«No me toques»
Thomas Covenant lo veía todo. Lo oía todo. Desde el momento en que los elohim habían abierto el regalo de Caer Caveral, dándoles la situación del Árbol Único, todos sus sentidos habían funcionado normalmente. Sin embargo, estaba completamente en blanco, como una tabla de piedra de la cual todos los mandamientos hubieran sido borrados. Lo que veía, oía o sentía, no tenía ningún significado para él. La conexión entre acción e impacto, percepción e interpretación, había sido rota o bloqueada. Nada podía tocarlo.
Las extrañas contradicciones propias de los elohim no le habían afectado. La tormenta que casi había hecho naufragar al Gema de la Estrella Polar no había supuesto nada para él. Los peligros a que estaba sometida su vida y los esfuerzos de personas como Brinn, Soñadordelmar y Linden para mantenerlo a salvo, habían pasado por él como murmullos de un idioma extraño. Lo había visto todo. Quizá lo había comprendido hasta cierto punto, ya que carecía incluso de la necesidad de incomprensión. Nada de lo que afectara a él podía ser definido con una mínima posibilidad de significado. Respiraba cuando respirar era necesario. Tragaba la comida que era puesta en su boca. A veces, parpadeaba para humedecer sus ojos. Pero esos reflejos también carecían de significado. Ocasionalmente, una angustia tan sutil como la niebla crecía en él; pero cuando pronunciaba su frase, se esfumaba.
Aquellas tres palabras eran lo único que permanecía en su alma.
En consecuencia, vio el intento de Kasreyn de ganar su posesión con un distanciamiento tan completo como si estuviera hecho de piedra. El ávido poder que emergía del monóculo del Kemper no le hacía efecto. No estaba hecho de ninguna carne que pudiera ser persuadida. Y del mismo modo, la forma en que sus compañeros lo defendieron había caído en el vacío, desapareciendo sin dejar rastro. Cuando Kasreyn, Rant Absolain y la Corte abandonaron por caminos distintos La Majestad, Covenant continuó en la misma posición, sin que se hubiera producido en él cambio alguno.
Pero lo veía todo. Lo oía todo. Sus sentidos funcionaban normalmente. Observó la mirada estimativa que le dirigió Buscadolores, como si el Designado estuviera evaluando la magnitud de lo hecho por los elohim en comparación con la avidez del Kemper. Y fue testigo de la vergüenza y el espanto que aparecieron en el rostro de Linden cuando la voluntad de Kasreyn perdió su dominio sobre ella. Su instintivo grito se había ahogado en su garganta. Ella temía a la posesión más que a cualquier otra cosa. Y había caído bajo el mandato de Kasreyn tan fácilmente como si careciera de voluntad. A través de sus dientes, Linden musitó:
—¡Jesús mío!
Pero su asustada y furiosa mirada estaba fija en Rire Grist y no reaccionó ante la consternación de sus compañeros. Su restablecida percepción le decía con claridad que no confiara en el Caitiffin.
La visión de ella en tal turbación provocó malestar en Covenant. Pero articuló sus tres palabras, y ellas alejaron a la preocupación de él.
Oyó el áspero tono de la Primera cuando contestó:
—Te acompañaremos. Tenemos gran necesidad de paz y descanso. Y también eliminar lo que hemos transpirado.
Rire Grist indicó con un gesto que lo comprendía. Pero no hizo ningún esfuerzo para apaciguar al grupo. En su lugar, condujo a los huéspedes del gaddhi a la escalera que descendía a la Planta de Riquezas.
Covenant siguió porque la mano de Brinn en su brazo le obligaba a colocar un pie delante del otro reflexivamente, como si fuera capaz de realizar por voluntad propia tales actos.
Rire Grist los llevó al Segundo Circinado. En las dependencias de aquella planta, detrás del inmenso auditorio o salón de baile, los condujo a través de complicados e iluminados pasillos, entre brillantes salones y cámaras, lavaderos y cocinas, salones de música, talleres y galerías, donde encontraron a muchos de los cortesanos que ahora trataban de ocultar su miedo. Finalmente, llevó a los miembros de la Búsqueda a un largo corredor con puertas que se abrían a una serie de confortables dormitorios. A cada uno de ellos le había sido asignada una habitación. Cruzando el vestíbulo se encontraba un gran salón ricamente amueblado con canapés y almohadones. Allí, los compañeros fueron invitados a un refrigerio servido en lujosas y complicadas mesas realizadas en caoba y bronce.
Pero ante la puerta de cada una de las habitaciones había un hustin armado con su lanza y su espada; y dos más permanecían cerca de las mesas como servidores o asesinos. Rire Grist no mostró intención de mancharse. Esto no era importante para Covenant. Ni los aromas picantes de la comida, ni la presencia de los guardias, disgustaban o alegraban a Covenant. Pero, esto último tensó los músculos de los brazos de Honninscrave, arrancó una mirada de ira de los ojos de la Primera y convirtió la boca de Linden en un línea blanca. Después de un momento, Linden dijo, dirigiéndose a Rire Grist:
—¿Es esto una nueva muestra de la bienvenida del gaddhi? ¿Guardianes por todas partes?
—Escogida, tú no lo comprendes. —El Caitiffin había recobrado su equilibrio—. Los hustin son criaturas dedicadas al servicio, y éstos han sido destinados a serviros a vosotros. Si deseáis que se retiren, lo harán. Pero permanecerán a vuestras órdenes para responder a vuestras necesidades.
Linden se dirigió a los dos guardianes de la cámara.
—Salid de aquí.
Sus bestiales caras no denotaron reacción alguna; pero juntos, abandonaron el salón.
Ella les siguió y gritó a todos los demás hustin: —¡Marchaos! ¡Dejadnos solos!
La obediencia de aquellos seres apaciguó un poco su hostilidad.
Cuando volvió, su cansancio era evidente. De nuevo, la emoción hizo hablar a Covenant. Pero sus compañeros ya se habían acostumbrado a su letanía y no le hicieron caso.
—Yo también me retiro —dijo el Caitiffin, simulando urgencia—. Si la ocasión lo requiere, os mandaré aviso de la voluntad del gaddhi o de su Kemper. Si necesitáis algo de mi, llamad a los guardianes y pronunciad mi nombre. Toda oportunidad de serviros será un placer para mí.
Linden lo despidió con un cansado gesto; pero la Primera dijo:
—Espera un momento, Caitiffin. —La expresión de sus ojos daba a su rostro una tensa expresión de cautela—. Hemos visto muchas cosas que no comprendemos y eso nos inquieta. Aclárame una. —Su tono sugería que a él le convenía contestar—. Tú has hablado de ocho mil guardianes y trescientos caballos. Hemos visto una gran cantidad de barcos de guerra. Sin embargo, los esperpentos de la arena cayeron ya en su Condena. Y las artes del Kemper, sin duda, son capaces de impedir cualquier insurgencia. ¿Qué necesidad tiene entonces Rant Absolain de tanta fuerza?
A esto, Rire Grist se permitió un momento de reflexión, como si se tratara de una cuestión delicada.
—Primera de la Búsqueda —respondió—. La respuesta tiene su base en la riqueza de Bhrathairealm. No poca de esta riqueza ha sido ganada por el pago que nos han hecho otros pueblos como contrapartida al servicio de nuestras armas y barcos. Nuestra potencia nos produce buenas rentas y tesoros. Pero también es un arma de dos filos, ya que nuestra riqueza induce a otros reinos y naciones a mirarnos con envidia. Por tanto, nuestra fuerza sirve también para preservar lo que hemos ganado desde la formación de la Condenaesperpentos.
La Primera pareció aceptar la lógica de su respuesta. Al no hablar nadie más, el Caitiffin hizo una leve inclinación de despedida y se retiró. Al momento, Honninscrave cerró la puerta y la habitación se llenó de precavidas y sosegadas voces.
La Primera y Honninscrave expresaron sus recelos. Linden describió el poder del monóculo del Kemper y el antinatural origen de los hustin. Brinn expresó su deseo de volver inmediatamente al Gema de la Estrella Polar. Pero Honninscrave dijo que tal actitud haría desistir al gaddhi de su bienvenida antes de que el dromond hubiera recibido los suministros necesarios o de ser reparado. Linden advirtió a sus compañeros que no debían confiar en Rire Grist. Vain y Buscadolores estaban juntos, apartados de los demás.
Con signos y gestos, Soñadordelmar hizo comprender a Honninscrave lo que él deseaba saber; y el capitán preguntó a Brinn por qué los haruchai no habían sido afectados por la mirada de Kasreyn. Brinn desmitificó aquel poder diciendo sencillamente:
—El me habló con su mirada; pero yo no la escuché.
Por un momento, dedicó a Linden una mirada que parecía una acusación. Ella se mordió el labio inferior como si estuviera avergonzada de su vulnerabilidad. Covenant lo presenciaba todo; todo pasaba ante él como si fuera un insensato.
Decidieron permanecer en la Fortaleza de Arena durante el máximo de tiempo posible para que Encorvado y Quitamanos tuvieran tiempo de terminar su trabajo. Luego los gigantes volvieron su atención a la comida. Cuando Linden la examinó y dijo que era buena, empezaron a comer. Covenant comió cuando Brinn le puso comida en la boca; pero por encima de su vacío continuó observando y escuchando. Las mejillas de Linden se vieron acentuadas por unas insanas manchas de color y sus ojos estaban llenos de pánico, como si ella supiera que la estaban poniendo en entredicho. Covenant tuvo que articular varias veces su aviso para librarse de preocupación.
Después de aquello, el tiempo pasó lentamente, erosionado por la tensión del grupo; pero Covenant no se inmutaba por eso. Quizás hubiera olvidado que el tiempo existía. El transcurso de los días no tenía para él más significado que el de una ristra de cuentas; aunque quizás fuera para él un pretérito y sangriento recuerdo, levantándose como una acusación desde la distancia del Reino, lo cual causaba su imprecisa incomodidad que crecía día a día mientras la gente que debía haber salvado estaba siendo asesinada. Ciertamente, ya no tenía necesidad del Árbol Único. El estaba a salvo, siendo como era.
Sus compañeros descansaban y esperaban alternativamente, hablaban excitadamente o exponían sus puntos de vista con tranquilidad. Linden no pudo disuadir a Brinn de mandar a Ceer o a Hergrom a explorar la Fortaleza de Arena. Los haruchai ya no le hacían ningún caso. Pero cuando la Primera la apoyó, accedieron; y reconocieron que debían permanecer todos juntos.
Vain se mostraba tan indiferente como Covenant. Pero la preocupación no abandonaba el rostro de Buscadolores, que observaba a Covenant como si previera una prueba crucial para el Incrédulo.
Más tarde, Rire Grist volvió, llevando una invitación para que se reunieran con la Corte en un banquete. Linden no contestó. La actitud de los haruchai la había desposeído en alguna medida de su habitual determinación. Pero la Primera aceptó; y todos siguieron al Caitiffin hasta un comedor profusamente iluminado donde elegantes damas y caballeros preguntaban y respondían, rivalizaban y adulaban, acompañados de una música suave. La indumentaria del grupo contrastaba con la deliberada exhibición que había a su alrededor; pero la Corte reaccionó como si por esta razón les resultaran más interesantes y atractivos… o como si la Corte del gaddhi tuviera miedo de comportarse de otra forma.
Algunos hombres rodeaban a Linden para entablar conversación, ciegos al gesto crispado que se dibujaba en su cara. Las mujeres acosaban a los impasibles haruchai. Los gigantes eran contemplados con miedo o admiración. Ni el gaddhi ni su Kemper aparecieron; pero había hustin junto a las paredes como postes de escucha, y ni las sutiles preguntas de Honninscrave les proporcionaron la más mínima información útil. Los manjares eran sabrosos; los vinos abundantes. Y a medida que la noche avanzaba, la fiesta se hacía más ruidosa y desenfrenada. Soñadordelmar miraba a su alrededor con ojos vidriosos, y la cara de la Primera era un cúmulonimbo. A intervalos, Covenant pronunciaba su frase ritual.
Sus compañeros capearon la situación lo mejor que les fue posible. Luego pidieron a Rire Grist que les devolviera a sus habitaciones. El accedió con diplomática corrección. Cuando se hubo marchado, se dispusieron a dormir.
Había dormitorios para todos, y en cada uno había sólo una cama. Pero los componentes de la Búsqueda hicieron sus propios arreglos. Honninscrave y Soñadordelmar ocuparon juntos una de las habitaciones; la Primera y Ceer compartieron otra. Linden hizo un último examen a Covenant y luego se fue a descansar con Cail para que, en caso necesario, pudiera defenderla. Brinn llevó a Covenant a la habitación contigua y lo acostó, dejando a Hergrom de guardia en el pasillo con Vain y Buscadolores. Cuando Brinn apagó la luz, Covenant cerró los ojos voluntariamente.
Volvió la luz y él abrió los ojos. Pero no era la misma luz. Procedía de una pequeña lámpara que estaba en manos de una mujer. Llevaba unas ropas transparentes, sugestivas como la niebla; su brillante pelo amarillo descansaba sobre sus hombros. La luz esparcía destellos de bienvenida alrededor de su figura.
Era Lady Alif, una de las favoritas del gaddhi.
Llevándose un juguetón dedo a sus labios, habló suavemente a Brinn.
El rostro de Brinn no mostró reacción alguna. Impasiblemente midió el riesgo y la oportunidad de esta nueva situación.
Mientras lo consideraba, Lady Alif se colocó a su lado. Sus movimientos eran demasiado suaves y lánguidos para constituir un peligro. Unas campanillas de plata sonaban alrededor de sus tobillos. Luego, abrió su mano libre exhibiendo unos polvos. Con un súbito soplo los envió al rostro de Brinn.
La involuntaria inhalación de sorpresa anuló su voluntad y cayó al suelo describiendo un lento círculo.
Al momento, Lady Alif corrió hacia Covenant, sonriendo con deseo. Cuando tiró de su brazo, él se levantó automáticamente de la cama.
—No me toques —dijo; pero ella sonreía y sonreía, llevándoselo hacia la puerta.
En el corredor, vio que Hergrom yacía en el suelo al igual que Brinn. Vain estaba de cara a la habitación de Linden, sin ver nada. Pero Buscadolores observaba a Lady Alif y a Covenant con mirada escrutadora.
La favorita del gaddhi sacó a Covenant de las habitaciones.
Mientras se movía, Covenant oyó que se abría una puerta, oyó los pasos de unos pies desnudos, casi silenciosos, cuando uno de los haruchai se acercaba para seguirlos. Ceer o Cail debían haber sentido el sopor de Brinn y Hergrom y deducido que algo estaba ocurriendo.
Pero más allá de la última puerta, la piedra de las paredes estaba sustituida por espejos. La mujer condujo a Covenant entre los espejos. Al instante, sus imágenes fueron exactamente reflejadas por ambos lados. Las dos imágenes y el cuerpo que había entre ellas se encontraron, y se fusionaron. Antes de que el haruchai pudiera alcanzarlos, Covenant y su guía habían sido transportados a otro lugar de la Fortaleza de Arena.
Caminando entre dos espejos, colocados cerca de las paredes, entraron en una gran cámara redonda. Estaba confortablemente alumbrada con tres o cuatro braseros, seductoramente dispuestos como en un lugar de diversión. Las gruesas alfombras azules pedían la presión de los pies desnudos; los canapés y almohadones de terciopelo y satén urgían abandono. Una patina de incienso perfumaba el aire. De las paredes colgaban tapices mostrando escenas que eran como ecos de lujuria. Solos los dos hustin armados, colocados uno frente a otro junto a sus respectivas paredes, contradecían al ambiente. Pero no impresionaban a Covenant. No tenían más importancia para él que la escalera de hierro que se elevaba en espiral desde el centro de la habitación. Covenant los miró sin pensar nada.
—Ahora, por fin —dijo la mujer con un suspiro de alivio—, al fin estamos solos. —Se situó frente a él y con la punta de la lengua se humedeció los labios—. Thomas Covenant, mi corazón se muere de deseo por ti. —Su mirada era tan intensa como el maquillaje de sus ojos—. Te he traído aquí, no por orden del Kemper sino por mi propio propósito. Esta noche será inolvidable para ti. Cada sueño de tu vida será despertado y realizado.
Ella lo miró fijamente en espera de alguna respuesta. Al no obtener ninguna, vaciló por un momento. Una sombra de contrariedad se reflejó en su cara. Pero en seguida la sustituyó por otra de pasión y se separó de él.
—¡Mira! —Dijo como si cada línea de su figura fuera un reclamo de deseo, y empezó a bailar.
Balanceándose y girando al ritmo de sus ajorcas, exhibió su cuerpo ante él con todo el arte de una arrogante odalisca. Representando indiferencia hacia él, danzó más cerca, y lejos, y nuevamente cerca; mientras se acariciaba, como invocando el fuego de la carne. A intervalos, hacía flotar trozos de gasa de sus vestiduras, esparciendo perfume, dejándolos caer como una llamada hacia los almohadones. Su piel tenía una textura sedosa; sus brazos se movían y ondeaban como una invitación.
Pero cuando rodeó a Covenant con sus brazos, presionó su cuerpo contra él y besó su boca, los labios de él no sufrieron alteración alguna. No necesitó pronunciar sus palabras. La vio como si ella no existiera.
La falta de respuesta la desconcertó; y la sorpresa derivó en un temor que se reflejó en sus ojos.
—¿No me deseas? —Se mordió los labios, pensando en algún otro recurso—. ¡Debes desearme!
Trató de ocultar su desesperación con provocaciones; pero cada nuevo intento ponía más en evidencia su miedo a fracasar. Hizo todo aquello que la experiencia o el adiestramiento podían aconsejar. No se paraba ante ningún gesto o reclamo que presumiblemente pudiera atraer a un hombre. Pero no logró penetrar en aquel vacío en que lo habían dejado los elohim. Era tan impenetrable como si el propósito de aquella gente hubiera sido defenderlo en lugar de dañarlo.
De pronto, la invadió el pánico. Sus dedos se movían sobre su cara como una araña. Su belleza la había traicionado.
—Ah, Kemper —musitó—. ¡Ten piedad de mí! No es un hombre. ¿Cómo podría un hombre rehusarme después de lo que he hecho?
Con esfuerzo Covenant dijo:
—No me toques.
A esta humillación, la mujer estalló en furia.
—¡Idiota! —exclamó—. Me estás destruyendo sin que ello te beneficie en nada. El Kemper va a reducirme a servir en una de las casas públicas de Bhrathairain por este fracaso. Pero tú tampoco vas a escapar sin daño. Va a arrancarte tus miembros uno a uno hasta conseguir sus fines. Si hubieras sido lo suficiente hombre para corresponderme, al menos hubieras vivido. Y te hubiera dado placer. —Pasando bruscamente la mano por su barbuda mejilla, repitió—: Placer.
—Ya es suficiente, Alif. —La voz del Kemper la dejó congelada donde estaba. Estaba vigilándolos desde la escalera, y ya había bajado la mitad de los escalones—. No te corresponde a ti hacerle daño. —Situado a aquella altura parecía tener la talla de un gigante; sin embargo, sus brazos se veían frágiles por su delgadez y su edad. El niño encunado a su espalda no se movía—. Vuelve al gaddhi. —Su tono no contenía ira, pero salpicaba de malicia la habitación—. Ya he terminado contigo. De ahora en adelante, tu prosperidad o ruina dependerá de su antojo. Trata de satisfacerlo si puedes.
Sus palabras la condenaban; pero su condena era menor de lo que ella esperaba, y no se acobardó. Con una última mirada a Covenant, se estiró y se dirigió a la escalera dejando que sus ropas revoloteasen detrás con un desdén que rozaba la dignidad.
Cuando se hubo marchado, Kasreyn mandó a uno de los guardianes que llevara a Covenant. Luego volvió a subir.
El husta cerró su zarpa alrededor del brazo de Covenant. Un temblor de presentimiento le forzó a repetir su letanía varias veces antes de quedarse tranquilo. La escalera subía como el giro de la Condenaesperpentos, llevándole al aislamiento de la Cúspide del Kemper. Cuando terminaron de subir, se hallaba en el estudio donde el Kemper practicaba sus artes.
Largas mesas sostenían instrumentos teúrgicos de toda clase. Talismanes y frascos de misteriosos polvos se alineaban en los muros. Juegos de espejos hacían que las velas parecieran incandescentes. Kasreyn se movía entre ellos, preparando lo que necesitaba. Sus manos se abrían y cerraban para calmar su ansia. Sus nublados ojos iban parpadeando de un lugar a otro. Pero en su espalda, su hijo putativo seguía durmiendo. Su túnica dorada crujía al rozar el suelo. Cuando hablaba, su voz era tranquila, tocada de cansancio por la carga de sus años.
—De hecho, no esperaba que lo lograra. —Se dirigía a Covenant como si ya supiera que no iba a responder—. Hubiera sido mejor para ti si lo hubiera conseguido; pero estás claramente más allá de sus encantos. Sin embargo, debí castigarla por su fracaso, tal como los hombres han castigado siempre a las mujeres. Es una sabrosa fregona, a pesar de todo, y conocedora de su oficio. Pero esto ya no me incumbe. —Su tono sugería un suspiro—. En otros tiempos era distinto. Entonces el gaddhi escogía a sus favoritas entre las que primero habían estado conmigo. Pero últimamente sólo siento placer a través de la observación de las depravadas costumbres de otros en la habitación de abajo. Por tanto, casi esperaba que sucumbieras. Por la unción que me hubiera dado.
En un lado del laboratorio había una silla cubierta con vendajes e instrumentos. Mientras Kasreyn hablaba, el husta guió a Covenant hasta la silla, sentándolo allí. El Kemper colocó los instrumentos en una mesa cercana. Luego empezó a inmovilizar los brazos y las piernas de Covenant con las vendas.
—Pero es un placer incompleto —prosiguió después de una breve pausa—, y no me contenta. La edad no me contenta. Por eso estás tú aquí. —Ató firmemente el torso de Covenant al respaldo de la silla. Con una venda en el cuello se aseguró de que se mantendría derecho. Covenant aún habría podido girar la cabeza de un lado a otro si hubiera sido capaz de sentir deseo de hacerlo; pero Kasreyn parecía confiado en que Covenant había perdido tales deseos. Un tenue sentido de desagrado flotaba dentro de su vacío, pero Covenant lo eliminó pronunciando su frase.
Kasreyn empezó a conectar sus aparatos a la silla. Parecían lentes de una gran variedad y complejidad. Los soportes las mantenían dispuestas cerca de la cara de Covenant.
—Como has visto —continuó el Kemper mientras trabajaba— poseo un monóculo de oro. Del más puro oro. Un metal raro y poderoso en unas manos como las mías. Con tal ayuda, mis artes hacen milagros, de los cuales la Condenaesperpentos no es el más importante. Pero mis artes también son puras, como el círculo es puro, y en un mundo imperfecto la pureza no puede mantenerse. Por ello, dentro de cada uno de mis trabajos debo introducir una pequeña imperfección, pues de lo contrario ya ningún trabajo sería posible. —Retrocedió unos instantes para coger alguna de sus preparaciones. Luego acercó su cara a la de Covenant, como si quisiera que el Incrédulo le comprendiera—. Incluso en el trabajo de mi longevidad hay una imperfección; una brecha en la cual mi vida va cayendo, gota a gota. Conociendo la perfección, poseyendo instrumentos perfectos, necesito forjar la imperfección en mí mismo.
«Thomas Covenant, voy a morir. —Nuevamente se separó, murmurando interiormente—. Y esto es intolerable.
Estuvo fuera unos momentos. Luego volvió. Colocó un taburete frente a la silla y se sentó en él. Sus ojos quedaron al nivel de los de Covenant. Con un dedo esquelético tocó la media mano del Incrédulo.
«Pero tú posees oro blanco. —Tras las cataratas, sus ojos parecían no tener color—. Es un metal imperfecto; una aleación de metales no natural; y no existe en toda la Tierra, excepto en tu anillo. Mis artes me han hablado de ese talismán, pero nunca soñé que el mismo oro blanco iba a venir a mis manos. ¡El oro blanco! Thomas Covenant, tú cuidas poco lo que llevas. Su imperfección es la misma paradoja de la Tierra, y con él, un maestro puede hacer trabajos perfectos sin temer nada.
»Por tanto —con una mano movió una lente de forma que cubriera los ojos de Covenant, distorsionándolo todo— yo quiero ese anillo. Como tú sabes, o has sabido, no puedo quitártelo. No tendrá ningún valor para mí si no me lo das voluntariamente. Y en tu presente estado eres incapaz de elegir. En consecuencia, antes debo levantar ese velo que cubre tu voluntad. Luego, mientras permanezcas bajo mi poder, te obligaré a la elección que quiero que hagas. —Una sonrisa descubrió la vieja crueldad de sus dientes—. Sin duda, hubiera sido mucho mejor para ti si hubieras sucumbido bajo el influjo de Lady Alif».
Covenant empezó a pronunciar su frase. Pero antes de que pudiera terminarla, Kasreyn levantó su monóculo, enfocó su ojo izquierdo a través de él y de la lente. Cuando aquella mirada llegó al ojo de Covenant, su vida estalló en dolor.
Sintió que se clavaban estacas en sus articulaciones, mientras unos cuchillos dejaban sus músculos al descubierto; las dagas se hundían en todo su cuerpo. La tortura llegaba a su cabeza como si estuvieran arrancando la piel de su cráneo. Unos espasmos involuntarios hacían que se retorciera como un loco en sus ataduras. Vio el ojo de Kasreyn metiéndose dentro de él, oyó el siseo de su propia respiración, sintió que la violencia hacía pedazos cada porción de su carne. Todos sus sentidos funcionaban normalmente.
Pero el dolor no significaba nada. Cayó en el vacío y se desvaneció. Una sensación sin ninguna consecuencia. Ni siquiera las contorsiones de su cuerpo le hicieron volver la cabeza.
De pronto, el ataque cesó. El Kemper se quedó sentado. Empezó a silbar suavemente, descompasadamente a través de sus dientes mientras consideraba su próximo intento. Tras un momento, tomó su decisión. Añadió dos lentes más a la distorsión de la visión de Covenant. Luego enfocó de nuevo su ocular.
Instantáneamente, un fuego se encendió en el interior de Covenant como si cada gota de su sangre y tejido de su carne fueran aceite y mecha. Ardía en sus pulmones, quemó su corazón y convirtió en ceniza todos sus órganos vitales. La médula de sus huesos ardía y corría como lava. El salvaje fuego ocupaba su vacío como si no hubiera poder en el mundo que pudiera impedir que prendiera en los más ocultos rincones de su alma.
Todos sus sentidos funcionaban normalmente. Aquella agonía debió haberle llevado irremediablemente a la locura. Pero su vacío era más impenetrable que cualquier fuego.
De esto, también lo habían defendido los elohim.
Con un gesto de frustración, Kasreyn se alejó otra vez. Por un momento, pareció verse perdido.
Pero luego tomó una nueva determinación. Rápidamente quitó una de las lentes que había utilizado, remplazándola por otras varias. Ahora Covenant no veía nada excepto un acuoso ojo emborronado. En el centro del borrón apareció el ocular de oro cuando el Kemper se agachó nuevamente para imponer su voluntad.
Por un latido de corazón o dos, no ocurrió nada. Luego la mancha se extendió y empezó a dar vueltas. Primero lentamente, luego a una velocidad vertiginosa. Toda la estancia giraba y las paredes se iban disolviendo. La silla se elevó, aunque el ojo de Kasreyn no se movía. Covenant se vio girando en la noche.
Pero no era una noche como las que había conocido antes. Estaba vacía de estrellas y de toda luz. Aquel negro mundo era sólo un reflejo del vacío en el cual había caído. Kasreyn lo estaba llevando dentro de sí mismo.
Cayó como una piedra, girando más y más rápidamente mientras la caída se iba alargando. Pasó a través de un fuego que le abrasó, atravesó torturas de cuchillos hasta que cayó más abajo. Aún se aceleró más en el engaño del remolino, por las náuseas de su viejo vértigo, que lo impulsaban como si quisieran estrellarlo contra el blanco muro de su condena.
Y lo vio todo, lo oyó todo. El ojo de Kasreyn permanecía ante él pinchando la mancha de las lentes. En la distancia, la voz del Kemper decía:
—Mátalo.
Pero la orden estaba dirigida a cualquier otra parte. No tocaba a Covenant.
Luego, desde el fondo del giro se levantaron imágenes que Covenant temía reconocer. La mirada de Kasreyn las proyectaba desde las profundidades. Aparecían y desaparecían en la cabeza de Covenant mientras él se seguía cayendo.
La destrucción del Bastón de la Ley.
Sangre brotando en torrentes para alimentar al Fuego Bánico.
Memla y Linden cayendo bajo el Grim del na-Mhoram porque él no había podido salvarlas.
Sus amigos atrapados en la Fortaleza de Arena. La Búsqueda derrotada. El Reino indefenso bajo el Sol Ban. Toda la Tierra a merced del Amo Execrable.
Porque él no podía salvarlos.
Los elohim lo habían despojado de todo cuanto hubiera podido cambiar las cosas. Lo habían dejado impotente para ayudar al pueblo y al Reino que amaba.
Envuelto en su leprosidad, aislado por su veneno, se había convertido en una víctima, no en otra cosa. Las percepciones que entraban en él desde el ojo de Kasreyn parecían contar toda la verdad. El giro lo dejó caer como una avalancha. Lo arrojó como una lanza, un instrumento de muerte, en el mismo corazón de su vacío.
Luego él debió hacerse pedazos. La pared que lo defendía debió ser horadada, dejándolo tan vulnerable como el Reino a los ojos de Kasreyn. Pero en aquel momento oyó ruidos de combate, intercambio de golpes, gritos y gemidos. Dos potentes seres luchaban allí cerca.
Automáticamente, reflexivamente, volvió la cabeza para ver lo que estaba ocurriendo.
Con aquel movimiento rompió el dominio de Kasreyn.
Libre de la distorsión de las lentes, su visión volvió al estudio. Estaba sentado en la silla a que el Kemper lo había atado. Las mesas y lo que había sobre ellas estaban en el mismo sitio que antes.
Pero el guardián se hallaba en el suelo, con el último estertor de su vida. Encima del husta estaba Hergrom, quien, con su voz sin inflexiones, dijo:
—Kemper, si le has hecho algún daño responderás de ello con tu sangre.
Covenant lo vio todo. Lo oyó todo.
Vacíamente, dijo.
—No me toques.