La isla
El cielo permaneció nublado y brumoso durante dos días, reflejando el gris del mar, como si éste estuviera indignado por la presencia del Gema de la Estrella Polar y lo considerara un intruso que vejara aquella región. Luego el viento disminuyó y se inició para el dromond un período de días claros y noches cristalinas. Bajo el sol, el mar se unía a los cielos sin ninguna señal ni mácula; y por la noche el limpio brillo de las estrellas marcaba el camino de la Búsqueda para que lo pudiera ver cualquier ojo experimentado.
Grimmand Honninscrave estaba más impaciente cada día que pasaba. Y el inmaculado viento parecía reunir a la Primera y a Encorvado en un calor de anticipación. En determinados momentos, la grotesca figura del gigante y la férrea belleza de ella parecían extrañamente similares como si la aproximación hacia el Árbol Único profundizara su intimidad. Los tres calculaban constantemente la distancia, buscando en el horizonte alguna prueba de la validez de las alternativas que los habían sacado del Reino a pesar de la clara Visión de la Tierra de Soñadordelmar.
Su impaciencia se extendió por el barco gigante, afectando a toda la tripulación. Incluso las rudas facciones de Furiavientos mostraban signos de ansiedad. Y la perpetua melancolía de Quitamanos se iluminaba a veces con un rayo de esperanza.
Linden Avery los observaba de la misma forma que observaba al barco y a Covenant. Tratando de encontrar su propio lugar entre ellos. Comprendía a los gigantes, sabía que gran parte de su anhelo provenía de Soñadordelmar. La desgracia de su mudez estaba presente en cada uno. Su pueblo tenía prisa para cumplir su misión y volver al Reino donde él pudiera encontrar alivio en la crisis del Sol Ban, en la apoteosis de su misión. Pero ella no compartía aquel sentimiento. Temía que los gigantes no reconocieran la verdadera naturaleza de su misión.
Y el talante de Covenant sólo agravaba sus preocupaciones. Parecía ávido del Árbol Único hasta el punto de parecer febril. Emocional, aunque no físicamente, se había apartado de ella. La decisión de los haruchai lo había conducido a un estado de tensa defensiva. Cuando hablaba, su voz tenía un tono de resentimiento que no podía disimular; y sus ojos irradiaban reflejos de sangre derramada. Ella vio en su cara que estaba recordando al Clave, a la gente asesinada para alimentar al Fuego Bánico. Y desconfianza en sí mismo por el poder y el veneno que no podía controlar. A veces su mirada se hundía en recuerdos de silencio. Incluso su manera de hacer el amor se había vuelto extrañamente vehemente, como si a pesar de sus abrazos él creyera que ya la había perdido.
Linden no podía olvidar que él había intentado devolverla a su vida anterior. Covenant deseaba intensamente llegar al Árbol Único por sus propias razones, esperando que aquello lo capacitaría para luchar contra el Amo Execrable con algo que no fuera el fuego blanco y la destrucción. Pero él también lo deseaba por ella. Para enviarla a su mundo.
Linden temía esto. Temía al Árbol Único. Sentía en su interior la muda e intocable trepidación de Soñadordelmar como una herida abierta. Cuando penetraba en la zona de alcance de sus sentidos, ella sentía sangrar su alma. A veces, casi no podía resistir su deseo de pedir a Covenant, a la Primera, a cualquiera que escuchara, que abandonaran la Búsqueda y olvidaran el Árbol Único, para volver al Reino y luchar contra el Sol Ban con las armas que tuvieron a su alcance. Creía que Soñadordelmar sabía exactamente lo que El Amo Execrable estaba haciendo. Y ella no quería ser enviada a su vida anterior.
Una noche, ya tarde, cuando Covenant había logrado por fin dormir libre de pesadillas, ella abandonó su compañía y subió a cubierta. Llevaba su vestido de lana; y aunque el aire se había enfriado considerablemente durante los últimos días, había prescindido de sus viejas prendas como si representaran exigencias y fracasos que no deseaba reconsiderar. En la cubierta de popa vio que el Gema de la Estrella Polar navegada ante el viento sin desviarse, bajo una luna ya en su cuarto menguante. Pronto no habría nada entre el dromond y la oscuridad, excepto las estrellas y unas cuantas linternas. Pero por esta noche al menos, había alguna luz en los cielos.
Quitamanos la saludó en silencio desde la cubierta de mando; pero ella no fue hacia él. Más allá del viento, de la piedra del dromond que se deslizaba sobre el mar, del sueño de los gigantes que no estaban de guardia, sintió la presencia de Soñadordelmar como una mano de dolor puesta sobre la mejilla. Ajustándose su ropa, caminó hacia adelante.
Encontró al gigante mudo sentado, la espalda apoyada en el palo de trinquete, con la vista dirigida hacia la proa y la silueta de Buscadolores. Los pequeños músculos alrededor de sus ojos se hundían y tensaban mientras observaba a Buscadolores y, a través de Buscadolores, al Árbol Único, como si tratara de rogar al Designado que dijera las cosas que él, Soñadordelmar, no podía decir. Pero Buscadolores parecía inmune a la apelación del gigante. O tal vez, la atención de tal súplica fuera una parte de la misión para la cual había sido Designado. También miraba en la dirección donde debía encontrarse el Árbol Único como si tuviera miedo de apartar los ojos de allí.
En silencio, Linden se sentó al lado de Soñadordelmar. Estaba sentado con las piernas cruzadas y las manos en el regazo. A intervalos, volvía las palmas hacia arriba como si estuviera tratando de abrirse a la noche, de aceptar su castigo; pero repetidamente sus manos se cerraban y sus puños se tensaban transformándolo en una imagen de protesta.
Después de un momento, ella susurró:
—Prueba. —La débil luz de luna no iluminaba su rostro, excepto la pálida cicatriz que subrayaba su mirada. El resto permanecía a oscuras—. Debe haber algún medio.
Con una violencia que le hizo apartar la cabeza, las manos de Soñadordelmar saltaron hacia arriba. Pero un instante más tarde, inhaló aire a través de sus dientes y sus manos empezaron a formar signos a través de la noche.
Al principio Linden no fue capaz de entender aquellos gestos. La silueta que intentaba trazar no era comprensible para ella. Pero lo intentó de nuevo tratando de formar una imagen en el aire. Esta vez ella le entendió.
—El Árbol Único.
El asintió rígidamente. Sus manos diseñaron un arco a su alrededor.
—El barco —susurró ella—. El Gema de la Estrella Polar.
Nuevamente, el asintió. Repitió el movimiento de sus brazos, apuntando luego hasta más allá de la proa. Luego volvió a redibujar la forma de un árbol.
—El barco se dirige hacia el Árbol Único.
Soñadordelmar movió la cabeza negativamente.
—Cuando el barco llegue al Árbol Único.
Esta vez su asentimiento fue efectuado con tristeza. Con un dedo se tocó el pecho apuntando al corazón. Luego juntó las manos, retorciéndolas una contra otra, con tanta violencia que parecía parodiar una ruptura. Trazos de plata brillaban en su cicatriz.
Cuando ya no pudo soportar más la visión, Linden miró a lo lejos y encontró allí a Buscadolores, como testigo de la pantomima del gigante. La luna estaba detrás de su hombro derecho; toda su cara y su silueta eran negras.
—Ayúdale —dijo suavemente. Ayúdame a mí—. ¿No puedes ver lo que él trata de explicar?
Durante unos momentos el elohim no se movió, ni contestó. Luego se acercó más al gigante, extendiendo una mano hacia la frente de Soñadordelmar. Las puntas de sus dedos presionaron suavemente sobre el destino que estaba allí escrito. Casi en seguida, Soñadordelmar se durmió. Músculo por músculo, la tensión salía de él como si fuera absorbida por el toque de Buscadolores. Su barbilla cayó hasta su pecho. Estaba dormido. En silencio, Buscadolores dio la vuelta y volvió al lugar que había escogido en la proa del dromond.
Con cuidado, para no estorbar el descanso del gigante, Linden se levantó para volver al lado de Covenant y contemplar el techo de su camarote hasta que se quedó dormida.
A la mañana siguiente, sacó a colación el tema de Soñadordelmar ante la Primera, Encorvado, Honninscrave y Covenant. Pero el capitán no tenía ningún nuevo dato que ofrecerle. Y Encorvado reiteró su esperanza de que Soñadordelmar sentiría alivio cuando la Búsqueda del Árbol Único hubiera terminado.
Linden sabía algo más. Escuetamente describió su encuentro con el gigante mudo la noche anterior.
Encorvado no hizo ningún esfuerzo para ocultar su tristeza. Apoyando sus puños en las caderas, la Primera miró hacia más allá de la proa y musitó algunas maldiciones gigantinas. Las facciones de Honninscrave se tensaron.
Covenant estaba entre ellos como si estuviera solo. Pero habló. Su mirada vagaba por la piedra, evitando a Linden, cuando preguntó:
—¿Creéis que debemos volvernos?
Ella quiso responder; ¡sí! Pero no pudo. El había puesto todas sus esperanzas en el Árbol Único.
Durante un rato, las órdenes de Honninscrave a la tripulación estuvieron teñidas de incertidumbre, como si dentro de él una voz que gritara que el dromond debía virar de inmediato, alejarse a la máxima velocidad posible de su fatal destino. Pero guardó para sí tales temores. El avance del barco gigante a través de los mares no vaciló.
Aquel viento fresco duró cinco días. Gradualmente se volvió más frío a medida que el barco se acercaba al norte, pero se mantenía seco, firme y persistente, y durante tres de aquellos días, la Búsqueda avanzó a toda velocidad a través de las olas sin ningún incidente, sin encontrar ningún peligro; sin divisar tierra.
Pero al cuarto día, un grito de espanto y alarma salió de la torre del vigía. La piedra empezó a vibrar bajo los pies de Linden como si el mar estuviera lleno de temblores. Honninscrave acortó velas, poniendo el barco en estado de emergencia. Después de haber recorrido otra legua, el Gema de la Estrella Polar se adentró en un sector plagado de Nicors. Las inmensas criaturas rompían las aguas en distintos lugares; juntas, marcaban el mar como si fueran multitud. Sus conversaciones bajo el agua llegaban hasta los sentidos de Linden. Al recordar el Nicor que había visto antes, temió por la seguridad del dromond. Pero aquellas criaturas se mostraban indiferentes ante el Gema de la Estrella Polar. Sus voces no llevaban ningún timbre de peligro a su percepción. Se movían sin prisa ni hambre, vagando como si estuvieran inmersas en un letargo, tedio o satisfacción. Ocasionalmente uno de ellos levantaba su gran hocico, luego volvía a introducirlo produciendo un murmullo de agua que era como un suspiro de indiferencia. Honninscrave pudo maniobrar su barco entre ellos sin atraer su atención.
—¡Piedra y Mar! —musitó Encorvado a Linden—, nunca habría creído que todos los mares de la Tierra juntos pudieran contener tal cantidad de esas criaturas. Las historias sobre ellas son tan escasas que podrían referirse a un solo Nicor. ¿Qué clase de océano es éste en que hemos entrado con tal ignorancia? La Primera estaba de pie a su lado. Ella le miró mientras concluía: —Pero esta va a ser una historia para deleitar a cualquier niño.
Ella no correspondió a su mirada; pero la sonrisa que saltaba en sus ojos era tan privada como el afecto de su tono.
La pericia de Honninscrave conducía el barco gigante lentamente entre los Nicors. Pero hacia media tarde, las criaturas se habían quedado atrás y el Gema de la Estrella Polar adquirió su velocidad anterior.
Aquella noche, los gigantes estaban de buen humor. Se reunieron y cantaron bajo las brillantes estrellas como niños excitados insensibles al carácter de la misión de la Búsqueda y el dolor de Soñadordelmar. Encorvado los animaba con cabriolas de forzado regocijo como si estuviera más próximo a la histeria que cualquiera de ellos. Pero Linden sentía la verdad en su actitud. Estaban reafirmándose contra sus propios temores, desahogando su tensión en un juego compartido. Y el tremendo esfuerzo de Encorvado elevaba los ánimos a una catástasis, para llegar a un estado de ánimo menos desesperado y más sereno; cordial purificado e indomable. Si Covenant hubiera decidido unirse a ellos, Linden lo habría acompañado.
Pero no lo hizo. Se mantuvo apartado como si la dimisión de los haruchai hubiera anulado su fortaleza, dejándolo inaccesible a todo consuelo. O tal vez se mantenía apartado porque había olvidado la manera de estar solo, la manera de enfrentarse a su condena sin odiar su soledad. Cuando bajó con Linden a su camarote, se hundió en su colchoneta como si no pudiera soportar el consuelo de su proximidad. El Árbol Único estaba cerca. Con el sonido de fondo de los gigantes en sus oídos, ella estuvo a punto de decirle: No lo hagas. No me mandes de regreso a mi mundo. Pero sus infundados temores la paralizaron y no quiso arriesgarse.
Toda la noche ella sintió que volvía a soñar pesadillas familiares. Pero cuando despertó habían desaparecido de su memoria.
Covenant estaba junto a la litera, dándole la espalda. Sujetaba su vieja ropa como si pensara ponérsela. Ella lo miró con temor en sus ojos, rogándole sin palabras que no volviera a lo que había sido, a lo que habían sido el uno para el otro.
El pareció sentir su mirada. Se volvió hacia ella y la miró a su vez. El rostro de Linden tenía una expresión amarga. Pero la enfrentó. Aunque en su visión anticipada del Árbol Único había más miedo que anhelo, él todavía era fuerte y tan peligroso como ella lo recordaba. Después de un momento, tiró deliberadamente aquellas prendas a un rincón. Luego se arrodilló ante ella, tomándola en sus brazos.
Cuando más tarde salieron a la cubierta, él llevaba la túnica de lana que le habían dado, como si su lepra le inmunizara del aire frío del avanzado otoño. Aquella elección alivió a Linden pero curiosamente parecía poco adecuado, para aquella ropa, como si su amor por ella le hubiera despojado de más defensas de las que ella podía estimar o compensar.
Durante el día pasearon por las cubiertas, esperando. Todos estaban esperando; ella, Covenant y los gigantes. Una y otra vez, Linden observó a los tripulantes hacer un alto en sus tareas para mirar más allá de la proa del barco. Pero durante la mañana no vieron nada, excepto el mar que se extendía hasta los límites del mundo. Después de la comida del mediodía siguieron esperando con los mismos resultados.
Hacia media tarde, llegó por fin la llamada; un grito de aviso que a pesar cíe todo sobresaltó a Linden. Los gigantes empezaron a subir por la arboladura para ver de qué se trataba. Soñadordelmar subió desde las bodegas con cara preocupada. Covenant presionó su pecho contra la barandilla de la cubierta de proa durante un momento, como si de esta forma pudiera ver a mayor distancia. Luego musitó a Linden:
—Ven —y empezó a caminar hacia la cubierta de mando. Ambos tenían que esforzarse para no correr.
La Primera y Encorvado estaban allí con Honninscrave junto a un gigante que atendía el timón. Quitamanos y Furiavientos llegaron enseguida. Todos miraban hacia delante, buscando algún indicio de la proximidad de la isla del Árbol Único.
Durante una legua o más, el horizonte permaneció inmaculado, sin mostrar nada. Luego Honninscrave levantó un brazo para apuntar casi directamente sobre la proa. Linden no tenía una vista tan poderosa como los gigantes; pero tras avanzar otra legua, ella también pudo divisar la isla. Muy pequeña en la distancia, aparecía como un punto de fatalidad en la unión del mar con el cielo. El punto alrededor del cual giraba la Tierra. Como el viento llevaba al Gema de la Estrella Polar rápidamente hacia adelante, la isla creció como para cumplir con la expectación de la Búsqueda. Linden miró a Covenant, pero él no correspondió a su mirada. Su atención estaba concentrada en la lejanía. Su actitud era tan vehemente como si estuviera en los límites del fuego. Aunque no habló, las líneas de su rostro indicaban tan claramente como las palabras que su vida o su muerte se decidirían allí.
Gradualmente la isla se fue revelando al aproximarse el barco. Parecía un montón de rocas en la superficie del mar. El tiempo había suavizado y erosionado las grises y amontonadas piedras con el resultado de que parecían casi blancas donde las tocaba el sol, casi negras donde había sombra. Era una mezcla de día y noche, abrupta, blanquecina, incontestable. Su cima se elevaba muy por encima del barco gigante; pero la forma de sus laderas superiores sugería que la isla había sido una vez un volcán o que estaba agujereada.
Más tarde, el dromond se acercó lo bastante para que pudieran ver que la isla estaba rodeada de arrecifes. Estos se proyectaban hacia el aire como dientes, con muchos huecos entre sí; pero ninguno era lo suficientemente ancho para permitir el paso del Gema de la Estrella Polar.
Cuando el sol declinó, Honninscrave puso el barco gigante en una órbita para que diera la vuelta a la isla a fin de encontrar un paso mientras sus compañeros buscaban alguna señal del Árbol Único. Los ojos de Linden no se apartaban de la isla. Estudiaba cada variación de sus claroscuros, desde la cima a la costa con cada dimensión de su vista. Pero no encontró nada. La isla sólo estaba formada por piedra, inmune a cualquier forma de vida excepto la suya propia. Incluso los espacios entre las rocas donde las olas subían y bajaban, carecían de algas u otros productos marinos.
Las rocas en sí mismas estaban vivas para ella, tan sólidas y consecuentes como granito comprimido; un afloramiento del esqueleto esencial de la Tierra. Pero quizá por esta razón no mostraban el más mínimo indicio de vida. Al observarlas, descubrió que incluso carecían de un lugar donde pudiesen descansar las aves. Quizás ni siquiera había peces en el agua situada entre los arrecifes.
—¿Dónde está? —musitó Covenant, dirigiéndose a todos y a ninguno—. ¿Dónde está?
Después de un momento, Encorvado respondió:
—Sobre la cima. ¿No es esa una meta natural para lo que buscamos?
Linden se guardó sus dudas. Cuando el sol empezó a ponerse, extendiendo naranja y oro sobre el ilegible claroscuro de las piedras, el Gema de la Estrella Polar completó su recorrido de la isla; y ella no había visto nada que le indicara que el Árbol Único estaba allí, o que alguna vez hubiera existido.
Con el asentimiento de la Primera, Honninscrave ordenó recoger las velas y fondeó el dromond frente a los arrecifes del norte. Durante unos pocos momentos nadie habló en la cubierta de mando; el panorama de la desolada isla los mantuvo en silencio. Bajo aquella luz, pudieron ver que estaban ante una gran fuente de poder. El sol desapareció como si se despidiera de la Tierra. Detrás del ruidoso trabajo de los gigantes, de los lamentos de las cuerdas y las poleas, y el húmedo abrazo de las olas a los arrecifes, todo era silencio. Ningún cernícalo elevó su canto para suavizar la dureza de aquella isla. El islote estaba dentro de su dentadura protectora como si hubiera estado siempre así y nunca pudiera liberarse.
Luego la Primera dijo en voz baja:
—Giganteamigo, ¿no vas a esperar el nuevo día antes de desembarcar en este lugar?
Un estremecimiento como un súbito calambre corrió a través de él. Respondió, con voz áspera:
—No.
La Primera suspiró. Pero no se opuso. Habló con Quitamanos; y fue a supervisar a los que arriaban un bote.
Entonces se dirigió nuevamente a Covenant:
—Hemos llegado a esta isla después de un largo camino. Por tu poder y por lo que hiciste en la Aflicción por nuestros camaradas perdidos, no hemos cuestionado tu propósito. Pero ahora te pregunto. —En el oeste, el sol parecía estar muriéndose detrás de la larga curva del mar. La mirada de Covenant era una premonición de fuego—. ¿Has pensado cómo deseas concebir ese Bastón de la Ley?
Linden contestó por él, reivindicando su lugar en el grupo porque no conocía otra forma de disuadirlo de lo que intentaba hacer con ella.
—Es por lo que yo estoy aquí. —El se volvió rápidamente hacia ella; pero Linden mantuvo sus ojos fijos en la Primera—. Mis sentidos —dijo, azorada pero conscientemente—. Las cosas que veo y siento. Salud. Rectitud. Honestidad. ¿Qué más podría nombrar? Yo soy sensible a la Ley. Yo puedo decir cuando las cosas encajan y cuando no.
Sin embargo tan pronto como terminó de hablar, supo que no era suficiente. Las emanaciones de él eran fáciles de entender. Había contado con su ayuda, pero no cambiado de opinión. No obstante, él la miró como si hubiera expresado el deseo de abandonarlo. La esperanza y la aflicción se mezclaban en él.
Ajena a la contradicción interior de Covenant, la Primera aceptó la respuesta de Linden. Abandonó la cubierta de mando seguida de Encorvado y Honninscrave y fue hacia la barandilla donde el bote había sido arriado.
Furiavientos asumió el mando del Gema de la Estrella Polar. Cuando ella se sintió segura de que el dromond estaría bien cuidado, se dispuso a marchar.
—Espero que tendremos suerte. —Dijo a Covenant y a Linden.
Covenant no respondió. Miró a la isla como si pudiera leer su condena en la marchita gloria del sol.
Linden se acercó a él, puso una mano sobre su hombro. El se volvió dejándole ver los conflictos que se reflejaban en su cara. Covenant era una figura iluminada y oscura, como la isla.
Ella intentó nuevamente hacer que la comprendiera:
—Soñadordelmar está asustado. Creo que sabe lo que el Amo Execrable está haciendo.
Sus facciones se contrajeron, luego se relajaron como si estuviera a punto de dedicarle una sonrisa como la que una vez había dedicado a Joan.
—Eso no importa. —Poco a poco su expresión se volvió más amable—. Cuando estuve en Andelain, Mhoram dijo: «No soluciona nada evitar sus trampas, ya que siempre están rodeadas de otras trampas, y la vida y la muerte están relacionadas demasiado íntimamente para que puedan ser separadas una de otra. Pero es necesario comprenderlas para que puedan ser dominadas». —Luego dijo con preocupación—. Ven. Vamos a ver qué encontramos allí.
Ella no quería dejarlo ir. Deseaba rodearlo con sus brazos, hacer que desistiera de lo que estaba haciendo. Pero se abstuvo. ¿No lo amaba precisamente por eso? ¿Por qué no huía de su propio dolor? Armada de coraje le siguió escaleras abajo como si él estuviera conduciéndola al interior de la noche.
El sol todavía daba en los mástiles, pero la cubierta de popa ya estaba casi a oscuras. Linden necesitó un momento para acomodar su vista. Entonces vio a Soñadordelmar en la barandilla con Honninscrave, la Primera y Encorvado. Vain también estaba allí, tan negro como la noche que se aproximaba. Buscadolores también se había acercado; su túnica era un pálido borrón junto al ébano de Vain. Brinn y Cali estaban presentes. Linden se sorprendió al verlos. El paso de Covenant se hizo inseguro cuando se acercó. Pero los haruchai no hablaron y él pasó rápidamente ante ellos. Al encontrar a la Primera, preguntó:
—¿Estamos dispuestos?
—Tan dispuesto como se puede estar —respondió—, con una incógnita ante nosotros.
Su respuesta estaba impregnada de la oscuridad que se cernía alrededor del dromond.
—Entonces vámonos.
En aquel momento, Buscadolores intervino en tono de advertencia y súplica:
—Portador del Anillo, ¿es que no hay forma de convencerte? Suspende esa loca misión ahora que aún estás a tiempo. He de decirte claramente que eres el juguete de poderes que te destruirán… y a la Tierra contigo. No debes acercarte al Árbol Único.
Mudamente, Soñadordelmar asintió como si no tuviera otra alternativa.
La mirada de Covenant recorrió el rostro del Designado. Hablando suavemente, casi para sí mismo, musitó:
—Yo debería haber comprendido qué es lo que te asusta. El Árbol Único. El Bastón de la Ley. Tienes miedo de que pueda triunfar. Y si no, ¿por qué tratasteis de capturar a Vain? ¿Por qué habéis intentado insistentemente sembrar la desconfianza en nosotros? Los elohim perderéis algo si triunfamos. No sé que es, pero te aterroriza la posibilidad. Bien, echa un vistazo —prosiguió—. Vain todavía está con nosotros, y todavía conserva las arandelas del antiguo Bastón. —Habló como si sus dudas acerca del Demondim ya no importaran—. Yo estoy aquí todavía. Todavía tengo mi anillo. Linden también está. —De repente, su voz bajó de tono hasta convertirse en un suspiro de angustia—. Demonios, si quieres que renuncie tienes que darme una razón.
El Designado recibió la demanda de Covenant en silencio. Y no intentó contestar.
Después de un momento, Covenant miró al resto del grupo como si esperara a que dijeran algo. Pero Honninscrave estaba tenso por la empatía. Y no había vacilación en el firme propósito de la Primera, o en el anticipado asombro de Encorvado. Soñadordelmar no hizo ningún intento para disuadir al Incrédulo.
Conducido por los demonios de su exigencia personal, Covenant se acercó a la barandilla, puso sus pies en la escala de cuerda y bajó hacia la falúa.
Linden lo siguió inmediatamente, sin admitir que ni siquiera un gigante ocupara su lugar al lado de él.
Cail y Brinn estaban justo detrás de ella.
Toda la isla estaba ya ocupada por las sombras, excepto su cumbre, la cual asía el borroso crepúsculo como una oriflama a punto de ser engullida por la larga noche de la Tierra. Pero iluminada de aquel modo, la cumbre parecía el lugar donde el Árbol Único podía ser encontrado. Al dar la espalda a la isla para descender la escala, Linden recordó que esa noche no habría luna. Tembló instintivamente. Su vestido pareció demasiado ligero ante la fría oscuridad que parecía levantarse del agua como una exhalación. El chocar de las olas entre el dromond y la falúa, produjo una salpicadura justo en el momento en que alargaba una pierna hacia la embarcación más pequeña; y el agua pinchó su carne desnuda como si su sal fuera tan potente como un ácido. Pero ella abortó su involuntario grito y bajó al fondo del bote, luego se movió para tomar asiento con Covenant en la proa. El agua tensaba la piel de sus piernas mientras se secaba, propagando un hormigueo a través de sus nervios.
Los haruchai fueron seguidos por Honninscrave. Mientras su corpulencia bajaba, el sol perdió su soporte sobre la cima de la isla, cayendo totalmente detrás del horizonte. Ahora la isla sólo se percibía como una sombra en la profundidad, enmarcada solamente por las estrellas que empezaban a salir. Linden no podía distinguir las líneas del islote. Pero dado que Honninscrave y Soñadordelmar se ocupaban de los remos, y sus hombros de roble no expresaban ninguna duda acerca de su habilidad para encontrar el camino, se tranquilizó. El capitán estaba hablando a su hermano, pero el murmullo y chapoteo del agua ocultaban las palabras.
Encorvado y la Primera descendieron a la falúa en silencio. De la noche salió una sombra flotando, introduciéndose en la embarcación a la espalda de Soñadordelmar donde se solidificó convirtiéndose en Buscadolores. Vain se situó al otro lado con Brinn y Cail, cerca de babor donde se sentaban la Primera y Encorvado.
Linden cogió la mano de Covenant. Sus dedos estaban helados. Su insensibilidad se había convertido en un frío palpable.
La Primera saludó con la mano a los gigantes del Gema de la Estrella Polar. Si Quitamanos o Furiavientos respondieron con alguna palabra, fue inaudible a través del ruido de las aguas. Diestramente Honninscrave desamarró el bote, alejándolo del dromond con los remos. Rodeados y movidos por las olas, avanzaron a través de la noche. Durante unos momentos nadie habló. Covenant estaba sentado con la cara vuelta hacia la oscuridad cogiendo la mano de Linden como si ésta fuera un ancla. Ella observaba la isla que se iba clarificando a medida que las estrellas que la rodeaban se hacían más brillantes, pero aún no podía ver los arrecifes. La oscuridad que se levantaba del agua parecía impenetrable. Pero los remos golpeaban fuertemente saliendo y entrando en el inquieto mar; y la falúa avanzaba como si fuera impelida a gran velocidad, precipitándose hacia un fin desconocido. La isla se elevaba sólidamente en la noche con una apariencia tan peligrosa como la entrada del Infierno.
Súbita e irracionalmente, Linden se sintió alarmada temiendo que la embarcación se estrellara contra los arrecifes y se hundiera, pero la Primera dijo tranquilamente: —Vira a estribor.
La falúa varió ligeramente su rumbo. Pocos latidos de corazón más tarde, unas dentadas formas de coral emergieron en cada lado. Su aparición inesperada asustó a Linden. Pero la embarcación pasó con facilidad entre ellas hacia aguas más calmadas.
Desde su situación, a nivel del mar, con la noche cerrada de horizonte a horizonte, la isla parecía más lejana que desde el Gema de la Estrella Polar. Pero durante un rato no hicieron ningún progreso. Impelido por la Visión, Soñadordelmar agarraba fuertemente los remos, amartillándolos en sus soportes a cada brazada; y Honninscrave se ajustaba a su ritmo aunque no compartiera la urgencia de su hermano. Como resultado, la isla creció lentamente, haciéndose más alta y más implacable.
Se elevaba hacia el cielo como si fuera la base sobre la cual se asentaba el firmamento y las estrellas. Linden empezó a pensar que las laderas serían impracticables en la noche. Que tal vez no pudiera escalarlas en ninguna circunstancia, especialmente si Covenant no podía dominar su vértigo. Su mano en las de ella parecía tan fría como sus propios huesos.
Pero un poco más tarde ella olvidó aquella ansiedad; olvidó incluso el contacto de los dedos de Covenant. Estaba mirando el cambio que se producía en la isla.
La Primera y Encorvado se pusieron de pie. El bote se detuvo en el agua. Honninscrave y Soñadordelmar habían levantado sus remos para que pudieran mirar a través de la proa hacia su objetivo.
Una fina neblina había empezado a cubrir los alrededores de la isla. La neblina parecía ser como un vapor procedente de invisibles grietas situadas entre las rocas. En algunos lugares subía en forma de hilos, formando espirales y desapareciendo entre la noche. Pero la mayor parte de ella se quedaba sobre el mar, haciéndose más densa a medida que se acumulaba.
La neblina tenía luz.
Aunque no parecía poseer luz propia. Se asemejaba a la niebla ordinaria bajo una luna llena. Pero no había luna. Y la iluminación se difundía sólo sobre la niebla. Majestuosos estandartes y riachuelos de aire bajaban como condensaciones de luz de luna, sin revelar nada excepto a sí mismos.
Cuando sus nimbos se extendieron como un vapor de escarcha alrededor de las costas del islote, la niebla empezó a desplazarse hacia el mar. Gradualmente toda la isla excepto la cima desapareció. Plateada y espectral, la resplandeciente niebla se expandía hacia la embarcación como si quisiera cubrir enteramente toda la zona de los arrecifes.
Linden tuvo que reprimir un deseo de huida. Se sintió visceralmente segura de que no quería que aquel fantástico e inexplicable aire la rozara. Pero el camino de la Búsqueda estaba allí. Amable y firmemente, la Primera ordenó a Honninscrave y a Soñadordelmar volvieran a sus remos.
—Ya estoy cansada de esperar —dijo—. Si esto es nuestro futuro, al menos vamos a afrontarlo por nuestra propia elección.
Impulsando y frenando, los remos regularon la velocidad de la Búsqueda hacia la niebla que avanzaba. Las estrellas que estaban sobre ellos, centelleaban como si quisieran avisarles; pero la embarcación se dirigía directamente al corazón de aquel húmedo vapor. La niebla continuaba acumulándose sobre el mar. Era ya tan densa que ocultaba totalmente los lados del islote, y había llegado a tal altura que casi cubría la cima. La iluminación le daba un aspecto radiante de luz de luna. Su atracción aceleraba la velocidad de la falúa que parecía correr locamente sobre la superficie oscura del agua.
Entonces la Primera musitó una orden. Honninscrave y Soñadordelmar levantaron sus remos. El bote se deslizó en silencio y con temor hasta penetrar en la niebla.
El cielo desapareció. Linden sintió el toque de aquella luz húmeda en su cara y se estremeció, en espera de peligro o daño. Pero sus sentidos le dijeron que el poder de la niebla era demasiado fugaz, demasiado parecido al brillo lunar para causar perjuicios, o para ser comprendido. Sus compañeros estaban claramente visibles; pero el mar había desaparecido bajo la densa alfombra plateada, y los extremos de los remos estaban fuera de la vista como si hubieran sido mordidos.
La ansiedad la atacó nuevamente, y empezó a dudar de que la Búsqueda pudiera encontrar su camino en aquellas circunstancias. Pero cuando la Primera volvió a hablar indicando a Honninscrave y a Soñadordelmar que volvieran a los remos, su voz tenía firmeza de certidumbre. Sugirió ligeras correcciones en el rumbo como si su sentido de la orientación fuera inmune a la confusión.
El movimiento de la falúa hacía que la niebla se condensara en los cabellos de Covenant como el nacarado sudor de su necesidad y poder. Pocos momentos después, la niebla se arremolinó plegándose, abriendo una vista de la cumbre de la isla. Antes de que aquella abertura se cerrara. Linden comprobó que el sentido de orientación de la Primera era preciso.
Encorvado empezó a hablar. Parecía tener dificultades para hacerlo, como si sus pulmones estuvieran llenos de niebla y humedad. Felicitó a Honninscrave y a Soñadordelmar por su labor, alabó irónicamente la inescrutabilidad de Vain, describió otras nieblas que había encontrado en sus viajes. Las palabras en sí no tenían ninguna trascendencia; lo importante era el hecho de que fueran pronunciadas. Para el bien de sus compañeros y de sí mismo, trató de contrarrestar el éxtasis que producía la niebla. Pero un extraño eco seguía a sus palabras, como si el vapor fuera una caverna. La Primera le susurró algo. El se calló.
El silencio quedó sólo puntuado por el ligero chapoteo de los remos, y la falúa siguió adelante.
Gradualmente la niebla empezó a hacerse sentir como un sueño en el cual un largo lapso de tiempo pasaba con increíble velocidad. La oscura luz ejercía una hipnótica fascinación. Gotas de agua, como pequeñas perlas, caían de la barbilla de Covenant dejando manchas débilmente luminosas en su túnica. La vestidura de Linden estaba adornada con moribundas gemas. Su cabello caía mojado y oscuro contra los lados de su cara.
Cuando la niebla se abrió de nuevo lo suficiente para permitir otra momentánea vista de la isla, ella apenas se dio cuenta de que las rocas no estaban tan cerca como antes.
Honninscrave y Soñadordelmar continuaron remando, pero su respiración se iba haciendo más difícil en sus pulmones, y sus espaldas y hombros lanzaban emanaciones de esfuerzo. Esto hizo que Linden estuviera atenta al paso del tiempo. El hechizo producido por el vapor parecía haber consumido la mitad de la noche. Ella trató de alejar de sí aquel entumecimiento, de eliminar aquella húmeda estupefacción de sus mejillas. Cuando la niebla volvió a abrirse, vio la isla claramente.
El bote no había avanzado en absoluto.
—¡Maldita sea! —exclamó Covenant—. ¡Por todos los infiernos!
—Ahora sí que estoy en un buen laberinto —empezó Encorvado—. Esta atmósfera… —Pero no encontró las palabras que necesitaba.
Buscadolores estaba mirando la isla. Su cara y su pelo permanecían secos. No habían sido tocados por la niebla. Mantenía los brazos cruzados sobre el pecho como si los movimientos del mar no le afectaran. El enfoque de sus ojos era tan consciente como un acto de voluntad.
—Buscadolores —empezó Linden—. En nombre de Dios. ¿Qué es lo que nos estás haciendo?
Pero entonces estalló la violencia detrás del Designado.
Brinn intentó saltar más allá de donde estaban Honninscrave y Soñadordelmar. Este último se lo impidió. Forcejeando cayeron al fondo de la falúa. Honninscrave embarcó sus remos y luego cogió los de Soñadordelmar al ver que se habían salido de sus encajes. En seguida, Encorvado se dispuso a coger los remos. Honninscrave dio la vuelta e intentó separar a Brinn y a Soñadordelmar.
Cail trató de acercarse al lugar de la disputa. Poniéndose en pie, la Primera lo sujetó, colocándolo, sin ceremonias, detrás de ella. Luego sacó su espada.
—¡Basta!
Honninscrave se apartó de su camino. Soñadordelmar dejó de luchar. Antes de que Brinn pudiera evadirla, ya tenía la punta de la espada en su garganta.
Cail trató de ir en ayuda de Brinn, pero Honninscrave se lo impidió.
—Ahora —dijo la Primera—, vas a decirme qué significa todo esto.
Brinn no le respondió a ella. Dirigió su voz a Covenant.
—Ur-Amo, permite que te hable.
En seguida Soñadordelmar movió su cabeza con vehemencia.
Covenant empezó a contestar. Linden le detuvo.
—Espera un momento. —Estaba jadeando como si aquella niebla le hiciera difícil la acción de respirar. Rápidamente cruzó el banco de los remeros hacia Soñadordelmar, al fondo de la falúa. Sus ojos se fijaron en los de ella como una súplica—. Tú has visto algo —dijo—. Tú sabes lo que está pasando aquí.
La cara de Soñadordelmar estaba humera por la condensación de aquella niebla resplandeciente. La humedad hacía su cicatriz parecer un grito de dolor.
—Tú no quieres que Brinn hable con Covenant. —Continuó Linden.
Los ojos de Soñadordelmar parpadearon. Ella había llegado a una conclusión falsa.
—Tú no quieres que haga lo que tiene en mente —insistió—. No quieres que llegue a persuadir a Covenant para que le permita hacerlo.
A esto, el gigante mudo asintió con desesperada urgencia.
Sus intuiciones se le adelantaban. La tensión de Soñadordelmar contenía una angustia personal que trascendía a la lógica.
—Si Brinn hace lo que quiere hacer, todas las cosas terribles que tú has visto sucederán. Y no tendremos posibilidad de evitarlo.
Luego la visión de su angustia cerró la garganta de Linden, sabía que Soñadordelmar sólo tenía una oportunidad de salvarse.
Luchando para recuperar su voz, se dirigió a Covenant a través del bote.
—No, no permitas… —estaba temblando—. No permitas que lo haga. Las consecuencias…
Covenant no estaba mirando hacia ella. Observaba a Brinn con tal expresión de náusea que ésta obligó a Linden a seguir la dirección de su mirada.
El haruchai sujetaba la espada de la Primera con una mano; e intentaba en apartar la punta de su garganta, contra la oposición de su gran fuerza. La sangre brotaba de su antebrazo por un corte producido por la afilada hoja. Pero su determinación se mantenía firme. En un momento iba a cortarse sus dedos si la Primera no cedía.
—¡Brinn! —gritó Linden.
El haruchai no dio signos de haberla oído.
Musitando maldiciones, la Primera retiró su espada.
—Estás loco —dijo, con voz enronquecida por la tensión—. No aceptaré la responsabilidad de tu mutilación o muerte de esta forma.
Sin mirarla Brinn se incorporó y se acercó a Covenant. Su mano continuaba sangrando, pero no le prestó atención. Solamente cerró sus dedos alrededor de la herida. Parecía que preparaba su puño para atacar al Incrédulo.
Pero se detuvo junto a Covenant.
—Ur-Amo, te pido que me escuches.
Covenant miró al haruchai. Su asentimiento parecía extrañamente frágil; la intensidad de su cólera le hizo parecer frágil. Alrededor de ellos la niebla revoloteaba y bullía como si nunca fuera a permitir que se marcharan.
—Hay una historia entre los haruchai —Brinn empezó sin inflexión alguna—, una leyenda conservada por los viejos narradores desde la más lejana distancia de nuestro pasado, muchos años antes de que nuestro pueblo encontrara a Kevin Pierdetierra y a los Amos del Reino. Se dice que en los límites de la Tierra en el final del Tiempo, hay un hombre solitario que guarda el significado de los haruchai, un hombre al que llamamos ak-Haru Kenaustin Ardenol. Se dice que él domina toda la destreza y las hazañas que nosotros deseamos, toda la moderación y la calma, y ha llegado a ser perfección, pasión y maestría dentro del equilibrio de la grandiosidad de las montañas. Y se dice, que si alguna vez un haruchai busca a ak-Haru Kenaustin Ardenol y lucha con él, aprenderemos la medida de nuestro valor, en derrota o triunfo. Por tanto los haruchai constituyen un pueblo que busca. En cada uno de nuestros corazones late una llamada para esta prueba y el conocimiento que ofrece.
«Pero el camino que conduce a ak-Haru Kenaustin Ardenol es desconocido, y siempre lo ha sido. Se dice que debe continuar así, que sólo puede ser encontrado por alguien que conoce sin conocimiento y que no está buscando la cosa que busca. —En contraste con su habitual frialdad, la voz de Brinn expresaba una gran excitación—. Yo soy ese alguien. Yo he venido a este lugar en tu nombre más que en el mío propio, buscando aquello que yo no he buscado.
»Ur-Amo, nos hemos retirado de tu servicio. Ahora ya no te sirvo a ti. Pero tú llevas el anillo blanco. Tú tienes poder para privarme de mi deseo. Si tomas esa responsabilidad sobre ti, será un perjuicio para mí, o tal vez para todos los haruchai. Te pido que me lo permitas. No comprendo nada de la Visión de la Tierra de Soñadordelmar. Está claro para mí que sólo podré ganar o perder. Si pierdo, el asunto recaerá en ti, Y si gano… —Su voz bajó como si no tuviera otra forma de contener la fuerza de su anhelo. Su puño, cerrado como si estuviera agarrando su propia sangre, se levantó como una súplica—. Ur-Amo, no me prives del sentido de nuestras vidas.
Linden no tenía idea de lo que estaba hablando Brinn. Su discurso parecía tan inadecuado como una oración en una pesadilla. Sólo Soñadordelmar y Buscadolores, mostraban cierta comprensión. Soñadordelmar estaba sentado cubriéndose la cara con las manos como si no hubiera escuchado lo que estaba oyendo, y Buscadolores se mostraba como un hombre que supiera todas las respuestas y las odiara.
Bruscamente, Covenant se secó el sudor de niebla de la frente. Su boca formó diferentes frases que no fueron pronunciadas.
—¿De qué diablos estás hablando? —Dijo al fin.
Brinn no contestó, pero levantó su brazo, señalando la isla. Su gesto era tan decidido que arrastró todos los ojos con él.
En algún lugar, más allá de la proa de la embarcación, se abrió una ventana en la niebla, revelando una roca desnuda. Estaba ligeramente elevada sobre el nivel del mar. El elusivo vapor perlado hacía difícil calcular las distancias; pero aquella roca húmeda y oscura parecía estar mucho más cerca de lo que la isla había estado poco tiempo antes. De hecho, aquella roca podía no formar parte de la isla. Parecía existir sólo dentro del contexto de la niebla.
Sentado sobre un banco de arena, con las piernas cruzadas había un hombre anciano vestido con viejas y descoloridas ropas.
Su cabeza estaba ligeramente inclinada en actitud de meditación. Pero sus ojos estaban abiertos. El blanquecino tinte de las cataratas o la ceguera llenaba sus órbitas. Débiles mechones de pelo se esparcían por lo alto de su cabeza; una barba gris y cerdosa, acentuaba la delgadez de sus mejillas. Su piel estaba apergaminada por la edad, y sus miembros desnutridos hasta un punto extremo. Y sin embargo, todavía irradiaba una imponente e incomprensible fortaleza.
Brinn o Cail podrían llegar a tener el mismo aspecto si la intensidad de sus vidas les permitía alcanzar una edad tan avanzada.
Casi inmediatamente, la niebla volvió a cerrarse, caracoleando sobre sí misma en un fantasmal silencio.
—Sí —dijo Buscadolores como si esperara que nadie le prestara atención—. El Guardián del Árbol Único. Hay que pasar de largo.
Covenant miró al Designado. Pero Buscadolores no correspondió a su mirada. Con un movimiento brusco, el Incrédulo se encaró con Brinn. La niebla iluminaba su cara como la radiación de su espanto.
—¿Es eso lo que quieres hacer? —Su voz se hundía en el silencio nacarado—. ¿Enfrentarte al Guardián? ¿Luchar con él?
Suavemente Brinn respondió:
—El elohim ha dicho que debes pasar de largo ante él para llegar al Árbol Único. Y yo creo que él es ak-Haru Kenaustin Ardenol. Si estoy en lo cierto, ambos podemos conseguir lo que deseamos.
—¿Y si pierdes? —Covenant lanzó la palabra directamente contra la pasión de Brinn—. Tú ya crees que eres indigno. ¿Cuánto más crees que puedes soportar?
El rostro de Brinn permaneció inmutable.
—Saber la verdad. Todo ser que no puede soportar la verdad, es de verdad indigno.
Covenant dudó. Su dolorida mirada se dirigió hacia Linden pidiendo ayuda.
Ella veía con claridad su conflicto. El temía arriesgarse, arriesgar su capacidad de destrucción… contra el Guardián. Pero nunca había aprendido la manera de dejar que alguien ocupara su lugar cuando él estaba asustado.
Y no quería negar a Soñadordelmar. El gigante mudo todavía escondía su cara como si hubiera ya traspasado los límites de la resistencia de su alma.
Ella también dudó, cogida en sus propias contradicciones. Instintivamente confiaba en Soñadordelmar; pero la necesidad que había llevado a Brinn a apartar la espada de la Primera también le impresionaba. Ella comprendía la actitud de los haruchai, anhelaba hacer las paces con ellos. Pero no podía olvidar los esfuerzos de Soñadordelmar para comunicarle su Visión.
La Primera y Encorvado estaban juntos, mirándola. Los dedos de Honninscrave se apoyaban en los hombros de Soñadordelmar; pero sus ojos también la estudiaban a ella. La mirada de Covenant la atravesaba. Sólo Brinn no estaba esperando su respuesta. Dedicaba su atención al Incrédulo.
Incapaz de decir sí o no, ella trato de encontrar otra solución al dilema.
—Hemos estado remando la mitad de la noche —dirigía sus palabras a Brinn, esforzándose para captar las vibraciones de ellos—, y ni siquiera nos hemos acercado. ¿Cómo crees que puedes llegar hasta aquel hombre y luchar con él?
Entonces ella lanzó un grito; pero ya era demasiado tarde. Brinn había tomado su pregunta como un permiso. O había decidido prescindir de la aprobación de Covenant. Demasiado rápido para ser detenido, saltó de la embarcación y nadó hacia la roca.
La niebla se lo tragó. Linden oyó el chapoteo cuando se tiró al agua pero no la estela de su camino.
Junto con Covenant y Honninscrave, se asomaron, pero el haruchai ya estaba fuera de la vista. Incluso nadaba sin hacer ruido.
—¡Maldito seas! —exclamó Covenant. Su voz resonó y luego murió en la cavernosa niebla—. ¡Al menos no falles!
Por un momento, nadie habló. Luego la Primera dijo:
—Honninscrave —su voz era de acero—, Soñadordelmar. Ahora vais a remar como nunca hayáis remado. Si está al alcance de la fuerza de los gigantes, llegaremos a esa isla.
Honninscrave se dirigió hacia su banco de remero. Pero Soñadordelmar fue más lento en responder. Linden temió que no respondiera. Que hubiera caído demasiado lejos en su horror. Estuvo a punto de protestar contra la orden de la Primera. Pero lo había subestimado. Sus manos abandonaron su cara y se convirtieron en puños. Volvió a su asiento y cogió sus remos. Agarrando sus mangos como si fuera a triturarlos, atacó el agua.
Linden se tambaleó ante el súbito arranque, luego se sujetó en uno de los bancos y volvió la cara hacia donde estaba Covenant.
Por un momento, Honninscrave casi no podía mantener el frenético ritmo de su hermano. Luego se acoplaron el uno al otro.
La niebla se abrió de nuevo. Un vislumbre de estrellas y noche más allá de la cumbre de la isla demostró que la falúa no hacía ningún progreso.
Un latido de corazón más tarde, el vapor se aclaró y el montón de roca se hizo nuevamente visible.
Parecía estar mucho más cerca que la isla. Y estaba vacío. El viejo se había marchado.
Pero esta vez la niebla no se volvió a cerrar inmediatamente.
Brinn caminaba ya por el borde de las rocas. Se inclinó formalmente ante el aire vacío como si estuviera frente a un honorable oponente. Lentamente se colocó en una estilizada posición de combate. Luego retrocedió como si hubiera sido golpeado por puños demasiado rápidos para ser evitados. Cuando cayó, la niebla se cerró de nuevo.
Linden apenas se dio cuenta de que los gigantes habían dejado de remar. Moviéndose en sus asientos, Honninscrave y Soñadordelmar miraban intensamente hacia adelante. No había sonidos en el bote a excepción de la voz de Encorvado, que hablaba en tono muy bajo, y las masculladas maldiciones de Covenant.
Pronto la niebla volvió a abrirse. Esta vez exponiendo a la vista un montón de piedras a una mayor altura de la que estaba el banco de arena.
Brinn estaba allí, saltando y cayendo de roca en roca en una batalla a muerte con la atmósfera vacía. Su mano herida estaba cubierta de sangre. También sangraba su sien. Pero se movía como si despreciara cualquier dolor. Con los puños y pies daba golpes que parecían impactos contra el aire… y tenían efecto. Pero al mismo tiempo estaba siendo golpeado con una rápida vehemencia que sobrepasaba sus defensas. Aparecieron cortes debajo de un ojo y en las comisuras de sus labios; había rasgaduras en su túnica que revelaban heridas en el torso y en los muslos. Luego fue arrastrado hacia atrás y quedó fuera de la vista cuando la niebla se espesó de nuevo.
Covenant se agachó febrilmente en la proa de la embarcación. Estaba ya marcado con gotas iluminadas como si fueran implicaciones de magia indomeñable, pero no se desató el poder en él. Linden estaba segura de ello. El frío resplandor en su piel parecía mantenerlo inerte, insensibilizando su instinto de fuego. Ante su percepción aparecían los huesos de Covenant precisos y frágiles. Había dejado de maldecir como si incluso la ira y la protesta fueran inútiles.
Cail se había adelantado hacia la proa y ahora estaba mirando a través de la niebla. Cada línea de su cara denotaba tensión y apasionamiento. La humedad brillaba en su frente como sudor. Por primera vez, Linden vio a un haruchai respirar agitadamente.
Después de una pausa prolongada, otra vista apareció a través de la niebla. Era más alta que las otras, pero no más amplia. Inmensas piedras se habían chocado unas con otras allí, formando un campo de batalla de piedras de cascotes y ranuras tan afiladas como cuchillos. Herían los pies de Brinn cuando luchaba saltando de un lugar a otro, lanzando y evadiendo ataques con la salvaje extravagancia de un hombre que se hubiera abandonado a sí mismo. Sus vestiduras colgaban en tiras. No había parte de su cuerpo libre de sangre o golpes.
Pero ahora se vislumbraba al Guardián. Deslizándose de golpe a golpe como una sombra de sí mismo, el anciano se movía y giraba como si no pudiera ser tocado. Y aunque muchos de los golpes de Brinn llegaban a alcanzarlo, cada impacto parecía fortalecerlo. Cada ataque de Brinn elevaba el poder de su oponente.
El Guardián no mostraba ninguna señal de herida; y Brinn estaba recibiendo un castigo que superaba toda medida. Linden llegó a pensar que aquello no podía durar mucho; al haruchai le sería imposible resistir. Tenía que tirarse sobre la piedra, cortándose la piel, a fin de evadir el intento del viejo de romper su espalda.
No podía huir con la suficiente rapidez. El Guardián estaba persiguiéndolo, cuando la niebla tapó la escena, ocultándolos con su húmedo resplandor.
—Tengo que… —Covenant golpeó inconscientemente la proa de piedra del bote con sus puños. De sus nudillos brotó sangre—. Tengo que ir en su ayuda. —Pero cada ángulo de sus brazos y hombros decía claramente que no sabía cómo.
Linden se reafirmó en sí misma y luchó para reprimir sus instintivas lágrimas. Brinn no iba a sobrevivir durante mucho tiempo. Estaba tan mal herido que podía desangrarse. ¿Cómo iba a seguir luchando si las fuerzas abandonaban sus venas momento a momento?
Cuando la niebla se abrió por última vez, reveló una gran altura sobre el nivel del mar. Tuvo que levantar la cabeza para ver la ligera rampa que conducía a un profundo precipicio. Y más allá del precipicio no había nada, excepto el salto desde una altura tremenda.
Un momento después, apareció Brinn.
Estaba siendo empujado hacia la rampa; luego hacia el precipicio, rodando como si la vida hubiera abandonado sus piernas. Había sido despojado ya de toda su ropa; ya no llevaba nada excepto oscuros hematomas y regueros de sangre. Ya casi no podía levantar los brazos para esquivar los golpes que le impedían retroceder.
El Guardián estaba completamente visible ahora. Sus ojos lechosos resplandecían a la luz de la niebla mientras golpeaba y empujaba a Brinn hacia el precipicio. Sus ataques se producían con un sorprendente silencio más vivido que cualquier ruido de carne golpeada. Su túnica flotaba sobre sus miembros como si la falta de color fuera la esencia de su fuerza. No había en él ningún parpadeo ni un indicio de expresión mientras conducía a Brinn hacia la muerte.
Brinn llegó al borde del precipicio. De algún lugar dentro de sí mismo reunió desesperadamente las fuerzas necesarias para defenderse. Varios golpes alcanzaron al Guardián, aunque sin dejarle marca alguna. Por un momento, el viejo fue obligado a retirarse.
Pero parecía volverse más hábil e irresistible al ganar solidez. Casi de inmediato, rechazó el contraataque de Brinn. Con unos golpes como destellos de carnes y hueso, obligó nuevamente a Brinn a retirarse hacia el precipicio. Un rápido golpe al abdomen de Brinn, obligó a éste a bajar los brazos defensivamente. Gesto que el viejo aprovechó para martillear sobre su frente.
Brinn rodó hacia el borde, y empezó a caer.
El grito de Covenant atravesó la niebla con desesperación:
—¡Brinn!
En una brevísima pausa mientras su equilibrio fallaba, Brinn miró hacia los atónitos espectadores. Entonces giró sus pies de una forma que garantizara su caída; pero al mismo tiempo, sus manos se agarraron a la túnica del viejo. Rindiéndose al precipicio, arrastró al Guardián con él.
Linden se agachó contra los bancos. No oyó el gruñido de Soñadordelmar, ni el penoso asombro de Encorvado, ni el grito de alabanza de Cail. La caída de Brinn ardió a través de sus sentidos, impidiéndole a percibir cualquier otra cosa. Aquella caída se repetía en ella con cada latido de su corazón. Así lo había escogido.
Luego la piedra rozó el costado de la falúa. Su proa se encalló en una fisura entre dos rocas. Linden y Covenant chocaron y abrazándose automáticamente cayeron al fondo de la embarcación.
Cuando volvieron a levantarse todo había cambiado en su entorno.
La niebla había desaparecido, y con ella muchas de las estrellas; ya que el sol había empezado a salir, y su naciente luz teñía de gris los cielos. El Gema de la Estrella Polar podía ser vista vagamente en la distancia, fondeada más allá de la barrera de arrecifes. Y sobre la falúa, la isla del Árbol Único se alzaba como un monumento de homenaje a todos los muertos valientes de la Tierra.
Honninscrave pasó junto a Linden y Covenant, y trepó sobre las piedras para asegurar la embarcación en el lugar donde ella misma se había fijado. Luego les ofreció ayuda para salir de la falúa. Su rostro estaba blanco por la pérdida inesperada. Parecía un personaje de un sueño.
Cail se acercó a Linden enarbolando el triunfo. Puso las manos en su cintura y la levantó para pasársela a Honninscrave. El capitán la dejó sobre las rocas detrás de él. Tensamente, Linden ascendió por las piedras. Luego se detuvo y miró a su alrededor como si hubiera perdido su visión. Covenant trepó hacia donde estaba ella con dificultad. El amanecer ya iluminaba la cumbre de la isla. La ausencia del palo mayor del dromond era tristemente obvia. Soñadordelmar saltó a las rocas como si sus esfuerzos o la Visión de la Tierra le hubieran envejecido. La Primera, Encorvado y Honninscrave lo siguieron como un cortejo. Vain y Buscadolores fueron tras los gigantes, como personas que acompañaran un duelo. Esta era la parte superficial. Debajo de todo, yacía el tenso instante de la caída de Brinn. Obsesionados por lo que habían presenciado, los componentes del grupo no se miraron entre sí cuando se reunieron a corta distancia de la falúa.
Cail era el único que no mostraba tristeza. Aunque su expresión era tan indiferente como siempre, sus ojos brillaban como si hubiera una sonrisa en su interior. Si hubiera podido encontrar su voz, Linden se lo hubiera reprochado. Pero no tenía palabras, o le faltaban fuerzas para pronunciarlas, Brinn había oído el grito de Covenant con agradecimiento y había caído. No había suficientes palabras. Ninguna fuerza era suficiente.
Encorvado se acercó a Covenant, y puso una mano de amigo sobre su hombro. La Primera rodeó con sus brazos a Soñadordelmar como si quisiera librarlo de sí mismo. Vain miraba a la nada con su ambigua sonrisa. Buscadolores no mostraba ninguna reacción. Pero la mirada de Cail danzaba bajo la luz creciente, brillante de exaltación.
—No temáis. El no ha fracasado. —Dijo, pasado un momento.
Y Brinn apareció como si hubiera sido invocado por las palabras de Cail. Moviéndose ágilmente sobre las rocas, se acercó al grupo. Sus pasos eran libres. El movimiento de sus brazos no expresaba dolor. Hasta que estuvo frente a ella, Linden no pudo ver que había sido seriamente herido. Pero todas sus heridas estaban curadas. Su rostro y sus miembros estaban cubiertos por un entramado de pálidas y recientes cicatrices; pero sus músculos se arracimaban y movían bajo su piel como si estuvieran llenos de júbilo.
En lugar de la túnica que había sido destrozada, vestía la túnica descolorida del Guardián. Linden lo miró. La boca de Covenant formaba su nombre una y otra vez, pero no salía sonido alguno. Honninscrave y la Primera estaban asombrados. Una lenta sonrisa se dibujó en la cara de Encorvado, reflejando el brillo de los ojos de Cail. Soñadordelmar hizo un movimiento de cabeza. Pero ninguno de ellos fue capaz de hablar.
Brinn se inclinó ante Covenant.
—Ur-Amo —dijo firmemente—, el acercamiento al Árbol Único te corresponde a ti, —señaló la soleada cumbre de la isla. Su tono llevaba un tinte de triunfo apenas perceptible—. Yo te he abierto la puerta.
El semblante de Covenant mostró vacilación como si él no supiera si reír o llorar. Linden sí lo sabía; sus ojos ardían como el nacimiento de la mañana. El gigante mudo seguía asintiendo como si la victoria de Brinn le hubiera privado de cualquier otra respuesta.
Covenant iba a enviar a Linden de regreso a su mundo.