DIEZ

El Fuego Bánico

Con toda claridad, a través de la súbita conmoción de la compañía, pudo oír el grito entrecortado de Linden. No había viento, nada que mitigase la árida presión del sol. Bajo él, el terreno estaba cayendo en la paradójica pureza de la profanación. La limpieza del exterminio. No era de extrañar que resultara tan duro contener el fuego. El equilibrio parecía abandonarle bajo el plano y amarronado cielo. No había comido ni descansado desde el día anterior. Quizás éste era el motivo de que le pareciera que el horizonte se inclinaba a un lado como si fuera a desatracar. La inanición o el desaliento.

Pero Encorvado y Cail lo sostuvieron ayudándole a descender del promontorio, y Linden llego hasta él en una nube de vértigo. Nunca había soportado bien las alturas. Sabía que estaba pronunciando su nombre, pero se sentía incapaz de escucharla. Le resultaba imposible enfocar su rostro. Debía estar protestando: ¿Un esperpento de la arena? ¿Es que te has vuelto loco? ¿Qué te hace creer que podrás controlarlo?

Mas no era así. Sus manos se aferraban a los hombros de Covenant, para luego retirarse. En esta ocasión, el movimiento de sus labios era como un grito.

—¡Tú…! —empezó. Pero sus palabras no le llegaban—. ¡Oh, Covenant!

La voz de la Primera atravesó el salvaje girar de las colinas.

—¿Qué es lo que le está afectando? —Todos sus amigos estaban reunidos en torno suyo, y giraban. Vio a Mhoram y a Vasallodelmar, a Bannor y a Elena, y a Caer Caveral; todos allí como si exigieran lo mejor de él—. ¿Qué ha emanado para dañarle? —Le salieron al encuentro en Andelain ofreciéndole cuanto les fue posible y éste era el resultado. Se veía atrapado en una rueda sin eje—. ¡Escogida, tienes que hablar!

—Está ardiendo. —El tono de Linden estaba humedecido por las lágrimas—. El veneno le está quemando. Ya estaríamos todos muertos si no lo mantuviera en su interior. Hasta que no pueda resistir más. Hasta que lo devore para abrirse paso al exterior.

La Primera maldijo y luego ordenó con voz cortante algo que Covenant tampoco pudo oír. Un momento después, las manos de Encorvado, con una decisión que no admitía el rechazo, acercaron el cuenco de diamantina a la boca de Covenant.

El potente olor hizo que las aletas de su nariz se dilatasen por el pánico. Acaso aquello le devolviera el autocontrol. O tal vez alimentase la incandescencia del poder que estaba reprimiendo. No podía correr el riesgo.

De alguna manera, consiguió ralentizar la vorágine. La claridad se hizo posible. No se podía permitir un fracaso. Y tampoco mantenerse inactivo durante demasiado tiempo, únicamente hasta lograr la culminación de sus pesadillas. Eso era posible. Cuando estuvo seguro de quiénes eran los que le rodeaban, dijo como si estuviera asfixiándose:

Diamantina no, metheglin.

La Primera lo miró con extrañeza, pero Linden asintió.

—Tiene razón —señaló rápidamente—. Tiene que conservar su equilibrio. Entre la fuerza y la debilidad. La diamantina es demasiado fuerte.

Alguien estaba moviéndose. Hollian y Tejenieblas se alejaron para regresar al momento con una redoma de la espesa aguamiel del Reino. Covenant bebió al principio sólo un poco, luego bebió más, conforme se iba sintiendo dueño del fuego que albergaba. El vértigo fue desapareciendo lentamente. Sus amigos se hallaban presentes y tranquilos. El terreno volvía a ser firme. El sol tañía en sus ojos resonando contra las sienes, como la muda carcajada del Execrable; y a su rostro afluía el sudor del desconsuelo. Pero cuando el metheglin amplió sus efectos, descubrió que se sentía al menos capaz de soportar el calor.

Se puso en pie con ayuda de Encorvado. Se volvió hacia el este, tratando de escrutar con la mirada el ondulante desierto.

—¿Vendrá? —preguntó la Primera, sin dirigirse a nadie en particular—. Se interpone el ancho océano, y ésa no es una barrera desdeñable.

—Kasreyn dijo que lo haría. —Linden se mordió los labios para dominar su miedo, y luego prosiguió. Dijo—: «La distancia nada significa para un poder tal». —Covenant lo recordaba. Los esperpentos de arena contestan rápidamente a quienes los llaman. De aquel modo había sido asesinado Hergroom. Pero Covenant ya había invocado a Nom con anterioridad, instigado por Linden; y no fue abatido. Y Nom no había regresado a la Condenaesperpentos. En consecuencia, ¿por qué la bestia habría de contestarle ahora? No tenía motivos para concebir tan descabellada esperanza, ninguna razón excepto el que Nom se reclinó ante Covenant cuando él le perdonó la vida.

Pero el este continuaba desierto y la colina se cerraba a su alrededor como un cortinaje. Ni aun los ojos de los gigantes podían captar señal alguna de respuesta.

Bruscamente, la voz sin modulaciones de Cail rompió el silencio.

—Aguanta ur-Amo.

Señaló con el brazo hacia la colina en dirección a Piedra Deleitosa.

Por un momento, Covenant creyó que el haruchai pretendía que observara la inmensa y brillante saeta rojiza del Fuego Bánico. Con ecos de sol blancos y marrones ardiendo en su mirada, se dio cuenta de que la siseante irradiación parecía ahora más intensa, como si el Delirante Gibbon la estuviese alimentando al objeto de facultar al Clave para el combate. Como si estuviera inmolando a los aldeanos y haruchai prisioneros con tanta rapidez como le permitiese la sangre al derramarse sobre el suelo del Recinto Sagrado en el que ardía el Fuego Bánico.

Ante aquella idea, los puntos que fulguraban en sus ojos se tornaron negros. Su control vaciló. Las heridas de colmillo que se delataban en su antebrazo le punzaron como si hubieran sido nuevamente abiertas.

Pero entonces vio a los Caballeros en la base de la Torre. Eran cuatro: dos empuñaban los rukhs para dominar a un haruchai que llevaban con ellos, y los otros dos estaban equipados con cuchillos y baldes.

Pretendían sacrificar a aquel prisionero, encadenado mentalmente, a la vista de Covenant y sus compañeros.

Covenant dejó escapar un grito que hizo vibrar el aire. Pero al mismo tiempo trató de dominarse, diciéndose: No, No. Trata de provocarme.

La negrura se retorcía en su interior. Pudo rechazarla hasta lograr reducirla.

—Honninscrave. —La voz de la Primera sonaba casi despreocupada, como si la visión de las atrocidades la calmase—. Tejenieblas. Creo que no debemos permitir eso.

La mitad de los haruchai habían empezado a subir la ladera corriendo. No hizo esfuerzo alguno para lograr que volvieran. Inclinándose sobre el polvo, cogió una roca más grande que la palma de su mano y, sin interrumpir el movimiento, se la arrojó a los Caballeros.

Golpeó contra la pared que había a sus espaldas y estalló en una lluvia de lascas que cayeron sobre ellos como puñales.

Honninscrave y Tejenieblas siguieron el ejemplo de la Primera. Sus lanzamientos fueron tan precisos que uno de los Caballeros resultó con una pierna aplastada, y otro seriamente dañado por una granizada de fragmentos tras un rebote. Sus compañeros se vieron forzados a liberar al haruchai para utilizar los rukhs en su propia defensa.

Mientras los cuatro Caballeros se retiraban al interior del túnel, su prisionero se volvió contra ellos. Repentinamente libre de su yugo, logró rematar al malherido, para luego girar con gesto desdeñoso sobre los talones e iniciar el descenso para reunirse con los suyos. Pese a que sangraba por diferentes cortes que le habían producido las afiladas piedras, se comportaba como si estuviera ileso.

Covenant abominaba el asesinato. Había elegido su camino en un esfuerzo por ahorrar cuantas vidas fuera posible. Pero al contemplar al haruchai liberado caminando hacia él con una pura y absoluta serenidad, una torva sonrisa estiró las comisuras de su boca. En aquel instante llegó a ser más peligroso para Gibbon y para el Clave que cualquier hueste de guerreros o de poderes.

Cuando volvió a mirar hacia el este, vio un penacho de polvo elevándose a través de la calina.

No tenía dudas acerca de lo que era aquello. Nada que no fuera un esperpento de arena podía viajar con tan gran velocidad como para levantar tanto polvo.

Tejenieblas escrutaba aquella nube con creciente asombro. Encorvado murmuraba inútilmente para sí, e intentaba torpes bromas que parecían atenuar su temblor. La Primera sonreía tensamente. Entre los gigantes, Honninscrave era el único que no estaba contemplando el avance de la bestia: permanecía con la cabeza gacha y los brazos cruzados sobre el pecho como si el haber arrojado piedras a los Caballeros hubiera despertado su ansia de violencia.

Inesperadamente, Buscadolores habló. Parecía cansado, casi exhausto, desgastado por el prolongado peso de su responsabilidad, pero su voz denotaba menos amargura de la acostumbrada.

—Portador del anillo —dijo—, el propósito que te mueve es abominable y debe ser desechado. Quienes sostienen la Tierra entre sus manos no tienen ninguna justificación para vengarse. No obstante han descubierto una manera más sabia de lograr tus fines. Te imploro que les entregues a la bestia. Apenas comprendes lo que has invocado.

Covenant ignoró al elohim. Linden dirigió su mirada al Designado. Sunder y Hollian también lo miraron, confusos. Pero nadie habló.

Nom se había hecho visible en el vértice de la flecha de polvo.

Albina contra el reseco yermo, la bestia se aproximaba con sorprendente rapidez. Su tamaño no era comparable a su poderío. Era sólo unos palmos más alta que Covenant y de complexión un poco superior a los haruchai; sin embargo, dándole tiempo, libertad y la posibilidad _de concentrarse era capaz de reducir a cascotes la granítica cuña sobre la que Piedra Deleitosa se asentaba. Tenía un extraño modo de andar, apropiado para los desiertos: las rodillas vueltas hacia atrás como las de un pájaro para utilizar completamente el impulso del amplio almohadillado de sus pies. Carente de manos, tenía brazos conformados como arietes.

Y no tenía rostro. Nada definía la pelada cabeza excepto las tenues arrugas del cráneo bajo sus dos ocultas rendijas, semejantes a agallas, situadas una a cada lado. Incluso para la normal visión de Covenant, el esperpento de arena parecía tan puro e incontestable como una fuerza de la naturaleza, un huracán que hubiese adquirido aquella forma salvaje y estuviera ávido por desencadenarse sobre algún lugar.

Se aproximaba corriendo como si pretendiera lanzarse sobre él.

Pero al fin se detuvo, produciendo a su alrededor un denso nimbo de polvo, enfrentándose a él desde una corta distancia. Durante un momento tembló, como había hecho en el combate directo en que Covenant le derrotara, porque no había sabido contener su furia salvaje ni siquiera para salvar la vida. El servir era un concepto ajeno a su mente de bruto; la violencia tenía más sentido. El sudor empeñaba la visión de Covenant mientras aguardaba a que la bestia tomara una decisión. Contuvo el aliento involuntariamente. Leves llamaradas escaparon a su control lamiendo su antebrazo antes de que pudiera contenerlas de nuevo.

El temblor de Nom aumentó… y desapareció después bruscamente. Postrándose sobre el suelo, la bestia apoyó la frente sobre el barro a los pies de Covenant.

Poco a poco dejó escapar entre dientes el aire que había estado reteniendo. Un suspiro de alivio se propagó por entre los miembros del grupo. Linden se cubrió momentáneamente el rostro para introducir después los dedos en sus cabellos como si tratara de extraer valor de su miedo.

—Nom —dijo Covenant con voz agitada—. Gracias por venir.

Ignoraba hasta qué punto la bestia era capaz de comprenderle, pero ésta se irguió desdoblando las rodillas y aguardando expectante ante él.

No se permitió dudar. El vínculo que le unía a Nom era frágil. Y podía sentir que el veneno actuaba en su interior como si fuera un ácido. El propósito era tan claro para él como la adivinación que le enviara vanamente en pos del Árbol Único. Volviéndose hacia sus compañeros, se dirigió a ellos como grupo.

—Deseo que permanezcáis aquí. —Apretando las mandíbulas se esforzó en imponerse a los temblores que distorsionaban su tono—. Dejadnos a Nom y a mí. Los dos juntos nos bastamos para el empeño. Y no podría soportar perder a ninguno de vosotros.

No tenía derecho a decir tales cosas. Cada uno de los miembros del grupo se había ganado un puesto en aquella aventura, mas cuando consideraba lo que pudiera ocurrirles anhelaba quitárselo.

—Necesitaré a Linden —prosiguió antes de que nadie pudiese protestar—. Gibbon va a tratar de esconderse de mí. No seré capaz de localizar al Delirante sin ella. —La mera idea le hacía daño; sabía lo profundamente que los Delirantes la aterraban—. Y me llevaré a Cail y a Fole para que nos guarden las espaldas. —Incluso aquella concesión lo enojaba, pero Linden podría necesitar ayuda—. Los demás debéis limitaros a esperar. Si fracaso tendréis que actuar por mí.

Impotente para enfrentarse a lo que sus amigos querían decir, a la dolorosa indignación de sus ojos y a las protestas que crecían en sus corazones, apoyó suavemente la mano en la espalda de Linden indicándole que iniciara la marcha. Con un gesto, llamó a Nom a su lado. Avanzando rápidamente para dejar atrás a aquellas personas que le servían con sus vidas y merecían algo mejor que aquello, comenzó a subir por la ladera que llevaba a Piedra Deleitosa.

Luego, por un momento, se encontró tan próximo al llanto que su valor estuvo a punto de hacerse añicos. Ni uno solo de los compañeros había obedecido. Sin mediar palabra, se habían preparado para la lucha y caminaban tras él.

Linden murmuró en voz baja:

—Comprendo. Crees que todo depende de ti. ¿Por qué personas tan buenas como ellos han de sufrir y acaso morir por esto? Y estoy muy aterrorizada —tenía el semblante pálido, desorientado y perentorio—. Pero tienes que dejar de intentar tomar decisiones que corresponden a otros.

No le contestó. Mantuvo fija su atención en el túnel situado bajo la Torre Vigía, obligó a sus músculos entorpecidos por el poder a que le ayudaran en el ascenso. Pero ahora temía haber sido derrotado de antemano. Tenía demasiado que perder. Sus amigos le acompañaban al interior de aquella pesadilla como si él lo mereciera. Porque se veía compelido a hacer algo, aunque fuera insuficiente o inútil, se acercó a Cail y le susurró:

—Ya basta. Bannor dijo que me sirvieras. Brinn te encomendó que ocuparas su puesto. Pero ya no necesito esa clase de servicio. He ido demasiado lejos. Lo que necesito es esperanza.

—¿Ur-Amo? —se extrañó suavemente el haruchai—. El Reino necesita un futuro. Incluso en el caso de que yo obtenga la victoria. Los gigantes marcharán a Hogar. Vosotros volveréis a vuestras ocupaciones. Pero si algo les ocurriese a Sunder o a Hollian… —la idea le abrumaba—. Quiero que cuides de ellos. Que todos vosotros lo hagáis. Lo demás no importa. —Se hallaba dispuesto a arriesgar incluso a Linden por eso—. El Reino ha de tener un futuro.

—Te escuchamos. —El tono de Cail no delataba si se sentía aliviado, impulsado u ofendido—. Si se presenta la necesidad, recordaremos tus palabras.

Covenant tuvo que contentarse con aquello. Nom se había adelantado y se dirigía hacia la gran Fortaleza como si esta despertase el recuerdo, inherente a su raza, del muro de arena que los bhratair levantaron para oponerse a los esperpentos años antes de que Kasreyn los atrapara en la Condena. Los brazos de la bestia se balanceaban como preparándose. Covenant apresuró el paso.

Con Linden a su lado, dos pedrarianos y cuatro gigantes a sus espaldas y once haruchai en las proximidades, Thomas Covenant fue a oponerse al Clave y al Fuego Bánico.

En Piedra Deleitosa no se produjo ninguna reacción. Quizás el na-Mhoram ignoraba lo que era un esperpento de arena y aguardase a verlo actuar antes de volver a provocar a Covenant. Quizá hubiera desistido de eso para dedicarse a preparar sus defensas. O que el Delirante hubiera encontrado un pequeño gusano de espanto en los fondos de su maldad. A Covenant le agradaba esta última posibilidad. Lo que el Clave y el Fuego Bánico habían hecho al Reino no podía ser perdonado. La forma en que el Delirante había tratado de presentar como perverso al antiguo y honorable Concejo de los Amos, tampoco permitía compasión. Y por el ataque de Gibbon a Linden. Covenant no aceptaría otra expiación que la purificación de la Fortaleza.

Aquellos que tienen la Tierra en sus manos no poseen ninguna justificación para la venganza.

Por todos los demonios, pensó Covenant apretando las mandíbulas. Por todos los demonios que no la hay.

Mas cuando llegó la base de la Torre Vigía, ordenó a Nom que se detuviera para estudiar el túnel con detenimiento. El sol se hallaba ahora lo bastante alto y penetraba directamente en el patio interior, pero esto no hacía más que acentuar la oscuridad del pasadizo. Las ventanas de la torre permanecían abiertas como si las habitaciones situadas tras ellas hubieran sido abandonadas. Un silencio que hacía pensar en el secreto sosiego de los muertos pendía sobre la ciudad. No había viento, ni señal de vida excepto la rígida y caliente flecha del Fuego Bánico. Entre los dos corceles muertos, avispas calcinadas cubrían el suelo. Los Caballeros se habían llevado consigo a sus propios muertos para aprovechar su sangre. Pero goterones rojizos moteaban las rocas frente a la torre como diciéndole a Covenant que había ido al lugar adecuado.

Se volvió hacia Linden. Su intensa palidez le asustó, pero tampoco podía ya separarla de aquello.

—La torre —le dijo él mientras el grupo se paraba a su espalda—. Necesito saber si está vacía.

El movimiento de su cabeza al alzarse para mirar hacia arriba fue demasiado lento, como si su antigua parálisis hubiera puesto su mano sobre ella otra vez. En la última ocasión que estuvo allí, el toque de Gibbon la había reducido a una situación próxima a la catatonía. La ruina del Reino está sobre tus hombros. Usando ojos, orejas y tacto serás transformada para ser lo que el Despreciativo requiera. Una vez le había implorado a Covenant; Debes sacarme de aquí. Antes de que ellos hagan que te mate.

Ahora no suplicó ni trató de rehuir las consecuencias de sus opciones. Su voz sonó sombría, pero aceptó la exigencia de Covenant.

—Resulta difícil —murmuró—. Es muy difícil ver más allá del Fuego Bánico. Me desea a mí… desea que me arroje al sol. De que desaparezca en él para siempre. —El espanto brillaba en su mirada como si aquella inmolación ya hubiera empezado—. Resulta difícil ver algo más. —Sin embargo, poco después, frunció el ceño. Su mirada se hizo más aguda—. Pero Gibbon no está allí. No en ese lugar. Sigue en la Fortaleza principal. Y no puedo captar ninguna otra cosa. —Cuando volvió a mirar nuevamente a Covenant, parecía ostentar la misma severidad de su primer encuentro—. No creo que hayan usado nunca esa torre.

Una sugerencia de alivio comenzó a crecer en Covenant, pero él luchó por desecharla. Tampoco podía permitirse aquello. Embotaba su control, permitía que las insinuaciones de negrura resbalaran a través de su mente. Esforzándose por estar a la altura de Linden, murmuró:

—Entonces, vamos.

Con Nom y Linden, Cail y Fole, caminó adentrándose en el pasaje; y sus compañeros le siguieron como ecos.

Mientras atravesaba el túnel, encogía instintivamente los hombros, protegiéndose contra un ataque que aún esperaba que viniese del techo. Pero no se produjo. Linden había descifrado la torre con exactitud. Pronto se halló en el patio. El sol iluminaba desde lo alto ante él, resaltando la fachada de la Fortaleza y las macizas puertas interiores.

Aquellas hojas de piedra estaban escopleadas, abiseladas y equilibradas para que pudieran abrirse suavemente hacia el exterior y casar perfectamente al quedar cerradas. Eran lo bastante pesadas para resistir cualquier fuerza que sus constructores hubieran podido concebir. Y se hallaban cerradas, trabadas entre sí como dientes. Las líneas sobre las que giraban y donde se unían apenas podían verse.

—Ya lo he dicho. —Suspiró la Primera tras de Covenant—. Los sinhogar construyeron asombrosamente bien este lugar.

Tenía razón; las puertas parecían dispuestas a resistir eternamente.

De repente, Covenant se sintió arrebatado por la urgencia. Si no encontraba pronto una respuesta, ardería como una yesca. El sol aún no había llegado a la posición que habría de ocupar a media mañana, y la flecha del Fuego Bánico permanecía suspendida sobre él como una titánica guadaña lo suficientemente sanguinaria como para segar toda vida del mundo. Las manos de Sunder empuñaban el krill y la orcrest manteniéndolos preparados, pero parecía singularmente intimidado por la enorme Fortaleza, por cuanto significaba y contenía. Por vez primera en la ordalía de la Búsqueda, Encorvado parecía vulnerable al pánico, capaz de huir. La piel de Linden era del color de la ceniza. Pero Honninscrave mantenía los puños apretados como si supiera que estaba cerca de las causas de la muerte de Soñadordelmar, y no tuviera intención de hacerlas aguardar mucho.

Covenant gruñó para sí. Debió haber comenzado el ataque la pasada noche, mientras la mayor parte de sus amigos dormían. Estaba enfermo de remordimientos.

Con un violento gesto de su brazo, envió a Nom contra aquellas puertas.

El esperpento de arena pareció comprender instintivamente. En tres zancadas logró adquirir su máxima velocidad.

Arrojándose con una violencia increíble, cargó directamente contra la juntura de las trabadas hojas.

El impacto atronó el patio, colapsando los pulmones de Covenant y rebotando como un cañonazo desde la torre. Las piedras del suelo se estremecieron; y una vibración que era como un gemido, recorrió los contrafuertes. El punto contra el que Nom se lanzara aparecía aplastado y astillado como si en lugar de piedra fuese madera.

Pero las puertas resistieron.

La bestia retrocedió como asombrada. Volvió la cabeza hacia Covenant interrogativamente. Pero al momento, despertó en su interior la ferocidad propia de los esperpentos de arena y comenzó a machacar los portalones con el estremecedor poderío de sus extremidades.

Lentamente al principio, luego con más y más celeridad, la bestia descargaba aquellos mazazos uno tras otro en una secuencia cada vez más rápida y dura, aumentando la velocidad a cada instante, hasta que el patio estuvo totalmente invadido por los truenos y la piedra aullaba de dolor. Covenant era responsable de aquello, y las puertas resistían contra el asalto. Fragmentos y esquirlas saltaban en todas direcciones, los graníticos dientes rechinaban unos contra otros y las losas del patio mismo parecían estremecerse y bailar. Las puertas todavía aguantaban.

Linden gemía por dentro como si cada uno de los golpes estuviera dirigido contra sus frágiles huesos.

Covenant empezó a gritar a Nom que se detuviera. No comprendía lo que estaba haciendo el esperpento de arena. La visión de un ataque semejante habría desgarrado el corazón de Mhoram.

Pero un instante después captó el ritmo de los mazazos de Nom con más claridad, escuchando como aquella vibración se mezclaba con los crujidos de protesta del granito; y comprendió. El esperpento de arena había provocado una resonancia en las puertas, y cada impacto incrementaba la amplitud y frecuencia de las vibraciones. Si la bestia no se detenía, las puertas se destruirían por sí mismas.

Bruscamente, un fuego rojo brotó por los contrafuertes que se hallaban directamente sobre los pórticos. Algunos Caballeros surgieron blandiendo los rukhs. Eran cuatro o cinco. Al gobernar el Fuego Bánico a unísono, eran mucho más poderosos que un número similar de individuos, y preparaban una explosión simultánea que arrojara lejos de los portalones a Nom.

Pero Covenant se hallaba preparado para recibirlos. Había estado esperando algo semejante, y su poder estaba ansioso por manifestarse, por un pequeño alivio que le permitiera mitigar la tensión que había en él. Meticuloso en su desesperación, liberó a la magia indomeñable en defensa del esperpento.

Su poder era una enfermiza mezcolanza de oscuridad y plata, jaspeada y leprosa. Pero de cualquier manera era un poder, llamas capaces de rasgar los cielos. Cubrió a los Caballeros convirtiendo en escoria sus rukhs y poniéndolos en fuga hacia el interior de la Fortaleza con las túnicas ardiendo.

Nom seguía descargando martillazos sobre las puertas en un arrebato de éxtasis destructivo como si al fin hubiera dado con un obstáculo digno de él.

Honninscrave temblaba por los deseos de lanzarse, pero la Primera lo retenía. La obedeció con la actitud de quien pronto va a estar lejos del alcance de toda orden.

Entonces Nom descargó el golpe final… un golpe tan rápido que Covenant no pudo ver cómo era ejecutado. Pudo cantar solamente la brevísima fracción de tiempo durante la cual los portones pasaron de resistir a resquebrajarse. Aguantaban, y el cambio se produjo como la última succión de aire antes de que se descargue el huracán; y entonces desaparecieron, demolidas por la detonación que los rompió lanzando sus fragmentos en todas direcciones en medio de una silbante agonía y oleadas de polvo granítico tan espesas que Nom desapareció y la destruida boca de Piedra Deleitosa quedó oscurecida.

Gradualmente el elevado y amplio pórtico se hizo visible entre la polvareda. Era lo bastante grande para el paso de los corceles y apropiado para gigantes. Pero el esperpento de arena no reapareció. Los taponados oídos de Covenant fueron incapaces de percibir el resonar de las pisadas de Nom cuando la bestia cargó en solitario entrando en la ciudad de piedra.

—¡Oh, Dios mío! —murmuraba Linden una y otra vez—. ¡Oh, Dios mío!

—¡Piedra y Mar! —exclamaba Encorvado como si nunca hubiese visto con anterioridad a un esperpento de arena en acción.

Los ojos de Hollian estaban llenos de terror. Pero Sunder había sido instruido por el Clave en la violencia y el asesinato, y nunca aprendió a amar a Piedra Deleitosa. Su rostro brillaba de ansiedad.

Medio ensordecido por el dolor de la piedra, Covenant penetró en la Fortaleza porque ya sólo le quedaba seguir adelante o sucumbir. E ignoraba lo que Nom podía hacer a la ciudad. Corriendo torpemente, cruzó el patio y pasó a través del polvo al interior de Piedra Deleitosa como si estuviera desafiando a su destino.

Instantáneamente sus compañeros se dispusieron al combate y lo siguieron. Apenas si iba un paso delante de Cail y a dos de la Primera, Linden y Honninscrave cuando franqueó el umbral del enorme vestíbulo de la Fortaleza del na-Mhoram.

Se hallaba oscuro como una tumba.

Conocía aquel salón; tenía las dimensiones de una caverna. Había sido construido por los gigantes para que hubiera un lugar donde los ejércitos de los antiguos Amos pudieran concentrarse. Pero el sol penetraba en ángulo y sólo llegaba a poca distancia de la destruida entrada; y alguna rendija de la alta pared parecía absorber la luz; y no había más iluminación.

Demasiado tarde, comprendió que el vestíbulo había sido preparado para recibirlo.

Con un chasquido, pesadas traviesas de madera clausuraron la entrada. Una súbita medianoche rodeó al grupo.

Instintivamente, Covenant empezó a liberar una llama de su anillo, pero la retiró de inmediato. Su fuego era ahora del todo negro, tan corrupto como veneno. No producía luz sino un alarido que amenazaba su autodominio y pretendía rasgarle la garganta y dividir en dos a Piedra Deleitosa.

Durante un momento de estupor, ninguno se movió ni habló. Las cosas que no podían ver parecían paralizar incluso a la Primera y a los haruchai. Entonces Linden jadeó:

—Sunder. —Su voz temblaba espantosamente, parecía la de una demente—. Usa el krill. Úsalo ahora.

Covenant intentó lanzarse hacia ella. ¿Qué es esto? ¿Qué estás viendo? Pero sus imprecisos oídos no lograban localizarla en la oscuridad. Estaba encarado directamente a Sunder, cuando el krill envió un repique de blanco refulgente que resonó a través de la caverna.

No tuvo defensa cuando el penetrante grito de Hollian fue como un eco de la luz:

—¡El Grim del na-Mhoram!

Quedó deslumbrado. ¡El Grim! No podía pensar ni ver. Un envió como aquél había atacado al grupo en una ocasión anterior; y bajo un cielo abierto aquello mató a Memla na-Mhoram-in, y casi acabó con Linden y Cail. En el espacio cerrado del vestíbulo…

Y dañaría seriamente a Piedra Deleitosa. Había contemplado los restos de una aldea sobre la que recayó el Grim: Pedraria Dura, el lugar de nacimiento de Hamako. La capacidad de corrosión de la maldición del na-Mhoram había reducido a escombros el pueblo entero.

Covenant se volvió para enfrentarse a la amenaza, pero seguía sin poder ver. Sus compañeros se debatían a su alrededor. Durante un loco instante, creyó que estaban huyendo. Pero entonces Cail le cogió del brazo, desdeñando el dolor del fuego contenido, y captó la fiera voz de la Primera.

—Tejenieblas, necesitamos más luz. Escogida, danos instrucciones. ¿Cómo se puede luchar contra esta fuerza?

De algún lugar más allá de su ceguera, le llegó la réplica de Linden.

—No con la espada. —La angustia enturbiaba sus palabras, y tenía que esforzarse para hacerlas comprensibles—. Tendríamos que lograr su extinción. O darle algo para que lo queme.

La visión de Covenant se aclaró a tiempo de distinguir la negra y flameante nube del Grim dirigiéndose hacia el grupo justamente bajo el techo de la caverna.

Confinado en aquel vestíbulo, parecía henchido de un enorme poder.

No se veía a Nom por ninguna parte; pero las rodillas de Covenant podían captar las vibraciones a través del suelo como si el esperpento de arena estuviera atacando las cámaras interiores de la Fortaleza. O como si la propia Piedra Deleitosa sintiese miedo de lo que Gibbon había desatado.

Desde la entrada llegaba el ruido de madera golpeada mientras Tejenieblas intentaba romper la barrera que sellaba el vestíbulo. Pero había sido dotada de toda la solidez de que el Clave era capaz. Chasqueaba y crujía bajo los golpes de Tejenieblas, mas no se rompía.

Cuando la hirviente nube estuvo situada directamente sobre el grupo, estalló con una tremenda y silenciosa sacudida que hubiera aplastado a Covenant si Cail no hubiese tirado de él.

En aquel instante, el Grim se convirtió en espantosos y negros copos que descendían flotando asesinamente, aguzados como lascas de piedra y corrosivos como vitriolo. La densa lluvia del Grim pendía sobre la compañía.

Covenant deseó elevar su fuego para defender a sus amigos. Creía que no tenía elección; el veneno y el miedo le urgían a creerlo así. Pero supo con terrible certeza que si en aquel momento desataba la magia indomeñable jamás sería capaz de refrenarla. Y todas las demás necesidades acuciantes nunca serían satisfechas. Aborreciéndose a sí mismo, contempló sin hacer nada como los terribles copos que se dirigían hacia él y quienes amaba.

Fole y otro haruchai se llevaron a Linden junto al muro más próximo, lo más lejos posible del centro del azote del Grim. Harn tiró de Hollian, pero ella se negó a dejar a Sunder. Cail estaba dispuesto a arrastrar, a acarrear a Covenant si era necesario. La Primera y Honninscrave se protegían con los brazos, confiando en que la inmunidad al fuego propia de los gigantes sería eficaz contra los copos. Buscadolores había desaparecido como si pudiera sentir la contención de Covenant y nada más le preocupase.

Destellando ala luz del krill, aquellos copos se mecían en lento descenso.

Y Sunder aguardaba para afrontarlos.

Lanzó desde el orcrest una roja saeta de llamas del Sol Ban que comenzaron a incendiar los oscuros fragmentos en pleno aire.

Aquella irradiación consumía cada copo que tocaba. Con asombroso valor o abandono, se enfrentaba solo al Grim. Pero los copos caían a millares. Eran demasiados para él. Apenas si podía va mantener limpio el aire sobre su cabeza para proteger a Hollian y a sí mismo.

Entonces se le unió Encorvado. Incongruentemente lisiado y gallardo al mismo tiempo, el gigante atacó también el Grim usando como única arma las bolsitas de vitrim que llevara consigo desde el rhyshyshim de Hamako. Las iba vaciando una tras otra sobre los copos.

Cuando el líquido los tocaba, se convertían en cenizas y caían inofensivamente.

En su semblante se dibujaba una mueca de contrariedad ante la pérdida de su cuidadosamente atesorado licor vigorizante de los waynhim, pero mientras duró lo utilizó con deliberada generosidad.

Honninscrave descargó un puñetazo sobre el primer copo que se acercó a su cabeza, lanzando de inmediato un involuntario gemido cuando la negra corrosión mordió su mano. El Grim había sido concebido para destruir la piedra, y ninguna carne mortal estaba inmunizada contra él.

La cueva comenzó a girar alrededor de Covenant. Su insostenible situación lo estaba volviendo loco.

Pero en aquel momento, una gigantesca astilla atravesó el aire, y la barricada de madera cayó bajo el ataque de Tejenieblas. En el vestíbulo penetró más luz, ayudando a la agilidad de los haruchai para esquivar el Grim. Y otras astillas siguieron a la luz. Tejenieblas estaba desgarrando la madera con ferocidad y arrojaba los fragmentos hacia el grupo.

Los haruchai interceptaban los trozos menores para utilizarlos como palos con los que despejar el aire de los copos del Grim. Pero la Primera, Honninscrave y luego Encorvado atrapaban los pedazos grandes. En un instante, todo el grupo estuvo provisto de madera. La Primera manejaba una viga tan alta como ella como si fuese un bastón. Honninscrave esparcía los copos que pendían sobre Sunder y Hollian. Encorvado saltó en defensa de Linden con una enorme traviesa en cada mano.

El Grim destruía la madera casi instantáneamente. Cada copo convertía el instrumento que tocaba en carbón. Pero la barricada había sido enorme, y Tejenieblas la atacaba con la furia de un demonio, enviando una corriente continua de fragmentos que resbalaban por el suelo hasta llegar a las manos que los necesitaban.

Otro copo cayó sobre el hombro de Honninscrave arrancándole un alarido; pero siguió luchando como si se hallara de nuevo en la caverna del Árbol Único y tuviera aún una posibilidad de salvar a su hermano.

Tres haruchai llevaban a Linden de un lado a otro como a una niña. De aquella manera eran capaces de mantenerla fuera del alcance del Grim con mayor eficacia que si uno solo hubiera intentado protegerla. Pero tenían dificultades. Dos de ellos ya habían sufrido quemaduras; y según Covenant miraba, otro negro jirón pareció estrellarse contra la pierna izquierda de Fole. Éste se balanceó sobre la derecha como si su dolor careciese de importancia y sostuvo a Linden cuando se lanzaba hacia él.

Alrededor de la caverna, los copos empezaban a detonar estrellándose contra el suelo, abriendo hoyos del tamaño de una mano de gigante en la bruñida piedra. Un acre humo saturaba el aire como si el granito se estuviera quemando.

Durris, Harn y dos haruchai más blandían varas y esquirlas en torno a los pedrarianos. Sunder liberó una frenética descarga de rojizo poder contra el Grim. La Primera y Honninscrave se debatían como dementes, gastando la madera con tanta rapidez como Tejenieblas se la suministraba. Encorvado siguió el ejemplo de su esposa protegiendo la espalda de ésta con tablones y maderos. Aún le quedaba una bolsa de vitrim.

Y Cail iba esquivando el peligroso diluvio llevando a Covenant sobre un hombro como si fuese un saco de grano.

Éste era incapaz de hallar aliento para gritar. El hombro de Cail le obligaba a expeler el aire de sus pulmones. Pero debía hacerse oír de alguna manera.

—Sunder —jadeó—. Sunder.

Por intuición o inspiración, el haruchai lo entendió. Con un vigor y agilidad que desafiaban la creciente lluvia del Grim, condujo a Covenant hacia el Gravanélico.

Un instante después, estaba en pie junto a Sunder. El vértigo giraba en torno a él; carecía de equilibrio. Sus manos eran demasiado insensibles como para sentir el fuego que crecía por momentos en él. Si hubiera podido ver la cara de Sunder, habría gritado porque tenía una expresión tensa y frenética debida al agotamiento. Mas la luz del krill destellaba ante los ojos de Covenant. En la caótica caverna, aquella brillantez era el único punto de anclaje que le quedase.

El grupo había sobrevivido durante un tiempo milagrosamente largo. Pero el Grim parecía no tener fin, y pronto hasta los gigantes y los haruchai cederían. Aquel envío era mucho peor que el sufrido por Covenant con anterioridad porque se producía en un espacio cerrado, y porque estaba siendo alimentado directamente por el Fuego Bánico. A través del ruido de las pisadas y las explosiones del fuego, oyó a Linden maldecir el dolor de quienes la mantenían con vida, gentes a las que no podía auxiliar aunque sintiese sus heridas como ácido sobre su propia carne. Covenant no tenía nada a qué recurrir excepto al krill.

Lanzándose hacia Sunder empuñó con ambas manos la hoja de Loric. No sintió cómo el borde cortaba sus dedos ni vio la sangre. Temía que el choque de su peso contra él, fuera excesivo para Sunder, pero éste pudo resistir de algún modo la colisión, logrando mantener enhiesto a Covenant por un instante.

Y ese instante fue bastante prolongado. Antes de caer desmayado en los brazos del Gravanélico, Covenant envió un angustioso estallido de magia indomeñable y amenaza mediante la gema del krill.

Su poder tenía ahora la negrura del Grim. Pero su deseo era puro; y cayó sobre el krill tan repentinamente que la gema no se vio mancillada. Y de la gema la luz brotó como de un limpio fragmento de sol. Su fulgor pareció dividir en dos el velo que oscurecía a Piedra Deleitosa, mostrando la estructura esencial del granito. La luz brilló a través de la carne y la piedra, despejando toda sombra y vestigio de oscuridad, iluminando hasta los últimos rincones del vestíbulo y las alturas del abovedado techo. Si sus ojos hubieran tenido la penetración de aquélla, en aquel instante hubiera visto el profundo corazón de la gran Fortaleza y a Gibbon preparándose para huir hacia el lugar que había elegido para ocultarse. Pero Covenant estaba ciego ante tales cosas. Apoyaba la frente en el hombro de Sunder y estaba cayéndose.

Cuando se apartó del jadeante pecho del Gravanélico trató de recuperar su equilibrio contra el vértigo, el momento de su poder había pasado. La caverna se hallaba iluminada sólo por los reflejos del sol procedentes de la entrada y el destellar habitual del krill. Sus compañeros se encontraban a diferentes distancias de él; no obstante, mientras la cabeza le daba vueltas parecía no tener ni idea de quiénes eran.

Pero el Grim había desaparecido. Los negros copos habían sido eliminados. Y aún conservaba el dominio de la magia indomeñable.

No podía conseguir que la piedra que estaba bajo sus pies dejase de girar. Indefenso, se aferró al primer haruchai que se le acercó. La insensibilidad de sus pies y manos se había propagado a otros sentidos. Su mente se hallaba bloqueada. No oía nada salvo el lejano retumbar de los truenos, como si el sol que se hallaba más allá de Piedra Deleitosa, se hubiera convertido en un Sol de Lluvia.

Sus pensamientos se enredaban. ¿Dónde se encontraba Nom? ¿Dónde estaban los aldeanos y haruchai que aún no había matado el Clave? Gibbon debía estar escondido en algún lugar. ¿Cuál sería su siguiente paso? El veneno pervertía a Covenant, y el terrible esfuerzo de contener tan inflamada violencia le estaba arrebatando la cordura. Creía estar hablando en voz alta, pero mantenía las mandíbulas inmóviles y apretadas. ¿Por qué no acalla alguien ese condenado trueno para que pueda oírme a mí mismo?

Pero el retumbar no cesaba; y la gente que le circundaba se ocupaba en reponerse de la fatiga y las heridas. Apenas si oyó el grito de guerra de la Primera cuando desenvainó la espada.

Luego le asaltó la oscuridad desde el extremo del vestíbulo, y vio que los Caballeros habían lanzado a sus corceles sobre ellos.

La urgencia clarificó un poco su mente. Los haruchai le apartaron del lugar y fue recogido por otras manos. Se descubrió junto a Linden en la retaguardia del grupo, con solo Tejenieblas entre la entrada y ellos. Todos los haruchai que les rodeaban se hallaban heridos. Eran quienes no habían marchado junto a la Primera y Honninscrave para afrontar la carga de los corceles. Sunder y Hollian se encontraban solos en el centro de la estancia. Ella le sostenía mientras él trataba con toda urgencia de interferir el dominio del Clave sobre las bestias. Pero el cansancio lo había debilitado y el Fuego Bánico estaba demasiado cerca. No podía bloquear el ataque.

Al menos una veintena de fieros corceles avanzaban, precedidos por el ruido que sus cascos arrancaban de la piedra.

Los haruchai que protegían a Covenant y a Linden se hallaban gravemente dañados. Fole se erguía descansando la pierna izquierda en un charco de su propia sangre. Harn presentaba una gran quemadura en una cadera. Los otros cuatro haruchai se hallaban casi mutilados por heridas diversas. El aire humeaba todavía por los copos del Grim y el miedo.

Las bestias atacaron con un grito de furia animal; y Covenant anheló aullar con ellas porque todo aquello lo anonadaba y se hallaba lejos de su propósito y los dedos de su voluntad se iban deslizando minuto a minuto de su control sobre la ruina del mundo.

Un latido de corazón más tarde, el alarido resonó otra vez tras él como un eco. Dominando el vértigo, se volvió a tiempo de ver a Tejenieblas caer bajo los cascos de otros cuatro corceles.

El gigante había permanecido en la entrada para proteger la retaguardia del grupo. Pero se hallaba atento al combate, al peligro de sus compañeros. El regreso de las bestias que Sunder había puesto en fuga con anterioridad le cogió por sorpresa. Surgieron a sus espaldas, arrojándole contra la piedra. Luego irrumpieron en el interior dejándole atrás, con los sanguinarios ojos llameando como chispas de Fuego Bánico.

Covenant no podía soportar el modo en que Harn y otros dos haruchai se arrojaron hacia una pared interponiéndose entre él y los corceles. Fole y los demás se llevaron a Linden hacia la pared opuesta para dividir el ataque. Los heridos y valerosos haruchai estaban afrontando la inconmensurable ferocidad de las monturas forjadas por el Sol Ban.

¡Tú, bastardo!, le gritó Covenant a Gibbon como si estuviera llorando. ¡Tú, bastardo sanguinario! Y porque nada más le quedaba, se centró en su propio veneno y dispuso su fuego para que ningún otro haruchai tuviese que morir por su causa.

Pero nuevamente los había subestimado. Dos corceles viraron hacia Linden; los otros dos fueron por él. Harn se interpuso, y esperó. Se hallaba entre Covenant y las bestias, impidiendo que Covenant pudiera alcanzarlas. Tuvo que contemplar como Harn se lanzaba a la piedra justamente bajo los cascos de los animales.

Rodó bajo el vientre de una de ellas aferrando con ambas manos su espolón izquierdo.

Incapaz de detenerse, el corcel cayó al suelo. En la caída se quebró la rodilla, y simultáneamente hundió el ponzoñoso aguijón en su propio cuerpo.

Aullando, la bestia lo apartó de sí. Sus colmillos hendieron el aire. Pero no podía levantarse con la pata rota y el veneno estaba ya haciendo su efecto.

Junto a la entrada, Tejenieblas trataba de ponerse en pie. Pero tenía uno de los brazos doblado en un inconcebible ángulo y el otro parecía demasiado débil para sostenerle.

Al caer el primer corcel, un segundo acometió a Covenant. Luego, frenó con las cuatro patas para evitarse chocar contra el muro. Parecía inmenso al alzar los cascos y espolones sobre Covenant y sus defensores.

También los Ranyhyn se habían encabritado contra él en otra época, y se sintió incapaz de moverse. Instintivamente, se sometió al vértigo. Esto lo desequilibró haciendo que se deslizara hacia la derecha.

Cuando las patas delanteras descargaron fueron atrapadas, cada una por un haruchai.

Covenant ni siquiera conocía sus nombres, pero resistían la fuerza de los cascos como si su carne fuese granito. Uno de ellos tenía un brazo quemado y no podía mantener su presa; se vio compelido a dejar que la pata pasase por encima de su hombro para evitar el espolón. Pero su compañero aguantó el forcejeo hasta que el espolón se desgarró quedando entre sus manos.

Instantáneamente lo hendió como si fuera un clavo en la base del cuello del corcel.

Entonces el suelo ascendió y golpeó el pecho de Covenant. En aquel momento, le fue posible ver todas las cosas. Pero no le quedaba aire en los pulmones y había olvidado la forma de controlar sus miembros. Incluso el fuego que albergaba estuvo detenido durante un instante.

Los haruchai que no habían sido heridos estaban causando estragos entre las bestias que atronaban el extremo opuesto del salón. Honninscrave empleaba sus puños como mazos, midiendo su potencia y ferocidad contra la potencia y ferocidad de los corceles. Encorvado golpeaba una y otra vez como si se hubiera convertido temporalmente en un guerrero parecido a su esposa. Pero la Primera los superaba a todos: había sido entrenada para el combate, y descargaba tajos a diestro y siniestro con la espada como si ésta careciese de peso en sus férreas manos, abatiendo a los corceles que tenía cerca.

Tan sólo una de las bestias logró cruzar entre ella y sus compañeros para lanzarse sobre Sunder y Hollian.

El Gravanélico trató de dar un paso al frente, pero Hollian lo detuvo. Arrebatándole la orcrest y el krill los blandió en alto ante el corcel. La llama rojiza y un blanco fulgor irradiaron de sus manos amedrentando de tal modo a la bestia que ésta se apartó.

Y Cail la atrapó y la mató como si no fuese varias veces más pesada y voluminosa que él.

Pero los haruchai que protegían a Linden no fueron tan afortunados. Disminuidos por las heridas, no podían igualar las proezas de los suyos. Fole intentó hacer lo que Harn había hecho; pero las piernas le fallaron y el corcel se liberó de su agarre. Después, arremetió contra otro haruchai, aplastándolo con tal fuerza contra el muro que a Covenant le pareció que volvía a presenciar cómo Hergroom era machacado por un esperpento de arena. El tercer haruchai apartó a Linden un momento antes de que un casco le golpeara de lado en la cabeza. Se le doblaron las rodillas y se derrumbó en el suelo. Covenant no había visto nunca a un haruchai desplomarse de ese modo.

Fole hizo ademán de lanzarse en pos de Linden, pero una coz en el hombro lo apartó de su objetivo.

Entonces, los corceles se precipitaron sobre Linden.

Su rostro estaba iluminado por la luz que se reflectaba desde el patio. Covenant esperaba ver pánico, parálisis, horror; e inhaló aire preparándose para desencadenar su poder con suficiente rapidez para ayudarle. Pero su semblante no delataba temor alguno. La concentración lo afilaba; sus ojos apuñalaban a las bestias. Cada línea de su rostro resultaba tan precisa como una orden.

Y los corceles vacilaron. Durante un momento, permanecieron parados. De alguna manera y sin saber en qué apoyarse, había introducido su percepción en sus mentes, confudiéndolas.

Sus mentes eran feroces, y el Fuego Bánico fuerte. No podía retenerlos más de un momento. Pero fue suficiente.

Antes de que se recobrasen, Tejenieblas cargó sobre ellos con el ímpetu de un ariete.

En una ocasión, había dejado a Linden en peligro porque no había sido capaz de escoger entre ella y Honninscrave; y aquel error lo había estado carcomiendo desde entonces. Pero ahora tenía ante sí la ocasión de compensar aquello, y ningún dolor ni debilidad lo pararían. Desdeñando sus heridas, se lanzó a rescatar a Linden.

Su brazo derecho colgaba inerte a su lado, pero el izquierdo aún era poderoso. Su ataque inicial lanzó hacia atrás a ambos corceles. Uno de ellos cayó de costado; y él lo siguió inmediatamente descargándole un puñetazo que hizo rebotar la cabeza contra la dura piedra, produciendo un nauseabundo sonido; su cuerpo tembló y, después se quedó inmóvil.

Al volverse, se encontró frente al segundo corcel cuando éste se erguía para atacarle. Cogió el cuello de la bestia con la mano izquierda atenazándolo con sus dedos para estrangularlo.

Los colmillos de la bestia buscaron su rostro. Los ojos llameaban demencialmente. Le desgarraba los hombros con los cascos delanteros, hiriéndole con los espolones. La sangre bajaba por sus costados. Pero Linden le había salvado la vida en una ocasión, estando peor herido de lo que estaba ahora, y después él le había fallado. No volvería a ocurrir.

Retuvo a la bestia hasta que Fole y otro haruchai fueron en su ayuda. La atraparon por las patas delanteras volviendo los espolones contra ella. Al momento, el corcel murió. Tejenieblas lo dejó caer pesadamente al suelo. Sus músculos comenzaron a temblar mientras el veneno se abría paso en su interior.

Entonces, la lucha terminó. Los jadeos y el silencio se proyectaban desde el lejano final del vestíbulo. Haciendo un gesto de dolor, Covenant se puso en pie para dirigirse desesperadamente hacia Linden y Tejenieblas.

Ella no había sufrido daños. Tejenieblas y los haruchai lo habían impedido recibiéndolos en su lugar. Linden lloraba como si las heridas de sus amigos hubieran sido grabadas en su corazón. Pero el gesto de su boca y los ángulos de sus mejillas estaban afilados por la cólera. Parecía una mujer que nunca volvería a quedarse paralizada. Si hubiese hablado, podría haber dicho; Déjale intentarlo. Deja que ese maldito carnicero lo intente.

Antes de que Covenant pudiera pronunciar una sola palabra, la Primera llegó junto a él.

Jadeaba triunfante. Le brillaban los ojos y su espada tenía manchas de sangre seca. Pero no habló de las cosas que aquello sugería. Cuando se dirigió a él, sus palabras le cansaron sorpresa.

—El capitán se ha marchado —dijo entre dientes—. Se ha adentrado en persecución de su objetivo. No sé lo que busca… pero temo que lo encontrará.

Tras ella, Encorvado boqueaba como si sus esfuerzos hubieran rasgado los tejidos de sus estrechos pulmones. Tejenieblas temblaba entre convulsiones mientras el veneno del corcel se extendía por su interior. El rostro de Sunder estaba ceniciento a causa del cansancio; Hollian tenía que sujetarlo para que se mantuviera en pie. Seis de los haruchai habían sido quemados por el Grim y casi mutilados, y otro se hallaba en una situación similar a la de Tejenieblas, traspasado por un espolón durante la lucha. Buscadolores se había evaporado. Linden parecía tan amarga como el ácido.

Y Honninscrave se había marchado. No se había marchado. Buscaban sus peculiares concepciones de la ruina en el corazón de Piedra Deleitosa.

Demasiadas vidas. Demasiado dolor. Y Covenant no estaba más cerca de su propósito que el vestíbulo de la Fortaleza del na-Mhoram.

¡Qué desastre! Pensó con tristeza. Esto ha sido excesivo. De aquí en adelante no aceptaré nada igual.

—Linden —dijo apagadamente. El fuego enronquecía su voz—. Dile a Encorvado como ha de tratar a esa gente.

Por un instante, los ojos de ella se dilataron. Él temió que le contradijera. Era médico; siete haruchai y Tejenieblas necesitaban su ayuda. Pero ella pareció comprender. También el Reino necesitaba curación. Y ella misma tenía heridas que exigían ser atendidas.

Dirigiéndose a Encorvado, dijo:

—Debe quedarte algo de vitrim. —Pese al Fuego Bánico, sus sentidos se habían vuelto agudos e inmunes a la confusión—. Aplícalo en las quemaduras. Dale diamantina a todo el que esté herido. —Luego volvió la cabeza y miró directamente a Covenant—. El brazo de Tejenieblas puede esperar; pero el voure es lo único que puede ayudarnos contra el veneno, al menos que yo sepa.

Él no vaciló, no le quedaba vacilación.

—Cail —dijo—, tú conoces Piedra Deleitosa. Y conoces el voure. —Era la savia destilada que empleaba el Clave para protegerse de los efectos del Sol de Pestilencia, y que una vez había salvado la vida de Cail—. Dile a los tuyos que encuentren un poco. —No quedaban más de cuatro haruchai indemnes—. Y diles también que hagan que Sunder y Hollian les acompañen. —Hollian tenía experiencia con el voure—. Por el amor de Dios, mantenedlos a salvo.

Sin aguardar respuesta, se dirigió a la Primera.

—Tenías el deber de asegurar nuestra retirada. —El tono era espeso como sangre. Les había dicho a todos sus compañeros que permaneciesen fuera de Piedra Deleitosa y ninguno le obedeció. Pero ahora sí lo harían. No iba a aceptar negativas—. Pero es demasiado tarde para eso. Quiero que vayas tras Honninscrave. Encuéntralo como sea. No dejes que haga lo que se propone.

Luego se volvió de nuevo a Cail.

—Yo no necesito ser protegido. No por más tiempo. Pero si quedan algunos presos, algunos aldeanos o haruchai que el Clave no haya inmolado todavía, necesitarán avuda. Ábrete paso hasta allí de algún modo. Libéralos. Antes de que sirvan de alimento al Fuego Bánico. Linden y yo vamos a ir tras Gibbon.

Ninguno de sus compañeros protestó. Resultaba imposible contradecirlo. Tenía el mundo en sus manos y su piel parecía hacerse trasparente por momentos, de manera que el negro poder que le corroía se mostraba cada vez con más claridad. La sangre se derramaba por sus cortados dedos, pero la herida no le producía dolor. Cuando Linden indicó el lejano final del vestíbulo, partió en esa dirección con ella, dejando tras él todas las necesidades y problemas para los que no tenía fuerzas ni tiempo. Dejaba atrás a Sunder y Hollian de quienes dependía el futuro, mas también a la Primera y a Encorvado que le eran tan queridos; a Tejenieblas sumido en convulsiones y a los generosos haruchai. Los dejaba atrás no como a estorbos sino como a seres demasiado queridos para ser puestos en peligro. Tampoco hubiera querido que Linden corriese tal suerte, pero necesitaba que lo guiara… y que lo sostuviera. Se hallaba dominado por el vértigo. El ruido de sus pasos era como un crujido de hojas secas; y sentía que se estaba dirigiendo al lugar donde todas las cosas se marchitaban. Pero no miró atrás ni se desvió.

Cuando salieron de la caverna para entrar en las laberínticas sendas construidas por los gigantes en la gran Fortaleza, fueron repentinamente atacados por un pequeño grupo de Caballeros. Pero la proximidad del fuego de rukh desencadenó el del anillo; y los Caballeros fueron arrastraron por una corriente de medianoche.

Al principio, durante un corto recorrido, la oscuridad fue absoluta. Sin embargo, más adelante, ardían las luces habituales de la ciudadela y las antorchas humeaban en sus soportes a lo largo de las paredes. Ningún fuego encendido por los Amos había humeado jamás: las llamas no dañaban la esencia de la madera. El Clave mantenía aquellos pasajes alumbrados para que Gibbon pudiera desplazar a sus ejércitos de uno a otro lado, pero ahora se hallaban desiertos. Resonaban como criptas. Demasiada belleza había muerto allí, deshecha por el tiempo o la maldad.

Covenant percibió los ruidos de un renovado combate tras él y sus hombros se encogieron.

—Pueden cuidar de sí mismos —lo animó Linden, guardando el miedo que sentía por sus amigos entre los dientes—. Por aquí.

Covenant se mantuvo junto a ella cuando giró hacia un pasillo lateral y empezó a bajar una larga serie de escaleras hacia los cimientos de Piedra Deleitosa.

Su percepción del Delirante era segura. Por tanto, si a veces escogía caminos que no conducían a su meta era debido a su desconocimiento de la Fortaleza, no a que dudase del lugar en que se encontraba éste. De vez en cuando, surgían Caballeros de la nada para atacarlos y retirarse de inmediato como si desencadenaran las llamas sin otro motivo que el de señalizar la ruta de Covenant dentro de la Fortaleza. No planteaban ningún peligro en sí, ya que los rechazaba instantáneamente y por completo. Mas tras cada embestida, se acentuaba su vértigo y se debilitaba su control. Su habilidad para contener el negro delirio decrecía. Tenía que apoyarse en Linden como si ella fuese uno de los haruchai.

El camino que escogía siempre iba en descenso; y al cabo de un rato él sintió una enfermiza convicción de que sabía hacia dónde se estaba encaminando; el lugar donde Gibbon había decidido poner en juego su destino. El sitio en el que la más mínima violencia causaría el máximo daño. El antebrazo le latía como si le acabaran de morder. Entonces Linden abrió una pequeña y pesada puerta que daba acceso a una cámara que en tiempos había sido una sala de reunión, con cortinas cubriendo los muros y un amplio hueco de escaleras abriéndose bajo ellos. Ahora estaba seguro. La noche surgía en oleadas desde las profundidades. Creyó que iba a caerse. Pero no lo hizo: ella le sostuvo. Únicamente lo rodeaban sus propias pesadillas cuando iniciaron el prolongado descenso hasta el lugar en el que Gibbon trataría de quebrantarlo.

De repente, ella se detuvo, girando para mirar hacia arriba. Un hombre bajaba por las escaleras tan silenciosamente como si tuviese alas. Poco después se les unió el haruchai.

Cail.

Miró hacia Covenant. Ni la urgencia aceleraba su respiración, ni la desobediencia le avergonzaba.

Ur-Amo —dijo—, vengo a informarte de lo que sucede arriba.

Covenant parpadeó ante él, pero el nauseabundo remolino de su visión lo emborronaba todo.

—Por fortuna el voure ha sido encontrado a tiempo. El grupo se encuentra peligrosamente sitiado en este momento. Es un combate que entristece el corazón —hablaba como si él no lo tuviese—, porque en su mayor parte lo están librando quienes no debieran. Además de los Caballeros, hay muchos otros que sólo sirven al Clave y a Piedra Deleitosa. Son cocineros y pastores, artesanos y sirvientes que se ocupan de la limpieza, las chimeneas y los corceles. No están preparados para luchar y es vergonzoso matarlos. Sin embargo ni cejan ni retroceden. Están poseídos. No aceptan nada salvo su propia matanza. Cuando los abate, Encorvado llora como ningún haruchai lo ha hecho jamás. —Cail hablaba sin inflexiones, pero el modo en que Linden apretaba el brazo de Covenant, contenía un temor visceral ante la emoción que Cail proyectaba—. El voure y el vitrim permiten que el grupo se defienda —prosiguió—. Y la prisión ha sido abierta. Encontramos a Stell y unos cuantos haruchai más, pero a ningún aldeano. Ahora están apoyando a nuestros compañeros. El Gravanélico y la Eh-Estigmatizada se encuentran bien, pero no se ve el menor rastro de la Primera y el capitán.

Entonces se detuvo. No solicitó permiso para permanecer junto a Covenant, su actitud delataba que no tenía intención de marcharse.

Como Covenant no decía nada, Linden lo hizo por él, suspirando:

—Gracias. Gracias por venir.

Su voz era como un lamento por tantos hombres y mujeres inocentes que eran sacrificados en nombre de Gibbon; y por sus compañeros, que carecían de la posibilidad de actuar de otra forma.

Pero Covenant había dejado atrás la preocupación por el quebranto y las pérdidas, convirtiendo en inflexible su propósito, pasando de un dolor inconmensurable a una furia total. Cuando los abate, Encorvado llora como ningún haruchai lo ha hecho jamás. Tenía que ser cierto, Cail no mentiría. Pero tan sólo se trataba de una gota más que caía sobre el océano de la crueldad del Amo Execrable. No podía permitirse que aquella situación continuara.

Se desprendió del vértigo y del agarre de Linden, y comenzó a bajar de nuevo.

Ella pronunció su nombre sin obtener respuesta. Con Cail a su lado, se apresuró tras él.

El camino no resultó demasiado largo. Muy pronto alcanzó el final de la escalera, deteniéndose frente a un muro liso que hacía pensar en otro muro en el que había una puerta invisible que él había visto solamente una vez y que nunca había intentado abrir. Ni sabía como hacerlo. Mas no importaba. Lo que importaba era que Gibbon había escogido aquel lugar, aquel lugar, como campo de batalla. El desánimo aumentó la presión y casi llegó a romper el nudo del autodominio de Covenant.

Pero no tuvo que pedir ayuda para abrir aquella puerta. Se abrió hacia dentro obedeciendo la orden de Gibbon, permitiendo el acceso de Covenant, Linden y Cail hasta uno de los más inapreciables tesoros de los antiguos Amos.

A la Sala de las Ofrendas.

Permanecía intacta a pesar de los siglos que habían transcurrido. La atmósfera tenía un olor acre debido a las antorchas que Gibbon había dispuesto para su uso, obteniendo luz de la destrucción. Y aquella clase de luz no hacía justicia a las maravillas de la inmensa caverna. Pero todas las cosas que vio Covenant seguían sin mácula.

El legado de los Amos expuesto a un futuro que los despreciaba.

Los constructores de Piedra Deleitosa no habían trabajado mucho en la espaciosa cueva. La habían provisto de un suelo pulimentado, pero sin tocar la piedra original de las paredes ni las toscas columnas que se alzaban enormes para sostener el techo y el resto de la Fortaleza. Pero aquella carencia de acabados servía al propósito para el que había sido concebida la Sala. De todas formas, la tosquedad de las superficies hacía resaltar la labor de los incomparables artesanos del antiguo Reino.

Los tapices y las pinturas colgaban de los muros desafiando el deterioro de siglos, preservados por alguna técnica de los artistas o por la calidad de la atmósfera de la Sala. Entre las columnas, se erguían grandes tallas y esculturas. Piezas más pequeñas descansaban sobre anaqueles de madera diestramente fijados a la piedra. Habían muchas y diferentes telas colocadas como adornos; pero las restantes obras habían sido realizadas en madera o piedra, los dos materiales básicos que el Reino una vez reverenciara. La Sala no contenía metal de ninguna clase.

Covenant no había olvidado aquel lugar, jamás podría olvidarlo, pero al verlo creyó que no recordaba su magnificencia. Pareció devolverle todas las cosas en un instante, todo lo que atesoraba o aborrecía su mente: Lena y Atiaran, amor y violación, la arriesgada e inquebrantable compasión de Mhoram, la sabiduría carente de escrúpulos de los ur-viles, Kevin acometido por la desesperación, los Ranyhyn tan orgullosos como el viento, y los hombres de Raat, obstinados como la Tierra. Y gigantes, gigantes por todas partes, gigantes maravillosamente representados con su lealtad, aflicción y grandeza plasmada en ellos como si los tapices, las esculturas y tallas constituyeran una prueba de su persistencia. Allí los habitantes del Reino habían demostrado lo que podían hacer cuando vivían en paz.

Y justo allí, en aquel lugar lleno de historia y belleza, el Delirante Gibbon había decidido desafiar a Covenant por la supervivencia de la Tierra.

Covenant entró con total inconsciencia, como si estuviera ciego ante el umbral de locura que se abría a sus pies, y se dirigió al encuentro del na-Mhoram.

Rígido en su negra túnica y la casulla escarlata, con el báculo de hierro preparado y los enrojecidos ojos brillantes, Gibbon se erguía sobre un mosaico que giraba en el centro del suelo. Covenant no había visto aquel mosaico con anterioridad, debía haber sido colocado después de su última visita. Estaba formado por pequeñas lascas del color de la aliantha y de la agonía; representaba a Kevin Pierdetierra ejecutando el Ritual de Profanación. A diferencia de la mayor parte de las obras que allí había, no contenía ninguna afirmación subyacente. En vez de ello, expresaba el terrible y extremo suplicio de Kevin como si aquello fuera una fuente de satisfacción.

Gibbon se había situado sobre el corazón del Pierdetierra.

Junto al mosaico, se hallaba Honninscrave arrodillado sobre la piedra.

La entrada de Covenant en la Sala de las Ofrendas, no hizo que el gigante levantase la vista, a pesar de que la única parte del cuerpo que podía mover era la cabeza. Mediante alguna artimaña del poder del Delirante Gibbon, Honninscrave se hallaba pegado al suelo. Al arrodillarse, se había hundido hasta la mitad de muslos y antebrazos en lo que parecían arenas movedizas. De inmediato, éstas se habían solidificado en torno a él aprisionándolo por completo.

Sus ojos miraban desesperados al fracaso de su vida. La pérdida cubría su rostro con las cicatrices de los recuerdos de Soñadordelmar y del Gema de la Estrella Polar.

Y el na-Mhoram.

—¿Lo ves, Incrédulo? —Su voz era sangrienta y ávida—. Ninguna incredulidad te salvará ahora. Tan sólo te perdonaré si te arrastras ante mí.

En respuesta, Cail dejó atrás a Covenant saltando hacia Gibbon como si creyera que podía destrozar al Delirante.

Pero Gibbon estaba preparado. Apretó el puño sobre el báculo y las llamaradas saltaron del triángulo abierto que lo remataba.

Un involuntario gemido desgarró a Honninscrave.

Cail quedó clavado en seco, de pie y casi temblando, a poca distancia del na-Mhoram.

—Te conozco, haruchai. —Murmuró suave y cruelmente el Delirante—. Aquél ante quien tú te humillas no osaría atacarme, porque venera las reliquias de sus difuntos antepasados y teme dañarlas. Valora una Tierra desaparecida. Mas tú no posees la estupidez de esos escrúpulos. Sin embargo eres estúpido. Tú no querrás obligarme a acabar con la vida de este gigante loco que quiso enfrentarse a mí y me creyó tan insignificante como él es.

Cail giró sobre sus talones, volviendo al lado de Covenant. En su semblante no se delataba ninguna emoción. Pero el sudor le bañaba las sienes, y los músculos de los extremos de sus ojos se tensaban y distendían al compás de los latidos de su corazón.

Linden intentó maldecir, pero las palabras sonaron como una apagada queja. Instintivamente, se había situado detrás de Covenant.

—¿Lo oís? —continuó Gibbon alzando la voz de manera que contaminase hasta los últimos rincones de la gran Sala—. Estáis todos locos y no levantaréis contra mí ni un dedo ni una llama. No haréis nada excepto humillaros a mi capricho o morir. Estás vencido, Incrédulo. Temes destruir lo que amas. Tu amor es cobardía, y tú estás derrotado.

La garganta de Covenant se cerró como si estuviera asfixiándose.

—Y , Linden Avery. —La crueldad del desprecio del na-Mhoram llenaba el aire—. Conociendo mi toque te has atrevido conmigo otra vez. Y a eso lo llamas una victoria sobre ti misma, creyendo expiar con tal locura la maldad que contienes. Imaginas que te hemos subestimado y que eres capaz de rechazar el Desprecio, pero tu creencia es pueril. Todavía no has probado los abismos de tu Profanación. ¿Lo oís todos? —gritó súbitamente, exaltado por la maldad—. ¡Estáis condenados más allá de toda descripción, y yo me agasajaré con vuestras almas!

Dividida entre el ultraje y el horror visceral, Linden gemía entre dientes. Había llegado tan lejos porque amaba a Covenant y aborrecía el mal, pero Gibbon la aterraba hasta en los últimos nervios y fibras de su ser. Su rostro estaba tan pálido como el de un muerto; sus ojos parecían heridas. Covenant se había vuelto insensible a todo lo demás, pero aún seguía siendo consciente de ella. Consciente de lo que le sucedía en aquel momento. Estaba siendo desgarrada por el deseo de poder para aplastar a Gibbon; para extirparlo como si él fuera la parte de sí misma que ella más odiara.

Si lo hacía, si tomaba el fuego de Covenant y lo utilizaba para sus fines, estaría perdida. La herencia de sus padres caería sobre ella. Destruyendo a Gibbon, ella se remodelaría en su imagen, afirmando la negrura que había oprimido su vida.

Covenant podía evitarle eso al menos. Y el momento había llegado. Estaba atrapado en la agonía de una destrucción tan esencial y funesta que podía romper el Tiempo en dos. Si no actuaba de inmediato, perdería el control.

Deliberada y desesperadamente, comenzó a avanzar como si no se diera cuenta de que había cruzado el umbral.

De inmediato, Gibbon enarboló su báculo, empuñándolo con más fuerza. Sus ojos escupían sangre.

—¡Piensa, Incrédulo! —masculló—. ¡No sabes lo que vas a hacer! ¡Mírate las manos!

De manera involuntaria, bajó la vista hacia ellas, hacia los cortes que el krill había producido entre sus dedos.

Su carne estaba abierta y dejaba ver los huesos. Pero los cortes no sangraban. Rezumaban una esencia de lepra y veneno. Hasta el líquido que había en sus venas era ya corrupción.

No obstante, estaba preparado para eso. El camino que había escogido conducía hasta allí. Los sueños se lo habían anticipado. Y las puertas de Piedra Deleitosa estaban destruidas por su causa y había ocasionado un inconmensurable daño en el interior de la Fortaleza. Una mayor destrucción no alteraría su sino.

Las cicatrices de su antebrazo brillaban con negra furia. Como ponzoña y fuego, avanzó por el mosaico hacia Gibbon.

—¡Estúpido! —gritó el na-Mhoram. Una mueca de temor traicionaba su semblante—. ¡No puedes oponerte a mí! ¡El Fuego Bánico es más fuerte que tú! Y si él no actúa, yo poseeré a tu Linden Avery. ¿La matarás también a ella?

Covenant oyó a Gibbon, y comprendió la amenaza. Pero no se detuvo.

Súbitamente, el Delirante envió una ráfaga de fuego hacia Honninscrave, y Covenant hizo erupción para proteger al capitán.

Hizo erupción como si su corazón ya no pudiera contener por más tiempo el magma de su poder.

Llamas tan oscuras e insondables como un abismo aullaron al cruzar la pulida superficie del mosaico, rebotando entre los pilares y extrayendo ecos de las altas bóvedas. Una fuerza sin alma barrió del aire la ráfaga de Gibbon, haciéndola pedazos, creciendo y creciendo con ensordecida vehemencia, clamando por la vida del Delirante. Sus manos estaban extendidas ante él mostrando las palmas como en una petición de paz, pero de sus dedos heridos fluía la magia indomeñable, ponzoñosa y fatal. Toda su carne se había vuelto negra; los huesos eran de ébano y enfermedad. La única pureza que restaba en él era la del rígido círculo del anillo y la calidad de su pasión.

El na-Mhoram retrocedió uno o dos pasos, interponiendo el rojizo y frenético lamento del triángulo de su báculo. Una incandescencia capaz de calcinar la piedra estalló cerca de Covenant. La concentrada ferocidad del Fuego Bánico parecía alcanzar directamente su mismo centro vital. Pero continuó avanzando a través de él.

Aquel Gibbon había asesinado a la gente del Reino para alimentar el Fuego Bánico y el Sol Ban. Había enseñado ritos de sangre a quienes sobrevivían para que se mataran entre sí tratando de procurarse vida. Había llenado Piedra Deleitosa de aquella corrupción. Ráfagas y contrarráfagas, Honninscrave debatiéndose otra vez inútilmente. Cail arrastrando a Linden juera de la terrible conmoción de poderes con gritos en sus ojos demasiado penetrantes a causa de la parálisis y objetos preciosos derrumbándose por doquier. Había destruido el vestíbulo con el fuego del Grim y enviando a sus inocentes servidores a que perdieran la vida luchando con los componentes del grupo. Había aterrado a Linden haciéndola creer que era como sus padres. Había convocado su violencia en aquel lugar, obligando a Covenant a quemar los antiguos tesoros del Reino.

El báculo de Gibbon extraía tanto poder del Fuego Bánico, tanto vigor y rabia, que Covenant estuvo cercano al llanto ante la devastación que causaba y el precio que le exigía. Bajo sus botas, comenzaron a arder las coloreadas piezas del mosaico, tornándose tan brillantes e incandescentes como una profecía. Pisó la imagen del corazón del Pierdetierra como si fuera el lugar a que le llevaba su propio camino.

Erguido y tenebroso en el núcleo de su infernal poder, trató de avanzar hacia el na-Mhoram.

Y falló.

El aire y la luz dejaron de existir. Todas las cosas bellas que se hallaban próximas a sus llamas ardieron. Las columnas cercanas comenzaron a fundirse. El suelo de la Sala estaba a punto de licuarse. Una fuerza superior a cuanta brotara de él con anterioridad golpeaba a Gibbon. El tejido esencial de la existencia de la Tierra se estremecía como si el último viento hubiera comenzado a soplar.

Sin embargo, falló.

El Amo Execrable lo había planeado y preparado bien. El Delirante Gibbon se hallaba arrinconado y no podía escapar; ni vacilar. Y el Fuego Bánico era demasiado poderoso. Siglos de matanzas habían producido el fruto anhelado, y Gibbon alimentaba con él a Covenant, introduciéndolo trozo a trozo entre unos dientes que se oponían. El fuego Bánico no era más fuerte de lo que era él, sino sólo más de lo que él se atrevía a ser. Lo bastante para resistir cualquier ataque que no rompiera el Arco del Tiempo.

Ante la percepción de aquel conocimiento, Covenant sintió a su muerte muy cerca de él; y su desesperación creció salvajemente. Durante un prolongado momento, con la roja furia llameando como un sol, quiso gritar, aullar, clamar hasta que los cielos le oyesen: ¡No! ¡No!

Le escuchasen y se desplomaran.

Pero antes de que el ondular del mundo se convirtiese en grieta, descubrió que también conocía la respuesta. Soportar lo que tenga que ser soportado. Después de todo, podía resistirlo… si decidía llegar tan lejos y la decisión no le era arrebatada. Ciertamente resultaría costoso. Podría costarle todo cuando amaba. Pero ¿no era aquello preferible a un Ritual de Profanación que haría parecer el de Kevin un insignificante acto despecho? ¿Acaso no lo era?

Después de un tiempo, se dijo suavemente: Sí. Sí. eres la magia indomeñable.

Y aceptó esto por primera vez.

Con los últimos y andrajosos fragmentos de su voluntad, se obligó a retroceder desde los límites del cataclismo. No podía apagar tanta negrura; y, si no lo conseguía, pronto acabaría con él. El veneno estaba devorando su vida. Pero aún no lo había conseguido. Una angustia inefable y mortal, dilataba su rostro; pero tuvo que aceptarla. Apartándose de Gibbon, salió del mosaico.

Cuando miró hacia Linden y Cail implorando su perdón, Nom irrumpió en la Sala de las Ofrendas perseguido furiosamente por la Primera.

Ella se paró en seco al ver el destrozo de la Sala y el alcance de la desesperación de Covenant; luego fue a unirse a Cail y Linden. Pero el esperpento de arena salió disparado hacia el na-Mhoram como si al fin hubiera localizado la presa perfecta.

Cruzando como un relámpago junto a Covenant, Nom se estrelló contra el rojo corazón del poder de Gibbon.

Y fue catapultado por encima de la cabeza de Honninscrave como si tuviese el peso de un niño. Incluso un esperpento de arena era poca cosa para oponerse a la fuerza del Fuego Bánico.

Pero Nom comprendía la frustración y la furia, el esfuerzo y la destrucción, pero no el miedo o la derrota. Seguramente la bestia reconocía la absoluta trascendencia del poder de Gibbon. Y esto le impedía desistir o huir. Por tanto, atacó de otra manera.

Golpeó el suelo con ambos brazos tan fuertemente que todo el centro de la Sala se onduló como una ola de agua.

El mosaico estalló contra su rostro, haciéndose pedazos.

Lleno de ira, Gibbon se tambaleó pugnando por recobrar el equilibrio, y luego alzó su báculo, inclinándolo hacia atrás, para emitir una ráfaga que redujera a Nom a los huesos.

Pero se hallaba exasperado por el enojo y el deseo de matar, y su envío requería un momento de preparación. No se dio cuenta del resultado principal del ataque de Nom.

Aquel golpe había producido una fisura que llegaba desde un muro a otro, una hendidura que pasaba directamente por el lugar donde Honninscrave yacía de rodillas en la piedra. Sus ataduras se rompieron como si ése hubiera sido el propósito de Nom.

Con un rugido, Honninscrave cargó contra el na-Mhoram.

Gibbon estaba intensamente concentrado en Nom, y en un equilibrio demasiado precario. No pudo reaccionar a tiempo. Su carne humana no tuvo defensa cuando Honninscrave descargó sobre él un golpe que pareció romperle los huesos. Su báculo cayó al suelo, resonando contra la base de una columna pará quedar luego en reposo, despojado de su incandescencia.

La Primera gritó el nombre de Honninscrave, pero su voz no fue audible en la conmocionada Sala.

Por un instante, Honninscrave permaneció agachado y jadeando sobre el cadáver de Gibbon. En la mente de Covenant se hizo claro un pensamiento: no puede matarse a un Delirante de esa manera. Tan sólo se mata su cuerpo.

Entonces el capitán se volvió hacia sus compañeros, y Covenant se sintió desfallecido. No necesitó la percepción de Linden para ver qué había sucedido, ni escuchar su angustiado susurro. Había sido testigo de horrores similares con anterioridad. Y la situación de Honninscrave resultaba evidente.

Se erguía como si aún fuera él mismo. Con los puños apretados como si supiera lo que estaba haciendo. Pero su rostro ondulaba igual que una alucinación, fundiéndose alternativamente en salvaje gozo y en un firme gesto de resolución. Era Grimmand Honninscrave, el capitán del Gema de la Estrella Polar. Y era samadhi Sheol, el Delirante que gobernaba el Clave desde el cuerpo de Gibbon.

Ambos en guerra.

Todo el combate se desarrollaba en su interior. El rojo destellaba en sus ojos para luego desaparecer. Las muecas desnudaban sus dientes para luego borrarse. Una carcajada que parecía un gruñido atenazaba su garganta. Cuando habló, su voz chirriaba bajo la tensión.

—Thomas Covenant.

De inmediato, el tono subió escapando a su control, gritando:

—¡Loco! ¡Loco!

Consiguió dominarla, al continuar:

—Amigo de la Tierra. Escúchame. —El esfuerzo parecía desgarrarle los músculos del rostro. Sin la avuda de su poder, Covenant contemplaba febril como Honninscrave se debatía por la posesión de su alma. Entre dientes, el gigante pudo articular como en un estertor de muerte—. Haz caso a lo que la desesperación te ordena. Debe realizarse.

Al momento brotaron de su interior penetrantes gemidos, el angustiado staccato del Delirante, o el de Honninscrave.

—Ayúdale —jadeó Linden—. Ayúdale, por el amor de Dios.

Pero nadie podía hacer nada por él. Sólo ella tenía la capacidad de interferir en tal forcejeo; y si lo intentaba, Covenant trataría de detenerla. Si el samadhi Sheol saltaba de Honninscrave a ella tendría acceso a la magia indomeñable por su mediación.

Tratando de respirar, Honninscrave logró el control.

—Debes matarme. —Aunque las palabras sangraban en sus labios, resultaban claras y certeras. Su semblante cobró un aspecto asesino para volver luego a sus familiares rasgos—. Sabré contener al Delirante mientras acabas conmigo. De esa manera también él morirá. Y yo quedaré en paz.

Sheol se retorció tratando de liberarse, pero Honninscrave aguantó.

—Te lo suplico.

Covenant dejó escapar una salpicadura de fuego, pero ésta se quedó a distancia del gigante. La Primera aferraba con ambas manos la espada hasta que le temblaron los brazos, pero las lágrimas la cegaban, y no podía moverse. Cail cruzaba los brazos sobre su pecho como si fuera ajeno a lo que ocurría.

El llanto contenido estaba enloqueciendo a Linden.

—Dadme un puñal —dijo—. Que alguien me dé un puñal. ¡Condenados seáis todos al averno! Honninscrave. —Pero no tenía puñal, y su repulsión no le permitía acercarse más al Delirante.

No obstante, Honninscrave recibió respuesta; de Nom, el esperpento de arena del Gran Desierto.

La bestia esperó un momento para que actuasen los otros, como si comprendiera que todos tenían que superar aquella crisis y quedar transformados. Entonces fue hacia Honninscrave, con sus peculiares rodillas tensadas por la fuerza. Él observó cómo se acercaba mientras el Delirante que tenía dentro farfullaba y gemía. Pero él ahora era el capitán, hasta el punto de superar al samadhi Sheol; y mantuvo el control.

Lentamente, casi con gentileza, Nom colocó los brazos alrededor de su cintura. Por un instante, los ojos de Honninscrave se volvieron hacia sus compañeros como si quisiera decir adiós, expresar patéticamente que al fin había hallado una manera de continuar viviendo. Luego, con una mortal presa tan inesperada como un acto de misericordia, el esperpento de arena lo tiró contra el suelo.

Como si ya no le quedasen lágrimas para llorar, Covenant pensó vagamente: no se puede matar así a un Delirante. Pero ya no estaba seguro. Existían misterios en el mundo que ni siquiera el Amo Execrable podía corromper. Linden jadeó como si se hubieran quebrado sus propios huesos. Cuando alzó la cabeza, sus ojos brillaban ansiosos del poder que le permitiría exigir una retribución. Rígidamente, la Primera se aproximó al cuerpo de su amigo.

Antes de que llegara, Nom se volvió; y Cail dijo como si a pesar de su frialdad congénita pudiera sorprenderse: —El esperpento de arena está hablando. Covenant no podía ver con claridad. Su visión de la periferia había desaparecido, ennegrecida por la inminente combustión.

—Habla a la manera de los haruchai. —Tenues surcos de perplejidad marcaban el entrecejo de Cail—. Su discurso es extraño, aunque comprensible. Sus compañeros lo observaban.

—Dice que ha desgarrado al Delirante. No dice matado. La palabra es «desgarrar». Y Nom se ha alimentado de las fibras de su ser. —Mediante un esfuerzo, Cail desarrugó su frente—. Por eso el esperpento de arena ha conseguido la facultad de hablar.

Luego, el haruchai miró a Covenant. —Nom te da las gracias, ur-Amo. Las gracias, se dolió Covenant. Había permitido que muriera Honninscrave. Había fracasado ante Gibbon. No merecía agradecimientos. Ni tenía tiempo para recibirlos. Todo su tiempo se había consumido. Era demasiado tarde para la tristeza. Su piel presentaba una oscura y enfermiza tonalidad, estaba perdiendo la noción de sí. Una galerna de tinieblas crecía en él exigiendo una respuesta. La respuestas que había aprendido en sus pesadillas. Se apartó de Linden, la Primera, Cail, Nom y el caído Honninscrave como si se hallara solo y caminó como si estuviera envuelto en llamas hacia el exterior de la Sala de las Ofrendas.

Pero cuando puso el pie en las escaleras, una mano se cerró alrededor de su mente, y se detuvo. Otra voluntad se estaba imponiendo a la suya, tomando las decisiones por él.

Por favor, dijo aquello. No, por favor.

Aunque carecía del sentido de la salud y casi le fallaba la cordura, reconoció el dominio de Linden. Lo estaba poseyendo mediante su percepción.

No te hagas eso.

A través del vínculo existente entre los dos, supo que ella estaba llorando desconsoladamente. Pero más allá de su dolor brillaba una gran pasión. No le permitiría acabar de aquella manera. No le permitiría que saliera de su vida.

No puedo dejarte.

La comprendió, ¿cómo no hacerlo? Era demasiado receptiva para todo. Se había dado cuenta de que el control que Covenant ejercía sobre sí mismo casi había desaparecido. Y su propósito debió resultarle transparente; su desesperación era excesivamente notoria para que le pasara desapercibida. Estaba tratando de salvarlo.

Significas demasiado.

Pero aquello no era salvación, sino condena. Linden había malinterpretado la necesidad que tenía ella. ¿Qué podía hacer respecto a él cuando su locura había llegado a ser irremediable? ¿Y cómo sería ella capaz de enfrentarse al Despreciativo y arrastrar las consecuencias de la posesión que encadenarían su alma?

No intento combatirla con fuego. Desistió de arriesgarse a dañarla. En lugar de eso, recordó el silencio impuesto por los elohim y el delirio del veneno. En el pasado, cualquiera de las dos cosas habría sido suficiente para arredrarla. Ahora él hizo que ambas crecieran a la vez, intentando clausurar las puertas de su mente de modo deliberado, para dejarla fuera.

Pero ella era más poderosa que nunca. Había aprendido mucho, aceptado mucho. Estaba familiarizada con él de forma demasiado íntima para ser evaluada. Lloraba apasionadamente por él y su deseo procedía de las raíces de su vida. Su voluntad se aferraba a la de él con tanta fuerza que no le permitía evadirse.

Expulsarla era duro, atrozmente duro. Para lograrlo, tendría que prescindir de la mitad de sí mismo, enterrando profundamente su propio anhelo. Pero ella continuaba sin comprenderlo. Aún temía que se viera arrastrado por la misma autocompasión y maldad que corrompió a su padre. Y había sido profundamente dañada por el horror del toque de Gibbon y la muerte de Honninscrave y, por tanto, no tenía clara consciencia de lo que hacía. Al fin logró cerrar la puerta y dejarla fuera. Tras esto, comenzó a ascender por la escalera nuevamente.

Desamparado y ultrajado, su grito llegó hasta él:

—¡Te amo!

Aquello le hizo vacilar un instante. Pero luego se estabilizó y continuó.

Sostenido por el creciente desbordamiento del fuego negro, recorrió el camino hacia el Recinto Sagrado. Por dos veces halló bandas de Caballeros que le combatieron frenéticamente, como si pudiesen adivinar su propósito. Pero se había vuelto inalcanzable y pudo ignorarlos. El instinto y la memoria lo guiaban hasta la base de la inmensa cavidad situada en el corazón de Piedra Deleitosa donde el Fuego Bánico ardía.

Era allí donde los antiguos habitantes de la ciudad iban para compartir su común dedicación al Reino. Dentro del perfecto cilindro habían balcones desde donde la gente escuchaba hablar a los Amos situados en los estrados que estaban bajo ellos. Pero tales estrados ya no existían, habían sido sustituidos por un foso donde el Fuego Bánico se alimentaba de sangre.

Se detuvo ante la entrada más cercana. Buscadolores se hallaba allí aguardándole.

Los ojos amarillentos y angustiados del Designado seguían como siempre. Su semblante era un desierto de espanto y viejas aflicciones. Pero la acritud que usaba con tanta frecuencia para censurar a Covenant se había esfumado. Su lugar lo ocupaba el arrepentimiento que mostraba el elohim.

—Vas hacia tu muerte, portador del anillo —dijo suavemente—. Ahora te entiendo. Es una valiente hazaña. No puedo responder de su desenlace; y no sé como mostrarme digno de ti. Pero no te abandonaré.

Aquello tocó a Covenant como los rukhs de los Caballeros no habían logrado. Le dio fuerzas para penetrar en el Recinto Sagrado.

Allí el Fuego Bánico se reunió con él, aullando como el horno del sol. Sus llamaradas ascendían hasta los balcones superiores donde ahora descansaba el inmenso triángulo de hierro del rukh maestro, canalizando el poder del Sol Ban hacia el Clave. Su calor pareció chamuscarle el rostro instantáneamente, abrasar sus pulmones, carbonizar la débil vida de su carne y bramar a través de él hasta llegar a los últimos fundamentos de su voluntad. Las señales de colmillos en su antebrazo parecían alegrarse. Sin embargo, no se detuvo ni titubeó. Había recorrido el camino que lo llevó hasta allí por voluntad propia y aceptaba las consecuencias. Deteniéndose sólo para humillar al rukh maestro convirtiéndolo en lluvia metálica al objeto de que los Caballeros supervivientes quedaran aislados de su fuerza, se internó en el infierno.

Ésa es la gracia que te ha sido dada.

Un pequeño y claro espacio semejante a la esperanza se abrió en su corazón cuando siguió el curso de sus sueños entrando en el Fuego Bánico.

Soportar lo que haya de soportarse.

Pasado cierto tiempo, la negrura que había en él se tornó blanca.