OCHO

Los defensores del Reino

La lluvia caía estrepitosamente. La tormenta estaba llena de voces que Covenant no podía oír. Los labios de Sunder no producían sonido alguno. Hollian entrecerraba los ojos ante el agua que le azotaba el rostro como si no supiera si reír o llorar. Covenant ansiaba ir hacia ellos para estrecharlos entre sus brazos, alegrándose de que estuvieran vivos, pero el resplandor del krill lo detenía. Ignoraba su significado. Su antebrazo le dolía a causa del veneno, al coger el krill.

Cail le habló directamente al oído.

—¡El Gravanélico te pregunta si la búsqueda ha tenido éxito!

Covenant se cubrió el rostro ante aquello, oprimiendo el inminente fuego del anillo contra los huesos de su cráneo. La lluvia era excesiva para él; y un reprimido sollozo atenazaba su pecho. Había deseado tanto hallar salvos a Sunder y Hollian que ni por un instante consideró lo que la ruina de las pesquisas significaba para ellos.

El oído de la Primera fue más agudo que el suyo. Había escuchado la pregunta de Sunder. Procuró dirigir la voz para contestarle entre el fragor.

—¡La Búsqueda fracasó! —El esfuerzo hacía cortantes aquellas palabras—. ¡Cable Soñadordelmar está muerto! ¡Hemos venido en pos de otra esperanza!

La gritada contestación de Sunder apenas fue audible.

—¡No encontraréis a nadie!

Entonces la luz disminuyó: el Gravanélico se había dado la vuelta. Blandiendo en alto el krill para guiar al grupo, se adentró en la tormenta.

Covenant dejó caer las manos como en un grito que no pudiera emitir.

Durante un instante nadie siguió a Sunder. Silueteada contra el resplandor del krill, Hollian se erguía ante Covenant y Linden. Él apenas se dio cuenta de que se le acercaba para darle un fuerte abrazo de bienvenida. Antes de que pudiese corresponderle, se apartó para abrazar a Linden.

Pero aquel escueto gesto le hizo recobrarse. Constituía como un acto de expiación, o afirmación de que la vuelta de Linden y él era más importante que ninguna esperanza. Cuando Cail le instó a seguir la luz, se obligó a poner en movimiento sus entumecidos miembros.

Se encontraban en un declive entre colinas. El agua le llegaba hasta las rodillas. Pero la corriente discurría en la dirección que llevaban, y Cail le daba su apoyo. El haruchai parecía más seguro que nunca. Debía tratarse de la comunión mental de su pueblo, la misma que guiara a Durris y Fole, seguidos por los pedrarianos, hasta ellos. Y Cail ya no estaba aislado. Ni el barro, la corriente o la lluvia eran capaces de hacerle perder el paso. Sostenía a Covenant como si fuese una figura de granito.

Covenant había perdido toda noción de sus compañeros, pero no le preocupaba. Confiaba en los otros haruchai tanto como en Cail. Concentrándose en no frenar el avance, seguía a Sunder con toda la rapidez que el desequilibrio y el agotamiento le permitían.

Bajo el temporal, el camino resultaba largo y penoso. Pero al fin, tanto él como Cail tuvieron atisbo de una roca, viendo reflejarse borrosamente la luz del krill de Sunder contra los contornos de una amplia hendidura semejante a una cueva. Sunder penetró sin vacilar, utilizando la plateada incandescencia del krill para encender una pila de leña ya preparada. A continuación envolvió de nuevo la hoja, deslizándola en el interior del justillo de cuero que llevaba.

Aunque las llamas daban menos luz que el krill, iluminaban una gran zona y permitía ver haces de madera y lechos situados junto a las paredes. Los pedrarianos y haruchai habían ya establecido allí un campamento.

La gruta era alta pero poco profunda, apenas una depresión en el lado de una colina. La inclinación del techo hacía que el agua de la lluvia cayese goteando sobre el suelo y, por tanto, la caverna estaba húmeda y no era fácil mantener encendido el fuego. Pero incluso aquel precario refugio suponía un bálsamo para los castigados nervios de Covenant. Se inclinaba hacia las llamas frotándose en un intento de paliar el paralizante frío que le embargaba, contemplando a Sunder mientras el grupo llegaba para reunirse con él.

Durris conducía a los cuatro gigantes. Fole guiaba a Linden como si hubiese tomado posesión del cargo que eligiera Tejenieblas. Vain y Buscadolores entraron a la vez, aunque apenas si se adentraron en la cueva para evitar el azote de la lluvia. Y Hollian iba acompañada por Harn, el haruchai que tomara a la Eh-Estigmatizada a su cargo desde los días en que Covenant la rescató de la prisión de Piedra Deleitosa y el Fuego Bánico.

Covenant lo miró. Cuando Sunder y Hollian abandonaron Línea del Mar para emprender la misión contra el Clave, Harn los acompañó. Aunque no solo: también fue Stell, el haruchai que protegiera a Sunder.

¿Dónde estaba Stell?

No, más que eso, aún peor que eso. ¿Dónde se hallaban los hombres y mujeres del Reino, los habitantes de los pueblos que Sunder y Hollian habían ido a reunir? ¿Y dónde los otros haruchai? Tras la espantosa matanza que el Clave desencadenó sobre su pueblo, ¿por qué solamente Durris y Fole fueron enviados a presentar batalla?

No encontraréis a nadie aquí.

¿Había triunfado ya el na-Mhoram?

Trató de dirigirse a Sunder, situado al otro lado de la hoguera, pero movió las mandíbulas sin lograr decir palabra. Bajo la gruta, la tormenta quedaba amortiguada pese a ser incesante, tan ávida y feroz como una enorme bestia. Y Sunder había cambiado. A pesar de la gran cantidad de sangre que por su cargo de Gravanélico de Pedraria Mithil se vio obligado a derramar, nunca tuvo la apariencia de un hombre que supiera como matar. Pero ahora la tenía.

Cuando Covenant lo encontró por primera vez, las juveniles facciones del pedrariano reflejaban confusión y tormento, por los problemas no resueltos de su pedraria. Su padre le había enseñado que el mundo no era como los Caballeros decían, un lugar de expiación por las ofensas humanas y, en consecuencia, nunca aprendió a aceptar o perdonar las acciones que el gobierno del Clave y la constricción del Sol Ban le habían obligado a cometer. La revulsión había marcado su frente, sus ojos estaban hundidos por tanto remordimiento, sus dientes apretados como si masticase el amargo cartílago de su irreconciliación. Pero ahora parecía tan afilado y cortante como el puñal que una vez utilizara para sacrificar las vidas de quienes amaba. Sus ojos centelleaban igual que dagas alumbradas por la hoguera. Y en todos sus movimientos se delataba la tensión de una cólera asfixiante, una ira extremada e incomprensible que no le era dado manifestar.

Su semblante no era el adecuado para una bienvenida. La Primera acababa de decir que la Búsqueda había fracasado. No obstante, sus ademanes sugerían que aquella ferocidad no iba dirigida contra el Incrédulo, cuyo encuentro incluso le había producido una alegría o alivio que no le había sido posible expresar.

Desalentado, Covenant miró a Hollian buscando una explicación.

También la Eh-Estigmatizada mostraba signos de su vida reciente. La camisola de cuero aparecía desgarrada en diversos lugares y apresuradamente remendada. Sus brazos y piernas estaban delgados a consecuencia de la escasa comida y el peligro constante. Y aun así, contrastaba singularmente con Sunder.

Ambos pertenecían a la recia estirpe de los pedrarianos, de pelo oscuro y estatura no excesiva, aunque ella era más joven que él. Pero sus vidas habían sido por completo diferentes. Hasta aquel suceso que le costó la pérdida de su hogar en Pedraria Cristal, cuando el Caballero exigió su vida y fue rescatada por Covenant, Linden y Sunder, había sido la miembro más apreciada de su comunidad. Como Eh-Estigmatizada, capaz de predecir las fases del Sol Ban, se la había considerado de inestimable provecho para su pueblo. En su pasado había poco del desgarro y las dudas que colmaban los días de Sunder. Y esta diferencia se había agudizado ahora. Ella estaba más radiante que colérica, cálida en su saludo de encuentro cuando él se había comportado con rigidez y sequedad. Si las miradas que dirigía al Gravanélico no hubieran conllevado tanta ternura, Covenant hubiera creído que los pedrarianos se habían convertido en dos extraños.

Pero la negra cabellera que flotaba como alas de cuervo sobre sus hombros cuando se movía, no había cambiado. Aún le daba aspecto de fatalidad, un aire de predestinación.

Avergonzado, Covenant descubrió que ni siquiera sabía qué decirle. Tanto ella como Sunder le resultaban demasiado íntimos, significaban demasiado. Aquí no encontraréis a nadie. Observándoles con más atención, dio cuenta de que no eran en absoluto extraños el uno para el otro. Sunder estaba tenso precisamente porque Hollian refulgía; y la luminiscencia de ella procedía de la misma raíz que la aflicción de él. Pero aquel vislumbre no proporcionó a Covenant palabras que pudiera pronunciar sin miedo.

¿Qué había sido de Stell?

¿Qué de los pobladores del Reino? ¿Y de los haruchai?

¿Qué les había ocurrido a los pedrarianos?

La Primera trató de salvar el incómodo silencio con la cortesía propia de los gigantes. En el pasado, el papel de suavizador en tales situaciones había correspondido a Honninscrave, pero ya carecía de ánimo para eso.

—¡Piedra y Mar! —comenzó—. Me complace saludaros nuevamente, Sunder el Gravanélico y Hollian Eh-Estigmatizada. Cuando partimos apenas si me atrevía a soñar con que volveríamos a encontrarnos. Resulta…

Un súbito cuchicheo de Linden detuvo a la Primera. Había estado mirando fijamente a Hollian, y su exclamación acalló a los reunidos, horadando claramente la densa cortina del temporal.

—Covenant. Ella está preñada.

Oh, Dios mío.

La esbelta silueta de Hollian no indicaba nada. Pero habían transcurrido casi noventa días desde que los pedrarianos abandonaran Línea del Mar. La declaración de Linden los convenció de inmediato; su percepción no podía errar en una cosa así.

El súbito peso que le acarreó la noticia lo forzaba hacia el suelo. Sus piernas se negaban a soportar aquella revelación. Preñada.

Esa era la causa del fulgor de Hollian y de la ira de Sunder. Ella estaba contenta porque lo amaba. Y porque también él la amaba, estaba aterrado. El empeño en pos del Árbol Único había fracasado. El propósito por el cual Covenant mandó retornar a las Tierras Altas a los pedrarianos había fracasado. Y Sunder, en otros tiempos, se había visto obligado a matar a su esposa y a su hijo. Ahora, ya no le quedaba sitio alguno adonde regresar.

—¡Oh, Sunder! —Covenant no sabía que estaba hablando en voz alta. Inclinó la cabeza, que debería haber estado cubierta por ceniza y maldiciones. Sus ojos estaban húmedos—. Perdóname. Lo siento en el alma.

—¿Ha sido culpa tuya que la Búsqueda fracasara? —inquirió Sunder. Su tono era tan cortante como el odio—. ¿Nos has situado en tal tesitura que mi propio error ha abierto la última puerta de la perdición?

—Sí —contestó Covenant, sin saber, ni preocuparle, si lo había hecho en voz alta o para sí.

—Entonces escúchame, ur-Amo. —El tono de Sunder se hizo más confidencial, teñido de tristeza—. Incrédulo y portador del oro blanco, curador y revelador de la vida. —Aferraba por los hombros a Covenant—. Escúchame.

Covenat alzó la cabeza procurando controlarse. El Gravanélico se cernía sobre él, con los ojos turbios, con gotas de agua que hacía brillar la hoguera bajando hacia sus tensas mandíbulas.

—Cuando por primera vez me persuadiste para que abandonara mi cargo y hogar en Pedraria Mithil —dijo con dificultad—, te rogué que no me traicionaras. Me obligaste a un demencial peregrinaje bajo el Sol del Desierto en pos de mi amigo Marid, a quien fuiste incapaz de salvar; y te negaste a que usara mi sangre para ayudarte, y me obligaste a comer aliantha que yo consideraba venenosa; y obedeciéndote, te di algo más importante que la fidelidad. Te rogué que dieses un significado para mi vida, y para la muerte de Nassic, mi padre. Y aún no estabas satisfecho, porque salvaste del peligro de Pedraria Cristal a Hollian, hija de Amith, como si fuera tu deseo que me enamorase de ella. Y cuando juntos caímos en manos del Clave nos liberaste de aquella prisión, restaurando nuestras vidas.

»Y aún no estabas satisfecho. Cuando nos enseñaste a conocer la maldad del Clave, te volviste de espalda a su crimen, aunque el Reino entero clamaba por la retribución. Ahí me traicionaste, ur-Amo. Dejaste de lado el sentido del que yo tanta necesidad tenía. A cambio, me ofreciste una tarea que sobrepasaba mis fuerzas.

Todo aquello era cierto. A causa de la sangre perdida, la pasión y la locura, Covenant se había hecho responsable de la verdad que exigió que Sunder aceptara. Y después había fracasado. ¿Qué otro nombre tenía aquello, sino el de traición? Las acusaciones de Sunder le provocaron lágrimas y remordimiento.

Pero Sunder tampoco estaba satisfecho.

—Por tanto —prosiguió secamente—, tengo derecho a que me escuches, ur-Amo e Incrédulo, portador del oro blanco —dijo como si estuviera dirigiéndose a los ardientes regueros que discurrían por el rostro de Covenant—, me has traicionado, pero me alegro de que hayas vuelto. Aunque estés desesperado, eres la única esperanza con que cuento. Tienes en tus manos la potestad de afirmar o negar la verdad que desees, y es mi anhelo el servirte. Mientras tú permanezcas, jamás aceptaré la desesperación ni la condenación. No habrá traición ni fracaso mientras me sigas sosteniendo. Y si la verdad que enseñas se ha de perder al fin, será para mí un consuelo que mi amada y yo no debamos soportar esa pérdida en soledad.

«Escúchame, Covenant —insistió—. No hay palabras suficientes para decirlo. Me alegro de que hayas venido.

En silencio, Covenant rodeó con los brazos el cuello de Sunder.

El llanto de su corazón era también una promesa. Esta vez no se volvería de espaldas. Esta vez vencería a aquellos bastardos.

Permaneció allí hasta que el abrazo con que el Gravanélico le respondía logró confortarlo.

Entonces, Encorvado rompió el silencio aclarándose la garganta con un carraspeo; y Linden dijo con voz alterada por la empatia:

—Ya era hora. Creía que nunca ibais a empezar a hablaros.

Se hallaba al lado de Hollian, como si momentáneamente se hubieran convertido en hermanas.

Covenant aflojó la presión, pero continuó sin soltar al Gravanélico durante unos instantes más. Tragando saliva con dificultad, murmuró:

—Mhoram solía decir cosas así. Comienzas a parecerte a él. El Reino es todavía capaz de dar personas como tú. Y como Hollian. —Al recordar al Amo que había muerto hacía tanto tiempo, tuvo que parpadear repetidamente para que no se nublara su vista—. El Execrable piensa que todo lo que tiene que hacer es romper el Arco del Tiempo y destruir el mundo. Pero se equivoca. La belleza no es tan fácil de destruir. —Recordando una canción que Lena le cantaba cuando era aún una muchacha y él un recién llegado al Reino, citó suavemente—: «Sobrevivirá el espíritu que a la flor alimenta».

Con una media sonrisa, Sunder se puso en pie. Covenant se le unió, y los dos se encararon a sus compañeros. Sunder le dijo a la Primera:

—Perdóname por no saludaros. La noticia de lo acaecido a la Búsqueda me afectó cruelmente. Pero venís de muy lejos y habéis atravesado regiones desconocidas de la Tierra, sometiéndoos a sufrimientos y peligros, y al fin nos hemos reunido. El Reino tiene necesidad de vosotros, y quizás nosotros también podamos ayudaros. —Presentó ceremoniosamente a Durris y Fole, por si los gigantes no habían oído antes sus nombres; y concluyó—: Aunque nuestra comida es escasa, quisiéramos que la compartieseis.

La Primera correspondió presentando a Tejenieblas a los pedrarianos. Ya conocían a Vain, y ella ignoraba a Buscadolores como si éste no mereciera su atención. Después de recorrer con la mirada la poco profunda y húmeda caverna, anunció:

—Parece más adecuado que seamos nosotros quienes os ofrezcamos nuestras provisiones. Gravanélico, ¿a qué distancia nos encontramos de esa Piedra Deleitosa que Giganteamigo busca?

—A cinco días de viaje —respondió Sunder—; o puede que tres, si no nos preocupa escondernos para pasar desapercibidos al Clave.

—Entonces —afirmó la Primera—, estamos a punto de ser recompensados, y también vosotros necesitáis una recompensa. —Miró deliberadamente la delgadez de Hollian—. Celebremos pues este encuentro y este refugio con comida.

Abrió su atado y los demás gigantes siguieron su ejemplo. Honninscrave y Tejenieblas comenzaron a cocinar. Encorvado procuró desembarazarse de algunos de los bultos que llevaba a la espalda. La lluvia proseguía martilleando sin tregua la colina, y el agua bajaba por el inclinado techo formando charcos en el suelo. Mas pese a ello, la relativa sequedad y calidez de aquel refugio resultaba consoladora. Covenant había oído en alguna parte que el permanecer expuestos a una lluvia incesante podía hacer enloquecer a la gente. Mesándose la barba con los insensibles dedos, contemplaba a sus compañeros y trataba de reunir el suficiente valor para formular ciertas preguntas.

La Primera y Encorvado se mantenían impávidos pese a la lluvia, el cansancio y el desaliento. Mientras aguardaba a que la comida estuviera dispuesta, ella desenvainó su enorme espada y empezó a secarla meticulosamente, y él fue a reunirse con Sunder para recordar sus anteriores encuentros y aventuras en el Llano de Sarán con su incorregible deseo de diversión. Pero Tejenieblas estaba aún embotado, vacilante. Hasta el punto de que parecía incapaz de elegir cuáles eran los bultos que debía abrir, y siguió confuso ante tan simple elección hasta que Honninscrave se lo indicó con un gruñido. Ni el tiempo ni los combates mantenidos contra los arghuleh lo habían librado de su desconfianza en sí mismo, e incluso parecía ir aumentando.

Y el capitán recordaba cada vez menos a un gigante. Mostraba una pasmosa carencia de entusiasmo por reunirse con los pedrarianos, los recién llegados haruchai, e incluso la perspectiva de poder comer algo. Todos sus movimientos eran obligaciones que ejecutaba para que el tiempo transcurriera hasta llegar a su meta, hasta que se le presentara la oportunidad de cumplir su propósito. Covenant desconocía el contenido de ese propósito, pero la mera suposición de lo que pudiera ser, le hacía estremecerse. Honninscrave parecía decidido a reunirse con su hermano a cualquier coste.

Covenant ansiaba pedirle una explicación; pero no era posible allí hablar en privado. Dejando de lado aquel asunto, paseó la mirada sobre el resto de los reunidos.

Linden se había llevado a Hollian un sitio más seco junto a una pared y la estaba examinando con sus sentidos, tratando de averiguar la salud y el crecimiento del hijo que llevaba. El sonido del aguacero cubría sus tranquilas voces. Luego Linden anunció con convicción:

—Es un niño. —Y los oscuros ojos de Hollian se volvieron hacia Sunder, resplandeciendo.

Vain y Buscadolores no se habían movido. El primero parecía ajeno al agua que discurría por su piel ebúrnea empapando su harapienta túnica. Y ni siquiera la lluvia que caía directamente sobre él, alcanzaba al Designado: pasaba a través suyo como si perteneciesen a distintas realidades.

Cerca de la entrada de la gruta, se hallaban los haruchai en un disperso grupo. Durris y Fole contemplaban el temporal, mientras Cail y Harn miraban hacia el interior. Si compartían mentalmente lo que veía cada uno, sus imperturbables expresiones no daban muestras de intercambio.

Como Guardianes de Sangre, pensó Covenant. Cada uno de ellos parece conocer instintivamente lo que cualquiera de los otros sabe. La única diferencia la constituía el que estos haruchai no eran inmunes al tiempo. Pero quizás aquello solamente hacía que se involucraran en el compromiso.

De repente, se sintió seguro de que no deseaba que le siguieran sirviendo. Ni que nadie le sirviese. Los servicios que la gente le proporcionaba era demasiado costosos. Iba camino de su perdición y debería estar recorriéndolo solo. No obstante, allí había cinco personas cuyas vidas correrían la misma suerte que la suya propia. Seis, si se contaba el hijo de Hollian, que nada podía decidir por sí mismo.

¿Y qué les había ocurrido a los otros haruchai, aquellos que seguramente acompañaron a Durris y Fole para oponerse al Clave?

¿Y por qué habían fracasado Sunder y Hollian?

Cuando la comida estuvo lista, se sentó entre sus compañeros cerca del fuego, de espaldas a la pared de la cueva, con un nudo en el estómago. El acto de comer pospuso y acercó al mismo tiempo el momento de las preguntas.

Poco después, Hollian hizo circular una redoma de cuero. Cuando Covenant bebió de ella saboreó metheglin, una densa y empalagosa hidromiel elaborada por los habitantes de los pueblos del Reino.

Las implicaciones le asaltaron de súbito. Alzó la cabeza bruscamente.

—¡Entonces no fracasasteis! —exclamó.

Sunder frunció el ceño como si la exclamación de Covenant lo hubiese golpeado, pero Hollian repuso simplemente:

—No del todo. —Aunque el gesto de sus labios era sonriente, sus ojos parecían tristes—. En ninguna fustaria ni pedrada fracasamos por completo, en ninguna aldea, salvo en una.

Covenant retiró cuidadosamente la redoma que se llevara a los labios sosteniéndola ante sí. Sus hombros temblaban. Tan sólo mediante un fuerte esfuerzo de voluntad pudo evitar la agitación que dominaba sus manos y su voz.

—Contadme. —Todas las miradas se centraron en Sunder y Hollian—. Contadme lo que ocurrió.

Sunder dejó caer el trozo de pan que estaba comiendo.

—Fracaso no es una palabra en la que pueda confiarse —comenzó con sequedad. Evitaba con la mirada a Covenant, Linden y los gigantes, clavándola en los rescoldos del fuego—. Puede querer decir tanto una cosa como otra. Fracasamos, y no fracasamos.

—Gravanélico —se interpuso Encorvado suavemente—. Entre nuestra gente se dice que el júbilo está en los oídos que escuchan y no en la boca que habla. La Búsqueda del Árbol Único nos ha proporcionado numerosos relatos horribles y descorazonadores, y no siempre hemos podido escucharlos con buen ánimo. Sin embargo, aquí estamos; puede que cruelmente castigados —miró a Honninscrave—, pero no desalentados por completo. No tengas reparos en hacernos partícipes de tu tormento.

Durante un instante, Sunder se cubrió el rostro como si fuese a llorar otra vez. Pero al dejar caer las manos, el valor que era fundamental en él, resplandecía en sus ojos.

—Escuchadme entonces —dijo tensamente—. Al dejar Línea del Mar, llevábamos con nosotros el krill de Loric y la responsabilidad contraída con el ur-Amo. En mi corazón se albergaban la esperanza y la decisión, y había conocido un nuevo amor cuando todos los anteriores habían muerto. —Todos asesinados: su padre por la mano de un criminal, su madre por necesidad, su esposa e hijo por la propia mano de Sunder—. Por consiguiente, confiaba en que seríamos creídos cuando expusiéramos nuestro mensaje de insurrección en las aldeas.

«Desde La Aflicción, fuimos tanto hacia el norte como al oeste en busca de un paso a las Tierras Altas que no nos expusiera al Acechador del Llano de Sarán.

Aquella parte del camino fue gozosa porque Hollian y él marcharon con la única compañía de Stell y Harn; y Línea del Mar, desde la costa hasta las altas laderas y los restos que aún quedaban de los Bosques Gigantes nunca había sido afectada por el Sol Ban. La incertidumbre los había perseguido la primera vez que atravesaron esta región; pero ahora contemplaban la hermosura del Reino en la cumbre de su desaparecida gloria, saboreando la presencia de animales y bosques, pájaros y flores. El Clave enseñaba que el Reino había sido hecho como lugar de expiación, un patíbulo para la maldad humana. Pero Covenant había repudiado tales enseñanzas; y en Línea del Mar, por vez primera, Sunder y Hollian empezaron a comprender el significado de las palabras del Incrédulo.

De manera que su cometido contra el Clave se hizo aún más nítido, y al fin se internaron en los límites septentrionales del Llano de Sarán para comenzar su labor sin más dilación.

Al atravesar el Declive del Reino, volvieron a entrar en el ámbito del Sol Ban.

No resultó fácil la tarea de hallar pueblos. Carecían de mapas y no estaban familiarizados con la geografía del Reino. Pero eventualmente la clarividencia de los haruchai les permitió localizar a una Caballera; y aquella mujer de roja túnica condujo sin saberlo a los viajeros a su primer destino, una pequeña fustaria situada en una garganta entre viejas colinas.

—La escondida fustaria no nos dio exactamente la bienvenida —murmuró ácidamente el Gravanélico.

—La Caballera les arrebató los más jóvenes y valiosos de sus pobladores —explicó Hollian—. Y no de la forma acostumbrada. El Clave siempre había llevado a cabo sus demandas con cautela, porque si diezmaban los pueblos, ¿a dónde volverían los Caballeros a buscar más sangre? Sin embargo tal prudencia fue desechada por el acortamiento de las fases del Sol Ban. Los Caballeros abordaban cada aldea con redoblada e incluso triplicada frecuencia, apropiándose de tantas vidas como a sus Corceles le fuera posible transportar.

—Habiendo sido privados de los haruchai a quienes redimiste —explicó Sunder a Covenat—, los Caballeros volvían a su acostumbrada cosecha para completar su estrago. Si los relatos que escuchamos no eran falsos, aquella inmolación comenzó cuando pasamos junto al mar, de las Tierras Altas al Llano de Sarán. El na-Mhoram supo donde estábamos por el rukh que yo entonces llevaba, y adivinó que te habías impuesto una misión que te impediría castigarlo. El Gravanélico hablaba con el conocimiento de cómo Covenant recibiría tales noticias, cómo se maldeciría por no haber presentado batalla al Clave con anterioridad. —Por tanto, ¿qué necesidad tenía de guardar precaución alguna?

Covenant se desplomó interiormente, pero se aferró a cuanto los pedrarianos estaban diciendo, obligándose a escucharlo.

—Cuando nos adentramos en Fustaria Lejana —prosiguió la Eh-Estigmatizada—, sólo encontramos ancianos, inválidos y amargura. ¿Cómo hubieran podido darnos la bienvenida? Sólo podían vernos como sangre con la que comprar otro período de supervivencia.

Sunder miró a las llamas, sus ojos eran tan duros como una roca pulimentada.

—Impedí aquella violencia. Utilizando el krill de Loric y la piedra de sol orcrest, obtuve agua y usussimiel sin derramamiento de sangre bajo el Sol del Desierto. Un poder tal les resultó asombroso. Y, en consecuencia, cuando terminé se hallaban dispuestos a escuchar lo que tuviera que decirles contra el Clave. ¿Pero qué sentido tenía para ellos nuestro discurso? ¿Qué oposición quedaba en aquel resto de pueblo? Se hallaban de tal modo consumidos que no tenían otro recurso que el meterse en sus casas y luchar por la supervivencia. No fracasamos del todo —confesó con áspera voz—, pero no encuentro palabra que explique lo que logramos.

Hollian le puso la mano sobre el brazo, dulcemente. La tormenta rugía en el exterior de la cueva. El agua goteaba sin interrupción junto a las piernas de Covenant. Pero no era consciente de la humedad, ya que su mente estaba ocupada por el fiero e inútil pesar que subía como veneno desde el fondo de su estómago. Después, admitió ante sí mismo que el motivo de su angustia era la situación del Reino, de la que se creía causa. Pero justamente por eso, necesitaba escuchar.

—Algo conseguimos en Fustaria Lejana —continuó la Eh-Estigmatizada—. Nos informaron de que hacia el oeste había una pedraria. No necesitamos buscar la oportunidad de intentar lo que nos proponíamos por segunda vez.

—¡Oh, por supuesto! —masculló Sunder. La ofuscación y el enojo lo dominaban—. Nos informaron. Es fácil dar una información así. Desde aquel día, no tuvimos que buscar nada. El fracaso en cada aldea nos impulsaba hacia adelante. Conforme íbamos más hacia el oeste, acercándonos a Piedra Deleitosa, cada pedraria y cada fustaria eran más difíciles de persuadir, como si la proximidad de la Fortaleza del na-Mhoram aumentara su capacidad para el temor. Y no obstante, los beneficios que podían proporcionales el krill, la Piedra del Sol y el lianar nos facilitaban una cierta acogida. Pero aquellas gentes ya no poseían la suficiente sangre para mantener su miedo, ni para resistir. La única respuesta a nuestros dones y palabras era su información sobre otras aldeas.

»Thomas Covenant —dijo bruscamente—, lo que voy a decir es amargo pero no debe ocultarse. En ocasiones, hallábamos en alguna aldea a un hombre o mujer lo bastante jóvenes y saludables como para poder ofrecernos otra clase de ayuda, y se negaban. Encontramos gentes para las que resulta inconcebible que persona alguna pudiera amar al Reino. A veces atentaban contra nuestras propia vidas. ¿Cómo no iban a codiciar aquellos agonizantes los poderes que llevábamos? Sólo el valor de los haruchai nos preservó. Pero no recibimos otro pago porque ningún otro pago les era posible. He absorbido una gran cantidad de amargura que no sé como endulzar, pero no puedo culpar a los pobladores del Reino. Nunca habría creído que la pobre vida de cualquier aldea fuera capaz de sufrir tales estragos y continuar existiendo.

Quedó en silencio durante un momento, y el retumbar del aguacero invadió la gruta. Su mano estaba sobre las de Hollian, aferrándolas con una fuerza que hacía resaltar los tendones. No era más alto que Linden pero su imagen no concordaba con su estatura. A Covenant le parecía tan imponente y peligroso como Berek Mediamano lo había sido en la falda del Monte Trueno, cuando el antiguo héroe y Primer Amo puso al fin su mano sobre la Energía de la Tierra.

El silencio era como un contrapunto de la tormenta. El Clave había vertido ya mucha sangre, pero aún quedaban una gran cantidad de vidas en peligro, y Covenant desconocía cómo protegerlas. Miró a Linden en busca de apoyo, pero ella no captó su mirada. Tenía la cabeza levantada, los ojos penetrantes, como si estuviera rastreando el aire, siguiendo la pista de una tensión o amenaza que él era incapaz de percibir.

Entonces, su mirada se desvió hacia los gigantes, pero las órbitas de Honninscrave estaban ocultas por el cerrado puño de sus cejas; y Tejenieblas, Encorvado y la Primera se hallaban pendientes de los pedrarianos.

Junto a la boca de la cueva, Cail alzó un brazo como si a pesar de su característica frialdad deseara hacer un ademán de protesta. Pero luego volvió a bajarlo.

De pronto, Sunder comenzó a hablar de nuevo.

—Sólo una aldea se negó totalmente a aceptarnos, y fue la última que visitamos. —Su tono se volvió áspero y tenso—. De ella venimos, desandando nuestro camino porque ya no nos quedaba esperanza.

«Nuestro caminar de aldea en aldea nos llevó cada vez más hacia el oeste, así es que pasamos al este de Piedra Deleitosa, torciendo después hacia el norte, hacia un lugar que se denomina a sí mismo Pedraria Fronteriza. La fustaria que nos informó de su existencia se encontraba peligrosamente cercana a la Fortaleza del na-Mhoram, pero Pedraria Fronteriza lo estaba aún más, y por ello temíamos que el terror que sentirían por el Clave fuera imposible de contrarrestar. Pero cuando alcanzamos la aldea, descubrimos que ya no volvería a temer ante nada.

Se detuvo, mascullando acto seguido:

—Se hallaba completamente desierta. Los Caballeros la habían despoblado en su totalidad, arrancándole cualquier corazón que latiera para alimentar el Fuego Bánico. Ni un solo niño, ni un tullido, se había librado del Sol Ban.

Tras aquello se detuvo, dominándose, como si no le fuera posible decir una palabra más sin echarse a llorar.

Hollian lo abrazó.

—No sabíamos dónde ir —explicó—, de manera que regresamos hacia el este. Queríamos evitar ser apresados por el Clave para poder recibirte a tu regreso, porque seguramente el Incrédulo y dominador del oro blanco no fracasaría en la Búsqueda —su tono era sincero, exento de sarcasmo o acusación, —y cuando retornara se dirigiría al este. En aquello al menos estuvimos acertados. Mucho antes de lo que nos hubiéramos atrevido a soñar, los haruchai detectaron tu presencia y nos guiaron hasta aquí—. Luego añadió: —También fuimos afortunados al contar con los haruchai.

Ahora, Linden no parecía formar parte del grupo constituido por sus compañeros. Estaba vuelta hacia Cail y los suyos, y su expresión denotaba tensión e insistencia. Pero no habló.

Covenant procuró ignorarla. Los pedrarianos aún no habían terminado. La aprensión dio un tono incisivo a su voz, como si estuviera enojado.

—¿Cómo encontrasteis a Durris y Fole? —Ya no podía controlar su temblor—. ¿Qué le ha ocurrido a Stell?

Ante aquello, un espasmo sacudió las facciones de Sunder. La respuesta llegó de la Eh-Estigmatizada.

—Thomas Covenant —dijo dirigiéndose directamente a él como si nadie más importara en aquel momento—, por dos veces me libraste de la maldad del Clave. Y aunque me sacaste de mi hogar en Pedraria Cristal, en donde era valorada y querida, me proporcionaste un propósito y un amor para resarcirme de tal pérdida. No quiero herirte.

Miró a Sunder y luego continuó:

—Pero esta historia también debe ser relatada. Es necesario. —Hizo un esfuerzo para endurecerse ante lo que le aguardaba—. Cuando pasamos al este de Piedra Deleitosa, doblando luego hacia el norte, encontramos un grupo compuesto por varias veintenas de haruchai. Junto con otros ochenta miembros de su pueblo, habían salido para dar respuesta a la rapiña del Clave. Y, tras escuchar nuestra historia, comprendieron por qué los pobladores del Reino no se habían levantado para resistir. Por consiguiente se impusieron una tarea: Formar barrera en torno a Piedra Deleitosa para impedir el paso de cualquier Caballero. Pensaban oponerse así al Clave, dejando extinguirse al Fuego Bánico mientras también aguardaban tu venida.

»No obstante, cuatro de ellos prefirieron unirse al propósito que nos guiaba. Durris y Fole, a quienes ya has visto, y también Bern y Toril —un nudo atenazó en aquel momento su garganta— que murieron, como murió Stell. Porque nuestra ignorancia nos traicionó.

»Es cosa sabida que el Clave posee el poder de dominar las mentes. Por ese medio habían sido atrapados los haruchai con anterioridad. Pero ninguno entre nosotros sabía hasta qué punto había crecido tal poder. Cuando atravesábamos las proximidades de Piedra Deleitosa, Bern, Toris y Stell se desviaron un poco hacia el oeste para vigilar por nuestra seguridad. Aún nos hallábamos a un día de camino de la Fortaleza y ni Harn, ni Durris, ni Fole descubrieron signo de amenaza. Pero su acercamiento había hecho accesible a los tres primeros al influjo del Clave; y, por tanto, a su dominio. Prescindiendo de toda cautela, se alejaron de nosotros para responder a aquella coacción.

«Viendo lo que había ocurrido, la pérdida absoluta de sus inteligencias y voluntades, Harn, Durris y Fole no pudieron ir tras ellos sin arriesgarse a caer igualmente bajo el imperio del na-Mhoram. Pero Sunder y yo… —El recuerdo la hizo vacilar, pero no se permitió detenerse—. Fuimos a darles caza. Y presentarnos batalla, esforzándonos con la incandescencia del krill a quebrantar el yugo del Clave, aunque al hacerlo seguramente dimos a conocer nuestra presencia al na-Mhoram, advirtiéndole contra nosotros y acaso también contra ti. Quizás podríamos habernos opuesto a Stell y a sus compañeros a las mismas puertas de Piedra Deleitosa. Nos hallábamos febriles y desesperados. Pero nos detuvimos en el último instante —tragó saliva convulsivamente—, porque vimos que Bern, Stell y Toril no estaban solos. De todas las zonas de la región afluían haruchai, todos atrapados, todos caminando despojados de juicio e inermes hacia el cuchillo y el Fuego Bánico. —Las lágrimas anegaban sus ojos—. Ante aquel espectáculo —continuó avergonzada—, nos desmoronamos. Huimos porque ninguna otra cosa nos quedaba por hacer.

»En el transcurso de la noche —concluyó con tenue voz—, el na-Mhoram Gibbon logró alcanzarnos e intentó la posesión de la blanca gema del krill. Pero mi amado Sunder mantuvo nítido su resplandor. —Su tono se hizo seco entonces—. Si el na-Mhoram es accesible al miedo de alguna forma, he de pensar que fue intimidado; porque seguramente Sunder le hizo creer que el ur-Amo había regresado ya.

Pero Covenant apenas pudo escuchar su deducción. Se hallaba inmerso en las visiones que aquellas palabras evocaban: El terrible estupor de los haruchai; el frenesí de los pedrarianos cuando rogaron, se rebelaron y combatieron, arrojándose finalmente casi en las mismas fauces del Clave para terminar fracasando en el rescate de sus compañeros; el deleite o el temor implícito en los esfuerzos de Gibbon por conquistar el krill. Las imágenes de las enormes consecuencias de su anterior renuncia a combatir al Clave, giraban en su cerebro. Entre las Almas de Andelain, le había dicho Bannor: Redime a mi pueblo. Su pacto es una abominación. Y él había creído hacerlo cuando logró abrir la prisión de Piedra Deleitosa dejando en libertad a los haruchai. Pero no fue así, no lo fue. Había dejado que los Caballeros y el na-Mhoram viviesen para volver a cometer los mismos crímenes que antes cometieran; y el Sol Ban había llegado a fases de dos días gracias a la sangre de las masacradas aldeas y de los indefensos haruchai.

Pero la punzante protesta de Linden le pinchó, sacándolo de su ensimismamiento. Un instinto más profundo que el pánico o la vergüenza le hizo ponerse en pie y lanzarse tras ella cuando se precipitó hacia Cail y Harn.

Pero había sido lenta, al adivinar el significado de aquella tensión demasiado tarde. Con aterradora celeridad, Harn dio un golpe a Cail que le lanzó al exterior bajo el intenso aguacero.

Sunder, Hollian y los gigantes saltaron en pos de Covenant. Cuando le faltaba un paso para llegar, Linden fue atrapada por Fole y apartada a un lado. Un momento más tarde, el brazo de Durris golpeó como una maza de hierro el pecho de Covenant; y éste chocó tambaleándose contra la Primera.

Ella le sujetó, y Covenant pugnó por recobrar el aliento en su abrazo durante segundos, mientras diminutas y torturantes estrellas surcaban ante su vista.

Velados por aquel diluvio, Cail y Harn apenas eran visibles. En medio de un barrizal en el que hubiera sido imposible mantenerse en pie y una lluvia que debía haberlos cegado, combatían con una despreocupación de dementes.

Linden gritó con furia:

—¡Deteneos! ¿Os habéis vuelto locos?

Sin inflexión alguna Durris replicó:

—No lo comprendes. —Fole y él impedían que alguien pudiera intervenir—. Esto debe ser resuelto así. Es la costumbre de nuestro pueblo.

Covenant jadeaba. La Primera exigió secamente una explicación.

La indiferencia de Durris era implacable. Ni siquiera se dignaba mirar la feroz contienda que se estaba librando bajo el aguacero.

—De este modo nos sometemos a prueba entre nosotros y resolvemos las dudas.

Cail parecía estar en desventaja, incapaz de igualar la convicción con que atacaba Harn. Se mantenía en pie, parando los golpes con una precisión que resultaba inconcebible bajo aquel torrente; pero permaneciendo siempre a la defensiva.

—Cail nos ha hablado del ak-Haru Kenaustin Ardenol. Él fue compañero del triunfador y deseamos medir nuestro valor con el suyo.

Una súbita treta desequilibró a Cail, y casi logró que Harn lo derribara; pero se recobró, girando sobre sí mismo y propinándole una patada.

—También se ha dicho que Brinn y Cail traicionaron su escogida fidelidad por la seducción de las Danzarinas del Mar. Cail intenta demostrar que el señuelo de su seducción hubiera atrapado a cualquier otro haruchai que estuviese en su lugar.

Cail y Harn se hallaban igualados en vigor y destreza. Pero Harn había contemplado como los suyos fueron despojados de voluntad y atraídos a las fauces del Clave. Golpeaba con toda la fuerza de su rechazo. Y Cail había sucumbido a las Danzarinas, y aprendido a juzgarse a sí mismo. El triunfo de Brinn sobre el Guardián del Árbol Único tuvo como consecuencia la muerte de Cable Soñadordelmar. Un alud de golpes hizo trastabillar a Cail. Cuando se estaba debatiendo, un fuerte golpe lo tiró de bruces en el fango.

¡Cail!

Covenant dominó un espasmo, y se soltó de las manos de la Primera. El fuego relampagueaba en su mente, alternativamente blanca y negra. Las llamas se esparcían hacia arriba por su antebrazo derecho como si su carne fuera yesca. Lanzó un grito para detener a los haruchai, clavándoles donde estaban.

Pero Durris prosiguió inflexible:

—Deseamos también expiar por Hergroom y Ceer, y por aquellos cuya sangre terminó alimentando el Fuego Bánico.

Sin previo aviso, dejó atrás al grupo y se precipitó fiera y ágilmente bajo el aguacero en dirección a Cail y Harn. Fole marchaba junto a él. Ambos atacaron a un tiempo.

En ese preciso instante Sunder le gritó a Covenant:

—¡No lo hagas!

Cogió el brazo de Covenant exponiéndose a las llamas que amenazaban una inminente erupción.

—Si el na-Mhoram descubrió el krill que llevaba en mis manos, ¿cómo le va a pasar desapercibido el poder que ostentas?

Covenant empezó a decir: ¡No me importa! ¡Deja que intente detenerme! Pero Fole y Durris no se habían limitado a lanzarse contra Cail. Combatían entre sí tanto como contra Harn; y Cail se había levantado del barro para sumarse a la confusión general. Los golpes se disparaban imparcialmente en todas direcciones.

Deseamos la expiación. Poco a poco el fuego que había en Covenant se fue apagando. ¡Ah, Dios!, suspiró. ¡Compadécete de mí! No tenía derecho a intervenir en lo que los haruchai hacían. Poseía demasiada experiencia sobre la magnitud de su propio desconsuelo.

Linden escrutaba atentamente a quienes luchaban. En sus facciones se delataba la preocupación de un médico ante la posibilidad de herida. Pero Sunder captó la mirada de Covenant y asintió con muda comprensión.

Tan abruptamente como había comenzado, el combate cesó. Los cuatro haruchai regresaron con gesto indiferente al amparo de la cueva. Aunque todos ellos estaban magullados y heridos, ninguno de forma tan notoria como Cail. Pero su actitud no era de derrota, y tampoco sus compañeros daban muestra de triunfo.

Se dirigió directamente a Covenant.

—Se ha decidido que soy indigno. —Un lento reguero de sangre se escurría desde un corte en el labio, y una contusión marcaba uno de sus pómulos—. No seré desposeído de mi puesto a tu lado, ya que el ak-Haru Kenaustin Ardenol me lo encomendó. Pero se me ha exigido reconocer que el honor de tal cargo no me pertenece. Fole velará por la Escogida. —Después de un momentáneo titubeo añadió—: Otras cuestiones han quedado sin resolver.

—¡Oh, Cail! —gimió Linden.

Covenant lanzó una maldición que se vio disminuida por el juramento de la Primera y la protesta de Encorvado. Pero nada había que ninguno de ellos pudiera hacer. Los haruchai habían pronunciado su sentencia y era tan inexorable como la de un Guardián de Sangre.

Murmurando para sí amargamente, Covenant se cruzó los brazos sobre el corazón retirándose hacia el simple consuelo de la hoguera.

Al cabo de un momento, Sunder y Hollian se le unieron. Permanecieron allí cerca, en silencio, hasta que él levantó la cabeza. Luego, con voz queda, como si el estupor le hubiera hecho superar su propio trance, Sunder dijo:

—Tienes mucho que contarnos, ur-Amo.

—Deja de llamarme de ese modo —gruñó Covenant. La hiel rebosaba por su boca. Ur-Amo era el título con el que habitualmente lo llamaban los haruchai—. No ha existido un Amo digno de mención durante tres mil años.

Pero no pudo rehusar el ofrecer a los pedrarianos el relato de su arruinada Búsqueda.

• • • • •

La tarea de narrarla fue compartida por Linden y la Primera, además de Encorvado. Sunder y Hollian quedaron asombrados por la historia de los elohim y Buscadolores, el modo en que Covenant fue reducido al silencio, pero no tuvieron palabras para lo que no podían comprender. Cuando los compañeros empezaron a hablar de Cable Soñadordelmar, Honninscrave se levantó bruscamente perdiéndose con paso airado en la lluvia; pero regresó poco después, con un aspecto tan áspero y funesto como el de una roca sometida a la sempiterna avidez del mar. Con un tono en el que se mezclaban el desconsuelo por la pérdida y la exaltación del valor, Encorvado describió el final del Árbol Único. A continuación, fue la Primera quien relató la travesía del Gema de la Estrella Polar por entre el terrible frío del norte. Explicó la difícil decisión a que se habían visto enfrentados para abandonar el dromond, y el acerado tono de su voz hizo más soportables las cosas que decía.

Recayó en Covenant el turno de hablar sobre Hamako y los waynhim, y sobre la entrada del grupo en el ámbito del Sol Ban. Y cuando terminó, la violencia del temporal había disminuido.

Cuando llegó el crepúsculo, la lluvia había cesado. Mientras el aguacero se convertía en llovizna, las nubes se entreabrieron por el este dejando pasar el sol hacia su puesta y prometiendo al Reino una noche tan límpida y fría como las misma estrellas. Una luna, con la amargura grabada en su cara, crecía hacia su plenitud.

La hoguera refulgía con más intensidad ahora que las tinieblas se intensificaban en el exterior de la cueva. Sunder removió las brasas mientras reflexionaba sobre lo que había escuchado. Cuando volvió a dirigirse a Covenant, las llamas se reflejaron en sus ojos como un signo de ansiedad.

—¿Tienes realmente intención de atacar al Clave? ¿De acabar con el Sol Ban?

Covenant asintió con gesto hosco.

Sunder miró a Hollian y luego a Covenant.

—No necesito decir que te acompañaremos. Hemos sido expoliados más allá de cuanto puede resistirse. Ni siquiera el hijo de Hollian —por un instante se detuvo confuso para luego murmurar—, mi hijo. —Como si acabara de darse cuenta de la verdad—. Ni siquiera mi hijo es lo bastante apreciado como para no arriesgarlo en ese objetivo.

Covenant iba a replicarle: No, te equivocas. Todos sois demasiado preciados. Constituís el futuro del Reino. Si es que aún lo tiene.

Pero el Gravanélico había ido demasiado lejos como para detenerse. Y Covenant había perdido el derecho o la arrogancia de tratar de hurtar las consecuencias que repercutirían sobre las vidas de la gente que amaba.

Inhaló profundamente intentando afirmarse. La potencia del brazo de Durris le había producido un dolor en el pecho que aún permanecía. Pero Sunder no formuló la pregunta que él temía, no le dijo: ¿Cómo piensas enfrentarte al poder de Piedra Deleitosa cuando el tuyo amenaza los cimientos mismos de la Tierra? En vez de ello, el Gravanélico preguntó:

—¿Qué será de los haruchai?

También aquella cuestión era difícil, mas Covenant la afrontó. Soltó lentamente el aire que sus pulmones encerraban.

—Si logro triunfar quedarán todos a salvo. —Las pesadillas de fuego lo habían afirmado en su propósito—. Y si fracaso, no quedará mucho de qué preocuparse.

Sunder asintió, desviando la mirada.

—Thomas Covenant, ¿aceptarás el krill de mí? —dijo con cautela.

Con mayor brusquedad de lo que pretendía, Covenant contestó:

—No.

La primera vez que entregó la hoja de Loric, Linden le preguntó el motivo de que ya no siguiese necesitándola. Él le había respondido: Ya no soy demasiado peligroso. Pero no conocía entonces la magnitud de aquel peligro. Sunder iba a necesitarlo. Para luchar si él fracasaba. O si triunfaba.

Aquello era lo más amargo, la verdadera causa de la desesperación; incluso si conseguía una absoluta victoria sobre el Clave no arreglaría nada, no lograría reinstaurar la Ley, ni sanaría el Reino, ni devolvería la tranquilidad a sus pobladores. Y por encima de toda duda, no sometería al Despreciativo. Lo más que Covenant podía esperar era un aplazamiento de su condena. Y eso era como no esperar nada.

Pero llevaba tanto tiempo conviviendo con la desesperación que, ante aquellas perspectivas, sentía confirmado su propósito. Iba a ser como Kevin Pierdetierra, incapaz de volverse atrás, de reconsiderar lo que pretendía hacer. La única diferencia estaba en que Covenant sabía de antemano que iba a morir.

Lo prefería a la muerte del Reino.

Pero nada dijo de tales cosas a sus compañeros. No deseaba dar la impresión de que culpaba a Linden por su falta de destreza para curar su agonizante cuerpo en los bosques situados detrás de Haven Farm. Tampoco deseaba quebrantar la naciente creencia de los pedrarianos de que tendrían una ocasión más para realizar aquello por lo que tanto había sufrido. La desesperación correspondía únicamente a la soledad del corazón, y la guardó allí. El Amo Execrable había corrompido todo lo demás, tornando en maldad incluso el rechazo del odio que evitó que Covenant descargara su mano sobre el Clave. Pero Sunder y Hollian le habían sido devueltos. Y aún podían salvarse algunos haruchai y gigantes. E incluso era posible que Linden volviera a su mundo sin daño. Y se dispuso a soportarla.

Cuando Honninscrave volvió a salir de la gruta para liberar su tensión bajo las inmisericordes estrellas, Covenant le siguió.

La noche era fría y punzante, y el calor había desaparecido de la tierra bajo la prolongada lluvia. Sin darse por enterado de la presencia de Covenant, Honninscrave trepó por la ladera más inmediata hasta llegar a un punto desde donde le era posible avistar el horizonte sud-occidental. La solitaria figura se silueteaba contra el impenetrable firmamento. Se mantenía tan rígida como los grilletes del calabozo de Kasreyn, pero lo que ahora le aprisionaba era más inquebrantable que el hierro. De su garganta llegaban susurrantes ruidos como fragmentos de su dolor.

Pero a pesar de todo, debía saber que Covenant se encontraba allí. Después de un momento comenzó a hablar.

—Éste es el mundo que mi hermano compró con su alma. —Su voz sonaba como unas frías y entumecidas manos restregándose una contra otra sin resultado—. Al ver que el influjo de tu poder sobre el Árbol Único podía despertar al Gusano, se dirigió a la muerte para impedírtelo. Y éste es el resultado. El Sol Ban no deja de incrementarse perpetrando atrocidades. El valor de los pedrarianos está inutilizado. La certidumbre de los haruchai desbaratada. Y contra tales desgracias no opones más que futilidad, constreñido por una maldición recién nacida a quien Cable Soñadordelmar sirvió de comadrona. ¿Crees que es digno vivir en un mundo así? Yo no.

Durante un rato, Covenant permaneció en silencio. Consideraba que no era la persona apropiada para escuchar las lamentaciones de Honninscrave. Le resultaba excesiva su propia desesperación. Se veía rodeado por la locura y el fuego, y el cerco se hacía cada vez más cerrado. Pero no podía permitir que la angustiada pregunta de Honninscrave se perdiera sin intentar darle una respuesta. El gigante era su amigo. Y él ya tenía su propio desposeimiento para considerar. Necesitaba una respuesta con tanta urgencia como Honninscrave.

Dijo lentamente:

—En una ocasión le hablé a Vasallodelmar sobre la esperanza. —Su recuerdo le era tan vivido como la saludable luz del sol—. Y él dijo que no provendría de nosotros. Que no dependía de nosotros. Que procedía del valor y el poder de aquello a que servimos. —Sin vacilar, Vasallodelmar había afirmado que su servicio estaba destinado a Covenant. Él había dicho en desacuerdo: Todo eso es un error. Y Vasallodelmar repuso: Entonces, ¿por qué te sorprendes tanto al saber lo que pienso de la esperanza?

Pero Honninscrave tenía una objeción diferente.

—¿Sí? ¿De veras? —gruñó, sin mirar a Covenant—. ¿Y en qué lugar bajo el Sol Ban se encuentran «el valor y el poder» que tú sirves?

—En ti —le espetó Covenant, excesivamente vejado por el dolor para ser amable—. En Sunder y Hollian. En los haruchai. —No añadió, «En Andelain», porque Honninscrave nunca había visto aquella última flor de la hermosura del Reino. Ni tampoco logró decir, «En mí», sino que en su lugar prosiguió—. Cuando Vasallodelmar y yo íbamos juntos, yo no poseía poder alguno. Aunque tenía el anillo, ignoraba cómo usarlo. Y cualquier cosa que intentaba hacer coincidía con los deseos del Execrable. Me dirigía a su Guarida, caminando directamente hacia la trampa. Vasallodelmar pudo ayudarme de alguna manera. —El gigante se sometió a suplicio para ayudar a Covenant a cruzar la terrible lava de Cenizas Calientes—. No porque hubiese en mí nada extraordinario, digno o poderoso, sino simplemente porque era un ser humano cuyo corazón estaba quebrantando el Execrable. Aquello le dio a Vasallodelmar toda la esperanza que necesitaba.

En aquel proceso, Covenant fue causa de la muerte del gigante. Tan sólo el control que había aprendido a ejercer sobre sí en la gruta del Árbol Único evitó que se echase a llorar. ¡No me hables de desesperación! ¡Estoy a punto de destruir el mundo y nada puedo hacer para evitarlo! ¡Necesito de ti algo mejor que eso!

Aquel control, y la alta y sombría figura del capitán recortada contra las estrellas, desgarrado por la pérdida y tan querido como la vida.

Pero entonces Honninscrave se volvió como si hubiera oído las palabras que Covenant no había llegado a pronunciar. La plateada luz de la luna, confería a sus facciones un toque de curiosa amabilidad.

—Eres Giganteamigo —dijo suavemente—, y te agradezco que aún guardes para mí un sitio en tu corazón. No te corresponde ni la menor parte de culpa por la muerte de Soñadordelmar, ni por negarte a la caamora con la que hubieras sellado su fin. Pero yo no deseo tener esperanzas. Lo que deseo es ver. Deseo la visión que enseñó a mi hermano a aceptar su perdición en nombre de lo que él había presenciado.

Tranquilamente, bajó de la colina, dejando expuesto a Covenant al vacío nocturno.

En el frío silencio, Covenant trató de afrontar su situación, tratando de encontrar una grieta en la lógica de las manipulaciones del Amo Execrable. Piedra Deleitosa tal vez sólo estaba a tres días de camino. Pero la magia indomeñable había sido emponzoñada, y el veneno coloreaba todos sus sueños. Tenía tanta esperanza como el negro abismo de los cielos, después de que se alimentara el Gusano del Fin del Mundo. No le parecía que las palabras de Honninscrave contuvieran perdón. Éste se presentaba tan duro como una piedra, que afilara la oscuridad para convertirla en una nueva aspereza, y él estaba solo.

No porque careciera de amigos. Pese a la indigencia del Reino, había sido bendecido como más amistad de la que jamás había conocido. No, estaba solo por culpa del anillo. Porque ningún otro poseía un poder que podía arruinar a la Tierra. Y porque había dejado de tener cualquier clase de derecho sobre ese poder.

Aquello era lo importante, el conflicto que no podía ni resolver ni evitar; y que parecía mutilar su propio juicio, despojándolo de toda identidad. ¿Qué otra cosa podía ofrecer al Reino excepto la magia indomeñable y su insobornable pasión? ¿Por qué otro motivo era digno de sus amigos… o de Linden, que soportaría el peso de la condena en cuanto él lo dejara caer? Desde el principio, su vida allí había estado llena de insensatez y dolor, pecado y enfermedad; y solamente la magia indomeñable le posibilitaba para hacer expiación. Y ahora el Clave había convertido las aldeas en reliquias. Y había atrapado a los haruchai una vez más. Las fases del Sol Ban eran sólo de dos días. Soñadordelmar, Hergroom, Ceer y Hamako estaban muertos. Si cedía su anillo en aquel momento, como Buscadolores y las circunstancias le urgían, ¿cómo sería después capaz de sobrellevar el peso de sus propios actos?

Tú y yo somos enemigos. Enemigos hasta el fin. Pero el fin será el tuyo, Incrédulo, no el mío. En último término sólo quedará una opción para ti, y la aceptarás en tu desesperación. Por tu propia voluntad, vas a poner en mi mano el anillo de oro blanco.

Covenant carecía de respuesta. En Andelain, entre los Muertos, Mhoram le había advertido: Él te ha dicho que eres su enemigo. Recuerda que lo que siempre persigue es pervertirte. Pero Covenant no tenía idea del significado de la frase del Antiguo Amo Superior.

En torno a él, una consternación que el incremento de la luz lunar no podía paliar atenazaba las colinas. Inconscientemente, se humilló aproximando su cuerpo a la tierra bajo la destellante acusación de las estrellas. Buscadolores había dicho, al igual que el Despreciativo: Debe ser convencido para que ceda su anillo. De no hacerlo, con seguridad destruirá la Tierra. Covenant se replegó en sí mismo. Necesitaba desesperadamente gritar y no podía; necesitaba lanzar el ultraje y el delirio contra el ciego firmamento y se sentía bloqueado de algún modo por el acuciante peligro de su poder. Había caído en la trampa del Despreciativo y no tenía salida.

Cuando oyó pisadas ascendiendo por la colina hacia él, se cubrió el rostro para no implorar abyectamente consuelo.

No era capaz de distinguir las particulares emanaciones de sus compañeros. Ignoraba quién podía estar aproximándose. Vagamente, esperaba a Sunder o Encorvado. Pero la voz que susurró su nombre impregnada en compasión o súplica fue la de Linden.

Se puso en pie para recibirla, aunque no tenía el valor suficiente para aceptar su interés, que no había merecido.

La luna iluminaba su cabello haciendo que pareciera bello y limpio. Pero sus facciones permanecían en la sombra, y sólo el tono de su voz revelaba su talante. Habló como si supiera lo próximo que se hallaba a desmoronarse.

Con la suavidad de una plegaria le susurró:

—Déjame intentarlo.

Ante aquello, algo se rompió en su interior.

—¿Que te deje? —la increpó súbitamente. No tenía otra manera de rechazar su desconsuelo—. Ni siquiera puedo evitarlo. Si estás tan condenadamente ansiosa por responsabilizarte del mundo, no necesitas mi permiso. Incluso no necesitas poseer físicamente el anillo. Puedes utilizarlo desde ahí. Cuanto tienes que hacer es poseerme a mí.

—No digas eso —murmuró ella en tono suplicante—, no lo digas.

Pero su amor por ella se había convertido en angustia, y ya no podía retroceder.

—No será una experiencia nueva para ti. Sólo tienes que repetir lo que hiciste a tu madre. La única diferencia es que yo aún seguiré vivo cuando hayas terminado.

Entonces se obligó a no seguir hablando, y sintió el deseo de retractarse de aquellas acusaciones, de detenerlas antes de que llegaran a ella.

Ella había alzado los puños bajo la luz de la luna y Covenant creyó que iba a empezar a increparlo por aquello. Pero no lo hizo. Su percepción debió mostrarle la naturaleza de su aflicción con dolorosa claridad. Durante un prolongado instante, mantuvo los brazos en alto como si estuviera calculando la distancia para golpearlo. Luego los bajó. Con tono distante e impersonal que no había utilizado para dirigirse a él desde hacía mucho tiempo, dijo:

—No era eso a lo que me refería.

—Lo sé. —Aquella frialdad le hirió más que la cólera. Ahora estaba seguro de que ella podía hacerle llorar si lo deseaba—. Lo lamento. —Aquel arrepentimiento sonó intrascendente en la soledad de la noche, pero no podía ofrecerle nada mejor—. He llegado hasta aquí pero también podría haberme quedado en la caverna del Árbol Único. No sé como debo actuar.

—Deja entonces que alguien trate de ayudarte. —Aunque no se había suavizado, se abstenía de atacarle—. Si no por ti mismo, hazlo por mí. Ya he llegado al límite. No puedo hacer nada más —articuló cuidadosamente— que contemplar el Sol Ban y permanecer cuerda. Cuando te veo sufriendo, no puedo contener mi angustia.

»Dado que carezco de poder, no puedo intentar nada contra el Amo Execrable, ni contra el Sol Ban. Así es que tú eres mi único recurso, me guste o no. Y por eso estoy aquí. Y por eso lucho para permanecer entera. Quiero hacer algo —alzó los puños como en un grito, pero su voz continuó en el mismo tono— por este mundo, o contra el Execrable; por ti. Si continúas de este modo me haré pedazos. —Bruscamente, su control falló, y el dolor manó de sus palabras como la sangre de una herida—. Necesito que al menos dejes de parecerte tanto a mi maldito padre.

Su padre, pensó Covenant, un hombre tan dominado por la autocompasión que se cortó las muñecas culpándola de ello. Tú nunca me quisiste. Y de aquella atrocidad se había derivado la oscuridad que había minado su vida; su desabrido talante, la violencia que volcó sobre su madre, la susceptibilidad hacia el mal, sus momentos de parálisis, su atentado contra la vida de Ceer.

Su protesta hizo retorcerse de dolor el corazón de Covenant. Le mostró con una claridad pasmosa la gran facilidad con que podía fallarle. Era preferible enfrentarse a cualquier otro error. Instintivamente, hizo una nueva promesa; el propósito de cumplir cuantas había roto o no mantenido.

—No sé la respuesta —dijo fingiéndose tranquilo por miedo a que ella percibiera hasta qué punto su vida dependía de lo que estaba diciendo—. No sé lo que necesito. Pero sí qué hacer con el Clave. —No quiso decirle lo que las pesadillas le habían enseñado. No se atrevió—. Cuando lo hayamos hecho sabré algo más. De una u otra manera.

Ella le tomó la palabra. Tenía una gran necesidad de confiar en él. Si no lo hacía se vería compelida a tratarlo como si estuviera tan perdido como sus padres, y aquella alternativa le provocaba un evidente horror. Asintiendo para sí, cruzó los brazos bajo el pecho y abandonó la cima de la colina, retornando al refugio y el escaso calor de la gruta.

Covenant permaneció solo en la oscuridad durante un largo rato. Pero no se desmoronó.