El taumaturgo
Aquel nombre pareció golpear el aire, aterrando hasta a las piedras de la Fortaleza de Arena.
Desde una enorme y solitaria distancia, Covenant observó el temor de Kasreyn del Giro. El Kemper soltó el monóculo. Su vieja cara reflejó espanto y cólera. Pero no estaba en sus manos evitar que se pronunciara la palabra que Covenant ya había pronunciado. Una angustiosa indecisión se apoderó de él durante un momento, paralizándolo. Entonces su viejo temor se despertó, y él lo esquivó para salvar su vida.
Cerró tras de sí la puerta de hierro, echando los cerrojos. Pero aquellos sonidos metálicos no perturbaron a Covenant. Estaba perfectamente al tanto de la situación. Todos sus sentidos habían funcionado normalmente. Reconoció su peligro, comprendió la situación de sus compañeros, supo lo que había que hacer. Pero su sensibilidad aún era escasa. La brecha entre acción e impacto, percepción y consecuencia, se cerraba con lentitud. La conciencia despertó en él a partir del contacto que Linden había forjado; pero la distancia era grande y no podía ser eliminada instantáneamente.
Al principio, la recuperación pareció fulminante. Los vínculos que lo conectaban con su adolescencia, y luego con su juventud, se apretaron en una oleada de recuerdos que quemaban como el fuego; templanza y cauterio a la vez. Y aquel fuego se convirtió rápidamente en la fuerza con que se había lanzado a escribir y al matrimonio. Pero luego su progreso se hizo más lento. Con Joan en Haven Farm, antes de la publicación de su novela y del nacimiento de su hijo, había sentido que su luminiscencia era la más profunda energía de vida. Pero sólo le había proporcionado vacío en su corazón. Su bestseller no llegó a ser más que un vano motivo de autocomplacencia. Y su matrimonio fue destruido por el crimen sin culpa de su leprosidad.
Después de aquello, las cosas que recordó hicieron que se estremeciera.
Su violento e involuntario aislamiento, su impuesta autoabominación, lo habían conducido a la locura característica de los leprosos. Había caído en el Reino como si éste fuera la culminación de la crisis de su vida. Casi inmediatamente había violado a la primera persona que le brindó su amistad. Había atormentado y defraudado a gente que le ayudó. Inconscientemente, había recorrido el camino que el Amo Execrable trazó para él, sin apartarse de aquella condena hasta que las consecuencias de sus propias acciones volvieron para atormentarle. Y, aún entonces, podía haber seguido actuando en favor de la ruina en lugar de hacerlo para restituir el daño, de no haber sido por la ayuda que en todo momento le prestaron personas como Mhoram, Bannor, o Vasallodelmar; gente que poseía una concepción del amor y el valor muy superior a la suya. Incluso ahora, tras los años pasados, su corazón se lamentaba de los perjuicios que había ocasionado al Reino, a la gente del Reino, contra lo poco que finalmente había realizado en su servicio.
Su voz resonaba en la húmeda estructura de la celda. Sus compañeros se estiraban hacia él mientras se arrodillaba como en acto de humillación sobre la húmeda piedra. Pero no tenía atención para dedicarla a ellos.
Y no estaba humillado. Herido, sí. Y sobre todo, culpable y lleno de remordimientos. Pero su leprosidad le había dado fuerza además de debilidad. En el salón del trono de la Guardia del Execrable, al enfrentarse al Despreciativo ante la Piedra Illearth, había encontrado el eje de su paradoja. Balanceándose entre las contradicciones de su autoaborrecimiento y su autoafirmación, de su incredulidad y su amor, su reconocimiento y su rechazo de la verdad del Despreciativo, había llegado a su poder. Ahora lo sentía dentro de él, dispuesto como el momento de claridad que había en el corazón de cada vértigo. Cuando la brecha se hubo cerrado, recobró su control.
Trató de parpadear para liberar a sus ojos de las lágrimas. Nuevamente Linden lo había salvado. La única mujer que no tenía miedo a su enfermedad. Por él se había visto envuelta, una vez tras otra, en riesgos, situaciones y demandas que ella no podía ni medir ni controlar. La piedra que estaba debajo de sus manos y rodillas parecía inestable; pero trató de ponerse en pie. Le debía esto a ella. No podía imaginarse el precio que había pagado para restaurarlo.
Cuando trató de mantenerse en pie toda la celda osciló. El aire estaba lleno de distantes sacudidas como si estuvieran golpeando el granito. A la luz de las antorchas, se veía flotar un fino polvillo que caía de las fisuras del techo. El suelo volvió a estremecerse. La puerta de la celda vibraba.
Una voz sin matices dijo:
—Ya llega el esperpento de arena.
Covenant reconoció la neutra voz de Brinn.
—Thomas Covenant. —El férreo autodominio de la Primera no podía ocultar su desolación—. ¡Giganteamigo! ¿Te ha asesinado la Escogida? ¿Nos ha asesinado a todos? ¡El esperpento de arena viene hacia nosotros!
El no podía contestarle con palabras. Las palabras no habían llegado todavía a él. Contestó plantando sus pies en el suelo con decisión y erigiéndose contra el temblor de la piedra. Luego se volvió de cara a la puerta.
Su anillo colgaba en su inerte media mano. El veneno que activaba su magia indomeñable había estado inactivo durante mucho tiempo; y hacía muy poco que él había vuelto a sí mismo. No podía usar su poder. Sin embargo estaba dispuesto. Linden había previsto esta necesidad por el mismo medio con que había expulsado a Kasreyn.
Buscadolores apareció al lado de Covenant. La angustia del elohim era tan notoria como un aullido; sin embargo, no gritó.
—No hagas eso. —La urgencia se destacaba en sus palabras entre el temblor—. ¿Quieres destruir la Tierra? —Sus miembros se esforzaban en disimular su nerviosismo—. La Solsapiente tiene sed de muerte. No seas loco. Dame a mí el anillo.
Al oír esto, las primeras chispas de la vieja cólera de Covenant empezaron a arder.
El distante estruendo daba la impresión de que parte de la Fortaleza de Arena había empezado a derrumbarse; pero el peligro estaba mucho más cerca. Covenant oyó pies que corrían pesadamente por el corredor exterior, aproximándose.
De forma instintiva flexionó las rodillas, preparándose para la lucha.
Los pies llegaron a la puerta, y se detuvieron.
Encorvado dijo entre dientes:
—Martilla Pintaluz, te quiero.
Entonces la puerta de la celda se arrugó como una hoja de pergamino cuando Nom la empujó y la atravesó, precedido de sus dos brazos sin manos.
Mientras el alarido metálico resonaba en la mazmorra, el esperpento permaneció agachado bajo el arquitrabe. Desde la elevación de la entrada, la bestia parecía lo bastante fuerte para destruir la Fortaleza de Arena piedra a piedra. Su cabeza sin rostro, no revelaba de su saña feroz. Su atención estaba concentrada en Covenant.
Dando un rugido, saltó a la cámara, y la bestia acometió como si quisiera hacerle atravesar la pared del fondo.
Ninguna carne ni hueso mortal hubiera podido soportar aquella embestida. Pero el veneno del Despreciativo sólo había sido inactivado por los elohim. No eliminado ni debilitado. Y el mismo esperpento de arena era una criatura de poder.
En el instante anterior al ataque de Nom, Thomas Covenant se convirtió en una erupción de fuego blanco.
La magia indomeñable: la clave del Arco del Tiempo; un poder que no estaba limitado ni subordinado a ninguna ley excepto al criterio de su poseedor. El Amo Superior Mhoram le había dicho: Tú eres el Oro Blanco, y Covenant confirmó aquellas palabras. La incandescencia llegó. Un fulgor blanco salió de él como del interior de un horno de plata.
A su lado, Buscadolores gritó:
—¡No!
El esperpento chocó contra Covenant. El impacto y el ímpetu lo lanzaron contra la pared. Pero apenas sintió el ataque. Estaba preservado del dolor y el daño por el fuego blanco, como si aquella llama se hubiera convertido en la manifestación exterior de su lepra, insensibilizándolo a las limitaciones de su mortalidad. Un hombre que conservara todos sus nervios vivos podía haber sentido el poder demasiado agudamente para permitirle que creciera tanto. Covenant no estaba sometido a esta restricción. El veneno que había en él era ávido. Las cicatrices de colmillos de su antebrazo brillaban como los ojos del Despreciativo. Casi sin conciencia ni voluntad, neutralizó el asalto de Nom.
El esperpento retrocedió tambaleándose. Como un surtidor de magma, él fue tras de la bestia. Nom daba unos golpes que habrían podido pulverizar monolitos. Su salvajismo congénito, multiplicado por siglos de amarga reclusión, golpeaba a Covenant. Pero él respondió con fuego. Caían trozos de granito del techo y se rompían convirtiéndose en polvo. El suelo estaba lleno de fisuras. El arquitrabe de la puerta falló dejando una brecha, que era como una herida, en el corredor exterior. Las protestas de Buscadolores sonaban como los gemidos de las rocas.
Covenant continuó avanzando. La bestia dejó de retroceder. El y Nom llegaron al cuerpo a cuerpo en lo que pareció un abrazo de hermanos de una misma condena.
La fuerza del esperpento era tremenda. Pudo haberle triturado como a un haz de ramas secas. Pero él era un avatar de llama, y cada destello lo elevaba más en el éxtasis de veneno y rabia. Su luz adquirió tal intensidad que cegaba a sus compañeros. Los destellos se fundían y evaporaban derribando piedras, engrandeciendo el calabozo en cada ardiente latido de su corazón. ¡Había estado tan desvalido! Ahora se había convertido en un salvaje que deseaba devolver los golpes. Aquel esperpento había matado a Hergrom y herido a Ceer. Y Kasreyn había desatado la violencia. Kasreyn que había torturado a Covenant cuando Covenant era incapaz de defenderse. Y sólo la intervención de Hergrom le había salvado de la muerte. O de una posesión que habría sido peor que la muerte. Aquel ultraje ardía igual que la furia del sol.
Pero no había que culpar a Nom. La bestia era astuta, y estaba hambrienta de violencia, pero vivía y actuaba solamente según el antojo del poder de Kasreyn. Kasreyn y otra vez Kasreyn. Imágenes de atrocidad fluían a través de Covenant. La furia lo hacía tan incontrovertible como un volcán.
Sintió que Nom se debilitaba en sus brazos. Instintivamente disminuyó su propia fuerza. La ponzoña que había en él se había despertado de nuevo y aún podía refrenarlo. No quería matar.
En seguida, el esperpento sacó nuevas fuerzas y casi partió a Covenant por la mitad.
Pero el poder de Covenant estaba demasiado alerta para fallar. Con magia indomeñable, agarró a la bestia, atándola con grilletes de llama y voluntad. El esperpento se esforzó titánicamente, pero sin éxito. Dejándolo sujeto, se liberó de sus brazos y retrocedió.
Durante un largo momento, Nom forcejeó, usando toda la vieja ferocidad de su naturaleza en un esfuerzo para liberarse. Pero no pudo.
Lentamente, pareció comprender que había encontrado a un hombre capaz de destruirlo y dejó de luchar. Sus brazos quedaron inmóviles a sus lados y sus músculos sufrieron grandes temblores como una anticipación de la muerte. Poco a poco Covenant rebajó su poder, aunque mantenía una llama encendida en su anillo. Pronto la bestia quedó libre de llama.
Encorvado empezó a reírse entre dientes como si acabara de esquivar la amenaza de la histeria. Buscadolores miró a Covenant con expresión de no acabar de creer lo que estaba viendo. Pero Covenant no tenía tiempo para nada, excepto para el esperpento. Con movimientos de tanteo, Nom trató de comprobar su grado de libertad. La sorpresa acentuó sus temblores. Su cabeza oscilaba de un lado a otro en muestra de incredulidad. Cuidadosamente, como si tuviera miedo, levantó un brazo con la intención de golpear la cabeza de Covenant.
Covenant cerró su puño, enviando un vómito de fuego a la amenaza que había sobre él. Pero no golpeó. En lugar de hacerlo, trató de poner en uso su enmohecida voz.
—Si no me matas no tendrás que volver a la Condena —dijo.
Nom se quedó parado como si le hubiera entendido. Temblando en cada músculo, bajó su brazo.
Un momento después la bestia lo sorprendió dejándose caer al suelo. Su temblor crecía, luego empezó a apaciguarse. Deliberadamente, el esperpento puso su frente sobre la piedra, cerca de los pies de Covenant, en señal de sumisión.
Antes de que Covenant pudiera reaccionar, Nom se irguió nuevamente. Su vacía cara no expresaba nada. Volviéndose con dignidad animal, subió las escaleras hacia la destruida puerta, emprendiendo su camino sin vacilación a través de los cascotes del arquitrabe y desapareció en el pasadizo.
En la distancia, los sonidos producidos por la piedra al caer, habían cesado; pero a intervalos, algún apagado ruido llegaba a la celda, como si una parte de pared o de techo hubiera caído. Nom debía haber causado serios daños en su camino.
Bruscamente Covenant se dio cuenta de la intensidad de su fuego. Hería su vista como si sus ojos hubieran vuelto a la normalidad. Redujo su poder hasta dejar sólo una pequeña llama en su anillo, pero no lo apagó por completo. Todo Bhrathairealm estaba entre ellos y el Gema de la Estrella Polar y él no quería permanecer prisionero por más tiempo. Los recuerdos de Piedra Deleitosa volvieron a él: desamparo y veneno en revulsión. Después de la Videncia había matado a veintiún miembros del Clave del na-Mhoram. Las marcas de colmillos de su antebrazo relucían ante él. Repentinamente, se volvió apremiante cuando se dirigió a sus compañeros.
Vain estaba cerca. La iconografía de los ur-viles en forma humana. Sus labios lucían una negra sonrisa de alivio. Pero Covenant no tenía tiempo para gastarlo en el Demondim. ¿Cuánto necesitaría Kasreyn para organizar las defensas de la Fortaleza de Arena? Pasó por delante de Vain, por delante de sus compañeros.
La Primera murmuró su nombre con voz débil. Parecía que le resultaba difícil soportar la espera. A su lado, Encorvado alternaba las lágrimas con la risa. La herida que había sufrido en la sien parecía haber afectado su equilibrio emocional. Honninscrave estaba con una cadena rota suspendida de su brazo libre y la sangre brotaba de sus muñecas; pero su rostro expresaba la nueva confianza que Covenant le había dado.
Desde los otros muros, los ojos de los haruchai reflejaban el oro blanco con orgullo. Parecían tan extravagantes como el Voto que había ligado la Guardia de Sangre a los Amos hasta más allá de la muerte. Incluso los ojos de Ceer brillaban, si bien detrás de su brillo había un dolor tan notorio que incluso la visión superficial de Covenant podía detectar. Los vendajes de su rodilla estaban manchados de rojo.
Soñadordelmar parecía ajeno a Covenant. La muda mirada del gigante era vidriosa e introvertida. Sus manos atadas forcejeaban como si quisieran cubrir su cara. Pero no mostraba ninguna herida física.
Entonces Covenant vio a Linden.
Al verla se quedó atónito. Colgaba de sus rígidos grilletes como si sus brazos estuvieran rotos. Su cabeza había caído hacia adelante; su pelo castaño cubría su cara y pecho. No podía deducir si respiraba, si la había herido o matado en su lucha con Nom. Buscadolores había estado murmurando casi continuamente:
—¡Loor al Würd porque él ha desistido! —Las palabras llegaban cargadas de temor—. Y aún la suerte de la Tierra está en manos de un loco. Ella ha abierto paso a la ruina. ¿No fui yo Designado para prevenirla? Mi vida está ahora inutilizada. Es terrible.
Covenant no se atrevía a acercarse a ella. Temía que estuviera herida o muerta. Lanzó su pánico a Buscadolores. Agarró el manto color crema del elohim. Su poder se manifestó a través de la débil carne de Buscadolores.
—¿Qué le ha ocurrido a ella?
Por un instante, los ojos amarillos de Buscadolores parecieron considerar la posibilidad de fundirse para evitar el agarro de Covenant. No obstante dijo:
—Domina tu fuego, portador del anillo. Tú no conoces el peligro. La suerte de la Tierra es frágil en tus irreflexivas manos. —Covenant le amenazó con la mirada, pero en seguida Buscadolores añadió—: Contestaré.
Covenant no lo soltó. La magia indomeñable estaba acumulada en él como serpientes en su nido. Su corazón latía con tal fuerza que parecía gritar.
—Ha sido silenciada —dijo Buscadolores cuidadosamente, estudiando a Covenant mientras hablaba—, de la misma forma que tú fuiste silenciado en la Elohimfest. Al entrar en ti se ha posesionado del silencio que estaba guardado en tu interior. —Hablaba como si tratara de hacer llegar a Covenant otro mensaje, una justificación de lo que los elohim habían hecho. Pero Covenant no tenía oídos para tales cosas. Sólo la presión de sus puños le impedía explotar.
«Es tuyo, estaba hecho para ti, y no va a apoderarse de ella. Ella va a volver en sí a su debido tiempo. Por tanto, —continuó con más énfasis—, no hay llamada para esa magia indomeñable. Debes reprimirla. ¿Es que no me escuchas? La Tierra descansa bajo tu silencio».
Covenant ya no escuchaba. Apartó a Buscadolores. El fuego salió de sus manos al abrirlas como si dentro hubiera una mecha. Volviéndose hacia Linden atacó las argollas que sujetaban sus manos, las cadenas de sus tobillos. Luego trató de sostenerla. Pero ella no se cayó. Su cuerpo halló el equilibrio como si sus más primitivos instintos la indujeran a evitar la necesidad de su abrazo. Poco a poco levantó su cabeza. A la luz amarilla de las antorchas y blanca de la magia indomeñable, él vio que sus ojos estaban vacíos.
¡Oh, Linden! No podía detenerse. Pasó los brazos alrededor de su cuerpo, la levantó y la balanceó como si fuera una niña. El había estado como ella estaba ahora. Y ella se había expuesto para liberarlo, Su abrazo la cubrió de una penumbra plateada. El flujo de su poder la cubrió como si nunca fuera a abandonarla. No sabía si alegrarse porque todavía estaba viva o llorar por la situación en que se encontraba. Se había producido este daño a sí misma. Por él.
Brinn habló con firmeza, sin temor ni cualquier otro sentimiento.
—Ur-Amo, ese Kemper no quiere permitir nuestra salida. Debemos apresurarnos.
—Sí, Giganteamigo —dijo la Primera. Cada momento que pasaba restauraba más su combativa firmeza—. El Gema de la Estrella Polar sigue en peligro y nosotros estamos lejos. No dudo en absoluto de los recursos y la valentía de Quitamanos, pero estoy deseosa de abandonar este lugar y poner mis pies nuevamente sobre el dromond.
Aquellas eran palabras que Covenant comprendía, no vagas amenazas como las que Buscadolores le había pronunciado, sino una llamada concreta a la acción. El elohim había dicho: La suerte de la Tierra está en manos de un loco. Le había pedido el anillo. Y Covenant había matado a mucha gente, a pesar de su propia repulsión al derramamiento de sangre. El desconfiaba de todo poder. Pero la magia indomeñable corría por su cuerpo como un pulso de delirio, ávida por manifestarse y consumirse. El aviso de la Primera restauró en él la importancia de la Búsqueda da, la necesidad de sobrevivir y huir.
Se le aparecieron imágenes de Kasreyn, aquel que había forzado a Linden para que llegara a tal extremo.
Cuidadosamente, la soltó y se retiró unos pasos. Durante unos minutos la estuvo mirando, fijando su pálido y hermoso rostro en su mente como foco de todas las emociones. Luego se volvió hacia sus compañeros.
Con un gesto mental, desató las ligaduras de sus muñecas y tobillos, empezando por Soñadordelmar y Ceer, de forma que el gigante mudo pudiera atender al haruchai herido. La herida de Ceer le causó un nuevo impacto que produjo una erupción de llamas en sus brazos, como si él sólo fuera combustible para la magia indomeñable. Más de una vez, él mismo se había curado, protegiéndose de cualquier daño. Pero todavía su embotamiento le hacía incapaz para realizar el mismo acto por sus amigos. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para que esta frustración no provocara un nuevo estallido.
Un momento después, el resto del grupo estaba libre. Encorvado se hallaba inseguro sobre sus pies a consecuencia del golpe que había recibido. Pero Brinn se puso en marcha como si estuviera preparado para emprender cualquier acción al servicio de Covenant. Cail se encargó de cuidar a Linden. La Primera sacó su nueva espada, cogiéndola con ambas manos; y sus ojos parecían tan afilados como los bordes de la hoja. Honninscrave flexionó la cadena que había roto, probando su utilidad como arma.
Todos se detuvieron un momento para tomar conciencia de su libertad. Luego la Primera empezó a subir los escalones, y salió de la mazmorra. Todos la siguieron.
El corredor exterior se bifurcaba en dos, uno a la derecha y otro a la izquierda. La Primera escogió sin dudar la dirección que había tomado el esperpento en su huida. Covenant avanzaba a lo largo del corredor detrás de ella, con Brinn y Honninscrave a sus lados y los demás compañeros detrás. Los gigantes tenían que agacharse porque el techo era demasiado bajo para su estatura. Pero pasada la primera esquina encontraron una especie de vestíbulo con varias puertas de celda. Los hustin que habían guardado aquel lugar estaban muertos ahora, yaciendo destrozados donde los había dejado Nom. Covenant no perdió el tiempo mirando dentro de las celdas; pero abrió al pasar todos los cerrojos.
Aquella estancia desembocaba en un laberinto de pasillos. La Primera se vio obligada a detenerse, insegura de la dirección a tomar. Pero al cabo de un momento, Brinn señaló una escalera ascendente al final de uno de ellos. De inmediato tomaron aquella dirección.
Frente a ellos, una esbelta mujer bajaba corriendo los escalones. Al verlos se detuvo con sorpresa; luego reanudó su carrera.
Lady Alif era apenas reconocible. Su vestido estaba destrozado y sucio. El pelo le caía sobre el cuerpo en greñas enmarañadas y en su cuero cabelludo aparecían rodales en los que el cabello había sido arrancado. Cuatro largas rayas rojas desfiguraban su mejilla derecha.
Dirigiéndose a la Primera y a Covenant, dijo entrecortadamente:
—El esperpento… ¿Cómo es que vosotros…? —Pero un instante después se dio cuenta del fuego de Covenant y de la expresión de sus ojos. Entonces continuó—: Ah, yo temía por vosotros. Erais mi única esperanza, y cuando el esperpento… vine hacia vosotros, esperando ver mi propia muerte. —Sus facciones se deformaban alrededor de sus heridas. Pero sus pensamientos les llegaron rápidamente, cuando gritó—: ¡Debéis huir! ¡Kasreyn va a movilizar a todos los activos de la Fortaleza de Arena contra vosotros!
La Primera dirigió una mirada a Covenant; pero él no era Linden y no podía decir si aquella mujer era digna de confianza o no. Sintió los amargos recuerdos que ella le traía. ¿Estaría allí si él hubiera sucumbido ante ella?
Con firmeza, la Primera dijo:
—Alif, estás herida.
Ella se puso una mano en la mejilla; en un gesto de desolación. Había sido una de las favoritas; su empleo dependía especialmente de su belleza. Pero un momento después, bajó la mano y se enfrentó con dignidad a la mirada escrutadora de la Primera.
—Lady Benj no es generosa en el triunfo. Ahora, ella es la favorita del gaddhi, y a mí no se me ha permitido defenderme.
La Primera asintió como haciendo una promesa de violencia.
—¿Vas a guiarnos para salir de este lugar?
La mujer no vaciló.
—Sí. Aquí ya no hay vida para mí.
La Primera empezó a caminar hacia la escalera; pero la mujer la detuvo.
—Este camino conduce al Primer Circinado. De allí sólo se puede salir a través de los pórticos de la Fortaleza, donde se halla toda la guardia. Voy a mostraros otro camino.
Covenant asintió. Pero él tenía otros planes. Su cuerpo despedía chispas de poder a cada latido de su corazón.
—Dime adonde vas.
Rápidamente ella contestó:
—El esperpento ha abierto una gran brecha en la Fortaleza. Siguiendo sus huellas podemos llegar al espacio abierto dentro del muro. Luego el camino más seguro hasta el puerto parte del mismo muro de arena. Estará vigilado; pero puede que la mente del Kemper esté ocupada en otro lugar; en los alrededores de los pórticos.
—Y una vez en el muro, será más difícil que nos alcancen —dijo la Primera— que en los pórticos o en las calles de Bhrathairain. Está bien. Vamos.
Pero Covenant estaba diciendo:
—Muy bien. Me encontraré con vosotros en el muro. En algún lugar. De todas formas, si no me veis antes, aguardadme en los Espigones.
La Primera se paró ante él, dirigiéndole una mirada abrasadora.
—¿Adonde vas?
El estaba colmado de veneno y poder.
—No lograremos nada abriéndonos camino a través de los guardianes. Kasreyn es el verdadero peligro. Puede hundir el barco sin salir de la Cúspide del Kemper. —Volvieron a él recuerdos de su encuentro con Vasallodelmar, Triock y Lena después de la defensa de la Pedraria Mithil y de las promesas que había hecho; promesas que había mantenido—. Voy a derribar esta sangrienta roca ante él.
En aquellos días, conocía muy poco o no comprendía la magia indomeñable. Había hecho promesas porque carecía de cualquier otro recurso para calmar su propia cólera. Pero ahora Linden estaba silenciada, se había sumergido en el vacío para salvarlo; y él estaba iluminado por el fuego blanco. Cuando la Primera dio su asentimiento, abandonó el grupo y corrió hacia la escalera.
Brinn le siguió al instante. Covenant cruzó la mirada con el haruchai. Serían dos hombres contra toda la Fortaleza de Arena. Pero sería suficiente. Una vez, él y Brinn se habían enfrentado solos con toda Piedra Deleitosa, y habían sobrevivido.
Al empezar a subir las escaleras, un destello de color blanco cremoso le llamó la atención y vio a Buscadolores corriendo tras él.
Vaciló un momento. El elohim corría con la misma facilidad que Vain. Cuando alcanzó a Covenant, Buscadolores dijo nerviosamente:
—No hagas eso. Te lo imploro. ¿Es que eres sordo además de loco?
Por un instante, Covenant deseó desafiarlo. El poder hormigueaba en sus manos. Las chispas recorrían sus brazos. Pero se contuvo. Pronto tendría una mejor oportunidad para obtener la respuesta que quería. Apartándose del elohim, empezó a subir las escaleras tan rápidamente como le permitieron sus piernas.
La escalera era larga; y cuando llegaron al final, dejaron a Buscadolores entre los salones y pasillos que había en la parte trasera del Primer Circulado. El lugar parecía vacío. Aparentemente, todas las fuerzas ya habían sido convocadas en otra parte. No sabían qué camino tomar. Brinn tomó la iniciativa y Covenant lo siguió.
El rompimiento de rocas había cesado. Las piedras ya no temblaban. Pero de la distancia llegaban ruidos de sirenas, unos aullidos agudos y prolongados como los gritos de los esperpentos. Sonaban como si quisieran incitar a la guerra a todo Bhrathairealm.
Rumiando la certeza de que no habría posibilidad de escapar de la Fortaleza de Arena ni del Puerto de Bhrathairain, mientras Kasreyn del Giro estuviese vivo, Covenant aceleró el paso.
Antes de lo que esperaba, dejó atrás el complejo laberinto y entró como una avalancha de plata en el inmenso antepatio del Primer Circinado, entre las dos amplias escaleras, situadas una frente a otra.
El antepatio estaba fuertemente custodiado por hustin y soldados.
Un grito partió de lo alto. Las fuerzas de la Fortaleza de Arena estaban situadas cerca de las puertas para impedir cualquier intento de escapada. No eran muy visibles ya que la noche había caído y el antepatio estaba solamente iluminado por antorchas sostenidas por guardianes. Al oír aquel grito los agresores avanzaron.
Brinn los ignoró. Corrió hasta la escalera más próxima y empezó a subirla. Covenant lo siguió con la fuerza de la magia indomeñable. Buscadolores se movía como si el aire que lo rodeaba le empujara hacia arriba.
En respuesta al grito, un grupo de hustin bajaron ruidosamente del Segundo Circinado. Allí debía haber muchos guardianes esperando, con la intención de cogerlos entre dos fuegos. Las sombras se convirtieron en desconcierto en la expresión de aquellas caras bestiales cuando vieron a los tres hombres que subían a su encuentro, en lugar de huir.
Brinn le puso la zancadilla a uno de ellos, golpeó al segundo y le quitó la lanza a un tercero. Luego Covenant barrió a todos los hustin de la escalera con una rociada de llamas y siguió hacia arriba.
Deteniéndose sólo para arrojar la lanza contra sus perseguidores, Brinn se puso nuevamente en el puesto que abría la marcha.
El Segundo Circinado estaba más oscuro que el primero. Los escuadrones situados allí no revelaban su presencia con antorchas. Pero el poder de Covenant brillaba, revelando el peligro. A cada paso parecía exaltarse más. El veneno y el fuego lo dirigían como si ya no tuviera poder de elección, y dado que los hustin y soldados eran demasiado numerosos para que Brinn pudiera hacerles frente, llamó al haruchai. Luego lanzó una conflagración ante ellos y la usó como escudo para continuar su camino. Las llamas formaban una estela tras ellos, en el suelo. Los guardianes no podían alcanzarlos a través de ella. Les arrojaron lanzas, pero la magia indomeñable las destruía antes de que llegaran a su objetivo.
Fuera de la Fortaleza las sirenas elevaron sus voces hasta que parecieron aullidos de condenados. Covenant no les prestó atención. Protegido por el fuego, subió otras escaleras y llegó a la Ringla de Riquezas.
Las luces de aquel lugar habían sido apagadas; pero estaba vacía de enemigos. Tal vez el Kemper no esperaba que ellos llegaran a aquel nivel, o tal vez no quería arriesgarse enviando a los soldados al lugar donde se guardaban tesoros acumulados durante siglos. Al final de la escalera, Covenant se paró un momento, se desprendió del fuego que los protegía y lo lanzó hacia abajo para retrasar la persecución. Luego corrió detrás de Brinn, a través de las galerías, impulsado por el odio que sentía hacia Kasreyn.
Ascendieron por la lujosa escalera en espiral de la Ringla de Riquezas y llegaron a la Majestad.
Allí las luces estaban encendidas. Altos candelabros y antorchas todavía enfocaban su iluminación hacia el Auspicio, como si el dominio que representaba el trono del gaddhi no fuera una falsedad. Pero todos los guardias habían sido retirados para cumplir las órdenes de Kasreyn en alguna otra parte.
Nada se interfirió en el rápido avance de Covenant, sostenido por la magia indomeñable y acompañado por las sirenas. Con Buscadolores entre ellos como una reconvención, Brinn y el Incrédulo fueron directamente a la disimulada puerta que daba acceso a la Cúspide del Kemper, y empezaron a subir hacia las habitaciones privadas de Kasreyn.
Covenant ascendió como una llama en un cielo nocturno. La subida era larga y pudo haber sido fatigosa, pero la magia indomeñable lo liberaba de todo cansancio. Respiraba un aire de fuego, y no se debilitaba. Las sirenas lanzaban ecos a su cabeza; y detrás de aquel sonido oyó hustin caminando pesadamente tras ellos con tanta rapidez como la escalera les permitía. Pero él era un cóndor rápido y fuerte, preparado para defenderse de cualquier agresión. En una exaltación rayana en apoteosis, sintió que podía entrar en la misma Condenaesperpentos sin ser dañado.
Aún bajo la influencia de la magia indomeñable y la exaltación, su mente permaneció clara. Kasreyn era un poderoso taumaturgo. Había reinado en aquella región de la Tierra durante siglos. Y si Covenant no concebía una defensa contra los guardias que los perseguían, se vería forzado a matarlos a todos. Esta perspectiva le produjo frío. Cuando esto terminara, ¿cómo podría soportar el peso de tal acción?
Entró en la cámara donde Lady Alif había intentado seducirlo, y allí logró dominar su poder, reduciéndolo a una pequeña reserva alrededor de su anillo. El esfuerzo le produjo vértigo. Apretó los dientes hasta que pudo contener el mareo. Pero quedó dentro de él; y sintió miedo de no poder controlarlo durante mucho tiempo. Con voz ronca, llamó a Brinn para que bajara de la escalera de hierro que conducía al lucubrium de Kasreyn.
El haruchai le miró con sorpresa. En respuesta Covenant señaló hacia arriba con un gesto de su cabeza.
—Este es mi trabajo. —Su voz era tensa debido al esfuerzo realizado. Y el tapón que había puesto sobre la presión parecía estar a punto de salir despedido—. Tú no puedes ayudarme allí. No quiero arriesgar tu vida. Y te necesito aquí. —Los ruidos de sus perseguidores llegaban claramente a través del hueco de la escalera—. Mantén estos guardias lejos de mi espalda.
Brinn midió a Covenant con su mirada y luego asintió. La escalera era estrecha. El solo podría defender la cámara contra cualquier número de hustin. La tarea pareció gustarle como si fuera un trabajo digno de un haruchai. Dedicó al ur-Amo una reverencia formal. Covenant empezó a subir los escalones.
Todavía Buscadolores permanecía a su espalda. El elohim estaba hablando de nuevo, rogando a Covenant que se contuviera. Pero él no escuchaba sus palabras, aunque usaba la voz de Buscadolores para mantener el control sobre sí mismo. En cierta forma, Buscadolores representaba un peligro más profundo que Kasreyn del Giro y Covenant había concebido una forma de afrontar ambos a la vez.
Si pudiera mantener el control el tiempo suficiente.
Sin la magia indomeñable habría tenido que ascender con la fuerza normal de sus piernas. La noche era fría; pero su frente estaba cubierta de sudor como si hubiera sido extraído de su cráneo por los aullidos de las sirenas. El esfuerzo para controlarse le afectaba tanto como el miedo. Su corazón golpeaba y su respiración era dificultosa. En estas condiciones subió los últimos escalones y se encontró cara a cara con el Kemper.
Kasreyn estaba de pie junto a un muro del lucubrium, detrás de una larga mesa. La mesa contenía grandes urnas, frascos y objetos diversos, así como un gran recipiente de hierro que humeaba. Estaba preparando uno de sus encantamientos. A escasa distancia de él, estaba la silla en la que había sentado a Covenant. Pero los aparatos de la silla habían sido alterados. Ahora había círculos dorados como nuevas versiones de su ocular que salían de ella en todas direcciones, montados en varillas.
Covenant se cruzó de brazos, esperando un ataque inmediato. El fuego crecía al margen de su voluntad, pero el Kemper le dirigió una mirada velada, una mirada de desdén. Luego volvió su atención al recipiente. Su hijo dormía como una cosa muerta en su espalda.
—Has matado al esperpento de la arena. —Su voz crujía como los pliegues de su túnica. Durante siglos había demostrado que nada podía vencerlo. El golpe de Honninscrave no le había dejado marca alguna—. Ha sido una gran proeza. Se dice entre los bhrathair que el hombre que logre matar a un esperpento vivirá para siempre.
Covenant se esforzó para controlarse. El veneno y el poder estaban a punto de superarlo. Sintió que se estaba ahogando en su propio autocontrol. La sangre de sus venas estaba ardiendo por razones que le inducían a la muerte de aquel hombre. Pero allí, de pie, en aquel momento, enfrentado al Kemper del gaddhi, vio que no podía decidirse a matarlo. Por más razones que hubiera, no eran suficientes. Había matado ya demasiada gente.
El contestó con voz áspera:
—No lo hice.
Esta frase captó la atención de Kasreyn.
—¿No? —De pronto se enfureció—. ¿Estás loco? Sin muerte, ningún poder puede devolver la bestia a su prisión. Ella sola puede llevarnos a la ruinosa situación de antes. Tú eres poderoso de veras —prosiguió—. Una poderosa causa de ruina para toda Bhrathairealm.
Su ira parecía sincera; pero un momento más tarde la dejó de lado. Había otras cosas que le preocupaban más. Miró de nuevo al interior del recipiente como si estuviera esperando algo.
—Pero no importa —murmuró—. Atenderé esas cosas a su debido tiempo. Y tú no vas a escapar de mí. Ya he mandado destruir el barco gigante que tanto queréis. Sus llamas iluminan el puerto de Bhrathairain mientras tú estás aquí desafiándome.
Covenant se estremeció involuntariamente. ¡El Gema de la Estrella Polar en llamas! Sin que pudiera dominarlos, estallidos de magia indomeñable rompieron sus ataduras para atacar al Kemper. Su esfuerzo para retenerlos le causó un fuerte dolor en el pecho, que pareció que iba a romperse. La cabeza le dolía por el esfuerzo cuando gritó tensamente:
—¡Kasreyn! ¡Yo puedo matarte! —El fuego blanco enmarcaba cada palabra—. Tú sabes que puedo matarte. Deja lo que estás haciendo. Olvídate de tu ataque al barco. Deja partir a mis amigos. —El poder nublaba su visión dándole la imprecisión de una pesadilla—. Voy a quemar cada hueso de tu cuerpo.
—¿De veras? —El Kemper se echó a reír; un remedo de risa sin alegría. Su mirada era tan cruel e inquietante como las sirenas—. Olvidas que yo soy Kasreyn del Giro. Por mis artes se creó la Condenaesperpentos y se levantó esta fortaleza. Y tengo a todo Bhrathairealm en mis manos. Tú eres poderoso a tu manera y posees lo que yo deseo. Pero aún así eres pequeño e incapaz y me ofendes con tus palabras.
Hablaba con firmeza; pero aún no atacó. Con una mano hizo un lento gesto, casi amable, señalando la silla.
«¿Has observado mi preparación? —Sus modales eran serenos—. Este oro es raro en la Tierra. Quizás no pueda encontrarse en ningún otro lugar. Por tanto, llegué aquí y tomé en mis manos el dominio del Bhrathairealm. Y me esfuerzo en extenderlo sobre otros reinos, otras regiones, buscando más oro. Con oro cultivo mis artes. —Miraba directamente a Covenant—. Con oro puedo destruirte».
Al pronunciar estas palabras sus manos volcaron el recipiente de hierro.
Un negro líquido, tan viscoso como la sangre, se derramó sobre la mesa, incendiándose y cayendo al suelo. Produjo agujeros en la piedra. Salpicó hacia donde estaba Covenant.
Ácido o vitriolo, tan potente como el negro fluido de los ur-viles.
Instintivamente Covenant levantó los brazos, lanzando fuego blanco en todas direcciones. Luego, una fracción de latido de corazón más tarde, se replegó. Enfocando su poder, barrió todo aquel líquido negro.
Durante aquella fracción de tiempo, el Kemper se movió. Cuando los ojos de Covenant se aclararon, Kasreyn ya no estaba detrás de su mesa, sino sentado en su silla, rodeado de pequeños aros de oro.
Covenant no podía detenerse. La magia indomeñable lo impulsaba. Con demasiada rapidez para que pudiera reprimirse o considerarlo, lanzó la blanca plata contra el Kemper, una llama suficiente para incinerar cualquier carne mortal.
Apenas oyó el angustioso grito de Buscadolores:
—¡No!
Pero el fuego no alcanzó a Kasreyn. Fue absorbido por los numerosos anillos que rodeaban la silla. Entonces retrocedió, triturando todo lo que se encontraba en el lucubrium con doblada o triplicada violencia.
Las mesas se hundieron; las estanterías fueron arrancadas de las paredes; los signos de poder cruzaban el aire con estruendo. Una turbulencia de escombros y fuego asaltó a Covenant por todos lados al mismo tiempo. Sólo un reflexivo lanzamiento de magia indomeñable lo salvó.
La conmoción lo derribó al suelo. La piedra parecía temblar debajo de él como carne herida. Ecos de plata rodaban ante su visión.
Los ecos no se disiparon. Kasreyn había tomado el mando de la defensiva conflagración de Covenant. Iba y venía ardiendo dentro de los círculos de oro, creando fuego a partir del fuego. Este incremento calentó el aire hasta extremos insospechados.
Buscadolores se agachó frente a Covenant.
—¡Domínate, loco! —Sus puños golpearon sus hombros—. ¿No me escuchas? ¡Vas a destruir la Tierra! ¡Debes detenerte!
Cogido en la deslumbrante conflagración de chispas y coacción, Covenant apenas podía pensar. Pero una pequeña parte de él permanecía clara, capaz de tomar una decisión. Entonces dijo:
—Tengo que detenerle a él. Si no lo hago destruirá a la Búsqueda. Y matará a Linden, a los gigantes, a los haruchai. No quedará nadie para defender la Tierra.
—¡Loco! —repitió Buscadolores—. ¡Eres tú el peligro de la Tierra, tú! ¿Es que estás ciego ante el objeto del veneno del Despreciativo?
Al oír esto, Covenant se quedó pensativo; pero no claudicó. Cogido entre la ira y el temor, dijo:
—¡Entonces detenlo tú!
El Designado vaciló.
—Yo soy un elohim. Los elohim no quitan vidas.
—Una cosa u otra. —La llama se elevaba con la voz de Covenant—. Detenle a él. O contesta a mis preguntas. A todas. ¿Por qué estás aquí? ¿Qué es lo que temes? ¿Porqué quieres que me mantenga inactivo? —Buscadolores permaneció impasible. El poder de Kasreyn se acumulaba para producir un cataclismo—. Recapacita.
El elohim emitió un suspiro que parecía un sollozo. Por un instante, sus amarillos ojos se humedecieron.
Luego se fundió. Se elevó a los aires en forma de pájaro.
El fuego fulguraba a su alrededor, mientras él revoloteaba incólume, como un destello de la Energía de la Tierra. Alargándose y encogiéndose mientras volaba, cayó sobre el Kemper como una manta.
Antes de que Kasreyn pudiera reaccionar, Buscadolores rozó su cara, colocándose sobre su hijo. Inmediatamente, el elohim se convirtió en una capucha en la cabeza del niño. Se pegó debajo de la pequeña barbilla, rodeando su velloso cráneo y quedándose allí como una segunda piel.
Ahogando al niño.
Un espantoso grito salió de la garganta de Kasreyn. Se puso en pie, haciendo eses al dejar la protección de la silla. Alcanzando la espalda con sus manos las clavó en Buscadolores; pero no pudo evitar que se soltara. Sus miembros se volvieron rígidos. La asfixia le daba a su cara expresión de locura y terror. Nuevamente gritó; un grito de horror que procedía de las raíces de su ser:
—¡Mi vida!
El grito pareció romper su alma. Cayó al suelo como una torre abatida.
Lentamente, la teurgia que ardía cerca de su silla empezó a desvanecerse.
Covenant estaba de pie como si hubiera intentado ir en ayuda de Kasreyn. La presión del poder y la abominación de la muerte brillaban en él como el presagio de un éxtasis involuntario.
Recuperando su forma humana, Buscadolores se separó del cuerpo del Kemper. Su rostro expresaba aflicción. Con voz apagada dijo:
—Eso que llevaba no era un hijo de su carne. Era un croyel, un ser de deseo y subsistencia procedente de los lugares negros de la Tierra. Aquellos que tratan con los croyel a cambio de longevidad o poder están condenados más allá de toda redención. —Su voz sonaba entre niebla y lágrimas—. Portador del anillo, ¿estás contento?
Covenant no pudo responder. Estaba al borde de la erupción; no tuvo más alternativa que huir de los daños que estaba a punto de ocasionar. Tambaleándose, se dirigió hacia la escalera. Le pareció interminable. De alguna forma seguía conteniéndose, en un esfuerzo que le rompía los nervios; y lo hacía más por Brinn que por sí mismo. Para que Brinn no muriera en el suceso.
En la estancia de abajo encontró al haruchai. Brinn había defendido la escalera con tanta efectividad y hustin caídos, que Covenant ya no pudo hacer otra cosa que esperar a que alguien despejara su camino.
Brinn preguntó a Covenant con la mirada; pero Covenant no tenía ninguna respuesta para él. Temblando en cada uno de sus músculos, el Incrédulo desató magia indomeñable solamente lo suficiente para abrirse paso entre los guardianes muertos que yacían en la escalera. Luego empezó a bajar con Brinn y Buscadolores detrás de él.
Antes de llegar a la Majestad perdió el control. El poder salió de él, convirtiéndose en una llama de destrucción; la escalera se tambaleó. La piedra tembló.
Allí arriba, la parte superior de la Cúspide del Kemper empezó a derrumbarse.