La cicatriz del capitán
Despojado del palo mayor, el Gema de la Estrella Polar viraba al norte torpe y pesadamente, presentando la popa a las aguas enturbiadas por la arena y la espuma que habían dejado el Árbol Único al caer. En las jarcias, los gigantes bregaban y se afanaban en sus tareas, llevados de un lado a otro por el áspero tono de las órdenes de Quitamanos, aun cuando Soñadordelmar yacía muerto en cubierta bajo ellos. El maestro de anclas permanecía al timón, encorvado y rumiando su dolor, gritándoles con ronca voz debida al llanto contenido. Si alguno se demoraba en obedecer, la sobrecargo Furiavientos, le secundaba desencadenando sus imprecaciones como si fuesen un diluvio de ásperos fragmentos de granito, porque la Búsqueda entera había fracasado y ella no conocía otra forma de soportarlo. El dromond se dirigía al norte sin más motivo que el de alejarse de la profunda fosa en que habían enterrado sus esperanzas.
Pero Grimmand Honninscrave, el capitán del barco gigante, permanecía en la cubierta de popa con su hermano entre los brazos, sin hablar. Su enorme rostro, tan firme ante los peligros y tempestades, parecía ahora un rendido baluarte; las sombras se enredaban en su barba al declinar el sol hacia su puesta. Y junto a él se hallaban la Primera de la Búsqueda y Encorvado, como extraviados sin la Visión de la Tierra que les guiara.
Buscadolores el Designado también se encontraba allí, mostrando su antiguo dolor como si siempre hubiera sabido lo que iba a ocurrir en la Isla del Árbol Único. A su lado Vain, con una abrazadera del antiguo Bastón de la Ley rodeando su inerte muñeca, y la inútil mano que colgaba de ésta. Y también estaba Linden Avery, desgarrada por la pena: la cólera y la tristeza por Soñadordelmar dañaban sus ojos, y la ausencia de Covenant laceraba sus miembros.
Pero Thomas Covenant se había retirado a su camarote como un animal herido a su guarida, y allí permanecía.
Se sentía derrotado. Sin resistencias.
Yacía en la hamaca mirando el techo, invadido por una profunda depresión. Aquella estancia había sido construida para un gigante y era excesiva para él, tal como su sino y las intrigas del Despreciativo le excedían. La rojiza puesta de sol penetraba a través de la abierta tronera ensangrentando el techo, hasta que el crepúsculo llegó y lo quitó de su vista. Pero había estado ciego tanto tiempo, tan incapaz de captar el menor destello de su verdadero destino hasta que Linden, enfrentándose con él, había gritado:
—¡Eso es lo que desea el Execrable!
Era como si su antigua firmeza y sus victorias se hubiesen vuelto contra él. No podía considerar a Cail, que montaba guardia ante su puerta, como a un hombre cuya fidelidad mereciera. Prescindiendo del lento discurrir de la nave gigante, la sal que impregnaba el aire, los chirridos de los aparejos y el runrunear de las velas, no podía apreciar la diferencia entre aquel camarote y el calabozo de la Fortaleza de Arena o las traicioneras profundidades de Piedra Deleitosa. Todas las piedras eran iguales para él, sordas a cualquier súplica o necesidad, insensibles. Podía haber destruido la Tierra en aquella crisis de poder y veneno, haber roto el Arco del Tiempo como si de veras fuese un sirviente del Despreciativo, si Linden no le hubiera detenido.
Y entonces fracasó ante su única oportunidad de salvarse. Aterrado por el amor y el miedo que sentía por ella, había permitido a Linden volver junto a él abandonando su agonizante cuerpo en la otra vida. Dejándolo a merced de su desgracia, aun cuando no fuera eso lo que ella se había propuesto.
Brinn le había dicho: Ésta es la gracia que te ha sido dada, el poder soportar cuanto ha de soportarse. Pero era mentira.
Yacía en la oscuridad sin moverse, sin dormir aunque ansiaba el sueño, una mínima interrupción que le permitiera el olvido. Seguía mirando el techo como si también él fuese parte de la piedra inerte, una materialización del desatino y los sueños rotos atrapados en el eterno ámbito de su derrota. La cólera y el desprecio de sí mismo podían haberle impelido a buscar sus antiguas ropas, a subir a cubierta para compartir la desolación de sus amigos. Pero las había dejado en el camarote de Linden para que ella las guardaba, y no podía ir allí. Su amor por Linden se había corrompido en exceso, el egoísmo lo había falseado demasiado. Así, la única mentira que había mantenido desde el principio contra ella volvía para condenarlo.
La había mantenido en la ignorancia de un hecho importante, esperando como un cobarde que no fuera necesario que lo descubriese, que su deseo por ella fuera permisible al final. Pero con aquello no había conseguido nada, excepto su incomprensión. Nada más que el fracaso de la Búsqueda y el triunfo del Despreciativo. Había permitido que su necesidad de ella les cegara a ambos.
No, era aún peor que eso. La necesitó, la había necesitado tan agudamente que aquella agudeza desgarró sus defensas. Pero otras necesidades se habían manifestado también: la de constituirse en salvador del Reino, resistir en el centro mismo de la maldad del Amo Execrable haciendo prevalecer su propia respuesta; la de mostrar su valentía de mortal ante la efusión de sangre y el dolor. Se envolvió tanto en su aislamiento y en su lepra, llegó a tener tal certeza en lo que eran y significaban, que no pudo distinguirlas del Desprecio.
Ahora estaba vencido. Nada quedaba en lo que pudiera poner sus esperanzas, por lo que pudiera cuerdamente esforzarse.
Debió haberlo previsto. El anciano de Haven Farm habló para Linden más que para él. Los elohim la proclamaron Solsapiente, achacándole a él los errores que habían puesto a la Tierra en peligro. Incluso la difunta Elena declaró claramente en Andelain que la curación del Reino estaba en manos de Linden y no en las suyas. Con todo, prefirió su terquedad, rechazó la comprensión. Su necesidad o arrogancia había sido demasiado grande para permitirle comprender.
Y aun así, con la destrucción de todas las cosas que para él eran importantes, no hubiese obrado de otra manera: ni entregado el anillo ni delegado el sentido de su existencia en Linden o en Buscadolores. Era cuanto le quedaba: soportar la culpa si no podía conseguir la victoria. Habiendo fracasado todo lo demás, podía continuar al menos rehusando el ser disminuido.
Así yacía en la litera como una víctima, con el barco de piedra rodeándolo. Encadenado a los grilletes en que sus errores se habían convertido, ni se movía ni lo intentaba siquiera. La oscuridad de la noche sin luna comenzaba a penetrar en sus ojos. En Andelain, el Amo Superior Mhoram le había advertido: Él ha dicho que tú eres su Enemigo. Recuerda que lo que siempre persigue es pervertirte. Era cierto: se había convertido en el siervo del Despreciativo más que en su Enemigo. Incluso el antiguo triunfo se volvió en su contra. Lamiendo las partes heridas de su corazón, apartó la mirada de la impenetrable oscuridad y continuó donde estaba.
No podía medir el transcurso del tiempo, pero no se hallaba muy entrada la noche cuando oyó el resonar de una tensa y áspera voz tras la puerta. Era incapaz de distinguir las palabras que pronunciaba. Sin embargo, la réplica de Cail fue clara.
—La condenación de la Tierra pende sobre su cabeza —dijo el haruchai—. ¿Es que no vas a tener compasión de él?
—¿Puedes creer realmente que pretendo dañarle? —repuso Honninscrave, demasiado exhausto para enojarse o discutir.
Luego la puerta se abrió, y la luz de la linterna proyectó la corpulenta figura del capitán hacia el interior de la cabina.
La luz parecía diminuta contra la inexorable noche del mundo, pero iluminó el camarote con suficiente intensidad como para herir los ojos de Covenant, haciéndole derramar lágrimas involuntarias. Siguió inmóvil, sin volver la cabeza ni cubrirse el rostro. Mirando inerte el techo mientras Honninscrave colocaba la linterna sobre la mesa.
La mesa era baja para las dimensiones de la cabina. Desde el día en que iniciaron aquel viaje de búsqueda, el mobiliario de los gigantes fue sustituido por una mesa y sillas más acordes con la estatura de Covenant. En consecuencia, la lámpara proyectaba la sombra de la hamaca sobre él. Parecía yacer en el eco de su propia lobreguez.
Con un ronco suspiro, Honninscrave se desplomó junto a la pared, sentándose en el suelo. Tras un prolongado momento de silencio, su voz surgió de la pálida luz.
—Mi hermano está muerto. —La idea continuaba torturándolo—. Yo lo amaba, no tenía más familia desde el fallecimiento de nuestros padres y ahora está muerto. Su Visión de la Tierra nos permitía alguna esperanza, aunque a él le llenaba de zozobra, y ahora tal esperanza se ha desvanecido y él jamás será perdonado. Como a los Muertos de la Aflicción, el horror le arrebató vida. Jamás será liberado. Cable Soñadordelmar, mi hermano, poseedor de la Visión de la Tierra, sin voz y valiente hasta la tumba.
Covenant no volvió la cabeza. Pero pestañeó como si sintiera un pinchazo en los ojos hasta que la penumbra volvió a instalarse sobre él. El camino de la esperanza y el de la perdición, pensó calladamente, se hallan abiertos ante ti. Acaso para él hubiese sido cierto. Quizás, de haber sido honesto con Linden, o de haber escuchado a los elohim, el acceso hasta el Árbol Único les hubiese reservado alguna esperanza. Pero ¿qué clase de esperanza hubo nunca para Soñadordelmar? Y aun sin ella, el gigante trató de cargar sobre sí todo el peso de la condena. Y de alguna manera encontró finalmente su voz para avisarles.
Honninscrave dijo con aspereza:
—Le rogué a la Escogida que te hablase, pero se negó. Cuando le propuse hacerlo yo personalmente, protestó y me pidió que desistiera. ¿Acaso no ha sufrido ya bastante?, gimió. ¿Es que no conoces la piedad? —Se detuvo por un momento bajando el tono de voz—. La Escogida se comporta con valentía. Ya no es la mujer débil y asustadiza que se amedrentó ante el Acechador del Llano de Sarán. Pero también se hallaba unida a mi hermano por un vínculo que, de alguna forma, influye en su modo de actuar.
Pese a haberse negado, parecía considerarla digna de su respeto. Luego prosiguió:
—Pero ¿de qué me sirven la paciencia o la piedad? No están a mi alcance. Tan sólo sé que Cable Soñadordelmar está muerto. Y que jamás será perdonado si tú no le liberas.
Ante aquello, la sorpresa y el dolor oprimieron a Covenant. ¿Si yo no…? Estaba enfermo de veneno y rechazo. ¿Cómo puedo yo procurarle el perdón? Si la revelación, el espanto y Linden no hubieran penetrado tan profundamente en él durante su lucha contra el aura del Gusano del Fin del Mundo, habría hecho arder el aire sin otra razón que la de sentirse herido e inútil. ¿Cómo puedo soportar esto?
Pero mantuvo su autodominio. Y Honninscrave parecía extrañamente pequeño sentado en el suelo, junto a la pared, aferrado a un sufrimiento sin respuesta. El gigante era amigo de Covenant. Bajo aquella luz, podría haber sido un avatar del desaparecido Corazón Salado Vasallodelmar, que todo lo había sacrificado por Covenant. Aún le quedaba la suficiente compasión para permanecer en silencio.
—Giganteamigo, —dijo el capitán sin volver la cara— ¿no conoces la historia de cómo se produjo la cicatriz de mi hermano Cable Soñadordelmar?
No se distinguían sus ojos bajo la espesura de las cejas. La barba le reposaba en el pecho. Las sombras del filo de la mesa ocultaban su torso, pero eran visibles sus manos enlazadas. Los músculos de hombros y antebrazos estaban tensos por la fatiga y el dolor.
—Yo tuve la culpa —le gritó al vacío—, la exuberancia y locura de mi juventud le marcaron para que todos viesen cuan descuidado fui con él.
«Era mi hermano algunos años menor que yo, aunque según la manera en que los gigantes miden sus vidas eso apenas tenía importancia. Probablemente ambos habíamos vivido más que tú hasta ahora, pero aún éramos jóvenes, en el dintel de la edad viril, aprendiendo las artes del mar y de los barcos que amábamos. La Visión de la Tierra aún no se había apropiado de él, y nada nos separaba excepto los pocos años y la necedad que él había superado antes que yo. Muy pronto alcanzó su estatura definitiva, y yo acabé con su juventud antes de tiempo.
»Por aquellos días ejercitábamos nuestras recién adquiridas habilidades en una pequeña embarcación que nuestra gente llama tryscull, una embarcación de piedra con eslora similar a la de las lanchas que has visto, con una vela, botavara giratoria y remos para cuando falta el viento o no sopla adecuadamente. Con destreza, un tryscull puede ser gobernado por un solo gigante, pero lo acostumbrado es que vayan dos. Por tanto, Soñadordelmar y yo practicábamos y aprendíamos juntos. Llamábamos a nuestro tryscull Surcaespumas y era el deleite de nuestro corazón.
»No era extraño que los principiantes nos divirtiésemos compitiendo entre nosotros, midiendo nuestras habilidades en regatas y exhibiciones de todo tipo. La más común era recorrer una ruta dentro del gran puerto de Hogar, lo bastante lejos de la costa como para hallarnos realmente en el mar y lo bastante cerca para que cualquier nadador llegase a tierra, si volcaba; posibilidad que dada nuestra juventud nos hubiera avergonzado terriblemente. Y cuando no competíamos nos entrenábamos para las regatas, buscando nuevas formas de superar a nuestros compañeros.
»El itinerario estaba señalado con sencillez. El punto alrededor del que virábamos era una boya fijada con tal propósito, pero el otro era una afilada y blanquecina roca a la que llamábamos Colmillosalado por la aguda e incisiva manera en que se alzaba para morder el aire. Hacíamos aquel recorrido, una, dos o más veces, probando nuestra capacidad de usar el viento para virar tanto como la velocidad.
La voz de Honninscrave se había suavizado de algún modo: recordar lo alejaba temporalmente de su angustia. Pero continuaba con la cabeza inclinada. Covenant no podía apartar la vista de él. Puntuados por los apagados sonidos del mar, los meros detalles de la historia de Henninscrave atravesaban la atmósfera del camarote.
—Soñadordelmar y yo habíamos realizado ese recorrido tantas veces como algunos y más que la mayoría, porque amábamos el mar. En consecuencia, estábamos entre los que competirían por la victoria. Mi hermano se contentaba con aquello. Tenía el auténtico optimismo de los gigantes y su alegría no requería más. Pero en lo tocante a esto, yo era menos digno de mi pueblo. Ni por un momento dejé de ansiar el triunfo o de buscar nuevas maneras para obtenerlo.
»Así llegó el día en que concebí una gran idea de la que me enorgullecí secretamente, y apremié a Soñadordelmar para que saliésemos en la Surcaespumas y así poder ponerla en práctica y perfeccionarla para la prueba. Pero no se la revelé. Era magnífica, no deseaba compartirla con nadie. Sin preguntarme qué pretendía, me acompañó por el simple placer de hacerse a la mar. Juntos hicimos que la lancha dejase atrás la boya y nos dirigimos a toda vela hacia la solevantada Colmillosalado.
»Era un día tan sublime como mi idea. —Hablaba como si lo estuviese viendo tras las sombras de la cabina—. Bajo un cielo sin nubes soplaba un punzante viento que ofrecía riesgo y velocidad, cortando las crestas de las olas y esparciendo su blanca espuma. Repentinamente, surgió ante nosotros Colmillosalado. Con un viento como aquél, hacer virar a un tryscull exige verdadera destreza, es un desafío hasta para los más competentes aprendices, y allí era donde la competición se ganaba o se perdía, porque un mal cambio de bordada podía alejar a la pequeña embarcación de su trayectoria e incluso hacerla volcar. Pero mi idea era aplicable precisamente a ese cambio y el viento no me intimidaba.
«Dejando que Soñadordelmar manejase la caña del timón y la botavara, le ordené que se acercase a Colmillosalado tanto como le fuese posible. Cualquier aprendiz sabía que tal rumbo era una locura, porque el viraje nos desviaría luego. Pero acallé las protestas de mi hermano y fui a la proa de la Surcaespumas. Manteniendo todavía mi secreto, ocultando las manos de su vista, liberé el ancla preparando la cuerda.
Al llegar a este punto, el capitán vaciló y se detuvo. Apretaba un puño sobre su regazo; con el otro se retorcía la barba, mesándola con furia. No obstante, después suspiró profundamente dejando que el aire silbase al salir entre sus dientes. Era un gigante y no podía dejar inacabada su historia.
—Era tal la destreza de Soñadordelmar que pasamos a menos de un brazo de distancia de Colmillosalado, aunque el viento nos escoraba hacia la roca y el menor deslizamiento lateral podría haberle causado un gran daño a la Surcaespumas. Pero tenía mano segura con el viento, y un instante más tarde puse en práctica mi idea. Según ganábamos velocidad, arrojé el ancla hacia la roca para que se enganchara allí. Luego amarré la cuerda.
»Aquella era mi idea para lograr un viraje tan rápido que ningún otro tryscull pudiese igualarlo, que nuestra velocidad, el ancla y Colmillosalado hiciesen el trabajo por nosotros, aunque me quedaba la incertidumbre de cómo saltaría el ancla una vez hecho el viraje. Pero no le había revelado mi propósito a Soñadordelmar —la amargura daba un tono bajo y rasposo a su voz—. Se había concentrado en la necesidad de evitar cualquier daño al pasar junto a Colmillosalado, y mi acción le cogió totalmente desprevenido. Tratando de mantener el equilibrio, hizo ademán de dirigirse a mí como si me hubiese vuelto loco. Entonces se tensó la cuerda y la Surcaespumas basculó con una violencia que podría haber descuajado el palo mayor.
Nuevamente calló. Los músculos de sus hombros se atirantaron. Al proseguir, lo hizo con voz tan débil que Covenant apenas le oía.
—Hasta un niño podía haberme advertido de lo que ocurría, pero yo no lo tuve en cuenta. La botavara salió despedida contra la popa de la Surcaespumas con una fuerza que hubiera pulverizado el granito. Y mi hermano Soñadordelmar estaba en su trayectoria.
«Sumergido en aquel viento y en mi enajenación, no hubiera descubierto su caída a no ser por el grito que profirió al recibir el impacto. Inmediatamente me volví hacia él, y vi que se caía al mar.
»¡Ah, mi hermano! —su voz se convirtió en un gemido—. Me zambullí, pero le hubiese perdido de no descubrir el rastro de su sangre en el agua y seguirlo. Lo saqué sin sentido a la superficie.
»Con la mar tan revuelta por el temporal, no pude ver más que la sangre en su herida hasta que le subí a bordo de la Surcaespumas. Allí, el daño me pareció tan grande que llegué a creer sus ojos reventados, y me embargó una locura mayor que la que llevó a mi mente aquella idea. Hasta la fecha sigo sin saber cómo regresamos al muelle de Hogar. No me recuperé hasta que un curandero me habló, obligándome a escuchar que mi hermano no había quedado ciego. De haberle golpeado la misma botavara, habría caído fulminado en el acto. Pero un cable transversal soportó el impacto, golpeándole por debajo de los ojos y suavizando el choque de algún modo.
Volvió a quedar en silencio, cubriéndose el rostro con las manos como para detener la efusión de sangre que recordaba. Covenant le miraba sin hablar. No tenía ánimo para tales relatos, no podía soportarlos sobre sí. Pero Honninscrave era un gigante y un amigo, y desde los días de Vasallodelmar, Covenant no había sido capaz de cerrar su corazón a un gigante. Aunque se hallaba afrentado e impotente, continuó callado permitiendo a Honninscrave cumplir su voluntad.
Después, el capitán dejó caer las manos. Suspiró y dijo:
—No es costumbre entre los gigantes castigar imprudencias tales como la mía, aunque habría hallado consuelo en el justo castigo. Cable Soñadordelmar era un gigante entre gigantes. No me culpó de la temeridad que marcó su vida para siempre. —Su voz se hizo recia—. Pero yo no puedo olvidar. Yo tuve la culpa. Aunque también sea un gigante, mis oídos no pueden disfrutar con esta historia. A menudo he pensado que acaso mi yerro es más grave de lo que parece. La Visión de la Tierra en un misterio. Nadie puede explicar por qué elige a un gigante en vez de a otro. Acaso recayó en mi hermano debido al persistente daño o alteración provocado por tan profundo golpe. Incluso en la juventud, es difícil que los gigantes queden inconscientes.
De improviso Honninscrave alzó la mirada, presintiendo el escaso interés de Covenant. Bajo las espesas cejas, los ojos le brillaban con férrea determinación, y las repentinas arrugas que las rodearon parecían tan profundas como cicatrices.
—Por esta razón he venido a ti —pronunció lentamente, prescindiendo del retraimiento de Covenant—. Deseo una restitución que no está en mi mano realizar. El daño que hice debe ser reparado.
»La costumbre de nuestro pueblo es ofrendar los muertos al mar. Pero mi hermano Cable Soñadordelmar encontró su final en el horror y, debido a esto, no podrá descansar. Como los Muertos de la Aflicción, se halla atado a su tormento. Si a su espíritu no se le concede la caamora —aquí se quebró su voz— no dejará de perseguirme mientras quede piedra sobre piedra en el Arco del Tiempo.
Entonces clavó la mirada en el suelo.
—Pero no hay bastante fuego en el mundo para que le pueda brindar el descanso. Es un gigante. Incluso muerto continúa inmune a las llamas.
En aquel instante, Covenant comprendió. Todos sus terrores despertaron a la vez: la aprensión que se había mantenido latente desde que Honninscrave dijo al principio: Si tú no lo liberas; su espantosa suerte, destruir la Tierra por propia mano o rendirla a la destrucción del Amo Execrable cediéndole su anillo. El Despreciativo anunció: El mal que puedas considerar más terrible, está sobre tu cabeza. Voluntariamente vas a poner en mi mano el anillo de oro blanco. Eso o la destrucción del Arco del Tiempo. No había otra alternativa. Se hallaba derrotado, porque le había ocultado la verdad a Linden, tratando de negarla. Y Honninscrave le pedía…
—¿Pretendes que lo incinere? —El disimulo que imponía a su miedo daba un tono áspero a su voz—. ¿Con mi anillo? ¿Es que te has vuelto loco?
Honninscrave hizo un gesto de dolor.
—Los Muertos de la Aflicción… —comenzó.
—¡No! —dijo secamente Covenant. Entró en la hoguera para salvarlos de un reiterado infierno; pero ahora resultaba excesivamente arriesgado. Ya había causado demasiadas muertes.
—¡Si comienzo, no me será posible detenerme!
Durante cierto tiempo incluso los sonidos del mar quedaron en suspenso, estremecidos por su vehemencia. El barco gigante parecía estar perdiendo el rumbo. Temblaba la luz de la linterna como si fuera a apagarse. Quizá sonaban gritos como lamentos amortiguados por la distancia. Covenant no estaba seguro. Sus sentidos se hallaban condenados a no captar más que la superficie de lo que percibían. El resto del dromond les estaba vedado.
Si el capitán había oído algo, no reaccionaba ante ello. Continuaba con la cabeza inclinada. Con pesados movimientos como los de un hombre con los miembros doloridos, se puso en pie. Pese a que la hamaca se hallaba a bastante altura del suelo, su cabeza y sus hombros sobrepasaban al Incrédulo; y seguía evitando la mirada de Covenant. Cuando avanzó un paso, la linterna quedó a sus espaldas. Su rostro en sombras, oscuro y resignado.
—Sí, Giganteamigo —dijo con la voz ronca y quebrantada. El epíteto conllevaba una inflexión sarcástica—. Me he vuelto loco. Tú eres el portador del anillo, como han dicho los elohim. Tu poder amenaza a la Tierra, ¿qué importancia puede tener el sufrimiento de uno o dos gigantes ante un peligro tal? Perdóname.
En ese momento Covenant deseó fervientemente gritar, desgarrado como el difunto Kevin Pierdetierra entre el amor y la derrota. Pero en el exterior de su camarote resonaban unas fuertes pisadas bajando la escalera. La puerta se abrió sin que Cail lo impidiese. Un miembro de la tripulación asomó la cabeza por el umbral.
—Capitán, debe venir —la voz denotaba alarma—. Nicor nos persigue.