La Fortaleza de Arena
Linden siguió a Honninscrave, la Primera y Soñadordelmar al bajar de la cubierta de mando para reunirse con el Caitiffin. Estaba tratando de decidir si debía oponerse a que Brinn llevara a Covenant a la Fortaleza. Desconfiaba instintivamente de aquel lugar. Pero una especie de niebla le impedía pensar con claridad. Y no quería separarse de él. Parecía tan vulnerable en su vacuidad que ella necesitaba estar entre él y cualquier peligro. Además, era la más capacitada para vigilarle, dada su condición.
El capitán del puerto había ya escapado del dromond, con su dignidad hecha añicos. Rire Grist se deshizo en atenciones y aseguró que el gaddhi, Rant Absolain, estaría muy complacido por la aceptación de su bienvenida; y Honninscrave respondió con su propia y escueta corrección. Pero Linden no les escuchaba. Estaba mirando a Vain y a Buscadolores.
Estos se aproximaban juntos como si fueran amigos. No obstante, la ambigua negrura de Vain contrastaba vivamente con la palidez de Buscadolores, su vestidura color crema y con su triste expresión habitual. El avejentamiento de su rostro parecía haber aumentado desde que Linden lo vio por última vez; y en sus ojos amarillos se reflejaba el miedo, como si la presencia de Vain fuera para él un martirio.
Estaba claro que ambos intentaban acompañarlos a la Fortaleza de Arena.
Pero si Rire Grist se sorprendió ante aquellos extraños seres no dio muestra de ello. Incluyéndolos en sus cortesías, empezó a bajar hacia el muelle. Los gigantes lo siguieron. La Primera se despidió brevemente de Encorvado. Luego se fue tras del Caitiffin. Los siguientes en bajar fueron Honninscrave y Soñadordelmar.
Sosteniendo a Covenant entre ambos, Brinn y Hergrom hicieron una pausa al llegar a la barandilla, como si quisieran dar a Linden la oportunidad de hablar. Pero ella no tenía nada que decir. La lucidez se escurría de sus pensamientos como el sudor del pelo de sus sienes. Brinn se encogió de hombros ligeramente, y los dos haruchai pasaron a Covenant sobre la barandilla para depositarlo en los brazos de Soñadordelmar que estaba esperando al otro lado.
Durante cierto tiempo, ella vaciló, tratando de recobrar un poco de claridad de juicio. Su percepción le dijo que Rire Grist ocultaba algo. Su aura denotaba una sutil ambición y unos propósitos torcidos. Sin embargo, no parecía contener maldad. Sus emanaciones carecían del ácido olor de la malicia. Entonces ¿por qué se hallaba tan inquieta?
Ella esperaba que Vain y Buscadolores siguieran inmediatamente a Covenant; pero en lugar de hacerlo, la esperaron. Las órbitas de Vain no revelaban nada. Quizás no tuvieran nada que revelar. Y Buscadolores no la miraba. Parecía reacio a afrontar su penetración.
El silencio de ellos, la indujo a moverse. Caminando con desgana hacia la barandilla, colocó sus pies en los travesaños de la escala de cuerda y dejó que su peso la impulsara a bajar al muelle.
Cuando se reunió con el grupo, los otros cuatro soldados desmontaron y el Caitiffin les ofreció sus corceles a ella y a sus compañeros más cercanos. Brinn montó de inmediato detrás de una de las sillas. Luego Hergrom levantó a Covenant para que se sentara entre los brazos de Brinn. Ceer y Hergrom tomaron cada uno una montura dejando una para Linden y Cail. Ahora Linden no se permitió la vacilación. Aquellas bestias eran mucho más pequeñas y menos amenazadoras que los corceles del Clave. Aunque no tenía experiencia como amazona, puso un pie en el estribo más próximo, se agarró al saliente de la silla con ambas manos y, con impulso, montó en ella. Al momento Cail se acomodó detrás.
Mientras Rire Grist montaba en su propia bestia, sus acompañantes tomaron las riendas de sus respectivos caballos. Honninscrave y la Primera se colocaron a los lados del Caitiffin; Soñadordelmar se movía entre los caballos que llevaban a Covenant y a Linden. Ceer y Hergrom los seguían con Vain y Buscadolores entre ellos. En esta formación abandonaron el muelle y entraron en la ciudad de Bhrathairain como un cortejo. La tripulación no los despidió. El riesgo que estaba corriendo el grupo requería un silencioso respeto desde el Gema de la Estrella Polar.
A la orden de Rire Grist la multitud en los muelles se partió en dos. Un murmullo de curiosas voces que hablaban en lenguas que le eran desconocidas, se elevó alrededor de Linden. La mayor parte de ellas tenían el acento de los bhrathair. Sólo unas cuantas expresaban su sorpresa en la lengua común de los puertos, que ella sí entendía. Pero aquellos parecían incidir en el tema general de la conversación. Decían a sus vecinos que habían visto anteriormente seres tan extraños como los gigantes, que los haruchai y Buscadolores no tenían nada especial. Pero Linden y Covenant (ella con su blusa de franela y rústicos pantalones; él con su vieja camiseta y vaqueros) eran considerados por su vestido, seres estrafalarios; y Vain, como el más insólito de todos en aquella parte del mundo. Linden escuchó atentamente las exclamaciones y conversaciones, pero no oyó nada que la sorprendiera.
El Caitiffin condujo al grupo a lo largo de los muelles, entre los embarcaderos y el área de tiendas donde se podían cubrir las necesidades inmediatas de los barcos: lonas, calafates, madera, cuerdas y comida. Pero cuando giró para ascender a lo largo de estrechas calles hacia la Fortaleza de Arena, el aspecto de las casas y tiendas cambió por completo. Los establecimientos con lujosos géneros y armas empezaron a predominar. Había tabernas en cada esquina. La mayor parte de los edificios eran de piedra con cubiertas de tejas; incluso los comercios más pequeños parecían prósperos, como si los bhrathair nadaran en la opulencia. Había gente reunida en cada portal, en cada pasadizo, en cada calle. Morenos bhrathair mezclándose con marineros, con comerciantes y compradores de todas las tierras y naciones de aquella parte del mundo. Los olores ocasionados por tal concentración de gente, las especias y los perfumes exóticos, las forjas y talleres del metal, el sudor, los desperdicios, y las alcantarillas inadecuadas, espesaban el aire.
Y durante todo el tiempo, el calor caía sobre la ciudad como una piedra de molino, esparciendo hedores y ruidos sobre el empedrado de las calles, bajo el abdomen de los caballos. Aquella presión afectó a los sentidos de Linden, restringiendo su eficacia; sin embargo, captaba atisbos de cada grado de avaricia y concupiscencia, pero no sintió hostilidad ni maquinación. Ninguna evidencia de maldad. Bhrathairain era capaz de estafar a los forasteros, pero no de atacarles.
A intervalos, Honninscrave interrumpía su observación de la ciudad para hacer preguntas al Caitiffin. Una en particular llamó la atención de Linden. Con gran delicadeza, el capitán inquirió si la idea de dar la bienvenida al Gema de la Estrella Polar procedía del Kemper del gaddhi más que del mismo gaddhi Rant Ansolain.
La respuesta del Caitiffin fue tan sencilla como la pregunta de Honninscrave.
—Con toda seguridad, el gaddhi desea tanto conoceros como proporcionaros confort. Sin embargo, es verdad que sus deberes, y sus diversiones también, consumen su tiempo. Por eso, algunos asuntos deben ser atendidos por otros. Anticipándose a su voluntad, el Kemper del gaddhi, Kasreyn del Giro me envió a daros la bienvenida. Por tal sentido de anticipación, el Kemper es muy querido por su gaddhi y también por todos aquellos que tienen al gaddhi en sus corazones. He de decir —añadió un toque de la misma ironía que usara Honninscrave en su pregunta—, que aquellos que no sienten así son pocos. La prosperidad enseña a querer quienes gobiernan.
Linden se quedó asombrada ante tal exposición, de la que se deducía que Rire Grist era más leal a Kasreyn que al mismo gaddhi. En tal caso, el motivo real de la invitación del Caitiffin debía ser distinto del aparente.
Pero Honninscrave se mantuvo cuidadosamente amable.
—Así que Kasreyn del Giro todavía vive entre vosotros, después de tantos siglos de servicio. En verdad que eso es un milagro. ¿No fue el mismo Kasreyn quien ligó a los esperpentos de la arena a su Condena?
—Como tú dices, —respondió Rire Grist—, el Kemper del gaddhi Rant Absolain es el mismo hombre.
—¿Por qué se le nombra así? —siguió Honninscrave—. Es famoso en toda la Tierra, pero no he oído ninguna referencia respecto al origen de su nombre.
—Esto se contesta fácilmente. —El Caitiffin parecía preparado para superar cualquier prueba—. «Kasreyn» es el nombre que ha llevado desde que vino a Bhrathairealm. Y su epíteto le ha sido concedido por la naturaleza de sus actos. Es un gran taumaturgo, y la mayor parte de sus milagros, se manifiestan en círculos, que tienden a cerrarse hacia arriba. Así, la Condenaesperpentos es un círculo de vientos que mantienen las bestias en su centro. Y así también es la Fortaleza de Arena: una formación circular que asciende como si girara. El Kemper también domina otras artes, pero sus trabajos principales están siempre basados en la espiritual y en el giro.
Después de esto, las preguntas del capitán derivaron hacia temas de menor importancia; y la atención de Linden volvió a las calles repletas de gente, a los olores, y al calor de Bhrathairain.
A medida que el grupo ascendía por las calles curvadas hacia la Fortaleza de Arena, los edificios iban cambiando de aspecto. Los comercios se hicieron menos abundantes y más suntuosos. Parecían proveer a una clientela más distinguida que la compuesta por marineros y gente de la ciudad. Y las viviendas de todos estilos empezaron a reemplazar a tabernas y tiendas. En aquel momento, el sol acababa de traspasar el mediodía. Allí, las calles no estaban tan atestadas, como las de la parte baja. No había brisa para llevarse los sofocantes hedores y el seco calor se acumulaba sobre todas las cosas. En cualquier lugar que aparecía un claro entre la gente, dejando libre un sector de calle, los guijarros humeaban.
Pero pronto Linden dejó de interesarse en estas cosas. La Fortaleza de Arena se levantaba frente a ella tan blanca y segura como un farallón, y ya no pudo mirar nada más.
Rire Grist conducía al grupo hacia el central de los tres inmensos pórticos que daban acceso a la Fortaleza desde Bhrathairain. Sus puertas eran de piedras unidas con grandes flejes de hierro como si estuvieran diseñadas para defender la fortaleza contra el resto de Bhrathairealm. Pero estaban abiertas. Al principio, Linden no pudo hallar evidencia de que estuvieran vigiladas. Sólo cuando su montura se acercó para pasar entre ellas, pudo divisar oscuras siluetas moviéndose vigilantemente tras de las troneras situadas a cada lado de las puertas.
El Caitiffin cabalgaba a través de ellas con Honninscrave y la Primera a sus lados. Siguiéndoles con el corazón latiendo de forma irregular en su pecho, Linden encontró el muro de arena que tenía al menos treinta metros de anchura. Al volver a encontrar la luz del sol más allá del pórtico, se volvió y miró hacia arriba y vio que aquel lado de la pared estaba dotado de andenes. Pero estaban desiertos, como si la prosperidad de Bhrathairealm hubiera inutilizado su función.
Aquel pórtico condujo al grupo a la lisa y convexa superficie de otra pared. La fortaleza estaba encerrada dentro de su propio y perfecto círculo. Y aquella pared estaba unida a las defensas de Bhrathairealm por un brazo adicional del muro de arena en cada lado. Estos brazos formaban dos patios triangulares abiertos, uno a cada lado. En el centro de cada patio fluía uno de los cinco manantiales de Bhrathairealm. Habían sido situados dentro de una fuente de piedra labrada de forma que parecieran especialmente lujosas, y llenas de vida en contraste con las austeras paredes. Sus aguas se recogían en depósitos que eran mantenidos inmaculadamente limpios y desde allí fluían por canales subterráneos, uno de los cuales estaba dirigido a Bhrathairain, el otro a la Fortaleza de Arena. En los brazos del muro de arena que rodeaban cada patio, se abría una puerta al terreno exterior. Estas comunicaban a los bhrathair con el único camino a sus escasos campos y a los otros tres manantiales.
Dos puertas más, frente a los manantiales daban acceso a las fortificaciones de la Fortaleza de Arena. Rire Grist los condujo hacia la puerta del patio situado al este; y la fuente hizo que la atmósfera fuera transitoriamente húmeda. Confiados en la ausencia de peligro, había grajos que saltaban negligentemente para esquivar los cascos de los caballos.
Mientras su montura realizaba el recorrido, Linden estudió la parte interior del muro de arena. Al igual que las defensas de Bhrathairealm, tenía un aspecto tan inofensivo como las artes del Kemper pudieron darle; pero el borde superior de la puerta se elevaba en dos direcciones distintas para formar inmensas gárgolas. Esculpidas en forma de basiliscos, se asomaban sobre la entrada con sus bocas abiertas en silenciosa furia.
Los pórticos eran similares a los que daban acceso a la ciudad. Pero los guardias no estaban escondidos. Un musculoso individuo permanecía en cada lado manteniendo erecta una larga lanza. Llevaban corazas similares a las de Rire Grist y su escolta; pero Linden percibió con un choque visceral que casi no eran humanos. Sus caras eran bestiales, con colmillos que parecían de tigre, pelo simiesco, hocicos y ojos porcinos. Sus dedos terminaban en zarpas más que en uñas. Parecían lo suficiente fuertes para contender con los gigantes.
No podía estar equivocada. No eran seres naturales, sino más bien los vástagos de algún voluntario entrecruzamiento de razas.
A medida que se aproximaba el grupo, bloqueaban la entrada cruzando sus lanzas. Sus ojos brillaban funestamente a la luz del sol. Hablando juntos como si no tuvieran voluntad individual, dijeron:
—Nombre y objeto.
Sus voces sonaban como el aullido de viejos predadores.
Rire Grist se paró ante ellos, y dirigiéndose al grupo dijo:
—Estos son hustin de la Guardia del gaddhi. Al igual que el capitán del puerto, ellos conciben estrictamente su deber. No obstante —prosiguió— son algo menos accesibles a la persuasión. Será necesario contestarles. Os aseguro que su actitud es de cautela, no de descortesía.
Dirigiéndose a los hustin se identificó formalmente; luego describió el objeto de la visita. Los dos guardias escuchaban tan estólidamente como si fueran sordos. Cuando hubo terminado respondieron al unísono:
—Podéis pasar. Deben dar sus nombres.
El Caitiffin se encogió de hombros y se excusó ante Honninscrave.
Las advertencias se acumularon en la garganta de Linden. Apretando los dientes, permaneció en silencio.
Honninscrave no vacilo; sus decisiones ya habían sido tomadas. Avanzo hasta los hustin y dio su respuesta. Su voz era calmosa, pero sus pesadas cejas se fruncieron como si quisiera enseñar a los guardias mas cortesía…
—Podéis pasar —respondieron sin expresión y apartaron sus lanzas.
Rire Grist pasaba entre ellos, penetrando en el sombrío corredor pórtico y se paró a esperar. Honninscrave lo siguió.
Antes de que la Primera pudiera pasar, los guardias bloquearon nuevamente la entrada.
Sus mandíbulas mascaban hierro. Una mano se quedó frustrada cuando se posó donde el puño de su espada debió haber estado. Precisamente, peligrosamente, dijo:
—Soy la Primera de la Búsqueda.
Los hustin demostraron una malicia primitiva.
—Eso no es un nombre; es un título.
—Sin embargo, —su tono hizo que los músculos de Linden se tensaran en prevención de problemas o de lucha—, eso es suficiente para vosotros.
Durante un latido de corazón, los guardias cerraron los ojos como si estuvieran consultando con una autoridad invisible. Luego volvieron a mirar a la Primera y apartaron sus lanzas.
Con mirada amenazadora, pasó entre ellos y se puso al lado de Honninscrave.
Cuando le tocó pasar a Soñadordelmar, el capitán dijo con una rudeza casi intencionada:
—El es Cable Soñadordelmar, mi hermano. No tiene voz para pronunciar su nombre.
Los guardias parecieron comprender. No le cerraron el paso.
Un momento después, el soldado que llevaba el caballo de Linden, llegó a las puertas y pronunció su nombre. Luego se detuvo para que ella diera el suyo. El pulso de Linden se aceleró con intuiciones de peligro. Los hustin aterraban a sus sentidos. Tuvo la certeza intuitiva de que la Fortaleza de Arena sería tan difícil de abandonar como una prisión, que aquella era su última oportunidad de escapar de una secreta y premeditada trampa. Pero ya había huido demasiado. Aunque trataba de esforzarse en imitar la firmeza de Honninscrave, un tenue temblor afectó su voz cuando dijo:
—Soy Linden Avery, la Escogida.
Por encima de su hombro, Cail pronunció su nombre en tono indiferente. El hustin lo dejó pasar.
Ceer y Hergrom fueron empujados hacia adelante. Siguieron el mismo ritual y fueron admitidos a la entrada.
Luego llegó el soldado con Covenant y Brinn. Después de que hubiera dado su nombre, Brinn dijo:
—Soy Brinn, de los haruchai. Conmigo viene el ur-Amo Thomas Covenant, Giganteamigo y portador del oro blanco.
Su tono desafió a los hustin para que le retaran.
Sin darse por enterados, levantaron sus lanzas.
Vain y Buscadolores llegaron en último lugar. Se aproximaron al pórtico y se detuvieron. Vain se comportaba como si no supiera nada ni le importara pasar o no al otro lado. Pero Buscadolores miró a los guardias con franco repudio. Después de un momento, dijo:
—Yo no doy mi nombre a seres como ésos. Esos son una abominación, y quien los hizo es un creador de enfermedad.
El ambiente se llenó de tensión. Reaccionando al unísono, los hustin dieron un paso atrás y se colocaron en posición de combate.
De inmediato, el Caitiffin gritó:
—¡Esperad, locos! ¡Son los huéspedes del gaddhi!
Su voz resonó a lo largo del corredor.
Linden se volvió, forzando el soporte de dos brazos de Cail. Ceer y Hergrom ya habían desmontado de sus caballos y se habían colocado detrás de los hustin.
Los guardianes no atacaron. Pero tampoco bajaron sus armas. Sus porcinos ojos estaban fijos en Buscadolores y Vain. Apoyados sobre gruesas piernas, parecían lo suficiente potentes para clavar sus lanzas en el hierro.
Linden no temía por Vain, ni por Buscadolores. Ambos eran inmunes a los ataques ordinarios. Pero su actitud podía crear problemas a los demás. Pudo ver el desdén transformándose en ira y acción en el desgastado semblante de Buscadolores.
Pero al siguiente instante, un silencioso susurro de poder pasó por la entrada y llegó a sus oídos a un nivel demasiado sutil para ser percibido normalmente. En seguida los hustin retiraron sus amenazas. Levantando sus lanzas, se apartaron de la entrada y volvieron a sus puestos como si nada hubiera ocurrido.
Buscadolores dijo sarcásticamente, sin dirigirse a nadie en particular:
—Ese Kasreyn tiene oídos.
Luego penetró en el pórtico con Vain a su lado como una sombra.
Linden dejó escapar un suspiro de alivio a través de sus dientes, que fue repetido suavemente por la Primera.
En seguida Rire Grist empezó a excusarse:
—Os pido mil perdones. —Sus palabras eran contritas pero pronunciadas demasiado fácilmente para que contuvieran mucho pesar—. De nuevo habéis sido afectados absurdamente en un exceso de celo en el cumplimiento del deber que no estaba dirigido a vosotros; si el gaddhi supiera esto, tendría un gran disgusto. ¿Verdad que olvidaréis esta estúpida rudeza de estos hustin y me acompañaréis?
Hizo un gesto que apenas era visible en la oscuridad.
—Caitiffin —el tono de la Primera era deliberadamente duro—, somos gigantes y amamos cualquier clase de amistad. Pero no rehuimos el combate cuando está dirigido contra nosotros. Es un aviso. Hemos tenido mucho trabajo y nuestros deseos de afrontar nuevas dificultades son mas escasas.
Rire Grist se inclinó ante ella.
—Primara de la Búsqueda, puedes estar segura de que ninguna afrenta había sido proyectada, y de que no se producirán otros malentendidos. La bienvenida de la Fortaleza del gaddhi os espera. ¿Queréis venir?
La Primera no aflojó.
—Puede que no. ¿Cuál sería tu palabra si decidiéramos volver al barco gigante?
Al oír esto, una nota de aprensión entró en la voz del Caitiffin.
—No lo hagáis —rogó—. He de deciros con toda claridad que Rant Absolain no está muy acostumbrado a tales desprecios. Cualquier rechazo de su buena voluntad es contrario a todas las normas.
En la oscuridad, la Primera preguntó:
—Escogida, ¿cómo ves tú este asunto?
El corazón de Linden todavía temblaba. Después del calor del sol, la piedra del muro de arena resultaba anormalmente fría. Cuidadosamente dijo:
—Creo que deseo conocer al hombre responsable de esos hustin.
—Muy bien —concluyó la Primera dirigiéndose a Rire Grist—, vamos a acompañarte.
—Os lo agradezco. —Respondió con suficiente sinceridad para convencer a Linden de que se había sentido asustado.
Volviendo su montura, condujo al grupo a través del corredor.
Cuando llegó al final, Linden parpadeó ante el sol que llegó hasta sus ojos, y se encontró frente al muro del Primer Circinado.
Un espacio abierto de arena, de unos veinte metros de ancho se extendía entre el muro de arena y la Fortaleza. La curva interior de la pared estaba también bordeada de andenes; pero estos no estaban desiertos. A lo largo de ellos, estaban situados guardianes hustin. Las numerosas entradas de los andenes daban acceso al interior del muro. Y en la parte opuesta a ellas, los contrafuertes del Primer Circinado se levantaban como la fachada de una mazmorra de la cual la gente no vuelve. Sus parapetos eran tan altos que impedían a Linden la vista de cualquier otro sector de la Fortaleza de Arena.
Sólo se veía una entrada, otro gran pórtico de piedra en línea con el pórtico central que daba paso desde el exterior. Esperaba que Rire Grist cabalgara en aquella dirección; pero en lugar de hacerlo, desmontó y se quedó esperando a que ella y Covenant hicieran lo mismo. Cail saltó a la arena rápidamente y le ayudó a descender; Hergrom cogió a Covenant de los brazos de Brinn bajando al ur-Amo mientras Brinn saltaba con agilidad del lomo de su caballo.
Los soldados del Caitiffin cogieron las cinco monturas llevándoselas hacia la izquierda; pero Rire Grist condujo al grupo a través de la puerta. El calor de la arena atravesaba los zapatos de Linden; el sudor pegaba la blusa a su espalda. Bhrathairealm estaba bajo un sol del desierto como una imagen distante del Sol Ban. Se sentía deprimida e ineficaz mientras caminaba por la árida superficie entre Honninscrave y la Primera. No había comido ni bebido nada desde el amanecer; y la pared que estaba ante ella despertaba extraños y tenebrosos recuerdos de Piedra Deleitosa, de las manos del Delirante Gibbon. El cielo era polvoriento tinte del desierto. Había mirado hacia él muchas veces sin darse cuenta de que estaba vacío de pájaros. Ninguna de las gaviotas o los grajos que sobrevolaban Bhrathairain sobrepasaban el muro de arena.
Entonces un inesperado deseo de tener cerca a Encorvado la angustió; su gran espíritu podía haberla mantenido a flote contra sus presagios. Covenant nunca le había parecido tan vulnerable y perdido como a la luz del sol que caía entre aquellas paredes. En realidad los hustin le habían hecho a ella un favor: le habían recordado que existía la maldad y el odio. No se dejaría acobardar.
Las puertas de la Fortaleza de Arena estaban cerradas. Pero a un grito de Rire Grist se abrieron hacia afuera, impulsadas por la fuerza de los guardianes que estaban tras ellas. Honninscrave y la Primera entraron con el Caitiffin. Cerrando sus puños, Linden los siguió.
Mientras sus ojos se acomodaban a la escasa luz, Rire Grist empezó a hablar:
—Tal como ya habréis oído, éste es el Primer Circinado de la Fortaleza del gaddhi.
Estaban en un recinto lo suficiente grande para acoger a varios centenares de personas. El techo se perdía en las sombras muy por encima del suelo, como si aquel lugar hubiera sido diseñado con el explícito propósito de humillar a cualquiera que fuera admitido en la Fortaleza de Arena. En la luz que barraba el aire desde las inmensas troneras que se elevaban sobre las puertas, Linden vio dos amplias escaleras opuestas entre sí en el lejano fondo de la sala.
—Aquí se albergan los guardianes y los que, al igual que yo, somos del Caballo del gaddhi. —Al menos una veintena de los hustin estaban de servicio a lo largo de las paredes; pero no saludaron la llegada del Caitiffin ni de sus acompañantes—. Y aquí tenemos también nuestras cocinas, refectorios, salas de estar y salas de adiestramiento. Somos ocho mil guardias y trescientos caballos. —Aparentemente, trataba de tranquilizarlos proporcionándoles información libremente—. Nuestras monturas se hallan en sus cuadras en la parte interior del muro de arena. La previsión del Kemper fue que no llegáramos a ocupar totalmente este lugar, pero nuestro número ha ido creciendo cada año.
Linden quería preguntarle por qué el Kemper del gaddhi necesitaba aquel ejército o por qué Bhrathairealm necesitaba todos los barcos de guerra que había visto en el puerto. Pero dejó estas preguntas para mejor ocasión y se esforzó en comprender todo lo que le fuera posible de la Fortaleza de Arena.
Mientras hablaba, Rire Grist caminaba hacia la escalera de la derecha. Honninscrave le hizo algunas preguntas aparentemente desinteresadas sobre almacenes de comida, depósitos de agua, y cosas similares; y el grupo tomó las respuestas del Caitiffin como si fueran ruidos producidos por la lluvia.
La escalera conducía, dando una larga vuelta, al Segundo Circinado, que demostraba ser más pequeño y lujoso que el Primero. Allí, según Rire Grist, vivían todas las personas que componían la corte del gaddhi: sus asistentes, cortesanos, asesores y huéspedes. No había evidencia de guardianes; y la sala adonde conducían las escaleras estaba engalanada y tapizada como un salón de baile. La luz procedía de muchas ventanas, así como de flameantes redomas tan grandes como calderos. Las paredes interiores tenían palcos para espectadores y músicos, y mesas de piedra tallada para refrigerios. Pero en aquel momento el salón estaba vacío y a pesar de sus luces y adornos parecía extrañamente triste.
Nuevamente, dos grandes escalinatas se levantaban al fondo. Caminando en aquella dirección, el Caitiffin les explicó que sus aposentos estarían situados allí y se les concedería tiempo para descansar y restaurarse en privado, tan pronto como hubieran sido presentados a Absolain.
Honninscrave continuó con sus preguntas y comentarios intrascendentes. Pero la Primera tenía una expresión que indicaba su participación en la aprensión de Linden respecto a las dificultades para abandonar la Fortaleza de Arena. Llevaba su escudo en la espalda como aviso de que no sería cautivada gratuitamente. Pero el movimiento de sus brazos y la flexión de sus dedos eran tan imprecisos como los de un lisiado, denotando la ausencia de su espada.
Ninguna otra voz se introdujo en el cóncavo aire. Covenant se bamboleaba conducido por Brinn como una imagen negativa de la mudez de Soñadordelmar. Los haruchai se mantenían en riguroso silencio. Y Linden estaba demasiado atemorizada, y demasiado ocupada en estudiar la Fortaleza de Arena, para hablar. Con toda la deteriorada atención que pudo reunir, buscó signos de maldad en la fortaleza del gaddhi.
Luego ascendieron desde el Segundo Circinado hasta la Ringla de Riquezas.
Aquel lugar estaba bien denominado. A diferencia de los niveles inferiores, estaba dividido en habitaciones de gran tamaño. Y el lujo resplandecía en todas ellas.
Allí, según explicó Rire Grist, el gaddhi guardaba los más ricos trabajos de los artistas y artesanos de Bhrathairain, los más preciosos tejidos, objetos de arte y joyas obtenidos por los bhrathair en el comercio, los más preciosos regalos hechos al soberano de la Fortaleza de Arena por los gobernantes de otras tierras. Los salones que recorrían estaban dedicados a exposición: gran cantidad de sables, puñales, largas espadas; lanzas, arcos e innumerables instrumentos más para causar la muerte; complicadas máquinas de guerra, tales como torres de asedio, catapultas y arietes, estaban guardados como objetos de veneración en magníficas cámaras. Otras habitaciones contenían trabajos de orfebrería en todas las variaciones concebibles. Docenas de paredes estaban cubiertas por tapices. Varios salones exhibían copas finamente trabajadas, platos y otros servicios de mesa. Y cada objeto estaba brillantemente alumbrado con un candelabro de radiante cristal.
Mientras Rire Grist los guiaba a través de las habitaciones siguientes, Linden se asombraba ante la gran riqueza del gaddhi. Si aquéllos eran los frutos de la gestión de Kasreyn, no era de extrañar que ningún gaddhi hubiera prescindido de sus servicios. ¿Cómo podría cualquier monarca despedir al servidor que había hecho posible la Ringla de Riquezas? La fuerza que mantenía a Kasreyn en su puesto no provenía sólo de la taumaturgia, sino también de la astucia.
Los ojos de la Primera brillaban ante la exposición de espadas, algunas de las cuales eran lo suficiente grandes y afiladas para reemplazar la que había perdido. Incluso Honninscrave mostraba un asombrado silencio ante todo lo que veía. Soñadordelmar parecía estar desconcertado por aquel esplendor. Aparte de Vain y Buscadolores, sólo los haruchai permanecían indiferentes. Aunque Brinn y su gente estaban más vigilantes y preparados para proteger a Linden y a Covenant como si sintieran que estaban acercándose al foco de una amenaza.
En la Ringla, encontraron por primera vez hombres y mujeres que no eran guardianes ni soldados. Eran miembros de la Corte del gaddhi. En general parecían gentiles y elegantes. Linden no vio entre ellos ninguna cara ni figura vulgar. Iban magníficamente vestidos con túnicas de terciopelo adornadas con gemas, jubones y ropajes que brillaban como plumas de pavo real, trajes de gasa que se plegaban sobre sus extremidades como un intento de seducción. Saludaron a Rire Grist en la lengua de los bhrathair y miraron a sus acompañantes con asustada o descarada curiosidad. Y aún sus rostros mostraban distinción y elegancia. Linden notó que, si bien se movían por la sala con admirativa apreciación, no contemplaban las riquezas allí expuestas. De cada uno de ellos, sintió una vibración tensa como si estuvieran esperando con disimulado nerviosismo algún acontecimiento del que pudiera derivarse un peligro y contra el que no tuvieran más defensa que su gracia y seducción.
Sin embargo, eran expertos en disimulo. Al igual que el Caitiffin, no mostraban ningún signo de nerviosismo que pudiera ser captado por alguien que no fuera ella. Pero su percepción le indicó claramente que la Fortaleza de Arena era un lugar gobernado por el miedo.
Uno de los hombres le dedicó una sonrisa de cortesía. Los sirvientes se movían en silencio a través de los salones, ofreciendo copas de vino y manjares. La Primera casi no podía separarse de un determinado espadón que colgaba en ángulo en su funda, como si estuviera señalándola a ella. Con un temblor interior, Linden comprendió que la Ringla de Riquezas había sido diseñada para algo más que el placer del gaddhi. Servía también de señuelo. Su lujo exuberante era peligroso para aquellas personas que tenían alguna razón para ser precavidas.
Entonces, una vibración atravesó el aire, obligándola a detenerse. Pasó un momento antes de que se diera cuenta de que nadie más lo había percibido. No era un sonido sino más bien una presencia que había alterado el ambiente de la sala en una forma que sólo ella había sido capaz de captar. Y se estaba moviendo hacia ellos. Al acercarse más, los susurros de voces que pasaban de una cámara a otra se cortaron.
Antes de que pudiera avisar a sus compañeros, un hombre entró en la estancia. Ella sabía quién era antes de que la inclinación y el saludo de Rire Grist lo anunciara como el Kemper del gaddhi. El poder que emanaba de él era tan tangible como un pronunciamiento. No podía ser nadie más que el taumaturgo.
El aura que irradiaba era de ambición.
Era un hombre alto; su cabeza y hombros sobrepasaban la estatura de ella, pero su constitución era tan enjuta que parecía flaco. Su piel tenía la traslucidad de la edad avanzada, y dejaba ver el mapa azul de sus venas. No obstante, sus facciones no denotaban vejez, y se movía como si sus extremidades confiaran en su propia vitalidad. A pesar de su reputada longevidad, no aparentaba más de 70 años. Un ligero empañamiento nublaba sus ojos, oscureciendo su color, pero no el impacto de su mirada.
En un fogonazo de intuición, Linden percibió que la ambición que se desprendía de él era una ambición de tiempo; que su deseo de vivir y vivir más, sobrepasaba la saciedad de siglos. Llevaba una túnica de color dorado que barría el suelo mientras él se aproximaba. Suspendido de una cinta amarilla, colgaba un círculo dorado de su cuello como si fuera un monóculo, pero no tenía lente.
Una correa de cuero circundaba cada uno de sus hombros como si portara algo en su espalda. Hasta que se volvió para contestar al saludo del Caitiffin, Linden no vio que la carga era un niño envuelto en brocado amarillo.
Después de unas breves palabras con Rire Grist, el Kemper avanzó hacia ellos.
—Es un gran placer para mí saludaros. —Su voz revelaba levemente el temblor de la edad, pero su tono era amable y familiar—. Permitidme que diga que tales huéspedes son raros en Bhrathairealm. Por tanto, esto vale una doble bienvenida. Yo deseaba conoceros antes de que fuerais convocados ante el Auspicio para recibir la bendición del gaddhi. Pero no necesitamos presentación. Este afortunado Caitiffin ha pronunciado ya mi nombre. Y yo ya os conozco. Grimmand Honninscrave, —prosiguió en seguida, como para asombrarlos con su conocimiento—, habéis llevado vuestro barco a una gran distancia… y con cierto coste, me temo.
Luego dedicó a la Primera una ligera reverencia.
—Tú eres la Primera de la Búsqueda y muy bienvenida entre nosotros. —A Soñadordelmar le dijo—: La paz esté contigo. Tu mudez no disminuirá el placer de tu presencia, tanto para el gaddhi como para su Corte.
Luego se situó delante de Linden y Covenant.
—Thomas Covenant —dijo con un ávido matiz en su voz—. Linden Avery. Qué feliz me habéis hecho. Entre tan inesperados compañeros, —un movimiento de su mano se refirió a los haruchai, Vain y Buscadolores—, vosotros sois los más inesperados de todos y los que nos produce más placer acomodar. Si la palabra del Kemper del gaddhi tiene algún valor, no os faltarán comodidades ni atenciones mientras estéis con nosotros.
Como apostilla Covenant dijo:
—No me toques.
El Kemper levantó una ceja blanca en sorpresa. Después de un breve escrutinio de Covenant, sus ojos se volvieron a Linden como pidiendo una explicación.
Ella resistió su intensa aura tratando de hallar una respuesta adecuada; pero su mente se resistía a aclararse. La presencia de él se lo impedía. Sin embargo, no era él como persona, ni la insaciable ambición que desprendía; lo que la perturbaba era el niño que llevaba a sus espaldas. Colgaba en sus envolturas como si estuviera profunda e inocentemente dormido; pero la forma en que su rolliza mejilla descansaba contra la parte superior de su espina dorsal le daba a Linden la inexplicable impresión de que el Kemper se alimentaba de él como un súcubo.
Esta impresión sólo era agravada por el hecho de que ella no podía comprobarla. Aunque el niño era tan totalmente visible como el Kemper, esto no interfería en absoluto con la otra dimensión de sus sentidos. Si cerraba los ojos, aún sentía la presencia de Kasreyn, como una extraña presión sobre su cara; pero el infante desaparecía como si dejara de existir cuando no lo miraba. Podía haber sido una alucinación.
La mirada de Linden era tan obvia que no podía pasar inadvertida a Kasreyn. Una mirada inquisitiva cruzó por su mente, pero la cambió por una mirada de afecto.
—Ah, mi hijo —dijo—. Lo llevo tan constantemente que a veces olvido que a un extraño puede parecerle raro. Linden Avery, soy un buen marido y mi mujer está enferma. Por tanto, cuido yo del niño. Mis deberes no permiten otra forma que esta. Pero no necesitas preocuparte por él. Es un chico tranquilo y no va a molestarnos.
—Perdóname —dijo Linden, tratando de imitar la cortesía de Honninscrave—. No quise ser entrometida. —Ella se sentía agudamente amenazada por aquel niño. Pero la bienvenida del Kemper podría convertirse en algo completamente distinto si ella hubiera demostrado que sabía que estaba mintiendo.
—No pienses más en eso —dijo. Su tono era gentil y condescendiente—. ¿Cómo puede ofenderme que hayas reparado en mi hijo?
Luego volvió su atención a los gigantes.
—Amigos míos, ha pasado mucho tiempo desde que vuestro pueblo tuvo tratos con los bhrathair. No dudo de que seguís siendo poderosos navegantes y aventureros, ni de que vuestra historia es rica en interés y edificación. Espero que accederéis a relatarme algunas de las historias por las que los gigantes han ganado tal renombre. Pero esto ya vendrá luego. Cuando mi servicio al gaddhi lo permita. —Súbitamente levantó un largo y nudoso dedo; y en el mismo instante, una campana sonó en la Ringla de Riquezas—. Ahora mismo, estamos siendo convocados ante el Auspicio. Rire Grist os conducirá a La Majestad.
Sin despedirse, se volvió y salió de la habitación a grandes pasos, llevando a su hijo colgado de su espalda.
Linden se quedó con una sensación de alivio, como si un olor ligeramente nauseabundo hubiera desaparecido. Pasó un momento antes de que comprendiera que Kasreyn había logrado evitar que sus compañeros le formularan cualquier clase de pregunta. Y no había pronunciado una sola palabra acerca de la situación de Covenant. ¿Carecía de curiosidad, o era capaz de deducir la respuesta por sí mismo?
Rire Grist los estaba conduciendo en otra dirección, pero Honninscrave dijo firmemente:
—Un momento, Caitiffin. —Su actitud indicaba que él también tenía dudas acerca de Kasreyn—. ¿Puedo hacerte una pregunta? Te pido perdón si es que me anticipo demasiado, pero no puedo dejar de pensar que el Kemper del gaddhi tiene demasiados años para ser el padre de ese niño.
El Caitiffin se envaró. En un instante, la expresión de su rostro fue más la de un soldado que la de un diplomático.
—Gigante —respondió—, no encontrarás a ningún hombre o mujer en Bhrathairealm que te hable acerca del hijo del Kemper.
Luego salió rápidamente de la habitación como si temiera que el grupo se negara a seguirlo. Honninscrave miró a Linden y a la Primera. Linden no se sentía bastante dispuesta ni segura para hacer nada más que encogerse de hombros. Y la Primera dijo:
—Vamos a ver a ese gaddhi. Dejando aparte otras razones, no puedo estar aquí contemplando estas magníficas espadas sin poder tocarlas.
La incomodidad del capitán por el papel que había hecho se mostraba en la rigidez de sus hombros y en el gesto de sus cejas; pero tomó la iniciativa y salió, seguido de los demás, por donde lo había hecho Rire Grist.
Volvieron a encontrarse con el Caitiffin después de haber atravesado dos estancias más. Para entonces, había recobrado su cortesía. Pero no ofreció ninguna excusa por su anterior cambio de tono. En lugar de ello, se limitó a guiarlos a través de la Ringla de Riquezas.
El toque de campana debía ser una llamada a toda la Corte. Aquellos hombres y mujeres tan suntuosamente engalanados estaban caminando en la misma dirección que había tomado Rire Grist. Sus adornos brillaban completando su gracia personal; pero iban en silencio como si estuvieran preparándose para lo que se avecinaba.
Linden se sentía un poco confusa por la complejidad de la Ringla, por no tener idea de la situación del lugar a que se dirigían. Pero pronto las salas desembocaron en un vestíbulo que conducía a la gente hacia una escalera lujosamente decorada que subía en espiral.
Rodeada por los cortesanos, estaba más segura que nunca de que había visto sombras de preocupación detrás de su deliberada alegría. Aparentemente, la comparecencia ante el gaddhi representaba una crisis tanto para ellos como para Linden y sus compañeros. Pero su simulada jovialidad no revelaba la naturaleza de lo que temían.
Los escalones conducían vertiginosamente hacia arriba. El hambre y el cansancio de sus piernas, mandaban ligeros temblores a los muslos de Linden. Se encontraba demasiado inestable para confiar en sí misma. Pero extrajo un apoyo mental de la fortaleza de Cail, que la seguía, y subió detrás de los gigantes y Rire Grist. Luego las escaleras se abrieron ante La Majestad y ella olvidó su fatiga.
El vestíbulo en que desembocaron parecía lo bastante amplio como para ocupar toda aquella planta. Estaba escasamente iluminado por reflectores, y la oscuridad hacía el lugar inmenso y cavernoso. El techo se perdía en las sombras. Los hustin que se hallaban junto a la larga y curvada pared cercana parecían tan indefinidos como iconos. Y la misma pared estaba profusamente decorada con enormes y atormentadas figuras… demonios que parecían cobrar vida en aquella escasa luz, como si se contorsionaran en una gavota de dolor, aprisionaban la mirada de Linden.
El suelo estaba formado por losas de piedra cortada en círculos perfectos; pero los espacios que quedaban eran anchos, profundos y oscuros. Cualquier paso en falso podría haber causado fácilmente una rotura de tobillo. En consecuencia, el grupo tenía que avanzar con cuidado para acercarse a la luz.
El resto de la estancia también estaba diseñado para atemorizar. Toda la luz se concentraba alrededor del Auspicio: claraboyas, lámparas de aceite con pulidos reflectores, grandes candelabros sobre altos soportes centraban su iluminación en el trono del gaddhi. Y Auspicio en sí mismo era tan impresionante como el arte y la riqueza podían hacerlo. Elevándose sobre un plinto rodeado de escaleras, parecía un monolito que tratara de tocar el techo igual que un antebrazo y una mano extendidos. El brazo estaba incrustado de piedras y metales preciosos y la mano era una aurora de círculos concéntricos situada detrás del trono.
El Auspicio parecía enorme, dominando la sala. Pero después de un momento Linden se dio cuenta de que era una consecuencia de la luz y la forma del salón. El techo descendía al adentrarse en la luz, dando la sensación de que el Auspicio poseía mayores dimensiones de las que tenía en realidad. Resaltado por la iluminación y los trabajos de joyería, el trono era el punto de atención de todas las miradas. Linden tenía dificultades para concentrar su atención en vigilar donde ponía sus pies, y su aprensión volvió a tensarla. Mientras se esforzaba en avanzar sorteando los agujeros que marcaban el suelo todo el camino hacia el Auspicio, aprendió a comprender la Majestad. Todo estaba ideado para que cualquiera que entrara allí se sintiera inferior y vulnerable.
Instintivamente, ella resistió. Mirando altivamente como si hubiera ido a desafiar al Soberano de Bhrathairealm, siguió a los gigantes y tomó su lugar entre ellos cuando Rire Grist se detuvo a corta distancia del plinto del Auspicio. La Corte se extendió alrededor de ellos formando un silencioso arco ante el trono del gaddhi. Linden miró a sus compañeros y comprobó que los gigantes no eran inmunes al poder de La Majestad; e incluso los haruchai parecían experimentar algo del horror que llevó a sus ascendientes a hacer el voto de fidelidad a Kevin Pierdetierra. La negrura de Vain y el impasible rostro de Buscadolores no la confortaron. Pero encontró una positiva reafirmación en la indiferente claridad con que Covenant pronunció su vacía frase:
—No me toques.
Ella tenía miedo de ser tocada hábil y peligrosamente en aquel lugar.
Un momento después sonó otra campana. Inmediatamente la luz se hizo más brillante, como si incluso el sol hubiera sido llamado a presencia del gaddhi. Los hustin se pusieron rígidos levantando sus lanzas a guisa de saludo. Por un instante, nadie apareció. Luego varias figuras salieron de la sombra del Auspicio como si se hubieran materializado por la intensidad de la iluminación.
Un hombre abría la marcha, y comenzó a subir al plinto. Lo acompañaban dos mujeres; y cada una de ellas se cogía a uno de sus brazos, en una actitud que era a la vez respetuosa y posesiva. Detrás de él iban seis mujeres más. Y, al final del cortejo, Kasreyn del Giro con su hijo a la espalda.
Los cortesanos se arrodillaron haciendo una profunda reverencia.
El Caitiffin también hizo una profunda reverencia, pero permaneció en pie. En un cuidadoso susurro dijo:
—El gaddhi Rant Absolain. Con él, sus favoritas, Lady Alif y Lady Benj. Las otras lo han sido recientemente o tal vez lo serán. Y el Kemper del gaddhi a quien ya conocéis. Linden se quedó mirando al gaddhi. A pesar de la opulencia que lo rodeaba, iba vestido sencillamente, con una corta túnica de raso, como si deseara sugerir que no estaba dominado por sus riquezas. Pero había escogido una túnica que exhibía su cuerpo con soberbia; y sus movimientos mostraban narcisismo y petulancia. Aceptaba afectadamente las aduladoras miradas de sus mujeres. Linden observó que su cabello y su rostro habían sido tratados con aceites y pinturas para ocultar sus años detrás de un aspecto de joven virilidad.
No parecía un soberano.
Las mujeres que estaban con él, tanto las favoritas como las otras, eran bellas, y podían haber sido encantadoras si sus expresiones de adoración no hubieran sido tan ficticias. Iban vestidas como odaliscas. Sus escasas y transparentes vestiduras eran una llamada al deseo; sus perfumes, adornos y movimientos no hablaban de nada, excepto de las excelencias de la cama. Habían encontrado su propia respuesta a la trepidación que acosaba la Corte y parecían cumplirla con cada uno de sus actos.
Sonriendo intimidadoramente, el gaddhi dejó a sus Favoritas en el plinto con Kasreyn y ascendió a su trono. Allí era una figura efectiva. El diseño del trono lo hacía parecer genuinamente regio y autoritario. Pero ningún artificio podía esconder la autosatisfacción que brillaba en sus ojos. Su mirada era la de un niño mimado, con una posición no justificada por ningún logro especial, por ningún verdadero poder.
Durante un largo momento, permaneció sentado contemplando la reverencia de su Corte, recreándose ante la forma en que hombres y mujeres se arrodillaban ante él. Quizás la brillantez le ofuscara, ya que no parecía consciente de que Linden y sus compañeros permanecieran aún en pie. Pero gradualmente, se inclinó hacia adelante para atisbar a través de la luz, mostrando las arrugas que el aceite y la pintura habían disimulado.
—¡Kemper! —gritó irritado—. ¿Quiénes son esos locos que no se arrodillan ante el gran Rant Absolain, gaddhi de Bhrathairealm y del Gran Desierto?
—Oh, gaddhi. —La respuesta de Kasreyn estaba preparada y fue ligeramente sarcástica—. Son los gigantes y viajeros de quienes hablamos hace un momento. Aunque ignoran el saludo que debe dedicarse al gaddhi Rant Absolain, han venido a aceptar la bienvenida que tú graciosamente les has ofrecido y a expresarte su profundo agradecimiento, pues tú les has librado de grandes dificultades.
Mientras hablaba, sus ojos estaban deliberadamente fijos en el grupo.
Honninscrave respondió prontamente. Moviéndose como si estuviera representando una charada, dobló una rodilla.
—Oh, gaddhi —dijo con claridad—. Tu Kemper dice la verdad. Hemos venido a darte las gracias por tu hospitalidad y bienvenida. Perdónanos por no haber sido educados para el homenaje de que eres merecedor. Somos un pueblo rudo y tenemos pocos contactos con tal realeza.
Al mismo tiempo, Rire Grist hizo un gesto al resto del grupo, urgiéndoles a seguir el ejemplo de Honninscrave.
La Primera protestó quedamente; pero comprendió la necesidad de la mascarada, y puso una rodilla en el suelo. Sus hombros estaban rígidos con el conocimiento de que estaban rodeados por, al menos, trescientos guardianes. Linden y Soñadordelmar también se arrodillaron. La respiración de Linden denotaba su ansiedad. No podía pensar en ninguna apelación o poder que pudiera inducir a los haruchai, Vain o Buscadolores a hacer la reverencia. Y Covenant estaba ajeno también a la necesidad de aquella imitación de respeto.
Pero el gaddhi no hizo presión alguna. Por el contrario, musitó una impaciente frase en la lengua de los bhrathair, y los cortesanos se levantaron. Ellos hicieron lo mismo. La Primera, bruscamente; Honninscrave, con lentitud. Linden tuvo un momento de alivio.
El gaddhi estaba mirando a Kasreyn. Su expresión era de enfado.
—Kemper. ¿Por qué me has sacado del placer de mis favoritas para este absurdo encuentro? —Hablaba la lengua común de los puertos en un tono tosco y desafiante, como un adolescente rebelde.
Pero la respuesta del Kemper fue serena.
—Oh, gaddhi. Esto se ha hecho en tu honor ya que tú has sido siempre generoso con aquéllos a quienes te has dignado dar la bienvenida. De esta forma, tu nombre es grato para todos aquéllos que habitan en la bendición de tu dominio, y la Corte se exalta con el mero pensamiento de venir a tu presencia. Ahora parece adecuado que estos nuevos huéspedes vengan ante ti a mostrar su agradecimiento. Y también parece justo —su voz se agudizó ligeramente— que tú les concedas tu oído. Ellos han venido con necesidad, con demandas en sus corazones que sólo un monarca como el gaddhi de Bhrathairealm puede satisfacer, y la respuesta que les des llevará la fama de tu gracia por toda la tierra.
Al llegar a este punto, Rant Absolain se apoyó contra el respaldo de su trono con un aire astuto. Sus pensamientos estaban claros ante los sentidos de Linden. Tenía planeado un conflicto de voluntades con su Kemper. Mirando al grupo, sonrió obscenamente.
—Es mi servidor —dijo, subrayando la palabra—, el Kemper lo ha dicho. Estaré encantado de complacer a mis huéspedes. ¿Qué deseáis de mí?
Ellos vacilaron. Honninscrave miró a la Primera demandándole una guía. Linden se concentró en sí misma. Allí cualquier petición podría llegar a ser peligrosa tanto en las manos del gaddhi como en las de su Kemper.
Pero después de una pausa momentánea, la Primera dijo:
—Oh, gaddhi. Las necesidades de nuestro barco gigante ahora están siendo satisfechas en cumplimiento de tu decreto. Por ello te damos las gracias. —Su tono no revelaba más gratitud de lo que pudiera hacerlo una barra de hierro—. Pero tu magnanimidad me induce a hacerte otra petición. Como puedes ver, mi vaina está vacía. —Con una mano sostuvo la funda ante ella—. Los bhrathair son famosos por sus trabajos en la fabricación de armas y yo he visto muchas espadas adecuadas en la Ringla de Riquezas. Oh, gaddhi. Concédeme el regalo de una espada para reemplazar la que perdí.
La cara de Rant Absolain mostró una mueca de satisfacción. Parecía triunfante y feliz al responder:
—No.
Un fruncimiento alteró la expresión confiada de Kasreyn. Abrió la boca para hablar, pero el gaddhi ya estaba diciendo:
—Aunque vosotros sois mis huéspedes, debo rehusar. No sabes lo que pides. Yo soy el gaddhi de Bhrathairealm, el servidor de mi pueblo. Todo eso que has visto no me pertenece a mí, sino a los bhrathair. Yo soy sólo el depositario de ese patrimonio. No poseo nada y, por tanto, no tengo espadas u otras riquezas de las que pueda disponer. —Pronunciaba las palabras vindicativamente, pero su malicia era dirigida más al Kemper que a la Primera, como si hubiera encontrado poderosas razones por las cuales debiera vejar a Kasreyn—. Si necesitas una espada, puedes comprar una en Bhrathairain.
Hizo un esfuerzo para disimular su aire de victoria, por no mirar al Kemper, pero estaba asustado por su propia audacia y no pudo resistirse a hacerlo.
El Kemper recogió la mirada con un sumiso encogimiento el cual hizo que el gran Absolain se sobresaltara. Pero la Primera no se dio por vencida:
—Oh, gaddhi —dijo humildemente—, no tengo medios para hacer esa compra.
El gaddhi reaccionó con repentina furia.
—¡Entonces hazla sin ellos! —Sus puños se agarraron a los brazos de su trono—. ¿Tengo yo la culpa de que seáis pobres? ¡Vuelve a insultarme y te enviaré con los esperpentos de arena!
Kasreyn dirigió una mirada al Caitiffin. Inmediatamente, Rire Grist se adelantó y, haciendo una leve reverencia, dijo:
—Oh, gaddhi. Son extranjeros, desconocen la desinteresada naturaleza de tu mayordomía. Permite que te implore perdón para ellos. Estoy seguro de que no hubo ninguna intención de ofenderte.
Rant Absolain remitió. Parecía incapaz de mantener cualquier emoción que pudiera contradecir la voluntad del Kemper.
—Sin duda —musitó—. No me siento ofendido. —Demostraba claramente todo lo contrario—. Estoy por encima de cualquier ofensa.
Pero empezó a musitar palabras que parecían maldiciones en la lengua de los bhrathair.
—Eso es bien sabido —dijo el Kemper—, y añade mucho a tu honor. Y te sentirías acongojado despidiendo a tus huéspedes sin ningún signo de bienvenida en sus manos. Tal vez haya alguna otra necesidad en sus corazones; una súplica que pueda ser atendida sin perjuicio para tu mayordomía.
Con una angustia sin nombre, Linden vio que Kasreyn cogía su ocular de oro, levantándolo hasta su ojo izquierdo. Una ola de espanto recorrió la Corte. Rant Absolain se encogió en su trono. Pero el gesto del Kemper parecía tan natural e inevitable que ella no podía apartar sus ojos de él, no podía defenderse.
Entonces él captó su mirada a través del monóculo; y súbitamente sus temores se esfumaron. Pensó que no había motivos para alarmarse, ni razón para desconfiar de él. El ojo izquierdo del Kemper tenía respuesta para todo. Sus últimas, sus más viscerales protestas se tornaron en alivio cuando el peso de su voluntad cayó sobre ella, haciéndole pronunciar las palabras que él quería que pronunciase.
—Oh, gaddhi, pregunto si hay algo que tu Kemper pueda hacer para curar a mi compañero Thomas Covenant.
Rant Absolain sintió un alivio inmediato al ver que el monóculo no se había dirigido hacia él. Con una voz muy tenue dijo:
—Estoy seguro de que Kasreyn hará todo lo que pueda para ayudaros. El sudor empezada a bajar por su cara formando rayas sobre la pintura.
—Oh, gaddhi, lo haré con gusto —dijo.
La mirada del Kemper abandonó a Linden; pero sus efectos permanecieron en ella, dejándola indiferente ante la indisimulada avidez con que éste miraba a Covenant. Honninscrave y la Primera dirigieron su vista hacia ella, alarmados. Los hombros de Soñadordelmar se tensaron. Pero la calma que le había impuesto la voluntad del Kemper aún la dominaba.
—Ven, Thomas Covenant —dijo Kasreyn—. Vamos a intentar socorrerte en seguida.
Brinn miró a Linden, preguntando. Ella asintió; no podía hacer nada más que asentir. Estaba plenamente convencida de que el Kemper la había liberado de la carga de las necesidades de Covenant.
Brinn se encogió de hombros y acompañó a Covenant hacia el Kemper.
Los haruchai fruncieron ligeramente el entrecejo. Sus ojos hacían la misma pregunta que los gigantes, pero no contradijeron a Linden. Eran incapaces de percibir lo que le estaba ocurriendo.
Kasreyn estudió ávidamente al Incrédulo. Un débil temblor se adhería a su voz cuando dijo:
—Gracias, Brinn de los haruchai. Puedes dejarlo tranquilamente en mis manos.
Brinn no vaciló:
—No.
Su rechazo hizo que se elevara un grito desde la Corte, instantáneamente silenciado.
Rant Absolain se inclinó hacia delante en su trono mordiéndose el labio inferior como si no pudiera dar crédito a sus sentidos.
Los gigantes se balancearon sobre sus pies.
Explícitamente, como si estuviera apoyando a Brinn, Covenant dijo:
—No me toques.
Kasreyn, manteniendo su monóculo de oro en el ojo, dijo en tono de tácita orden:
—Brinn de los haruchai. Mis artes no admiten espectadores. Si he de ayudar a este hombre debo estar a solas con él.
Brinn captó la mirada a través del ocular sin un parpadeo. Sus palabras eran tan firmes como el granito.
—Sin embargo, está bajo mi cuidado y no me separaré de él.
El Kemper empalideció de furia y asombro, demostrando que no estaba acostumbrado a tales desafíos… o a que fallaran sus miradas.
Una imprecisa desazón creció en Linden. La zozobra comenzó a levantarse contra la calma, devolviéndole su propia conciencia. Un grito se esforzaba para formarse en su garganta.
Kasreyn se volvió hacia ella como atándola nuevamente a su voluntad.
—Linden Avery, ordena a este haruchai que deje a Thomas Covenant bajo mi cuidado.
La calma volvió a invadirla, diciendo a través de su boca:
—Brinn, te mando que dejes a Thomas Covenant bajo su cuidado.
Brinn la miró. Sus ojos brillaban con recuerdos de Elemesnedene. Respondió sencillamente:
—No lo haré.
La Corte retrocedió asombrada. Algunos de sus componentes se acercaron a las escaleras. Las mujeres del gaddhi permanecieron en el plinto, acogiéndose a su protección.
Kasreyn les dio razones para temer. Su rostro se encendió de ira. Sus puños lanzaban amenazas a través del aire.
—¡Imbécil! —exclamó, dirigiéndose a Brinn—. Si no sales de aquí al instante, mandaré a los guardianes que te maten ahí donde estás.
Antes de que las palabras hubieran abandonado su boca, los gigantes Hergrom y Ceer, caminaron hacia Covenant.
Pero Brinn no necesitaba su ayuda. Con la suficiente rapidez para que Kasreyn no pudiera impedirlo, se interpuso entre él y Covenant. Su réplica surcó la ira de Kasreyn.
—Si das tal orden, morirás antes de que se levante la primera lanza.
Rant Absolain contemplaba la escena con horror apoplético. El resto de la Corte empezó a escurrirse del salón.
Brinn no vacilaba lo más mínimo. Tres gigantes y dos haruchai iban en su ayuda. Ellos seis parecían más dispuestos para la batalla que todos los hustin juntos.
Por un momento, la cara de Kasreyn se inflamó como si estuviera preparado para afrontar cualquier riesgo a fin de tomar posesión de Covenant. Pero luego, la sabiduría o la astucia que le había llevado a su presente poder y longevidad volvió a él. Retrocedió un paso y consiguió controlarse.
—Me interpretáis mal. —Su voz temblaba, pero a cada palabra se hacía más estable—. No he hecho nada para que desconfiéis de mí. Esa hostilidad es impropia de vosotros. Es impropia de cualquier hombre o mujer que haya recibido la bienvenida del gaddhi. Sin embargo, accedo a vuestra demanda. Mi deseo sigue siendo de ayudaros. Y os pido perdón por mi súbita ira. Puede que cuando hayáis gozado de la buena voluntad del gaddhi, sepáis ver la limpieza de mi intento. Si entonces lo deseáis, os ofreceré nuevamente mi ayuda.
Hablaba con frialdad; pero sus ojos no perdían su calor. Sin esperar respuesta, hizo una reverencia de cara al Auspicio, y murmuró:
—Con tu permiso, oh, gaddhi.
Tras esto, giró sobre sus talones y se retiró hacia las sombras de la parte posterior del trono. Por un momento, Rant Absolain observó con placer la retirada del Kemper. Pero repentinamente pareció darse cuenta de que se había quedado solo con la gente que se había enfrentado a Kasreyn del Giro, que sólo estaba protegido por sus mujeres y los guardianes. En seguida bajó del Auspicio y empezó a caminar entre sus favoritas, apresurándose a seguir al Kemper como si hubiera sido puesto en fuga. Sus mujeres lo seguían asustadas.
El grupo se quedó solo con Rire Grist y trescientos hustin.
El Caitiffin estaba visiblemente desalentado; pero se esforzó en recobrar su diplomacia.
—Ah, amigos míos —dijo—, os ruego que perdonéis esa insatisfactoria bienvenida. Como habéis visto, el gaddhi tiene un temperamento terrible, sin duda por el peso de sus muchos deberes, y por esa razón su Kemper ha de esforzarse doblemente, por sus propios deberes y por su soberano. La calma se restaurará y la recompensa se hará efectiva. Os lo aseguro.
Tartamudeó al final como si estuviera asombrado por lo inadecuado de sus palabras. Entonces volvió a la primera idea que se le había ocurrido.
—¿Me acompañáis a vuestros aposentos? Allí os aguardan comida y descanso.
En aquel momento, Linden salió de su impuesta pasividad con un conocimiento que estuvo a punto de hacerle gritar.