DIECIOCHO

La rendición

Despertó sumergida en una húmeda oscuridad, y paso a paso llegó al estado de conciencia impulsada por la rítmica repetición de un sonido metálico.

La parte superior de sus brazos le dolía como la inutilidad de todas las promesas.

No podía ver nada. Estaba en un lugar tan oscuro como un sepulcro. Pero cuando su mente se despertó totalmente, sus sentidos empezaron a funcionar poco a poco dando nombres a lo que percibían.

No quería que le ayudaran a levantarse. Había fracasado en todo. Incluso sus deliberados esfuerzos para introducir la inseguridad en Kasreyn y agravar las implícitas rivalidades entre el gaddhi y su Kemper, habían resultado inoperantes. Ya era suficiente. Dentro de ella había muerte y paz, y no anhelaba otra cosa porque su vida era tan fútil como todo lo que se había esforzado en negar.

Pero el continuo ruido no le permitía la huida. Aquella reiteración procedía de algún lugar lejano y repudiaba su deseo de morir, exigiendo ser tomada en cuenta. Gradualmente empezó a escuchar los mensajes de sus nervios.

Estaba en posición vertical. Todo el peso de su cuerpo era sostenido por sus brazos. Sus bíceps estaban sujetos con anillos de hierro. Cuando recobró sus movimientos, estiró las piernas y la presión de los grilletes cesó. La renovada circulación le produjo dolor en los brazos y en las manos.

El movimiento llevó su atención hacia los tobillos. Estos también estaban anillados en hierro. Pero una cadena sujetaba los grilletes, permitiéndole moverlos ligeramente.

Los grilletes la mantenían contra una pared de piedra. Estaba en una cámara rectangular, sin apenas luz. Se hallaba rodeada de roca pulida, bajo una enorme amenaza. Estaba en un sótano, situado en algún lugar de la Fortaleza de Arena. Los muros y el aire estaban helados. Nunca habría creído que existiese algo tan frío en Bhrathairealm.

Su olfato acusó un ligero olor a sangre muerta; la sangre de hustin y soldados que empapaba sus ropas.

Los sonidos continuaban: ruidos de esfuerzo y de resistencia.

Dentro de la oscuridad, había otra oscuridad frente a ella. Sus nervios reconocieron a Vain. El Demondim estaba separado de ella unos tres metros. Era más duro que cualquier granito, más rígido que cualquier metal. El propósito que obedecía parecía más seguro que la misma tierra. Pero se había mostrado indiferente ante cualquier llamada. Si hubiera pedido socorro, las paredes hubiesen contestado antes que él.

Después de todo, él no era más fiable que Buscadolores, que había huido antes de prestar cualquier ayuda.

Los sonidos de aquellos golpes y percusiones de metales prosiguieron, articulándose entre sí a través de la oscuridad. A cada golpe le seguía un ruido similar al producido por una cadena al tensarse.

Con una palpitación de ira o de angustia, Linden apartó la mirada de Vain y descubrió a Honninscrave.

El capitán estaba erguido, a poca distancia de ella. La cámara no era muy grande. Su aura era un nudo de cólera y determinación. A intervalos breves y rítmicos, tensaba sus fuertes músculos, al tiempo que forzaba las cadenas con toda su potencia y peso. Su ruido no mostraba signos de fatiga o de error. Sintió un dolor creciente donde los grilletes aprisionaban sus muñecas. Su respiración roncaba como si el húmedo aire hiriera su pecho.

Desde otra parte de la pared, la Primera dijo:

—Honninscrave, por favor.

Pero los bhrathair habían tratado de hundir el Gema de la Estrella Polar y él no podía detenerse.

La voz de la Primera no revelaba un daño físico serio. Los sentidos de Linden empezaron a moverse con más rapidez. Sus oídos captaron las diversas respiraciones de la cámara. Sus nervios exploraron el espacio. En algún lugar entre la Primera y Honninscrave localizó a Encorvado. El especial jadeo con que su aplastado tórax tomaba y soltaba aire, le dijo a ella que estaba inconsciente. El olor que emitía le mostraba que había sufrido un duro golpe; pero no sintió evidencia de que hubiera sangrado.

A su lado encontró a Cail. Se mantenía quieto, respirando normalmente; pero su carne de haruchai era inequívoca. Parecía tan falto de juicio como la piedra a que estaba encadenado.

Brinn estaba sujeto a otro muro, opuesto al de la Primera. Su rigidez sugirió a Linden que había intentado lo mismo que Honninscrave estaba haciendo, y lo había desechado por absurdo. Sin embargo, su extravagancia congénita concordaba con lo que hacía el capitán.

Soñadordelmar se hallaba cerca de Brinn, buscando a su hermano en la oscuridad. Su mudez era tan punzante como el llanto. En la profundidad de su ser, sólo habitaban la Visión de la Tierra y una gran desesperación.

Por un momento, la intensidad de sus sentimientos impidió que Linden detectara a Ceer. Pero, poco después, ella descubrió al haruchai herido. También estaba encadenado a la pared opuesta a la Primera, Encorvado y Honninscrave. Su postura y respiración eran semejantes a las de Brinn o de Cail; pero captó de él residuos de sudor y dolor. Las emanaciones de su espalda eran agudas: sus ataduras le mantenían en una posición que perjudicaba a su clavícula rota. Pero aquella dolencia no tenía importancia comparada con la desesperada protesta de su triturada rodilla.

Una instintiva empatía afectó a sus propias piernas, doblándolas. No podía mantenerse de pie, hasta que el dolor de la parte superior de sus brazos la devolvió a sí misma. Ceer estaba muy herido y soportaba su dolor con gran estoicismo. Toda su experiencia y su larga labor gritaban contra lo que le había ocurrido a él. Hizo memoria sobre la actuación de Kasreyn, tratando de encontrar algo que pudiera haber hecho para evitar lo sucedido. Pero no había nada, nada excepto sumisión. Entregar a Covenant al Kemper. Ayudar a Kasreyn a ejercer su voluntad sobre la irreducible vulnerabilidad de Covenant. Traicionar cualquier impulso que la atara al Incrédulo. No. No podía haber hecho eso, ni siquiera para salvar a Ceer de su sufrimiento y a Hergrom de la muerte Thomas Covenant era más para ella que… ¡Covenant!

Debía encontrarlo en la perpetua media noche del calabozo.

Sus sentidos escudriñaron la oscuridad en todas direcciones, pero no descubrió ningún indicio de pulso, ni movimiento de respiración que pudiera pertenecer al Incrédulo. Vain estaba allí. Cail estaba junto a ella. La Primera, Honninscrave en sus esfuerzos, Ceer sangrando. Los identificó a todos. Al lado opuesto al de ella, más allá de Vain, creyó percibir la llana superficie de hierro de una puerta. Pero de Covenant no había signo alguno. Nada.

¡Oh, Dios mío!

Su lamento debió ser audible; algunos de sus compañeros se volvieron hacia ella.

—Linden Avery —dijo la Primera tensamente—. Escogida. ¿Te encuentras bien?

La negrura se hizo loca y desesperada en el interior de su cabeza. El olor a sangre estaba en todas partes. Sólo la resistencia de sus ataduras la libró de caerse al suelo. Ella había conducido a la Búsqueda a aquella situación. El nombre de Covenant sangraba a través de sus labios y la oscuridad se lo arrebataba.

Escogida —insistió la Primera.

El alma de Linden clamaba por un final, por cualquier final, por violento que fuera, para acabar con aquello. Pero en respuesta le llegaban ecos de la forma en que su madre clamaba por la muerte, mofándose de ella. El hierro y las piedras escarnecían su deseo de volar, de desaparecer. Y tenía que encontrar soluciones para la situación de sus amigos. Al fin dijo:

—No está aquí. Lo he perdido.

La Primera soltó el aire contenido en sus pulmones. Covenant no estaba. La Búsqueda había fracasado. Pero ella había sido entrenada para casos extremos; y por tanto su tono no reconoció la derrota.

—De todas formas era un buen plan. Nuestra esperanza sigue siendo la de enfrentar al gaddhi con su Kemper. No podíamos hacer otra cosa.

Pero Linden no estaba preparada para recibir tan frío consuelo.

—Kasreyn tiene a Covenant. —El frío agudizó su aspereza—. Hemos sido un juguete en sus manos. Ahora posee todo lo que quería.

—¿De verdad lo crees? —La Primera hablaba como una mujer que pudiera mantenerse en pie bajo cualquier circunstancia. Cerca de ella, Honninscrave seguía forcejando con sus grilletes con una furia incesante—. ¿Entonces por qué vivimos todavía?

Linden empezó a buscar respuestas. Puede que sólo quiera jugar con nosotros. Pero luego la verdadera importancia de las palabras de la Primera penetraron en ella. Quizás Kasreyn quisiera descargar su crueldad sobre ellos, en castigo o como pasatiempo. Y quizás, quizás que aún los necesitara para algo. Ya había tenido una ocasión para apoderarse del oro blanco y no lo había conseguido. Puede que ahora tratara de utilizarlos en contra de Covenant de alguna forma.

Si eso era verdad, ella podría tener todavía otra oportunidad. Una última oportunidad de demostrarse que tanto ella como sus promesas significaban algo.

Luego la cólera ardió como una fiebre a través de su helada piel. La oscuridad producía un ronroneo distante en sus orejas, y su pulso funcionaba como si hubiera sido estimulado.

Cristo, dame esa oportunidad.

Pero la Primera estaba hablando nuevamente. La solicitud que había en su voz captó y mantuvo la atención de Linden.

—Escogida. Tú tienes una visión de la que yo carezco. ¿Qué le ha ocurrido a Encorvado mi esposo? Oigo su respiración junto a mí. Pero no me contesta.

Linden sintió la reprimida angustia de la Primera como si fuera un vínculo entre ellos.

—Está inconsciente. Alguien le ha golpeado. Pero creo que se recuperará. No percibo ningún signo de conmoción o coma. Nada roto. Puede volver en sí muy pronto.

La ferocidad de los esfuerzos de Honninscrave ocultaron el alivio inicial de la Primera. Pero luego levantó la voz para decir claramente:

—Escogida, te doy las gracias. —La oscuridad no pudo impedir que Linden percibiera las lágrimas silenciosas de la Primera.

Linden se aferró a su aguda y fría lucidez y esperó para hacer uso de ella.

Más tarde, Encorvado volvió en sí. Gimiendo y musitando, superó su desmayo lentamente. La Primera contestaba a sus preguntas con simplicidad, sin hacer ningún esfuerzo para disimular el dolor que se detectaba en su voz.

Pero después de unos momentos, Linden dejó de escucharlos. Desde algún lugar lejano, parecía llegar un ruido de pisadas. Gradualmente se aseguró de ello.

Tres o cuatro pares de pies, hustin… y alguien más.

El chirrido de la puerta de hierro silenció a los prisioneros. La celda se iluminó con luz procedente de un corredor bien alumbrado, revelando que la puerta estaba muy por encima del nivel del suelo. Los guardianes portaban antorchas y bajaron cuidadosamente las escaleras.

Detrás de ellos iba Rant Absolain.

Linden identificó al gaddhi mediante su percepción. Cegada por la súbita iluminación, no pudo verlo. Bajó la cabeza y parpadeó para apartar las brumas de su vista.

En la franja de luz que cubría el suelo entre ella y Vain, yacía Thomas Covenant.

Todos sus músculos estaban flácidos; pero tenía los brazos rectos contra sus costados y las piernas estiradas, lo que demostraba que había sido puesto deliberadamente en aquella postura. Sus ojos miraban al techo sin verlo como si él no fuera más que la envoltura de un hombre vivo. Sólo el leve subir y bajar de su pecho demostraba que no estaba muerto. Oscuras manchas de sangre salpicaban su camisa como las marcas digitales de la culpabilidad de Linden.

La temperatura de la celda pareció bajar súbitamente. Por un momento, sintiéndose al borde de la histeria, Linden no podía creer lo que estaba viendo. Allí yacía Covenant, ante su vista… y sin embargo era completamente invisible en la otra dimensión de sus sentidos. Cuando cerró los ojos con temor, él pareció desvanecerse. Su percepción no contenía evidencia alguna de su existencia. No obstante, estaba allí, materializándose ante ella en el momento en que abría los ojos.

Vibrando internamente, recordó donde había experimentado antes aquel fenómeno. El hijo del Kemper. Covenant se había vuelto en algo similar al niño que Kasreyn llevaba constantemente atado a la espalda.

Entonces descubrió el aro dorado que rodeaba el cuello de Covenant.

Era incapaz de leerlo. No lo comprendía. Pero supo intuitivamente que explicaba lo que le había ocurrido. Era la señal que Kasreyn había dejado en él. Y bloqueaba los sentidos de Linden como si hubiera sido específicamente diseñado para aquel propósito. ¿Para evitar que ella pudiera alcanzarle?

¡Oh, Kasreyn, bastardo!

Pero no tenía tiempo para pensar. Los guardianes habían colocado sus antorchas a los lados de la puerta, y Rant Absolain avanzaba entre ellos para enfrentarse a los miembros de la Búsqueda.

Con un gran esfuerzo, Linden obligó a su atención a mantenerse lejos de Covenant. Cuando miró al gaddhi, vio que estaba completamente borracho. Su vestido se hallaba cubierto de manchas púrpura; en sus ojos se reflejaba claramente la ebriedad y el miedo.

Estaba mirando a Honninscrave. Los continuos esfuerzos del gigante, llamaron su atención. Lentamente, rítmicamente, Honninscrave tensaba sus músculos presionando las cadenas con toda su fuerza. Luego volvía a empezar. Desde las muñecas hasta los codos sus brazos estaban rayados de sangre.

Rápidamente, Linden aprovechó la entrada de Rant Absolain para examinar a sus compañeros.

A pesar de su impasibilidad, la palidez de Ceer revelaba la intensidad de su dolor. Sus vendajes estaban empapados de rojo, puesto que sus heridas habían vuelto a abrirse. La situación de Encorvado era menos seria; pero presentaba un lívido entumecimiento en su sien derecha.

Luego Linden se encontró mirando a la Primera. Había perdido el escudo y el yelmo; pero su vaina continuaba ocupada por su espada nueva. Su empuñadura no estaba al alcance de sus encadenadas manos. Debió haberle sido restituida para demostrarle que no iba a servirle para nada… ¿o para mofarse de Rant Absolain? ¿Quería Kasreyn confundir al gaddhi con aquel maldito regalo?

Pero la Primera se comportaba como si fuera impermeable a tal malicia. Mientras Rant Absolain miraba nervioso a Honninscrave, ella dijo:

—Oh gaddhi, no es conveniente hablar en presencia de esos hustin. Sus oídos son los oídos de Kasreyn. Y ellos verán el propósito de tu visita.

Aquellas palabras penetraron en su borrosa aprensión. Apartó la mirada, trató de asegurar su equilibrio y gritó una orden en lengua bhrathair. Los dos guardianes obedecieron, dejando la puerta abierta al salir.

Honninscrave fijó la mirada en aquella salida mientras continuaba intentando romper sus grilletes.

Tan pronto como los guardias se hubieron marchado, Rant Absolain siguió avanzando inseguro como si la luz fuera oscuridad. Por un momento, intentó estudiar el rostro de la Primera; pero su estatura amenazaba su estabilidad. Luego se dirigió hacia Linden. Avanzó hasta que estuvo tan cerca que ella no pudo evitar respirar los vapores de su embrutecimiento.

Acercándose a su cara, musitó con secreto y urgencia:

—Líbrame de ese Kemper.

Linden se debatió entre la repugnancia y la piedad, manteniendo su voz en el nivel que correspondía.

—Deshazte de él tú mismo. Es tu Kemper. Todo lo que tienes que hacer es desterrarlo.

El vaciló. Sus manos sujetaron los hombros de Linden como si quisiera convencerla… o como si necesitara ayuda para mantenerse en pie.

—No —susurró—. Es imposible. Yo sólo soy el gaddhi. El es Kasreyn del Giro. El poder es suyo. Los guardianes son suyos. Y los esperpentos… —Estaba temblando—. Todo Bhrathairealm sabe… —no se atrevió a continuar, pero luego resumió—: La prosperidad y la salud se deben a él. No a mí. Para mi pueblo no significo nada. —Se tornó momentáneamente lúgubre; pero luego su objeto volvió a él—. Matadlo por mí. —Al no recibir respuesta inmediata insistió—. Debéis hacerlo.

Un extraño sentimiento de compasión ante su estupidez y debilidad tocó el corazón de Linden.

Pero no se permitió vacilar.

—Libéranos —dijo, tan serenamente como pudo—. Vamos a encontrar alguna forma de deshacernos de él.

—¿Liberaros…? —La miró fijamente—. No me atrevo. El lo sabrá. Y si falláis… —Sus ojos estaban llenos de angustia—. Vosotros debéis liberaros por vuestros propios medios. Y matarle. Luego yo estaré seguro. —Sus labios se torcieron a punto de iniciar el llanto—. Yo debo estar seguro.

En aquel momento, mientras sus compañeros la observaban, Linden oyó pasos en el corredor y supo que tenía la oportunidad de añadir otro clavo a su féretro. Tal vez el último clavo. No tenía ninguna duda acerca de quién se acercaba. Pero tuvo compasión del gaddhi. Probablemente nunca había podido ser algo distinto de lo que era.

Levantando la voz, dijo:

—Somos tus prisioneros. Es cruel que te burles de nosotros así.

Entonces Kasreyn se detuvo en el dintel. Desde aquella altura parecía imperativo e inquebrantable, seguro de su poder. Su voz acarició el aire como un suave golpe de látigo, juguetón y amenazante:

—Ella dice la verdad, oh gaddhi. Te estás degradando aquí. Han matado a tus guardianes, ofendiéndote a ti y a todo Bhrathairealm. No les concedas el honor de tu presencia. Sal, te lo ruego.

Rant Absolain se tambaleó. Sus facciones se tensaron como si estuvieran a punto de llorar. Pero detrás de su borrachera, aún funcionaba cierto instinto de conservación. Con un brusco vaivén se volvió hacia el Kemper. Arrastrando las palabras, dijo:

—Quería descargar mi cólera. Estoy en mi derecho.

Luego, con paso vacilante, fue hacia las escaleras y empezó a subir los escalones, dejando la celda sin una mirada a Kasreyn ni a los buscadores. De aquella forma mantuvo el engaño que era su única esperanza de sobrevivir.

Linden observó su partida y se enfrentó a Kasreyn del Giro. No sentía ninguna piedad.

El Kemper se inclinó de mala gana al paso de su gaddhi adentrándose en la celda, después de haber cerrado la puerta de hierro. Mientras bajaba las escaleras, la intensidad de su mirada estaba concentrada en Linden; y el amarillo de su vestido y sus dientes parecían un presagio de encantamiento.

Ella hizo un gran esfuerzo de autocontrol, tratando de verificar lo que había visto antes. Era verdad: al igual que Covenant, el niño del Kemper era visible a sus ojos, pero no a su percepción interior profunda.

—Amigos míos —dijo Kasreyn, dirigiéndose a todos; pero mirando solamente a Linden—. No voy a retrasarme. Estoy impaciente. —Las cataratas empañaban sus ojos—. Más aún, estoy ansioso. —Pasó sobre Covenant para detenerse ante ella—. Os habéis opuesto a mí tanto como vuestras posibilidades os han permitido. Pero ya estáis acabados. —Su saliva reflejaba un punto de luz en uno de los extremos de su boca—. Ahora voy a poseer el oro blanco.

Ella se volvió para dirigirle una furiosa mirada. Sus compañeros los observaban a ella y al Kemper. Todos, excepto Honninscrave, que no interrumpió sus intentos ni siquiera ante Kasreyn del Giro.

—Yo he intentado perderos. —Se pasó rápidamente la lengua por los labios—. Bien, no puede negarse que he sido tolerante con vosotros. Pero se acabó. —Se acercó ligeramente por su izquierda—. Linden Avery, tú vas a entregarme el oro blanco.

Poniéndose rígida, y esperando su oportunidad, Linden dijo mordazmente:

—Estás loco.

El movió una ceja en un gesto de escarnio.

—¿De veras? Escucha con atención y considéralo. Deseo que ese Thomas Covenant ponga su anillo en mis manos. Como tú sabes, es un asunto de libre elección, y hay un velo en su mente que lo incapacita para toda elección. Por tanto, este velo debe ser rasgado de forma que yo pueda conseguir de él la elección que deseo. —Bruscamente golpeó a Linden con un huesudo dedo—. Tú vas a desgarrarlo por mí.

Al oír esto, el corazón de Linden dio un salto. Pero se esforzó para ocultar su tensión, y su cólera. Articulando cada palabra con precisión, pronunció su rechazo.

Los ojos de Kasreyn se suavizaron. En voz baja, preguntó:

—¿Te niegas a obedecerme?

Ella permaneció en silencio como si no se dignara a responder. Sólo los sistemáticos ruidos de los esfuerzos de Honninscrave, rompían el silencio. Casi esperaba que Kasreyn usara su ocular con ella. Tenía la seguridad de que no podría penetrar en Covenant si estuviera bajo el dominio del Kemper.

Pero él daba la sensación de que había comprendido la inutilidad de coaccionarla con su teurgia. Sin previo aviso, giró, y dio un puntapié a la ensangrentada rodilla de Ceer.

El inesperado golpe le produjo un irresistible dolor. Por un momento, sus emanaciones se debilitaron como si estuvieran a punto de desvanecerse.

La Primera inició un salto, que fue abortado por sus esposas. Soñadordelmar trató de golpear a Kasreyn, pero no pudo alcanzarle.

El Kemper se volvió nuevamente hacia Linden. Su voz era aún más suave.

—¿Te niegas a obedecerme?

El temor crecía en ella haciéndola estremecerse. Le permitió crecer para convencerle.

—Si hago lo que me pides, Brinn y Cail me matarán.

En lo más profundo de sí misma, rogaba para que la creyera. Otro golpe como el anterior podría acabar con su resistencia. ¿Cómo podía seguir utilizando la agonía de Ceer para impedir que el Kemper adivinara sus intenciones?

—¡Esos no vivirán para mover un dedo contra ti! —dijo Kasreyn con súbita rabia. Pero un momento después ya se había dominado—. No importa —respondió con renovada gentileza— tengo otros recursos.

Mientras hablaba, se desplazó más allá de donde estaba Vain, hasta llegar cerca de los pies de Covenant. Sólo el Demondim era capaz de ignorarlo. Todos los demás estaban aterrorizados.

El gozaba con su miedo. Lentamente elevó su brazo derecho.

Mientras lo hacía, Covenant se levantó del suelo, quedándose derecho como si hubiera sido empujado hacia arriba por el aro que rodeaba su cuello.

Kasreyn movió la mano en un gesto circular desde el final de su delgada muñeca. Covenant dio la vuelta. Sus ojos no veían nada. Controlado por el dorado collar, parecía tan en blanco como su aura. Su camisa estaba manchada de muerte. Siguió girando hasta que Kasreyn hizo que se detuviera.

Aquella visión estuvo a punto de lograr que Linden renunciara a su proyecto. ¡Que Covenant pudiera ser tan maleable en manos del Kemper! A pesar del daño que hubiera podido causar, no merecía una indignidad semejante. Ya había hecho su penitencia. Ningún hombre hubiera tenido tanto valor para purificarse. En Coercri había redimido a los Sinhogar muertos. En una ocasión había desafiado al Amo Execrable. Y había hecho todo lo posible por ella misma. No había justicia en aquello. Era maldad.

Maldad, lágrimas ardientes se deslizaron por sus mejillas como el ácido de su mortalidad.

Con un movimiento de su muñeca, Kasreyn envió a Covenant hacia ella.

Forzando sus esposas, ella trató de alejarle. Pero él esquivó sus manos y avanzó para depositar un frío beso de muerte en su gimiente boca. Luego se retiró un paso. Con su media mano le dio una bofetada que hizo arder su rostro.

El Kemper volvió a llamarle. El obedeció, tan falto de vida como una marioneta. Kasreyn todavía estaba mirando a Linden. Sus viejos dientes derramaban malicia. Con voz ansiosa dijo:

—¿Has visto como mi dominio sobre él es completo?

Ella asintió. No podía negarlo. Pronto Kasreyn sería capaz de utilizarla a ella tan fácilmente como a Covenant.

—Entonces acéptalo. —El Kemper hizo unos complicados gestos y Covenant levantó sus manos, volviendo sus dedos hacia dentro como si fueran garras. Con ellos se rascó alrededor de los ojos—. Si no me satisfaces —la voz de Kasreyn saltaba ávidamente— voy a mandarle que se arranque los ojos.

Ya era suficiente. Ya no podía soportar más. Violentos temblores de furia recorrían sus músculos. Ahora estaba dispuesta.

Antes de que ella accediera, un prodigioso esfuerzo arrancó un grito del pecho de Honninscrave. Con una fuerza imposible, separó la cadena que ataba su brazo izquierdo de su garfio y la cadena salió disparada. Impulsada por toda la fuerza de su inmenso cuerpo, golpeó a Kasreyn en la garganta.

El golpe derribó al Kemper hacia atrás, cayó pesadamente sobre los escalones, quedando tendido. Allí se quedó inmóvil. El hierro debió romper cada uno de los huesos de su cuello. La visión de Linden saltó sobre él, y comprobó que estaba muerto. El hecho la asombró. Por un instante no fue consciente de que no estaba sangrando.

La Primera dio un grito salvaje:

—¡Piedra y Mar! ¡Bravo, Honninscrave!

Pero un momento más tarde, Kasreyn se contorsionó. Sus miembros se doblaron. Lentamente, pesadamente se levantó sobre sus manos y rodillas, y luego sobre sus pies. Hacía un instante, no tenía pulso. Ahora su corazón latía con renovado vigor. Las fuerzas volvieron a él. Entonces se enfrentó al grupo. Estaba musitando algo; quizás una promesa de asesinato.

Linden le miró, horrorizada. La Primera juró débilmente. El niño a su espalda estaba sonriendo con dulzura en su sueño.

Miró a Honninscrave. El gigante se había desplomado contra la pared, casi agotado. Pero su mirada advertía con claridad que con una mano libre, pronto podría estar libre del todo.

—Amigo mío —dijo el Kemper tensamente—. Tu muerte sobrepasará tus más terribles temores.

Honninscrave respondió con una mueca burlona. Pero Kasreyn se mantenía más allá del alcance de la cadena del capitán.

Lentamente, el Kemper apartó su atención de Honninscrave. Mirando a Linden, repitió como si no hubiera pasado nada:

—Si no me satisfaces —sólo la rigidez de su voz delataba que algo le había ocurrido—, voy a mandarle que se arranque los ojos.

Covenant no se había movido. Todavía mantenía los dedos ante sus ojos.

Linden dedicó una larga mirada a su terrible indefensión. Luego, cedió. ¿Cómo podía luchar contra un hombre que era capaz de resucitar?

—Tendrás que quitarle ese collar. Eso me bloquea.

Cail luchó contra sus cadenas.

—¡Escogida! —gritó la Primera.

Encorvado la miró confuso.

Linden prescindió de todos. Estaba observando a Kasreyn. Murmurando ferozmente, se aproximó a Covenant. Con una mano tocó el aro amarillo. Este se retiró, quedando en su mano.

En seguida, Covenant cayó de nuevo en su acostumbrado vacío. Sus ojos carecían de expresión. Sin razón aparente, dijo:

—No me toques.

Antes de que Linden pudiera alcanzarlo con anhelo o rabia, tratando de mantener sus promesas, el suelo cercano a los pies de Vain comenzó a arremolinarse, y fundirse. Con una celeridad sorprendente, Buscadolores salió del granito y tomó forma humana.

Inmediatamente se encaró con Linden:

—¿Estás loca? —La decadencia habitual de sus facciones le gritó—: ¡Esto es perverso! —Nunca había oído tal grito de angustia de ningún elohim—. ¿Es que no comprendes que la Tierra está en peligro? Por ello yo te rogué que huyerais a vuestro barco mientras el camino estaba libre, a tiempo de evitar todo esto. ¡Solsapiente, escúchame! —Al no responder ella, su angustia aumentó—. Yo soy el Designado. La condena de la Tierra está sobre mi cabeza. Te lo ruego… ¡No hagas eso!

Pero ella no lo escuchaba. Kasreyn estaba detrás de Covenant como si supiera que no tenía nada que temer de Buscadolores. Sus manos sostenían el anillo dorado, la amenaza que la había doblegado. Pero ella tampoco atendía al Kemper. Ni se dejó influenciar por la consternación de sus compañeros. Se había estado preparando para aquel momento desde que la Primera había preguntado: ¿Por qué vivimos todavía? Se había esforzado en ello con cada fibra de su voluntad, luchando para la ocasión en que pudiera crear su propia respuesta. La retirada de aquel aro dorado. La oportunidad de cumplir al menos una promesa.

Todo su ser estaba concentrado en Covenant. Mientras sus compañeros trataban de disuadirla, le abrió sus sentidos a él. En un arranque que era como un charro de éxtasis o pérdida, rabia o suplicio, se rindió al vacío de Covenant.

Ahora ella no tomaba en cuenta la pasión con que había entrado en él. Y no ofreció resistencia al ser absorbida por aquel abismo. Vio que sus fracasos anteriores habían sido causados por su intento de sujetarlo a su propia voluntad, a su propio beneficio; pero ahora no quería nada para ella. Abandonándose por entero, cayó como una estrella muerta en la oscuridad detrás de la cual los elohim habían escondido su alma.

Pero no olvidaba del todo a Kasreyn. El estaba vigilando ávidamente, preparado para el momento en que despertara la voluntad de Covenant. En ese instante, Covenant sería del todo vulnerable, ya que seguramente no recuperaría la plena posesión de su conciencia y poder al instante. Y hasta que lo hiciera, no tendría defensa contra el influjo del Kemper. Linden no sentía ninguna compasión hacia Kasreyn, no tenía nada en absoluto que pudiera parecerse a compasión hacia él. Mientras caía y caía igual que en la muerte en el vacío de Covenant, daba instrucciones sin voz que resonaban como un eco a través de la vaciedad de su mente.

Ahora no había visiones que salieran de sus profundidades para asustarla. Se había rendido de forma tan completa que no quedaba nada para provocarle desfallecimiento. En lugar de eso, sintió que los estratos de su independencia se iban rompiendo. Su severidad, adiestramiento y toda su escuela médica se habían ido, dejándola como cuando tenía quince años, cabalgando en la desgracia e incapaz de concebir ninguna explicación para la muerte de su madre. El pesar, la culpa y su madre, se habían ido, de forma que creía haberse quedado sin contenido, exceptuando el frío e inexpugnable horror del suicidio de su padre. Pero luego también el suicidio desapareció. Y se encontró en campos de flores, bajo un sol limpio, lleno de posibilidades para la felicidad, los juegos y el amor de una niña. Ella debería haber estado allí para siempre.

La luz del sol extendió sus alas hacia ella y el viento movió su cabello como una mano llena de afecto. Linden gritó complacida. Y su grito fue contestado. Un niño llegó a través de los campos. Era mayor que ella. Parecía mucho mayor, aunque todavía era un muchacho y el Covenant en que se convertiría no era nada más que una sombra en las líneas de su cara, en el fuego de sus ojos. Se le acercó con una media sonrisa. Sus manos estaban abiertas, enteras y accesibles. Dominada por una instintiva exaltación, corrió hacia él con los brazos abiertos, anhelando el abrazo que iba a transformarla.

Pero cuando ella le tocó, se estableció un puente, y su vacío la inundó. En aquel momento ella pudo verlo todo, oírlo todo. Sus sentidos funcionaban normalmente. Sus compañeros se habían quedado en silencio: estaban observándola desesperados. Kasreyn se hallaba cerca de Covenant con su ocular a punto. Sus manos temblaban como si ya no pudiera controlar su caducidad. Pero detrás de lo que ella vio y oyó, se escondía un presagio sobre su vida futura. Era una niña en un campo de flores, y el niño mayor que ella adoraba la había abandonado. El amor se había ido de la luz del sol, dejando el día desolado como si toda la alegría hubiera muerto.

Pero aún lo veía… veía al muchacho en el hombre, en Thomas Covenant, cuando la vida y la voluntad volvieron a ocupar sus miembros. Lo vio cuando asumió la responsabilidad sobre sí mismo, cuando levantó la cabeza. Todos los sentidos de Linden funcionaban normalmente. Y no pudo hacer nada, excepto sollozar, cuando Covenant se volvió hacia Kasreyn, exponiéndose a su influjo. Estaba todavía demasiado lejos de sí mismo para defenderse.

Pero antes de que el Kemper tuviera ocasión de usar su ocular, las instrucciones que había dejado en Covenant le alcanzaron. Miró directamente a Kasreyn y la obedeció a ella.

Cuidadosamente articuló una clara palabra:

—Nom.