VEINTISÉIS

Complacencia

Durante una congelada esquirla de tiempo. Linden lo vio todo. Las manos de Soñadordelmar se estaban acercando a la rama. Covenant se adelantó como si percibiera la muerte en los ojos de Soñadordelmar con tanta claridad como ella la había percibido. Cail sujetaba al ur-Amo. La Primera, Encorvado y Honninscrave se habían puesto en movimiento; pero su carrera parecía lenta e inútil, entorpecida por el frío poder que había en el aire. La luz del sol hizo que parecieran a la vez vividos e inútiles.

Ella estaba sola en las sombras del oeste con Vain y Buscadolores. La percepción y la luz reflejada los mostraban detalladamente ante ella. El gesto del Demondim era tan feroz como el de una bestia. Olas de temor emergían de Buscadolores.

Se preparaba un desastre en la caverna. Estaba a punto de estallar. Ella lo sentía… Todas las manipulaciones del Amo Execrable venían a complacerse ante ella. La atmósfera estaba llena de repercusiones. Pero ella no podía moverse.

Entonces las manos de Soñadordelmar se cerraron.

En aquel instante, una explosión como un grito de furia, procedente de las mismas entrañas de la Tierra, estremeció al grupo. Los gigantes y Covenant fueron levantados desde sus pies. La piedra se elevó y empujó a Linden haciendo que cayera hacia adelante.

Su respiración se detuvo. Ella no recordaba haberse golpeado la cabeza, pero todo lo que había dentro de su cráneo estaba entumecido, como si se hubiera quedado en blanco. Quería respirar, pero el aire era tan violento como un relámpago, y podía quemar sus pulmones convirtiéndolos en carbonilla.

Pero tenía que respirar, tenía que ver lo que estaba ocurriendo. Inhalando convulsivamente, levantó la cabeza.

Vain y Buscadolores permanecían erectos en las proximidades, reflectándose el uno al otro como una antítesis a través del resplandor.

El pozo estaba lleno de estrellas.

Un trozo de firmamento había sido superpuesto sobre la caverna y el Árbol Único. Detrás de la luz del sol, las estrellas brillaban con fría cólera. Los espacios entre ellas eran tan negros como las impenetrables profundidades del cielo. No eran más grandes que la mano de Linden ni más brillantes que las motas que preceden al vértigo. Sin embargo, cada una de ellas era tan poderosa como un sol. Juntas, trascendían a cualquier poder contenido en la vida y en el tiempo. Pululaban como una galaxia en fermentación, mezclando con el aire una levadura de completa destrucción.

Una veintena de ellas se acercaron a Soñadordelmar. Parecían explotar sin impacto; pero su fuerza alumbraba una conflagración de agonía en su carne. Un enorme grito rasgó la garganta que no había pronunciado una palabra desde el nacimiento de la Visión de la Tierra.

Y la magia indomeñable apareció como si hubiera sido liberada de toda contención por el grito de Soñadordelmar. Covenant estaba con los brazos extendidos como un crucificado, expandiendo fuego de plata. El veneno y la locura se extendía mientras él se esforzaba en salvar de la muerte a Soñadordelmar. Vasallodelmar ya había muerto por él.

Su furia apartaba o consumía a las estrellas, aunque cada una de ellas podría haber sido demasiado poderosa para ser tocada por un poder mortal. Pero ya era demasiado tarde. Las manos de Soñadordelmar cayeron de la rama. Se desplomó contra el tronco del Árbol. Jadeando, recogió toda su vida en sus manos y con ella formó su último grito:

—¡No…!

Al momento siguiente, demasiada fuerza se detonaba en su pecho. Sintió como si hubiera sido destrozado, golpeado contra el suelo.

El lamento de Honninscrave se elevó entre las estrellas, pero no cambiaba nada. Ellas seguían pululando como si intentaran devorar a todos ellos.

La emanación de Covenant vacilaba. La llama fluctuaba arriba y abajo como el latido de su pulso, pero no explotaba. El horror cubrió su cara, a consecuencia de lo que había evitado y permitido. En su corazón, Linden corrió hacia él; pero su cuerpo estaba arrodillado sobre la piedra, casi desmayado. Era incapaz de encontrar la llave que pudiera abrir sus contradicciones. La Primera y Encorvado todavía sujetaban los brazos de Honninscrave, manteniéndolo apartado de Soñadordelmar. Cail estaba al lado de Covenant como si tuviera la intención de proteger al Incrédulo de la cólera de las estrellas.

Y las estrellas aún pululaban, imponiéndose a la piedra, al aire y a la luz del sol que ya se retiraba, yendo de un lado a otro, cada vez más cerca de sus cabezas. Bruscamente, Cail empujó a Covenant hacia un lado para evadir una rápida partícula. La Primera y Encorvado movieron a Honninscrave colocándolo en la relativa seguridad de la pared, luego se alinearon con él. En la caverna hervía una destrucción que no había sangre o huesos que pudieran resistir.

Buscadolores encontró la forma de fundirse y colocarse fuera del alcance de las estrellas. Pero Vain no hizo ningún esfuerzo para eludir el peligro. Sus ojos no estaban enfocados a nada en concreto. Sonrió ambiguamente cuando una de las estrellas hizo impacto en su antebrazo derecho.

Otra conmoción estalló en la caverna. Fuego de ébano expulsado por la carne del Demondim.

Cuando terminó, su antebrazo había cambiado. Desde el codo a la muñeca, la piel, los músculos y el hueso se habían transformado en áspera madera descortezada. Privada de cualquier nervio o ligamento, su mano quedó inutilizada desde su muñeca.

Y aún las estrellas pululaban, sembrando ruina. El poder que había estado descansando en las raíces de la isla había despertado. Todos los nervios de Linden gritaron al contacto con aquel poder.

Desesperadamente, la Primera gritó:

—¡Vamos a morir!

Mientras resonaba aquel grito, Covenant giró la cabeza para mirar a Linden. Por un instante, pareció sumido en la indecisión, como si creyera que el peligro procedía del Árbol Único, que tendría que destruir al Árbol para salvar a sus amigos. Linden trató de gritarle: ¡No! ¡No es eso! Pero él habría sido incapaz de oírla.

Cuando vio las rodillas de Linden contra la piedra, el peligro creció en él. Su fuego se excitó de nuevo.

El sol ya estaba abandonando el Árbol Único. La luz parecía arrastrarse hacia la pared este, impelida hacia arriba como si hubiera sido expulsada con violencia; pero la magia indomeñable acabó con la oscuridad. Covenant ardía como si tratara de convertir en fuego la misma roca de la isla.

El enorme brillo plateado casi cegó a Linden. Las estrellas llenaban sus ojos como premoniciones de vértigo. Potentes como soles, podían haber superado a cualquier llama que Covenant lograra producir. Pero él estaba ahora lleno de poder, en una medida que iba más allá de todos los límites mortales. Ávido y feroz, brillaba como si fuera capaz de hacer estallar los mismos cimientos de la Tierra.

La fuerza de su conflagración golpeó a sus compañeros contra las paredes como la furia de una tormenta; a todos, excepto Vain y Buscadolores. Cail fue apartado de su lado. Encorvado y la Primera yacían encima de Honninscrave determinados a protegerlo de cualquier peligro. Linden quedó de pie, pegada a la piedra, como si todavía estuviera sujeta por los grilletes del calabozo de Kasreyn. Un veneno tan perverso como un vampiro rabiaba dentro de Covenant. Lo hacía arder, transportándolo fuera de cualquier control o elección. Las estrellas se precipitaban contra el fuego y parecían desvanecerse como si fueran consumidas. Vividas y cariosas llamas salían de sus cicatrices, de las marcas de los colmillos de Marid. Y se unían con alborozo al creciente holocausto.

Trató de ir hacia delante, luchando hacia el Árbol Único. Cada vestigio de su voluntad y conciencia parecía concentrarse en la rama que Soñadordelmar había tocado.

Demasiado destructivo…

Solo e indomable, se enfrentaba a los cielos y les lanzaba su magia indomeñable como éxtasis o locura.

Pero las estrellas aún no estaban vencidas. Nuevas motas de poder nacían para remplazar a aquéllas que su furia devoraba. Si no abandonaba pronto sería conducido al punto de un cataclismo. Alrededor de las raíces del Árbol, la piedra ya había empezado a ondularse y a fundirse. En cuestión de momentos, las vidas de sus compañeros podían ser borradas por el indescriptible furor de su poder. Exaltado y dominado por el fuego, continuó descargando su furia contra las estrellas como si su codicia de poder, mando y triunfo, hubiera hecho desaparecer cualquier otra parte de él. Ya no era nada salvo el vehículo y la personificación de su veneno.

Demasiado destructivo para seguir viviendo.

Linden todavía no podía moverse. Nada en su vida la había preparado para aquello. Las estrellas giraban alrededor del Árbol y alrededor de Covenant. La piedra hervía como si fuera a saltar, tomando parte en su propia defensa. La magia indomeñable laceraba su frágil carne, afligiéndola con un fuego similar al utilizado por el Delirante Gibbon para llenarla de maldad. No sabía cómo moverse.

Luego, unas manos la cogieron, sacudiéndola. Eran tan compulsivas como la angustia. Ella dejó de mirar a Covenant y se encontró con los frenéticos amarillos ojos de Buscadolores.

—¡Debes detenerlo! —Los labios del elohim no se movían. Su voz iba directamente a su cerebro—. ¡El no me puede oír!

Ella devolvió la mirada al Designado. No había palabras en toda la caverna para describir su pánico.

—¿Es que no lo comprendes? —Buscadolores se arrodilló ante ella—. ¡Ha encontrado al Gusano del Fin del Mundo! ¡Su aura defiende el Árbol Único! ¡Ya casi ha conseguido que se despierte! ¿Es que estás ciega? —Su voz era un carillón en agonía—. ¡Emplea tu visión! ¡Tú debes ver! ¡Por eso el Despreciativo ha dirigido su maldad contra ti! ¡Por eso! El Gusano defiende el Árbol Único. ¿Es que no has aprendido nada? ¡Aquí el Despreciativo no puede fallar! Si el Gusano se levanta, la Tierra se acabará, dejando libre al Despreciativo para desatar su venganza contra el cosmos. Y si el Portador del Anillo intenta aplicar su poder contra el Gusano, destruirá el Arco del Tiempo ¡No puede evitar tal batalla! ¡Se basa en el oro blanco, y el oro blanco lo convertirá en ruinas!

«¡Por eso fue contaminado con el veneno del Despreciativo! —El clamor de Buscadolores atormentaba cada parte de su ser—. ¡Para acrecentar su poder haciéndolo apto para rendir el Arco! ¡Ese es el peligro de su poder! ¡Debes detenerlo»!

Linden no respondió. No podía moverse. Pero sus sentidos volvieron a funcionar como si él le hubiera quitado un velo, y vislumbró la verdad. La ebullición de la piedra alrededor del Árbol Único no era causada por el calor de Covenant. Tenía el mismo origen que las estrellas. Una fuerza enterrada entre los más profundos huecos de la Tierra; una fuerza que había estado descansando.

Esta era la cruz de la vida, esta imposibilidad de levantarse por encima de ella misma. Por eso el Amo Execrable la había escogido a ella. Esta parálisis era simplemente otra forma de huir. Incapaz de resolver la paradoja de su codicia de poder y de odio por la maldad, su deseo y aversión por el oscuro poder de los Delirantes, estaba atrapada, inmovilizada. El Delirante Gibbon la había tocado, le había mostrado la verdad. ¿No eres tú maldad? Detrás de sus esfuerzos y determinación yacía aquella pregunta, rechazando la vida y el amor. Si ahora permanecía congelada, la negación de su humanidad sería completa.

Y sería Covenant quien pagaría el precio. Covenant que había sido embaucado para destruir lo que amaba. La incontestable perfección de las maquinaciones del Amo Execrable la asustaban. Con su poder, Covenant se había convertido, no en el redentor de la Tierra, sino en su condenación. El, Thomas Covenant, el hombre a quien ella había rendido su soledad. El hombre que había sonreído para Joan.

Su peligro borraba cualquier otra consideración.

No había maldad allí. Se atuvo a este hecho, aferrándose a él. No había Delirantes ni Despreciativos. El Gusano era inconcebiblemente potente, pero no era maldad. Covenant era un lunático con veneno y pasión… pero no era maldad. Ninguna maldad se levantaba para condicionar sus respuestas, para controlar lo que ella hacía. ¿Podría aventurarse a mostrar su atracción hacia el poder para salvar a Covenant?

Con un grito, se deshizo de Buscadolores y empezó a avanzar hacia Covenant a través de la excesiva e inatacable plata como si ésta sí fuera lava.

A cada nueva erupción de magia indomeñable, a cada nueva oleada de estrellas, sentía que la piel era arrancada de su carne, pero no se detuvo. El viento aullaba en sus orejas. No permitiría que la detuvieran. Una voz gigantina la alertó:

—¡Escogida!

Pero ella lo desoía todo. La caverna se había convertido en un caos de ecos y violencia; pero ella la atravesó como si su voluntad acallara cualquier sonido. La presencia de tanto poder la elevó. Instintivamente utilizó aquella fuerza para protegerse. Se controló a sí misma con su percepción para que las estrellas no la quemaran, para que el viento no la derribara.

Poder.

Imposiblemente erguida entre las conflagraciones que amenazaban destrozar la isla, se colocó entre Covenant y el Árbol Único.

El fuego se desprendía de Covenant en columnas espirales. El miró como si fuera un blanco avatar del padre de las pesadillas. Pero la vio. Su alarido hizo temblar las raíces de la roca cuando la cogió con su magia atrayéndola hacia dentro de sus defensas.

Ella lo rodeó con sus brazos y forzó su cara hacia la de él. Un loco éxtasis distorsionó el rostro del Incrédulo. Kevin debió tener aquella misma expresión en el Ritual de Profanación. Centrando toda la penetración de sus sentidos, ella armonizó su urgencia, su amor, su ser, hasta el punto de poder alcanzarlo.

—¡Debes detenerte! —El era una figura de fuego puro. El resplandor de sus huesos estaba más allá de la mortalidad. Pero ella atravesó la llama—. ¡Esto es demasiado! ¡Vas a romper el Árbol del Tiempo! —A través de las explosiones, ella le oía gritar. Pero se mantuvo contra él. Sus sentidos se aferraron a la llama, tratando de que el fuego se detuviera—. ¡Esto es lo que quiere el Execrable!

Conducida por la fuerza que había tomado de él, su voz lo alcanzó.

Vio el choque que la verdad produjo en él. Vio pánico y el horror a través de su semblante. Sus peores pesadillas se alzaban frente a él; sus más terribles temores estaban siendo confirmados. Se había colocado en el precipicio de la victoria del Despreciativo. Durante un terrible momento, él siguió esparciendo poder, en su desesperación hubiera querido derribar los cielos.

Cada estrella que eliminaba era otra luz perdida para el Universo, otro punto de oscuridad en el firmamento.

Pero ella lo había alcanzado. En su cara apareció el llanto como si acabara de ver destrozado todo lo que amaba. Entonces sus facciones se cerraron como un puño alrededor de un nuevo propósito. La desesperación ardió frente a él. Ella sintió que su poder cambiaba. Estaba retirándolo de aquel punto, canalizándolo en otra dirección.

Al principio, Linden no se preguntó lo que estaba haciendo. Sólo vio que él estaba recuperando el control. La había oído. Manteniéndose a su lado apasionadamente, sintió que su voluntad se centraba contra el veneno y el desastre.

Pero no silenció su poder. Lo alteró. De súbito, la magia fluyó hacia ella a través de su abrazo. Se puso rígida con espanto e intuitiva comprensión, tratando de resistirse. Pero sólo estaba compuesta de carne, sangre y emoción; y él había cambiado en un momento de una virulencia indeterminada a magia indomeñable encarnada, deliberadamente dirigida. Su participación en el fuego era demasiado parcial e inexperimental para oponerse.

Su poderío la sacó de sí misma. No la tocó físicamente. No se deshizo de sus brazos. No dañó su cuerpo. Pero lo cambió todo. Recorriéndola como un torrente, la sacó de sí misma, arrastrándola como si fuera un grano de arena erosionado por el mar, lanzándola entre las estrellas.

La noche estalló ante ella por todos lados. Los cielos giraban a su alrededor como si ella fuera el eje de su fatalidad. Abismos de soledad, que eran la más absoluta tristeza, se hallaban en todas direcciones, contradiciendo el hecho de que ella todavía sentía a Covenant en sus brazos, que aún percibía el pozo a su alrededor. Pero aquellas sensaciones se iban diluyendo, aunque se aferraba a ellas con frenesí. La magia indomeñable las quemaba convirtiéndolas en ceniza, dejándola a ella vagar libremente. Empezó a flotar en la impenetrable medianoche.

Resonando sin sonido ni esperanza, la voz de Covenant se levantaba tras ella:

—¡Salva mi vida!

Estaba acercándose a un fuego que se volvía amarillo, vicioso, a medida que se aproximaba. Definía la noche, tiraba de la oscuridad y la situaba a su alrededor de forma que estaba defendido por las tinieblas.

Luego la hoguera empezó a extinguirse como si hubiera consumido ya la mayor parte de su combustible. Al encogerse las llamas, ella se dejó caer al suelo, descansando su espalda en la superficie de la piedra. Estaba en dos lugares a la vez. La magia indomeñable continuaba fluyendo a través de ella uniéndola a Covenant, en la caverna del Árbol Único. Pero al mismo tiempo estaba en alguna otra parte. Sentía molestias en la cabeza como si se hubiera dado un fuerte golpe detrás de una oreja. Cuando trató de levantarse, el dolor casi rompió el frágil nexo de su unión.

Lentamente, fatalmente, su visión empezó a centrarse.

Estaba echada sobre un áspero plano de roca junto a los restos de una hoguera. La roca estaba en el fondo de un yermo y abandonado barranco. Nada impedía su visión del cielo nocturno. Las estrellas eran distantes e inconcebibles. Pero en las laderas del barranco vio matojos, arbustos y árboles, a los que la oscuridad infundía una apariencia espectral.

Ella sabía donde estaba, y lo que Covenant estaba haciendo. Desafiando el dolor, se levantó y miró el cuerpo que yacía a su lado.

El cuerpo de Covenant.

Yacía sobre la piedra como si hubiera sido crucificado. Pero la herida no estaba en sus manos o en sus pies, ni en su costado. Estaba en su pecho. El cuchillo clavado igual que una cuña en la conjunción de las costillas y el esternón. El viscoso y moribundo charco de su vida dominaba el triángulo pintado en la roca.

Sintió que había pasado una gran cantidad de tiempo, aunque ella estaba solamente a tres latidos de corazón de su salida de la caverna del Árbol Único. El vínculo aún persistía. Covenant todavía lanzaba magia indomeñable hacia ella, esforzándose aún en devolverla a su viejo mundo. Y aquel vínculo mantuvo despierto su sentido de la salud. Cuando miró el cuerpo que tenía a su lado, a la carne maltratada por la aproximación de la muerte, supo que estaba vivo.

La sangre que brotaba alrededor del cuchillo, la hemorragia interna, la pérdida de fluido estaba cercana a agotarlo; pero no todavía, no todavía. Por alguna causa, la hoja no había tocado el corazón. Quedaban signos de vida en sus pulmones, temblando en los desfallecidos músculos de su corazón, anhelando alcanzar el cerebro. Podía ser salvado. Todavía era clínicamente posible salvarlo.

Pero antes de que su propio corazón latiera de nuevo, otra percepción lo alteró todo.

Nada podría salvarlo a menos que se hiciera a sí mismo lo que acababa de hacerle a ella; a menos que volviera a ocupar su cuerpo moribundo. Mientras su espíritu, la parte de él que deseaba vivir, permaneciera ausente, su carne no se podría reanimar. Estaba demasiado lejos de cualquier otra esperanza; demasiado lejos incluso de su maletín médico. Sólo su voluntad de vivir ofrecía una posibilidad de salvarlo. Y su voluntad todavía ardía en la caverna del Árbol Único, desgastándose para preservarla a ella de la condenación. El la había enviado fuera como había hecho una vez con Joan, arriesgando su propia vida para salvar la de ella.

Primero su padre.

Después su madre.

Ahora Covenant.

Thomas Covenant, Incrédulo y portador del oro blanco, leproso y amante, que le había enseñado a valorar el peligro de ser humano.

Muriéndose allí, frente a ella.

Su corazón latía salvajemente. El vínculo temblaba. Ella empezó a protestar. ¡No! Pero antes de pronunciar esta palabra, ella la cambió por algo más. Mientras trataba de levantarse, se concentró en la relación de poder que la conectaba a Covenant. Sus sentidos volvieron hacia atrás, siguiendo la corriente de la magia indomeñable. Era todo con lo que contaba. Tenía que servirse de ella. Arrebatársela si era preciso, cualquier cosa antes que permitir que muriera. Empleando cada fracción de su fuerza, gritó, a través de la distancia: —¡Covenant!

La voz se perdió en los bosques. Ella no sabía cómo lograr que él la oyera. Se mantenía aferrada al vinculo, pero éste no le prestaba el servicio requerido. Aunque hubiera tenido a su disposición todos los instrumentos y personal de un moderno hospital de urgencias, no hubiera podido salvarlo. Su dependencia de la magia indomeñable era demasiado directa. La desesperación lo había fortalecido. Y ella nunca había tenido poder. En un enfrentamiento directo por el control del poder, ella no podía ganar.

Pero todavía contaba con su percepción. Ella lo conocía más íntimamente de lo que nunca se había conocido a sí misma. Sintió su grave y extrema urgencia a través de la distancia que separaba a ambos mundos. Ella sabía… Sabía como alcanzarle.

No se paró en valorar el coste. No había tiempo. Locamente, se tiró sobre aquel fuego moribundo como si fuera su caamora personal. Durante un brevísimo instante, aquellas llamas amarillas saltaron sobre su carne. Presagios de agotamiento golpearon sus nervios.

Entonces Covenant vio que ella estaba en peligro. Instintivamente trató de arrastrarla hacia él.

En aquel momento, ella se agarró al vínculo con cada uno de los dedos de su pasión. Guiada por sus sentidos, empezó a luchar para encontrar el camino hacia el origen de la conexión.

Los bosques se volvieron tan inmateriales como la niebla. Luego cayeron a trozos cuando los vientos entre las estrellas soplaron a través de ellos. La piedra que había bajo sus pies se evaporó en la oscuridad. La postrada figura de Covenant se disolvió, desapareció. Linden empezó a caer, con brillo de cometa, en el vacío sin fin de los cielos.

Mientras caía, se esforzaba a pronunciar palabras. ¡Debes venir conmigo! ¡Es la única forma de poder salvarte! Pero de pronto el poder se extinguió como si el mismo Covenant se hubiera extinguido. Su vagar espiritual entre las estrellas pareció convertirse en un salto físico, una caída desde una altura que ningún cuerpo humano podía soportar. Su corazón quería gritar pero no había aire. Nunca había habido aire. Sus pulmones no podían soportar el éter a través del cual caía. Había llegado a los límites de su destino. No quedaba ningún grito que hubiera podido cambiar las cosas.

Incapaz de sujetarse a sí misma, se encontró de cara al suelo de la caverna. Su pulso estaba acelerado. Sus pulmones funcionaban. Los restos de la hoguera enrojecían su piel. Tardó un momento en darse cuenta de que no había sufrido ningún daño.

Unas manos fueron en su ayuda. Necesitaba ayuda. Su cerebro estaba aturdido por un miedo trascendente. La piedra parecía temblar debajo de ella. Pero aquellas manos la levantaron. Leyó la naturaleza de su fuerza: eran manos haruchai. Las manos de Cail. Agradeció que llegaran.

Pero estaba ciega. El suelo continuaba balanceándose violentamente. La isla había empezado a temblar como el presagio de una convulsión. Las estrellas del aura del Gusano habían desaparecido. El fuego de Covenant había desaparecido. En su vértigo provocado por el poder y la desesperación, sus ojos no podían adaptarse a las tinieblas. Todos sus compañeros eran invisibles. Quizás habían muerto.

Luchó para ver a través de la inquieta aura del Gusano, pero cuando miró más allá de Cail, sólo vio el cuerpo de Soñadordelmar. Yacía en los brazos de Honninscrave cerca de las raíces del Árbol Único, como si sus resistentes huesos hubieran sido quemados hasta convertirse en cenizas.

La visión la oprimió. Cable Soñadordelmar, víctima involuntaria de la Visión de la Tierra y de la mudez. El no había hecho nada en su vida excepto sacrificarla en un esfuerzo para salvar a la gente que más amaba. Ella también le había fallado.

Pero luego su atención se fijó en Honninscrave, y se dio cuenta de que el capitán estaba respirando con gran dificultad. Estaba vivo. Aquella percepción pareció completar su transición, devolviéndola a la compañía de sus amigos. La oscuridad se suavizó lentamente a medida que su vista se iba acomodando.

Suavemente, Encorvado dijo:

—Ah, Escogida. Escogida.

Su voz tenía un toque de amargura.

A poca distancia de Honninscrave y Soñadordelmar, Covenant estaba sentado con las piernas extendidas sobre la piedra. Parecía inconsciente de la violencia que se urdía en las raíces de la isla. Estaba de cara al inalcanzable Árbol con la espalda curvada como si se hubiera roto la espina dorsal. La Primera y Encorvado se mantenían juntos, atrapados entre Covenant y Honninscrave por su falta de habilidad para confortarlos en su dolor. Ella todavía empuñaba su espada, pero ya era un arma inútil. El semblante de su esposo mostraba una silenciosa tristeza.

Vain permanecía pocos pasos más allá, luciendo su negra sonrisa, como si la madera de su brazo derecho no significara nada para él. Buscadolores no se veía ahora por ninguna parte. Había huido del fuego de Covenant. A Linden no le importaba que no regresara más.

Consternada, llevó su petición hacia Covenant. Arrodillándose entre sus piernas, lo miró tratando de hacer salir las palabras de su garganta. Tienes que volver. Pero era incapaz de hablar. Era demasiado tarde. La mirada de Covenant, embrujada por su propio poder, le dijo claramente que ya sabía lo que quería decirle.

—No puedo. —La voz de él cayó en la oscuridad como una lluvia de cenizas—. Ni aunque lo pudiera soportar, abandonaría el Reino. No permitiré que el Execrable se salga con la suya. —Su cara era sólo una nube en las tinieblas, una pálida mancha de la cual toda esperanza había sido borrada—. Eso requiere demasiado poder. Podría romper el Arco.

—¡Oh, Covenant!

Ella no encontró nada más que decirle.