DIECISIETE

El final de la charada

Durante unos minutos en los que el tiempo parecía no existir, Linden permaneció inmóvil. La ausencia de Kasreyn; el hecho de que no hubiera estado allí presenciando la lucha del esperpento, era más terrible para ella que la actitud del gaddhi. Sabía que había cosas por hacer, decisiones a tomar; pero era incapaz de ponerse en movimiento. El nombre de Hergrom corría por su pulso, ensordeciéndola respecto a todo lo demás. Casi gritó al oír decir a Covenant:

—No me toques.

Cail la había soltado; pero las marcas que sus dedos habían dejado en su brazo, vibraban al ritmo de los latidos de su corazón. Había hecho que su dureza penetrara en su carne, grabándola en sus huesos.

Luego la Primera se movió, enfrentándose a Rire Grist. La vaguedad de su mirada hacía que pareciese corta de vista. Habló en un duro susurro, como si no pudiera contener la pasión de ninguna otra forma.

—Traednos cuerda.

La cara del Caitiffin tenía una expresión de náusea. Parecía sentir un verdadero pesar por la desgracia de Hergrom. Quizá no había visto nunca un esperpento de la arena en acción. O tal vez comprendía que el día en que cayese en desgracia podría encontrarse con un nombre de terror colocado en su mente como castigo. Había sudor en sus cejas, y en su voz, cuando musitó la orden a uno de los hustin.

El guardia obedeció lentamente. Sólo cuando le gritó, consiguió que se apresurara. En poco tiempo volvió, portando un segundo rollo de pesada cuerda.

De inmediato, Honninscrave y Soñadordelmar cogieron el extremo. Con la práctica marinera que poseían, lo ataron bien al parapeto, lanzando después la cuerda hacia abajo. Aunque parecía delgada en sus manos, era lo suficiente fuerte para sostener a un gigante. Primero el capitán y luego Soñadordelmar, se deslizaron hasta la ensangrentada arena, y se acercaron a Ceer.

Un toque de Cail indujo a Linden a seguirlos. Tambaleándose, se acercó a la cuerda. No era consciente de lo que estaba haciendo. Colocando sus brazos y piernas alrededor de la cuerda, comenzó a deslizarse tras de Honninscrave y Soñadordelmar.

Al llegar al suelo, sus pies se hundieron en la arena. El cuerpo de Hergrom estaba medio recostado contra el muro, acusándola. Apenas pudo forzar sus débiles piernas para acercarse a Ceer.

Cail la siguió en su bajada. Luego llegó Brinn con Covenant colgado de sus hombros. Siguiendo un súbito impulso, la Primera también se deslizó por la cuerda.

Vain miró por encima del parapeto como si estuviera considerando la situación. Luego descendió también. Al mismo tiempo, Buscadolores se materializó al pie del muro de arena.

Linden no reparó en él. Cayendo sobre sus rodillas al lado de Ceer, se inclinó sobre él y trató de no ver la gravedad de sus heridas. El no dijo nada. Su mirada no tenía expresión. Pero la transpiración corría por su frente como gotas de agonía.

Las percepciones parecían volar ante su cara. Lastimados por el árido calor y el exceso de luz, sentía sus ojos como cenizas en sus órbitas. La espalda de Ceer no estaba tan gravemente dañada. Sólo la clavícula estaba rota. Una rotura limpia. Pero su pierna… ¡Cristo Divino!

Astillas de hueso desgarraban la carne de su muslo y rodilla. Perdía mucha sangre a través de sus muchas heridas. No podía creer que nunca volviera a andar. Aún en el caso de haber tenido acceso a un buen hospital con rayos X y ayuda cualificada, no hubiera podido salvar su pierna. Pero aquellas cosas pertenecían al mundo que había perdido, el único mundo que comprendía. No poseía nada, excepto la vulnerabilidad que le había hecho sentir cada fracción de su dolor como si estuviera marcado explícitamente en su propia carne.

Sollozando interiormente, cerró los ojos para evitarse la visión de su herida, de su valor. El la sobrecogía… y la necesitaba. Si, la necesitaba. Y ella no tenía nada que ofrecerle excepto su aguda y ultrajada percepción. ¿Cómo podía negarse? Se había negado a Brinn y el resultado estaba presente. Sintió que estaba en peligro de perderlo todo cuando murmuró en el cerrado silencio de sus compañeros:

—Necesito un torniquete. Y una tablilla.

Oyó un ruido de tela al romperse. Brinn o Cail colocaron una larga tira de tela en sus manos. Al mismo tiempo, la Primera gritó a Rire Grist:

—¡Necesitamos una lanza!

Trabajando con el tacto, Linden anudó la tela alrededor del muslo de Ceer por encima de la herida. Luego apretó el nudo tanto como le fue posible. Tras esto, dedicó su atención a la espalda ya que aquella herida era mucho menos grave y pidió a Cail que le ayudara.

Sus manos guiaron las de él hacia los puntos de presión donde la fuerza era necesaria. Mientras ella enmarcaba la clavícula de Ceer con sus dedos, Cail movía y apretaba de acuerdo con sus instrucciones. Juntos manipularon la clavícula dejándola en una posición que haría posible que se soldara adecuadamente.

Sintió a los gigantes observándola intensamente, preocupadamente, pero le faltaba valor para levantar los ojos. Tenía que apretar sus mandíbulas para evitar el llanto. Sus nervios estaban siendo destrozados por la herida de Ceer. Y aún su necesidad eliminaba cualquier otra consideración. Con Cail y luego Brinn a su lado, se dedicó nuevamente al muslo.

Mientras sus manos exploraban la rotura, ella temía que los mudos alaridos de la pierna se convirtieran en sus propios alaridos, eliminando de ella cualquier vestigio de voluntad. Cerró los párpados hasta que la presión hizo vibrar su cabeza. Pero ella estaba profesionalmente familiarizada con los huesos astillados. El mal estado de la rodilla de Ceer no debía impresionarle. Sabía lo que debía hacerse.

—Voy a hacerte daño. —No podía silenciar el pesar de su empatía—. Perdóname.

Guiada por su percepción, dijo a Brinn y a Cail lo que tenían que hacer. Luego les ayudó a hacerlo.

Brinn inmovilizó la parte superior de la pierna de Ceer. Cail le sujetó el tobillo. A una indicación de Linden, Cail tiró, abriendo la rodilla. Luego torció el tobillo para alinear las astillas del hueso.

La respiración de Ceer silbaba al pasar entre sus dientes. Duros trozos de hueso encajaron con otros. Afilados fragmentos provocaron nuevas heridas alrededor de la articulación. Linden lo sentía todo en su propio cuerpo y quería gritar. Pero no lo hizo. Siguió dirigiendo las manipulaciones de Cail, presionando los fragmentos recalcitrantes hacia su lugar, cortando la hemorragia. Sus sentidos exploraron el sector afectado por la herida, considerando lo que necesitaba hacer después.

Ya había hecho todo lo que podía. Pequeños trozos de hueso todavía bloqueaban la articulación, y el menisco había sido seriamente dañado; pero no podía arreglar cosas tales como los vasos sanguíneos o nervios mutilados, sin recurrir a la cirugía. Dada la natural fortaleza de Ceer y la posibilidad en encontrar un cuchillo afilado, la cirugía era teóricamente posible. Pero no podía hacerse allí, en aquella arena. Dejó que Cail soltara el tobillo de Ceer y pidió una tablilla.

Uno de los gigantes colocó dos lisas barras de madera en sus manos. Linden vio que eran fragmentos de una lanza. Y Soñadordelmar ya había rasgado una larga pieza de ropa, obteniendo así vendas para asegurar la madera.

Durante un largo momento, Linden se concentró. Con la ayuda de Cail colocó y sujetó la tablilla. Luego quitó el torniquete.

Pero después de aquello, su propio dolor interno se hizo demasiado intenso para permitirle continuar. Resueltamente, se apartó del dolor de Ceer. Sentándose con la espalda apoyada en el muro de arena, colocó los brazos alrededor de sus rodillas, escondiendo su cara y tratando de mantenerse bajo control. Sus exasperados nervios lloraban como niños perdidos; y no sabía como soportarlo.

El accidente de Tejenieblas no le había afectado de este modo. Pero ella no había sido acusada por aquello, a pesar de que la situación de Covenant podía haberle sido imputada como lo que ahora ocurría. Y entonces no había estado tan entregada a lo que estaba haciendo, ni a la Búsqueda ni a su propio papel en ella.

El dolor de Ceer le demostró cuánto había perdido de sí misma.

Y mientras sufría por él, se dio cuenta de que no deseaba recobrar aquella pérdida involuntaria. Todavía era médico, todavía se dedicaba a la única cosa que la había librado de la oscuridad de su herencia. Y ahora al menos no estaba huyendo, no estaba renunciando. El dolor era sólo dolor, después de todo; y éste disminuía poco a poco en sus articulaciones. Era mejor que una parálisis. O que una ansiedad constante, la cual era peor que la parálisis.

Así cuando la Primera se arrodilló junto a ella colocando amablemente las manos sobre sus hombros, Linden la miró directamente. Una de las manos de la Primera rozó por accidente las contusiones que Cail había dejado en su brazo. Estremeciéndose, dejó al descubierto sus inquietudes ante la Primera. Por un momento, su espantosa vulnerabilidad y el arduo refrenamiento de la Primera se conocieron uno a otro. Luego, la espadachina se levantó al tiempo que ayudaba a Linden a ponerse en pie. Frunciendo el ceño, como rechazo de las lágrimas, la Primera dijo a los presentes:

—Debemos irnos.

Brinn y Cail asintieron. Miraron a Soñadordelmar; y él contestó agachándose para levantar cuidadosamente al haruchai herido en sus brazos.

Ya estaban todos listos para iniciar el camino hacia el pórtico.

Linden los miró. Secamente dijo:

—¿Qué hacemos con Hergrom? —Brinn la miró como si no hubiera comprendido la pregunta—. No podemos dejarlo aquí.

Hergrom había dado su vida por salvarlos. Su cuerpo estaba allí tirado contra el muro como un sacrificio al Gran Desierto. Su sangre formaba una oscura mancha a su alrededor.

Los llanos ojos de Brinn ni siquiera parpadearon.

—Ha fracasado. —Dijo con su inexpresividad habitual.

La seguridad de su mirada la sublevó. Su juicio era demasiado severo; era inhumano. Dado que no sabía cómo rebatirlo, dio unos pasos sobre la arena para abofetear el indiferente rostro de Brinn con todo el peso de su mano.

El paró diestramente el golpe cogiéndola rápidamente por la muñeca con la misma tremenda fuerza con que Cail había hundido los dedos en su carne. Luego soltó su mano lanzándola con furia. Cogiendo a Covenant por el brazo se volvió.

Bruscamente, Honninscrave se agachó para coger el adorno que Rant Absolain había tirado. El sol negro del medallón había sido partido en dos mitades por el pie de Hergrom. Los ojos de Honninscrave estaban llenos de tristeza y odio cuando dio los trozos a la Primera.

Ella los cogió y los deshizo en el interior de su mano cerrada. La cadena quedó dividida en dos trozos. Luego, los arrojó al Gran Desierto. Dio la vuelta y empezó su camino en dirección al este, bordeando la curva del muro de arena. Soñadordelmar y Honninscrave la siguieron. Brinn y Covenant siguieron a los tres.

Después de un momento, Linden se puso también en movimiento. Le dolían la muñeca y la parte superior del brazo. Empezaba a hacerse nuevas promesas a sí misma.

Con Cail detrás de ella y Vain con Buscadolores detrás de Cail, se unió a sus compañeros, dejando a Hergrom privado de la dignidad de ser enterrado por el simple hecho de que se hubiera probado que no era invencible.

La parte exterior del muro era larga; y el sol los acosaba como si cabalgara en la inmóvil marea de las dunas para abatirlos. La arena dificultaba el paso. Pero Linden se había recuperado del dolor de Ceer hasta el punto de sentirse dispuesta para tomar decisiones. Hergrom estaba muerto. Ceer la necesitaba. Tendría que hacer un milagro de cirugía para salvar el uso de su pierna. Y Covenant andaba a pocos pasos delante de ella, musitando su frase ritual a intervalos, como si lo único que pudiera recordar fuera su lepra. Linden había soportado demasiadas cosas.

A poco, llegaron al final de la curva. A partir de entonces el muro era recto como el brazo exterior que se unía a la pared que bordeaba Bhrathairain y el puerto. A la mitad de esta sección se hallaba el pórtico que necesitaban. Entraron por él hacia el patio donde una de las fuentes de Bhrathairealm brillaba bajo el sol.

Allí se detuvieron. A la derecha se encontraba el pórtico que se abría hacia la ciudad; a la izquierda, la entrada a la Fortaleza de Arena. El camino de regreso al Gema de la Estrella Polar parecía estar garantizado. Pero Rire Grist y su ayudante estaban esperando en el interior del pórtico.

Allí volvieron a encontrar a los pájaros. Allí y en todas partes alrededor de Bhrathairain, pero no en las proximidades de la Fortaleza de Arena. Quizás el calabozo nunca los había alimentado, o quizás, se mantenían lejos de las artes del Kemper.

Inesperadamente, el Designado habló. Sus ojos amarillos estaban cerrados, escondiendo sus deseos.

—¿Vais a volver ahora a vuestro dromond? Este lugar no contiene nada más que peligros para vosotros.

Linden y los gigantes le miraron. Sus palabras parecieron tocar una fibra de la Primera. Esta se volvió hacia Linden, preguntándole sin palabras su opinión sobre lo dicho por Buscadolores.

—¿Crees que nos dejarán ir? —preguntó Linden. Confiaba en el elohim tanto como en Kasreyn—. ¿No viste a los guardianes detrás del muro cuando llegamos? Grist probablemente está esperando para dar la orden. —Los ojos de la Primera se estrecharon al reconocerlo; pero su deseo de hacer algo, algo que pudiera quitarle el sentimiento de impotencia, estaba claro. Aquello aumentó la tensión de Linden—. Hay muchas cosas que necesito hacer para salvar la pierna de Ceer. Si no logro quitar esos trozos de hueso de la articulación, nunca la flexionará de nuevo. Pero eso puede esperar un poco. En este momento necesito agua caliente y vendaje. Todavía está sangrando. Y este calor hace que la infección se extienda rápidamente. —Su visión era precisa y clara. Vio signos de gangrena invadiendo ya los bordes de las heridas de Ceer. No podía esperar. Si no le ayudaba pronto perdería la pierna. Los haruchai la observaban como si estuvieran inseguros respecto a ella. Pero ella se ratificó en las promesas que se había hecho Por tanto pasó por alto sus dudas—. Si seguimos representando el papel de huéspedes del gaddhi, Grist no podrá negarnos lo que necesitamos.

Por un momento, se quedaron en silencio. Linden no oía nada excepto el chorro de agua de la fuente. Luego Brinn dijo:

—El elohim dice la verdad.

A esto la Primera se endureció.

—¡Claro! —exclamó—. El elohim dice la verdad. Y Hergrom dio su vida por nosotros. Aunque tú consideres que fracasó. Estoy preparada a arriesgar lo que sea en el nombre de la herida de Ceer. —Sin esperar respuesta se dirigió al Caitiffin, al tiempo que andaba—. Oye, Rire Grist. Nuestro compañero está gravemente herido. Necesitamos medicamentos.

—Al instante —respondió. No podía disimular su alivio. Habló rápidamente al hombre que estaba a su lado, mandándolo a toda prisa hacia la Fortaleza de Arena. Luego dijo a la Primera—: Todo lo que necesitáis esperará en vuestras habitaciones.

Honninscrave y Soñadordelmar siguieron a la Primera; y Linden fue con ellos, sin dar a Brinn y Cail la oportunidad de escoger. Vain y Buscadolores siguieron detrás.

Los dos guardias se apartaron, ya fuera porque ahora podían identificar a los huéspedes del gaddhi o porque se les habían dado nuevas órdenes. Juntos, los miembros de la Búsqueda atravesaron el muro, recorriendo el camino de arena tan rápidamente como les fue posible, hacia la entrada a la Fortaleza. Linden hizo acopio de fuerzas para seguir el paso de la Primera.

Dentro del antepatio del Primer Circinado, la oscuridad acechaba, ocultando momentáneamente todo lo que estaba más allá de la luz que venía directamente de los portales. Antes de que su vista se acomodara, Linden recibió una confusa impresión de guardianes y gente, así como de otra presencia que la sorprendió.

Por un fugaz momento, pudo ver a las personas. Eran servidores, pero no los agradables y educados servidores que habían atendido a la Corte el día anterior. Más bien, eran los criados de la Fortaleza, hombres y mujeres ya demasiado ancianos para ser agradables a los ojos del gaddhi… o del Kemper. Y se veía claramente que no participaban de la riqueza de Bhrathairealm. Vestidos con los andrajos de su pobreza, limpiaban los detritus de los caballos que antes habían sido entrenados, arrodillados en el suelo. Linden se preguntó cuántos de ellos habían sido en el pasado cortesanos o favoritas.

Pero luego sus sentidos se aclararon, y olvidó a los sirvientes cuando su corazón dio un vuelco ante la presencia de Encorvado.

Varios hustin le rodeaban, impidiéndole avanzar pero sin amenazarlo. Aparentemente habían sido instruidos para que lo obligaran a esperar allí a sus amigos.

A la vista de la Primera y sus acompañantes, una expresión de alivio se dibujó en sus facciones. Pero Linden leyó la naturaleza de sus noticias en la postura de sus hombros y en la involuntaria expresión de su mirada.

La súbita expresión de alivio que se reflejó en las facciones de la Primera reveló lo mucho que había temido por su esposo. Encorvado la miró como si estuviera impaciente por abrazarla.

Su rostro hizo que Linden volviera a concentrarse en el peligro que estaba corriendo. Deliberadamente, ella habló con un tono y un timbre de voz que captó la atención de los gigantes.

—No digáis nada. Kasreyn oye todo lo que oyen los guardianes.

Indirectamente observaba al Caitiffin. Tenía la cara enrojecida como si estuviera reprimiendo un ataque de apoplejía. En la intimidad de su mente, Linden se permitió un gesto severo. Quería que el Kemper se enterara de que ella sabía mucho sobre él.

Con una mano, Cail rozó su brazo como recordándole las marcas que había dejado en su carne. Pero no le prestó atención. Era consciente del riesgo que había asumido.

La cara de Encorvado estaba seria e inexpresiva como si nunca hubiera poseído su alegre volubilidad. La Primera se tensó en reconocimiento a la advertencia de Linden, dirigiendo una mirada a Honninscrave. El capitán se revistió de amabilidad y cortesía cuando reasumió su papel de portavoz del grupo. Pero el esfuerzo de su mandíbula hizo que su barba se levantara como en un gesto beligerante. Amablemente hizo la presentación de Encorvado y Rire Grist. Luego rogó al Caitiffin que se apresurara por la urgencia de atender a la pierna de Ceer.

A Rire Grist pareció agradarle esta petición, como si tuviera una necesidad personal de terminar aquella tarea para quedar libre, reunirse con su jefe, y solicitarle nuevas instrucciones. Sin más demora los condujo a través de pasillos de servicio al Segundo Circinado, hacia las habitaciones de los huéspedes. Parecía tenso y ansioso en espera del momento en que le fuera posible retirarse.

En el salón que estaba junto al pasillo de los dormitorios, los miembros de la Búsqueda encontraron al ayudante de Rire Grist y un surtido de material médico: un gran recipiente de latón con agua hirviendo, varios cazos e instrumentos cortantes, rollos de tela limpia para vendajes, y una colección de bálsamos y ungüentos en pequeños recipientes de piedra. Mientras Linden inspeccionaba lo que había, el ayudante le preguntó si requería los servicios de uno de los cirujanos de la Fortaleza de Arena. Ella rehusó. En realidad, hubiera rehusado aunque tal ayuda le hubiese sido necesaria. Ella y sus compañeros necesitaban la oportunidad de hablar libremente sin ser escuchados por ningún espía.

Honninscrave despidió amablemente al Caitiffin y a su ayudante. Linden suspiró de satisfacción por la prontitud de su partida.

Cail se colocó de guardia en la parte exterior de la puerta que Brinn había dejado abierta como precaución contra la clase de subterfugios que Lady Alif había practicado con anterioridad. Soñadordelmar había dejado suavemente a Ceer sobre una pila de almohadones. Mientras Linden se inclinaba para atender a la rodilla de Ceer, Encorvado y la Primera se reunieron.

—¡Piedra y Mar! —empezó él—. Estoy contentísimo de verte, aunque mi corazón sufra al descubrir que estáis en dificultades. ¿Qué ha sido de Hergrom? ¿Cómo ha llegado Ceer a ese estado? Seguramente esta historia…

La Primera lo interrumpió. Los extremos de su boca temblaban, dando a entender que de estar a solas con él hubiera llorado.

—¿Qué noticias traes del Gema de la Estrella Polar?

La fingida amabilidad desapareció de la cara de Honninscrave. Sus ojos se clavaron en Encorvado. Pero Soñadordelmar se había alejado de ellos. Se arrodilló al lado contrario del que estaba Linden para ayudarle en lo que pudiera. Su vieja cicatriz aparecía destacada por la aprensión.

Cuidadosamente Linden lavó la destrozada pierna de Ceer. Sus manos eran hábiles y precisas. Pero parte de su mente estaba atenta a Encorvado y a la Primera.

El malformado gigante suspiró y se deshizo de la carga de sus noticias. Al hablar emitía un leve jadeo desde su estrecho tórax.

—El barco gigante ha sufrido un atentado.

Honninscrave lanzó un agudo suspiro. Soñadordelmar se agarró fuertemente a un almohadón; pero no consiguió estabilizarse. Con un gran esfuerzo, la Primera se mantuvo tan imperturbable como el haruchai.

—Después de vuestra salida —a Encorvado se le hacía difícil relatar su historia—, el capitán del puerto cumplió las órdenes de Rire Grist. Se abrieron almacenes para que pudiéramos aprovisionarnos de comida, agua y piedra en abundancia. Desde la salida del sol, nuestras bodegas estaban repletas y con mi pasta de alquitrán ya había reparado los principales desperfectos del Gema de la Estrella Polar, dejándolo dispuesto para navegar, aunque aún me quedaba mucha labor para reparar los otros daños. —Tuvo que esforzarse para reprimir su instintivo deseo de describir su trabajo con detalle. Pero se limitó a relatar los puntos principales de la noticia; nada más—. Ningún daño ni indicio de daño se produjo, e incluso el capitán del puerto tuvo que tragarse en alguna medida su orgullo.

«Pero fue bueno para nosotros que el maestro de anclas Quitamanos se cuidara de tomar precauciones. Al final del día se puso vigilancia en todos los puntos, tanto dentro como en las cubiertas del dromond. En mi insensatez, me encontraba seguro, ya que la luna se elevó casi completamente sobre Bhrathairain y yo pensé que no podría ocurrimos nada sin que lo viéramos. Pero su luz también producía reflejos sobre las aguas, ocultando su fondo. Y mientras la luna estaba sobre nosotros, los vigías que Quitamanos había puesto dentro del Gema de la Estrella Polar oyeron ruidos a través del casco.

Quitando la tablilla de Ceer, Linden acabó de limpiar sus heridas. Luego concentró su atención en los medicamentos que el ayudante de Rire Grist había proporcionado. Verdaderamente, los bhrathair tenían amplios conocimientos médicos, fruto de su violenta historia. Encontró pomadas limpiadoras, febrífugos, bálsamos, narcóticos y drogas que prometían ser efectivas contra heridas de batalla. Parecían haber sido producidos a partir de la gran variedad de tierras y arenas del Gran Desierto. Seleccionó un ungüento antiséptico y un bálsamo analgésico, y empezó a aplicarlos a la pierna de Ceer.

Pero no se perdió ni una palabra de la historia de Encorvado.

«En seguida —continuó él— Quitamanos solicitó buceadores. Furiavientos y Tejenieblas se ofrecieron. Entrando en la aguas con precaución, nadaron hasta el lugar indicado por el vigía. Y allí, con sus manos descubrieron un gran objeto colgando entre las lapas. Juntos lo separaron del casco, llevándolo a la superficie. Pero Quitamanos, al verlo, les mandó que se deshicieran de él. Por tanto, lo lanzaron al muelle, donde explotó causando grandes daños, de los que se libró el Gema de la Estrella Polar.

»Para mí, es muy raro que ningún hombre o mujer de Bhrathairain viniera para aclarar la causa de la explosión. —Luego se encogió de hombros—. Sin embargo, la precaución de Quitamanos no fue banal. A su indicación, la sobrecargo Furiavientos y otros exploraron el casco del barco gigante con sus manos en busca de nuevos peligros. No se encontró ninguno.

»A1 amanecer —concluyó— vine a buscaros. Sin impedimento, fui admitido al Primer Circinado. Pero allí se me dio a entender —hizo un gesto— que debía aguardaros. —Sus ojos se suavizaron cuando miró a la Primera—. La espera ha sido larga para mí».

Honninscrave no pudo contenerse. Dio unos pasos adelante, requiriendo la atención de la Primera.

—Debemos volver al Gema de la Estrella Polar. —Estaba ansioso por su barco—. Debemos abandonar este puerto. Es intolerable que mi dromond pueda ser víctima de esos bhrathair y yo aquí, sin poder impedirlo.

La Primera respondió:

—Sí. —Pero mantuvo su mando sobre él—. La Escogida todavía no ha terminado. Grimmand Honninscrave, explícale a Encorvado lo que nos ha ocurrido aquí.

Por un momento el capitán se mostró contrariado como si la orden de la Primera fuera cruel. Pero no lo era: le dio la oportunidad de desahogar su furia. Aunque no estaba de acuerdo, Honninscrave obedeció. Con palabras negras como trozos del sol del medallón del gaddhi le relató lo que había ocurrido.

Linden lo escuchaba, tal como había hecho antes con Encorvado, y reforzaba en su interior sus propias promesas. Mientras Soñadordelmar sujetaba la pierna de Ceer, ella aplicaba el medicamento en su muslo y rodilla. Luego cortó la tela en tiras para hacer los vendajes. Sus manos no vacilaban. Cuando hubo vendado la pierna desde medio muslo hasta la pantorrilla, volvió a inmovilizarla con las tablas.

Después de esto, hizo que Soñadordelmar incorporara a Ceer hasta dejarlo sentado, mientras ella fajaba sus hombros para estabilizarlo. Los ojos del haruchai estaban vidriosos a causa del dolor; pero su cara permanecía tan impasible como siempre. Una vez terminada la cura, puso un recipiente de vino aguado en su boca y no se lo retiró hasta que él hubo reemplazado en buena medida el líquido que había perdido.

Y durante todo el tiempo las palabras de Honninscrave llegaban a sus oídos, describiendo la muerte de Hergrom de tal forma que le parecía revivirla mientras atendía a Ceer. La obstinada extravagancia o gallardía de los haruchai la dejó alertada y segura. Cuando el capitán terminó su relato, ella estaba preparada.

Encorvado trataba de relacionar todo lo que oía.

—Ese gaddhi —murmuró—, tal como lo habéis descrito, ¿es capaz de cometer tal canallada?

Linden se levantó y aunque la pregunta no iba dirigida directamente a ella, contestó:

—No.

El la miró, tratando de comprender.

—Luego…

—Todo es obra de Kasreyn —dijo mordiendo las palabras—. El lo controla todo, incluso cuando Rant Absolain cree que actúa por su propia voluntad. El debió instruir al gaddhi sobre lo que tenía que hacer exactamente para que Hergrom muriera. Y no quiere que lo sepamos —prosiguió—. Quiere que temamos a Rant Absolain y no a él. Falló una vez con Covenant. Ahora trata de conseguir otra oportunidad. Puede que espere que vayamos a pedirle ayuda contra el gaddhi.

—Debemos huir de este lugar —insistió Honninscrave.

Linden no le miró a él, sino a la Primera.

—He tenido una idea mejor. Ir directamente a Rant Absolain y pedirle permiso para partir.

La Primera dirigió a Linden una mirada de hierro.

—¿Nos lo va a conceder?

Linden se encogió de hombros.

—Vale la pena intentarlo.

Estaba preparada para toda eventualidad.

La Primera tomó su decisión. La presencia de Encorvado y la perspectiva de acción, parecieron devolverle la confianza en sí misma. Dando unos pasos hacia el corredor, gritó a los guardianes que estaban al alcance de su voz:

—¡Llamad al Caitiffin Rire Grist! ¡Tenemos que hablar con él!

Linden no podía relajar la excitación de sus nervios. Las magulladuras que Cail había dejado en su brazo, le molestaban.

Su mirada se encontró de nuevo con la mirada de la Primera. Se comprendieron mutuamente.

El Caitiffin volvió al poco rato. Detrás de su cara curtida por el desierto había una sugerencia de palidez, como si no hubiera tenido tiempo de consultar a su jefe …o éste hubiera rehusado escucharle. Su comportamiento mostraba excitación y cansancio disimulados.

Pero la Primera había recobrado su propia seguridad y se enfrentó a él amable, pero firmemente.

—Rire Grist —dijo, como si él no tuviera nada que temer de ella—, deseamos una audiencia con el gaddhi.

Al oír esto, sus mejillas palidecieron de forma notoria.

—Amigos míos; permitidme disuadiros de ello —dijo con palabras entrecortadas—. Estáis afligidos por la pérdida de un camarada y las heridas de otro; pero no es bueno arriesgarse a inferir nuevas ofensas al gaddhi. El es el soberano y es suspicaz. No debéis hablarle de lo que ha hecho. Habiéndose cumplido el castigo que él escogió, tal vez ahora se incline a ser magnánimo. Pero si os atrevéis a recriminarle el mal favor que os ha hecho, su resentimiento se volverá rápidamente contra vosotros.

Empezó a repetirse y luego se calló. Claramente, Kasreyn no le había preparado para este dilema. Sudaba mientras se esforzaba en convencer a la Primera.

Ella estaba seria.

—Caitiffin, hemos llegado a una conclusión, tras cambiar impresiones entre nosotros respecto al derecho del gaddhi a castigarnos. —Linden sintió la mentira bajo la llana superficie de las palabras, pero vio que Rire Grist no la había captado—. Hemos sido agraviados en nuestros compañeros; pero no pretendemos juzgar a vuestro soberano. —La Primera se permitió una sutil inflexión de desdén—. Puedes estar seguro de que no ofreceremos al gaddhi ninguna ofensa. Sólo deseamos pedirle una gracia, un favor fácil para su grandeza, y que le hará honor.

Por un momento, los ojos del Caitiffin fueron de un lado a otro, como buscando la forma de preguntar de qué favor se trataba. Pero luego comprendió que ella no se lo diría. Cuando se llevó a la frente una mano insegura, parecía un hombre para el cual toda una vida de ambición hubiera empezado a derrumbarse. Pero logró superar el bache. Tratando de disimular su incertidumbre respondió:

—El gaddhi no acostumbra a conceder audiencia a esta hora del día; pero quizá haga una excepción con sus huéspedes. ¿Queréis acompañarme?

La Primera asintió y él se volvió como si se propusiera abandonar la cámara.

Rápidamente, ella miró a sus compañeros. Ninguno vaciló. Honninscrave levantó a Ceer de los almohadones. Brinn cogió a Covenant del brazo. Honninscrave inició firmemente unos pasos adelante, conteniendo sus emociones con ambas manos.

Vain permanecía tan indiferente como siempre; y Buscadolores parecía sumergido en su propia angustia. Pero ninguno de ellos se demoró un instante en seguir a la Primera.

Linden dejó que pasaran.

Luego los siguió a corta distancia, con Cail y los otros detrás de ella. Quería asegurarse de que el Caitiffin no tuviera la más mínima oportunidad de prepararles una sorpresa. Pero no pudo evitar el áspero grito que dirigió a los primeros hustin que encontró a su paso, mandando a dos de ellos que se le adelantaran; pero Linden no percibió ni oyó ninguna astucia especial en las palabras ni en el tono de su voz. Cuando él le dijo que había mandado a los guardias a llevar su petición a Rant Absolain, ella pudo creerlo. Cualesquiera que fueran las esperanzas que le quedaban, no requerían de él traicionarlos precisamente en aquel momento.

Los condujo directamente escaleras arriba hacia la Ringla de Riquezas y de allí a La Majestad. Linden vio la sala de audiencias y le pareció que todo estaba igual a como había estado durante su presentación al gaddhi. Habían muchos guardianes situados a lo largo de la pared; y toda la luz estaba concentrada en la parte alta del Auspicio. Sólo faltaba la Corte. Su ausencia le hizo recordar que no había visto a ninguno de sus componentes desde el día anterior. Su inquietud fue en aumento. ¿Se habían apartado del peligro por propia voluntad? ¿O habían sido apartados para que no interfirieran en las maquinaciones de Kasreyn?

El Caitiffin le habló a uno de los hustin y recibió una respuesta que lo tranquilizó. Dirigiéndose al grupo, dijo con una sonrisa:

—El gaddhi acepta concederos audiencia.

Linden y la Primera intercambiaron una mirada. Luego siguieron a Rire Grist a través de los círculos del suelo hacia el Auspicio.

En la zona iluminada, se pararon detrás de él. Bajo la luz, el Auspicio elevaba su magnificencia como si fuera él el verdadero soberano de Bhrathairealm y no Rant Absolain.

El gaddhi no estaba.

Pero después de una breve espera, emergió de las sombras detrás del trono. Apareció solo, sin ninguna de sus mujeres, y sin el Kemper. Estaba nervioso. Linden percibió los temblores de sus rodillas cuando ascendía al Trono.

Rire Grist puso una rodilla en el suelo. Linden y los gigantes imitaron su gesto. La tensión a que estaba sometida la inducía a gritar a Brinn y Cail, a Vain y Buscadolores que hicieran lo mismo; pero se mantuvo en silencio, Cuando Rant Absolain subió a través de aquella luz para ocupar su asiento, ella lo estudió. Había abandonado su indumentaria formal y ahora llevaba una sencilla túnica que parecía una especie de prenda de cama. Pero bajo su vestido, su estado interior era nebuloso. Era evidente que había estado bebiendo en exceso. El vino oscurecía sus emanaciones.

Cuando se sentó, ella y la Primera se levantaron sin esperar su permiso. Todos los gigantes y Rire Grist también se pusieron en pie. Soñadordelmar mantenía a Ceer bajo la luz como una acusación.

Rant Absolain los miró, pero no dijo nada. Su lengua se movía en el interior de su boca como si estuviera seca. Los vapores del vino empañaban su visión, haciéndole bizquear hasta que el dolor oprimió sus sienes.

La Primera le permitió un momento de silencio como un acto de reconocimiento a su debilidad. Luego dio un paso adelante, se inclinó formalmente y empezó a hablar:

—Oh gaddhi, nos honras escuchándonos. Somos tus huéspedes y deseamos pedirte un favor. —La agudeza de su voz estaba cubierta de terciopelo—. Nos ha llegado la noticia de que nuestro barco ya se halla abastecido y reparado, de acuerdo con tu gracia. Oh gaddhi, la Búsqueda que nos lleva a través de los mares es necesaria y urgente. Te pedimos permiso para zarpar, para proseguir nuestra misión, llevando el honor de tu nombre con nosotros mientras navegamos.

Habló en un tono tranquilo; pero sus palabras produjeron consternación en Rant Absolain. Se recogió contra el Auspicio. Sus manos agarraron los brazos de su trono pidiéndole una respuesta que no pudo darle. Mientras pensaba, sus labios murmuraban: No, no.

Durante un momento, Linden sintió piedad por él.

Al fin, dijo con voz ronca; como si le hablara al Desierto:

—¿Zarpar? —Su voz se quebraba involuntariamente—. No puedo permitirlo. Vosotros habéis sufrido en Bhrathairealm. —De alguna forma encontró las fuerzas para insistir defensivamente—. No por mi culpa. Se derramó sangre. Yo estoy aquí para hacer justicia. —Pero luego volvió a mostrarse temeroso, dolorido por su aislamiento—. Pero no debéis llevar al mundo noticias de mí. Vosotros sois mis huéspedes y el gaddhi no es duro con sus huéspedes. Yo os compensaré. —Sus ojos vacilaban mientras su cerebro buscaba inspiración—. ¿Deseas una espada? Toma la que desees en nombre de mi buena voluntad y conténtate. No debéis partir. —Su mirada pedía a la Primera que no le presionara más.

Pero ella se afianzó en su posición. Su voz se hizo más fuerte.

—Oh gaddhi, he oído decir que los hustin son tuyos, que cumplen totalmente tu voluntad.

Aquello le sorprendió; pero no captó la naturaleza del ataque. El pensamiento de los hustin le devolvió parte de su confianza.

—Eso es verdad, la guardia es mía.

—Eso es incierto. —La Primera deslizó su intento como un puñal a través de sus defensas—. Si les mandas que nos permitan salir, van a negarse.

El gaddhi se levantó de golpe.

—¡Mientes!

Ella orilló su protesta.

—Kasreyn del Giro los manda. El los hizo y son suyos. —Agudamente puso el mayor obstáculo que pudo encontrar entre Rant Absolain y el Kemper—. Te obedecen a ti, sólo cuando él lo permite.

—¡Mentiras! —gritó— ¡mentiras! —El odio tino su rostro de color magenta—. ¡Son míos!

En ese instante Linden intervino:

—Si es como dices, ¡pruébalo! Diles que nos dejen partir. Danos permiso para que nos marchemos. Tú eres el gaddhi. ¿Qué vas a perder con ello?

A su demanda, todo el color abandonó su cara, dejándolo blanco bajo el foco de luz. Su boca se quedó entreabierta, pero sin palabras. Su mente parecía huir, sacándolo de su propia conciencia o poder de elección. Mudamente, se volvió, descendió del Auspicio, y se situó al nivel del grupo. Temblaba al moverse, tan envejecido como si los momentos se hubieran convertido en años y toda la piedra de la Fortaleza se hubiera vuelto contra él. Mirando vagamente hacia delante, se dirigió hacia Linden, arrastrando los pies, para hacerla partícipe de su miedo. Trató varias veces de enfocar su mirada hasta que logró que fuera clarificándose. En un ronco susurro, que parecía proceder de una herida interna, dijo:

—No me atrevo.

Ella no tenía respuesta. Estaba diciendo la verdad; toda la verdad de su vida.

Durante cierto tiempo, la estuvo mirando, apelando a ella con su miedo. Luego se volvió como si comprendiera que ella lo había rechazado. Tambaleándose sobre los agujeros del suelo inició su difícil camino para desaparecer a la sombra del Auspicio.

La Primera miró a Linden.

—Ya lo has visto. —Linden sintió que estaba llegando a su punto límite—. Vámonos de este condenado lugar.

Con un diestro movimiento, la Primera liberó a su yermo de la sujeción de su cinturón y se lo puso en la cabeza. Descolgó su escudo introduciendo su antebrazo izquierdo en sus correas y empezó a bajar las escaleras.

Rire Grist echó a andar detrás de ella, maldiciendo. Pero Honninscrave se lo impidió. Un golpe preciso dejó al Caitiffin sin sentido en el suelo.

Ninguno de los guardianes reaccionó. Mantenían sus lanzas en posición de descanso y se quedaron donde estaban, esperando alguna voz conocida que les dijera lo que debían hacer.

Linden siguió a la Primera; apresurándose pero sin correr. No había llegado todavía la hora de correr. Sus sentidos estaban alertados y atentos a las percepciones. Sus compañeros iban detrás de ella en formación, con actitud violenta. Pero allí nada los amenazaba. Debajo de ellos la Ringla de Riquezas permanecía vacía. Más allá, su percepción ya no alcanzaba.

En un silencio alterado solamente por el ruido de sus pisadas, bajaron la escalera en espiral hasta la Ringla de Riquezas. Allí la Primera no vaciló. Con paso decidido, cruzó las galerías hasta llegar a aquélla en que se exhibía la espada que anhelaba.

—¿Oyeron bien mis oídos? —murmuró irónicamente, mientras levantaba el arma y la movía para calcular su equilibrio—. ¿No me concedió el gaddhi esta espada?

Los filos de la hoja eran tan afilados como la luz de sus ojos. Su boca probaba nombres para su espada.

Riendo entre dientes, Encorvado acompañó a Honninscrave para buscar otras armas.

Se reagruparon en las escaleras que bajaban al Segundo Circinado. Encorvado llevaba un tolete enclavijado tan nudoso y ancho como sus propios brazos. Honninscrave llevaba sobre el hombro un gran tronco recubierto de hierro que debió haber sido parte de alguna gran máquina de guerra. El gesto de su barba amenazaba peligro para cualquiera que se atreviera a oponerse a él.

Ante aquello, la mirada de Brinn destelló; y algo similar a una sonrisa pasó por el estoico rostro de Ceer.

Juntos, empezaron a bajar.

Pero al llegar al Segundo Circinado, Linden hizo que se detuvieran. Su tensión estaba a punto de degenerar en histeria.

—Ahí abajo. —Todos sus sentidos vibraban como una lámina de metal al ser golpeada. Fuerzas demasiado numerosas para ser cuantificadas estaban reunidas en el antepatio del Primer Circinado—. Ahí nos esperan.

La presencia de Kasreyn era tan evidente como su angustia.

—Está bien. —La Primera empuñaba ya su nueva espada. Su seguridad era hierro y belleza en su semblante—. Su vida en Bhrathairealm no será tan larga como se esperaba. Si es obligado a declarar su tiranía, muchas cosas serán alteradas; y la prosperidad de esta tierra no será la menos importante. —Su voz era aguda y árida.

Se prepararon para la batalla. Tratando de superar su miedo, Linden relevó a Brinn en el cuidado de Covenant, dejando libre al haruchai para la lucha. La Primera y Honninscrave, Encorvado y los dos haruchai, tomaron posiciones alrededor de Soñadordelmar, Ceer, Covenant y Linden, haciendo caso omiso del Demondim y Buscadolores, que no necesitaban protección. De esta forma avanzaron escaleras abajo hacia el Primer Circinado.

Allí Kasreyn del Giro aguardaba con ochenta o cien hustin y, al menos, la misma cantidad de soldados a pie.

Se hallaba de espaldas a las puertas, que estaban cerradas.

La única iluminación procedía de la luz del sol que llegaba en estrías a través de las inaccesible ventanas.

—¡Alto! —El grito del Kemper fue claro y autoritario—. ¡Volved a vuestras habitaciones! El gaddhi deniega vuestra salida.

Linden se sentía abrasada por el loco peligro de sus premoniciones.

—¡Nos dejaría ir si se atreviera! —replicó bruscamente.

El grupo no se detuvo.

Kasreyn dio una orden. Los guardianes levantaron sus lanzas. Con un agudo siseo de metal, los soldados sacaron sus espadas.

Paso a paso las fuerzas convergieron. El grupo parecía tan insignificante como un puñado de arena lanzado al mar. Sin el poder de Covenant, no tenían ninguna oportunidad. A menos que pudieran hacer lo que Brinn había querido hacer antes; a menos que pudieran capturar a Kasreyn y matarlo.

La Primera gritó:

—¡Piedra y Mar!

Y Honninscrave atacó. Levantando su tronco de lado contra los hustin, rompió sus filas hasta medio camino de la posición de Kasreyn. Al momento, logró crear confusión, empezando a derribar guardias por todos lados con sus grandes puños.

La Primera y Encorvado fueron hacia él, y lo adelantaron. Encorvado no tenía ni la agilidad de la Primera ni la fuerza del capitán, pero sus brazos eran fuertes como robles y con su tolete mantuvo a los asaltantes apartados de la Primera, mientras ésta se abría camino hacia adelante.

Ella iba por Kasreyn como si intentara obtener sangre directamente del manantial de su corazón. Ella era la Primera y él había manipulado y matado a sus compañeros mientras estaba desarmada. Su espada destellaba intermitentemente entre los rayos del sol, como un relampagueo.

Las lanzas de los guardias eran inadecuadas para tal lucha. Ningún soldado podía alcanzar a los gigantes con una espada ordinaria. Los tres marineros lucharon a través de la multitud, abriéndose camino hacia Kasreyn; pero sin llegar a conseguirlo.

Soñadordelmar, llevando a Ceer, hizo que Covenant y Linden siguieran adelante. A cada lado, Brinn y Cail parecían difuminarse mientras luchaban. Girando y atacando en todas direcciones, repartían golpes certeros que provocaban una muerte rápida. Entre el iniciado ataque y su preciso rechazo, el grupo iba avanzando a lo largo del antepatio.

Pero su meta seguía siendo imposible. Eran muy inferiores en número. Y constantemente llegaban más hustin. Al esquivar una lanza, Soñadordelmar chocó contra Linden y ella resbaló en un charco de sangre, cayéndose al suelo. El caliente fluido manchó sus ropas. Covenant se detuvo. Sus inexpresivos ojos presenciaban los movimientos que tenían lugar a su alrededor, pero él no reaccionó ante la violencia del combate ni ante los gritos de los heridos.

Linden se puso de pie y miró atrás, hacia Vain y Buscadolores, como pidiendo ayuda. Los soldados atacaban salvajemente al elohim pero sus espadas pasaban a través de él sin causarle efecto alguno. Ante sus atónitos ojos, se fundió en el suelo.

Vain estaba inmóvil, sonriendo a los atacantes; las puntas de lanzas y las espadas destrozaban su ropa, pero su cuerpo quedaba intacto. Llovían los golpes sobre él, y se convertían en astillas de dolor para aquellos que atacaban. Parecía capaz de resistir él solo a todos los hustin, incluso de acabar con ellos si decidía hacerlo.

Un asalto dirigido a Covenant fue rechazado.

—¡Vain! —gritó Linden—. ¡Haz algo!

El había salvado su vida más de una vez. Ahora todos necesitaban su ayuda.

Pero el Demondim permaneció sordo a su ruego.

Luego Linden vio el gran aro dorado que se acercaba, humeando a través del aire. Honninscrave dio el grito de alerta. Demasiado tarde. El aro se colocó sobre la cabeza de Covenant antes de que nadie pudiera evitarlo.

Desesperadamente, Soñadordelmar separó uno de sus brazos de Ceer, tratando de quitarle el aro. Pero estaba formado de niebla y luz, y su mano pasó a través de él dejándolo intacto.

Cuando el aro comenzó a girar alrededor de Covenant, sus rodillas flaquearon.

Otro estaba ya en el aire. Procedía de Kasreyn.

Hacia Soñadordelmar.

De pronto, Linden se dio cuenta de que los guardianes y soldados se retiraban para formar un apretado cordón alrededor de ellos.

Con la furia provocada por la frustración, la Primera dejó de luchar. Junto a Encorvado y Honninscrave intentó defender a sus camaradas.

Linden corrió al lado de Covenant. Cubriendo su cabeza con sus brazos, dirigió su visión al interior de él. Sus manchadas manos tiñeron de rojo su camisa.

Estaba dormido. Un ligero fruncimiento marcaba su frente, como implicaciones de una pesadilla.

Soñadordelmar escapó del oro humeante. Pero los hustin estaban preparados, manteniendo sus lanzas para atacarle si huía. Brinn y la Primera cargaron contra el cordón. Lanzas se rompieron y astillaron; muchos hustin cayeron. Pero no contaron con tiempo suficiente.

Aunque el gigante mudo se esforzaba para evadirlo, el aro rodeó su cabeza, bajando para cubrir a Ceer, y Soñadordelmar cayó. El inconsciente haruchai quedó también tendido en el suelo.

Kasreyn levantó su ocular pronunciando encantamientos. Un tercer círculo de luz dorada se elevó del metal expandiéndose mientras flotaba. Encorvado lo golpeó con su porra; pero sus golpes no pudieron nada contra aquella teurgia.

Con Covenant entre sus brazos, Linden no podía moverse. Suavemente, el aro se colocó sobre su cabeza dejándola caer en la oscuridad.