amigo de la Tierra. Permíteme.

Covenant lo miró fijamente. Una extraña frialdad trascendía de los ojos de Cail.

—He escuchado tus palabras —dijo el haruchai—, pero no está en mi mano aceptarlas o rehuirlas. Desde aquella vez en que la blanca belleza y el engaño de las Danzarinas del Mar me enajenó, no he seguido a tu servicio. Sin embargo he cumplido la orden que me impusiera el ak-Haru Kenaustin Ardenol. No puedes haberlo olvidado. —Covenant asintió lleno de tristeza, pero Cail citó—: «Cail ocupará mi puesto a tu lado hasta que la promesa del Guardián de Sangre Bannor haya tocado a su fin». —Entonces prosiguió—. Eso es lo que he procurado. Pero no era yo quien había sido probado contra el Guardián del Árbol Único. En vez de triunfo, sólo encontré las muertes de los gigantes y las dudas de los míos. Pero esto lo he hecho, no sólo porque me fuera encomendado, sino también porque lo había prometido y por ello me fue concedido que una vez cumplida la palabra de Bannor, podría seguir el impulso de mi corazón.

«Amigo de la Tierra, tú has proclamado tal cumplimiento. Y ya te he servido hasta gastar mis últimas energías. Ahora te pido permiso. Permiso para marcharme.

—¿Marcharte? —preguntó Covenant. En su rostro se apreciaba con claridad que no era eso lo que había esperado. Hizo un esfuerzo para disimular la sorpresa—. Por supuesto que te puedes ir. Puedes hacer lo que quieras. No te detendría aunque pudiera. Te has merecido… —Tragando saliva cambió de táctica—. Pero haces falta aquí. ¿Es que piensas regresar a tu hogar, de nuevo con tu familia?

Sin expresión alguna Cail replicó: —Vuelvo con las Danzarinas del Mar. Covenant y la Primera reaccionaron en simultánea protesta; la potente voz de ella se impuso.

—¡Eso es una locura! ¿Es que has olvidado lo cerca que estuviste de la muerte? Furiavientos y yo a punto estuvimos de fracasar en tu rescate. ¡No consentiré que se malogre la vida que salvé del abismo!

Pero la sorpresa y el temor parecieron tensar al máximo la percepción de Linden agudizado su penetración; y vio a Cail con súbita claridad, sintiendo partes de él que habían permanecido ocultas hasta entonces. Supo con la repentina certidumbre de la visión que no pretendía perder la vida ni buscaba la muerte entre las Danzarinas del Mar, lo que anhelaba era una vida diferente. Una solución para el inextricable deseo y desamparo de su vehemente naturaleza.

Cortó a Covenant, e interrumpió a la Primera. Ambos la miraron fijamente, pero ignoró su vehemencia. Ellos no comprendían. Brinn había dicho: La piel de nuestras mujeres es morena por el sol y el nacimiento. Pero hay también una blancura tan inmaculada como el hielo que procede de las cumbres de las montañas, y abrasa como la más pura nieve abrasa en más alta cima de las montañas y en el tormo más alto. Y de eso procedía una llamada a la cual Cail no podía continuar negándose. Palpitando por el afán de apoyarle, de darle algo a cambio de su fidelidad, Linden se apresuró en pronunciar las primeras palabras que le vinieron.

—Brinn le dio permiso. ¿Es que no os dais cuenta? Sabía lo que estaba diciendo, lo que Cail deseaba hacer. Él mismo había escuchado aquella canción. Cail no se marcha para morir.

Pero entonces hubo de detenerse. No sabía cómo explicar su convencimiento de que Brinn y Cail podían ser creídos.

—Thomas Covenant —dijo Cail—, comprendo el valor de lo que les has concedido a los haruchai; un servicio puro y digno. Y he sido testigo del encuentro de Brinn con el ak-Haru Kenaustin Ardenol, una gran victoria de nuestro pueblo. Pero el coste del triunfo fue la vida de Cable Soñadordelmar. No deseo para mí tal honor.

»El canto de las Danzarinas del Mar fue llamado engaño. ¿Pero no es toda vida una especie de sueño? ¿Acaso no has dicho tú mismo que el Reino lo es? Sea sueño o sea engaño, la música que escuchó me transformó. Mas no he descubierto el significado de tal cambio. Ur-Amo, deseo comprobar el fondo de cuanto he soñado. Permítemelo.

Linden miró a Covenant con ojos implorantes, pero él no recogió su mirada. Se enfrentó a Cail, y contradictorias emociones cruzaron por su rostro, una tras otra: comprensión ante lo que Cail había dicho, tristeza por Soñadordelmar, miedo por los haruchai. Mas después de un momento, encontró su camino a través de ellas.

—Cail… —comenzó. Su garganta se cerró como si le asustara lo que iba a decir. Cuando recobró la voz, su tono fue inesperadamente suave y solitario, como el de alguien que no se puede permitir siquiera la marcha de un amigo—. Yo escuché la misma canción que tú. Las Danzarinas del Mar son peligrosas. Ten mucho cuidado con ellas.

Cail no dio las gracias al Incrédulo. No sonrió, ni asintió, ni habló. Mas por un instante la mirada que dirigió a Covenant fue como un himno de triunfo.

Luego giró sobre sus talones, salió del vestíbulo adentrándose en la luz del sol, y desapareció.

Covenant contempló la marcha del haruchai como si incluso entonces deseara llamarle para que volviera, pero no lo hizo. Y ni uno solo de los restantes haruchai hizo el menor movimiento por oponerse a la decisión de Cail. Lentamente, un susurro que parecía un suspiro cruzó el vestíbulo, y la tensión descendió. Hollian parpadeó para desprenderse de la humedad que le nublaba los ojos. Sunder miraba atontado y temeroso por las implicaciones de la elección de Cail. Linden anheló mostrar a Covenant la gratitud que Cail había descuidado, pero fue innecesario. Vio que ahora entendía y su expresión se relajaba. Tras la tristeza que le causaba haber perdido a tanta gente se insinuaba una irónica sonrisa que parecía indicar que él hubiera hecho la misma elección que Cail si ella hubiese sido una Danzarina del Mar.

La Primera se aclaró la garganta.

—Amigo de la Tierra, no puedo compararme a ti. Tales decisiones me exceden. Si yo hubiera estado en tu lugar, mi respuesta habría sido negativa, alegando que nuestra necesidad de apoyo por parte de los haruchai es cierta e inmediata. Mas no te pongo en cuestión. Soy una gigante como los demás, y tal generosidad me complace.

»Sólo te pido que reveles el lugar donde se encuentran el Monte Trueno y Kiril Threndor para que Tejenieblas pueda llevar el mensaje en dirección este hasta Línea del Mar. Acaso su camino y el de Cail coincidan, y tengan necesidad de mutua ayuda.

Covenant asintió en el acto.

—Es una buena idea. —Rápidamente describió lo mejor que pudo la localización del Monte Trueno a horcajadas del centro del Declive del Reino, por donde el Río Aliviaalmas atravesaba las Madrigueras de los Entes desembocando en el curso principal que bañaba el Llano de Sarán y el Gran Pantano—. Desgraciadamente —añadió—, no puedo indicarte cómo encontrar Kiril Threndor. Estuve allí en una ocasión, se halla en algún sitio del seno de la montaña, pero todo el condenado lugar es un laberinto.

—Eso bastará —dijo la Primera. Luego se volvió a Tejenieblas—. ¿Lo has oído? Si puede lograrse a base de pericia y valentía, el maestro de anclas Quitamanos conducirá al Gema de la Estrella Polar hasta Línea del Mar y La Aflicción. Allí habrás de reunirte con él. Si fracasamos, el sino de la Tierra recaerá sobre ti. Y si no —prosiguió menos severamente—, podrás proveer para nuestro establecimiento en Hogar. —Con voz más amable, preguntó—: ¿Estás satisfecho, Tejenieblas?

Linden le miró atentamente y se tranquilizó. El gigante que había procurado servirla y creyó haber fracasado se hallaba herido y débil, con un brazo en cabestrillo y magulladuras en el rostro; pero la mayor parte de su descontento había desaparecido. Quizás nunca olvidaría del todo la duda. Pero la había redimido en su mayor parte. El espíritu que le alentaba estaba abierto a la paz.

Fue hacia él porque quería darle las gracias… y ver cómo sonreía. Parecía una torre ante ella, pero estaba acostumbrada. Apretando suavemente una de sus inmensas manos, le dijo:

—Quitamanos será ahora el capitán. Y Furiavientos la maestra de anclas. —Con deliberación aventuró aquella referencia a la muerte de Honninscrave—. El Gema de la Estrella Polar va a necesitar un nuevo sobrecargo. Alguien que tenga conocimientos para curar. Diles que yo te recomiendo para el puesto.

Bruscamente bajó hasta ella y se vio desaparecer en el apretón de su brazo sano. Por un instante temió verle dolorido y gimiendo, más luego controló su emoción y ella le devolvió el abrazo con tanta fuerza como pudo.

Cuando volvió a dejarla en el suelo, sonreía con el gesto de un gigante.

—Márchate ya, Tejenieblas —murmuró la Primera con brusca amabilidad en el tono—. Te va a ser difícil alcanzar a Cail.

En respuesta, él lanzó una carcajada.

—¿Dejar atrás a un gigante? ¡No mientras yo viva! —Dedicándole un gesto humorístico a Encorvado y un saludo a Covenant y Linden, se echó a la espalda el saco de provisiones y se precipitó por el túnel que pasaba bajo la Torre Vigía como si pretendiese continuar a ese ritmo todo el camino hasta el Declive del Reino antes que permitir que el haruchai le superase.

Después de aquello, no quedaba nada que retuviera al grupo allí. La Primera y Encorvado cargaron sobre sus hombros los paquetes de suministros. Sunder y Hollian tomaron los bultos que habían preparado para sí. Por un instante, Covenant contempló la piedra del vestíbulo que le rodeaba como si temiera dejarla y le espantasen las consecuencias de la decisión tomada. Luego, la certeza volvió a él. Tras despedirse brevemente de los haruchai y aceptar sus reverencias con tanta amabilidad como la turbación le permitió, comenzó a andar hacia la luz del sol que se filtraba por las derruidas puertas. Vain y Buscadolores ocuparon sus habituales posiciones tras él, o tras Linden, cuando salieron al exterior.

Apretando los dientes contra el golpe del Sol Ban sobre sus nervios, Linden se situó bajo el Sol de Desierto.