Fuego de Bhrathairealm
Linden Avery podía ver y oír normalmente. Cail la estaba guiando a través de un pasadizo subterráneo iluminado sólo a intervalos distantes por antorchas. La Primera y Honninscrave iban delante de ella, siguiendo a la mujer que parecía ser Lady Alif. Encorvado y Soñadordelmar estaban cerca. Soñadordelmar llevaba a Ceer en sus poderosos brazos. Vain caminaba como una sombra detrás de todos. Pero Covenant se había ido. Brinn y Buscadolores no se veían por ninguna parte. Linden observaba estos hechos tan claramente como la luz se lo permitía. Y en cierto sentido los comprendía. Sentía molestias en la parte superior de sus brazos, especialmente donde Cail la había contusionado.
Pero el mensaje de sus sentidos tenía tan poco significado como si hubiera sido transmitido en un lenguaje extraño. Covenant se había ido. Detrás de lo que veía y oía, detrás de sus sensaciones físicas, era una niña que había perdido a su nuevo amigo; y nada a su alrededor le ofrecía ningún consuelo a su pena.
Puesto que Cail la conducía hacia adelante por la parte dolorida de su brazo, ella iba con él. Pero estaba preocupada por imágenes que eran como anticipaciones de privación, y aquel dolor no le afectaba.
Más tarde el grupo se encontró ante un panorama de destrucción. Una gran estancia que aparentemente había sido albergue de la guardia, yacía bajo los cimientos de una sección del muro exterior de la Fortaleza. Ahora, tanto el muro como la estancia, eran un montón de ruinas que se abrían a la noche. Los cuerpos de hustin aparecían esparcidos o incrustados en los lugares en que el esperpento de arena había causado aquel caos. Alzándose ante las estrellas, el muro de arena era visible a través de la brecha.
Sin vacilar, Lady Alif trató de escalar el montón de ruinas. Pero los trozos de piedra eran demasiado altos para ella. La Primera la levantó y la acomodó sobre su fuerte espalda. Tras esto, ella empezó a subir.
Honninscrave hizo lo mismo con Linden. Una de sus grandes manos sujetó sus dos muñecas bajo su barba. Sus hombros hacían que le dolieran los brazos. Empezó a recordar a su padre.
A pesar de su hundido pecho y la herida de su cabeza, Encorvado ascendió sin dificultad. Era un gigante, familiarizado con la piedra y la escalada. La fuerza y el equilibrio de Cail compensaron su estatura humana. Vain era capaz de cualquier cosa. Sólo Soñadordelmar tuvo problemas, al estar obligado a sostener a Ceer, ya que no tenía la asistencia de las manos de éste. Pero Encorvado le ayudó. Tan rápidamente como pudieron, se internaron en la noche.
Al llegar al espacio abierto en la parte interior del muro de arena, la Primera dejó a Lady Alif en el suelo. Honninscrave bajó a Linden. Ahora, ella vio que el agujero del Primer Circinado coincidía con una brecha del muro. Con tiempo y en libertad, el esperpento de arena seguramente hubiera podido derribar la Fortaleza entera. Pero los pensamientos de aquellas bestias no parecían apuntar a la destrucción deliberada. Tal vez su objetivo no fuera destruir, sino simplemente derribar los obstáculos que se oponían entre ellos y sus oscuros deseos.
Desde lejos, llegaba el quejido de las sirenas, descarnado y estridente como el lamento de la piedra. El ultraje de la Fortaleza de Arena cortaba el aire a través de la luz de la luna y de la oscuridad.
Pero también había otros lamentos en los oídos de Linden; sus propios sollozos cuando rogaba a su moribundo padre. La noche había entrado en su alma desde entonces, aunque su padre hubiese muerto a la luz del día. Había estado sentado en una mecedora medio rota en el desván, con la sangre brotando de sus muñecas cortadas. Podía oler el dulzón reguero de sangre, sentir la náusea anterior más claramente que las manos de Cail en su brazo. Su padre había tirado la llave por la ventana, haciendo resaltar su autocompasión, negándole la posibilidad de salvarlo. La oscuridad había llegado a ella a través de las tablas del suelo y de las paredes, de la boca de su padre. Su boca desprendía emanaciones negras insondables de adjección y triunfo; insaciable hambre de oscuridad. La había salpicado de sangre igual que Hergrom. Aquel desván del que ella había hecho su refugio, se había convertido en algo horrible.
Lady Alif los dirigió hacia el oeste, apresurándose para alcanzar las escaleras que los conduciría a la parte superior del muro de arena. Estaba demasiado abatida para mantener una marcha más veloz que un andar relativamente rápido. La Primera caminaba a su lado. La cadena que llevaba Honninscrave producía un ligero ruido al rozar el suelo. A veces, se adelantaba a todos, mostrando su urgencia por llegar al barco. Cail empujaba a Linden hacia adelante. Sus pasos eran torpes sobre la arena, pero el vacío de Covenant que había entrado en ella la invalidaba para resistir. Estaba invalidada para salvar a su padre. Lo había intentado, intentado todo lo que su joven mente era capaz de concebir. En su última desesperación le había dicho que no iba a quererle si se moría. El había contestado: De todas formas, tú nunca me has querido. Luego se había sumergido en la muerte como para demostrar que sus palabras eran verdaderas: una oscura lección que había paralizado su cuerpo durante días mientras penetraba y se hundía en las raíces de su ser.
Oscuridad. La luz de una luna que sólo un día antes había estado llena, descendía ya hacia el oeste. Sirenas. Y, a la sombra del muro de arena, escaleras.
Eran amplias. Los buscadores ascendieron por ellas formando un pequeño grupo alrededor de Linden y Cail, Soñadordelmar y Ceer. El agotado cuerpo de Linden no respondía a la subida, al paso de los demás. Pero su mente no hacía ningún esfuerzo para resistirse al impulso de Cail. Covenant se había ido. De todos sus compañeros, sólo Encorvado parecía vulnerable a la fatiga. La distorsión de su pecho entumecía sus pulmones, exacerbaba sus movimientos. Su respiración silbaba y sus pasos parecían inseguros. Podía haber sido el único amigo mortal con que Linden contaba.
Cuando fue conducida de nuevo a la luz de la luna, tropezó contra su voluntad. Cail la enderezó tan bruscamente como llegó el grito a través del muro de arena entre el ulular inarmónico de las sirenas.
—¡Nos han visto! —exclamó Lady Alif—. Lo siento. Temo que os he aconsejado mal. —Aunque su respiración era fatigosa, se comportaba con valor—. Desde el momento en que concebí el deseo de cobrar a Kasreyn el precio de mi humillación, todas mis decisiones han sido equivocadas. Hemos sido descubiertos demasiado pronto.
—Covenant Giganteamigo obtendrá el pago que tú deseas —dijo la Primera. Estaba mirando hacia el sur. En respuesta al grito, unos individuos agazapados habían empezado a hacerse visibles. Varios hustin emergían de los pasadizos interiores del muro de arena—. Por el resto, no temas. —Sus puños unieron su coraje a su nueva espada—. Somos libres en la noche, con un camino llano ante nosotros. Viviremos o moriremos como podamos. Pero no te culparemos a ti.
Como un brillo de hierro bajo la luz de la luna, empezó a caminar hacia el brazo exterior del muro que conducía a Bhrathairain. El resto del grupo la siguió como si se hubiera vuelto tan segura como las olas del mar.
Docenas y luego veintenas de guardianes llegaron en su persecución, blandiendo lanzas. Parecían negros y fatales contra la pálida piedra. Pero habían sido formados para ser más fuertes que veloces; y ellos pudieron mantener su ventaja. Durante un corto tiempo, la niña que había en Linden recobró una apariencia de normalidad cuando su vida se ajustó a nuevos patrones, después de la muerte de su padre. Inmersa en la ductibilidad de su juventud, había vivido como si los mismos huesos de su personalidad no hubieran sido deformados por lo que había ocurrido. Y aún la reiterada autocompasión e inculpación de su madre la habían erosionado como a las rocas el agua. Pretendiendo que ella no había cuidado, no había asentado los fundamentos de sus proyectos posteriores, de sus aspiraciones. Incluso su compromiso con las cargas inherentes al ejercicio de la medicina, con su responsabilidad sobre la vida y la muerte, habían tomado forma de negación más bien que de afirmación.
Covenant se había marchado. Sus sentidos funcionaban normalmente. Pero ella no sabía que iba volviendo lentamente a sí misma desde el vacío donde había sido abandonada y perdida en sus esfuerzos para salvarlo a él. El grupo se estaba aproximando al brazo del muro de arena que formaba el patio occidental entre Bhrathairain y la Fortaleza de Arena. Y desde aquella dirección se acercaba un río de hustin por la parte superior del muro. La unión de las paredes interior y exterior estaba bloqueada. La Primera continuó avanzando unos pasos, estrechando el espacio entre ella y el camino que deseaba tomar hacia el puerto de Bhrathairealm. Luego se detuvo un momento, para que el grupo tuviera tiempo de prepararse para el ataque.
Los guardianes empezaron a cerrarse rápidamente. No producían ningún ruido, excepto el de sus pisadas. Eran criaturas de la voluntad del Kemper, y les faltaba hasta la ambición de sangre o de triunfo. El muro de arena estaba al nivel del Primer Circinado; pero la Fortaleza de Arena se elevaba hacia las estrellas cuatro niveles más, dominando todo aquel lado del firmamento. Allí, la Cúspide del Kemper afrontaba los cielos. Parecía más alta de lo que se pudiera medir y tan inevitable como una condena. No había escape posible de la vista de aquella eminencia. El anhelo de Kasreyn por la eternidad estaba escrito donde cualquier ojo pudiera leerlo.
A través de la piedra de la Cúspide, los sentidos de Linden captaron indicios de fuego blanco. Le afectaban como visiones del cáncer de su madre. Las sirenas gritaban como el terror de su madre.
Con voz llana y normal, Ceer pidió que lo dejaran en el suelo para que Soñadordelmar estuviera libre para la lucha. A un asentimiento de la Primera, Soñadordelmar bajó al herido haruchai, apoyándolo suavemente sobre su pierna sana.
Lady Alif y Ceer, los cuatro gigantes y Cail se colocaron alrededor de Linden en formación protectora, en los cinco puntos de una estrella de combate.
Linden vio lo que estaban haciendo. Pero sólo comprendió que le habían vuelto la espalda. Los doctores habían vuelto la espalda a su madre. No a la melanoma de su madre, contra la que habían combatido con toda tenacidad, sin importarles el campo de batalla en el cual sus esfuerzos se perdían. Pero habían sido sordos y descuidados ante las necesidades de la mujer, incapaces de comprender el hecho de que ella no temiera a la muerte tanto como al dolor o la asfixia lenta. Sus pulmones se llenaban de un fluido que ningún drenaje podía sacar. Estaba aterrorizada no sólo ante la muerte sino sobre todo ante el coste de la muerte, de la misma forma que siempre se había asustado del coste de la vida.
Y nadie la había escuchado, excepto ella, una niña de quince años, en la que una negra avidez había sustituido el alma. Oh, Dios, por favor, déjame morir. Había estado sola en la habitación con su madre, día tras día, porque no tenían a nadie más. Incluso las enfermeras habían dejado de entrar, excepto cuando eran requeridas por orden del doctor.
Lady Alif tenía su espalda frente a Linden. Linden no podía ver más caras que la de Ceer o Vain. El Demondim era tan negro como la muerte. El sudor dejaba huellas de dolor soportado en el rostro de Ceer. Covenant se había marchado. Bajo la luz de la luna, los hustin habían perdido su aspecto humano, convirtiéndose en bestias. Lo único que se oía era el ruido de sus pesados pasos, la estridente amenaza de las sirenas y el desafío de la Primera. Luego los guardianes los atacaron a la vez por ambos lados.
Sus movimientos eran imprecisos y torpes. La mente de Kasreyn estaba en alguna otra parte y carecían de las instrucciones precisas. Quizás hubieran podido destruir al grupo rápidamente, si se hubieran mantenido en formación y lanzado sus lanzas. Pero no lo hicieron. En cambio, cargaron hacia adelante, buscando el combate cuerpo a cuerpo. La espada de la Primera brillaba bajo la luna. La cadena de Honninscrave revolteaba a su alrededor. Encorvado arrebató una lanza al primer hustin que le atacó, lanzándola luego contra los otros. Soñadordelmar prefirió dejar de lado las armas, avanzando entre la lluvia de lanzas, apartándolas y derribando guardianes con sus puños.
Al no tener la corpulencia de los gigantes, Cail no podía igualar aquellas proezas, pero sus rápidos reflejos superaban los movimientos de los hustin. Rompía las lanzas en sus manos y cegaba sus ojos, empujándolos a colisionar unos contra otros.
Pero la parte superior del muro de arena estaba llena de guardianes y su número era irresistible. La Primera sembraba la muerte a su alrededor, manejando la espada con increíble destreza; pero no podía impedir el obstáculo que suponían los cuerpos moribundos lanzados contra ella, no podía evitar que la sangre hiciera el suelo resbaladizo bajo sus pies. La cadena de Honninscrave se enredaba con frecuencia entre las lanzas y mientras tiraba de ella para liberarla, se veía forzado a retroceder. Encorvado mantenía su posición, pero derribaba pocos hustin. Y ni Soñadordelmar ni Cail podían defender con eficacia sus respectivos flancos. Los guardianes amenazaban con romper el cerco por donde estaban ellos.
La Cúspide del Kemper se elevaba sobre el combate como si la atención de Kasreyn estuviera concentrada en aquel punto, y estuviera encerrando lentamente a los buscadores en el puño de su malicia. Por un instante, una súbita magia indomeñable hizo aparecer traslúcidas aquellas altas piedras, pero no ejercía ningún efecto sobre los hustin. Las sirenas gritaban con el alborozo de los vampiros.
Y un guardián se infiltró en el centro de la defensa.
Cargando con toda su fuerza hacia adelante, apuntó con su lanza a Linden.
Ella no se movió. Estaba atrapada por la vieja seducción de la muerte, la pretérita e inevitable convicción de que cualquier violencia dirigida contra ella era condigna, que deseaba el castigo que siempre había negado. ¡Dejadme morir! Ella había heredado aquel grito, y nada sería capaz de silenciarlo nunca. Lo deseaba. Su mirada seguía el hierro que avanzaba como dándole la bienvenida.
Pero Ceer se interpuso entre ella y la lanza. Medio inmovilizado por las tablillas de su pierna y los vendajes que rodeaban su espalda, no podía defenderla de otra manera. Avanzando, aceptó que la punta de la lanza se clavara en su abdomen.
El impacto lo lanzó contra ella, y cayeron juntos sobre la piedra.
Salvajemente, Soñadordelmar se volvió y rompió la espalda del guardián.
Ceer quedó tendido a través de las piernas de Linden. El peso de su vida la dejó allí atrapada. La sangre trató de salir del interior de Ceer, pero él puso su mano en la herida. Alrededor de ella, sus compañeros luchaban hasta los límites de su resistencia, y sobrevivieron porque eran demasiado obstinados para aceptar cualquier derrota. Destellos de horror brillaban en la Cúspide del Kemper. Pero Linden era incapaz de separar sus ojos de Ceer. Su penosa agonía corroía sus nervios. Sus facciones no reflejaban nada; pero su dolor era tan vivido como los recuerdos de ella.
La mirada de Ceer se clavó en su rostro. Era tan aguda como su necesidad. La luz de la luna ardía como fiebre en sus ojos. Cuando habló, su voz fue como un susurro de sangre que brotaba de sus labios.
—Ayudadme a levantarme, debo luchar.
Ella oyó, y no lo escuchó. ¡Dejadme morir! Había oído antes aquella apelación. La había oído hasta que tomó el mando de sí misma. Se había convertido en la voz de su oscuridad privada. Su íntima avidez. La piedra que la rodeaba estaba llena de lanzas caídas, algunas enteras, otras rotas. Inconscientemente, sus manos encontraron un trozo de madera con una punta de hierro tan larga como su antebrazo. Cuando el Delirante Gibbon la había tocado, parte de ella se exaltó en reconocimiento y codicia: su deslumbrada falta de poder había respondido al poder. Y ahora aquella respuesta volvía a brotar de aquella fuente de violencia. De todas formas, tú nunca me has querido. El silencio la sacó de la resolución que había mantenido aquella negra ambición bajo control. ¡Poder!
Agarrando la madera como si fuera una espiga, copió la decisión que había formado su vida. Ceer levantó la mano de su abdomen demasiado lentamente para detenerla. Ella alzó ambos brazos, tratando de introducir aquella punta de lanza en su garganta.
Cail la apartó. Su pie golpeó la parte superior del brazo derecho de Linden donde las contusiones eran más dolorosas, haciéndole fallar el movimiento, mientras ella caía hacia atrás como una muñeca desmembrada. La piedra la asustó. Por un momento no pudo respirar. Al igual que su madre. Su cabeza rodaba como si hubiera sido lanzada al espacio. Su brazo se había quedado insensible desde el hombro hasta la punta de los dedos.
Su mente lloraba. Pero para su oído exterior aquella lamentación sonaba como una desolación animal. Los hustin lloraban juntos; una pérdida en muchas gargantas. La lucha se había detenido.
Gritando muy alto, la Primera dijo:
—¿Es que ella…?
Algunos de los guardianes huyeron del parapeto hacia la Fortaleza de Arena. Otros cojeaban como lisiados hacia los descensos más próximos del muro. Ninguno tenía en cuenta para nada al grupo.
—No —respondió Cail inflexiblemente—. Su intento falló. Es la herida que está matándolo. —Su voz mostraba la imposibilidad de olvidar.
Linden sintió que el leve peso de Ceer abandonaba sus piernas. No sabía lo que estaba diciendo. Poseía sólo una conciencia distante que hacía posible las palabras en su boca.
—De todas formas tú nunca me has querido.
Cail le ayudó a ponerse de pie. Su rostro era diamantino a la luz de la luna. Sus manos sujetaron su brazo derecho; pero ella no sentía nada allí.
Los gigantes no la estaban mirando. Su atención estaba fija en la Cúspide del Kemper, como si se encontraran en trance.
Muy alto en los cielos, gusanos de fuego blanco serpenteaban entre las piedras, convirtiéndolas inexorablemente en ruina. La punta de la espiral había empezado ya a derrumbarse. Y poco a poco, la Cúspide sucumbía, cayendo estruendosamente. La magia indomeñable brillaba contra la negra cúpula del cielo. La destrucción ya había minado la base de la torre de Kasreyn. La Primera, dijo entredientes:
—Los hustin han perdido a su jefe.
Débilmente, bajo sus pies, Linden notó el derrumbamiento de la Cúspide. Y aquellas vibraciones fueron seguidas de los golpes que producían los bloques de piedra estrellándose en la Majestad.
—Ahora —dijo Encorvado, respirando dificultosamente—, loemos el nombre de Covenant Giganteamigo y reguemos para que pueda soportar la destrucción que ha iniciado. Seguramente la Majestad también caerá y posiblemente, la Ringla de Riquezas. Se perderá mucho, tanto en vidas como en bienes. —Su tono se hizo más dramático—. Lo siento por los cortesanos, a quienes Kasreyn sometía a tan duro trato.
—Sí —añadió Honninscrave— y yo lo siento por la misma Fortaleza de Arena. Kasreyn del Giro ha trabajado en muchas malas artes, pero la piedra la trabajaba bien.
Soñadordelmar permaneció encerrado en su mudez. Elevó los brazos hasta su corazón. Pero sus ojos reflejaban la plata feroz que cubría los cielos. Y Vain estaba erguido de cara al poder de Covenant, como saludándolo con un gesto que recordaba la vieja ferocidad de los ur-viles.
Alrededor de ellos, el aire se estremecía al compás de los destrozos.
Entonces Lady Alif habló a través del incesante ruido de las sirenas.
—Debemos irnos. —Sus facciones expresaban asombro por lo que estaba viendo, por la ruina de la vida que había conocido—. Es el fin de Kasreyn… y de sus guardianes. Sin embargo, el peligro para nosotros subsiste. Ahora ya nadie en la Fortaleza puede revocar las órdenes que ha dado. Y presiento también que habrá guerra esta noche para determinar quién ocupará el poder en Bhrathairealm. Debemos huir si queremos vivir.
La Primera asintió. Se inclinó rápidamente para observar a Ceer. Estaba muerto. Se había desangrado hasta morir como el padre de Linden, aunque nada más habían tenido en común. La Primera tocó su cara como bendición y dirigió una oscura mirada a Linden. Pero no habló. Honninscrave estaba todavía preocupado por su barco. Poniéndose en marcha entre los hustin muertos o moribundos, inició el camino sobre el muro de arena a paso ligero.
Honninscrave se unió a la Primera. Encorvado se apresuró a seguirlos. Murmurando algo inaudible en lo más profundo de su garganta, Soñadordelmar se apartó de Ceer. Cail, que no había dejado ni un solo momento de sujetar el insensible brazo de Linden, la empujó bruscamente en pos de los gigantes.
Ella no tenía sensibilidad desde el hombro a la mano de su brazo derecho. Este colgaba sin fuerza a pesar del ritmo con que su corazón trabajaba. El puntapié de Cail debió romperle algún nervio. Tenía sangre en la cabeza, cuya responsabilidad no sabía a quién imputar. Sus pantalones estaban completamente empapados de sangre. Se pegaban a sus piernas igual que un pecado. El vacío se estaba cerrando ahora con más rapidez, afectándolo con angustias de conciencia. ¿Cómo podía caminar con la vida de Ceer tan íntimamente ligada a ella? Era la misma y potente sangre haruchai con la cual el Clave había alimentado el Fuego Bánico durante generaciones. Y ella era una mujer insignificante, con un brazo y un alma insensibles. Nunca podría evadirse de aquella culpa.
Seguía produciéndose ruidos de roturas en la parte alta de la Fortaleza de Arena. Un contrapunto de granito a las sirenas; pero la indomeñable luz de poder empezó a extinguirse. Poco a poco volvió la oscuridad sobre Bhrathairealm. La luz de la luna cubría el alto edificio de la Fortaleza y el amplio recinto del muro de arena con una sugerencia de desvanecimiento, cubriendo las dunas del Gran Desierto como la caricia de un amante. En aquella alusiva luz, el inquietante ulular de las alarmas sonaba fanático y solitario.
Iba aproximándose a su objetivo. Mientras se apresuraban a alcanzar el brazo del muro que se extendía hacia el muelle, cruzando por encima del patio occidental, el ruido pareció cambiar de tono. Procedía de los esperpentos que se agrupaban como basiliscos en los pórticos interiores.
Instintivamente los compañeros aligeraron el paso. Los pórticos parecían desiertos. Los hustin habían dejado sus puestos de guardia y el Caballo del gaddhi estaba ocupado seguramente en otra parte. Pero las sirenas todavía aconsejaban la huida. Kasreyn estaba muerto; el peligro que había dejado tras él, no lo estaba. Tan rápidamente como podían Linden y Lady Alif, se desplazaron en dirección norte.
Desde la juntura, más allá del patio, el muro formaba una rampa al declinar el terreno hacia el mar. Por unos momentos, la piedra se interpuso entre los buscadores y las sirenas, ahogando el sonido. Y los compañeros pudieron ver Bhrathairain.
Extendida bajo la luna, la ciudad bajaba hacia el muelle en una compleja red de luces fijas y móviles. Lámparas de hogares y comercios defendidos contra antorchas ambulantes sostenidas por saqueadores, soldados o marineros que huían. Bhrathairain parecía como un remolino de llamas, como si toda la ciudad fuera a incendiarse.
En el puerto, el fuego se había iniciado ya.
Los gigantes se lanzaron sobre el parapeto, mirando ansiosamente hacia el lugar donde habían dejado el Gema de la Estrella Polar. Honninscrave musitaba maldiciones como si difícilmente pudiera contenerse de saltar el muro.
Linden no tenía la vista tan larga como los gigantes o los haruchai pero casi había vuelto completamente a sí misma. El vacío todavía rondaba todos sus pensamientos y movimientos como si su cerebro estuviera envuelto en algodón; pero esto no le impedía darse cuenta de la urgencia de sus compañeros. Los siguió hasta el parapeto tratando de ver lo que ellos veían.
En la zona donde el dromond había sido anclado, todos los barcos estaban en llamas.
El choque la llevó a la plena conciencia. El peso de su brazo muerto y el agarro de Cail se volvieron de pronto demasiado pesados para que pudiera soportarlos. Forzó su cuerpo hacia adelante. En seguida, el haruchai frenó su movimiento. La fuerza de su tirón la hizo encararse a él. Se enfrentó a su llana cara, en cuyos ojos se reflejaban los fuegos.
—Yo no puedo… —Su voz parecía tan inútil como su brazo. Había tantas cosas que debía decirle… pero no en aquel momento. Tragó saliva tensamente—. No puedo ver a tanta distancia. ¿Qué le ha ocurrido al barco?
La mirada de Cail se estrechó como si hubiera percibido un cambio en ella. Lentamente soltó los dedos que había clavado en su brazo. Su expresión no cambió. Pero levantó una mano para apuntar hacia el barco.
Encorvado lo había oído. Colocó una mano en su espalda como si fuera a hacerse cargo de ella. O tal vez para interponerse entre los dos, y la hizo girar hacia la vista de la bahía.
Al hacerlo, habló cuidadosamente como un hombre cuyos pulmones han sido dañados por su esfuerzo.
—Esto lo ha hecho el maestro de anclas. Intentó idear un medio para que pudiéramos ser avisados en caso de que los Bhrathair atentaran nuevamente contra el Gema de la Estrella Polar. Ahora parece que el intento ha tenido lugar. Por tanto ha encendido fuego, esperando que podamos verlo y enterarnos del peligro.
—¿Pero dónde…? —sus pensamientos renquearon tras las palabras de él. No percibió nada a lo largo de los muelles, excepto las llamas—. ¿Dónde está el barco?
—Allí. —El dirigió la mirada de ella hacia más allá de los muelles. Aún no podía ver el dromond—. Quitamanos ha obrado bravamente. —La voz de Encorvado era tensa en su garganta—. Pero ahora el Gema de la Estrella Polar debe luchar por su vida.
Luego, ella vio.
Pequeña en la distancia, una bola de fuego se alzaba sobre la negra superficie del agua, expandiendo una espeluznante luz de amplios reflejos. Esta procedía de una galeaza acorazada con una catapulta instalada en sus cubiertas.
La bola de fuego apuntaba a los inconfundibles mástiles de piedra del Gema de la Estrella Polar. Quitamanos había izado todas las lonas que los restantes palos del barco podían soportar. Vivido en aquel momento de luz, el espacio entre ellos se abría como una herida fatal; y las mismas velas parecían querer ser alcanzadas por la bola de fuego.
También había allí otros barcos: dos casi tan grandes como el Gema de la Estrella Polar, dos trirremes con proa de hierro, y otra galeaza armada con catapulta. Estaban acechando al dromond, tratando de ver la forma de hundirlo.
Pero el Gema ya estaba girando. La bola de fuego dirigida contra su popa cayó sobre el aceite que flotaba en el mar. En seguida se produjo una detonación, expandiendo llamas a través del agua. El casco del barco gigante sufrió una sacudida pero sin daño alguno.
Antes de que se consumieran las llamas, Linden vio uno de los trirremes dirigiéndose hacia adentro, tratando de hundir su proa en el casco del dromond. Filas de remos rozaban el mar. Luego la luz se extinguió. A pesar de la luna, los barcos desaparecieron. Honninscrave daba instrucciones entre dientes que Quitamanos no podía oír. El capitán estaba desesperado por su barco.
Linden mantuvo la respiración involuntariamente.
No les llegaba ningún sonido. El tumulto de Bhrathairain y la batalla en el puerto eran inaudibles a través de las sirenas. Pero luego, una nueva bola de fuego saltó de la segunda galeaza. Había sido lanzada deprisa y mal dirigida. No consiguió nada, excepto iluminación.
Bajo la luz, Linden vio virar al Gema de la Estrella Polar para abordar a la galeaza. La proa del atacante fue rota. Sus remos quedaron debajo de la quilla del dromond. Por un momento, aparecieron figuras moviéndose entre las llamas. Luego volvió la oscuridad, y el Gema de la Estrella Polar desapareció cuando se movía para abordar al trirreme más próximo.
Honninscrave y Soñadordelmar no podían apartar la vista del combate, pero Lady Alif tiró del brazo de la Primera. Con un esfuerzo, la Primera desvió su atención del puerto.
—Debéis apresuraros hacia los Espigones —dijo—. Tened cuidado. Están custodiados. Pero solamente allí podéis esperar volver a vuestro barco. Y el camino es largo.
—¿No vas a acompañarnos? —preguntó la Primera, con súbita preocupación.
—Hay una escalera ahí cerca —respondió Lady Alif—. Voy a volver con mi pueblo.
—Lady. —La voz de la Primera era suave, levemente teñida de protesta—. ¿Qué vida te espera allí? Después de esta noche, Bhrathairealm ya no va a ser lo que era. Has arriesgado mucho por nosotros. Permítenos, en compensación, sacarte de este lugar. Nuestro viaje no será fácil ni divertido, pero te apartará de la venganza de los tiranos.
Pero Lady Alif había encontrado fuerzas en sí misma que parecieron sorprenderla.
—Es verdad —dijo, como asombrada de su propia audacia—. Bhrathairealm ya no será lo que era. Y yo ya he olvidado mi habilidad para beneficiarme de los caprichos de los tiranos. Pero ahora habrá trabajo para cualquiera que no ame al gaddhi. Yo poseo alguno de los secretos de la Fortaleza de Arena. Este conocimiento debe ser útil a aquellos que no desean devolver al poder a Rant Absolain. —Estaba erguida dentro de sus desgarradas vestiduras, una mujer que al fin había vuelto a ser fiel a su corazón—. Os doy las gracias por lo que me ofrecéis y por lo que habéis hecho esta noche. Pero ahora debo partir. Los Espigones están protegidos. Tened cuidado.
—¡Lady Alif! —gritó la Primera tras de ella. Pero había desaparecido en la oscuridad; las sombras entre los parapetos se la habían tragado. La Primera suspiró—. Que tengas suerte. Hay esperanza y belleza para cualquier pueblo que da nacimiento a personas como tú.
Pero nadie la oyó excepto Linden y Encorvado.
Temblando, Linden devolvió la vista al puerto a tiempo de ver la vela Gratoamanecer arder como una antorcha.
Imprecisamente, pudo distinguir algún gigante en la arboladura. Cortaron la vela dejándola flotar como un pájaro herido sobre el mar. Antes de que se apagara el fuego ya estaban ocupados en montar una nueva en sus vergas.
El dromond había dejado más daños tras él. Uno de los grandes barcos había colisionado de lado con una galeaza. Muchos de sus remos quedaron triturados y, en la cubierta de la galeaza, la catapulta estaba inutilizada. Mientras los tres barcos restantes trataban de renovar el ataque, el Gema de la Estrella Polar aprovechó la brisa nocturna para surcar las aguas hacia el mar abierto.
—¡Ahora! —gritó la Primera, rompiendo la atención de sus camaradas—. Debemos apresurarnos hacia los Espigones. El barco gigante va a llegar a ellos con fuego y persecución a su espalda. No debe retrasarse para esperarnos.
Sombras de temor y furia oscurecieron la cara de Honninscrave; pero no se demoró. Aunque no podía apartar la vista del puerto, se volvió hacia el norte, y comenzó a correr.
Asumiendo que sería obedecida, la Primera le siguió.
Pero Linden vaciló. Estaba ya agotada. La muerte de Ceer iba incrustándose lentamente en sus pantalones y no sabía qué había sido de Covenant. Las cosas que había hecho dejaron un sabor metálico de horror en su boca. Primero Hergrom y ahora Ceer. Como su madre. Los doctores habían rehusado aceptar la responsabilidad de la muerte de su madre. Y ahora ella era médico, y había tratado de matar a Ceer. Y Covenant se había ido.
Mientras la Primera huía, Linden se volvió hacia la Fortaleza de Arena, tratando de ver algún signo de poder que le indicara que Covenant todavía estaba vivo.
No había nada. El calabozo se hundía en el cielo de la noche como una ruina. Detrás de sus descoloridos muros, estaba lleno de tinieblas que la luna no podía mitigar. La única vida aparente era la vida de las sirenas. Aullaban como si su rabia no pudiera ser nunca aplacada.
Su brazo derecho colgaba a su lado como si hubiera asumido la leprosidad de Covenant. Inflexiblemente, empezó a caminar hacia la Fortaleza de Arena.
Cail la cogió por el brazo, sacudiéndola como si quisiera golpearla. Pero Encorvado y Soñadordelmar no la habían abandonado. Los ojos de Encorvado hervían cuando golpeó el brazo de Cail obligándolo a soltarla. Una distante parte de ella se preguntó si iba a perder el brazo. Con un gesto, Encorvado llamó a Soñadordelmar. Al momento el gigante mudo la levantó en sus brazos. Llevándola como la había llevado a través del Llano de Sarán, fue detrás de Honninscrave y la Primera.
Poco a poco los gritos de las sirenas fueron perdiéndose en la distancia. El grupo avanzaba con una rapidez superior a las posibilidades de Covenant. Le dolía el extremo del hombro derecho débilmente, como suele ocurrir después de una amputación. Cuando miró arriba no vio nada excepto la larga cicatriz que parecía un latigazo de luz de la luna bajo los ojos de Soñadordelmar. La posición en que la mantenía le impedía ver los progresos del Gema de la Estrella Polar. Había sido reducida a esto y privada incluso de fuerzas para protestar.
Se sorprendió cuando Soñadordelmar giró bruscamente hacia el sur y se detuvo. Los otros gigantes también se habían detenido. Y Cail. Todos escudriñaban en la vaga luz a Vain o a algo situado más allá de Vain.
Entonces oyó ruido de cascos que golpeaban la piedra del muro de arena. Cascos calzados de hierro. Muchos. Volviéndose en los brazos de Soñadordelmar vio un gran grupo de sombras que se acercaba. Parecían oscilar y bullir mientras galopaban.
—Honninscrave —dijo la Primera con dureza de hierro—. Tú y Soñadordelmar debéis continuar hacia los Espigones. Llevaos con vosotros a la Escogida y al haruchai Cail. Encorvado y yo haremos cuanto podamos para cubriros.
Ninguno protestó. No había gigante en la Búsqueda que se atreviera a contradecirla cuando usaba aquel tono. Lentamente, Honninscrave y Soñadordelmar continuaron su camino. Tras un instante de vacilación, Cail hizo lo mismo. Vain siguió a Linden de cerca. Juntos, la Primera y Encorvado, se quedaron para enfrentarse al Caballo del gaddhi.
Pero pronto Honninscrave y Soñadordelmar se detuvieron. Linden sintió en los músculos de Soñadordelmar su anhelo de quedarse con la Primera. Honninscrave se encerró en sí mismo como si no supiera abandonar a un camarada. Cogidos entre necesidades en conflicto, observaron a los soldados que se acercaban.
La Primera sujetaba su espada con ambas manos en actitud expectante. Encorvado esperaba con las manos apoyadas en las rodillas, reuniendo aliento y fuerzas para la batalla. En la inmanente plata de la luz, parecían iconos colosales, silenciosos y alerta.
Se oyó una orden en la lengua de los bhrathair. Los caballos se detuvieron, produciendo chispas entre el hierro y la piedra.
Mientras los otros se detenían, una de las monturas se acercó danzando con espuma en sus labios para enfrentarse a los gigantes. Una voz conocida dijo:
—Primera de la Búsqueda, yo te saludo. ¿Quién os hubiera creído capaces de causar tal caos en Bhrathairealm?
La Primera hizo un signo de aviso con la punta de su espada.
—Rire Grist —dijo en una voz que denotaba la presencia del peligro—. Vuélvete al lugar de donde vienes. No deseo derramar más sangre.
La montura del Caitiffin parecía nerviosa; pero él controló al animal.
—Te equivocas respecto a mí. —Su diplomacia había desaparecido. Ahora hablaba como un soldado. Y su tono contenía una nota de ansiedad—. Si yo hubiera poseído la sabiduría necesaria para reconocer vuestra verdadera talla, os habría ayudado antes. —Denotaba ambición—. Kasreyn está muerto. El gaddhi es casi un loco. He venido para escoltaros hasta los Espigones, para que al menos podáis esperar seguros a vuestro barco.
La espada de la Primera no se movió. Suavemente preguntó:
—¿Vas a gobernar ahora en Bhrathairealm, Caitiffin?
—Si no lo hago yo, lo hará otro.
—Tal vez —dijo ella—. ¿Por qué tratas ahora de ayudarnos?
El ya tenía a punto su respuesta.
—Deseo ser bien considerado en las historias que llevaréis a otras tierras. Y también deseo que os marchéis rápidamente, de forma que pueda ponerme a trabajar libre de poderes que no puedo ni comprender ni dominar. —Hizo una pausa y luego añadió algo con evidente sinceridad—: Además, os estoy agradecido. Si hubierais fracasado, yo no habría conservado durante mucho tiempo el favor de Kasreyn. Quizás hubiera sido entregado a los esperpentos. —Un estremecimiento se delató en su voz—. La gratitud tiene significado para mí.
La Primera lo observó por un momento; luego dijo:
—Si dices la verdad, llama a los barcos de guerra que están atacando a nuestro dromond.
Su caballo se encabritó y él logró dominarlo, antes de contestar:
—No puedo hacer eso. —Estaba tenso por el esfuerzo—. Obedecen a las sirenas, que yo no sé cómo silenciar. No tengo medios para hacerme oír a tal distancia.
Casi involuntariamente, la Primera miró hacia el puerto. Allí, el rápido trirreme había forzado al Gema de la Estrella Polar a virar. El barco gigante navegaba presentando su costado a la galeaza, expuesto al ataque. Uno de los grandes barcos se le acercaba rápidamente.
—Entonces tengo que exigirte pruebas de tu buena fe. —Por un momento su voz tembló, pero rápidamente cubrió su preocupación con firmeza—: Debes mandar tu comando de vuelta a la Fortaleza de Arena en busca de Thomas Covenant. Aquellos que se le opongan deben ser detenidos. Y debe disponer de un caballo para que pueda reunirse con nosotros lo más rápidamente posible. Tú debes acompañarnos solo, para cuidar de nuestra seguridad en los Espigones. Y desde aquel lugar encontrarás los medios para ser oído por esos barcos de guerra. —Su amenaza era tan clara como su espada.
Por un momento, el Caitiffin vaciló. Dejó cabriolar a su caballo como si el movimiento pudiera ayudarle a tomar una decisión. Pero había llegado demasiado lejos para volver atrás. Dirigiéndose hacia sus soldados, desmontó. Uno de ellos tomó las riendas de su corcel mientras él daba una serie de órdenes. Y de inmediato, el escuadrón regresó a la Fortaleza al galope, a través del largo muro de arena.
Cuando se hubieron marchado, Rire Grist se inclinó ante la Primera. Ella reconoció su acción con un asentimiento. En silencio, puso su mano en el hombro de Encorvado. Juntos, emprendieron nuevamente el camino hacia los Espigones. Si ella descubrió la desobediencia de sus compañeros, no la reprobó.
Con Cail a su lado como un guardián, Rire Grist se apresuró a mantener el paso de los gigantes mientras se dirigían al norte con rapidez.
Otra bola de fuego reveló que Quitamanos había eludido de alguna forma la artimaña de los barcos de guerra. El dromond estaba nuevamente cortando las olas hacia los Espigones.
A la luz de la bola de fuego que saltaba a través del agua, los Espigones eran claramente visibles. Se elevaban ominosamente contra el horizonte, y el espacio entre ellos parecía demasiado estrecho para su huida.
Cada virada que el barco gigante se veía obligado a efectuar, retrasaba su avance. El grupo llevaba una notable ventaja al dromond mientras se aproximaban a la torre occidental. El Caitiffin corría en cabeza con Cail a su lado, gritando órdenes a los que guardaban las fortificaciones. A los pocos momentos fue contestado. Las vibraciones particulares de los músculos de Soñadordelmar indicaron a Linden que comprendía lo que decía el bhrathair y que Rire Grist no los estaba traicionando.
Pero su fidelidad no la impresionó. Se sentía del todo vacía excepto por el entumecimiento de su brazo, el peligro del Gema de la Estrella Polar y la ausencia de Covenant. No escuchaba al bhrathair. Su oído estaba dirigido hacia atrás, a lo largo del muro de arena, hacia las sirenas y a la espera de un ruido de cascos.
Los soldados salieron de los Espigones y saludaron a Rire Grist. Este les habló rápidamente. Volvieron a entrar en la Torre acompañados del Caitiffin. La Primera envió a Honninscrave al lugar que ocupaba Cail para asegurarse de que Rire Grist no cambiaba de opinión. Al poco, resonaron órdenes en el interior cuando el Caitiffin gritó hacia el Espigón del lado este.
Juntos, los gigantes se dirigieron a la esquina de la torre a fin de vigilar tanto el puerto como el muro de arena. Allí se quedaron esperando. Linden también esperaba en brazos de Soñadordelmar. Pero sintió que no compartía nada con ellos excepto su silencio. Sus ojos no alcanzaban tan lejos como los de sus compañeros. Tal vez su oído tampoco alcanzara tan lejos. Y la danza de supervivencia del granito del dromond a través del agua dificultaba su concentración. No sabía cómo creer que tanto Covenant como el barco gigante resistirían.
Después de un largo momento. Encorvado dijo:
—Si Covenant llega con retraso… Si el Gema de la Estrella Polar tiene que esperarlo dentro de estos estrechos…
—Es verdad —dijo la Primera—. No hay catapulta que pueda fallar contra un blanco así. En ese caso, la buena voluntad de Rire Grist no contará para nada.
Cail no habló. Estaba con los brazos cruzados sobre el pecho como si su rectitud estuviera llena de violencia que hubiera de ser reprimida.
Suavemente Encorvado musitó:
—Ahora, Quitamanos. —Sus puños golpearon ligeramente el parapeto—. Ahora.
Después de algún tiempo en que no se oía ruido alguno excepto la distante y desesperada furia de las alarmas y el débil golpear del agua contra la base del Espigón, repentinamente llegaron los ecos de un ruido de remos. Engañados por una de las maniobras de Quitamanos, el trirreme y otro de los barcos luchaban para evitar un choque entre sí. Una bola de fuego se estrelló en las rocas, justamente debajo de donde ellos estaban, mandando temblores de detonación a través de la piedra.
El golpe absorbió los sentidos de Linden. Unos borrones de luz blanca ardieron ante su vista pasando luego al rojo. Ella no le oyó llegar.
Bruscamente, los gigantes se volvieron para ver el derrumbamiento de aquella parte del muro de arena. Soñadordelmar dejó a Linden de pie en el suelo. Al fallarle el equilibrio, estuvo a punto de caerse. Cail dio unos pasos hacia adelante, pero después se detuvo como en un acto de cortesía.
Apareció un caballo al trote, que parecía una materialización de la luz de la luna. A medida que el chapoteo de los remos ganaba ritmo, los cascos se hacían incisivos a través del ruido. Casi al mismo paso, el caballo se acercó al grupo. Se paró en seco con las patas extendidas, al borde de la extenuación. Brinn estaba sentado en la silla.
Saludó a los gigantes. Levantando una pierna por encima del cuello del caballo, desmontó. Entonces Covenant se hizo visible. Estaba encogido y se había apoyado en la espalda del haruchai como si temiera por su vida, asustado por la velocidad y la altura del animal. Brinn tuvo que ayudarle a bajar.
—Bienvenido, Giganteamigo —dijo la Primera. Su tono expresaba más alegría que una exclamación—. Bienvenido seas.
Desde la oscuridad llegó un sonido de alas. Una sombra flotó sobre el camino, hacia Covenant. Por un momento, un búho se paró en el aire encima de él, como si quisiera aterrizar sobre su espalda. Pero luego el pájaro y su sombra se disolvieron y cayeron a la piedra, mientras Buscadolores recuperaba su forma humana. Bajo aquella escasa luz, parecía un hombre horrorizado que no pudiera ver el fin de la causa de su horror.
Covenant permanecía donde Brinn lo había dejado, como si hubiera perdido todo el valor. Parecía agotado y sin esperanza. En aquel momento, podría haber vuelto a caer bajo el poder de los elohim. Linden empezó a dirigirse a él sin pensar. Su brazo sano se extendió hacia él como un ruego.
El poder destructor de su mirada se volvió hacia ella. La miró como si el aspecto que ella ofrecía sobrepasara a todo cuanto había sufrido.
—Linden… —Su voz rompió al pronunciar el nombre. Sus brazos colgaban a sus costados como si los mantuviera así el peso de la piedad. Su tono raspaba por el esfuerzo que hacía al hablar—. ¿Estás bien?
Ella eludió la pregunta. No tenía importancia comparada con la angustia que él reflejaba en su cara. Su pesar por las muertes causadas era palpable para ella.
—Tenías que hacerlo. No había otra forma. Todos estaríamos muertos si no lo hubieras hecho. ¡Covenant, por favor! No te culpes por haber salvado nuestras vidas.
Pero sus palabras sacaron nuevamente sus penas a la superficie, como si hasta aquel momento su preocupación por ella y el resto del grupo le hubiera protegido de lo que había hecho.
—Cientos de ellos —murmuró. Y su cara se derrumbó como la Cúspide del Kemper—. No tuvieron ninguna oportunidad. —Parecía que sus facciones iban a deshacerse en lágrimas, reflejando los fuegos del puerto y el Espigón en fragmentos de aflicción y sudor—. Buscadolores dice que soy yo quien va a destruir la Tierra.
¡Oh, Covenant! Ella quería abrazarlo, pero su brazo entumecido colgaba de su hombro como si estuviera muerto.
—Giganteamigo —intervino la Primera, llevada por la urgencia—. Debemos volver al Gema de la Estrella Polar.
El se comportaba como un inválido. Pero aún encontró en alguna parte las fuerzas necesarias para escuchar a la Primera y comprenderla. Pasó ante Linden, hacia el Espigón, como si no pudiera afrontar la necesidad que tenía de ella. Estaba ya tratando de renunciar.
Incapaz de comprender su abnegación, ella no tuvo otra elección, salvo seguirlo. Sus pantalones se habían vuelto tan duros como la muerte después de la última herida de Ceer. Su brazo no se movía. A pesar de todo, Covenant tenía derecho a rehusar su compañía. Más tarde o más temprano los haruchai le hablarían de lo ocurrido a Ceer. A partir de entonces, no le sería posible tocarlo. Cuando Encorvado tomó el lugar que Cail había rechazado, dejó que la condujera al interior de la torre.
Allí Honninscrave se reunió de nuevo con los demás. Guiado por la información que Rire Grist le había dado, encabezó la bajada de una serie de escaleras que terminaban en una ancha plataforma de roca no más alta que un gigante sobre el nivel del mar. El Gema de la Estrella Polar ya había puesto su proa entre los Espigones.
Allí al menos las sirenas eran casi inaudibles, ahogadas por el ruido del agua. Pero Honninscrave se hizo escuchar sobre aquel ruido, llamando la atención del dromond. Momentos más tarde, el Gema de la Estrella Polar lanzó cabos a las rocas. En una conmoción de actividad, los miembros de la Búsqueda fueron izados a las cubiertas del barco gigante.
Uno de los barcos atacantes penetró en el estrecho apenas a un tiro de lanza detrás del dromond, pero mientras el Gema de la Estrella Polar huía, Rire Grist mantuvo su palabra. El y sus soldados lanzaron un salva de flechas de fuego a través de los arcos de la embarcación, señalando inequívocamente su intento de avisarles para que detuvieran el ataque. Al igual que Lady Alif, había encontrado su propio concepto de honor en el desplome de las reglas de Kasreyn.
El barco de guerra podía no estar enterado de aquel desplome, pero Rire Grist era conocido como el emisario del Kemper. Acostumbrada a la autoridad y capricho de los tiranos, la tripulación empezó a retirar rápidamente los remos.
Elevando sus velas al viento, el Gema de la Estrella Polar navegó sin obstáculos hacia el mar abierto y el ocaso de la luna.