Retirada de servicio
La llamada de las esposas del lago penetraba en Covenant como un punzón, tan sutil y afiladamente que no la habría detectado en la música si su corazón no hubiera saltado en respuesta. No era consciente de su resistencia contra la sujeción de Encorvado, ni tampoco de que estaba boqueando como si ya no fuera capaz de respirar aire, como si necesitara inhalar agua. La canción lo dominaba. Su dulzura y deseo entró en él hasta la médula de sus huesos. Perspectivas de grandeza y final se abrían más allá de la barandilla como si la música tuviera palabras…
Ven a nosotros para curar el corazón y aliviar el alma, para la consumación de toda la carne.
…Como si la estilizada danza de los surtidores, destelleantes de sol, fuera una frase pronunciada en una lengua que él comprendía. Sólo las manos de Encorvado le impedían lanzarse al mar en respuesta.
La cara de Linden apareció frente a él, tan real como el pánico. Estaba gritando, pero él no la podía oír a través de la canción. Sólo aquellas manos le impedían continuar su camino hacia el mar. Su corazón había dejado de latir, o tal vez el tiempo se había detenido. ¡Sólo aquellas manos…!
Su fuego se reunió en un destello. La magia indomeñable ardió entre sus huesos para apartar a Encorvado de su camino.
Pero el poder y el veneno convirtieron la música de las esposas del lago en un llanto dentro de su mente. La repulsión surgió, ya fuera de las Danzarinas o de sí mismo. No pudo saberlo. Ellas no querían a un hombre como él… y Encorvado era su amigo, no quería herir a su amigo, no otra vez; ya había herido a muchos más de lo que podía soportar. A pesar de la gigantina capacidad de Encorvado para aguantar el fuego, había tenido que soltar a Covenant. ¡No otra vez!
Libre del influjo de la canción, cayó hacia adelante, contra Linden.
Ella lo sujetó como si él todavía estuviese tratando de lanzarse al mar. Covenant forcejeó para soltarse. El paso de la música había dejado trazos incandescentes de comprensión a través de él. Las esposas del lago no querían el peligro que él representaba. Querían hombres potentes y vitales, hombres en los que apoyarse. Linden luchó para calmarlo usando los mismos procedimientos que había empleado una vez con Sunder. El trató de gritar: ¡Soltadme! ¡No es a mí a quien quieren! Pero su garganta estaba anudada por los recuerdos de la música. La consumación de toda la carne. Bruscamente, logró liberar un brazo y señaló con él.
Demasiado tarde.
Brinn y Cail corrían ya hacia la barandilla.
Todos habían estado observando a Covenant. Soñadordelmar y la Primera habían ido hacia él para controlarlo si Linden fallaba. Y todos habían aprendido a confiar en la invulnerabilidad de los haruchai. Ninguno de ellos reaccionó a tiempo.
Brinn y Cail saltaron sobre la barandilla; y por una fracción de segundo estuvieron expuestos a la luz del sol preparados para saltar de cabeza con temerario gozo. Luego se sumergieron en el mar como si aquello se hubiera convertido en la esencia de todos sus deseos.
Por un momento, que duró lo que la pausa de un corazón asombrado, nadie se movió. Los palos estaban derechos y quietos como si hubieran sido clavados en el aire. Las velas colgaban en sus obenques como una materialización del asombro. Y el dromond seguía dando vueltas. Tan pronto como la calma reuniera el ímpetu suficiente, el barco sería succionado. Los haruchai no habían dejado ningún anillo en el agua tras de ellos marcando su existencia.
La boca de Covenant se esforzó en un grito imposible. Estaba jadeando para sí ¡Brinn! ¡Brinn! Había depositado tanta fe en los haruchai que se habían convertido en algo muy necesario para él. ¿Eran sus corazones mortales y frágiles después de todo? Bannor le había mandado: Redime a mi pueblo. Había vuelto a fallar.
Con un esfuerzo convulso, apartó a Linden. Mientras ella se tambaleaba, él lanzó un grito de llama.
Su erupción sacó a los observadores de su trance. La Primera y Honninscrave impartieron órdenes. Los gigantes entraron en acción.
Linden había tratado nuevamente de sujetar a Covenant. Su temor por él tensaba sus facciones, pero la llama la mantenía apartada. Covenant se dirigía hacia la barandilla como un reguero de fuego.
Soñadordelmar y Encorvado estaban allí delante de él. Luchaban como enemigos. Soñadordelmar tratando de lanzarse al mar, Encorvado impidiéndoselo. Mientras forcejeaban, Encorvado gritó:
—¿No eres un hombre? Si vuelven su canción contra ti, ¿cómo vas a rechazarla?
Covenant interpuso un brazo de llama, obligando a Soñadordelmar a retirarse hacia la cubierta de proa. Y se quedó solo junto a la barandilla. El fuego brotaba de sus brazos como si estuviera preparando un cataclismo contra las Danzarinas.
La gente le gritaba… Linden, Buscadolores, la Primera. El no sabía qué podría hacer si las esposas del lago dirigían nuevamente su canción hacia él, y no le importaba. Estaba arrebatado de cólera por Brinn y Cail. Los haruchai le habían servido fielmente cuando su necesidad era tan grande que hasta le impedía pedir ayuda.
Bruscamente, una mano golpeó su hombro y le obligó a volverse. La Primera se encaró a él; su brazo se levantó preparando otro golpe.
—¡Giganteamigo, escúchame! —gritó—. Guarda tu poder; no sea que encuentren medios de volverlo contra ti.
—¡Son mis amigos!
Su voz era un toque de vehemencia.
—¡Y los míos! —respondió ella, contestando a su ira con dureza—. Si ellos pueden ser rescatados mediante alguna acción, yo me encargaré de ello.
El no quería detenerse. El veneno estaba ardiendo en sus venas. Por un instante, estuvo a punto de apartarla a un lado, como a algo incómodo para su poder.
Pero entonces Linden se unió a la Primera, implorándole con sus ojos y sus manos abiertas. La trepidación desfiguraba su cara haciéndola súbitamente dolorosa para él. Su pelo brillaba sobre sus hombros igual que un aviso. Y Covenant recordó quién era, un leproso con buenas razones para temer a la magia indomeñable.
—¡Son mis amigos! —insistió roncamente. Pero en aquel momento, oyó de nuevo la canción de las Danzarinas que no le era posible rechazar. No tenía medios para rescatar a Brinn y Cail, excepto una violencia tan inmensa que podría destruir al mismo tiempo el Gema de la Estrella Polar.
Dio la espalda a la barandilla, levantó el rostro hacia el cerúleo éxtasis del cielo como si quisiera reconvenirlo. Pero no hizo nada. Reprimiéndose, dejó que el fuego se apagara. Su anillo parecía una atadura en el segundo dedo de su media mano.
Oyó el tenso suspiro de alivio de Buscadolores; pero ignoró al elohim. Estaba mirando a Soñadordelmar. Pudo haber herido al gigante mudo.
Pero Soñadordelmar era como sus compañeros, inmune al fuego, aunque no al dolor. Se había dominado a sí mismo y recogió la mirada de Covenant como si compartieran razones de desconcierto.
Covenant se retiró sin hablar. Cuando Linden se acercó a él y puso sus manos sobre su brazo en un gesto de consuelo, él cerró sus entumecidos dedos sobre los de ella y se volvió para ver los preparativos de los gigantes.
La Primera se había reunido con Furiavientos. Los miembros de la tripulación trabajaban entre ellas y la escotilla más próxima. Con una preocupada celeridad, la Primera se quitó la espada y la malla. Sus ojos estaban fijos en la llanura de agua, como si fuera la cobertura de algo fatal. En unos momentos, los gigantes sacaron de las bodegas dos largos tubos de lona, como mangueras. Los extendieron en largas espirales en la cubierta de popa y a través de la escotilla. Luego un grito llegó desde abajo; y los tubos empezaron a retorcerse y a silbar como serpientes a medida que el aire era forzado hacia su interior.
Estaban tardando demasiado. La presión de Covenant emblanquecía la mano de Linden, pero no podía disminuirla. No podía calcular hasta dónde habían llegado Cail y Brinn. Posiblemente se estaban muriendo por falta de aire. El calor empezó a aumentar nuevamente dentro de él. El esfuerzo de contención hizo que le diese vueltas la cabeza como si el movimiento rotatorio del dromond se hubiera acelerado.
Para los gigantes que estaban cerca, la Primera musitó:
—Poned sobre aviso al capitán. Se dice que las esposas del lago pueden mostrarse poco amables cuando se les arrebata su presa. Si no fallamos, habrá necesidad de toda su pericia.
Uno de la tripulación se alejó para llevarle el mensaje. Por un instante, ella miró a Covenant y Linden:
—Mantened la esperanza —dijo tensamente—. Creo que no fallaré.
Ve, quiso gritarle Covenant. ¡Ve!
Linden se separó de él y dio un paso hacia la Primera. Sus labios se apretaban en un gesto de severidad; las líneas de su semblante eran tan agudas como las acusaciones de Brinn. Covenant estaba aprendiendo a leerlas con una exactitud que casi igualaba la percepción de ella. Escuchó el deseo de vindicación en su voz cuando ella le dijo:
—Llévame contigo. Yo puedo ayudar.
La Primera vaciló.
—Escogida, en este trabajo somos más rápidas y más capaces que tú.
Sin demora, la Primera y Furiavientos cogieron los tubos, subieron a la barandilla y saltaron al agua.
Encorvado las miraba como si estuviera atemorizado. Covenant siguió a Linden al lado del gigante, atraído por el movimiento de las mangueras. Al igual que los haruchai, la Primera y la sobrecargo, parecieron desvanecerse sin dejar ninguna huella en el agua estática. Pero los tubos bajaron rápidamente al fondo, enviando burbujas a la superficie. Los surtidores no disminuían. Más bien parecían aumentar su vehemencia, como si estuvieran saboreando una respuesta a su larga insatisfacción. Más allá de ellos, las rachas de vientos continuaban batiéndose unas contra otras. La tarde empezó a declinar. Aún las burbujas subían como signos de esperanza. En las bodegas, los gigantes trabajaban con las bombas, introduciendo aire en los tubos.
La tensión se clavaba en el refrenamiento de Covenant, urgiendo fuego. Sus puños se cerraban y abrían nerviosamente. De pronto, se acercó a la barandilla.
—Ha llegado el momento de que haga algo.
Rígido por la represión, caminó hacia la proa del dromond.
Linden fue tras él como si todavía temiera que pudiera sucumbir a la locura o a las esposas del lago en cualquier momento. Pero su presencia lo estabilizó. Cuando llegó a la proa, estaba dispuesto a enfrentarse con el Designado sin gritarle su desesperación.
Los ojos amarillos de Buscadolores bizquearon con un gran potencial de angustia. Covenant lo midió con una mirada. Luego bruscamente dijo:
—Tú quieres que se confíe en ti. No, no es eso. Tú eres un elohim. Vosotros no necesitáis nada tan mortal y falible como la confianza. Tú quieres ser comprendido. Ahora tienes tu oportunidad. Ayuda a mis amigos. Han hecho todo lo que la carne y la sangre pueden hacer para mantenerme vivo. Y no sólo a mí sino también a Linden, la Solsapiente. Esto ha de contar para algo. —Sus brazos estaban rígidos a sus costados. Sus manos cerradas. La llama podía verse entre sus dedos, demasiado potente y necesaria para que pudiera ser apagada. Las cicatrices en su antebrazo le dolían en recuerdo de los colmillos—. ¡Maldita sea!, ha llegado el momento de que hagas algo para ayudar a mis amigos.
—¿Y si no lo hago? —El tono de Buscadolores no era arrogante. Más bien expresaba dificultad y aprensión—. ¿Vas a obligarme? ¿Vas a arrancar la tierra de sus cimientos para obligarme?
Los hombros de Covenant estaban temblando. No podía controlarlos. Palabra a palabra, articuló:
—Te lo estoy pidiendo. —El peligro sangraba en su garganta—. Ayuda a mis amigos.
Un reconocimiento implícito se asomó a la mirada de Buscadolores, pero no llegó a manifestarse. Lentamente dijo:
—Es verdad que se han contado muchas historias de estas esposas del lago, las Danzarinas del Mar. Una de ellas dice que son descendientes y herederas de la mujer a quien Kastenessen amó, que ella había tomado para sí el poder y el conocimiento que había obtenido de él, y también a las hijas de todas las mujeres traicionadas por los hombres, y junto con ellas quiso vengar sus afrentas en todos los hombres que abandonan sus hogares en el nombre del mar. Los haruchai han ido a correr un riesgo que procede solamente en la irrefrenable extravagancia de sus propios corazones, ya que las esposas del lago no han hecho nada, excepto cantar, pero los haruchai han respondido. No voy a actuar otra vez contra aquello que nació del loco amor de Kastenessen.
Deliberadamente, se volvió de espalda como si temiera que Covenant lo golpeara.
La cólera bajaba por el brazo de Covenant, pidiendo violencia. Buscadolores había rehusado cualquier actuación que pudiera haber paliado el daño producido por su pueblo. Covenant apretó los dientes para contener las protestas que hubieran ardido a través del barco gigante. Pero Linden estaba con él. Notaba el frescor de su mano sobre su frente caliente.
—No quiere hacer ningún bien. —Su voz chocó entre sus dientes—. No lo haría aunque le arrancara el corazón con mis propias manos.
Pero él creía en la conveniencia de refrenarse. El deseo de sangre le aterraba, más el suyo que el de otros. ¿Por qué otra razón había dejado que el Amo Execrable continuara viviendo?
Los ojos de ella lo observaban como si estuviera a punto de decir: ¿De qué otra forma puedes luchar? Amargada por la vulnerabilidad, una vez había dicho: Algunas infecciones hay que cortarlas de raíz. Aquel dolor estaba aún presente en las marcas que la muerte y la severidad habían dejado alrededor de su boca. Pero ahora había adoptado una actitud diferente, que sorprendió a Covenant.
—Después de que Hergrom te rescatara —dijo—, mató a aquel guardián. Durante un rato nosotros estuvimos a solas con Kasreyn. Brinn quería matarlo entonces. Y yo deseaba que lo hiciera. Pero no pude… No pude permitirlo. A pesar de que sabía que algo iba a ocurrirle a Hergrom, no podía ser responsable de más muertes. —Su madre estaba ante sus ojos—. Puede que Brinn tenga razón. Puede que yo sea responsable de lo que ocurrió después. Pero los acontecimientos hubieran seguido su curso. No podíamos matarlo de todas formas.
Aquí se paró. No necesitaba continuar. Covenant ya había comprendido. El tampoco hubiera podido matar al Amo Execrable. Sin tener en cuenta de que no había sido hecho para morir.
Sin embargo, estaba equivocada en una cosa: esto había creado una diferencia. La misma diferencia que la muerte de su madre había creado en ella.
El quería decirle que se alegraba de que no hubiera dejado que Brinn matara a Kasreyn. Pero estaba desbordado por otras preocupaciones. Permaneció inmóvil por un momento en homenaje a ella. Volvió junto al grupo de gigantes que empujaban las mangueras por encima de la barandilla del dromond.
Inclinándose contra la barandilla, miró las burbujas. El pasamanos era como una barrera que cruzaba su pecho. Había pasado mucho tiempo. ¿Cómo era posible que Brinn y Cail todavía estuvieran vivos? Las burbujas llegaban a rachas, como si las dos gigantes hubieran llegado a tal profundidad que la presión afectara a sus pulmones. Los tubos vibraban y silbaban estertorosa mente, aumentando el trabajo de las bombas. Covenant empezó a respirar al mismo ritmo.
Apartó la mirada del mar. La imponderable danza de los surtidores proseguía, llevando lentamente al Gema de la Estrella Polar hacia su sepultura. La espada de la Primera descansaba sobre cubierta metida en su funda, como una cosa abandonada, sin utilidad y sin nombre. Linden estaba escudriñando locamente la zona de calma, captando percepciones indeterminadas. De forma inconsciente, sus labios dominaron a los surtidores hablando en una lengua extraña.
Bruscamente, las mangueras dejaron de moverse.
Al momento, la atmósfera allí contenida tembló como si hubiera sufrido un choque. Por un instante, un sonido ardió en la mente de Covenant como la canción de las esposas del lago violadas por un ultraje. Las rachas de viento dieron la impresión de que se levantan como puños reivindicativos, pidiendo retribución.
Reaccionando a alguna señal oculta, los gigantes empezaron a retirar los tubos, tirando de ellos mano sobre mano, con fuerza y rapidez.
Covenant trató de volverse hacia ellos, pero la visión de Linden lo contuvo. Ella estaba pálida de terror, cubriendo la boca con las manos. Sus ojos miraban a un punto distante.
El se aferró a sus brazos, hundiendo sus insensibles dedos en ellos. La mirada de Linden lo atravesó, mirando a través de él.
—¡Linden! —gritó—. ¿Qué ocurre?
—Los surtidores. —Hablaba para sí misma. Apenas parecía consciente de que estaba expresándose en voz alta—. Son parte de la danza. Las esposas del lago los usan para atrapar barcos. Debería haberlo sabido antes. —Miró a Covenant desesperadamente—. ¡Los surtidores! ¡Tenemos que avisar a Honninscrave! ¡Van a atacar!
Al comprender lo que ocurría la soltó. Ella se tambaleó durante un instante y, al recobrar el equilibrio, se dirigió corriendo hacia la cubierta de mando.
Covenant la siguió. La tensión que ella mostraba le obligó a hacerlo. Pero la Primera y Furiavientos estaban siendo izadas a la superficie. ¿Con Brinn y Cail? ¿Qué otra razón tenían las Danzarinas para atacar?
Los gigantes subían las mangueras. Las manos de Encorvado se agarraban a la barandilla, con tal fuerza que sus nudillos parecían blancos. Soñadordelmar se estaba preparando para bucear en el caso de que la Primera o Furiavientos necesitaran ayuda. La cicatriz, bajo sus ojos, denotaba una angustia por algo que no era la Visión de la Tierra.
La atmósfera se concentró como si fuera a estallar.
Llegaron voces desde la cubierta de mando. Primero la de Linden, luego la de Honninscrave. El capitán estaba dando órdenes, a gritos. Los tripulantes que no eran necesarios en las mangueras fueron rápidamente hacia los aparejos.
Mirando a lo lejos, Covenant vio como se elevaban unas vagas formas. Encorvado pidió cuerdas, aunque ya estaban en su mano. Antes de que las cabezas aparecieran en la superficie, las cuerdas habían sido lanzadas.
La Primera miró hacia arriba, al tiempo que cogía uno de los cabos con su mano libre. Furiavientos hizo lo mismo. E inmediatamente fueron izadas.
La Primera sujetaba a Brinn con un brazo, estrechándolo contra su pecho. Furiavientos llevaba a Cail sobre su espalda.
Ambos haruchai colgaban inertes, como dormidos.
Encorvado y Soñadordelmar extendieron sus manos para ayudar a las buceadoras a subir a bordo. Covenant trató de mirar entre ellos para ver más de cerca a Brinn y a Cail, pero no pudo.
Cuando la espadachina y Furiavientos pusieron pie en la cubierta de proa, el cielo entero se hizo pedazos.
Los surtidores y la calma se desvanecieron en un instante. De todas direcciones llegaron los vientos para atacar al dromond con furia de huracán. La lluvia azotaba la cubierta; la ira cubría los horizontes. En el centro del remolino, el Gema de la Estrella Polar se balanceaba en una depravada conmoción de aguas. La piedra temblaba desde el mástil hasta la quilla.
Covenant chocó contra Soñadordelmar, y se cogió a él para no ser arrastrado. Si Honninscrave no hubiera estado sobre aviso, el barco podría haber perdido sus vergas en aquel salvaje cruce de vientos. Los mismos mástiles podían haber sido arrancados de sus bases. Pero la tripulación había empezado a aflojar veías antes de que estallara la violencia. El dromond cabeceaba y se inclinaba, golpeando salvajemente de lado a lado. Las velas se enredaron caóticamente. Pero el Gema de la Estrella Polar no sufrió daño.
Luego todos los vientos se unieron en uno, y la confusión se hizo huracán, produciendo un alarido como el de un corazón golpeado. Cogió al barco gigante de lado, levantándolo. Covenant hubiera caído por la borda si Soñadordelmar no lo hubiera sujetado a tiempo. La lluvia caía sobre su cara como golpes de guadaña. La voz del capitán ya no era audible en el ruido de la tormenta.
Pero los gigantes sabían lo que tenían que hacer. De alguna forma, lograron fijar una vela en el palo de trinquete. La vela se hinchó con el viento. El Gema de la Estrella Polar se enderezó al girar. Por un instante el barco tembló de popa a proa, forzándose contra el lastre de su inmenso peso. Entonces, izaron más vela y el dromond empezó a navegar con el viento.
Covenant se separó de Soñadordelmar para ir al encuentro de la Primera. Abrazó a Brinn, implorándole interiormente que diera algún signo de vida. Pero el haruchai estaba tendido, de cara a la lluvia, y no se movió. Quizá ya no respirara. Covenant no estaba seguro. Trató de alertar a la Primera, pero no le salían las palabras. Dos muertes sobre su conciencia. Dos hombres que le habían servido con una fidelidad tan desmedida como el Voto que hicieron una vez. A pesar de su poder, era incapaz de socorrerlos.
Las cubiertas eran golpeadas por torrentes de agua.
Después de gritar una orden, la Primera se dirigió a grandes zancadas hacia la escotilla más próxima.
Covenant la siguió como si ninguna tormenta, ni viento, ni lluvia, pudiera mantenerlo apartado de ella.
El diluvio le siguió a través de la escotilla, tratando de derribarlo en la escalera mientras se esforzaba a bajarla. Luego, Soñadordelmar cerró la escotilla y lo dejó fuera. Al instante, los sonidos de la tormenta desaparecieron bajo el granito. Sin embargo los pasillos crujían cuando el dromond era golpeado por el mar. Las linternas que colgaban de las paredes se balanceaban salvajemente. El peligro se hacía sentir de forma más personal en el interior del Gema de la Estrella Polar que en las cubiertas, como si allí fuera más difícil escapar de él. Covenant corrió tras la Primera y Furiavientos, pero no las alcanzó hasta que llegaron a la sala de descanso de los tripulantes.
La sala parecía una enorme caverna. Allí tenían sus literas casi cuarenta gigantes, sin estorbarse unos a otros. Las lámparas colgaban de los pilares que sostenían las literas, iluminando adecuadamente la sala. Estaba vacía. La tripulación se ocupaba en aquellos momentos de luchar por la supervivencia del dromond; en las bombas o en cualquier otra parte.
En el centro de la sala había una gran mesa. La Primera y la sobrecargo, colocaron a los haruchai cuidadosamente sobre ella.
Covenant se aproximó a la mesa, cuya altura alcanzaba la mitad de su pecho. Mientras parpadeaba a consecuencia del agua que se escurría de sus cabellos, pudo comprobar que los haruchai mantenían su postración. Sus oscuros miembros yacían totalmente faltos de vida.
Pero luego vio que estaban respirando. Sus pechos subían y bajaban normalmente. Las ventanillas de la nariz se ensanchaban ligeramente a cada inhalación.
Una sal que no era la del agua, provocó lágrimas en los ojos de Covenant.
—Brinn —dijo—, Cail. Oh, Dios mío.
Estaban allí, tendidos, como sumidos en el sueño de los condenados, sin poder moverse.
Desde la distancia de sus emociones, oyó decir a la Primera:
—Traed diamantina. —Encorvado fue a buscarla—. Sobrecargo —continuó—, ¿puedes despertarlos?
Furiavientos se acercó a la mesa. Estudió a los haruchai, levantó sus párpados y les frotó las muñecas. Después de escuchar un momento sus respiraciones, anunció que sus pulmones no estaban invadidos por el agua. Con la aquiescencia de la Primera dio una ligera bofetada a la cara de Cail. Luego la repitió más y más fuerte, hasta que su cabeza se movió a un lado y a otro; pero no logró indicios de conciencia en su rostro. Los haruchai continuaban inmersos en el sopor.
Furiavientos se apartó unos pasos, con un gesto de contrariedad en el rostro.
—Esposas del lago —musitó la Primera—. ¿Cómo íbamos a pensar que gente tan fuerte como los haruchai iban a sucumbir a ellas?
Encorvado regresó rápida y atropelladamente, llevando un frasco en la mano. La Primera lo cogió. Mientras Furiavientos incorporaba a Brinn hasta sentarlo, la Primera levantó el frasco hasta sus labios. El olor a diamantina llenó el aire. Brinn la tragó casi de forma consciente, pero no despertó. Cail también tragó el licor que fue colocado en su boca. No obstante, todo continuó igual.
Covenant se golpeaba los muslos con los puños, tratando contener su impaciencia. No sabía qué hacer. Los gigantes tampoco sabían. Se miraban unos a otros, reconociendo su ignorancia.
—Linden —dijo como si ellos le hubieran comunicado su ignorancia—. Necesitamos a Linden.
Como en respuesta a su necesidad, una puerta de la parte de popa de la sala se abrió. La Escogida entró en la cámara, luchando contra el movimiento del dromond, Tejenieblas la acompañaba, escoltándola como antes había hecho Cail. Estaba mojada y maltratada por la tormenta; su pelo y la ropa chorreaban agua. Pero entró con decisión.
Covenant no se atrevía a hablar. Permaneció silencioso y taciturno mientras ella se aproximaba a la mesa.
Después de un momento, la Primera encontró su voz.
—¡Piedra y Mar, Escogida! —exclamó—, ya era hora de que vinieras. No sabemos cómo despertarlos. Les hemos dado diamantina pero no ha servido de nada. No conocemos ningún remedio para esta somnolencia.
Linden se detuvo, y miró a la Primera. Bruscamente, la espadachina continuó:
«Tememos que la mano de las esposas del lago los tenga todavía sujetos. Y que su peligro sea también el peligro del Gema de la Estrella Polar. Quizás no podamos sustraernos a la ira de las Danzarinas mientras mantengan su dominio sobre los haruchai. ¿De qué forma lograrán obtener lo que desean si no destruyen el dromond con sus tormentas?».
Al oír esto Linden retrocedió. Sus ojos reflejaron los destellos de la inestable luz de la linterna.
—Y tú quieres que yo entre en ellos. —Covenant vio una vena latiendo en su sien como un pequeño indicio de su temor—. Que las saque de ellos. ¿No es así? —Su mirada decía: ¿Otra vez? ¿Cuánto más creéis que puedo aguantar?
Covenant percibió claramente su protesta. En tiempos pasados, había experimentado el sentido de la salud que ahora desasosegaba a Linden, aunque nunca lo había poseído en el grado en que ella lo poseía. Y los haruchai la habían injuriado y desconfiado de ella. Pero la necesitaba para solucionar aquel problema, ante el cual él se sentía impotente. No podía utilizar su fuego blanco para nada, excepto para destruir. Brinn y Cail estaban inertes como si tuvieran menos vida que Vain. El mantuvo la mirada de Linden, hizo un cerrado gesto hacia los haruchai, y dijo en tono suave:
—Por favor.
Ella permaneció inmóvil durante un rato. Encorvado y la Primera estaban expectantes. Linden se encogió como si los hombros le dolieran.
—No puede ser peor que lo que ya he hecho.
Deliberadamente se situó junto al borde de la larga mesa.
Covenant la observaba con angustia mientras exploraba a Brinn y Cail con sus manos y ojos. Tan pronto como aceptó el riesgo, sintió miedo por ella. El había percibido el poder de las esposas del lago, y conocía su alcance. Recordó el aspecto que tenía en el calabozo de la Fortaleza de Arena después de haberle rescatado del silencio de los elohim. Detrás de su rígida boca, y su atormentada vida, detrás de su miedo y amargura, ella tenía una generosidad que lo avergonzaba.
Pero cuando estudió a los haruchai su expresión se suavizó. Sus gestos perdieron rigidez. La seguridad de los haruchai parecía fluir dentro de ella a través de sus manos. Dijo para sí misma:
—Al menos esas esposas del lago reconocen la salud cuando la ven.
Luego se retiró.
No miró a sus compañeros. En tono autoritario, le pidió a Encorvado que sujetara con fuerza el brazo derecho de Brinn, fijándolo al borde de la mesa.
Encorvado obedeció con perplejidad en sus ojos. La Primera no dijo nada. Furiavientos frunció el ceño. La mirada de Soñadordelmar pasaba de Linden a Brinn y de Brinn a Linden, como si tratara de adivinar sus intenciones.
Ella no vaciló. Cogiendo el brazo derecho de Brinn lo estiró hacia el borde de la mesa apoyándose sobre él con todo su peso para forzarlo. Cuando estuvo segura de su posición puso la boca junto a su oído. Lentamente, explícitamente, dijo:
—Ahora voy a romper tu brazo.
La violenta reacción de Brinn cogió a Encorvado por sorpresa, escapándosele el brazo que sujetaba. Falló al detener el duro arco del puño de Brinn cuando el haruchai saltó sobre Linden golpeando su cara.
El golpe le dio en la frente; y la lanzó hacia atrás, haciéndola chocar contra uno de los pilares. Tapándose las orejas como si las linternas aullaran prediciendo la muerte, cayó al suelo.
Por un instante, la vida de Covenant se detuvo. La Primera fue hacia Linden, maldiciendo. Brinn saltó de la mesa, aterrizando limpiamente sobre sus pies. Furiavientos se puso delante de él, interponiendo su gran puño para mantenerlo apartado de Linden. Mientras tanto, Cail se había sentado en la mesa como si intentara ir en ayuda de Brinn. Encorvado y Soñadordelmar lo sujetaron por los brazos.
Linden apretó sus rodillas contra su pecho y se sujetó la cabeza con ambas manos, imprimiéndole un movimiento pendular como si estuviese acosada por todas las Danzarinas a la vez.
Covenant oyó una voz que gritaba a gran distancia:
—¡Maldito seas, Brinn! ¡Si la has herido, romperé tu despiadado brazo yo mismo!
Quizás había sido su propia voz, pero él no lo sabía. Estaba dirigiéndose hacia Linden. De alguna forma, apartó a la Primera de su camino, se agachó junto a la Escogida y la rodeó con sus brazos. Ella se retorcía como si estuviera volviéndose loca.
Un grito se formó en su mente:
¡Déjala!
Su energía influía en ella. Levantó el rostro hacia él sin apartar las manos de su cabeza. Su boca formó una palabra que pudo haber sido: ¡No!
El se mantuvo inmóvil mientras los ojos de ella se esforzaban para enfocarse en su cara. Uno a uno, sus músculos se relajaron. Estaba tan pálida como una muerta. La respiración silbaba en su garganta. Pero de su pecho salió un susurro:
—Creo que estoy bien.
Alrededor de Covenant las luces saltaban al ritmo que les imponía la furia de la tormenta. Cerró los ojos para no perder el control.
Cuando los abrió de nuevo, la Primera y Encorvado estaban agachados a ambos lados de Linden observando su frágil recuperación. Brinn y Cail permanecían a poca distancia de ellos. También se encontraba cerca Soñadordelmar como si estuviera preparado para romperles el cuello a los haruchai. Furiavientos esperaba para ayudarle. Pero los haruchai ignoraron a los gigantes. Miraban como hombres que hubieran recuperado su juicio.
—No tenéis porqué condenarnos —dijo Brinn con su tono inexpresivo. Ni él ni Cail se dieron por enterados de la mirada de Covenant—. Ya hemos visto el rostro de nuestra condena. Pedimos perdón. No fue mi intención hacer daño. —No parecía tener demasiado interés en su propio descargo—. Retiramos nuestra acusación contra la Escogida. Nos ha juzgado correctamente. Quizás ella sea verdaderamente la mano de Corrupción entre nosotros. Pero hay otras corrupciones que nosotros aborrecemos aún más.
«No hablamos en nombre de nuestro pueblo que habita entre las montañas ni en el de aquellos haruchai que pueden luchar para liberarse de las depredaciones del Clave. Pero no os serviremos más».
Una ola de asombro recorrió Covenant. ¿No os serviremos más? Le era difícil comprender aquellas palabras. La decepción cerró su garganta. Linden se tensó en sus brazos. ¿De qué estáis hablando?
¿Qué es lo que os han hecho?
La Primera se puso en pie. Con su dura y altiva belleza, los brazos cruzados como bandas a través de su pecho, se elevaba por encima de los haruchai.
—Hay error en vosotros. —Su tono recordaba el contragolpe de una espada—. La canción de las esposas del lago ha introducido locura en vuestros corazones. Habláis de condena, pero lo que ellas ofrecen es muerte. ¿Estáis ciegos al peligro del que os hemos rescatado? Furiavientos y yo hemos estado a punto de perder la vida en el intento, pues os encontramos a una profundidad que casi superaba nuestros límites. Allí yacíais como atontados. Yo no sé qué sueño de enajenación o deleite habéis encontrado en su canción, y no me importa. Yacíais como muertos en unos brazos que no eran otros que los del coral que habían impedido casualmente que cayerais a mayor profundidad. Cualesquiera que fueran las visiones que llenaban vuestros cegados ojos, eran producto de un encantamiento. Esa es la verdad. ¿Es que piensas volver a esas esposas del lago en nombre del engaño? —Sus brazos se ciñeron con rabia—. ¡Piedra y Mar! ¡No permitiré…!
Brinn la interrumpió sin mirarla.
—No es ése nuestro intento. No buscamos la muerte. No volveremos a responder a la canción de las Danzarinas. Pero no volveremos a servir ni al ur-Amo ni a la Escogida. —Su tono era seco. Hablaba como si estuviera determinado a no ceder—. No podemos.
—¿No podéis? —preguntó Covenant con cierta alarma.
Pero Brinn prosiguió como si estuviera hablando a la Primera, o a nadie.
—No dudamos de lo que tú has dicho. Vosotros sois gigantes, muy citados entre los viejos narradores de los haruchai. Tú has dicho que la canción de las esposas del lago es un engaño. Reconocemos que dices la verdad. Pero ese engaño… —Luego su voz adquirió una suavidad que Covenant no reconoció en él—. Ur-Amo, ¿no vas a levantarte para hablar con nosotros? Nosotros no nos agacharemos para hablar contigo pero no es correcto que estemos por encima de ti.
Covenant miró a Linden. Sus facciones estaban tensas por el esfuerzo que estaba haciendo para conseguir estabilidad; pero asintió, haciendo un gesto hacia Encorvado. En seguida, el gigante la levantó de los brazos de Covenant dejándolo libre para enfrentarse al haruchai.
Se puso en pie torpemente. Se sentía anonadado por emociones que tenía miedo de admitir. ¿Iba a perder a los haruchai? ¿Los haruchai que habían sido tan fieles como los Ranyhyn desde el comienzo?
—¿Qué es lo que te hicieron?
Entonces, Brinn le miró a los ojos por primera vez; y la pasión en aquellos desapasionados ojos le hizo temblar. El Gema de la Estrella Polar viraba entre los enfurecidos mares como si en cualquier momento el granito fuera a quebrarse. Empezó a soltar cada palabra que llegaba a su cabeza. No quería escuchar lo que Brinn tuviera que decir.
—Hiciste una promesa. —Su pecho subía y bajaba impulsado por la fuerza del conocimiento de su carencia de derecho a acusar de nada a los haruchai—. Yo no quería aceptarla. No quería tener responsabilidad por la clase de servicios como los que Bannor insistió en proporcionarme. Pero no tuve elección. —Había perdido más de la mitad de su sangre y hubiera muerto en aquella plataforma superior de Piedra Deleitosa si Brinn no le hubiera ayudado—. ¿De qué demonios estás hablando?
—Ur-Amo. —Brinn no se apartaba de la pauta que se había trazado—. ¿No oíste la canción de las esposas del lago?
—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? —La beligerancia de Covenant era ficticia, pero no podía dejarla a un lado. Era su única defensa—. La única razón de que os escogieran a vosotros fue porque no querían a alguien tan deteriorado o, al menos, tan destructivo como yo. Brinn movió la cabeza.
—¿No es cierto —preguntó—, que una vez en su angustia el Incrédulo dijo que el Reino era un sueño, algo engañoso y falso que no debía ser permitido?
Este ataque dejó a Covenant sin voz. Todo lo que podía haber dicho pareció coagularse en él, causándole una náusea anticipada. Le había dicho a Linden en la Atalaya de Kevin: Estamos compartiendo un sueño; Una creencia que Esto había llegado a ser irrelevante. Hasta aquel momento, había considerado que era irrelevante. —¿Vas a reprocharme también eso? El haruchai prosiguió:
—La Primera ha dicho que la canción de las Danzarinas es un engaño. Puede que en nuestros corazones ya lo supiéramos cuando la escuchamos. Pero somos haruchai y respondimos a ella.
«Probablemente sabes poco de nosotros. La vida de nuestro pueblo en las montañas es estricta y difícil, porque las cumbres nevadas no son una meta deseable. Por tanto somos prolíficos para lograr perdurar generación tras generación. Los vínculos que atan el hombre a la mujer son de fuego entre nosotros, y profundos. ¿No te habló de esto Bannor? Para aquellos que se convirtieron en Guardianes de Sangre, la pérdida de sueño y la muerte fue poca cosa, algo fácilmente soportable. Pero la pérdida de las esposas… Esto fue la causa de que renunciaran a su Voto cuando Corrupción les puso la mano encima. Cualquier hombre puede fracasar o morir. Pero ¿cómo puede un haruchai que ha dejado su esposa en nombre de una fidelidad libremente contraída, soportar el conocimiento de que incluso su fidelidad puede serle arrebatada? Era mejor que el Voto nunca hubiera sido pronunciado, que nunca se hubiera prestado servicio.
»Ur-Amo —Brinn no apartaba la mirada. Apenas parpadeaba. Pero la desacostumbrada suavidad de su tono era inequívoca—. En la canción de las esposas del lago encontramos el fuego de nuestro deseo por aquello que habíamos dejado atrás. Con toda seguridad fuimos engañados; pero el engaño era dulce. Las montañas aparecieron ante nosotros. El aire se convirtió en aquel limpio soplo que exhalan los altos picos nevados. Y sobre sus laderas se movían las mujeres que nos llamaban con promesas de amor y descendencia. —Por un momento, sus palabras adquirieron el acento de la lengua haruchai, y aquello pareció transformar su semblante en el de un poeta—. Por tanto tuvimos que responder, a despecho de cualquier servicio y seguridad. Los miembros de nuestras mujeres son morenos por la raza y por el sol. Pero también hay una blancura tan nítida como el hielo que aparece en las rocas de las montañas, y quema como la más pura nieve quema en el tormo más alto, el collado más azotado por el viento. Por aquella blancura nos entregamos a las Danzarinas del Mar».
Bannor había ocultado aquellas cosas, cosas que facilitaban el conocimiento de los haruchai. Su actitud crítica y rígida ante el mundo tenía una explicación. Cada vez que respiraban inhalaban deseo y pérdida.
Miró a sus compañeros en demanda de ayuda; pero ninguno de ellos tenía nada que ofrecer. Los ojos de Linden estaban nublados por el dolor o el reconocimiento. El semblante de Encorvado se iluminó de simpatía. Y la Primera que comprendía la extravagancia, se situó al lado de Brinn y Cail como si aprobara lo que habían dicho.
Brinn prosiguió inflexiblemente:
«Por ello, hemos demostrado nuestra falsedad ante nosotros mismos. Hemos traicionado nuestras promesas de fidelidad por seguir un mandato engañoso. Hemos sido incapaces de cumplir ante ti. No somos dignos. Por tanto ya no te serviremos más. Esta insensatez debe terminar ahora, antes de que promesas más importantes de lo que las nuestras han sido hasta ahora se conviertan en falsedades».
—Brinn, —protestó Covenant—. Cail. —Su preocupación exigía ser expresada—. No necesitáis hacer eso. Nadie os reprocha nada. —Su voz era dura como si pretendiera ser brutal. Linden extendió una mano hacia él como pidiendo piedad. Sus ojos expresaban, cierta comprensión del problema de los haruchai. Pero él la ignoró. La fuerza de su pasión le impedía hablar de otra forma.
«Bannor hizo lo mismo. Lo mismo que estáis haciendo ahora. Nos encontrábamos en el Declive del Reino, con Vasallodelmar. Rehusó venir con nosotros cuando yo lo necesitaba… —Tragó convulsivamente—. Le pregunté de qué se avergonzaba. El dijo: “No estoy avergonzado de nada. Pero me entristece pensar que se necesiten tantos siglos para enseñarnos los límites de nuestras posibilidades. Hemos ido demasiado lejos, con nuestro extravagante orgullo. Los hombres mortales no deben abandonar esposas y sueño y muerte por ningún servicio, especialmente cuando la cara del fracaso llega a ser demasiado odiosa para ser soportada”. Lo mismo estás diciendo tú ahora. ¿No lo comprendes? Las cosas no son tan simples. Todo el mundo puede fracasar. Pero precisamente los Guardianes de Sangre no fracasaron. Perdieron la fe. ¿Por qué otra razón Bannor tuvo que encontrarse conmigo en Andelain? Si vosotros estáis en lo cierto, ¿por qué no permitió que siguierais pagando el precio de vuestra indignidad?
Covenant quería descargar sobre Brinn su propia frustración. Pero se reprimió, y se esforzó en introducir sus palabras a través de la intransigencia del haruchai.
«Yo te diré por qué. Puede que ningún Voto o promesa sea la respuesta a la maldad. Pero tampoco lo es la abdicación. El no me ofreció promesas, ni regalos. Sólo dijo: “Redime a mi pueblo. Su situación es abominable. Y ellos te servirán bien”».
Luego se detuvo. No podía seguir; comprendía demasiado bien el rigor del hombre que tenía delante. Por un momento la sala quedó en silencio, sólo alterado por el ruido de las bombas del dromond, el crujido de los mástiles y la amortiguada furia del viento y el mar. Las linternas continuaban balanceándose. Los ojos de Soñadordelmar ardían mirando a los haruchai como si sintiera alguna esperanza.
Al fin Brinn habló. Casi amablemente.
—Ur-Amo, ¿no te hemos servido bien?
Las facciones de Covenant se contorsionaron. Pero hizo un feroz esfuerzo para responder:
—Tú sabes que sí.
Brinn no dudó.
—Entonces, permítenos que dejemos el servicio.
Covenant se volvió hacia Linden. Sus manos buscaron el contacto de las de ella. Pero sus dedos eran insensibles. Y no encontró respuesta.
Más tarde, aquella misma noche, en la intimidad de su camarote, mientras la tormenta sacudía al barco gigante, él dio masaje a los músculos del cuello y la espalda de Linden. Sus dedos se movían como si estuvieran desesperados por la pérdida. Gradualmente, la diamantina que ella había tomado para acelerar su recuperación hizo que se durmiera; pero él continuó con el masaje hasta que sus manos estuvieron demasiado cansadas para continuar. No sabía qué otra cosa hacer para calmar su desesperación. La actitud de los haruchai parecía presagiar el colapso de todas sus esperanzas.
Aún más tarde, el Gema de la Estrella Polar elevó sus velas en el gris amanecer y navegó más allá de la amenaza de las esposas del lago. La lluvia terminó como lágrimas que ya se hubieran agotado; el viento partió hacia otros lugares. Honninscrave necesitó solamente un ligero ajuste del rumbo para dirigir el dromond directamente a su destino. Pero los haruchai mantuvieron su decisión.