TRECE

El puerto de Bhrathairain

El temporal fue disminuyendo lentamente. Pero no se redujo a los niveles normales de los vientos en los dos días que siguieron. Durante este tiempo, el Gema de la Estrella Polar no tuvo otra alternativa que navegar en línea recta en la dirección del viento. No podía virar, ni aún levemente, hacia el oeste sin escorarse por la parte de babor; lo cual habría introducido la brecha en el agua. Bastante trabajo tenían ya los gigantes para verse obligados a volver a bombear al objeto de salvar sus vidas. Cuando el mar se encrespaba lo suficiente como para alcanzar la brecha, Honninscrave se veía forzado a cambiar el rumbo varios puntos hacia el este de forma que el Gema de la Estrella Polar se inclinara hacia estribor, protegiendo su herida.

No intentó izar más velas. Las dos desplegadas en aquel exigente viento requerían la atención constante de varios gigantes. Y no podía destinar más tripulantes a su cuidado ya que había otras tareas que necesitaban ser realizadas.

La arboladura exigía mucha atención; pero éste no era el menor de los problemas del dromond. Los estragos producidos debajo de la cubierta presentaban una dificultad mucho mayor. El derribo del palo mayor había producido un verdadero caos en sus aguajes. Y el escoramiento del Gema de la Estrella Polar también había tenido otras consecuencias. Los suministros guardados en las bodegas se habían desplazado, caído o roto. Gran cantidad de provisiones se habían estropeado al contacto con el agua salada. Asimismo el mar había causado serios daños en diversas partes del barco; los camarotes de babor y los armarios-despensa, por ejemplo, que no habían sido diseñados a prueba de inmersión. Aunque los gigantes trabajaban afanosamente no pudieron dejar la cocina dispuesta para ser usada nuevamente hasta el atardecer; y era casi media noche antes de que los camarotes de la parte de babor hubieran quedado habitables.

Pero la comida caliente alivió un poco los nervios de Linden; y Brinn al fin pudo llevarse a Covenant a su propio camarote. Finalmente, ella se permitió pensar en su descanso. Dado que su camarote estaba en estribor, sólo había sufrido ligeros daños. Con la ayuda no solicitada de Cail, pronto colocó la mesa, las sillas y la escala en su lugar. Luego se subió a la litera y dejó que el frustrado clamor de la tormenta la adormeciera, alejándola de la conciencia.

Mientras el viento continuaba, se dedicó a recuperarse. No obstante, abandonaba periódicamente su camarote para ir a ver a Covenant o para ayudar a Furiavientos a atender las heridas de la tripulación. Y en una ocasión se dirigió hacia la proa con la idea de enfrentarse a Buscadolores: quería pedirle una explicación por su denegación de ayudar a ella o al barco gigante. Pero cuando lo vio, de pie, solo en la proa como si su pueblo lo hubiera designado para ser un paria, sintió que le faltaba voluntad para interrogarlo. Estaba tremendamente cansada, y esto se hacía patente en cada uno de sus músculos, en cada uno de sus ligamentos. Cualquier información que consiguiera arrancarle, podía esperar. Lentamente, volvió a su camarote como si allí se encontrara el bálsamo del sueño.

Linden valoraba la incansable labor de la tripulación; pero no tenía ni fuerza ni destreza para compartir sus tareas. Y los esfuerzos de aquella gente le afectaban más y más a medida que se iba recuperando. Entonces sintió que el final de la galerna se aproximaba a través de las profundidades. Incapaz ya de dormir, empezó a buscar alguna tarea en qué ocupar su mente, y restaurar la utilidad de sus manos.

Soñadordelmar se dio cuenta de su tensión y, sin decir nada, la condujo hasta uno de los depósitos de grano que permanecía anegado por un lodo compuesto de agua de mar y maíz podrido. Cail los siguió. Linden dedicó la mayor parte del día a trabajar allí en amigable silencio. Soñadordelmar con una pala; ella y Cail con cazos de la cocina, recogieron el lodo, echándolo en una gran cuba que él vaciaba periódicamente. El cazo gigantino era tan grande como un cubo y le resultaba difícil de manejar; pero le fueron bien el trabajo y el esfuerzo. Una vez en Haven Farm había realizado una tarea similar para estabilizar su espíritu.

De vez en cuando, observaba a Soñadordelmar. El parecía apreciar su compañía como si su Visión de la Tierra hallara alguna clase de compañerismo en el sentido de la salud de Linden. Por otra parte, parecía haber alcanzado un punto de calma. Daba la impresión de que sus preocupaciones se habían reducido a un nivel soportable, no porque su visión hubiera cambiado, sino por el simple hecho de que el Gema de la Estrella Polar no estaba viajando hacia el Árbol Único. Ella no tenía valor para turbarlo con preguntas que no podría contestar sin un duro y complicado esfuerzo de comunicación. Pero él la miraba como un hombre que hubiera visto el cumplimiento de su condena en el lugar donde estaba situado el Árbol Único.

Estaba claro que algo había cambiado para él en Elemesnedene, ya fuera por su examen o por la pérdida de la esperanza que Honninscrave le había dado. Quizá su visión se había trasladado desde el Sol Ban a un nuevo o diferente peligro. O tal vez…, el pensamiento le atenazaba el estómago… tal vez había visto, más allá del Sol Ban, las intenciones del Amo Execrable. Un plan que sería realizado durante la búsqueda del Árbol Único.

Pero ella no sabía cómo contrastar tales sospechas. Eran demasiado personales. Mientras trabajaba, su temor por Covenant, le produjo un escalofrío. Fue cuando sus pensamientos volvieron una vez más a formular preguntas acerca de la naturaleza de su crisis. En su memoria, reexploró el ataúd no bendecido que encerraba su mente, tratando de encontrar la llave que podía abrirlo. Pero la única conclusión a que llegó fue que su último intento de penetrar en él había sido erróneo en más de un aspecto. Erróneo porque lo había violado, y también por la ira y la avidez que la habían impulsado a hacerlo. Aquel conocimiento la sobrepasaba porque sabía que no lo habría intentado si no hubiese estado tan furiosa… y tan vulnerable ante la oscuridad. En un sentido, al menos, era igual que Soñadordelmar; la voz con la que podría haber hablado a Covenant, estaba muda.

Luego, a última hora de la tarde, la tormenta decayó y se alejó a oleadas como un asaltante que hubiera perdido la razón; y el Gema de la Estrella Polar se relajó al navegar por mares más propicios. A través de la piedra Linden sentía el regocijo de la tripulación. Soñadordelmar dejó su pala para inclinar la cabeza y quedarse inmóvil durante unos momentos, comulgando con sus camaradas en un acto de gratitud o de contrición. El barco gigante estaba libre de peligros inmediatos.

Poco más tarde, Cail anunció que el capitán llamaba a la Escogida. Soñadordelmar le indicó con un gesto que él acabaría de limpiar el granero. Dando las gracias al gigante mudo por más cosas de las que hubiera podido enumerar, especialmente por haber salvado a Covenant de las anguilas, Linden siguió a Cail hacia el camarote de Honninscrave.

En el austero aposento del capitán se encontraban la Primera, Encorvado y Furiavientos. Los ocasionales gritos que sonaban en la cubierta le indicaron que Quitamanos atendía el barco.

Honninscrave estaba al final de una larga mesa de cara a sus camaradas. Cuando Linden entró en el camarote, él la saludó con una inclinación de cabeza e inmediatamente volvió a concentrar su atención en la mesa. El tablero quedaba al nivel de los ojos de Linden y estaba cubierto por rollos de pergamino y vitela que producía ligeros ruidos cuando los abría o cerraba.

—Escogida —dijo—, estamos reunidos en consejo. Debemos decidir el rumbo que vamos a tomar desde donde estamos. He aquí la cuestión. —Desenrolló una carta; luego, al darse cuenta de que ella no podía verla, volvió a cerrarla—. Hemos sido desviados casi doscientas millas del rumbo que conduce al Árbol Único. Tal vez no nos hallemos mucho más lejos de nuestro destino de lo que estábamos cuando comenzó la tormenta; pero desde luego no estamos más cerca. Y nuestra misión es urgente. Ya lo era cuando Cable Soñadordelmar tuvo su primera visión de la Tierra. —Una crispación atravesó sus facciones—. Nosotros lo vemos muy claramente en su rostro.

«Sin embargo —prosiguió, dejando de lado su preocupación por su hermano—, el Gema de la Estrella Polar ha sido gravemente dañado. Ahora todos los mares son peligrosos para nosotros. Y la pérdida de las provisiones…».

Miró a Furiavientos y ésta dijo bruscamente:

—Si comemos y bebemos sin restricciones, terminaremos las provisiones en cinco días. Las cisternas de agua se vaciarán en ocho. Puede que los granos que se han salvado y los alimentos secos lleguen hasta los diez días. Sólo tenemos diamantina en cantidad.

Honninscrave miró a Linden. Ella asintió. El Gema de la Estrella Polar tenía una urgente necesidad de suministros.

—En consecuencia —dijo el capitán—, debemos elegir entre estas dos opciones: proseguir con la Búsqueda, confiando nuestras vidas a un racionamiento estricto y a la merced del mar; o buscar una recalada o un puerto donde podamos llevar a cabo las reparaciones necesarias y el aprovisionamiento. —Abriendo de nuevo su carta, la dejó bajar por el canto de la mesa sujetándola con el dedo por su extremo, de forma que ella pudiera verla—. A causa de la tormenta, nos estamos acercando ahora al litoral de Bhrathairealm, donde habitan los bhrathair en su Fortaleza de Arena, junto al Gran Desierto. —Indicó un punto en la carta; pero ella lo ignoró para observar atentamente la cara de Honninscrave, tratando de adivinar cuál era la decisión que él esperaba. Con un encogimiento de hombros, puso nuevamente el pergamino en la mesa—. En el puerto de Bhrathairain —concluyó—, podemos encontrar lo que necesitamos, tanto para nosotros como para el Gema de la Estrella Polar. Si los vientos lo permiten, podemos llegar allí en dos días.

Linden asintió de nuevo. Cuando miró a su alrededor vio que los gigantes se inclinaban por la última opción: poner el dromond rumbo al puerto de Bhrathairain. Pero había dudas en sus ojos. Tal vez el derecho de mando que ella les había arrebatado al salir de Elemesnedene había erosionado su confianza en sí mismos. O quizá la misión que tenían les hacía desconfiar de sus propios deseos de un anclaje seguro. Covenant había hablado con frecuencia de la urgencia de su misión.

O quizás, pensó Linden dudando súbitamente, es de mí de quien desconfían.

Al momento, comprimió su boca en sus viejas líneas de severidad. Estaba determinada a no ceder en lo más mínimo respecto la responsabilidad que había tomado. Había llegado demasiado lejos para dar marcha atrás. Adaptando su tono profesional carente de matices, como un médico considerando síntomas, preguntó a Encorvado:

—¿Hay alguna razón por la que no puedes reparar el barco en alta mar?

El deformado gigante se dirigió a ella sobriamente, casi penosamente.

—Escogida, yo puedo trabajar siempre que los mares lo permitan. Si los vientos y las olas son propicios, puedo hacer lo necesario. Las roturas proporcionarán suficiente piedra para reparar el costado del dromond; sí, y también para las cubiertas. Pero los muros y el comedor… —hizo un gesto exagerado y se encogió de hombros—. Para repararlo todo necesito tener acceso a una cantera. Y sólo nuestros constructores de buques son aptos para restaurar el mástil que hemos perdido. Puede que sea posible para la Búsqueda —concluyó— proseguir sin tales lujos.

—¿Es que los bhrathair tienen una cantera?

A esto el humor de Encorvado brilló en sus ojos.

—En realidad los bhrathair tienen poca cosa más que piedra y arena. Por tanto su puerto se ha convertido en un lugar de mucho comercio y navegación, ya que deben comerciar con lo que tienen para satisfacer sus otras necesidades.

Linden se volvió a Furiavientos.

—Si se reducen al mínimo las raciones, ¿podríamos llegar hasta el Árbol Único y volver al Reino con lo que tenemos?

La sobrecargo contestó escuetamente.

—No.

Luego cruzó los brazos sobre su pecho como si su palabra no admitiera ningún rechazo. Pero Linden insistió.

—Vosotros obtuvisteis provisiones cuando estabais fondeados cerca de la costa del Reino. ¿Podríamos hacer algo semejante, sin emplear tanto tiempo en ir a ese puerto?

Furiavientos miró al capitán y luego dijo en tono menos resolutivo:

—Es posible. A veces encontramos tierra en nuestro rumbo; pero la mayor parte de lo que está marcado en estas cartas nos es desconocido; no ha sido explorado por los gigantes ni por aquellos que han contado historias a los gigantes.

Linden tomó en cuenta las dudas de Furiavientos.

—Honninscrave. —No podía deshacerse de la impresión de que los gigantes tenían ciertos reparos respecto a Bhrathairealm—. ¿Hay alguna razón por la que no debamos dirigirnos a ese puerto?

El reaccionó como si la pregunta le incomodara.

—En épocas anteriores —dijo sin mirarla—, los bhrathair fueron amigos de los gigantes, y acogían nuestros barcos cuando la ocasión lo requería. Nosotros no les hemos dado razón alguna para cambiar de actitud. —Su cara estaba gris por el recuerdo de los elohim, en quienes había confiado—. Pero ningún gigante ha estado en Bhrathairealm durante nuestras tres últimas generaciones, diez o más de las tuyas. Y las historias que nos han llegado desde entonces indican que los bhrathair no son lo que eran. Fueron siempre un pueblo brusco y sin vacilaciones para bien o para mal, a causa de su larga guerra, que tuvieron que mantener para sobrevivir, contra los esperpentos de arena del Gran Desierto. La historia dice que se han vuelto ostentosos.

¿Ostentosos? Linden vaciló. No sabía lo que quería expresar Honninscrave. Pero había captado el punto más importante: no estaba seguro de que el Gema de la Estrella Polar fuera bien recibido en el puerto de Bhrathairain. Con gesto serio miró a la Primera.

—Si Covenant y yo no estuviéramos aquí, si vosotros estuvierais solos en esta búsqueda ¿qué es lo que haríais?

La mirada de la Primera no reflejaba ni el más leve vestigio de la aprensión de Honninscrave. Era tan directa y punzante como una espada.

—Escogida, he perdido mi espada. Yo soy una espadachina y la alabarda me fue concedida como reconocimiento y símbolo de mis logros. Su nombre no es conocido para nadie sino para mí y para aquéllos que me la otorgaron. Y ese nombre no puede ser nunca revelado mientras yo tenga fe en los espadachines. La he perdido a causa de mi mal juicio. Estoy realmente avergonzada.

«Sin embargo, debo tener alguna arma. En esta carencia, no puedo considerarme una espadachina, no tengo categoría para ser la Primera de la Búsqueda. Las armas que fabrican los bhrathair gozan de fama desde hace mucho tiempo. —Su mirada no vacilaba—. En mi propio nombre no retrasaría la Búsqueda. Mi lugar, mi puesto de Primera, se lo traspasaría a otro, y me contentaría sirviéndole con todo lo que pueda dar de mí.

Encorvado se había cubierto los ojos con una mano, herido por lo que estaba oyendo; pero no la interrumpió. Ahora Linden comprendía el inusitado contenido de su respuesta a la que ella le había hecho anteriormente: sabía lo que significaba para su esposa ir al puerto de Bhrathairain.

«Pero la necesidad del Gema de la Estrella Polar es clara —prosiguió la Primera—. Dada esta necesidad y la proximidad de Bhrathairain no pondré impedimentos para navegar hacia allí, tanto por el bien del dromond, como por el mío propio. La elección entre un retraso y la muerte es fácil de hacer».

Continuó sosteniendo la mirada de Linden; y al final fue Linden quien bajó los ojos. Estaba impresionada por la franqueza de la Primera y por su inconmovible integridad. Todos los gigantes parecían sobrepasar a Linden en algo más que en la mera estatura física. De pronto, su insistencia en tomar las decisiones ante tal compañía, le pareció una insolencia. Covenant había ganado su puesto entre los gigantes y también entre los haruchai; pero ella no tenía derecho a nada. Ella necesitaba aquella responsabilidad, aquel poder de elegir, por una razón que no era otra que la de refrenar su ambición por otras clases de poder. Y sin embargo, aquella exigencia pesaba más que su indignidad.

Esforzándose en imitar a Covenant, dijo:

—Os escucho. —Con un esfuerzo de voluntad levantó la cabeza, sobreponiéndose a su conflictivo corazón, para poder aguantar la mirada de los gigantes—. Yo creo que estamos demasiado apurados. Creo que no haremos ningún bien al Reino si nos hundimos o caemos enfermos. Vamos a arriesgarnos dirigiéndonos a ese puerto.

Por un momento, Honninscrave y los otros la miraron como si hubieran esperado una respuesta distinta. Luego Encorvado empezó a reír entre dientes. Una sonrisa de placer empezó en los extremos de su boca, extendiéndose pronto por toda su cara.

—¿Lo veis, gigantes? —dijo—. ¿No he dicho siempre que ha sido bien escogida?

Siguiendo un impulso, cogió la mano de la Primera y la besó. Luego salió de la cámara.

Los ojos de la Primera sufrieron un empañamiento nada habitual en ellos. Luego dio una leve palmada de reconocimiento o gracias a la espalda de Linden. Pero habló a Honninscrave. En un tono dulce dijo:

—Deseo escuchar la canción que está ahora en el corazón de Encorvado.

Volviéndose bruscamente para contener la emoción, abandonó el recinto. El rostro de Furiavientos mostraba también satisfacción. Parecía casi contenta cuando cogió una de las cartas que había sobre la mesa y se fue a dar el nuevo rumbo del dromond a Quitamanos.

Linden se quedó a solas con el capitán.

—Linden Avery. Escogida. —Parecía no saber cómo dirigirse a ella. Una sonrisa de alivio había alejado momentáneamente sus dudas. Pero casi enseguida volvió a su expresión de gravedad—. Hay muchas cosas en esta Búsqueda y en el peligro de la Tierra que no comprendo. El misterio de la visión de mi hermano atormenta mi corazón. El cambio de los elohim y la presencia de Buscadolores entre nosotros… —se encogió de hombros levantando sus manos como si estuvieran llenas de molestas incógnitas—. Pero Covenant Giganteamigo ha dejado bien claro ante todos que lleva una gran responsabilidad de sangre por aquellos cuyas vidas fueron sacrificadas en el Reino. Y ante su estado, tú has aceptado soportar sus cargas. Aceptado y mucho más —añadió—. Las has tomado como tuyas. En verdad, no esperaba que estuvieras hecha de tal piedra.

Pero luego volvió a su punto de partida.

«Escogida, te agradezco que hayas optado por este retraso. Te lo agradezco en nombre del Gema de la Estrella Polar al que quiero tanto como a mi vida y espero verlo restaurado en su totalidad. —Sus manos acusaron un temblor involuntario al recordar los golpes que había dado contra el palo mayor—. Y también te doy las gracias en nombre de Cable Soñadordelmar, mi hermano. Me consuela pensar que podrá gozar de una tregua. Aunque temo que su herida nunca será curada, creo que será bueno para él un poco de descanso».

—Honninscrave…

Linden no sabía qué decir. No era merecedora de su agradecimiento. Y no tenía una respuesta para el sufrimiento que le ataba a su hermano. Lo miró pensando que quizás sus recelos estuvieran menos relacionados con la actitud que los bhrathair pudieran adoptar que con las posibles consecuencias que cualquier retraso la Búsqueda tuvieran para Soñadordelmar. Parecía dudar de la oportunidad de sus órdenes respecto al barco como si su instinto hubiera perdido la agudeza a consecuencia de su preocupación por Soñadordelmar.

Su inquietud interior silenciaba cualquier cosa que ella hubiera podido decir en apoyo a su decisión o en reconocimiento a sus gracias. En lugar de eso, le dio el poco conocimiento que ella poseía.

—Siente temor ante el Árbol Único. Cree que algo terrible va a suceder allí. No sé qué.

Honninscrave asintió inconscientemente. No la miraba a ella. Sus ojos apuntaban más allá, como si estuvieran ciegos por su falta de percepción. Lentamente murmuró:

—El no es mudo porque haya perdido la capacidad de hablar. Es mudo porque la Visión de la Tierra no puede darle palabras. El puede saber que allí hay peligro. Pero para él ese peligro no tiene un nombre que pueda pronunciarse.

Linden no encontró manera de consolarlo. Gentilmente abandonó la habitación, dejándolo solo, ya que no tenía nada más que ofrecerle.

Debido a la irregularidad de los vientos, el Gema de la Estrella Polar requirió dos días enteros para llegar a divisar tierra; y no se acercó a la entrada del puerto de Bhrathairain hasta la mañana siguiente. Durante aquel tiempo, la expedición había dejado atrás los últimos vestigios del otoño norteño y pasó a un clima caliente y seco, no suavizado por ninguna sugerencia del invierno que se acercaba. Aquel sol parecía quemar la piel de Linden, produciendo en ella una sed constante; y la piedra, normalmente fría, de las cubiertas irradiaba calor que se introducía a través de sus zapatos. Las maltrechas velas parecían grises y deslucidas bajo el fuerte sol y el brillante mar. Sus mejillas recibían ocasionales pulverizaciones de humedad, pero éstas venían de unas nubes aisladas que dejaban caer un poco de lluvia, la cual se evaporaba antes de llegar al mar o al barco, sin aliviar en modo alguno el calor sofocante que reinaba.

Su primera vista de la costa, a escasas millas al este de Bhrathair fue una visión de roca y polvo. El litoral de piedra había sido erosionado por tantos milenios de aridez que las piedras parecían agobiadas por el sol y el amodorramiento, como si lo único que esperasen fuera desvanecerse en la niebla. Toda vida había sido eliminada o exprimida de aquel pálido suelo desde hacía muchos años. La puesta del sol teñía la costa de ocre y rosa, transfigurando la desolación; pero no podía restituirle lo que había perdido.

Aquella noche el dromond costeaba lentamente a lo largo de una región de abatidas rocas que miraban al mar con un gesto de perpetua vejación. Cuando llegó el anochecer, el Gema de la Estrella Polar estaba pasando junto a rocas de la altura de sus vergas. Linden se hallaba con Encorvado en la barandilla de babor de la cubierta de popa, y vio una brecha en las rocas, semejante a la abertura de un pequeño cañón o la desembocadura de un río. Pero a lo largo de los bordes de la hondonada, había muros que parecían tener diez o doce metros de alto. Los muros estaban hechos de la misma piedra descolorida que componía los escarpados. En sus extremos, a ambos lados de la brecha, se levantaban dos torres vigía. Aquellas fortificaciones tenían forma de huso, y parecían colmillos contra el polvoriento horizonte.

—¿Es aquello el puerto? —preguntó Linden extrañada.

El espacio entre los farallones parecía demasiado estrecho para albergar cualquier clase de ancladero.

—El puerto de Bhrathairain —respondió Encorvado en tono susurrante—. Sí. Allí empieza el muro de arena que encierra el sector habitado de Bhrathairealm, o sea, el mismo Bhrathairain y la poderosa fortaleza de arena detrás de él, frente al Gran Desierto. Seguramente en toda esta región no hay ni un solo barco que no conozca los Espigones que identifican y guardan la entrada al puerto de Bhrathairain.

Virando bajo la ligera brisa, el barco gigante se encaminó lentamente hacia las dos torres que Encorvado había llamado Espigones. Allí, Honninscrave maniobró para que el dromond pasara entre ellas. Su anchura era suficiente para que el Gema de la Estrella Polar entrara sin dificultad, pero más allá Linden vio que el canal se ampliaba formando una inmensa cala. Protegidos de los caprichos del mar, escuadrones de barcos podrían haber realizado maniobras en aquel cuerpo de agua. En la distancia divisó velas y mástiles destacándose contra la lejana curva del puerto.

Más allá de los fondeaderos donde estaban aquellos barcos, una densa ciudad ascendía, una pendiente elevándose hacia el suroeste desde el agua. Terminaba en el muro de arena que encerraba la ciudad entera y el puerto; y más allá de aquella pared, estaba el gran montón de piedra que era la Fortaleza de Arena.

Erigida sobre Bhrathairain en cinco niveles, dominaba la vista como un agazapado titán. Su quinto nivel era una torre alta y recta como un dedo de piedra levantado como advertencia.

Mientras el Gema de la Estrella Polar pasaba entre los Espigones, Linden era consciente de que estaban entrando en un callejón sin salida en el que sería extremadamente difícil llevar a cabo cualquier intento de escapar. Bhrathairealm estaba bien protegido. Al estudiar todo cuanto podía ver de la ciudad y del muro de arena, se dio cuenta de que si los ocupantes de la Fortaleza decidieran cerrar sus puertas, los bhrathair no tendrían salida desde sus propias defensas.

El tamaño del puerto, la inmensa y poderosa forma de la Fortaleza de Arena, le produjo tensión y miedo. En voz baja le pidió a Encorvado:

—Háblame de esta gente.

Después de su encuentro con los elohim, desconfiaba de la gente extraña, al no saber qué podía esperar de ella.

El respondió como si ya tuviera preparada la historia:

—Es un pueblo muy curioso; muy condicionado por esta tierra desértica, y por lo que ha tenido que luchar, para su suerte o su desgracia, en combates mortales contra los más temibles habitantes del Gran Desierto. Su historia los ha hecho duros, obstinados y soberbios. Puede que también faltos de escrúpulos. Pero eso no se sabe a ciencia cierta. Las historias que hemos escuchado varían considerablemente según el espíritu de quien las cuenta.

«Por las palabras de Covenant Giganteamigo, así como de los últimos viajes de nuestra gente, está claro que los Sinhogar habitaron durante un tiempo en Bhrathairealm ayudando todo lo que pudieron en las luchas contra los esperpentos de la arena. Por esta razón los gigantes siempre han sido bien recibidos aquí. Pero no hemos tenido mucha necesidad del comercio y del material de guerra que los bhrathair ofrecen. Y las visitas de nuestra gente no han sido frecuentes. Por tanto mis conocimientos carecen la riqueza de detalles que nos gusta a los gigantes.

Hizo un momento de pausa para recoger las piezas de la historia. Luego continuó:

«Hay un adagio entre los bhrathair: Todo aquel que espera que caiga una espada sobre su cuello perderá su cabeza con toda seguridad. Esta es una indiscutible verdad. —Un gesto de humor torció su boca—. Pero la forma de expresar la verdad revela mucho. Numerosas generaciones de lucha contra los esperpentos de la arena han hecho de los bhrathair un pueblo que procura dar el golpe antes de ser golpeado.

»Los esperpentos de la arena, según se dice, son bestias nacidas de la inmensa violencia de las tormentas que se desencadenan en el Gran Desierto. Su aspecto es parecido al del hombre, y también su comportamiento. Pero lo más destacable de su naturaleza es su horrendo salvajismo y su fuerza, superior a la de la piedra y el hierro. La ayuda de los gigantes no hubiera podido evitar que los bhrathair perdieran la tierra donde tienen su hogar, ni tal vez su extinción, si los esperpentos hubieran sido bestias de acción concertada. Pero su salvajismo actuaba locamente, al igual que las tormentas que les habían dado vida. Por tanto a los bhrathair les fue posible luchar, y resistir. En ocasiones, parecían prevalecer, en otras estar a punto de ser vencidos, ya que la violencia de los esperpentos crecía y decrecía a través de las profundidades del erial. Pero nunca había paz. Durante un período de menor peligro se construyó el muro de arena. Como puedes ver —hizo un gesto señalando a su alrededor—, es un trabajo colosal. Y, sin embargo, no estaba a prueba contra los esperpentos. Con frecuencia ha tenido que ser reconstruido, y con frecuencia algunas de esas criaturas han vuelto a causar destrozos en él.

»Las vidas de los bhrathair podían haber continuado así hasta el fin del mundo. Pero, hace muchas generaciones de las vuestras, un hombre llegó a través de los mares y se presentó al gaddhi, el gobernador de Bhrathairealm. Designándose a sí mismo como traumaturgo que realizaba grandes proezas, solicitó la plaza de Kemper, el puesto más alto tras el de gaddhi, soberano de esta tierra. Para ganarlo, propuso terminar con el peligro de los esperpentos de la arena.

»Esto hizo. No sé cómo. Puede que sólo él lo sepa. Todavía perdura el logro. Con sus artes, introdujo a las tormentas del Gran Desierto un prodigioso giro, tan poderoso que destruye y rehace el terreno cada vez. Y por medio de esa tormenta ahora llamadas Condenaesperpentos, él inmovilizó las bestias. Allí se afanan todavía; su violencia fue reglada y dominada por una mayor violencia. Se dice que desde los contrafuertes de la Fortaleza de Arena puede verse todavía estallar la violencia de la Condenaesperpentos siempre situada en el mismo sitio. Se dice que lentamente, a través de los siglos, los esperpentos de la arena se extinguen, llevados uno a uno a la desesperación por la pérdida de su libertad y de poder moverse a través de la arena libre. Y también se dice —añadió Encorvado, hablando suavemente— que en alguna ocasión el Kemper libera a uno o algunos de ellos para que cumplan su negro mandato.

»Como Kemper del gaddhi, Kasreyn del Giro permanece en Bhrathairealm con una vida que se prolonga durante más años incluso que la de los gigantes, aunque él dice que es mortal como cualquier hombre. Los bhrathair son gente cuya vida no es más larga que la de tu pueblo, Escogida. Han habido muchos gaddhis desde la llegada de Kasreyn, ya que su gobierno no se hereda de generación a generación; pero Kasreyn del Giro permanece. Fue él quien hizo construir la Fortaleza de Arena y, debido a su poder y su larga vida, se dice que domina a los gaddhi como si fueran muñecos, gobernando a través de ellos.

»La verdad de esto no la sé. Pero te doy testimonio. —Con su largo brazo señaló la Fortaleza. A medida que el Gema de la Estrella Polar avanzaba por el puerto, el edificio se hacía más nítido y dominante contra el desierto cielo—. Esta es su obra en sus cinco niveles. Cada uno famoso por su perfecto círculo descansando uno de sus lados sobre los otros. El muro de arena esconde el Primer Circinado, el cual proporciona apoyo al Segundo. Luego sigue la Ringla de Riqueza y encima de ella La Majestad. Allí se sienta el gaddhi en su Auspicio. Pero la quinta y más alta parte de la espiral que tú ves, se llama Cúspide de Kemper ya que en ella reside Kasreyn del Giro con todas sus artes. Desde tales alturas no dudo de que imponga su voluntad sobre todo Bhrathairealm, incluyendo Gran Desierto.

En su tono había una mezcla de respeto y temor; y creó las mismas emociones en Linden. Ella admiraba la Fortaleza de Arena y desconfiaba de lo que había oído acerca de Kasreyn. Un hombre con el suficiente poder para inmovilizar los esperpentos de la arena tendría también el suficiente poder para ser un tirano incontrolable. Además, el caso de los esperpentos de la arena la inquietaba. En su mundo, los animales peligrosos solían ser exterminados y no por ello el mundo mejoraba.

Pero Encorvado continuaba hablando. Su atención volvió al puerto. El sol de la mañana hervía a través del agua.

«Y los bhrathair han progresado como por arte de magia. Les falta mucho de lo que se necesita para llevar una vida cómoda, pues se dice que en todo Bhrathairealm hay sólo cinco fuentes de agua fresca y dos campos de terreno cultivable. Pero también poseen mucho de lo que otros pueblos carecen. Bajo la paz de Kasreyn, prospera el comercio. Y los bhrathair se han vuelto grandes constructores navales, servicio que pueden ofrecer a sus lejanos vecinos. Las historias que hemos oído de Bhrathairain y de la Fortaleza de Arena llevan ecos de desconfianza. Pero este no es un lugar para la desconfianza».

Linden comprendió lo que quería decir. Mientras el Gema de la Estrella Polar se acercaba a los muelles, al pie de la ciudad, vio con más exactitud la cantidad de barcos allí reunidos y la actividad en los muelles. En el puerto, había una gran variedad de barcos de guerra, unos en los muelles y otros en fondeaderos alrededor de la Fortaleza: grandes veleros, trirremes con proas de hierro, galeones armados con catapultas. Pero su presencia parecía no hacer efecto en los otros barcos que se agrupaban en el lugar. Bergantines, balandros y mercantes de toda descripción estaban en los muelles, creando un bosque de mástiles y vergas contra el agitado fondo de la ciudad. Cualquier desconfianza que Bhrathairealm pudiera inspirar no tenía influencia sobre la vitalidad de su comercio.

Y el cielo estaba lleno de pájaros. Gaviotas, grajos y cuervos marinos revoloteaban por encima de los mástiles, posándose en los tejados de Bhrathairain y alimentándose de los desperdicios de los barcos. Halcones y milanos volaban en círculo vigilando la ciudad y el puerto. Bhrathairealm debía ser próspera, efectivamente, si podía mantener a tal cantidad de pájaros.

A Linden le gustó verlos. Tal vez no fueran ni limpios ni bellos; pero estaban vivos. Y hacían honor a la reputación de Bhrathairealm como un puerto acogedor.

Cuando el dromond llegó a acercarse lo suficiente para que sus tripulantes oyeran los ruidos de los muelles, apareció un botecillo en el agua. Cuatro hombres bronceados remaban rápidamente hacia el barco gigante; un quinto estaba en la popa. Antes de que el barco estuviera al alcance de su voz, el individuo empezó a gesticular hacia el Gema de la Estrella Polar.

Linden debía tener un gesto de perplejidad, ya que Encorvado le explicó sonriendo:

—Sin duda, quiere guiarnos a algún fondeadero que pueda acomodar un barco de nuestro calado.

En seguida comprobó que su compañero estaba en lo cierto. Cuando Honninscrave obedeció a los gestos del bhrathair, el bote se situó delante del barco gigante, guiándolo hacia los diques. Siguiéndolo, Honninscrave llevó lentamente el Gema de la Estrella Polar a un profundo fondeadero junto al malecón entre dos muelles sobresalientes.

Los trabajadores del puerto esperaban allí para ayudar al amarre del barco. Sin embargo, en seguida se dieron cuenta de lo poco que podían hacer por el dromond. Los cabos que fueron lanzados a los muelles eran demasiado gruesos para ser manejados debidamente. Cuando los gigantes desembarcaban para asegurar el barco, los bhrathair se quedaron asombrados al observar la gran nave de piedra desde el borde del malecón. Pronto una multitud se agrupó ante ellos: trabajadores, marineros de los barcos vecinos, comerciantes y gentes de la ciudad que nunca habían visto un barco gigante.

Linden los estudió con interés mientras observaban el dromond. La mayor parte de sus exclamaciones eran en lenguas desconocidas para ella. La gente pertenecía a diferentes razas; y sus indumentarias iban desde una simplicidad similar a las que usaban Sunder y Hollian hasta los vestidos más exóticos y lujosos, confeccionados en sedas y tafetanes de colores brillantes, dignos de ser usados por un sultán. Un marinero extranjero, tal vez el capitán de un barco o su propietario, iba lujosamente vestido. Pero casi todas las vestimentas ostentosas pertenecían a los mismos bhrathair. Indiscutiblemente eran gente próspera. Y la prosperidad los había inclinado hacia la ostentación.

Se produjo una agitación en la multitud cuando un hombre se abrió paso en dirección al muelle. Era tan moreno como los hombres que tripulaban el bote conductor, pero su indumentaria indicaba un rango más alto. Llevaba túnica y pantalón de un rico material negro que brillaba como satén; su cinturón era de un llamativo metal plateado; y en su hombro derecho exhibía una escarapela, también plateada, como distintivo de servicio. Se acercó con paso decidido como para demostrar a la gente que un barco del tamaño del Gema de la Estrella Polar no le impresionaba. Luego se detuvo bajo la cubierta de popa y esperó con aire de impaciencia la invitación y los medios para subir a bordo.

A una orden de Honninscrave fue lanzada una escalerilla para aquel personaje. Al igual que Encorvado, Linden se acercó al lugar desde donde echaban la escalerilla. La Primera y Soñadordelmar también se habían acercado al capitán, y Brinn había sacado a Covenant de su camarote. Cail estaba detrás del hombro izquierdo de Linden; Ceer y Hergrom andaban cerca. Sólo Vain y Buscadolores decidieron ignorar la llegada del bhrathair.

Un momento después, el hombre subía por la escalerilla, pasando luego a través de la barandilla para situarse ante el grupo.

—Soy el capitán del puerto —dijo sin preámbulos. Tenía una voz gutural que sonaba extraña a los oídos de Linden debido al hecho de que no estaba hablando en su lengua nativa—. Necesitáis mi permiso para comerciar o fondear aquí. Dadme primero vuestros nombres y el nombre de vuestro barco.

Honninscrave miró a la Primera; pero ella no avanzó. Entonces, dirigiéndose al capitán del puerto, dijo:

—Este barco es el dromond Gema de la Estrella Polar. Yo soy el capitán, Grimmand Honninscrave.

El oficial escribió algo en una placa de cera que llevaba.

—¿Y esos otros?

Honninscrave se endureció ante el tono de aquel hombre.

—Son gigantes y amigos de los gigantes. —Luego añadió—: En tiempos pasados los gigantes eran considerados aliados por los bhrathair.

—En tiempos pasados —replicó el capitán del puerto, mirándolo directamente—, el mundo no era tal como es hoy. Mi trabajo no tiene nada que ver con alianzas muertas. Si no tratas abiertamente conmigo, mi juicio pesará contra ti.

Los ojos de la Primera brillaban de rabia; pero su mano se agarraba a una vaina vacía y se mantuvo quieta. Tragándose su indignación con esfuerzo, Honninscrave nombró a sus compañeros.

El bhrathair escribió los nombres en su tabla.

—Muy bien —dijo al terminar—. ¿Qué carga lleváis?

—¿Carga? —respondió Honninscrave—. No llevamos carga.

—¿Ninguna? —exclamó el capitán del puerto con súbita indignación—. ¿No habéis venido a comerciar con nosotros?

—No.

—Entonces estáis locos. ¿Cuál es vuestro propósito?

—Tus ojos te dirán cuál es nuestro propósito. —La voz del gigante sonaba como piedras que chocaran entre sí—: Hemos sufrido serios daños en una gran tormenta. Y venimos en busca de piedra para reparar los desperfectos y provisiones para nuestras bodegas.

—¡Vaya! —exclamó el bhrathair—. Tú eres un ignorante, o estás loco.

Hablaba desprendiendo calor, como si su temperamento hubiera sido formado por la constante opresión del sol del desierto.

—Nosotros somos los bhrathair —continuó—, no tímidas personas a quienes puedas asustar con tu corpulencia. Vivimos en los límites del Gran Desierto y nuestras vidas son duras. Todo el confort que poseemos lo ganamos con el comercio. Yo no concedo nada si no se me ofrece algo a cambio. Si no tienes carga puedes comprar lo que quieras con moneda. Si no dispones de moneda ya puedes zarpar. Esta es mi última palabra.

Honninscrave se mantuvo quieto; pero estaba preparado para cualquier contingencia.

—¿Y si decidimos no zarpar? Si prefieres combatir con nosotros descubrirás que cuarenta Gigantes no son fácilmente abatibles.

El capitán del puerto no vaciló. Su confianza en su cargo era completa.

—Si decides no pagar ni salir, tu barco será destruido antes del anochecer. No habrá hombre o mujer que levante una mano contra ti. Serás libre de ir a tierra y robar lo que quieras. Y mientras lo haces, cuatro galeones con catapultas atacarán tu barco con piedras y fuegos explosivos, convirtiéndolo en ruina ahí mismo donde está.

Por un momento, el capitán del Gema de la Estrella Polar permaneció en silencio. Linden temió que no tuviera respuesta, que hubiera cometido un error fatal al decidir dirigirse a aquel puerto. Nadie se movía ni hablaba.

Por encima de sus cabezas, unos cuantos pájaros bajaron para revisar el dromond. Luego levantaron el vuelo, alejándose.

—Quitamanos. —Su voz iba dirigida al maestro de anclas que estaba en la cubierta de mando—. Asegura el dromond contra cualquier asalto. Prepárate para recoger suministros y salir. Furiavientos. —La sobrecargo estaba cerca—. Inmoviliza a ese capitán de puerto. —En seguida, ella se adelantó unos pasos, poniendo su mano alrededor del cuello del bhrathair—. Está decidido a inflingir daño a los necesitados. Hazle compartir todo el daño que hemos sufrido.

—¡Locos! —El oficial trató de hablar; pero su indignación por el agarre de Furiavientos le hacía parecer apoplético y salvaje—. ¡No hay viento! ¡Estáis atrapados hasta que llegue la brisa de la tarde!

—Entonces tú estás igualmente atrapado —respondió Honninscrave—. Por el momento, nos contentaremos con enseñar a tu puerto a comprender la cólera de los gigantes. Nuestra amistad no se dio a la ligera cuando los bhrathair nos necesitaron para luchar contra los esperpentos de la arena. Ahora aprenderás que nuestra enemistad no es fácil soportar.

La inquietud irrumpió entre los curiosos que estaban alrededor del malecón. Instintivamente, Linden se volvió para ver si tenían intención de atacar el dromond.

Al momento percibió que el movimiento que se observaba no era de amenaza, sino que la multitud era partida bruscamente por cinco hombres a caballo.

Sobre caballos tan negros como la noche, los cinco se abrieron paso en dirección al dromond. Evidentemente eran soldados. En sus negras camisas y polainas llevaban pectorales y grebas de metal plateado; y aljabas y ballestas en sus espaldas, cortas espadas en sus costados, y escudos sobre sus brazos. Cuando salieron de la multitud, forzaron sus monturas en un galope hacia el muelle. Luego se detuvieron de golpe ante la escalerilla del dromond.

Cuatro de ellos permanecieron montados; el quinto, que llevaba un emblema como un sol negro en el centro de su pectoral plateado, desmontó rápidamente y subió por la escalerilla. Con toda tranquilidad, alcanzó la cubierta de popa. Ceer, Hergrom y los gigantes se pusieron en guardia; pero el soldado no se enfrentó a ellos. Pasó una mirada de valoración alrededor de la cubierta y se volvió hacia el capitán, que casi colgaba de la mano de Furiavientos, y empezó a gritarle. El soldado hablaba en una lengua muy rara que Linden no comprendía: la lengua nativa de los bhrathair. Las respuestas del capitán del puerto estaban algo distorsionadas a causa de la mano de Furiavientos, pero parecía que se hacía entender. En aquel momento, Encorvado rozó con el codo el hombro de Linden. Cuando ella lo miró, le hizo un guiño de advertencia. De pronto, ella recordó el regalo de las lenguas que habían recibido los gigantes y recordó la obligación de mantenerlo en secreto. El resto de los gigantes permanecía inexpresivo.

Después de una última alocución que pareció dejar al capitán del puerto totalmente hundido, el soldado se dirigió a Honninscrave y a la Primera.

—Perdón —dijo—. El deber del capitán del puerto es sencillo, pero él lo comprende de manera muy estrecha. —El veneno de su tono estaba dirigido al oficial—. Y comprende pocas cosas más. Yo soy Rire Grist, el Caitiffin del Caballo del gaddhi. La llegada de vuestro barco ha sido vista en la Fortaleza de Arena y fui enviado a daros la bienvenida. Desgraciadamente, me he retrasado a causa de la aglomeración que hay en las calles y no he llegado a tiempo de prevenir malos entendidos.

Antes de que Honninscrave pudiera hablar, el Caitiffin prosiguió:

—Podéis soltar a ese hombre orgulloso de su cargo. El comprende ahora que debéis recibir toda la ayuda que pueda proporcionaros en nombre de nuestra vieja amistad con los gigantes y también en nombre de la voluntad del gaddhi. Tengo la certeza de que todas vuestras necesidades serán satisfechas pronta y cortésmente. —Luego, añadió señalando con el hombro al capitán del puerto—. ¿No vais a soltarlo?

—Dentro de un momento —respondió Honninscrave—. Antes me gustaría oírte hablar más acerca de la voluntad del gaddhi respecto a nosotros.

—Con toda seguridad —respondió Rire Grist con una ligera inclinación— Rant Absolain, gaddhi de Bhrathairealm te manda sus buenos deseos. Desea que se te conceda todo lo que necesites. Y pide que todos los que están contigo y puedan ser separados de la labor de tu barco, sean sus huéspedes en la Fortaleza de Arena. Ni él, ni su Kemper, Kasreyn del Giro, han conocido a gigantes, y ambos están ansiosos de superar su carencia.

—Tú muestras hospitalidad. —El tono de Honninscrave era concomitante—. Pero comprenderás que nuestra confianza ha sido erosionada. Concédeme un momento para consultar con mis amigos.

—Estáis en vuestro barco —respondió el Caitiffin rápidamente. Parecía dispuesto a suavizar el camino de la voluntad del gaddhi—. No pretendo daros prisa.

—Eso está bien. —Un fuerte humor había vuelto a los ojos de Honninscrave—. Los gigantes no somos un pueblo apresurado. —Con una reverencia, que era una parodia de cortesía, se dirigió al puente de mando.

Linden siguió a Honninscrave con la Primera, Soñadordelmar y Encorvado. Cail la acompañaba; Brinn llevó a Covenant. Al llegar, se reunieron alrededor del timón, donde se sentían fuera del alcance del oído de Rire Grist.

En seguida Honninscrave se desprendió de la responsabilidad que había tomado frente a los bhrathair. Con su acostumbrada deferencia a la Primera, le preguntó en tono cortés:

—Tú ¿qué crees?

—No me gusta —dijo ella—. Esta bienvenida es demasiado amable. Un pueblo que necesita una orden expresa del gaddhi para prestar ayuda ante el hecho de haber sufrido daños en el mar, no es demasiado escrupuloso.

—¿Es que podemos escoger? —preguntó Encorvado—. Una bienvenida tan extraña puede ser también extrañamente rescindida. Es patente que necesitamos esa buena voluntad del gaddhi. Seguramente perderemos el derecho a esa bienvenida si rehusamos su ofrecimiento.

—Sí —replicó la Primera—. Y también nos lamentaremos si colocamos un pie o una palabra indebidamente en aquel calabozo, la Fortaleza de Arena. Allí nuestra libertad será tan frágil como la cortesía de Bhrathairealm.

Tanto ella como Honninscrave miraron a Soñadordelmar, demandándole el consejo de la Visión de la Tierra. Pero él movió la cabeza. No tenía ninguna guía que ofrecerles.

Toda la atención de los gigantes se centró en Linden. No había pronunciado ni una palabra desde la llegada del capitán del puerto. Y el ardiente sol parecía nublar sus pensamientos como un anuncio de incapacidad. La Fortaleza de Arena se levantaba sobre Bhrathairealm como una imagen de piedra del poder que había creado la Condenaesperpentos. Intuiciones para las cuales no tenía nombre le decían a ella que el gaddhi y su Kemper representaban azar y oportunidad. Tuvo que luchar contra una creciente confusión interior para mirar a los gigantes.

Haciendo un esfuerzo preguntó:

—¿Qué le dijo ese Caitiffin al capitán del puerto?

Lentamente, Honninscrave contestó.

—Sólo fue un reproche por su actitud respecto a nosotros y la advertencia de que el gaddhi quiere darnos la bienvenida. Sin embargo, su vehemencia misma sugiere otra intención. De alguna forma esta bienvenida no sólo es demasiado vehemente. Es urgente. Sospecho que a Rire Grist se le ha mandado no fallar.

Linden miró a otra parte. Había esperado una revelación más clara. Con voz neutra, murmuró:

—Ya tomamos nuestra decisión cuando decidimos venir aquí en primer lugar.

Su atención seguía deslizándose hacia la Fortaleza de Arena. Inmensos poderes yacían escondidos dentro de aquellos austeros muros. Y los poderes eran respuestas.

Los gigantes se miraron nuevamente unes a otros. Cuando la Primera asintió de mala gana, Honninscrave se cuadró de hombros y se volvió a Quitamanos:

—Maestro de anclas —dijo solemnemente—. Dejo el Gema de la Estrella Polar en tus manos. Cuídalo bien. Lo primero es la seguridad del barco gigante. Lo segundo, conseguir piedra para que Encorvado pueda empezar a trabajar. Lo tercero será el aprovisionamiento de nuestras bodegas. Y debes encontrar los medios para avisarnos ante cualquier peligro. Si lo juzgas necesario, puedes incluso abandonar este puerto. No tengas escrúpulos en hacerlo. Podremos reunimos contigo más allá de los Espigones.

Quitamanos aceptó el mando. Su delgada y trigueña cara no mostraba vacilación alguna. El riesgo era un estímulo para él, y lo aceptaba de buen grado porque lo distraía de su eterna tristeza.

—Permaneceré aquí con el Gema de la Estrella Polar —dijo Encorvado. Parecía que la idea no le resultaba atractiva. No le gustaba separarse de la Primera—. Debo empezar mi trabajo. Y si es necesario, Quitamanos podrá disponer de mí para llevar mensajes a la Fortaleza.

La Primera asintió de nuevo. Honninscrave dio una rápida palmada de camaradería en el hombro de Encorvado y luego se volvió hacia la cubierta de popa. Con voz clara, dijo:

—Sobrecargo, puedes soltar al capitán del puerto. Aceptamos la amable hospitalidad del gaddhi.

Sobre los barcos, las gaviotas y los grajos seguían graznando como si estuvieran hambrientos.