El castigo del gaddhi
Durante largo tiempo, Linden Avery no pudo dormir. La piedra de la Fortaleza de Arena la rodeaba, limitando su percepción. Las mismas paredes parecían mirarla ferozmente como si se esforzaran en proteger una secreta artimaña. Y en los límites de su percepción se movían los hustin como manchas de enfermedad. Los malcreados guardianes estaban en todas partes; eran los carceleros de la Corte, y también los del grupo. Había estado observando a los cortesanos en el banquete, y sacado la conclusión de que su alegría era una farsa de la que ellos creían que dependía su seguridad. Pero no podía haber seguridad en la cárcel que el Kemper había creado para sí y para su petulante gaddhi.
Su torturada mente anhelaba terminar con aquella inconsciencia. Pero debajo de la cautela y alarma que la Fortaleza de Arena inspiraba, yacía una angustia más aguda y profunda. El recuerdo de la mirada del Kemper se retorcía en el fondo de su corazón. Kasreyn se había limitado a mirarla a través de su ocular, y al instante se había convertido en su instrumento, en un mero auxiliar de sus propósitos. No se había resistido, ni siquiera había sentido la necesidad de resistirse. Su voluntad la había poseído tan fácilmente como si le hubiera estado esperando toda su vida.
El haruchai había podido hacerlo. Pero ella se había quedado indefensa. Había sido inutilizada. No podía cerrar completamente las puertas de la percepción que el Reino había abierto en ella.
Como resultado, había traicionado a Thomas Covenant. Estaba atada a él por lazos más fuertes que cualquier sentimiento que ella se hubiera permitido hacia cualquier hombre; y lo había vendido como si ya no tuviera valor. Vendido no; no le habían ofrecido nada a cambio. Lo había abandonado. Solamente la determinación de Brinn había podido salvarlo.
Aquella herida sobrepasaba el peligro de la Fortaleza de Arena. Era la cúspide de todos sus fallos. Se sentía como una roca que hubiera sido golpeada de una manera demasiado fuerte o con demasiada frecuencia. Aparentemente se mantenía intacta; pero dentro de ella sus errores se agrandaban con cada incidente. Ya no sabía cómo confiar en sí misma.
En el dormitorio, después del banquete, había logrado dormir un poco porque Cail estaba con ella. Pero su presencia también servía para inquietarla. Cuando volvió la cara hacia la pared, sintió su fuerte aura como una presión contra su espina dorsal, negando el poco valor que aún poseía. Tampoco confiaba en ella.
Sin embargo, el día había sido largo y accidentado; y al final el cansancio pudo más que su tensión. Se sumió en sueños de piedra… la irreputable roca de Piedra Deleitosa. En la prisión del Clave, había intentado penetrar en el granito para escapar del Delirante Gibbon. Pero la piedra la había rechazado. Según Covenant, los antiguos habitantes del Reino habían encontrado vida y belleza en la piedra; pero aquella roca fue sorda a cualquier llamada. Aún podía oír al Delirante diciendo: La principal condena del Reino está sobre tus hombros. ¿No eres tú maldad?, y en respuesta ella había gritado, siempre había gritado desde su propia abominación: ¡No! ¡Nunca!
Luego la voz dijo algo más.
—Escogida, levántate. El ur-Amo ha sido capturado.
Sudando pesadillas, huyó de la pared. Cail puso una mano en su hombro; el llanto que Gibbon había provocado se quedó en su garganta. Pero la puerta estaba abierta y entraba luz en el dormitorio. El rostro de Cail no tenía expresión. Instintivamente soltó el grito que se había quedado en su garganta.
—¿Capturado? —La palabra contenía temblores de alarma.
—El ur-Amo ha sido capturado —repitió Cail inexpresivamente—. Lady Alif fue a buscarlo en nombre del Kemper. Se lo ha llevado.
Ella se quedó mirándolo, no del todo consciente en la confusión de sus sueños.
—¿Por qué? —preguntó.
El encogimiento de hombros de Cail se vio acentuado por las sombras.
—Ella dijo: «Kasreyn del Giro desea hablar con Thomas Covenant».
Capturado. Su pánico fue como la punta de un cuchillo en su espina dorsal.
—¿Está Brinn con él?
El haruchai contestó sin vacilar:
—No.
A eso, los ojos de ella se dilataron por el asombro.
—¿Quieres decir que tú dejaste…? —Ella estaba de pie. Sus manos se agarraron a los hombros de Cail—. ¿Estás loco? ¿Por qué no me llamaste?
Ella era un poco más alta que él; pero la llana mirada de Cail la sobrepasaba. El no necesitaba palabras para repudiarla.
—¡Maldita sea! —Trató de apartarlo; pero su esfuerzo sólo consiguió hacerla retroceder. Balanceándose, se vio despedida hacia la puerta. Por encima de su hombro, exclamó—: Debiste llamarme.
Pero ella ya conocía su respuesta.
En el corredor, encontró a los gigantes. Honninscrave y Soñadordelmar salían en aquel momento vistiéndose a toda prisa. Pero la Primera ya estaba preparada, con el escudo en su brazo, como si hubiera dormido con él. Ceer también estaba allí. Vain y Buscadolores no se habían movido. Pero a Brinn y a Hergrom no se les veía por ninguna parte.
La Primera contestó serenamente a la acalorada expresión de Linden:
—Parece ser que no hemos contado con las artimañas del Kemper. Me he enterado por Ceer. Mientras dormíamos, Lady Alif se dirigió a Hergrom que estaba con Vain y ese elohim. Usando palabras corteses y zalamerías, se le acercó y le lanzó a la cara unos polvos que lo dejaron inconsciente. Ni Vain ni Buscadolores —su tono se hizo más afilado— creyeron conveniente tomar parte en este asunto. Ella actuó como si su pasividad hubiera sido pactada. Luego se aproximó a Brinn y a Giganteamigo. Brinn también fue víctima de sus polvos y quedó sin sentido. Ella se llevó a Covenant.
«Sintiendo la involuntaria somnolencia de sus camaradas, Ceer me dejó. En este corredor, vio a Lady Alif con Covenant, alejándose. —Señaló a lo lejos del corredor—. Los persiguió. Pero antes de que pudiera alcanzarlos se esfumaron. —Linden miró a la Primera—. La inconsciencia de Brinn y Hergrom fue breve —concluyó la espadachina—. Han ido a la búsqueda de Giganteamigo… o del Kemper. En mi opinión debemos seguirlos».
Las aceleradas palpitaciones del corazón de Linden dificultaban su respiración. ¿Qué querría Kasreyn de Covenant para arriesgarse tanto?
¿Que otra cosa podía ser sino el anillo blanco?
Linden se vio al borde de la histeria. Luchó por recobrar su autocontrol. El miedo la galvanizaba. Se volvió hacia Ceer y le preguntó:
—¿Cómo pudieron esfumarse?
—No lo sé. —Su semblante permanecía impasible—. En algún lugar detrás de aquellas puertas —hizo una pausa para encontrar la palabra—, alguna magia cayó sobre ellos, ya que de pronto desaparecieron de mi vista. No pude descubrir el medio por el cual se desvanecieron.
¡Maldito infierno! Rápidamente, Linden desechó aquel inaceptable medio. Y en seguida gritó a la Primera:
—La Cúspide del Kemper.
—Vamos. —A pesar de su vaina vacía, la espadachina se dispuso a la acción—. A la Cúspide del Kemper.
Con un movimiento de cabeza mandó a Honninscrave y Soñadordelmar corredor abajo.
Echaron a correr mientras Ceer se unía a ellos. La Primera les siguió; luego Linden y Cail corrieron detrás de ellos; demasiado preocupados por Covenant para pensar en las consecuencias de lo que estaban haciendo.
Al llegar a la primera esquina, ella miró hacia atrás; vio a Vain y a Buscadolores siguiéndoles sin ninguna prisa y sin esfuerzo aparente.
Poco después se encontraron con los guardianes que antes habían estado de guardia fuera de sus habitaciones. Las caras de los hustin mostraban una brutal sorpresa e incertidumbre. Algunos de ellos avanzaban unos pasos; pero cuando los gigantes pasaron en actitud desafiante, los hustin no reaccionaron. Linden pensó que la atención de Kasreyn debía estar concentrada en otras cosas.
Era obvio que los haruchai y los gigantes habían aprendido más acerca de la distribución del Segundo Circinado de lo que ella había sido capaz de absorber. Escogieron su camino a través de salones y pasillos, corredores y cámaras y no erraron. En poco tiempo, llegaron al vestíbulo donde se hallaba la escalera que subía a la Ringla de Riquezas. Sin vacilar, subieron.
La Ringla estaba tan brillantemente iluminada como siempre; pero a aquella hora de la noche aparecía desierta. Honninscrave eligió pronto una intricada ruta a través de las galerías. Al llegar al lugar donde estaba la espada que la Primera había admirado tanto, se detuvo. Dirigiéndose a ella, preguntó en voz baja:
—¿No vas a armarte?
—No me tientes, —su expresión era fría—. Si aparecemos ante el gaddhi o su Kemper llevando un regalo que nos fue denegado, habremos perdido aquí todas las oportunidades, excepto la de luchar. No seamos tan temerarios como para poner los pies en ese camino.
Linden sintió nuevas sombras subiendo desde el Segundo Circinado.
—Guardianes —advirtió—. Alguien les ha debido dar órdenes sobre lo que deben hacer.
La Primera dio una orden a Honninscrave mediante un gesto. En seguida él se dirigió a las escaleras que subían a La Majestad.
Linden corrió tras los gigantes, subiendo la escalera en espiral. Su respiración era fatigosa; el aire seco cortaba sus pulmones. Estaba aterrorizada por los hustin que encontraría en La Majestad. Si ellos también hubieran recibido órdenes, ¿qué posibilidades tendrían contra tantos guardianes?
Terminó de subir la escalera y se adentró en el traicionero suelo del salón del Auspicio. Vio que sus temores estaban justificados. Un gran número de potentes hustin agachados, formaban un arco, interceptando el camino del grupo. Armados con sus lanzas, a la tenue luz que se reflejaba de la proximidad del Auspicio, parecían una oscura e infranqueable barrera.
Los hustin que los seguían habían alcanzado ya el pie de las escaleras.
—¡Piedra y Mar! —siseó la Primera entre dientes—. En buen lío nos hemos metido.
Soñadordelmar dio un impulsivo paso adelante.
—Alto, gigante —ordenó ella—. ¿Quieres que nos sacrifiquen como ganado? —En el mismo tono se dirigió a Linden por encima de su hombro—. Escogida, si tienes alguna idea, no tardes en comunicárnosla. No me gusta esta situación.
Linden no respondió. La postura de los guardianes descubría la naturaleza de las intenciones de Kasreyn contra Covenant muy elocuentemente. Y Covenant estaba tan indefenso como un niño. Los elohim lo habían despojado de todo cuanto pudiera haberlo protegido. Mientras maldecía silenciosamente, hizo un esfuerzo para calmar su pánico.
Los hustin avanzaron hacia ellos.
Seguidamente, un fuerte grito resonó en La Majestad:
—¡Alto!
Los guardianes se detuvieron. Los que estaban en la escalera subieron unos peldaños más. Luego se detuvieron también.
Alguien empezó a abrirse camino entre los hustin. Linden vio una vehemente cabeza pasando entre las orejas de los guardias, cubierta por una abundante cabellera amarilla. Ellos se apartaron involuntariamente. Pronto una mujer estuvo ante el grupo.
Iba desnuda, como si acabara de salir de la cama del gaddhi.
Lady Alif.
Ella captó la mirada de los miembros de la Búsqueda, haciendo que notaran su desnudez. Luego se volvió hacia los guardianes. Su voz imitaba cólera, pero detrás de su gesto temblaba de miedo.
—¿Por qué acosáis a los huéspedes del gaddhi?
Los porcinos ojos de los hustin saltaron hacia ella, para después volverlos hacia el grupo. Sus pensamientos trabajaban tortuosamente. Después de una pausa, algunos de ellos contestaron:
—A esos no se les permite el paso.
—¿No? —demandó ella bruscamente—. Os mando que los dejéis pasar.
De nuevo los hustin guardaron silencio, mientras dudaban ante la imprecisión de sus órdenes. Otros repitieron:
—A esos no se les permite el paso.
La mujer apoyó sus manos en sus caderas. Su tono se suavizó peligrosamente.
—Guardias, ¿me conocéis?
Los hustin parpadearon. Unos cuantos de ellos se mordieron los labios como si hubieran sido situados entre el deseo y la confusión. Al fin, varios contestaron:
—Lady Alif, favorita del gaddhi.
—Exacto —dijo sarcásticamente—. Soy Lady Alif, favorita del gaddhi Rant Absolain. ¿Es que Kasreyn os ha autorizado a rechazar las órdenes del gaddhi o de su favorita?
Los guardianes no contestaron. La pregunta era demasiado compleja para ellos.
Lentamente, claramente, ella dijo:
—Os mando en el nombre de Rant Absolain, gaddhi de Bhrathairealm y del Gran Desierto, que permitáis pasar a sus huéspedes.
Linden mantuvo la respiración mientras los hustin se esforzaban en hallar cuáles eran las prioridades. Aparentemente, aquella situación no había sido prevista por las instrucciones que habían recibido; y no llegaron nuevas órdenes en su ayuda. Ante la insistencia de Lady Alif, no sabían qué hacer. Con un brusco movimiento, se apartaron, abriendo paso al Auspicio.
En seguida, la Favorita se enfrentó al grupo. Sus ojos brillaban a causa de su peligrosa venganza.
—Ahora daros prisa —dijo rápidamente— mientras Kasreyn está ocupado en su intento en contra de vuestro Thomas Covenant. No tengo motivos para desearle ningún bien a vuestro compañero; pero enseñaré al Kemper lo insensato que puede ser despreciar a los que están a su servicio. Es posible que sus peones tengan algún día el valor suficiente para desafiarlo. —Un instante más tarde, golpeó el suelo con su pie, lanzando el sonido de su campanillas de plata—. ¡Adelante, digo! En cualquier momento puede darse cuenta y enviarles una contraorden.
La Primera no vaciló. Dando zancadas de un círculo a otro, caminó rápidamente entre los hustin. Ceer se unió a ella. Honninscrave y Soñadordelmar siguieron, guardando su espalda. Linden hubiera querido tomarse un momento para hacer unas preguntas a la favorita; pero no había tiempo. Ceer la cogió por el brazo, empujándola en la dirección de los gigantes.
Detrás de ellos, los guardianes se volvieron, recomponiendo sus filas. Moviéndose pesadamente sobre los círculos de piedra, siguieron a Vain y a Buscadolores hacia el Auspicio.
Cuando los gigantes llegaron a la zona iluminada del trono, Brinn apareció súbitamente entre las sombras. No se paró a explicar cómo había llegado hasta allí. Dijo, tranquilamente:
—Hergrom ha descubierto al ur-Amo. Venid.
Volviéndose, se adentró en la oscuridad por detrás del trono del gaddhi.
Linden miró a los hustin. Se estaban moviendo nerviosamente; pero no hicieron ningún esfuerzo para detenerlos. Quizás habían recibido la orden de bloquear la retirada.
Pero ella no podía preocuparse en aquel momento por la retirada. Covenant estaba en manos del Kemper. Corrió detrás de la Primera y Ceer a la sombra del Auspicio.
También allí la pared estaba profusamente esculpida con atormentadas imágenes, que parecían vampiros contorciéndose. Incluso a plena luz, la entrada hubiera sido difícil de encontrar, ya que estaba astutamente escondida entre los bajorrelieves. Pero Brinn se había aprendido el camino. Fue directamente a la puerta.
Se abrió hacia adentro bajo la presión de su mano, admitiéndolos hacia una estrecha escalera que giraba hacia arriba a través de la piedra. Brinn iba adelante con Honninscrave, y Ceer a su espalda. Linden seguía a la Primera. La urgencia tiraba de su corazón, contra la oposición que presentaban su fatigosa respiración y la mermada fuerza de sus piernas. Deseó gritar el nombre de Covenant.
La escalera parecía increíblemente larga; pero al fin llegaron a una puerta que se abría a una gran cámara redonda. Estaba amueblada y decorada como un lugar destinado a citas galantes. Varios braseros proyectaban luz sobre alfombras de color azul intenso, lujosos canapés y almohadones. Los tapices que cubrían las paredes representaba gran variedad de escenas eróticas. El incienso del aire empezó a llenar los pulmones de Linden produciéndole vértigo.
Delante de ella, los gigantes y los haruchai se detuvieron. Un husta estaba allí con su lanza ante los intrusos guardando la escalera de hierro que se elevaba del centro de la habitación.
Aquel husta no tenía duda alguna acerca de su deber. Tenía heridas en una mejilla, y Linden descubrió otros signos que indicaban que el guardia había luchado. Si Hergrom efectivamente había encontrado a Covenant, tenía que haber pasado por aquella habitación. Pero el husta no mostraba preocupación por sus heridas. Se encaró a ellos sin miedo.
Brinn se adelantó con disimulo; cuando el guardián le cerró el paso con la lanza, logró esquivarlo hábilmente saltando sobre la barandilla de la escalera.
El husta lo siguió con intenciones de clavarle la lanza en la espalda. Pero Soñadordelmar ya había reaccionado. Con su impulso, peso y fortaleza de roble, golpeó al guardia, dejándolo tendido entre los cojines como un amante satisfecho.
Con precaución, Honninscrave saltó sobre el husta, cogió su lanza y rompió la vara.
El resto del grupo corrió tras de Brinn.
La escalera los llevó hasta la Cúspide del Kemper.
Cogida a la barandilla, Linden tiraba de sí misma para subir los escalones, uno a uno, forzando sus cansadas piernas para que la sostuvieran. El incienso y la espiral de la escalera le parecían una pesadilla. No sabía cuánto más podía ascender. Cuando llegó al final, estaba demasiado débil para hacer cualquier cosa que no fuera esforzarse en respirar.
Pero su voluntad la sostuvo, y la llevó jadeante y mareada al estudio del Kemper del gaddhi.
Sus ojos escudriñaron frenéticamente el lugar. Estaba claro que en aquel recinto era donde Kasreyn desarrollaba sus artes. Pero no podía enfocar la mirada en nada de lo que veía. Largas mesas cubiertas de objetos, estanterías atestadas de libros, y toda clase de extraños utensilios parecían tambalearse a su alrededor.
Luego su visión se aclaró. Más allá del punto en que los gigantes y Brinn se habían detenido, yacía un guardián. Estaba muerto; tendido en un coagulado charco de su propia sangre. Hergrom estaba de pie a su lado como un desafío. Deliberadamente señaló con la cabeza hacia un lado del estudio.
Kasreyn estaba allí.
En su propio medio, rodeado de sus posesiones y poderes, parecía aún más alto. Sus delgados brazos estaban plegados crispadamente sobre su pecho; pero permanecía tan inmóvil como Hergrom, como si ambos se encontraran ante una dificultad insuperable. Su ocular de oro colgaba de su cinta alrededor de su cuello. Su hijo dormía como un tumor en su espalda.
Estaba ante una silla llena de vendajes y aparatos.
Entre los vendajes se hallaba Covenant.
Miraba a sus compañeros; pero sus ojos estaban vacíos, como si no tuviera alma.
Con la angustia haciendo entrechocar sus dientes, Linden se deslizó entre los gigantes, adelantándolos. Por un instante miró a Kasreyn, mostrándole toda la ira que se reflejaba en su cara. Luego le volvió la espalda y se dirigió hacia Covenant.
Sus manos agitadas trataron apresuradamente de liberarlo de los vendajes. Pero estaban demasiado apretados para sus fuerzas. Brinn fue en su ayuda y ella le dejó que lo hiciera, concentrándose en el examen de Covenant.
No vio que hubiera sufrido daño. En su carne no había señal alguna. Detrás de la laxitud de su boca y el enmarañamiento de su barba, nada había cambiado. Reconoció luego el interior de su cuerpo, examinado sus huesos y órganos con su percepción; pero tampoco encontró nada anormal.
Su anillo estaba todavía como un grillete en el último dedo de su media mano.
Sintió alivio al mismo tiempo que asombro. Por un momento, no comprendió nada. Tuvo que estabilizarse apoyándose en los hombros de Brinn, mientras éste desataba al ur-Amo. ¿Había detenido Hergrom a Kasreyn a tiempo? ¿O simplemente el Kemper había fallado? ¿O quizás el vacío en que lo habían dejado los elohim superaba incluso las artes del Kemper?
¿Era esto último lo que había evitado que Covenant sufriera daño?
—Como puedes ver —dijo Kasreyn—, está intacto. —Un ligero temblor producido por la edad y la ira afectaba su voz—. A pesar de lo que podáis pensar de mí, sólo he tratado de ayudarle. De no haber sido por ese haruchai que me ha interrumpido con su presencia e innecesario derramamiento de sangre, vuestro Thomas Covenant ya estaría restaurado, sano y salvo. Pero vuestras suspicacias lo han impedido. Vuestras mismas dudas hacen imposible que lleve a cabo aquello que podría demostraros la honestidad de mi intento.
Linden se volvió hacia él. Su alivio se convirtió en furia.
—¿Tú, bastardo? Si tan honesto eres, ¿por qué has hecho todo esto?
—Escogida. —Su indignación asomaba a través de las cataratas de sus ojos—. ¿Es que existía algún medio por el que pudiera persuadiros de la conveniencia de que Thomas Covenant estuviera a solas conmigo?
Con toda la fuerza de su personalidad, él proyectó una imagen de virtud ofendida. Pero Linden no se dejó impresionar. La discrepancia entre su postura y su avidez era palpable para ella. Y estaba lo suficientemente enfurecida para decirle que lo sabía y descubrirle el alcance de su visión; pero no tuvo tiempo. Se oían unos pesados pies subiendo la escalera. Detrás del olor a muerte que había en el aire, sintió que los hustin estaban subiendo. En cuanto Brinn hubo liberado a Covenant de la silla, ella se volvió para alertar a sus compañeros.
No necesitaban ser alertados. Los gigantes y los haruchai ya habían tomado posiciones defensivas dentro de aquella sala.
El primer individuo que apareció no era uno de los hustin. Era Rant Absolain.
Lady Alif estaba detrás de él. Había tenido tiempo de cubrir su cuerpo con una tela transparente.
Detrás de ellos subían los guardianes.
Cuando vio al husta caído, la cara de Lady Alif, delató consternación por un instante. No esperaba aquello. Observándola, Linden descubrió que la favorita había logrado que el gaddhi se levantara en un esfuerzo para frustrar los planes de Kasreyn. Pero el guardián muerto lo cambiaba todo. Antes de que Alif dominara su expresión, ésta le había confirmado a Linden que había cometido un error.
Con espanto, Linden se dio cuenta de cuál había sido el error.
El gaddhi no miró a Kasreyn. Ni tampoco a sus huéspedes. Su atención se centró en el guardián muerto. Avanzó un paso, dos pasos, y cayó de rodillas ante la oscura sangre. Chapoteó ligeramente, manchando sus ropas. Puso sus manos vacilantes en la cara del husta. Luego trató de dar la vuelta a aquel cuerpo; pero era demasiado pesado para él. Sus manos quedaron manchadas de sangre. Luego levantó los ojos, dirigiendo una ciega mirada a los que le rodeaban. Su boca temblaba.
—Mi guardián. —Su voz sonaba como la de un niño desolado—. ¿Quién ha matado a mi guardián?
Por un momento, el silencio reinó en la sala. Luego Hergrom dio unos pasos adelante. Linden sintió el peligro que flotaba en el aire. Trató de avisarle. Pero era demasiado tarde. Hergrom asumió su responsabilidad para librar a sus compañeros de la ira del gaddhi.
Mientras tanto, iban llegando más hustin. Los gigantes y los haruchai estaban dispuestos. Pero también estaban desarmados y eran inferiores en número.
Lentamente, la expresión de Rant Absolain se concentró en Hergrom. Se levantó. La sangre goteaba de sus ropas. Por un momento miró a Hergrom como si estuviera aterrado por la magnitud de su crimen. Luego dijo:
—Kemper. —Su voz procedía de una maraña de pasión en el fondo de su garganta. El agravio le daba la personalidad de que antes había carecido—. Castígalo.
Kasreyn se movió entre los guardianes y los miembros de la Búsqueda, acercándose a Rant Absolain.
—Oh, gaddhi; no lo culpes. —El autocontrol del Kemper le hacía parecer más intencionado que contrito—. La falta es mía. He juzgado muchas cosas equivocadamente.
Al oír esto, el gaddhi estalló como una cuerda excesivamente tensada.
—¡Quiero que se le castigue! —Con ambos puños golpeó el pecho de Kasreyn, dejando manchas de sangre en su túnica amarilla. El Kemper retrocedió un paso; y Rant Absolain se volvió para descargar su furia contra Hergrom—. ¡Este guardia es mío! ¡Mío! —Luego volvió a Kasreyn—. ¡En todo Bhrathairealm no poseo nada! ¡Yo soy el gaddhi y el gaddhi es sólo un servidor! —La rabia y la autocompasión lo desbordaban—. ¡La Fortaleza de Arena no es mía! ¡Las Riquezas no son mías! ¡La Corte se reúne conmigo sólo cuando a ti se te antoja! —Se inclinó sobre el husta muerto y recogió un puñado de sangre, arrogándolo contra Kasreyn y Hergrom. Una parte de ella fue a parar a la barbilla de Kasreyn, cayendo luego; pero él lo ignoró—. ¡Incluso mis favoritas vienen a mí después de haber estado contigo! ¡Cuando tú ya las has usado! —Los puños de Rant Absolain golpeaban el aire—. ¡Pero los guardianes son míos! ¡Sólo ellos me obedecen sin averiguar primero cuál es tu voluntad! —Con un grito concluyó—. ¡Quiero que se le castigue!
Se quedó mirando al Kemper con una rigidez demencial. Después de un momento, el Kemper dijo:
—Oh, gaddhi. Tu voluntad es mi voluntad. —Su tono estaba bañado de tristeza.
Empezó a avanzar lentamente, pesadamente, hacia Hergrom, y la tensión escondida entre sus vestiduras llevaba una amenaza.
—Hergrom —empezó Linden. Luego su garganta se cerró. No sabía cuál era la amenaza.
Sus compañeros se reagruparon para proteger a Hergrom. Pero tampoco ellos podían definir la amenaza.
El Kemper se detuvo ante Hergrom, estudiándolo brevemente. Luego Kasreyn levantó su ocular y lo colocó delante de su ojo izquierdo. Linden trató de relajarse. Los haruchai ya habían dado pruebas de su inmunidad a las miradas del Kemper. Los llanos ojos de Hergrom no mostraron ningún temor.
Mirando a través de su monóculo, Kasreyn se acercó a él con minuciosa precisión y tocó con el dedo índice el centro de la frente de Hergrom. La única reacción de éste fue un ligero movimiento de sus ojos.
El Kemper dejó caer las manos, rendidas como por el cansancio o la inutilidad. Sin decir una palabra se volvió. Los guardianes abrieron paso para él cuando se dirigió a la silla donde Covenant había estado. Allí se sentó, aunque no podía apoyarse debido al niño que llevaba atado a su espalda. Se tapó la cara con las manos como si estuviera muy afligido.
Pero Linden creía que la emoción que ocultaba era de gozo.
Estaba insegura de su percepción. El Kemper acostumbraba a disimular la verdad sobre sí mismo. Pero la reacción de Rant Absolain fue inequívoca. Su gesto estaba impregnado de un triunfo feroz.
Su boca se movió como si deseara decir algo que pudiera aplastar al grupo, que demostrara su propia superioridad; pero no le llegaron palabras. Aún su pasión por los guardianes le sostenía. Ordenando a los hustin que lo siguieran, cogió de la mano a Lady Alif y abandonó el lucubrium.
Cuando empezaron a bajar, la mujer dirigió una rápida mirada a Linden como lamentando lo sucedido. Luego se fue y los guardianes siguieron escaleras abajo. Dos de ellos llevaban a su compañero muerto.
Ninguno de los miembros del grupo se movió mientras los hustin desfilaron abandonando la cámara. La sonrisa ambigua de Vain era el reverso de la imagen de dolor y preocupación de Buscadolores. La Primera observaba con los brazos cruzados como un halcón. Honninscrave y Soñadordelmar permanecían parados cerca de ella. Brinn había puesto a Covenant junto a Linden, donde los cuatro haruchai formaban un cordón de protección alrededor de quienes habían jurado proteger.
Linden se mantuvo rígida, simulando severidad. Pero su sensación de peligro no había desaparecido.
Los guardianes partían. Hergrom no había sufrido ningún daño aparente. Un momento más tarde Kasreyn se quedaría a solas con ellos. Estaría en sus manos. Seguramente no podría defenderse si ellos le atacaban. Entonces ¿por qué sentía que la supervivencia de la Búsqueda estaba en peligro?
Brinn miró a Linden. Sus pesados ojos se esforzaban en transmitir un mensaje sin palabras. Instintivamente, ella lo comprendió.
El último husta estaba en la escalera. Ya casi había llegado el momento. Sus rodillas temblaban. Las flexionó ligeramente, tratando de mantener el equilibrio sobre sus pies.
El Kemper no se había movido. Entre las manos que cubrían su cara dijo en tono de pesar, o de perfecta imitación del pesar:
—Podéis volver a vuestras habitaciones. Sin duda, el gaddhi os convocará luego. Debo aconsejaros que le obedezcáis. Y aún yo quisiera que me creyerais cuando os digo que lamento lo que ha pasado aquí.
El momento había llegado. Linden ordenó las palabras en su mente. Una y otra vez había soñado con matar al Delirante Gibbon. Incluso había reprochado a Covenant su moderación en Piedra Deleitosa. Ella había dicho: Algunas infecciones hay que cortarlas de raíz. Ella había creído esto. ¿Para qué servía el poder si no para extirpar el mal? ¿Por qué otra razón se había convertido ella en lo que era?
Pero ahora la decisión estaba en sus manos. Y no podía hablar. Su corazón saltaba con furia ante todo aquello que Kasreyn había hecho. Y aún no podía hablar. Ella era un médico. No un verdugo. No podía dar a Brinn el permiso que quería darle.
Su rostro expresaba un inflexible desdén cuando volvió la espalda a Linden. En silencio, acudió al liderazgo de la Primera.
La espadachina no respondió. Si efectivamente comprendió sus intenciones, prefirió ignorarlas. Sin decir una palabra ni al Kemper ni a sus compañeros, se encaminó hacia la escalera.
Linden dio un silencioso suspiro de alivio o de frustración, no sabía bien de qué.
Unas leves arrugas aparecieron en la frente de Brinn, pero no dudó. Honninscrave había seguido a la Primera, Brinn y Hergrom cogieron a Covenant llevándoselo abajo. En seguida, Cail y Ceer acompañaron a Linden hacia la escalera. Soñadordelmar se colocó como una muralla detrás de los haruchai. Dejando que Vain y Buscadolores siguieran a su propio paso, descendieron de la Cúspide del Kemper. En silencio, volvieron a sus habitaciones del Segundo Circinado.
A lo largo del camino no encontraron guardias. Incluso La Majestad carecía de ellos.
La Primera entró en la sala grande que estaba junto al corredor de los dormitorios. Mientras Linden y los otros se unían a ella, Ceer se quedó fuera guardando la puerta.
Brinn colocó cuidadosamente a Covenant en uno de los asientos. Luego se dirigió a la Primera y a Linden al mismo tiempo. Su impasible voz llevaba un timbre de acusación a los oídos de Linden.
—¿Por qué no hemos matado al Kemper? En eso radica nuestra seguridad.
La Primera lo miró como si estuviera mordiéndose la lengua para dominarse. Pasó un tenso momento antes de que ella respondiera:
—Hay ocho mil hustin y trescientos caballos. No podemos abrirnos camino a base de derramar sangre.
Linden se sentía como una inválida. Una vez más, se había sentido demasiado paralizada para actuar; sus contracciones acentuaban su inutilidad. Ni siquiera podía librarse de la carga de soportar a Brinn.
—Ellos no significan nada. No sé nada acerca del Caballo. Pero los guardianes no tienen mente propia. Están anulados si Kasreyn no les dice lo que han de hacer.
Honninscrave la miró con sorpresa.
—Pero el gaddhi dijo…
—Está equivocado. —Los gritos que había ahogado antes salían ahora a borbotones de su boca—. Kasreyn lo tiene domesticado como a un animal.
—Entonces ¿opinas —preguntó la Primera asombrada— que debimos eliminar a ese Kemper?
Linden rehuyó la mirada de la Primera. Hubiera querido gritar: ¡Sí!, y ¡No! ¿No tenía ya bastante sangre en sus manos?
—Somos gigantes —dijo la espadachina dirigiéndose a Linden—. Nosotros no asesinamos.
Tras decir esto, dio por terminado el asunto.
Pero ella era una luchadora entrenada. El gesto de sus hombros expresaba claramente el esfuerzo que tenía que hacer para contenerse y permanecer pasiva ante tan gran peligro.
Una nube oscureció la visión de Linden. Necesitaba comprender lo que la rodeaba. Incluso el vacío de Covenant era una acusación para la que no tenía respuesta.
¿Qué le había hecho Kasreyn a Hergrom?
La luz y la oscuridad del mundo eran invisibles dentro de la Fortaleza de Arena. Pero en un determinado momento llegaron sirvientes a la cámara anunciando la salida del sol con fuentes de comida. Los pensamientos de Linden estaban nublados por la fatiga y el esfuerzo; pero aún se levantó para inspeccionar los alimentos. Esperaba traición en cualquier cosa. Sin embargo, tras un momento de examen, vio que la comida no estaba contaminada. Ella y sus compañeros comieron, tratando de prepararse para lo desconocido.
Con ojos cansados y enrojecidos, estudió a Hergrom. Desde la morena piel de su cara hasta la médula de sus huesos, no mostraba evidencia de daño, ninguna señal de que hubiera sido tocado. Pero la imperturbable seriedad de su rostro la previno de hacerle cualquier pregunta. El haruchai no confiaba en ella. Al no querer pronunciar la condena a muerte de Kasreyn, ella había rechazado lo que podía ser la única oportunidad de salvar a Hergrom.
Algún tiempo después, Rire Grist llegó. Iba acompañado de otro hombre, un soldado de melancólica expresión que el Caitiffin había introducido en su ayuda. Saludó a los miembros de la Búsqueda como si no supiera nada respecto a los sucesos de la noche anterior. Luego dijo con toda naturalidad:
—Amigos míos. El gaddhi escoge esta mañana para su placer un paseo por los exteriores de la Fortaleza de Arena. Os pide que lo acompañéis. El sol brilla con hermosa claridad, facilitando una vista del Gran Desierto que puede interesaros. ¿Vais a venir?
Parecía sereno y confiado. Pero Linden percibió la tensión alrededor de sus ojos; y esto era una prueba de que el peligro no se había alejado.
La amargura de los pensamientos de la Primera se trasparentaba en su rostro: ¿Es que tenemos elección? Pero Linden no tenía nada que decir. Había perdido el poder de decisión. Sus temores batían en su cabeza como alas negras, haciéndolo todo imposible. ¡Van a matar a Hergrom!
La verdad era que no tenían elección. No podían luchar contra el Caballo y los guardias del gaddhi. Y si no querían luchar, no tenían otro recurso que seguir representando su papel de huéspedes de Rant Absolain. La mirada de Linden recorrió la piedra del suelo, evitando los ojos que la buscaban, hasta que la Primera dijo a Rire Grist:
—Estamos dispuestos.
Luego, con expresión angustiada, siguió a sus compañeros, abandonando el salón.
El Caitiffin los condujo abajo donde se hallaban los grandes pórticos de la Fortaleza. En el antepatio del Primer Circinado, unos cuarenta soldados estaban entrenando a sus monturas, cabriolando, enseñándolos hacer genuflexiones y otras piruetas en el inmenso recinto. Los caballos eran oscuros o blancos, y sus cascos arrancaban chispas en las sombras como la crepitación de una percepción todavía distante. Rire Grist saludó al jefe de los jinetes en tono de familiar camaradería. Se sentía seguro entre ellos. Pero condujo al grupo a través del recinto sin hacer parada alguna.
Cuando llegaron a la banda de terreno abierto que circundaba la Fortaleza, el sol del desierto los golpeó con un considerable soplo de brillantez y calor. Linden tuvo que volverse para aclarar su visión. Parpadeando miró hacia el polvoriento cielo entre los muros, buscando algo que liberara a sus sentidos de la gran opresión de la Fortaleza de Arena. Pero no lo encontró. No había pájaros. Y los andenes de la curva superior del muro estaban ocupados a intervalos regulares por hustin.
Cail la cogió del brazo, conduciéndola con sus compañeros hacia el este, a la sombra de la pared. Sus ojos agradecieron la sombra; pero la intensidad con que el árido aire erosionaba sus pulmones no disminuyó. La arena se hundía bajo sus pies en cada uno de sus pasos, reduciendo la fuerza de sus piernas. Cuando atravesaron la puerta este de la Fortaleza de Arena, ella sintió un imposible deseo de volverse y correr.
Hablando cortésmente sobre el diseño y construcción del muro, Rire Grist los condujo alrededor del Primer Circinado hacia una amplia escalera construida al lado de la Fortaleza. Estaba explicando a la Primera y a Honninscrave que había dos escaleras como aquella, una opuesta a la otra, a cada lado de la Fortaleza, y que había otras formas de alcanzar el muro desde dentro, a través de pasadizos subterráneos. Su tono era amable, pero su espíritu no.
Un temblor como los que preceden a la fiebre recorrió el cuerpo de Linden cuando comenzó a subir las escaleras. No obstante, ella siguió como si hubiera rendido su voluntad independiente a la exigencia que impelía a la Primera.
La escalera era lo suficiente ancha para ocho o diez personas a la vez, pero era empinada, y el esfuerzo de subir con aquel calor produjo sonrojo en la cara de Linden y que la blusa se pegara a su espalda a causa del sudor. Cuando llegaron al final, respiraba como si el aire estuviera lleno de agujas.
Dentro de sus parapetos, el camino circular de la Fortaleza era tan ancho como una carretera y lo suficientemente liso para que caballos y carros pudieran correr por él con facilidad. Desde aquella posición, Linden se hallaba al nivel del borde del Primer Circinado y pudo ver la inmensidad de cada uno de los círculos de la Fortaleza de Arena levantándose dramáticamente para terminar en el espigón de la Cúspide del Kemper.
Al otro lado del muro estaba el Gran Desierto.
Tal como Rire Grist había dicho, la atmósfera era clara y podía verse hasta muy lejos en los horizontes. Linden calculó que su campo de visión abarcaba una veintena de leguas del este al sur. En el sur, un grupo de nubes proyectaban sombras de color púrpura a media distancia; pero no afectaban en absoluto a la agudeza de la luz solar.
Bajo aquella luz, el desierto era una salvaje extensión de arena tan blanca como la sal y los huesos blanqueados, y más seca que toda la sed del mundo. Cogía el sol y lo devolvía al espacio, difundido y multiplicado. Las arenas eran como un mar inmovilizado por la falta de cualquier marea lo suficiente fuerte para moverlo. Las dunas se apiñaban y competían unas con otras elevándose hacia el cielo, como si de un golpe, el mismo suelo hubiera sido lanzado a la vida por la furia de un cataclismo. Pero aquella orogenia había tenido lugar tanto tiempo antes que sólo el esqueleto del terreno y la forma de las dunas la recordaban. Ninguna otra vida quedaba en el desierto ahora, excepto la vida del viento, intensas rachas secas del profundo sur que podían levantar la arena como si fuera espuma y redibujar la cara de la tierra a su antojo. Y aquel día no había viento. El aire se sentía como un reflejo de la arena y todo lo que Linden veía en cualquier dirección estaba muerto.
Pero en el suroeste había viento. Cuando paseaban por la parte superior del muro de arena, se dio cuenta de que en la distancia, más allá de las nubes y las dunas visibles, se preparaba una violenta tormenta. No, no estaba preparándose; había adquirido ya su plena intensidad. Un prodigioso viento giraba sobre sí mismo en el horizonte como si tuviera un ciclón por corazón. Sus nubes eran tan negras como una maldición, y a intervalos despedía cárdenos resplandores que parecía alaridos.
Hasta que los gigantes se detuvieron para observar la tormenta, ella no se dio cuenta de lo que era.
La Condenaesperpentos.
Bruscamente la invadió un temblor de augurio, como si incluso a aquella distancia, la tormenta tuviera el poder de extender un brazo y desgarrar…
El gaddhi y sus mujeres estaban en la curva suroeste del muro de arena, donde tenían una vista cristalina de la Condena. Casi unos veinte hustin guardaban los alrededores.
Estaban directamente bajo la Cúspide del Kemper.
Rant Absolain saludó a los componentes de la Búsqueda cuando se aproximaron. Una secreta excitación se escondía en su bienvenida. Hablaba la lengua común con una cordialidad que sonaba a falsa. Actuando como portavoz del grupo, Rire Grist daba las respuestas adecuadas.
Antes de que pudiera rendirle acatamiento, el gaddhi le pidió que se acercara más, introduciendo al grupo entre los guardias. Linden dedicó una rápida mirada a la reunión y descubrió que Kasreyn no estaba presente.
Libre de su Kemper, Rant Absolain estaba determinado a representar su papel de anfitrión.
—Bienvenidos, bienvenidos —dijo burlonamente.
Llevaba un largo vestido crudo, diseñado para hacer que pareciera majestuoso. Su favorita estaba cerca de él, ataviada como la sacerdotisa de un dios del amor. Habían también otras mujeres jóvenes; pero no se les había concedido el honor de compartir el estilo de vestir del gaddhi. Iban ataviadas con unas ropas exquisitamente inapropiadas para el sol y el calor. Pero el gaddhi no prestaba atención a su indiscutible belleza. Se concentraba en sus huéspedes. En una mano sostenía una cadena de ebonita de la cual colgaba un gran medallón representando un sol negro. Lo usaba para acentuar la liberalidad de sus gestos.
—¡Mirad el Gran Desierto! —Señaló la vasta extensión como si fuera algo digno de ser mostrado—. ¿No es una magnífica vista? Bajo este sol se revela sus verdaderos matices, unos matices que se extienden más lejos de lo que los bhrathair han estado nunca, aunque se dice que en el lejano sur el desierto se vuelve una maravilla de todos los colores que el ojo puede captar. —Su brazo hacía oscilar el medallón describiendo arcos ante él—. Ningún pueblo, excepto los bhrathair, ha logrado nunca arrancar vida a una tierra tan árida. Pero nosotros hemos hecho más.
«La Fortaleza de Arena que habéis visto. Nuestra riqueza excede a la de muchos monarcas que gobiernan ricos territorios. Pero ahora, por primera vez —su voz se tensó de expectación— vosotros podéis ver la Condenaesperpentos. En ninguna otra parte de la tierra se manifiesta esta teurgia. —A pesar de sí misma, Linden miró hacia donde el gaddhi dirigía su mirada. La caliente arena producía dolor a su frente y a sus huesos, como si el peligro estuviera a punto de empezar; pero aquella violencia distante la tenía ocupada—. Y ningún otro pueblo ha logrado nunca triunfar sobre tan feroces enemigos.
Sus compañeros parecían preocupados por aquella tormenta en espiral. Incluso los haruchai empezaban a mirarla como si estuvieran tratando de medir sus posibilidades contra ella.
«Los esperpentos de la arena. —La excitación de Rant Absolain crecía—. Vosotros no los conocéis; pero yo voy a explicaros esto. Con tiempo y en libertad, una de estas criaturas podría desmontar la Fortaleza de Arena piedra a piedra. ¡Una! Son más feroces y temibles que cualquier locura o pesadilla. Y sin embargo están inmovilizadas. Se pasan sus vidas dando vueltas en el giro de su condena, mientras nosotros prosperamos. Sólo en raras ocasiones, uno de ellos logra escapar; pero sólo por breve tiempo. —Su voz se iba tensando, agudizándose en cada palabra. Linden quería dar la espalda a la Condena, llevándose a sus compañeros lejos del parapeto, pero no tenía ninguna palabra para expresar lo que le desalentaba.
«Durante siglos, los bhrathair vivieron sólo porque los esperpentos de la arena no los eliminaron del tono. Pero ahora, yo soy el gaddhi de Bhrathairealm y de todo el Gran Desierto. ¡Y ellos son míos!».
Terminó su discurso con un gesto de florido orgullo; y de pronto la cadena de ebonita se deslizó de sus dedos.
Destacando el negro a la luz del sol y sobre la pálida arena, la cadena y el medallón cayeron por el parapeto cerca de la base de la Fortaleza. El impacto levantó polvo de arena que volvió a depositarse en seguida. El negro sol del medallón quedó como una mancha en la limpia superficie.
Las mujeres del gaddhi abrieron la boca, y se asomaron para mirar hacia abajo. Los gigantes miraron por encima del parapeto. Ran Absolain no se movió. Levantó sus brazos, rodeándose el pecho para contener una secreta emoción.
Reaccionando como un buen cortesano, Rire Grist dijo rápidamente:
—No temas, oh gaddhi. Pronto va a serte devuelto. Voy a mandar que lo recojan.
El soldado que estaba con él se dirigió a las escaleras, con el propósito de llegar a los pórticos exteriores y recuperar el medallón.
Pero el gaddhi no miraba al Caitiffin.
—Lo quiero ahora, —dijo con petulante autoridad—. Traed cuerda.
En seguida, dos guardias, abandonaron su puesto en el muro y descendieron a los andenes. Luego penetraron en el interior de la pared a través de la abertura más próxima.
Linden buscó en aquello alguna clave del peligro, de un peligro que flotaba en el aire permanentemente. Pero la actitud del gaddhi no era lo bastante explícita para revelar sus intenciones. La cuidadosa pose de Rire Grist demostraba que estaba jugando su parte en una charada; pero ella lo sabía con anterioridad. De las mujeres, sólo las dos favoritas mostraron algún conocimiento del secreto. La cara de Lady Benj denotaba disimulo. Y Lady Alif dirigía encubiertas miradas de aviso a los miembros de la Búsqueda.
Luego los hustin volvieron, con un gran rollo de cuerda, Sin pérdida de tiempo, lanzaron un extremo al parapeto y ataron el otro en la parte exterior del muro. Era lo suficiente largo para llegar a la arena.
Por un momento nadie se movió. El gaddhi estaba quieto. Honninscrave y Soñadordelmar se balanceaban, uno a cada lado de la Primera. Vain parecía inmune al peligro, recostado en la pared; pero los ojos de Buscadolores se movían como si vieran demasiado. Los haruchai habían tomado posiciones estratégicas entre los guardias, por si llegaba el momento en que fuera necesario defenderse. Sin razón aparente, Covenant dijo:
—No me toques.
Bruscamente, Rant Absolain se volvió hacia el grupo. El calor intensificaba su mirada.
—Tú. —Su voz se elevó y quedó cortada por el esfuerzo. Su brazo derecho se adelantó, apuntando con su rígido dedo índice directamente a Hergrom—. Quiero mi emblema.
Algunas de las mujeres se mordieron los labios. Las manos de Lady Alif se abrieron, cerraron, y se abrieron de nuevo. La cara de Hergrom no denotaba ninguna reacción; pero los ojos de todos los haruchai escudriñaban a los presentes, observándolo todo.
Linden se esforzó para hablar. La opresión bloqueaba su pecho, pero al fin pudo decir:
—Hergrom, tú no tienes que hacer eso.
Los dedos de la Primera eran garras en sus costados.
—Los haruchai son nuestros camaradas. No vamos a permitirlo.
El gaddhi exclamó algo en la extraña lengua de los bhrathair. Al instante, los hustin levantaron sus lanzas. En aquellas condiciones, ni siquiera la rapidez de los haruchai podía protegerlos de ser heridos o muertos.
—¡Estoy en mi derecho! —dijo firmemente Rant Absolain a la Primera—. ¡Yo soy el gaddhi de Bhrathairealm! ¡El castigo es mi deber y mi derecho!
—¡No! —Linden sintió el afilado hierro a menos de un palmo de distancia de su espalda. Pero en su temor por Hergrom hizo que lo ignorara—. Fue culpa de Kasreyn. Hergrom sólo trataba de salvar la vida de Covenant. —Dirigió nuevamente su urgente aviso al haruchai—. Tú no tienes que hacer eso.
La falta de pasión en el rostro de Hergrom eran completa. El alejamiento con que contemplaba a los guardianes definía el peligro a que estaban expuestos más elocuentemente que cualquier grito. Por un momento, él y Brinn intercambiaron una mirada. Luego se volvieron a Linden.
—Escogida. Deseamos aceptar este castigo para terminar con este asunto. —Su tono no expresaba otra cosa que una firme creencia en su propia capacidad, la misma autoconfianza que había llevado a los Guardianes de Sangre a desafiar a la muerte y al tiempo en servicio de los Amos.
La visión atenazó la garganta de Linden. Antes de que pudiera tragarse su congoja y su culpabilidad para tratar de razonar con ellos, Hergrom dio un salto sobre el parapeto. En tres zancadas llegó a la cuerda.
Sin decir una sola palabra a sus compañeros, se agarró a ella y se dejó caer por el borde.
Los ojos de la Primera se tornaron vidriosos al haber llegado al extremo de su refrenamiento. Pero tres lanzas estaban a su nivel; y Honninscrave, al igual que Soñadordelmar, se encontraba en una situación similar.
Brinn asintió parcialmente. Con demasiada rapidez para los reflejos de los guardias, Ceer se deslizó entre los que estaban allí y saltó al parapeto. En un instante, estaba siguiendo a Hergrom cuerda abajo.
Rant Absolain soltó una maldición y se adelantó para ver descender a los haruchai. Durante un momento, sus puños golpearon la piedra con rabia. Pero logró recobrarse luego, y su indignación cedió.
Las lanzas no permitían que Linden y sus compañeros se movieran.
El gaddhi dio una nueva orden, arrancando destellos de furia de los ojos de la espadachina, y llevando a Honninscrave y Soñadordelmar a los límites de su paciencia.
En respuesta, un guardia soltó la cuerda de su amarre, que cayó pesadamente sobre las espaldas de Hergrom y Ceer.
Rant Absolain dirigió una sonrisa al grupo. Luego volvió su atención a los haruchai que habían caído.
—¡Ahora, asesino! —gritó agudamente—. ¡Ahora quiero que hables!
Linden no sabía lo que quería decir. Pero sus nervios protestaban ante la crueldad que emanaba de él. En un arranque, se olvidó de la lanza que apuntaba a su espalda y corrió a asomarse al parapeto. Tan pronto como su cabeza traspasó el borde, sus ojos buscaron a Hergrom y Ceer. Estaban de pie en la arena con la cuerda desparramada a su alrededor. El medallón del gaddhi yacía entre sus pies. Ellos miraban hacia arriba.
—¡Corred! —gritó ella—. ¡Las puertas! ¡Corred hacia las puertas!
Detrás de ella oyó como un ruido sordo. Una punta de lanza tocaba la parte de atrás de su cuello, inmovilizándola contra la piedra.
Covenant estaba repitiendo su letanía, como si no pudiera conseguir de nadie que lo escuchara.
—¡Habla, asesino! —insistió el gaddhi, con avidez…
La impasibilidad de Hergrom no flaqueó.
—No.
—¿Rehusas hacerlo? ¿Me desafías? ¡Crimen sobre crimen! ¡Yo soy el gaddhi de Bhrathairealm! ¡Negarse es traición!
Hergrom miró hacia arriba con desdén, sin decir nada.
Pero el gaddhi también estaba preparado para eso. Gritó otra orden. Varias de las mujeres empezaron a chillar.
Forzando su cabeza hacia un lado, Linden vio a un guardián columpiando a una mujer, a quien sujetaba por un tobillo, sobre el borde del parapeto. Era Lady Alif, quien había tratado de ayudarles con anterioridad.
Estaba retorciéndose en el aire, golpeando su miedo contra el muro de arena. Pero Rant Absolain no puso atención en ella. Su vestido caía sobre su cabeza escondiendo su cara y sus gritos. Sus tobilleras de plata brillaban incongruentemente a la luz del sol.
—Si no pronuncias el nombre, —gritó el gaddhi a Hergrom—, esta mujer irá a la muerte. Y entonces, si no pronuncias el nombre —dirigió la mirada a Linden—, ésa a la que llamas Escogida, será sacrificada. ¡Yo pago la sangre con sangre!
Linden rogó para que Hergrom se negara. El miró hacia arriba, a Rant Absolain y la mujer. Y su cara no reveló nada. Pero entonces Ceer le hizo un gesto. El se volvió. Colocando su espalda contra el muro de arena como si hubiera sabido todo lo que iba a pasar, miró hacia el Gran Desierto y la Condenaesperpentos y enderezó los hombros, preparándose.
Linden quería gritar. ¡No! Pero súbitamente sus fuerzas fallaron. Hergrom había comprendido su situación. Y aún así, decidió aceptarla. No había nada que ella pudiera hacer.
Deliberadamente, él puso el pie sobre el emblema del gaddhi aplastándolo. Luego, a través del encogido silencio de las personas y del amplio silencio del desierto, pronunció una sola palabra:
—Nom.
El gaddhi lanzó un grito de triunfo.
Un instante después, la lanza había sido retirada del cuello de Linden. Todas las lanzas se habían bajado. El husta levantó a la mujer dejándola sobre sus pies y segura en el muro de arena. En seguida, ella huyó. Sonriendo ante su secreta victoria, Lady Benj contempló su salida.
Al volverse, Linden vio que los guardianes se habían apartado de sus compañeros.
Todos, excepto Covenant, Vain y Buscadolores, irradiaban ira y protesta contra Kasreyn del Giro.
En su concentración sobre Hergrom, Linden no había oído ni sentido llegar al Kemper. Pero ahora se encontraba entre ellos, y les habló:
—Deseo haceros observar que no he jugado ningún papel en esta tramoya. Yo debo servir a mi gaddhi en lo que él manda. —Su mirada empañada por las cataratas ignoraba a Rant Absolain—. Pero yo no participo en estos actos.
Linden estuvo a punto de lanzarse contra él.
—¿Qué has hecho tú?
—Yo no he hecho nada —respondió firmemente—. Vosotros sois testigos. —Pero luego sus hombros se combaron como si el niño que llevaba sobre su espalda le pesara—. Y aún me he ganado vuestro rechazo. Lo que ahora transpira no lo haría sin mí.
Dio unos pasos hacia el parapeto e hizo un gesto señalando hacia la distante oscuridad. Parecía muy viejo cuando dijo:
«Él poder de cualquier arte depende de su imperfección. La perfección no es posible en un mundo imperfecto. Por eso cuando llevé a los esperpentos a su Condena me vi obligado a prever un fallo en mi teurgia. —Contempló la tormenta como si le pareciera sana y agradable. No podía ocultar su admiración ante lo que había creado.
»El fallo que escogí —dijo—, es éste: que cualquier esperpento sería liberado cuando alguien pronunciara su nombre. Y permanecería libre hasta descubrir quién lo había hecho. Entonces, debería matarlo y volver a su Condena».
¿Matarlo? Linden no podía pensar. ¿Matarlo?
Lentamente, Kasreyn volvió sus ojos hacia el grupo.
«Hasta entonces, yo debía compartir su desdicha. Por eso convoqué a la Condenaesperpentos. Y por eso puse en la mente de vuestro compañero el nombre que ha pronunciado».
Al oír esto, imágenes vertiginosas comenzaron a danzar a través de Linden. Vio la mendacidad del Kemper proyectada ante ella en blanca luz solar. Se volvió como si estuviera oscilando, dirigiéndose de nuevo al parapeto. ¡Corre! ¡Hergrom! Pero su voz no sonó.
Porque ella había decidido dejar que Kasreyn viviera. Era intolerable. Con un gran esfuerzo, abrió su garganta.
—¡Las puertas! —Su grito fue débil y difuso en la grandiosidad del Desierto—. ¡Corre! ¡Te ayudaremos a luchar!
Hergrom y Ceer no se movieron.
—No lo harán. No se moverán —dijo el Kemper, simulando tristeza—. Conocen su situación. No dirigirán a un esperpento hacia vosotros ni lo introducirán entre la gente de la Fortaleza de Arena. Y —prosiguió, tratando de disimular su orgullo— no hay tiempo. Los esperpentos responderán rápidamente. La distancia no es un obstáculo para tal poder. ¡Mira! —Su voz se agudizó—, aunque la Condena está a más de veinte leguas de aquí, la respuesta ya está dada.
Al otro lado de ellos, el gaddhi empezó a reírse.
Y desde aquellas lejanas nubes se levantó una ola de arena entre las dunas, dirigiéndose hacia la Fortaleza. Variaba de acuerdo con el terreno, convirtiéndose en una larga nube con forma de serpiente; pero su dirección era inequívoca. Se dirigía al lugar donde Ceer y Hergrom estaban junto al muro de arena.
Aún desde aquella distancia, Linden sintió las radiaciones de un poder rudo y hostil.
Ella presionó su inutilidad contra el parapeto. Sus compañeros permanecían asustados detrás de ella; no podía volverse para mirarlos, no podía. Rant Absolain estudiaba la aproximación del esperpento y temblaba en una fiebre de ansiedad. El sol estaba directamente sobre la Fortaleza como un reproche.
Entonces la bestia apareció tal como era. Blanqueada hasta parecer albina por varias edades de sol, era difícil distinguirla contra el fondo pálido del desierto. Pero se acercaba a una velocidad increíble, haciéndose a cada instante más clara a la vista.
Era de mayor talla de lo que los haruchai esperaban, pero su tamaño era pequeño para contener tanto poder. Linden quedó sorprendida durante unos momentos por su extraña forma de avanzar. Sus rodillas se doblaban hacia atrás como las de un pájaro, y sus pies eran unas anchas almohadillas que le daban la habilidad de correr por la arena con una inmensa celeridad y fuerza. El esperpento estaba ya casi encima de Hergrom y Ceer; y ella percibió otros detalles.
Tenía brazos; pero no manos. Sus antebrazos terminaban en flexibles muñones con los que era posible golpear o coger; sus brazos estaban formados para contender con la arena, para romper piedras.
Y no tenía cara. Su cabeza carecía de facciones excepto por la indefinida cordillera de su cráneo bajo dos profundas y cubiertas hendiduras semejantes a branquias, una a cada lado.
Parecía tan violento y absoluto como una fuerza de la naturaleza.
Al contemplarlo, Linden se olvidó de respirar. Su corazón pudo haberse detenido sin que ella lo notara. Ni siquiera Covenant con toda su magia indomeñable podía haber igualado aquella bestia feroz.
Hergrom y Ceer caminaron juntos apartándose del muro y luego se separaron entre sí para que el esperpento no pudiera atacar a ambos a la vez.
La criatura desvió ligeramente su ímpetu y en un arranque de furia cargó directamente contra Hergrom.
En el último instante, él se apartó de su camino. Incapaz de detenerse, el esperpento se estrelló contra la pared.
Linden sintió el impacto como si la Fortaleza entera se hubiera conmovido. Hubo roturas en la piedra; trozos que se desprendieron y cayeron.
Simultáneamente Ceer y Hergrom atacaron la espalda de la criatura. Haciendo uso de toda su destreza y fuerza, amartillearon su cuello.
El esperpento encajó los golpes como si fueran puñados de arena. Dándose la vuelta rápidamente empezó a golpearlos con los brazos. Ceer retrocedió, evadiendo los golpes. Pero un brazo alcanzó a Hergrom en el pecho, lanzándolo como un muñeco.
Ninguno de ellos hacía ningún ruido. Sólo los golpes y los movimientos en la arena sonorizaban el combate.
Lanzándose hacia delante, Ceer cogió la cabeza de la bestia con tal fuerza que el esperpento retrocedió un paso. Inmediatamente continuó asestándole una lluvia de golpes; pero no surtieron efecto. La bestia cogió impulso. Sus rodillas se flexionaron hacia atrás, preparándose para saltar.
Ceer aprovechó aquella posición para propinarle un fuerte y bien calculado golpe en el tórax.
Nuevamente el esperpento se tambaleó. Pero esta vez, uno de sus brazos cayó sobre el hombre del haruchai. Los sentidos de Linden registraron la rotura de huesos. Ceer estuvo a punto de desplomarse.
Demasiado rápido para cualquier defensa, el esperpento levantó un pie proyectándolo contra la pierna de Ceer.
El cayó indefenso, con astillas de hueso que sobresalían de la rotura de su muslo y rodilla. La sangre se esparció por la arena a su alrededor.
Soñadordelmar estaba al borde del parapeto, tratando de saltar como si creyera poder sobrevivir a la caída. Honninscrave y la Primera se esforzaban en disuadirlo.
La disimulada risa del gaddhi burbujeaba como la alegría de un demonio.
Los dedos de Cail se agarraron al brazo de Linden como si la hiciera responsable.
Mientras Ceer yacía, Hergrom volvió al combate. Corriendo tanto como pudo sobre la dificultosa superficie, dio un salto hacia arriba, lanzando un golpe volante contra la cabeza del esperpento. La bestia retrocedió un paso para absorber el golpe. Luego volvió a embestir, tratando de someter a Hergrom a su abrazo. El lo esquivó. Dando la vuelta por detrás saltó a su espalda. Al instante, se sujetó con sus piernas a su torso, haciéndole una llave con los brazos alrededor del cuello y apretó. Forzando cada músculo, obstruyó la garganta de la bestia con su antebrazo, tratando de estrangularla.
El esperpento levantó los brazos, pero no fue capaz de alcanzarlo.
Rant Absolain dejó de reír. La desconfianza radiaba de él como llanto.
Linden se apretó contra la esquina del parapeto. Un silencioso grito de ánimo abrió su boca.
Pero detrás de la ferocidad de la bestia había una salvaje astucia. De pronto, cesó en su intento de golpear a Hergrom. Sus rodillas se doblaron como si fuera a tenderse en el suelo.
Salvajemente se lanzó contra el muro de arena.
No había nada que Hergrom pudiera hacer. Quedó cogido entre el esperpento y la dura piedra. Unos temblores como insinuaciones de un terremoto resonaron a través del muro.
La bestia se libró del agarre de Hergrom, y éste cayó al suelo. Su pecho había sido aplastado. Durante un momento, continuó respirando en un jadeo de sangre y dolor, torturando sus pulmones y su corazón pinchado. Tan blanco como falto de expresión, el esperpento lo miró como sin saber donde colocar su próximo golpe.
Luego, un espasmo arrojó un fluido rojo oscuro por su boca. Linden vio como las fibras de su vida se rompían. Allí se quedó inmóvil.
El esperpento se enfrentó al muro como sí deseara atacarlo aprovechando su libertad, pero la libertad de la bestia había terminado. Volviéndose, empezó a correr nuevamente hacia su Condena. Al poco desapareció en la estela de arena que levantaba tras él.
Los ojos de Linden se inundaron de lágrimas. Sintió que algo dentro de ella acababa de morir. Sus compañeros estaban aturdidos y silenciosos; pero ella evitó mirarlos. Su corazón latía al ritmo del nombre de Hergrom, repitiendo aquel sonido como si hubiera algo que ella hubiese podido hacer.
Cuando parpadeó para aclarar su visión, vio que Rant Absolain había empezado a retirarse, acompañado por sus mujeres y sus guardias. Su risa se desvaneció bajo la luz del sol y el calor seco.
Kasreyn ya no estaba en el muro de arena.