Hacia tierra
La Primera mantenía una marcha rápida. El aliento humeaba al brotar de los pulmones de Honninscrave y Tejenieblas y salir por sus bocas mientras tiraban de los trineos, pero no se demoraban. Todos los gigantes estaban ansiosos por perder de vista al dromond, por alejarse del inutilizado navío y su apurada tripulación. Los esquíes iban dejando profundas marcas en la nieve al deslizarse, debido al peso que soportaban. Covenant y Linden daban bruscos bandazos entre las provisiones. Mas Linden, asida a la barandilla, no protestaba. Y Covenant agradecía el menor incremento de la velocidad que los gigantes pudiesen lograr. El Reino y el Amo Execrable le habían enseñado muchas cosas, pero jamás aprendería a separarse de los amigos que lo necesitaban. Arrebujado en las gruesas ropas y mantas que le dieron, mantenía el entumecido y helado rostro vuelto hacia el oeste dejando que Honninscrave lo transportara con rapidez a través del albo páramo.
Pero al fin, la consciencia de lo que estaba haciendo le obligó a volver la mirada hacia el dromond. En la distancia, más allá de Vain y Buscadolores, el navío se contraía como si estuviese siendo engullido por la desierta extensión; la imagen de su desamparo puso un nudo en la garganta de Covenant. Mas luego, descubrió el pendón ondeando del palo de mesana. Quitamanos debía haberlo enarbolado en despedida a los que partían. Gallardo y vistoso al viento, captaba el espíritu del Gema de la Estrella Polar como una promesa de valor y aguante. Cuando su visión se enturbió hasta impedirle seguir distinguiendo el navío en la distancia, fue capaz de mirar nuevamente hacia delante como si olvidara a la pétrea embarcación.
Linden lo estaba observando desde el otro lado de la franja que separaba los trineos, pero lo que tenía que decirle no podía ser gritado sobre el rozar de los esquíes, el rítmico y pesado sonido de las pisadas de los gigantes, y los jadeos de su respiración. Lo conducían una vez más hacia su meta y su miedo, pero no iba por su esfuerzo personal, sino por el empeño de quienes cuidaban de él. Cada vez que se producía una crisis en su camino; pese a toda su vehemencia y poder, no habría llegado a ninguna parte sin ayuda. ¿Y cómo pagaba tal ayuda? Únicamente con tormentos y peligros, y al menos una mentira. Sin embargo, no era algo que su dolorido corazón pudiese proclamar en aquellas condiciones, bajo el duro azul del cielo y las miradas de sus compañeros.
Viajaban directamente hacia el oeste. Cuando perdieron de vista al Gema de la Estrella Polar, todavía podía contemplarse una franja de océano contra el horizonte meridional; y sabían con certeza que, mientras más cerca estuviesen de la costa, menos firme sería el hielo. En tal situación, Covenant sólo ansiaba que no se viesen obligados a dirigirse al norte para hallar un pasaje seguro.
La Primera marchaba varios pasos delante del grupo para descubrir las grietas y fisuras del gélido yermo. Tras ella iba Encorvado. Aunque no llevaba otra carga que la de su propia deformidad, su paso delataba que estaba ya al borde de sus fuerzas. Por el contrario, Tejenieblas y Honninscrave parecían capaces de mantener aquel ritmo de marcha durante días, tirando de los pesados trineos sin vacilar jamás. Y Cail era un haruchai, acostumbrado a la nieve y a la supervivencia difícil. Tan sólo el vapor que le brotaba de las ventanillas de la nariz y los cristales de nieve que se formaban en sus mejillas mostraban que estaba respirando más hondamente de lo que le era habitual.
Vain y Buscadolores avanzaban como si la prolongada caminata no les afectase. La madera en que se había convertido el antebrazo de Vain colgaba inerte del codo, pero en todo lo demás continuaba siendo el enigma de perfecta conformación que los ur-viles creasen para sus secretos propósitos. Y el Designado había demostrado desde hacía mucho tiempo su concluyente inmunidad ante cualquier tensión o amenaza física.
Alrededor de ellos, la llanura de nieve parecía carecer de forma y exenta de cualquier contenido que no fuese un frío que alcanzara a los confines del mundo. El sol caía cruelmente sobre la nevada extensión haciendo fulgurar el hielo, lo que obligaba a Covenant a convertir en una rendija sus ojos hasta que las sienes acababan doliéndole. El frío le calaba por cada pliegue y hendidura de sus ropas. El batir de las pisadas de los gigantes, y su respiración, puntuaba el frígido silencio. El movimiento del trineo le empujaba incesantemente contra un atado de leña que llevaba al lado. Con gesto dolorido se arrebujaba en las mantas.
La caída de la Primera le cogió por sorpresa. Apenas era una mancha gris en el límite de su desenfocada mirada cuando desapareció en una grieta.
Cayó pesadamente hacia delante esparciendo nieve. Golpeó con el pecho contra el borde de la fisura. Por un momento se aferró frenéticamente a él para luego perderse de vista.
Encorvado iba unos cuatro o cinco pasos detrás, pero de inmediato se lanzó de cabeza para sujetarla por los brazos antes de que desapareciese.
Fue demasiado rápido, y no pudo detenerse. En una confusión de piernas y de nieve cayó tras su esposa.
Girando sobre la traicionera superficie, Honninscrave y Tejenieblas detuvieron los trineos. El que transportaba a Linden estuvo a punto de volcar pero Cail lo aguantó, devolviéndolo de golpe sobre los esquíes.
Covenant saltó del suyo sobre el hielo, y cayó de pie. Delante de él, Honninscrave y Tejenieblas se afanaban por desprenderse de los arneses que los ligaban a la carga. Buscadolores y Vain se habían detenido, pero Cail se hallaba ya a mitad de camino de la falla.
Covenant y los gigantes llegaron al borde a un tiempo, con Linden apenas un paso detrás. Cail permanecía allí mirando hacia abajo como si hubiera olvidado la urgencia.
La Primera y Encorvado se hallaban a muy pocos pies bajo el borde. La fisura era apenas un poco más ancha que sus hombros y ella se mantenía afianzada entre las paredes por pura fuerza. Los brazos de Encorvado rodeaban sus caderas; éste pendía dificultosamente de sus muslos.
Bajo sus pies, la nieve que había caído por la fisura se tornaba grisácea según el mar la tocaba.
Miró hacia arriba con urgencia.
—¡Piedra y Mar! —jadeó—. ¡Daos prisa!
El capitán y Tejenieblas no iban despacio. Honninscrave se tiró sobre el hielo con la cabeza y hombros junto al borde. Tejenieblas lo agarró por las piernas, y el capitán intentó asir a la Primera.
Tras un momento, ella salió con dificultad de la fisura llevando a remolque a Encorvado.
Su acerado semblante no mostraba reacción alguna, pero Encorvado respiraba con dificultad y sus nudosas manos temblaban.
—¡Piedra y Mar! —boqueó—. Soy un gigante y amo los viajes azarosos, pero estos sucesos no siempre son de mi gusto. —Dejó escapar entre dientes un irónico suspiro—. Y además estoy avergonzado. Traté de rescatar a mi mujer y al final fue ella quien evitó mi caída.
La Primera posó suavemente una mano en su hombro.
—Tal vez si hubieras sido menos impetuoso en tu rescate… —Pero al volverse hacia Honninscrave su voz se tensó—. Capitán, opino que debemos desviarnos hacia el norte. Por aquí el hielo no es fiable.
—Es cierto —gruñó. Desde que se vio obligado a aceptar que el grupo tenía que abandonar el Gema de la Estrella Polar, no podía disimular el trasfondo de amargura de su voz—. Pero tal camino es más largo y el tiempo nos apremia. Hacia el norte la nieve no será tan transitable. Y además ese norte es peligroso, como bien sabes.
La Primera asintió como a disgusto. Después de unos instantes, emitió un prolongado suspiro y se enderezó.
—Bien —dijo—, sigamos intentándolo por el oeste.
Como nadie se movía, les hizo un gesto a Covenant y a Linden para que volvieran a los trineos.
Lo hicieron juntos. Linden tenía el rostro enrojecido por el frío y grave por la preocupación. Con voz tranquila y carente de inflexiones, preguntó:
—¿Por qué ese norte es peligroso?
Él movió la cabeza.
—Lo Ignoro. —Las cicatrices de su antebrazo derecho estaban lacerándole como reacción ante la caída de la Primera y la sugerencia de futuras amenazas—. Jamás he estado al norte de Piedra Deleitosa y Coercri.
No quería pensar en innombrables peligros. Ya el frío le resultaba excesivo. Y tampoco podía imaginar cómo conseguirían pasar sobre la fisura.
Mas el problema se resolvió con sencillez. Mientras que Linden y él se subían a los trineos, la Primera y Encorvado saltaron sobre la hendidura. Luego Honninscrave y Tejenieblas arrastraron los trineos hasta el mismo borde. Covenant se dio cuenta de que tenían la suficiente longitud para cubrir la falla. Los gigantes empujaron sobre el hueco y la Primera y Encorvado los hicieron cruzar. Cuando todos estuvieron en el otro lado, Honninscrave y Tejenieblas volvieron a colocarse los arneses en torno a los brazos, y la Primera prosiguió en dirección oeste.
Ahora llevaba un paso más tranquilo, en parte por precaución y en parte por acompasarse con la fatiga de Encorvado. De cualquier modo mantenía una velocidad mayor de la que Covenant hubiese podido alcanzar yendo a pie. El hielo parecía empujar a sacudidas y, a veces, deslizarse bajo los esquíes del trineo. Pero cuando ella veía algo que la hacía desconfiar, detenía la marcha y se adelantaba con la espada en la mano hasta asegurarse de la firmeza del terreno.
Durante el resto de la mañana, su cautela demostró ser innecesaria. Pero poco antes de que la compañía se detuviese para tomar una frugal comida y algunos reconfortantes tragos de diamantina, el filo de la espada penetró en una corteza y varios centenares de pies de nieve compacta se perdieron de vista siguiendo una estrecha franja de norte a sur. Aunque la fisura fue salvada fácilmente, cuando el grupo ganó el lado opuesto, la Primera se encaró nuevamente con Honninscrave y le dijo:
—Esto ya es demasiado. El hielo se está haciendo cada vez más frágil bajo nuestros pies.
El capitán maldijo por lo bajo a través de su escarchada barba. Pero nada objetó cuando la jefe de la Búsqueda torció hacia el noroeste en pos de un hielo más resistente.
Durante la mayor parte de la tarde, el hielo continuó llano, sin nieve e incierto. De vez en cuando, Covenant creía ver que la superficie era ascendente, pero el resplandor solar sobre la blancura del paisaje no le permitía asegurarlo. Aunque de vez en cuando bebía un poco de diamantina, el frío le calaba hasta los huesos. Sentía su rostro como si fuera de metal batido. Gradualmente fue cayendo en fantasías de conflagración. Cada vez que se amodorraba por el licor y el frío, se encontraba medio soñando con la magia indomeñable como si fuese algo preciado y deseable: llamaradas capaces de calcinar la Cúspide del Kemper, lo bastante poderosas para contender con el Gusano del Fin del Mundo, un veneno capaz de arrastrarlo todo en su delirio. Aquel fuego era vital y seductor, tan necesario como la sangre. Jamás renunciaría a él.
Pero tales sueños le conducían a lugares a los que no quería ir. Al grito que estuvo a punto de romperle el corazón cuando Linden le reveló la verdad sobre el Gusano y el veneno. Y a aquel otro fuego que yacía escondido en las raíces de su necesidad, a la caamora a la que jamás habría logrado acceder aunque su alma dependiera de ello.
Urgido por la alarma, luchó repetidamente por regresar del umbral del verdadero sueño. Y la última vez que lo consiguió, se sintió sorprendido al ver que el norte ya no estaba tan vacío. La ruta que la Primera había escogido llevaba hacia una cresta de tremendos promontorios de hielo. Alzándose hasta el cielo, cubrían todo el horizonte de este a oeste. Aunque el sol estaba próximo a su puesta, destellaba plenamente y con un leve tono rosáceo sobre la cordillera, haciéndola parecer tan infranqueable como un glaciar.
Entonces la Primera giró nuevamente hacia el oeste, manteniéndose tan cerca de la base de la cordillera como era posible sin prescindir de una ruta despejada para los trineos. Pero en su camino se alzaban peñas y monolitos como menhires en los lugares hasta donde habían rodado o caído a causa del ímpetu que había cuarteado el hielo. Se vio obligada a aminorar una vez más la marcha conforme la dificultad del terreno crecía. Sin embargo, había logrado su objetivo. La superficie que sustentaba aquella cresta no parecía a punto de agrietarse o derrumbarse sólo porque ellos pasaran.
El sol desapareció por el oeste, con bermejo y fatal semblante, y los viajeros se detuvieron para pasar la noche. Encorvado se desplomó sobre el hielo quedando allí sentado con la cabeza entre las manos, demasiado exhausto para articular ni una palabra. Covenant y Linden bajaron de sus respectivos trineos con los miembros entumecidos y comenzaron a pasear arriba y abajo, para que la sangre volviera a circular por sus brazos y piernas, mientras que Honninscrave y Tejenieblas montaban el campamento. El primero desempaquetó trozos de vela alquitranada para usarlos como tela impermeable, tendiendo luego las mantas. Tejenieblas descargó el trineo de Linden hasta descubrir un ancho y plano rectángulo de piedra. Luego lo dispuso como base sobre la cual encender el fuego, para que el hielo no mojase la madera al derretirse. La Primera anunció sin dirigirse a nadie en particular que calculaba que habían recorrido más de veinte leguas. Luego quedó en silencio.
Cuando Tejenieblas logró producir algunas llamas, Encorvado se puso en pie y, desprendiendo la escarcha de su rostro, se dispuso a cocinar. Mientras trabajaba iba murmurando por lo bajo sin darse cuenta, como si su coraje necesitase del sonido de alguna voz para darse ánimos, aunque fuera la suya. En poco tiempo preparó un sustancioso estofado para sus compañeros. Pero el paño mortuorio del agotamiento pesaba sobre él y nadie hablaba.
Tras la cena, Encorvado se fue a dormir, envolviéndose estrechamente en las mantas. La Primera estaba sentada junto al fuego jugando con los rescoldos, en actitud tensa, como si no quisiera reconsiderar sus decisiones. Tan resuelto como de costumbre a emular la dedicación del haruchai, Tejenieblas se unió a Cail en el turno de vigilancia. Y Honninscrave miraba al vacío para no encontrarse con los ojos de ninguno de ellos. Sus pobladas cejas ocultaban las pupilas, y presentaba un semblante demacrado y desvaído.
Linden caminaba nerviosamente alrededor del fuego como si quisiera hablar con alguien. Pero Covenant se hallaba absorto en su visceral anhelo por el fuego de llama blanca. El esfuerzo de la renuncia le impedía decir palabra. El silencio se hizo tan gélido y solitario como el hielo. Pasado cierto tiempo, cogió sus mantas y, siguiendo el ejemplo de Encorvado, se envolvió cuanto pudo en ellas.
Creyó que podría dormir, aunque sólo fuera por lo persuasivo que el frío resultaba. Pero Linden hizo su cama cerca de él y pronto comprendió que intentaba penetrar en su aislamiento. Al abrir los ojos, vio sus intenciones en el rostro iluminado por la hoguera.
Le dirigió una mirada como de súplica, pero las palabras que murmuró suavemente lo sorprendieron.
—Ni siquiera supe cómo se llamaba.
Covenant alzó la cabeza, mirándola sin entender.
—Aquella giganta —explicó—, la que cayó herida cuando se rompió el palo mayor. —Se refería a la que había curado con su anillo—. Jamás descubrí quién era. He tratado a las personas como si fuesen piezas defectuosas o carne dañada en vez de individuos reales. He estado haciéndolo toda mi vida. Creía que era médico, pero solamente me preocupaba de las enfermedades o de las heridas. Solamente de combatir contra la muerte. Jamás de las personas.
El le ofreció la mejor respuesta que tenía.
—¿Y eso es malo? —Reconocía la actitud que ella había descrito—. No eres Dios. No puedes ayudar a la gente de manera total. Sólo en la medida en que se hallan enfermos y te necesitan. —Concluyó deliberadamente—. Si no fuera así, hubieses dejado morir a Tejenieblas.
—Covenant. —El tono con que se dirigía a él era tan directo como su mirada—. Hay algunos puntos que vas a tener que tratar conmigo. Con quien yo soy. Hemos sido amantes. Nunca he dejado de quererte. Fue doloroso que me mintieses, que me dejases creer algo que no era verdad. Que permitieses que creyera que teníamos un futuro juntos. Pero no he podido dejar de quererte. —Las tenues llamas de la hoguera relucían en sus húmedos ojos. Aun así resolvió no dejarse dominar por la emoción, ahorrarle la recriminación o la tristeza—. Creo que la única razón de que me amaras fue el descubrirme herida. Me amaste por mis padres, no por quien soy yo.
Abruptamente se revolvió dándole la espalda, cubriéndose el rostro con las manos. El desamparo disminuía su autocontrol.
—Acaso tal amor sea maravilloso y altruista. Lo ignoro. Pero no es suficiente.
Covenant la miró, miró sus manos entrelazadas sobre su dolor, su cabello curvándose alrededor de la oreja, y pensó: Tengo que tratar contigo. ¿Tratar de qué? No lo sabía. Desconocía cómo. Desde la caída del Árbol Único, sus posiciones habían cambiado. Ahora ella era quien sabía lo que deseaba, y él quien se hallaba perdido.
Sobre él, las estrellas proclamaban su interminable desamparo. Y en cuanto a ellas, él seguía sin saber qué hacer.
Al despertarse con las primeras luces del alba, descubrió que Honninscrave había desaparecido.
Se había levantado viento. La nieve acumulada caía en rachas sobre los semienterrados restos de la fogata, cuando Covenant se desembarazó de las mantas y la tela impermeable. La Primera, Encorvado y Linden todavía estaban dormidos. Tejenieblas yacía envuelto por un trozo de vela como si durante la noche su deseo de emular a Cail se hubiera frustrado. Tan sólo éste, el Demondim y Buscadolores estaban en pie.
Covenant se volvió hacia Cail.
—¿Dónde…?
Por respuesta señaló hacia arriba.
Inmediatamente, Covenant escrutó la enorme cordillera. Al principio no pudo descubrir el lugar que Cail le había indicado. Mas luego elevó su mirada hasta el punto más alto sobre el campamento, y allí vio a Honninscrave.
El capitán descansaba sobre un promontorio helado dando la espalda al sur y a ellos. El viento bajó desde la cresta hasta chocar contra el rostro de Covenant, trasportando un leve olor a humo.
—¡Maldita sea! ¿Qué demonios se cree que está haciendo? —preguntó Covenant.
Pero ya sabía la respuesta. Cail sólo la confirmó.
—Hace un buen rato que se levantó para explorar el hielo, prometiendo volver pronto. Llevaba consigo leña y un cacillo de los que usan los gigantes.
La caamora. Honninscrave estaba intentando incinerar su aflicción.
Al oír la voz de Cail, la Primera alzó una interrogante mirada desde su lecho; Covenant descubrió de pronto que algo cerraba su garganta. Con un gesto, hizo que la Primera enfocase los ojos en Honninscrave.
Cuando vio al capitán maldijo ásperamente y se incorporó. Despertando a Encorvado con una palmadita, preguntó a Covenant y Cail cuánto tiempo había pasado desde la marcha de Honninscrave.
Impasiblemente, el haruchai repitió lo que ya dijera a Covenant.
—¡Piedra y Mar! —masculló, mientras Encorvado y Linden se levantaban para unirse a ella—. ¿Es que ha olvidado sus propias palabras? Este norte es peligroso.
Encorvado observó con preocupación a Honninscrave, pero dijo en tono alentador:
—El capitán es un gigante. Sabe estar a la altura de los peligros. Y su corazón no ha conocido consuelo desde el fin de Cable Soñadordelmar. Quizá de esta manera obtenga la paz.
La Primera lo miró. No obstante, renunció a llamar a Honninscrave.
Linden alzó la mirada, enturbiada por el sueño, hacia Honninscrave, pero permaneció en silencio.
Poco después, Honninscrave se puso en pie y, pasando al otro lado del montículo en que se hallaba, inició el descenso por una pendiente. Pronto apareció en un valle cercano dirigiéndose sin expresión alguna hacia el grupo.
Las manos le colgaban inertes a los costados. Cuando estuvo más cerca, Covenant vio que habían sido cruelmente lamidas por las llamas.
Llegó junto a sus compañeros y se detuvo, alzando ante sí las manos como en un gesto de futilidad. Su mirada parecía velada. Sus dedos, aunque no estaban seriamente dañados, eran vividas consecuencias del suplicio. Linden escondió sus propias manos bajo los brazos con instintiva empatia.
El tono de la Primera fue singularmente amable.
—¿Te encuentras bien, Grimmand Honninscrave?
Movió la cabeza en señal de incomprensión.
—No es suficiente. No hay nada que hacer. Quema mi pecho… pero nada he logrado.
De inmediato, como si la voluntad que lo mantenía erguido se quebrara, cayó de rodillas y enterró las manos en la nieve. Los jirones de humo se enredaban a sus muñecas al subir.
Los gigantes le rodeaban, enmudecidos por la impotencia y la preocupación. Linden se mordió los labios. El viento era frío como el hielo, penetrante como el remordimiento. Los ojos de Covenant se nublaron y comenzaron a gotear. En su defensa, podía citar muchas cosas de las que no era culpable, mas la muerte de Soñadordelmar no se hallaba entre ellas.
Por fin, la Primera habló.
—Vamos, capitán —dijo, sofocadamente—. Levántate y vuelve a tus tareas. Hemos de tener esperanzas, o pereceremos.
Tener esperanzas o perecer. Allí, arrodillado sobre la vasta extensión helada, Honninscrave parecía haberse alejado de esa alternativa. Pero luego, despacio, irguió su corpulencia en toda su extensión. Su mirada se endureció, y su rostro se mostró rígido y ominoso. Permaneció erecto un momento aún, poniendo a todo el grupo por testigo del modo en que se sobreponía. Luego, sin mediar palabra, empezó a levantar el campamento.
Covenant captó un destello de angustia en la mirada de Linden. Mas cuando ella recibió su muda pregunta, negó con la cabeza, incapaz de expresar lo que había visto en Honninscrave.
Juntos, siguieron el ejemplo del capitán.
Honninscrave estaba empaquetando las velas y mantas, y Tejenieblas preparó un desayuno frío. En sus ojos enrojecidos y sus cansados gestos se traslucía una sombra de vergüenza: era un gigante y no había creído que la resistencia de Cail fuese mayor que la suya. Ahora parecía determinado a trabajar más rudamente como compensación, y como ayuda para Honninscrave. Mientras que Covenant, Linden y el resto de los gigantes comían, Tejenieblas se afanaba en el campamento, preparándolo todo para la marcha.
Después Covenant y Linden se acomodaron en los trineos, protegiéndose de las afiladas aristas del viento, y la Primera se dirigió a Honninscrave una vez más. Habló suavemente y el viento desgajó el sonido de sus palabras.
—¿Desde el lugar de tu caamora viste algún signo?
Su reciente endurecimiento hizo que la réplica sonase extrañamente brutal:
—Ninguno.
Tejenieblas y él se pusieron las cuerdas de los trineos. La Primera y Encorvado abrían paso. Con Cail entre los esquíes y Vain y Buscadolores cerrando la marcha, el grupo se puso en camino.
El avance no era tan rápido como lo fuera el día anterior. La creciente dificultad del terreno se veía complicada por el vendaval cuyas ráfagas venían de la cordillera. Trozos de hielo cristalizado tamborileaban contra la madera de los trineos y laceraban los rostros de los viajeros. Nubes blanquecinas danzaban entre ellos. El viento azotaba hasta los mismos confines del paisaje. La diamantina y los alimentos les proporcionaban protección interior pero no proporcionaban calor alguno a sus extremidades. Covenant ignoraba durante cuánto tiempo podría resistirse a la seducción y la fatal somnolencia del frío.
Cuando volvió a limpiar de nieve sus pestañas e irguió la cabeza, descubrió que no había resistido. Ya había pasado media mañana. Sin darse cuenta, se había deslizado en el inerte estupor que la lepra y el invierno provocan en sus víctimas.
Linden se hallaba rígidamente sentada en el trineo. Movía la cabeza de uno a otro lado como explorando. Durante un somnoliento lapso, Covenant creyó que estaba utilizando sus sentidos para cerciorarse de la textura del hielo. Pero en aquel momento, ella se abalanzó hacia adelante atronando el páramo con su voz.
—¡Deteneos! —gritó.
El viento repitió con ecos fantasmales: ¡Deteneos! ¡Deteneos! Mas el hielo y el frío alteraron el tono de su grito haciendo que sonase tan desesperado como un gemido arrancado por el Muerdealmas.
Al momento, la Primera se volvió para mirar hacia los trineos.
Se detuvieron exactamente debajo de un montón de hielo roto semejante a los escombros de una imponente fortaleza reducida tras un asedio. Bloques y fragmentos megalíticos se alzaban amenazando con desplomarse sobre el grupo.
Linden saltó del trineo. Antes de que nadie pudiese interrogarla, manifestó:
—Se está enfriando.
La Primera y Encorvado se miraron. Covenant se acercó a Linden como si no la comprendiera. Tras un momento, dijo la Primera:
—¿Enfriándose, Escogida? No podemos sentirlo.
—No es a causa del invierno —aclaró al instante, con la urgencia de hacerse entender—. No es lo mismo. —Entonces logró dominarse y enderezó los hombros. Lenta y afiladamente, dijo—: No lo sentís, pero os digo que ahí esta. Hace que el aire se haga más frío. No es el hielo, ni el viento, ni el invierno. Es otra cosa. —Sus labios estaban pálidos y temblaban—. Es algo peligroso.
Y este norte es peligroso, pensó torpemente Covenant adormecido aún por el frío. ¿Peligroso en qué sentido? Pero cuando intentó hablar, no pudo pronunciar palabra.
Honninscrave alzó bruscamente la cabeza. Los ojos de Encorvado fulguraron en su deformado rostro.
En aquel mismo instante, la Primera gritó:
—¡Arghule! —y saltó hacia Covenant y Linden empujándolos hacia los trineos—. ¡Hemos de huir!
Y se apresuró a escrutar a todo su alrededor.
Covenant perdió pie, pero Cail lo sujetó, arrojándolo sin ceremonia alguna sobre el trineo. Linden volvió a su sitio de un salto. De inmediato, Honninscrave y Tejenieblas tiraron de los trineos a la máxima velocidad que les permitió la accidentada superficie.
Antes de que hubieran dado tres pasos, el hielo tomó forma, se irguió y avanzó hacia ellos.
La ondeante figura tenía la talla de un gigante y el grosor de los brazos extendidos de Covenant. Unas cortas piernas la impelían con engañosa velocidad. El oscuro agujero que había dejado parecía unas fauces.
El frío que irradiaba era como un grito.
La Primera se detuvo, interceptando el camino de la criatura.
—¡Arghule! —volvió a proclamar—. ¡Tened cuidado!
La exclamación con que Encorvado le respondió hizo que se volviese. Señalaba con el brazo hacia la cresta.
—¡Arghuleh!
Otras dos criaturas semejantes a la anterior se habían desprendido de los escombros apresurándose hacia el grupo.
Al sur apareció una cuarta.
Entre todas emitían un frío tan terrible como el más cruel corazón del invierno.
Por un instante, la Primera se quedó petrificada.
—Pero los arghuleh no actúan de este modo —dijo, mas el viento se llevó su afirmación.
Bruscamente, Buscadolores se convirtió en un halcón y levantó el vuelo.
Honninscrave rugió una orden:
—¡Al oeste! —Era el capitán del Gema de la Estrella Polar, acostumbrado a los imprevistos. De un tirón que arrojó a Covenant de espaldas, puso el trineo en movimiento—. ¡Hemos de abrirnos paso!
Tejenieblas lo siguió. Conforme aceleraba el paso, gritó a Linden por encima de su hombro:
—¡No temas! ¡Somos gigantes a prueba contra el frío!
Un momento después los arghuleh atacaron.
El ser más próximo a la Primera se detuvo. Tras la advertencia de Encorvado, ella había girado para encararse con el arghule. Pero éste no avanzaba. En vez de ello, hacía ondear una de sus piernas.
En el arco de su gesto, el aire se solidificó súbitamente formando una tela de araña de hielo.
Expandiéndose y adensándose de acuerdo con sus movimientos, la tela cayó sobre la Primera como una red de cazador. Antes de caer sobre ella, se fue haciendo lo suficientemente grande y fuerte como para capturar a un gigante.
Simultáneamente, el arghule procedente del sur se detuvo como si estuviera consumiéndose. Entonces la violencia estalló: el hielo saltó en todas direcciones. Y una grieta cruzó como un relámpago la superficie dirigiéndose hacia ellos. En el tiempo que transcurre entre dos latidos de corazón, se hizo tan ancha como los trineos.
Pasó directamente bajo Vain. El Demondim desapareció con tal rapidez que Covenant ni siquiera lo vio caer.
Instintivamente, Covenant se volvió hacia los otros dos arghuleh.
Estaban lo bastante cerca como para iniciar su ataque.
El trineo dio un bandazo al acelerar Honninscrave. Covenant miró a la Primera.
La red de hielo caía sobre su cabeza.
Encorvado pugnó por alcanzarla. Pero no podía correr sobre la traidora superficie. Cail le sobrepasó limpiamente como si los haruchai tuvieran tan firme paso como los ranyhyn.
La Primera se defendió con la espada. Al descender la tela de araña le dio un tajo con el brazo izquierdo.
Estalló en una ventisca de fragmentos que atraparon la luz en un claroscuro fugaz para luego desaparecer arrastrados por el aire.
Pero bajó el brazo encajonado en hielo transparente. Le cubría casi hasta la mitad del hombro inmovilizándole la mano y el codo. Golpeó vehemente aquella envoltura con el puño derecho, pero aquel hielo era tan resistente como el hierro.
Los trineos cobraron ímpetu. Cerca de la Primera, Honninscrave y Tejenieblas viraron de costado en un intento de evitar al arghule. La falla que engullera a Vain se extendió hacia el norte. No se veía a Buscadolores por ningún lado. Linden se agarraba a la barandilla de su trineo, con un grito sin sonido grabado en el rostro.
Cail se adelantó, rebasando a la Primera, para desafiar al agresor de ésta.
A la vez, le gritaron Encorvado y ella:
—¡No!
Los ignoró. Dirigió frontalmente hacia la criatura todo su vigor de haruchai.
Antes de que pudiese golpearlo, el arghule basculó como si se fuera a caer. De repente, una gran mano de hielo se abatió sobre él, surgiendo del aire vacío. Lo alcanzó de pleno, sometiéndolo al dominio de la criatura.
Covenant luchó por erguirse en el deslizante trineo. El derrumbe de Cail le sacudió como un augurio. El paisaje era tan blanco y desolado pomo la propia magia indomeñable. Al siguiente latido de su corazón, ya estaba dentro del fuego. El poder fluyó de él encadenándolo. Tan incandescente como un horno al rojo, con la absoluta perversidad del veneno, descargó su medio puño para destruir al arghule.
Entonces una red echada por otra de las criaturas, lo atrapó. Los dos arghuleh procedentes del norte habían cambiado de dirección para cazar al grupo. Aunque la telaraña no llegó a cubrirlo, su borde lo alcanzó en la parte derecha de la cabeza deslizándose luego por el hombro para enredarse en el alzado puño.
La magia indomeñable pulverizó el hielo, evitándole ser atrapado. Pero la inmensa intensidad del frío se apoderó súbitamente de su cerebro.
Al momento le sobrevino la parálisis.
Podía ver lo que estaba ocurriendo, registrar cada suceso. Pero el aturdimiento y el dominio que proyectaba sobre él el anonadante frío, lo enajenaban.
Mientras que Honninscrave y Tejenieblas se estaban esforzando por desplazar lateralmente los trineos para eludir al arghule, la Primera se lanzó en ayuda de Cail seguida de Encorvado. La criatura intentó apartarse, pero ella avanzaba con demasiada velocidad. Braceando repitió el gesto con el que capturó a Cail.
Aunque tenía el brazo izquierdo inutilizado, procuró ignorarlo. La movían la furia y la necesidad. En el instante en el que el arghule alzaba su hielo, ella puso todo su cuerpo en un único golpe que envió directamente a la criatura con toda su fuerza de gigante.
El ser estalló bajo el impacto. El eco de su destrucción superó la altura de la cordillera.
Por entre la atronadora descarga cruzaron los trineos, dejando detrás a la Primera. Ella giró para enfrentarse a los arghuleh que venían detrás.
Encorvado se zambulló salvajemente entre los restos de la criatura. Durante un momento esparció los fragmentos. Luego emergió cubierto de escarcha y esquirlas de hielo, como si incluso después de ser destruido tuviese el arghule el poder de congelar. En sus brazos, yacía Cail.
El haruchai se hallaba encajado en hielo de la cabeza a los pies, como el brazo izquierdo de la Primera, y absolutamente rígido, aparentemente congelado sin posible salvación. Encorvado corrió, llevándolo tras los trineos.
La Primera desprendió una gran lasca blanquecina que lanzó a los arghuleh para hacerles vacilar. Y, tras esto, siguió al grupo.
En respuesta, se agacharon contra el hielo; crujidos como gritos de cólera y frustración se propagaron a través del témpano, abriendo una brecha tras los fugitivos. Durante un momento, la Primera hubo de deslizarse y hacer un regate esquivando el suelo que se desmoronaba bajo sus pies. Luego perdió el equilibrio y cayó rodando lejos del amenazante tajo. Aún trataron de perseguir al grupo, pero los trineos se hallaban prácticamente fuera de su alcance.
La Primera logró incorporarse. Muy pronto, también ella se alejó de los arghuleh.
Covenant la vio correr tras Encorvado asiéndose a su hombro. Éste jadeaba terriblemente, esforzándose por mantener la velocidad. La deformidad de su espalda hacía que pareciera cernirse protectoramente sobre Cail, cuya cicatriz estaba singularmente marcada, amplificada por la transparencia de su cobertura. Era el último de los haruchai que prometieran servir a Covenant. Pero Covenant era incapaz de desembarazarse del frío que paralizaba su mente. Toda esperanza de fuego había desaparecido.
Linden le gritó a la Primera:
—¡Tenemos que detenernos! ¡Cail necesita ayuda y también tú!
Honninscrave y Tejenieblas no aminoraban el paso.
—¿Podrás detectar a los arghuleh si vuelven a acercarse? —preguntó la Primera.
—¡Sí! —contestó Linden—. ¡Ahora sé lo que son!
El tono era seguro y terminante.
—¡Hemos de detenernos! ¡Ignoro cuánto tiempo más podrá seguir vivo en tal estado!
La Primera asintió.
—¡Capitán, —anunció— detengámonos!
De inmediato, Honninscrave y Tejenieblas interrumpieron la marcha, dejando que los trineos se detuvieran por sí mismos.
Encorvado pudo aún avanzar unos pasos, y luego cayó de rodillas sobre un declive del terreno. Las ráfagas de nieve giraban a su alrededor. Respiraba roncamente al inclinarse sobre Cail, apretando al haruchai contra su pecho como si tratara, de insuflarle calor con los latidos de su propio corazón.
Linden bajó del trineo antes de que se detuviese del todo, apresurándose hacia Encorvado. Mas Covenant continuó inerte mientras que Honninscrave y Tejenieblas capó entre sus dientes. Al retirar las manos pequeños fragmentos de la piel de las yemas de sus dedos quedaron adheridos al hielo. La sangre rezumó de la carne despellejada, brillando bajo los rayos del sol.
—¡Maldita sea! —profirió más por miedo que por el dolor—. Está frío de veras. —Alzando la cabeza se dirigió temblando a la Primera—. Obviamente tú sabes algo sobre estos arghuleh. ¿Tienes idea de qué se puede hacer por Cail?
En contestación desenfundó su espada. Blandiéndola sobre su cabeza, descargó la empuñadura violentamente sobre la costra que inmovilizaba su brazo. El hielo se rajó, desprendiéndose, dejándole libre el miembro y la piel intacta. Con dificultad, pudo flexionar muñeca y mano. Una mueca de dolor cruzó por su rostro, pero la convirtió en una sonrisa.
—¿Lo ves? Somos gigantes, resistentes tanto al frío como al fuego. Al no necesitar remedios contra ellos, no hemos aprendido ninguno.
Pero de su mirada podía deducirse que tal ignorancia le parecía un error.
Linden no tenía tiempo para errores.
—A él no podemos hacerle lo mismo. —Murmuró, pensando en voz alta—. Le romperíamos la mitad de los huesos. —Escudriñó atentamente a Cail para confirmar sus percepciones—. Aún sigue vivo, pero no durará mucho. —Los dedos ensangrentados se movían ignorantes de su propia herida—. Necesitamos fuego.
Entonces miró a Covenant.
Al verlo, sus ojos se dilataron de sorpresa y pánico. No se había dado cuenta de que había sido golpeado por el frío de los arghuleh.
Covenant sentía como si un gélido clavo, tras penetrar por un costado de la cabeza, estuviera empalando su mente sin causarle dolor. Y poco a poco iba penetrando más profundamente. Había perdido del todo la visión del ojo izquierdo. La mayor parte de los nervios del lado izquierdo se hallaban tan insensibles como si estuvieran afectadas por la lepra. Anhelaba pedir ayuda, pero ignoraba como hacerlo ya.
Buscadolores surgió de la nada. Recuperando su maltrecha envoltura humana, se situó al margen del grupo, fijando su atención en Linden.
La nieve apagaba lo que estaba diciendo. Covenant no podía soportarlo: no quería morir de aquella manera. Una loca protesta surgió en su interior. Todo invierno era enemigo; cada una de las partes del témpano constituía una injuria dirigida a él. Desde el foso de su desaliento, hizo surgir la llama y el veneno como si se propusiera librar a la Tierra del frío para siempre, derruir el Tiempo hasta los cimientos para despojarlo de la helada muerte que le bloqueaba el cerebro.
Pero entonces descubrió que había otra presencia en él. Era extraña y severa, desesperada por la urgencia… y no obstante singularmente consoladora. Instintivamente se debatió cuando ésta le arrebató su llama, pero el frío y el aturdimiento inutilizaron su oposición. Y la intrusa, una identidad externa dentro de su mente como si hubiera renunciado a todas sus defensas, le proporcionó calor a cambio: el calor del deseo que sentía por él y el de sus llamas. Durante un momento, creyó conocer a la otra presencia, reconocerla íntimamente. Luego, el universo se tornó de la blancura de la magia y la pasión, y el frío desapareció.
Pocos latidos de corazón más tarde, lograba volver a enfocar los ojos, controlar sus rodillas y sus manos. Linden se había retirado de él dejando tras de sí una punzante ausencia, como si hubiera entreabierto una puerta para hacerle apreciar el vacío de su corazón sin ella. Su antebrazo derecho palpitaba, pero en anillo aún rodeaba el último dedo de su media mano. Las ráfagas de viento le agitaban las ropas. El sol brillaba como si la profanación del Sol Ban no hubiera de terminarse nunca. Había fracasado otra vez. Y demostrado de nuevo que ella…
Esta vez, se había limitado a alargar la mano y tomar posesión de él.
No había ninguna diferencia entre aquello y lo que el Amo Execrable hiciera con Joan. Y lo que le estaba haciendo al Reino. No habían otras diferencias que las que distinguían a Linden del Despreciativo. Y el Gigante-Delirante juró que ella terminaría destruyendo la Tierra.
Ahora tenía poder para cumplir la profecía. Podía tomarlo en cuanto lo deseara.
Sintió una profunda tristeza, por ambos, por su fatal ineficacia y por el terrible estado de ella. Temió gemir audiblemente. Mas en aquel momento, el ruido del viento fue puntuado por una ronca y difícil respiración; y por aquel sonido volvió a ser consciente de sus compañeros.
El hielo que aprisionaba al haruchai había desaparecido, y Cail estaba volviendo a la vida por un camino duro, teniendo que conquistar cada jadeo, que arrancar a dentelladas cada inhalación a la muerte. Ni siquiera las esposas del lago estuvieron tan cerca de abatirlo. Pero Linden lo había devuelto a la orilla de la supervivencia. Bajo la mirada de Covenant, Cail recorrió por sus propios medios la distancia que los separaba.
Honninscrave, Tejenieblas y la Primera observaban a Cail, Linden y Covenant con preocupación y cariño mezclándose en sus rostros. Encorvado había dominado lo suficiente su propio jadear como para sonreír en una medio mueca. Pero Linden no tenía ojos más que para Covenant.
Lo que había hecho la había debilitado. Desde el principio aborreció la posesión tanto o más que él, pero la necesidad la había forzado una y otra vez. Se vio obligada al mal por los compromisos esenciales que la habían hecho médico. Y esto era debido a que carecía de poder. Si le hubiese entregado el anillo, como los elohim deseaban, se habría visto exenta del peligro que le suponía tener que obrar así.
Pero él no podía entregárselo. Más aún: haría cualquier cosa por ella; menos ésa. Y debía tener en cuenta que ella había desafiado su instinto de protección, negándose a su deseo de relevarla. ¿Cómo podría explicarle que todo eso, cada intento de protección o preservación, no era más que el esfuerzo por saldar esta única negativa? Compensarla en alguna medida por lo que jamás le entregaría.
Roído por el frío y lacinado por la escarcha como estaba, cargado de lepra, veneno y derrota, volvió a hacerlo; pisoteó su orgullo y la miró directamente. Tragándose el dolor, le dijo con dificultad:
—Espero no haber herido a nadie.
Aunque no era mucho, sí era suficiente por el momento. La tristeza que la embargaba pareció ceder parcialmente como si las palabras de Covenant contuvieran su perdón. Una incierta sonrisa reemplazó la severidad de sus labios. Parpadeó para librar a sus ojos de unas repentinas lágrimas, y murmuró:
—Eres difícil de manejar. Desde la primera vez que te vi —él recordaba el momento tan bien como ella: le había dado con la puerta en las narices— supe que me traerías problemas.
Le desgarró el amor que había en su voz, porque no podía ir a estrecharla entre sus brazos. No mientras que persistiese en su negativa a realizar el único sacrificio que ella necesitaba verdaderamente.
Tras ella, estaba Tejenieblas con un recipiente lleno de diamantina. Cuando se la pasó, Linden se esforzó en desviar su atención de Covenant y arrodillarse junto a Cail. Pese a la convulsa respiración, el haruchai tomó varios sorbos del tonificante licor.
Después, su estado mejoró con rapidez. Mientras sus compañeros compartían la diamantina, recobró suficientes fuerzas como para sentarse y luego ponerse en pie. Pese a su acostumbrada inexpresividad podía detectarse en su rostro una extraña vergüenza. El orgullo que lo caracterizaba no era adecuado para soportar la derrota. No obstante, tras la experiencia de seducción de las esposas del lago, parecía concederle menos importancia al amor propio. O acaso la promesa de Brinn, que lo facultaba para seguir libremente los dictados de su corazón, había alterado en algún punto la característica determinación haruchai de triunfar o morir. Poco después, el semblante de Cail presentaba la misma carencia de expresión de siempre. Al indicar que se hallaba dispuesto para continuar el viaje, en sus palabras había convicción.
Nadie puso objeciones. Sin embargo, tras una irónica mirada de Encorvado, la Primera anunció que el grupo comería algo antes de partir. Cail pareció considerar tal dilación innecesaria, pero aceptó la oportunidad de alargar su descanso.
Mientras comían, Linden permaneció en tensión. Consumió los alimentos como si estuviera masticando miedos y especulaciones, tratando de encontrarse a sí misma. Pero cuando habló, su pregunta mostró que había encontrado confusión en lugar de respuestas.
—¿Qué es lo que sabes de esos arghuleh? —preguntó a la Primera.
—Nuestro conocimiento es escaso —respondió. Parecía insegura acerca del sentido de la pregunta de Linden—. Los gigantes han encontrado arghuleh en raras ocasiones. Y, aunque hay historias acerca de ellos, ni éstas ni los encuentros ilustran mucho.
—¿Por qué te arriesgaste entonces? —siguió Linden—. ¿Por qué hemos venido tan al norte?
La Primera empezaba a comprender.
—Tal vez me equivoqué. —Dijo en tono distante—. El hielo hacia el sur ofrecía muchos peligros y busqué un camino más seguro. Acepté la amenaza de arghuleh porque somos gigantes y resulta difícil que seamos abatidos o dañados por el frío. Albergaba la esperanza de que cuatro gigantes bastarían para protegeros. Y además —continuó con más aspereza—, estaba equivocada. Fue una estupidez. El conocimiento es una quimera porque detrás siempre yace otro, y un conocimiento incompleto conduce al error. Suponíamos que los arghuleh no actuarían de esa manera.
»Son criatura salvajes, tan henchidas de odio como el invierno en el cual medran. Y ese odio no se reduce a las bestias y seres de sangre caliente que constituyen su presa. Se extiende a los de su misma especie. Por los relatos que escuchamos y la experiencia de nuestra gente, queda claro que la defensa más segura contra el asalto de un arghule es procurar que le ataque otro arghule, ya que prefieren la muerte de un semejante a cualquier otra.
«Por todo ello, suponía que el norte representaría un peligro menos importante. Cuatro gigantes debían considerarse un grupo suficiente contra cualquier arghule. Ignoraba que, con desprecio de la probabilidad y la naturaleza, dejarían de lado su inveterada animosidad para actuar coordinados.
La mirada de Linden se perdió entre las lágrimas. Honninscrave contemplaba sus manos quemadas como temiendo que no fueran aptas para lo que tenían que hacer. Tras un momento, Covenant se aclaró la garganta, y preguntó:
—¿Por qué? —En el Reino, la Ley de la naturaleza estaba siendo persistentemente corrompida por el Sol Ban. ¿Es que acaso la influencia del Amo Execrable había llegado hasta tan lejos?— ¿Por qué han cambiado?
—Lo ignoro —dijo secamente la Primera—. Creía que era más fácil alterar la esencia de la piedra y el mar que el aborrecimiento de los arghuleh.
Covenant gimió en su interior. Todavía se hallaba a centenares de leguas de Piedra Deleitosa, y sus temores comenzaban a acosarlo como si tanto él como sus compañeros hubiesen ya penetrado en el ámbito de la maldad del Despreciativo.
Bruscamente, Linden se puso en pie y miró hacia el este. Sondeó la lejanía, anunciando con temor:
—Vienen hacia aquí. Creí que habían desistido, pero parece ser que la cooperación no es la única nueva táctica que han aprendido.
Honninscrave exclamó una obscenidad gigantina. La Primera hizo un gesto y Tejenieblas se dirigió hacia los trineos; tras esto, ayudó a Encorvado a levantarse. Con rapidez, Honninscrave y Tejenieblas recogieron las cosas y cargaron los trineos. Covenant maldecía para sí. Ansiaba una oportunidad para hablar con Linden a solas. Pero siguió el tenso ejemplo de ella y saltó al trineo.
La Primera abrió la marcha. Esforzándose por distanciarse de sus perseguidores, mantuvo el paso más veloz que Encorvado era capaz de sostener, forzándole hasta sus ya exhaustos límites. Por el contrario, Cail marchaba entre Covenant y Linden como si se hallara ya repuesto por completo.
Vain y Buscadolores cerraban la expedición, juntos como sombras contra la crudeza del viento.
Aquella noche el grupo descansó poco, aunque Encorvado necesitaba descanso con urgencia. Antes de que saliese la luna, la instintiva cautela de Cail le hizo despertar a Linden, y cuando ésta olfateó el aire, envió al grupo hacia los trineos.
Solamente habían pasado tres días desde la luna llena, y el firmamento permanecía claro. La Primera fue capaz de encontrar una ruta con relativa facilidad. Pero se refrenaba debido al cansancio de Encorvado, que no podía ir a un paso más veloz de lo normal sin su ayuda. Y en el esfuerzo por apuntalar sus energías había consumido tanta diamantina que no estaba por entero sobrio. A intervalos, comenzaba a cantar lúgubremente por lo bajo, como si la fatiga le hubiera enajenado. No obstante, mantenían una tranquilizadora distancia de los arghuleh. Pero eran incapaces de incrementarla.
Y cuando el sol se elevó sobre el páramo de hielo, la situación empeoró. Se estaban acercando al fin de la gélida extensión. Durante la noche, habían penetrado en una región donde el hielo se hacía más quebradizo conforme avanzaban hacia el sur, en la que los pedazos desprendidos derivaban por el agua que había bajo ellos. Ante la Primera, el oeste resultaba infranqueable. Y más allá de una amplia extensión en la que aparecían icebergs, estaba el mar abierto. No tenían otra opción que la de esforzarse en ascender la accidentada cordillera que separaba el glaciar ártico de la crujiente lámina del témpano.
Covenant supuso que debían apearse de los trineos. Tanto él como Linden se bajaron para continuar a pie, pero aquello no aligeró lo suficiente las cargas que Tejenieblas y Honninscrave arrastraban. Pero ninguno de los gigantes vaciló. Internándose por un estrecho valle que atravesaba la cordillera, comenzaron a abrirse paso hacia el noroeste, como si pese al cansancio que ahora compartían con Encorvado ni siquiera hubieran empezado a desalentarse. Covenant se maravillaba del vigor que demostraban; pero nada podía hacer por ayudarles, excepto procurar seguirlos sin necesidad de ayuda.
Aquel empeño amenazaba con sobrepasarle. El frío y la falta de sueño minaban sus fuerzas. Los pies entumecidos le hacían tan torpe como un lisiado. En varias ocasiones, hubo de sujetarse al trineo para no caer rodando valle abajo. Pero Honninscrave y Tejenieblas tiraban de la suplementaria carga sin queja alguna hasta que Covenant recuperaba el resuello.
Al principio, la ruta de la Primera parecía caprichosa o fortuita. Cuando el valle desembocó en el glaciar, culebreando continuamente entre norte y oeste, su fondo seguía siendo transitable. Los compañeros pudieron proseguir avanzando.
Luego ganaron la parte superior del glaciar y su camino se hizo más expedito. Allí el hielo era tan accidentado como un campo de batalla, la presión y la erosión del viento lo configuraban en formas enormes y fantásticas, plagándolo de fisuras, punteándolo de raros canales y depresiones conformados por el desgaste. Tuvieron que desviarse aún más al norte para hallar su ruta. Pero la Primera, poniendo a prueba su tesón, supo descubrir un pasaje que no requería excesivo esfuerzo. Y en cuanto el grupo abandonó el área de la cordillera del glaciar, fue capaz de retornar inmediatamente la dirección oeste.
Mareado por la fatiga, el frío y los destellos que el sol arrancaba del hielo, Covenant iba dando traspiés tras los trineos. A su lado, Linden no estaba en mejores condiciones. La diamantina y el esfuerzo habían mantenido el tenue y fatal tinte azul de sus labios, y su semblante parecía tan pálido como un hueso. Mas su persistente estado de alerta y el obstinado empuje de sus zancadas mostraban que aún no estaba dispuesta a desfallecer.
Durante más de una legua, con el aire raspándole los pulmones y el espanto a sus espaldas, Covenant siguió a los gigantes. Y de alguna manera, no se derrumbó.
Pero entonces todo cambió. La ruta de la Primera no resultó caprichosa ni fortuita, sino imposible. Balanceándose peligrosamente sobre unas rodillas temblorosas, con el corazón atronándole, Covenant se asomó por el borde del acantilado en el que se habían detenido. Nada había debajo salvo el desnudo y negro océano.
Sin apercibirse, habían alcanzado el límite occidental del glaciar.
Muy a la izquierda se alzaba la afilada cordillera separando el glacial principal del inferior. Y ninguna otra cosa excepto el interminable norte, los acantilados y el lóbrego mar.
Covenant no pudo soportarlo. El vértigo sopló sobre él como un viento que procediera del precipicio, y le fallaron las piernas.
Encorvado lo sujetó.
—No —jadeó el deforme gigante, con voz enronquecida y extrañamente profunda—. No desesperes. ¿Acaso te ha cegado el invierno? —Con una rudeza que era producto de su fatiga, enderezó a Covenant—. Mira ante ti. No hacen falta ojos de gigante para contemplar nuestra esperanza.
Esperanza, suspiró Covenant interiormente entre el vértigo que dominaba su cabeza. Ah, Dios mío, tendría esperanza si supiera cómo conseguirla.
Por un instante fue incapaz de enfocar sus ojos, mas luego tuvo suficiente voluntad para aclarar la mirada.
Entonces la vio ciara e inalcanzable, a una media legua del terrible océano; allí había una estrecha franja de tierra firme.
Se perdía de vista tanto por el norte como por el sur.
—Como ya he dicho —murmuró Honninscrave—, nuestros mapas no registran fiablemente está región. Pero podría ser la costa del Reino eso que se halla ante nosotros.
Una risa enajenada brotó en el pecho de Covenant.
—Bueno, es una magnífica noticia. —Ciertamente el Despreciativo estaría riéndose a carcajadas—. Al menos ahora podemos contemplar nuestro lugar de destino mientras morimos por congelación o devorados por los arghuleh.
Y controló aquella risa temiendo que se tornara en llanto.
—¡Covenant! —exclamó cortantemente Linden… una queja de empatia o de temor.
Él no la miró. Ni miró a los demás. Apenas se oyó preguntar:
—¿A eso llamáis esperanza?
—Somos gigantes —repuso la Primera, con enérgica determinación en su tono—. Por tortuoso que parezca el sendero, saldremos de él con vida.
En silencio, Honninscrave se despojó de la camisa, guardándola en uno de los atados del trineo. Tejenieblas extrajo un gran rollo de resistente cuerda y luego siguió el ejemplo del capitán.
Covenant los miraba. Linden jadeó.
—¿Es que pretendéis…? —sus ojos destellaron ferozmente—. ¡No aguantaríamos ni ocho segundos en el agua helada!
La Primera lanzó una mirada estimativa desde el acantilado. Tras estudiar la pendiente anunció:
—Entonces vuestra seguridad quedará exclusivamente a nuestro cargo.
Se volvió de espaldas al grupo, con brusquedad. Señalando el trineo de Honninscrave, le preguntó a Cail:
—¿Excederá a tus fuerzas ese peso y el de Gigante-amigo? —El impasible semblante de Cail revelaba su desdén por la pregunta al negar con la cabeza—. El hielo tiene recursos para dificultar el tránsito —advirtió.
Él la miró inexpresivamente.
—Me aseguraré.
La Primera asintió. Había aprendido a confiar en el haruchai. Luego, volviendo hacia el borde, dijo:
—No nos demoremos pues. Los arghuleh no deben caer sobre nosotros aquí.
Con una creciente náusea golpeando su estómago, Covenant vio cómo Honninscrave ataba un cabo de la cuerda a la parte trasera de su trineo. La desnuda espalda y hombros del gigante humeaban al entrar en contacto con las heladas ráfagas, pero no parecía sentir el frío.
Antes de que Covenant pudiese tratar de detenerla, la Primera se acercó al borde y, abrazándose a sí misma, se dejó caer, perdiéndose de vista. El grito de Linden la siguió.
Luchando con el vértigo, se acercó reptando por el hielo hasta que pudo mirar abajo. Llegó a tiempo de contemplar cómo la Primera se hundía pesadamente en el mar. Por un instante, la blanca espuma señaló el lugar como si hubiese desaparecido para siempre. Pero luego, afloró nueva y violentamente a la superficie y les hizo un gesto de saludo.
Ahora comprendió que el acantilado no estaba cortado a pico. Aunque era demasiado liso para que fuese posible escalarlo, tenía una leve y gradual pendiente hacia fuera desde el borde a la base. Y no se alzaba a más de doscientos pies de altura. La cuerda de Honninscrave parecía lo bastante larga para alcanzar el agua.
Desde el filo, Encorvado le hizo una mueca a su esposa.
—Deséame buena suerte —murmuró. El abatimiento se delataba en su tono—. Estoy mal hecho para estas proezas.
Pero no vaciló. En un momento se halló junto a la Primera, que lo mantuvo en la superficie.
Nadie profirió palabra alguna. Covenant apretó los dientes como si cualquier palabra que saliera de su boca pudiera desatar el pánico que había en él. Linden se aferró a sí misma, mirando al vacío. Honninscrave y Tejenieblas se ocupaban de atar las provisiones con la máxima seguridad a los trineos. Cuando lo hicieron, el capitán se dirigió derecho al acantilado, pero Tejenieblas se detuvo junto a Linden para infundirle ánimos. Amablemente, la tocó en el hombro, sonriéndole como en recuerdo de que ella le había salvado la vida. Después siguió a Honninscrave.
Covenant y Linden quedaron en el glaciar acompañados de Cail, Vain y el Designado.
Sujetando la cuerda, Cail hizo señas a Covenant de que subiese al trineo.
—¡Demonios! —gruñó Covenant.
El vértigo se retorcía dentro de él. ¿Qué ocurriría si su sujeción fallaba? ¿Y cómo pensaban los gigantes hacer flotar los trineos? Pero no tenía opción. Los arghuleh debían estar ya muy cerca. Y tenía que llegar al Reino de algún modo, ir a Piedra Deleitosa. No había otra opción. Los gigantes ya se habían comprometido en el empeño. Se volvió hacia Linden. Pero ésta se hallaba ocupada en dominar su propio temblor.
Torpemente saltó al trineo.
Cuando se hubo afianzado, tratando de aferrarse con los entumecidos dedos a la barandilla y sujetarse con las piernas a los bultos, Cail pasó la cuerda en torno a los tobillos de Vain. Después, la anudó a los dos puños, apoyó su espalda contra el trineo y comenzó a empujarlo hacia el acantilado.
Cuando ya sobresalía sobre el borde, Linden le gritó:
—¡Aguanta con fuerza! —como si acabara de darse cuenta de lo que ocurría.
Covenant se mordió el interior de su mejilla con tal fuerza que la sangre afluyó a sus labios, tintando la escarcha de su barba.
Muy despacio, Cail permitió que el peso que colgaba del extremo de la cuerda lo volviera a situar junto a Vain.
Vain no movía ni un músculo: parecía ajeno a la cuerda que pasaba por detrás de sus tobillos. Cail se frenó a sí mismo contra las negras pantorrillas del Demondim.
Sin el más mínimo temblor, el haruchai hizo descender a pulso a Covenant y el trineo por la ladera del acantilado.
Covenant mascó su propia sangre un momento para controlar su terror, pero lo peor había pasado. El vértigo fue retrocediendo. Acuñado entre las provisiones, no estaba en peligro de caer. Cail iba soltando cuerda con mucho cuidado. Ésta arrancaba fragmentos de madera, mas Covenant apenas los sentía caer. Un grito de aliento surgió de Encorvado. El oscuro océano parecía tan viscoso como una maligna ciénaga, pero los cuatro gigantes nadaban en él como si no fuese más que agua. Encorvado necesitaba sostenerse en la Primera, pero Honninscrave y Tejenieblas se desplazaban con facilidad.
Honninscrave se había situado bajo el trineo que descendía.
Cuando comenzó a penetrar en las aguas, el capitán buceó para colocar los esquíes sobre sus hombros. Pese a bambolearse hasta encontrar el punto de apoyo, el trineo al fin se equilibró; y Covenant se dio cuenta que el capitán lo estaba transportando.
Tejenieblas desató la cuerda para que Cail pudiese recuperarla. Entonces, Honninscrave empezó a alejarse del muro de hielo. La Primera le dijo algo a Covenant, mas el ruido del suave oleaje apagó su voz.
Covenant apenas se atrevía a volver la cabeza por miedo a desequilibrar a Honninscrave, pero con el rabillo del ojo vio descender a Linden. El temor a que Vain pudiera moverse le acuciaba. Suspiró aliviado cuando el segundo trineo se posó sin problemas sobre los hombros de Tejenieblas.
Por indicación de la Primera, Cail volvió a dejar caer el extremo de la cuerda y descendió por ella para unirse al grupo.
Instintivamente, Covenant fijó su atención en la baja línea costera que se hallaba media legua más allá. La distancia parecía excesiva. Ignoraba de dónde sacarían fuerzas Honninscrave y Tejenieblas para llevar los trineos hasta allí. En cualquier momento la gélida ansiedad del océano podía engullirlos.
Pero ellos se esforzaron, aunque aquella travesía parecía dura e interminable, más allá de toda resistencia. La Primera sostenía a Encorvado sin flaquear. Cail nadaba entre los trineos, sosteniéndolos cada vez que Honninscrave o Tejenieblas se bamboleaban. Si las corrientes hubiesen ido en su contra, habrían muerto. Pero las corrientes permanecían indiferentes, excesivamente frías para percatarse de tan nimia afrenta. En el nombre de la Búsqueda, de Covenant Giganteamigo y de Linden Avery la Escogida, los gigantes resistían.
Y prevalecieron.
Aquella noche, el grupo acampó sobre los duros guijarros de la costa como si hubieran tocado puerto.