VEINTIDÓS

También hay amor en el mundo

A la mañana siguiente, después de una larga noche de luna llena, se despertó en su litera. Se sentía muy cómoda, reconfortada por el sueño. Su brazo derecho estaba caliente y adormecido hasta la punta de los dedos, como un espectro de su anterior identidad. No sentía deseos de abrir los ojos. Aunque el camarote a través de sus párpados relucía de luz solar, ella no quería que el día empezara, no quería que terminara la noche.

Y aún toda la longitud de su cuerpo, lavado a fondo la noche anterior y alertado para la caricia, recordaba la presencia de Covenant, sabía que se había ido. Por algún motivo, él había decidido abandonar la litera sin despertarla. Empezó a murmurar una somnolienta protesta. Pero luego los nervios de su mejilla sintieron un ligero indicio de magia indomeñable. El estaba todavía en el camarote. Sonrió para sí misma, cuando levantó la cabeza y miró por encima del borde de la litera hacía él. Estaba descalzo y vivido a la luz del sol, de pie en el suelo, debajo de ella. Sus ropas al, igual que las de Linden, colgaban de los respaldos de las sillas donde las habían puesto a secar después de que los haruchai las lavaran, una tarea que Brinn y Cail habían realizado la tarde anterior en cumplimiento de su particular sentido del deber. Pero él no hizo ningún movimiento para vestirse. Se cubría la cara con las manos en un inconsciente remedo de pesar. Con la pequeña llama de su anillo, se afeitaba la barba desde las mejillas a la garganta.

En silencio, para no interrumpir su concentración, lo estuvo observando, esforzándose en grabarlo en su memoria antes de que él se diera cuenta de su escrutinio, y fuera consciente de él. Estaba delgado hasta el punto de poder considerarse flaco a causa de todo lo que había consumido con su incesante fuego. Pero aun así, le gustaba su figura. Ella no sabía que era capaz de sentir tal interés por un cuerpo fuera de su profesión.

Cuando la barba hubo desaparecido, apagó su fuego. Al volverse vio que ella lo estaba observando. Aquel momento embarazoso le impidió ver otras cosas que tenía ante sus ojos. Hizo un gesto vago, como de disculpa.

—Sigo pensando que debería ser capaz de controlarlo. Estoy tratando de aprender —dijo con media sonrisa—. Y además de todo eso, me desagrada el picor. —Su gesto se ensombreció—. Si es lo bastante pequeña… y no me pongo furioso, puedo manejarla. Pero en cuanto trato de hacer algo.

Ella seguía sonriendo hasta que él lo notó. Entonces, abandonó la cuestión con un encogimiento de hombros. Sonriendo levemente tocó su pálida barbilla afeitada. —¿He conseguido eliminar del todo la barba? No puedo comprobarlo. Mis manos son demasiado insensibles.

Ella respondió, asintiendo con la cabeza. Pero el tono de Covenant le hizo notar la complejidad de su mirada. El estaba observándola pensando en algo más que en lo ocurrido la pasada noche. El estaba turbado por algún motivo Ella no deseaba estropear su propio estado de ánimo; pero no vaciló. Le preguntó con suavidad:

—¿Qué es lo que te preocupa?

Sus ojos se apartaron de ella para luego volver, haciendo un notable esfuerzo.

—Demasiadas cosas. —La miró como si no supiera cómo considerar el interés de ella—. Magia indomeñable. Preguntas. El egoísmo con que he aceptado tu amor, cuando… —trago saliva y prosiguió—. Cuando te quiero tanto y soy tan peligroso, y puede incluso que no sobreviva a esto. —Su boca tenía un gesto de sincera honestidad—. Quizás no volvamos a tiempo para que puedas hacer algo con el cuchillo que hay clavado en mi pecho. No quiero ser responsable una vez más. Demasiada gente ha sido ya asesinada, y las cosas aún están peor.

Ella le oyó y le comprendió. Era un hombre hambriento que al fin había probado el alimento que su alma anhelaba. Ella no era distinta a él. Pero la posibilidad que aludía, la herida de cuchillo en su pecho, no era real para ella. La vieja cicatriz apenas se veía. Se había diluido en la palidez de su piel. No lograba imaginarse que aquella curación no se hubiera producido, o que pudiera ser anulada.

Y esto era sólo parte de lo que sentía. Por su parte, se sentía contenta de estar donde estaba. Con él, en el Gema de la Estrella Polar, buscando el Árbol Único en compañía de los gigantes y de los haruchai, Buscadolores y Vain. Estaba dispuesta a enfrentarse al futuro que el Amo Execrable hubiera preparado para ellos. Con tanta claridad como le fue posible, trató de explicárselo a Covenant.

—No me importa. Puedes ser tan peligroso y egoísta como quieras. —Su peligrosidad había sido un atractivo para ella desde el comienzo, y su egoísmo era indistinguible del amor—. No me asusta.

A esto, la mirada de Covenant se nubló. Parpadeó como si ella fuera más brillante que la luz del sol. Linden pensó que subiría la escalerilla para volver a sus brazos; pero no lo hizo. Su semblante se mostraba abierto y vulnerable, como el de un niño temeroso. Su garganta se anudó, se desgarró cuando afirmó:

—Buscadolores dice que voy a destruir la Tierra.

Entonces Linden se dio cuenta de que necesitaba de ella algo más que una confesión. Necesitaba compartir su angustia. Había estado solo demasiado tiempo. No podía abrir una puerta, manteniendo otras cerradas. En respuesta, ella salió de su confortable laxitud, y se sentó para poder mirarlo más directamente. Buscadolores, pensó ella. Los recuerdos agudizaron su expresión. El elohim había tratado de prevenirla para que no penetrara en Covenant. Le había gritado: ¿Estás loca? ¡Esto es la ruina! La condena de la Tierra está sobre mi cabeza. Su voz fue seca cuando preguntó:

—¿Qué quería significar cuando dijo «¿No dejamos a salvo tu alma?», cuando hablaba contigo ayer?

La boca de Covenant se torció.

—Esa es una de las cosas que me preocupan. —Sus ojos la dejaron para concentrarse en lo que le había ocurrido—. El está en lo cierto. De alguna manera. Ellos me salvaron. Cuando estuve a solas con Kasreyn, antes de que Hergrom me rescatara —su voz parecía llena de amargura—, yo estaba desvalido. El pudo haber hecho cualquier cosa que deseara, pero no podía traspasar aquel silencio. Yo oía todas las palabras que decía; pero me era imposible reaccionar. Y a él le era imposible obligarme a que lo intentara. Si yo no hubiera estado en aquella situación, probablemente hubiera obtenido mi anillo. Pero esto no me da la respuesta. —El la miró nuevamente con expresión interrogante—. ¿Por qué me hicieron aquello a mí antes de que ocurriera nada? ¿Por qué Buscadolores me tiene tanto miedo?

Ella lo observaba atentamente, tratando de calibrar la complejidad de lo que él sabía, recordaba, y necesitaba. Tenía la expresión del típico hombre obsesionado por una sola idea. Una boca tan estricta como un militar, ojos capaces de desprender fuego. Y sin embargo, dentro de él nada era simple; todo era una contradicción. Partes de él estaban más allá del alcance de sus sentidos y aún de su comprensión. Ella le respondió con tanta firmeza como pudo:

—Tienes miedo de ti mismo.

Por un momento, él arrugó la frente como si estuviera a punto de replicar con mordacidad: ¿Quieres decir que si yo fuera arrogante o inexperimentado, o quizás solamente estúpido, no tendría nada a qué temer? Pero, tras un momento, sus hombros se relajaron.

—Lo sé —murmuró—. Cuanto más poder alcanzo más indefenso me encuentro. Nunca es suficiente. O no es ya la clase de poder que necesito. O no puede ser controlado. Esto me aterroriza.

—Covenant. —Ella no quería pronunciar palabras duras, ni formular preguntas que pudieran herirlo. Pero nunca le había visto evadir cosa alguna porque le produjera angustia o dolor; y ella quería identificarse con él, mostrarse ante él como un fiel compañero—. Háblame de la necesidad de ser libre.

El se sorprendió ligeramente, elevó las cejas ante la inesperada dirección de sus pensamientos; pero no puso objeción.

—Te he hablado de eso antes. Es difícil de explicar. Creo que la pregunta puede plantearse así: ¿Eres una persona con voluntad y un poco de obstinación o, al menos, con capacidad para hacer algo sorprendente; o eres un simple instrumento? Un instrumento sólo sirve a quien lo utiliza. Sólo es bueno por la destreza de quien lo usa. Y no sirve para nada más. Por tanto, si quieres realizar algo especial, algo que trascienda tus propias capacidades, no puedes usar un instrumento, debes usar a una persona y esperar que los acontecimientos trabajen a tu favor. Tienes que usar algo que sea libre para no limitarte a lo que tienes en tu mente.

«Eso es lo que ocurre en ambas partes. El Creador quiere detener al Execrable. El Execrable quiere romper el Arco del Tiempo. Pero ninguno de ellos puede utilizar un instrumento, porque un instrumento es sólo una extensión de lo que ellos son; y si ellos pudieran alcanzar todo lo que desean de esta forma, ya no tendrían necesidad de nada más. Por esta razón, ambos tratan de utilizarnos a nosotros. La única diferencia que yo percibo, es que el Creador no manipula. Solamente escoge y luego toma sus opciones. Pero el Execrable pide más. ¿Hasta qué punto somos libres tú y yo?

—No. —Linden hizo lo que pudo para mirarlo a la cara sin vacilar—. No lo somos. —Ella no quería herirlo; pero sabía que su amor sería falso si tratara de engañarlo—. Tú eres el portador del anillo. ¿Hasta qué punto estás libre? Cuando tomaste el lugar de Joan… —Entonces se paró. No tuvo el valor suficiente para terminar aquella frase.

El lo comprendió. Las palabras no pronunciadas resonaron en el interior de su propio miedo.

—No estoy seguro. —Una vez más, su mirada se apartó de ella, no para sustraerse de ella sino para seguir la cadena de sus recuerdos.

Pero Linden no había terminado, y lo que le quedaba por decir era demasiado difícil para dejar pasar la oportunidad de expresarlo.

—Después de la Elohimfest cuando traté de entrar en ti. —Hablaba a retazos, incapaz de reunir todos los fragmentos. Con un esfuerzo de memoria, trató de exponerlo con más claridad—. Fue el mismo día en que Buscadolores se presentó. Yo estaba esperando, esperando a que te recuperaras espontáneamente. Pero llegó un momento en que no pude esperar más. Si no hay otras posibilidades, pensé, al menos podré obtener respuestas. —Ella cerró los ojos para zafarse de la mirada de Covenant—. Pero sólo llegué hasta ahí. —Oscuridad y ansia de poder; había tratado de dominarlo. Y ahora la virulencia del resultado se volvía contra ella. Empezó a balancearse inconscientemente contra el lánguido vaivén de la litera, tratando de confortarse, de convertir sus recuerdos en palabras—. Luego fui rechazada. O me desconecté yo misma, para escapar de lo que veía.

Con horror, describió su visión de él como una víctima del Sol Ban tan monstruosa y abominable como Marid.

Ella vio como la cara de Covenant se tornó en una imagen de la desgracia. El la estaba observando rigurosamente, con ira y miedo mezclados en su mirada. Con una crudeza que ella no quería mostrar pero que no podía suprimir, preguntó:

—¿Puedes asegurarme realmente que no estás ya vendido? ¿Que no eres ya un instrumento del Despreciativo?

—Quizás no lo soy. —Las líneas de su cara se volvieron implacables, como si ella le hubiera puesto fuera de alcance, obligándolo a retirarse a los graníticos cimientos de su dolor y soledad. Su voz sonaba tan fría como la lepra—. Puede que el elohim crea que lo soy. Puede que lo que viste fuera mi imagen real. —Sus facciones se endurecieron. Movió la cabeza y prosiguió—: No. Esa es una respuesta demasiado simple. —Lentamente su gesto se fue suavizando como una vulnerabilidad elegida, exponiéndose a ella—. Puede que Buscadolores esté en lo cierto. Que yo debiera darle mi anillo. O que deba dártelo a ti, antes de que sea demasiado tarde. Pero que me condenen si voy a rendirme de esta forma. No mientras tenga esperanzas.

¿Esperanzas?, musitó ella en silencio. Pero él ya estaba añadiendo:

—Tú eres una. Aquel hombre de Haven Farm te escogió. Te dijo: sé fiel. Todavía estás aquí y tienes voluntad. E identidad. Pero lo que me estás diciendo es cuestión aparte. Si lo que viste era la verdad… si yo soy realmente el instrumento o la víctima del Execrable, yo no puedo hacer nada contra él. Pero él no podrá utilizarme para alcanzar lo que quiere. —Luego se quedó en silencio, en una pausa para darle la oportunidad de considerar las implicaciones de lo que acababa de decir. Que los propósitos del Amo Execrable giraban, de hecho, alrededor de ella. Que la responsabilidad de la supervivencia de la Tierra descansaba sobre ella hasta un extremo que ni siquiera podía vislumbrar. Que siempre estaba siendo manipulada para lograr la ruina de la Tierra.

Por un momento, la comprensión de aquello la dejó congelada, e inundó del miedo el soleado camarote. Pero entonces, Covenant habló otra vez, en respuesta a su temor.

—Pero hay algo más. Algo esperanzador. —Ahora su tono era más suave, casi cariñoso, impregnado de tristeza y reconocimiento—. Te hablé de mis tres anteriores visitas al Reino. En cierta forma, fueron cuatro, no tres. Las primeras tres veces no tuve elección. Fui trasladado tanto si lo aceptaba como si no. Después de la primera vez, yo no quería volver.

«Pero la tercera vez fue la peor. Estaba en los bosques detrás de la granja, junto a una niña que estaba a punto de ser mordida por una serpiente. Yo fui hacia ella tratando de salvarla; pero me caí. Cuando volví en mí, supe estaba a medio camino de Piedra Deleitosa y Mhoram estaba realizando su conjuro para acabar de emplazarme.

«Aquella niña pertenecía al mundo real y la serpiente iba a matarla. Aquello era más importante para mí que todo lo demás, incluyendo lo que ocurría en el Reino.

»Cuando se lo comuniqué a Mhoram —su tono se entristeció— me dejó regresar. —La tensión de sus hombros y brazos parecían el eco de la palabra “Mhoram”. Pero aún se esforzó para continuar:

«Llegué demasiado tarde para evitar el mordisco de la serpiente. Pero la niña estaba todavía allí. Traté de succionar todo el veneno posible y, de alguna forma, conseguí devolverla a sus padres. Por entonces, la cuarta convocatoria ya había empezado. Y la acepté. Vine por mi propia voluntad. Con el deseo de tener una última oportunidad para luchar contra el Execrable.

Estaba mirando a Linden, ahora directamente, mostrándole sus nunca resueltas contradicciones, sus respuestas difíciles y ambiguas.

«¿Me vendí al Despreciativo cuando rehusé aquella llamada de Mhoram? ¿O me entregué al Creador al aceptar esta última convocatoria? No lo sé. Pero creo que ningún ser humano puede ser convertido en instrumento en contra de su propia voluntad. Quizás pueda ser manipulado para la destrucción. Engañado o pervertido. Pero si yo me pliego a la voluntad del Execrable alguna vez, será porque he fracasado, o porque he comprendido mal alguna cosa, o he sido vencido por mi Despreciativo interior, perdiendo el valor o enamorándome del poder y la destrucción. Por alguna de esas cosas. —Pronunciaba cada palabra como una afirmación—. No porque sea el instrumento de nadie».

—Covenant. —Ella le llamó desde el agradable balanceo que el dromond daba a la litera.

Ahora lo veía como cuando lo encontró por primera vez, el ser con fuerza y objetivos que le había hecho aceptar contra su voluntad su incomprensible visión de Joan y de la posesión, y que la había arrastrado tras sí, como a una amante, cuando había ido a enfrentarse a la crisis de la redención de Joan; como la verdadera imagen de poder y desgracia que había vencido al Clave para rescatarla, y más tarde había hecho crecer una hoguera en la Aflicción hasta la dimensión de caamora por los antiguos muertos Sinhogar. Había pronunciado su nombre como para averiguar el sabor que dejaba en su boca. Luego le entregó su último secreto, la última información que le había escondido inconscientemente.

—Nunca te he contado todo lo que aquel viejo me dijo en Haven Farm. Me dijo: «Sé fiel». Pero eso no fue todo. —Después de tanto tiempo, ella todavía recordaba las palabras como si hubieran sido grabadas en su mente—. Dijo: «Hija mía, no temas. No vas a desfallecer aunque te ataque». —Captando la mirada de Covenant trató de dar a sus ojos la claridad que le faltaba a su voz—. «También hay amor en el Mundo».

Durante un momento, él se quedó inmóvil, absorbiendo la revelación. Luego levantó su media mano hacia ella. Su piel brillaba a la luz del sol que entraba en el camarote. La sonrisa se inició en los extremos de su boca como contrapunto a la ardiente oscuridad de sus ojos cuando dijo:

—¿Puedes creer eso? Yo no podía. Hasta pensaba que la lepra era toda la explicación.

En respuesta, ella rodó por encima del borde de la litera, y colocó sus pies en la escalerilla. Luego cogió su mano y él la bajó a la luz.

Más tarde se dirigieron juntos a la cubierta. No llevaban sus propias ropas, sino que vestían cortos vestidos de lana gris que uno de los gigantes había arreglado para ellos. Dejaron atrás su vieja indumentaria, como si hubieran abandonado al menos una muestra de sus identidades anteriores. La amplitud de las ropas las hacían modestas y confortables; pero aún su atención hacia ella era evidente en su mirada. Descalzos sobre la piedra como si hubieran hecho las paces con el barco gigante, abandonaron el camarote y ascendieron a la cubierta de popa.

Entonces Linden notó que se estaba ruborizando como una jovencita. Se esforzó a parecer indiferente; pero no podía impedir que la sangre se agolpara en su rostro. Cada gigante que encontraban a su paso parecía mirarlos como si estuviera enterado de lo ocurrido, sonriendo y mostrando aprobación. La sonrisa de Encorvado se impuso sobre la deformidad de sus facciones. Los ojos de Honninscrave brillaban debajo de sus pobladas cejas, y su barba se erizaba con simpatía. La habitual melancolía del maestro de anclas Quitamanos derivó en una sonrisa que era a la vez sincera y triste; la sonrisa de un hombre que había perdido a su amor hacía tanto tiempo que la envidia ya no ofuscaba su simpatía. Incluso la imposible cara de Furiavientos se iluminó ante su vista. Y una extraña suavidad dulcificó el porte de la Primera, como un vislumbre de su capacidad gigantina para la alegría.

Finalmente sus atenciones llegaron a ser tan explícitas que Linden deseó marcharse. Lo embarazoso de su situación podía darle acritud a sus palabras, si hablaba. Pero Covenant los miró a todos y levantando los brazos en un gesto de fingida irritación, gritó:

—¿Es que todo el mundo en esta maldita roca sabe lo que hacemos en privado?

Al oír esto, Encorvado se echó a reír; y en un momento la risa se extendió a todos los gigantes que estaban a su alrededor. Covenant trató de enfadarse, pero no pudo. Sus facciones se tensaban para contener una involuntaria risa. Linden se encontró riendo como si nunca antes hubiera hecho tal cosa.

Sobre sus cabezas, las velas estaban hinchadas por el viento, destacándose contra el limpio cielo. Ella sintió la vitalidad de la piedra y de la tripulación como un campanilleo en las plantas de sus pies. El Gema de la Estrella Polar navegaba surcando el mar brillante como si hubiera sido completamente restaurado. O tal vez era Linden quien había sido restaurada.

Pasaron la tarde paseando indolentemente por el aromona, hablando con los gigantes o descansando en compartido silencio sobre la cubierta calentada por el sol. Ella vio que Vain no había abandonado su puesto junto a la barandilla. Estaba allí como una estatua, limpia y bella, La negrura de su cuerpo contrastaba o se definía sólo por su destrozada túnica y los anillos de hierro en su muñeca derecha y tobillo izquierdo. Parecía el ser más opuesto a Buscadolores que se pudiera concebir. Este permanecía en la proa del barco con su túnica de color crema ondeando en el viento como si el tejido fuera tan fluido como él, capaz de transformarse en cualquier forma o naturaleza que deseara. Parecía imposible que el Designado y el Demondim tuvieran algo en común. Durante cierto tiempo, Linden y Covenant hablaron sobre aquel misterio; pero carecían de nuevas revelaciones que intercambiar.

Brinn y Cail se mantenían constantemente disponibles, pero a distancia, como si no quisieran inmiscuirse, o se encontraran incómodos en la proximidad de Linden. Sus pensamientos estaban escondidos detrás de una total impasividad; pero ella había aprendido que su falta de expresión era como una sombra que disimulaba la extremosidad de sus pasiones. Sentía que había algo en ellos que aún no estaba resuelto. Covenant había exigido y obtenido su abstención. Aparentemente su confianza o desconfianza no estaba definitivamente decidida.

Su impenetrable mirada hacía desconfiar a Linden. Pero estaba protegida por la proximidad de Covenant. A intervalos, frotaba su antebrazo con las puntas de sus dedos como para comprobar que estaba allí.

Cuando tropezaron con un gran rollo de cuerda, Encorvado fue hacia ellos. Después de intercambiar algunas palabras, ella comentó que no había visto a Soñadordelmar. Sentía un gran afecto por el gigante mudo y estaba preocupada por él.

—Ah, Soñadordelmar, —suspiró Encorvado—. Honninscrave lo comprende mejor que yo, pero tampoco lo comprende del todo. Ahora estamos abastecidos y restaurados. Mientras este viento se mantenga, somos una flecha hacia nuestro objetivo. Así que no parece haber razón para carecer de esperanzas. Sin embargo, una oscuridad inexplicable se ha apoderado de él. Ve el lugar donde se encuentra el Árbol Único como una tierra sembrada de terror. —Por un momento la voz de Encorvado se elevó—. ¡Ojalá pudiera hablar! El corazón de un gigante no está hecho para soportar tales cosas en silencio y en soledad. —Luego, volvió a bajar la voz—. No sale de su camarote. Creo que quiere ahorrarnos unas visiones que no puede explicar.

O tal vez, musitó Linden, no puede soportar que lo vean sufrir. Al menos, merece que se respete su postura. De todos los que estaban en el Gema de la Estrella Polar, sólo ella era capaz de experimentar algo semejante a lo que él sentía. Sin embargo su percepción no era la visión de la Tierra, y no podía establecer un puente en el hueco que había entre ellos. De momento, dejó de lado la cuestión de Soñadordelmar y entró de nuevo en el alegre ambiente de los gigantes.

Y así pasó el día; y ya al final de la tarde, Honninscrave bajó velas, liberando todo lo posible a los tripulantes para que pudieran reunirse. Cuando acabaron de cenar, casi cuarenta gigantes fueron a reunirse alrededor del palo del trinquete, dejando a Quitamanos al cuidado del timón y a tres o cuatro miembros de la tripulación en los obenques. Linden y Covenant se unieron a ellos, atraídos por las risas, la alegría y la posibilidad de que se narraran historias. La cubierta de proa estaba a oscuras, con la excepción de alguna linterna ocasional; pero la oscuridad era acogedora por la camaradería y anticipación, confortable por la amabilidad de los gigantes. En lo alto, sobre la lenta danza de los mástiles, las estrellas iluminaban los cielos. Cuando los cánticos empezaron, Linden se recostó alegremente contra el palo de trinquete y dejó que la enorme salud de la tripulación la arrastrara.

La canción tenía un ritmo similar a la inalterable endecha del mar, pero la melodía se elevaba sobre ella en arcos de anhelos y risas, apta para penas o alegrías, abundancia o escasez. Las palabras no siempre eran alegres pero el espíritu que había detrás de ellas era alegre y vital, combinando la melancolía y el gozo hasta que ambas cosas llegaban a ser partes de una misma alma, irrepresiblemente viva, comprometida con la vida.

Y cuando la canción hubo terminado, Honninscrave dio unos pasos adelante para dirigirse a los reunidos. Y comenzó a narrarles lo acaecido en Bhrathairealm sin profundizar demasiado, pero se concentró especialmente en los haruchai para que todos los gigantes supieran como había vivido y muerto Hergrom. Hizo esto en homenaje al muerto y condolencia con los que vivían. No se olvidó de exaltar el valor de Ceer; y su pueblo permaneció en silencio a su alrededor en un sosiego que Brinn y Cail no podrían dejar de considerar como muestra de respeto.

Luego siguieron otros relatos. Furiavientos narró la historia de dos obstinados melancólicos y solitarios gigantes que se peleaban constantemente, confundiendo el amor que sentían uno hacia otro con una oposición mortal. Encorvado ofreció una vieja balada a la memoria de los Sinhogar. Covenant se levantó para hablar a los reunidos de Berek Mediamano, el antiguo héroe del Reino que había percibido la Energía de la Tierra en el despertar de los Leones de Fuego del Monte Trueno, confeccionando el Bastón de la Ley para utilizar y mantener aquella fuerza, y fundado el Concejo de los Amos para servirla. Covenant contaba la historia serenamente como si se estuviera hablando para sí mismo, tratando de clarificar su sentido y propósito; pero la historia era de la clase que los gigantes preferían y sabían cómo apreciar; y cuando terminó, muchos de ellos se inclinaron, reconociendo el tenebroso y exigente vínculo existente entre él y el antiguo salvador de la Tierra.

Después de un momento, Encorvado dijo:

—Me gustaría saber más de aquella extraña Tierra. Es un placer escuchar el relato de las vidas de seres como Berek Mediamano.

—Sí —murmuró Covenant. Luego dijo en tono suave: «Y la gloria del mundo se vuelve menor de lo que fue».

Pero no dio ninguna explicación de esta frase ni ofreció una segunda historia.

El silencio cayó sobre los gigantes mientras esperaban otra historia u otra canción. Luego la penumbra enfrente de Linden y Covenant se arremolinó y apareció Buscadolores como una transfiguración de la luz de la lámpara. Su llegada produjo algunas exclamaciones de asombro; pero el silencio se restableció en seguida. Su extravagancia acaparaba la atención de los reunidos.

Cuando la tranquilidad fue completa, bajo los tenues movimientos de las velas y el murmullo del mar, dijo en voz baja.

—Contaré una historia, si me lo permitís.

Con un serio asentimiento, la Primera le dio su permiso. Parecía insegura respecto a él, pero no reacia a escuchar lo que tuviera que decir. Tal vez diera algún indicio de la naturaleza y los fines de su pueblo. Linden se alertó, concentrando todos sus sentidos en el Designado. A su lado, Covenant enderezó su espalda como si se preparara contra un acto hostil.

Pero Buscadolores no empezó su historia de inmediato. En lugar de eso, levantó su cara hacia las estrellas, extendió los brazos como si quisiera desnudar su corazón y empezó a cantar en la noche.

Su canción era distinta a todas las que Linden había escuchado antes. Era melódica de una forma que despertó sus emociones. Y estaba armonizada en varios tonos a la vez, como si cantaran varias personas. De la misma forma en que a veces se convertía en piedra, viento o agua, ahora era canción, y su música se elevó, no de la forma humana que él hubiera elegido, sino de la esencia de su ser. Era algo tan bello y sobrenatural que Linden quedó sorprendida al comprobar que podía entender las palabras:

Dejad que quienes surcan los mares se inclinen;

Dejad que aquéllos que caminan se inclinen aún más;

Porque desaparecen la paz y los sueños

Allí donde el Designado va.

Dejad que quienes surcan los mares se inclinen;

Porque ellos nunca han podido ver

El naufragio de la Tierra subir a las estrellas

Y la ruina extender.

La Mortalidad tiene ojos mortales.

Dejad que aquéllos que caminan se inclinen aún más,

Porqué son como pavesas en el viento

De lo que no conocerán.

El precio del saber es riesgo y es peligro;

O pérdida de todo, incluso de la vida,

Porque desaparecen la paz y los sueños

Cuando la Tierra comienza a declinar.

Y por esto, dejad que los otros se inclinen

Quienes nada saben ni ven,

Porque están dispensados de viajar

Hacia donde el Designado va.

La canción salió de él sin esfuerzo, y cuando terminó, dejó tras de sí una especie de éxtasis. A pesar de su instintiva desconfianza, de sus razones para odiar, Linden se encontró pensando que tal vez los elohim fueran honestos después de todo. Estaban más allá de su juicio. ¿Cómo podía ella comprender, y mucho menos evaluar, las características de un pueblo que formaba parte de todo aquello que lo rodeaba, participando en la sustancia fundamental de la Tierra?

Sin embargo se resistía. Tenía demasiadas razones para dudar. Una canción no bastaba como respuesta. Se mantuvo relajada, esperando la historia del Designado.

Serenamente, superando los susurros de los gigantes, comenzó. Para narrar aquella historia, escogió la voz humana, aceptando las limitaciones de una garganta mortal con deliberada indulgencia, como si no quisiera que sus oyentes fueran confundidos por razones secundarias. O, pensó Linden, como si la historia fuera angustiosa para él y necesitara mantenerse a distancia de ella.

—Los elohim no somos como los demás pueblos de la Tierra —dijo situándose entre la luz de la linterna y la oscuridad—. Nosotros somos parte de la Tierra y la Tierra forma parte de nosotros, más profunda y absolutamente que cualquier otra manifestación de vida. Nosotros somos su Würd. No hay otro nombre que se adapte o nos defina mejor a nosotros. Y por tanto nos hemos convertido en un pueblo solitario, ocultándonos del mundo exterior, poniendo mucho cuidado en las intrusiones del mundo exterior que permitirnos. ¿Cómo podríamos actuar de otra manera? Tenemos pocas razones para desear intercambios con otras vidas que no sean las nuestras. Y también es cierto que pocas veces obtienen beneficios aquéllos que tratan con nosotros.

«Pero no siempre ha sido así. Hubo un tiempo en que no guardábamos tantas distancias; pero ese tiempo ha sido ya olvidado hasta por nuestras memorias más perdurables. Desde el hogar y centro de Elemesnedene, viajábamos por toda la Tierra, buscando lo que ahora hemos aprendido a buscar en nosotros mismos. Según el concepto de la Tierra, nosotros no envejecemos. Pero a nuestra manera, entonces, éramos más jóvenes de lo que somos. Y en nuestra juventud, fuimos a muchos lugares y repetidas veces, participando, quizá no siempre sabiamente, de aquello que encontrábamos.

«Pero no es de esto de lo que voy a hablar. Voy a hablar del Designado. De aquellos que lo han sido antes que yo, cambiando de nombre, elección y tiempo a causa de la fragilidad de la Tierra. Ellos, con su visión y conocimiento han soportado las cargas de los que ha dependido toda la Tierra o parte de ella.

»Y en su trabajo la juventud ha jugado su parte. En edades pasadas, aceptamos en alguna ocasión cometidos, no diré pequeños, pero sí menos trascendentes. Cuando percibíamos una necesidad que tocaba nuestros corazones, nos reuníamos todos y nombrábamos a un Designado para solventar aquella necesidad. Citaré a una de ellas para que podáis comprender la clase de necesidades de las que estoy hablando. En un lejanísimo pasado del lugar que vosotros llamáis el Reino, la vida no era la vida de hombres y mujeres, sino de árboles. Una gran vegetación de sensibilidad y pasión llenaba todo el territorio, una mente y un corazón vivos en cada hoja y rama de cada árbol entre los muchos millares de árboles para gloria de los bosques. Y los elohim amaban aquella vida.

»Pero algo se levantó contra aquel bosque, y trató de destruirlo. Aquello fue espantoso, porque los árboles podían conocer el amor, y sentir dolor y gritar, pero tenían pocos medios de defensa. Carecían de conocimientos. Por tanto, nos reunimos y de entre nosotros salió un Designado para dar su vida por aquel bosque. Eso hizo ella al disolverse entre los árboles hasta que estos obtuvieron el conocimiento que necesitaban.

»Este conocimiento lo emplearon para incustrarla en la piedra, utilizando su nombre y su ser para formar una oposición contra aquella cólera. Y así ella se perdió para sí misma y para su pueblo. Pero la oposición permaneció mientras el bosque tuvo voluntad para mantenerla».

—El Coloso —dijo Covenant—, el Coloso de la Cascada.

—Sí —respondió el elohim.

—Y cuando la gente empezó a llegar al Reino y cortar árboles como si sólo fueran madera y dificultad, el bosque usó lo que había aprendido para crear a los Forestales en su defensa. Pero tardaron demasiado en hacerlo, y había demasiada gente, y los Forestales no eran suficientes, y no podían estar en varios lugares a la vez; por eso no consiguieron detener los muchos ciegos o crueles o simplemente poco escrupulosos fuegos y hachas. De todas formas, fueron afortunados al mantener despierta la mente del bosque durante tanto tiempo como lo hicieron.

—Sí —respondió nuevamente Buscadolores.

—¡Demonios! —exclamó Covenant—. ¿Por qué no hicisteis algo?

—Portador del Anillo, —respondió el elohim— no éramos tan jóvenes. Y el cargo de Designado es aborrecible para nosotros, que no estamos hechos para la muerte. Por tanto fuimos renunciando a interferir en aquellas situaciones que no nos concernían. Ahora ya no viajamos tanto, pero nuestro conocimiento no ha disminuido, pues todo lo que la Tierra sabe lo sabemos nosotros, no importa el lugar en que estemos. Pero no somos menos sensibles al amor que conduce a la muerte.

«A pesar de todo lo que he hablado —continuó sin pausa—, todavía no he iniciado la historia. La historia de Kastenessen, el único de todos los Designados que rehusó el cargo.

»En la juventud de los elohim, él era más joven que otros; un joven muy semejante a como es Cántico ahora, obstinado y brusco, pero de otro temperamento. Era el que viajaba más lejos y con más frecuencia de todos los transeúntes. Cuando fue elegido no estaba presente en Elemesnedene.

«Habitaba en una tierra del este, donde los elohim no son ni conocidos ni imaginados. Y allí hizo lo que ningún elohim ha hecho nunca. Se enamoró de una mujer mortal. Y andaba entre aquella gente como si fuera uno de ellos. Pero dentro de su hogar, él era un elohim para eliminar cualquier concepto que los mortales hubieran podido imbuirle.

»Aquel fue un acto que nosotros repudiamos, y volvimos a repudiar una y otra vez, aunque no lo denominamos maldad. En él yacía un precio que la mujer tendría que pagar y que no podría comprender ni rehusar. El le dio su amor, su comprensión de la Tierra y las posibilidades de su forma de hombre; y ella perdió su alma, sumergiéndose en la locura o la posesión más que en el amor humano. Al amarla, la destruyó sin saberlo. No quiso saberlo.

»Por tanto, se le nombró Designado para detener el mal. Por aquel tiempo, había un peligro sobre la Tierra ante el que no podíamos cerrar los ojos. En el más lejano norte del mundo, donde el invierno tiene sus raíces de hielo y frío, había nacido un fuego entre los cimientos del firmamento. Yo no hablo ahora de la causa de este fuego, sino de sus consecuencias para la Tierra. Tal fue su situación y virulencia que amenazó con arrancar la corteza del mundo. Y cuando los elohim se reunieron para considerar quién debía ser Designado, Kastenessen no estaba entre nosotros. Aunque hubiera estado presente para encargarse de su propia defensa, también hubiese sido Designado, ya que había causado daño a una mujer inofensiva, y lo había llamado amor.

»Pero era tal la fuerza de lo que él había llamado amor que cuando el conocimiento de su elección llegó a él, tomó a la mujer, su amante, de la mano y huyó, tratando de evitar la misión.

»Así recayó en mí, y en otros como yo, la tarea de perseguirlo. Actuó como si se hubiese vuelto loco, porque seguramente sabía que en toda la Tierra no hay lugar para esconderse de nosotros. Y aunque hubiera alguna posibilidad para él si lograba adoptar una forma que nosotros no pudiéramos descifrar, era totalmente imposible para la mujer que tenía por compañera. Su carne mortal lo impedía. Pero él no quiso separarse de ella y, por tanto, lo capturamos.

«Hicimos por ella todo lo que pudimos, aunque el perjuicio o el amor que yacía en su interior estaba más allá de nuestras posibilidades de consuelo. Y a él lo llevamos al fuego que ardía en el norte. Para nosotros seguía siendo un elohim, no liberado de sus obligaciones. Pero él ya no se consideraba nuestro ni de la Tierra, sino solamente de la mujer que había perdido. Se convirtió en una locura entre nosotros. No quería aceptar el nombramiento de Designado, ni que las necesidades fueran algo que no podía ser evadido. Se reveló contra nosotros, contra los cielos y contra el Würd. A mí me maldijo especialmente, prometiéndome una condena que superaría todas sus desgracias, porque yo había estado más cerca de él que cualquier otro elohim, y no le había escuchado. Debido a su estado de desesperación, nos vimos obligados a incrustarlo en el lugar que debía ocupar, despojándolo de nombre, voluntad y tiempo para convertirlo en una clave para los amenazados cimientos del norte. Así fue dominado el fuego y salvada la Tierra; y Kastenessen perdido.

Buscadolores se detuvo. Por un momento, permaneció silencioso en el silencio de los gigantes; y todos sus oyentes estaban sin voz ante él, perdidos como Kastenessen en la historia del Designado. Entonces, se volvió hacia Linden y Covenant, y los miró de frente como si todo lo que había relatado intentara dar respuesta a su perpetua desconfianza. En su voz había una vibración de sinceridad, cuando continuó.

«Si hubiéramos tenido otros medios para combatir el fuego no hubiéramos hecho Designado a Kastenessen. No fue escogido en castigo o por malicia sino por una necesidad extrema. —Sus ojos amarillos parecían reflejar la luz de la linterna, brillando en la oscuridad con destellos sobrenaturales. El precio del saber es riesgo y peligro. Deseo ser comprendido».

Su figura se disolvió, y desapareció de la reunión, dejando tras él un silencio como el comienzo de una soledad incontestable.

Cuando Linden miró a las estrellas, éstas le parecieron carentes de sentidos. Buscadolores pudo haber dicho también: Esto es ruina.

Durante tres días más, el tiempo se mantuvo favorable, llevando al Gema de la Estrella Polar con rápida precisión en ligero ángulo respecto al viento. Pero al quinto día de haber abandonado Bhrathairealm el aire pareció enrarecerse súbitamente, condensándose hasta que la misma brisa se hizo pesada y vagamente premonitora. El cielo rompió en tormenta dando la impresión de que iba a derrumbarse. Bruscas rachas de viento y agua sacudían el dromond en todas direcciones. A intervalos imprevistos, otros sonidos eran ahogados por el ruido de las lonas y de la lluvia. Calientes, caprichosas y temperamentales, las rachas de viento iban y venían de un lugar a otro entre los horizontes. No representaban una amenaza para el dromond pero redujeron su marcha hasta dejarla a velocidad de paseo, haciendo que virara de lado a lado. Con su maniobrabilidad limitada por la pérdida de su palo mayor, el Gema de la Estrella Polar seguía obstinadamente hacia su objetivo, pero no podía sustraerse al impulso de las tormentas.

Después de un día de aquella lenta y accidentada marcha, Linden pensó que iba a marearse. Las olas confundían la estabilidad que había aprendido a esperar de la piedra bajo sus pies desnudos. Sintió el tedio y la prolongada frustración de la tripulación vibrando a través del granito; sintió la proa del dromond surcando el mar de diferentes maneras pero sin perder su dirección. Y Covenant se desesperaba a su lado; su expresión era como un grito que exigiera mayor velocidad al barco gigante. Bajo la superficie de su comportamiento, él estaba ansioso por llegar a su objetivo. Linden, por su parte, luchó contra la náusea hasta que Encorvado le dio una mezcla de diamantina y agua que calmó su estómago.

Aquella noche, Covenant y ella colocaron una alfombra en el suelo del camarote para no tener que soportar además el movimiento adicional de la litera. Pero al día siguiente, las rachas se hicieron aún más deportivas. Después de la puesta del sol, cuando un claro entre las nubes le permitió tomar sus lecturas de las estrellas, Honninscrave anunció que la Búsqueda había recorrido poco más de veinte leguas desde la mañana anterior.

—Con esta velocidad —dijo a través de su barba—, la isla del Árbol Único puede hundirse en el mar antes de que nos acerquemos a ella.

Encorvado empezó a reír entre dientes.

—¿Es un gigante el que habla? Capitán, nunca he visto que fueras un gran admirador de la prisa.

Honninscrave no respondió. Sus ojos tenían reminiscencias de Soñadordelmar y su mirada estaba fija en Covenant.

Después de un momento, Covenant dijo:

—Pocos siglos después del Ritual de Profanación, un Ente de la Cueva llamado Drool Piedracaliente, encontró el Bastón de la Ley. Y entre otras cosas lo usó para jugar con el clima.

Linden lo miró directamente. Y empezó a preguntar, ¿crees que alguien está causando…? Pero mientras tanto él prosiguió:

«Yo estuve bajo una de sus pequeñas tormentas una vez, con Atiaran. —El recuerdo ensombreció su tono—. Yo la rompí. Antes de creer que existía una cosa tal como la magia indomeñable».

Ahora todo el mundo que se hallaba cerca estaba mirándolo. Silenciosas preguntas puntuaban el silencio. Cuidadosamente, la Primera preguntó:

—Giganteamigo, ¿insinúas que puedes hacer un intento para romper esta tormenta?

De momento, él no contestó. Linden vio en la postura de sus hombros y en el movimiento de sus dedos que quería actuar de alguna manera. Incluso cuando dormía sus huesos estaban rígidos reclamando urgencia. La respuesta a su propia desconfianza estaba en el Árbol Único. Pero cuando habló, dijo:

—No. —Trató de sonreír pero sólo consiguió una extraña mueca—. Con mi suerte, haría otro agujero en el barco.

Aquella noche durmió boca abajo sobre la alfombra como una estatua invertida de sí mismo, y Linden tuvo que masajear su espalda durante largo tiempo hasta que le fue posible darse la vuelta y mirarla.

Y la tormenta todavía no había cesado. El tercer día fue todavía peor. Linden pasaba la mayor parte del tiempo sobre cubierta, observando el viento y la lluvia, en busca de signos que indicaran algún cambio. La tensión de Covenant se había filtrado en ella a través de sus sentidos. El Árbol Único. Esperanza para él. Para el Reino. ¿Y para ella? La pregunta le causó preocupación. El había dicho que el Bastón de la Ley podía usarse para enviarla de regreso a su propia vida.

A media tarde, estando de pie junto a la barandilla a medio camino de la cubierta de proa en estribor, durante un período de cielo claro entre rachas, mientras contemplaban unas nubes tan negras como un desastre soltando lluvia sobre el agua, oyeron un grito que salió del palo de trinquete. Una voz de alarma. Honninscrave contestó desde la cubierta de mando. La alarma se extendió por la piedra. Pesados pies oprimían las cubiertas. La Primera y Encorvado llegaron corriendo hasta donde estaban Linden y Covenant.

—¿Qué…? —preguntó Covenant.

La espadachina fue hacia la barandilla, situándose al lado de Linden y señalando con el dedo. Su mirada era tan aguda como la de un halcón.

Encorvado se situó directamente detrás del Incrédulo.

De pronto, Soñadordelmar también apareció. Por un instante Linden llegó a la imposible conclusión de que la vista del Árbol Único estaba cerca; pero la mirada de Soñadordelmar carecía del preciso temor que había caracterizado su Visión de la Tierra. Miraba como un hombre que hubiera visto un peligroso prodigio cayendo sobre él.

Con el corazón en un puño, ella miró hacia el mar. El brazo de la Primera indicando el lugar enfocaba los sentidos de Linden. En un golpe de percepción, sintió un extraordinario poder flotando hacia el barco. Los nervios de su cara captaron la teurgia sobrenatural antes de que sus ojos la vieran. Pero luego una racha inesperada se la llevó bruscamente, haciéndola desaparecer como si la energía hubiera encontrado en su camino un pararrayos hambriento.

Linden vio una zona de calma avanzando a través del mar. Era más amplia que la eslora del dromond y en su periferia la calma era inexistente. A su alrededor había unos chorros de agua dirigidos hacia arriba como surtidores. Subían directamente como si no hubiera viento que pudiera tocarlos, llegando a una altura similar a los palos del barco gigante. Luego se pulverizaban formando un arco iris, y volvían a caer al mar una vez bendecidos por el sol. Por turnos, arrítmicamente, ahora aquí, ahora en el borde más lejano, los surtidores se elevaban hacia el cielo como celebrantes, definiendo la zona de calma con su innominada gavota. Pero dentro de su círculo, el mar era llano, inmóvil y reflexivo; un sopor sobre el corazón de la profundidad.

Las trombas y la calma se movían con lentitud y delicadeza hacia el Gema de la Estrella Polar.

Covenant trató nuevamente de preguntar:

—¿Qué…?

Estaba sudando y su tono era tenso como si sintiera la aproximación del poder tan palpablemente como Linden.

La Primera respondió:

Esposas del lago.

Y Encorvado añadió, en un suave susurro:

—Las Danzarinas del Mar.

Linden empezó a preguntar, ¿qué son? Pero Encorvado ya había empezado a responder. Desde su posición detrás de Covenant, dijo:

—Se trata de una historia muy divulgada. Nunca pensé tenerlas ante mi visa.

Los surtidores se aproximaban. Linden sintió su fuerza como un «spray» contra sus mejillas, aunque la sensación no tenía otras características que las producidas por la fuerza en sí misma, y por aquella desmayada agresividad que parecía elevarse como un deseo desde las aguas. Pero Honninscrave y el Gema de la Estrella Polar no hicieron ningún intento de evadir el encuentro. Todos los gigantes estaban fascinados por lo asombroso de la aparición.

—Algunos dicen —prosiguió Encorvado— que son las almas femeninas del mar, buscando siempre entre los océanos algún corazón masculino lo bastante fuerte para completarlas. Otros dicen que son las hembras perdidas de una raza que en tiempos vivió en las profundidades y que buscan a sus maridos, que están muertos, extraviados o escondidos. La verdad no la sé. Pero todas las historias coinciden en considerarlas peligrosas. Ningún hombre puede desoír o negar su canción. Escogida, ¿oyes tú su canción?

Linden no habló. Pero Encorvado dio por recibida su respuesta.

—Yo también la oigo. Quizá las esposas del lago no sientan ningún deseo por los gigantes, del mismo modo que no lo sienten por las mujeres. Nuestro pueblo nunca ha sufrido ningún ataque de esos seres. —Su voz se agudizó involuntariamente cuando las primeras gotas mojaron los costados del casco del barco gigante—. ¡Pero quizá para otros hombres…!

Linden retrocedió instintivamente. Pero las salpicaduras sólo contenían agua salada. La fuerza de las esposas del lago no la tocó. No oía ninguna canción, aunque sentía cierta clase de pasión moviéndose en su entorno, intensificando el aire como una trepidación distante. Luego la primera salpicadura pasó al otro lado del dromond, y el Gema de la Estrella Polar quedó dentro de la zona de calma, inmóvil dentro de una guirnalda de arcos iris y diamantes solares y danza. Las velas colgaban de sus cuerdas, desprovistas de vidas. Lentamente, el barco gigante empezó a girar como si la calma se hubiera convertido en el ojo de un remolino.

—Si no reciben respuesta —concluyó Encorvado, casi gritando—, nos dejarán en paz.

Linden percibió el esfuerzo en su voz, en el tenso silencio junto a ella. Por impulso, miró hacia Covenant.

Estaba retorciéndose para liberarse de la fuerte sujeción a que Encorvado sometía a sus hombros.