DOCE

El agravio del mar

No había lluvia, sólo viento. Un viento con la fuerza de un torrente, y nubes que encerraban el mar en un hosco crepúsculo de horizonte a horizonte, y finas pulverizaciones que se desprendían de las crestas de las olas como vapor para golpear como granizo. El huracán incidía en ángulo sobre el barco, escorándolo de un lado.

Linden abrió la boca para aspirar aire. Cuando logró eliminar los restos de agua de sus ojos, se quedó atónita al ver que había gigantes en la arboladura. No sabía cómo lograban mantenerse. Era imposible que pudieran trabajar allí, soportando de lleno el azote de la tormenta.

Sin embargo, estaban trabajando. El Gema de la Estrella Polar necesitaba velas para seguir su camino. Pero si los mástiles llevaban demasiado velamen, cualquier cambio de viento imprevisto o una racha inesperada podía hacer volcar el dromond o simplemente hundirlo. Los tripulantes plegaban las velas superiores. Parecían pequeñas e insignificantes contra el inmenso y oscuro poderío de la tormenta. Pero lentamente, laboriosamente, consiguieron poner las velas bajo control.

En lo alto del palo de trinquete, un gigante perdió su punto de apoyo y tuvo que soltar los chafaldetes para salvarse. La Saludodelalba fue instantáneamente arrancada. Volando de manera salvaje como un albatros herido, se perdió de vista, en la dirección en que soplaba el viento.

Los otros gigantes tuvieron mejor fortuna. Gradualmente el Gema de la Estrella Polar mejoró su curso, pero las enormes olas seguían sacudiendo el barco. Este se zambullía en el seno de una ola, estrellándose de lado contra la siguiente, levantándose y hundiéndose nuevamente como si quisiera enterrar su proa en el fondo. Linden se agarraba con fuerza a la escalera para no ser lanzada por la borda.

No podía permanecer allí. Sabía que el Gema de la Estrella Polar estaba en peligro; y le asustaba pensar que una intensificación de la tormenta pudiera romper el barco. Y la tormenta estaba intensificándose. Sentía su furia concatenándose en la distancia. El dromond surcaba los inicios del huracán: su centro estaba cada vez más cerca. La dirección que seguía estaba conduciendo al Gema de la Estrella Polar al peor punto de la violencia.

Tenía que avisar a Honninscrave.

Trató de subir por la escalera; pero el viento le cubría la cara con su propio cabello y aspiraba el aire de sus pulmones, amenazándola con llevársela. Tuvo un instante de verdadero pánico.

El brazo de Cail rodeó su cintura como un cinturón de piedra. Su voz llegó a ella.

—¡Busca refugio!

El viento cortaba sus palabras en trozos, haciendo su grito casi inaudible.

Ella sacudió la cabeza nerviosamente, tratando de conducir la voz a través del viento.

—¡Llévame a la cubierta de mando!

El dudó por un momento mientras miraba a su alrededor, estimando el peligro. Luego la llevó escaleras arriba.

Se sentía como una muñeca de trapo. Si él hubiera sido un hombre normal, ambos habrían sido lanzados al mar. Pero era un haruchai. Luchando contra la fuerza del viento la llevó a la cubierta de mando.

Allí sólo había tres gigantes: Honninscrave, Furiavientos y la Primera. La sobrecargo manejaba el timón, rodeándolo con ambos brazos. Sus músculos estaban tensos por el esfuerzo. Sus piernas separadas para hacer más fuerza. Parecía una estatua de granito, capaz de permanecer allí hasta que el mar y el tiempo convirtieran en cascotes al Gema de la Estrella Polar.

Anclada en su peso y fortaleza, la Primera se mantenía inmóvil. La Búsqueda no estaba en sus manos. Bajo aquellas condiciones, todo dependía de la tormenta… y del Gema de la Estrella Polar. Y el dromond dependía de Honninscrave.

El se encontraba junto a Furiavientos; pero toda su atención estaba enfocada hacia adelante, más allá del barco, como una baliza ardiendo por su seguridad. Sus pobladas cejas parecían proteger su visión. Se comportaba como si pudiera verlo todo. Su cortante rugido atravesaba el viento y los gigantes respondían como una materialización de su voluntad. Paso a paso luchaban con las velas y los obenques, haciendo que el Gema de la Estrella Polar soportara la situación lo mejor posible.

Linden trató de gritar, pero el viento le azotaba los dientes y empujaba su voz hacia el interior de su garganta. Con un vehemente gesto se dirigió al capitán.

—¡Honninscrave! —Tuvo que gritar con todas sus fuerzas para hacerse oír—. ¡Cambia de rumbo! ¡Nos dirigimos directamente al centro de la tormenta!

La seguridad con que pronunció estas palabras, llamó su atención. Inclinándose hacia ella, gritó:

—¡No puede ser!, ¡esta tormenta viene del sur! Siguiendo como vamos nos mantendremos en sus límites y nos desviaremos muy poco de nuestro rumbo.

¿El sur? Ella le miró, sin creer que él pudiera estar equivocado sobre tales cosas. Pero forzó su vista en aquella dirección y vio que realmente estaba equivocado. Sus sentidos discernían claramente un núcleo de violencia allí, aunque estuviera a muchas leguas de distancia. El rumbo marcado por Honninscrave conduciría al Gema de la Estrella Polar al mismo corazón de aquella tormenta.

Una mirada hacia el noroeste le confirmó lo que había visto anteriormente. El huracán estaba allí, titánico y monstruoso. Las dos tormentas iban a encontrarse con el Gema de la Estrella Polar entre ambas. Cada salto y cada golpe de la quilla del dromond lo acercaba a la tormenta más fuerte.

Con un grito que pareció romper su garganta, dijo a Honninscrave lo que había visto.

Sus noticias le aturdieron. El no había tenido ocasión de ver el huracán. La primera tormenta había dominado el barco gigante antes de que entrara en el área de la segunda. El desastre parecía inevitable si se mantenía el rumbo escogido. Pero rectificó rápidamente. El era el capitán del Gema de la Estrella Polar, y lo sentía en cada nervio y en cada tendón. Siempre se hallaba dispuesto para reaccionar ante cualquier peligro.

—¿Cuál es tu consejo? —gritó.

Ella trató de concentrarse para calcular el punto de intersección de las tormentas, estimando el efecto que podrían producir una con otra. No tenía mucha práctica en tales visualizaciones. Estaba entrenada para predecir los efectos de las enfermedades, no para la furia de los vientos. Pero los leyó lo mejor que pudo.

—¡Si nos mantenemos en este rumbo! —Su pecho se esforzó para gritar—. ¡Es posible que esquivemos una en el sur! ¡O lo peor de ella! ¡Antes de que logremos situarnos lo bastante lejos de la otra!

Honninscrave asintió con aprobación. El arco de su frente parecía hecho a prueba de cualquier tormenta.

—¡Pero la otra! —concluyó Linden como si estuviera llorando—. ¡Es terrible! ¡Si tienes que elegir, ve al sur!

—¡Te escucho! —Su grito se perdió entre las salpicaduras y las rachas. Había ya vuelto su cabeza para gritar órdenes a través del viento.

Sus órdenes sonaban tan locas como la galerna. Linden sentía cómo se acercaba el huracán. Cada vez más. Seguramente no había barco, especialmente uno tan pesado como el dromond, que pudiera soportar una furia de tal magnitud. El viento era un aullido incesante en los cabos. Podía ver los mástiles balanceándose. Las vergas parecían ondear como brazos extendidos tratando de mantener el equilibrio. La cubierta se bamboleaba. Si Furiavientos no suavizaba su presión sobre el timón, éste podría romperse, dejando al Gema de la Estrella Polar a merced de la avidez de los mares. Mientras Linden vacilaba, la última vela que quedaba en el palo de mesana se hizo trizas y desapareció, hebra a hebra. Su aparejo cayó atravesando el aire como un látigo e, instintivamente, ella protegió su cabeza presionándola contra Cail.

Gritando, Honninscrave mandó a los gigantes que reemplazaran las velas perdidas.

Linden acercó la cara al oído de Cail, y gritó:

—¡Llévame a la parte delantera! ¡He tenido una idea!

El le indicó con un gesto que la había comprendido e inmediatamente la condujo hacia la escalera por el lado de barlovento, ya que el barco se inclinaba hacia el mar por sotavento.

En su camino hacia la escalera, Linden vio a varios gigantes, entre los que estaba Encorvado, corriendo por la cubierta de popa, acompañados de Ceer y Hergrom. Estaban ensartando cuerdas salvavidas. Cuando ella y Cail llegaron al pie de la escalera, Encorvado y Ceer se acercaron a ellos. Encorvado le dedicó una sonrisa, a la vez que parpadeaba para quitarse el agua de los ojos. Señaló hacia la cubierta de mando, y gritó como riéndose:

—¡Nuestro Honninscrave está en su elemento! ¿Verdad?

Luego ascendió por la escalera para unirse a su esposa y al capitán.

La ropa de Linden estaba empapada. La blusa se le pegaba a la piel. Cada gota de agua que el mar le lanzaba parecía llegar hasta sus huesos. Ya había empezado a temblar. Pero era un frío extraño, impersonal, como si ella ya no estuviera habitando dentro de su cuerpo.

Entonces la lluvia se desprendió de las nubes e invadió el aire como si todo él se hubiera convertido en espuma. El océano pareció estrecharse alrededor del Gema de la Estrella Polar, cerrando todos los horizontes. Linden apenas podía ver más allá de los muros del comedor. Estaba maldiciendo, pero la lluvia le impedía escuchar su propia voz. Con tan escasa visibilidad ¿cómo sabría Honninscrave cuándo tenía que virar para sortear el ciclón? Trató de agarrarse a la cuerda salvavidas más próxima, puso los dedos a su alrededor y empezó a tirar de ella para empujarse hacia adelante.

Tenía una idea. Pero podía ser sensata o loca. El viento desdibujaba toda distinción.

La cubierta de popa parecía tan larga como un campo de batalla. La lluvia y las salpicaduras de las olas lanzaban sábanas de agua contra sus tobillos, y estuvieron a punto de hacerla caer sobre la cubierta. En cada zambullida del barco gigante ella temblaba como un eco de las vibraciones que se desplazaban a lo largo de la quilla del dromond. La cuerda salvavidas estaba rígida a causa del frío e irritaba sus manos. Sin embargo, se esforzó en seguir adelante. Había fallado en todo lo demás. No podía aceptar que aquella simple tarea estuviera más allá de sus fuerzas.

Ceer iba delante para abrir la puerta. A causa de un remolino de la tormenta, Linden no alcanzó el umbral y cayó al suelo. Los dos haruchai aguantaron la puerta; y al momento el aire se tensó hasta el extremo que cabía pensar que iba a producirse una explosión en el comedor. Esta impresión estaba reforzada por los gemidos y crujidos procedentes del exterior. En un momento de pánico, pensó que oía el ruido de las piezas del barco al romperse. Pero al recobrar su aliento se dio cuenta de que lo que estaba oyendo eran los lamentos del palo mayor.

A la luz de las linternas, veía claramente el fuste del mástil que tenía unos grabados que ella no había observado antes. Tal vez fuera la historia de la construcción del Gema de la Estrella Polar, o de sus viajes. No lo sabía. A medida que avanzaba, aumentaba la intensidad de los gemidos y crujidos. Los masteleros, muy por encima de ella, habían empezado a cantar. Casi se cayó otra vez, cuando Cail abrió la puerta y un graznido, similar al de un cóndor, la golpeó. Pero Cail la protegió con sus brazos, ayudándole a salir a la otra cubierta. Al momento, la lluvia cayó como una tromba. Linden se agarró a una cuerda salvavidas atada al palo trinquete. Con la cuerda aprisionada bajo el brazo para que le sirviera de soporte, bajó su cabeza e inició su avance contra el viento.

Delante de ella apareció la silueta de un gigante que avanzaba en dirección contraria sujetándose al mismo cable. Cuando estuvieron frente a frente, reconoció a Quitamanos. Este se apartó para dejarla pasar y luego gritó como en un acto de camaradería:

—¡Qué tormenta! Si estuviera menos seguro de nuestras cartas creería que hemos sido llevados al Muerdealmas.

Ella no tuvo tiempo de contestar. Sus manos ardían por la fricción de la cuerda y el frío. El cable la rozaba con aspereza. Tenía que llegar hasta Buscadolores. Sólo él en el Gema de la Estrella Polar tenía el poder de evitar el desastre que iba a producirse.

Al llegar al palo de trinquete, descansó un poco, apoyándose de forma que el viento la presionara sobre la piedra. En aquella posición el tormento del palo repercutía dolorosamente dentro de ella. La vitalidad del granito estaba siendo puesta a prueba sin consideración alguna. Por un momento sintió una sensación rayana en el espanto. Pero cuando lanzó su percepción en el mástil, se recuperó. Al igual que Honninscrave, el dromond se hallaba en apuros. El Gema de la Estrella Polar podía inclinarse y mucho, pero no hasta el punto de romperse.

A pesar de eso, el corazón del huracán se alzaba contra ella igual que una montaña viviente; un coloso acercándose a grandes pasos para aplastar al barco gigante. Agarrándose a un cable que iba en la dirección de la proa, siguió avanzando.

Entre sábanas de agua que la envolvían como mortajas, divisó a Vain. El Demondim estaba a medio camino entre el palo de trinquete y la proa, mirando hacia delante como vigilando a Buscadolores. Y estaba tan rígido que daba la sensación de que la superficie que había bajo sus pies era una peana y él una estatua pegada a ella. Ni el viento ejercía el menor efecto sobre él.

Buscadolores se hizo visible por un momento. Luego desapareció cuando el barco gigante hundió su proa y la introdujo en la ola siguiente. Una avalancha de agua cortó las piernas de Linden como si las separara de su cuerpo. Apenas podía mantener las manos cogidas a la cuerda. Sólo podía avanzar entre olas. Cuando el Gema de la Estrella Polar levantaba su cabeza, trataba de avanzar unos pasos. Cuando la hundía se quedaba quieta y rezaba para que el cable no cediera.

Desplazándose así, por etapas, al final llegó a la barandilla. Desde allí ya le faltaba muy poco para llegar. Pero la última parte era la más difícil. Estaba temblando de frío y agotamiento; y el vertiginoso movimiento del barco la derribó y después tiró de ella alejándola del mar. Un torrente de maldiciones involuntarias se concentró en su garganta. Cada vez que el barco caía y la quilla se estrellaba contra la superficie del agua, la fuerza de la resistencia del barco repercutía en ella. El esfuerzo para mantener la respiración en cada golpe de mar amenazaba con terminar con su existencia. Varias veces se salvó gracias al soporte del hombro de Cail.

Al fin llegó hasta Buscadolores. El la contempló entre zambullidas. Y cuando ella logró distinguirlo claramente, su visión la dejó aturdida. No estaba mojado. El viento no movía su cabello; el agua no lo tocaba. Emergía de entre las olas con la vestidura seca y los ojos limpios como si estuviera cubierto de algún material que lo inmunizara de cualquier violencia del clima o del mar.

Pero su impecable aspecto confirmó su determinación. Era un ser de pura Energía de la Tierra, capaz de mantenerse a sí mismo inmune a los efectos del viento o del agua. Y ¿qué era una tormenta sino una manifestación de la Energía de la Tierra, desencadenada y salvaje pero actuando dentro de la Ley de su propia naturaleza?

Al impacto de la siguiente ola, agachó la cabeza. El agua cayó sobre ella, cubriéndole la cara con su cabello. Cuando el dromond se elevó nuevamente, soltó una mano de la barandilla para apartarlo de sus ojos. Luego gritó a Buscadolores:

—¡Haz algo! ¡Sálvanos!

En su taciturna expresión no se produjo alteración alguna. No hizo ademán de gritar; pero sus palabras llegaron a los oídos de Linden tan claramente como si la tormenta hubiera enmudecido.

—Los elohim no interferimos en la vida de la Tierra. No hay vida sin estructura. Y nosotros respetamos esta estructura en cada una de sus manifestaciones.

Estructura, pensó Linden, Ley. Ellos son lo que son. Su poderío está marcado por sus limitaciones. El Gema de la Estrella Polar cabeceó. Tuvo que agarrarse a la barandilla para salvar su vida. El caos era muerte. La energía no podía existir sin regulación. Si el poder incontrolado del Sol Ban había crecido tanto, podría afectar a los propios cimientos de la Tierra.

Cuando el diluvio hubo pasado, insistió:

—¡Entonces dile a Honninscrave lo que debe hacer! ¡Guíale!

El elohim pareció sorprendido.

—¿Guiarle? —Pero luego se encogió de hombros—. Si me hubiera preguntado, la pregunta hubiera llegado a mí. En tal caso ¿dónde estaría mi ética? Pero ahora ya no importa. —El barco gigante se hundió nuevamente. Aún así Linden pudo oírlo a través del tumulto del agua y el viento—. El tiempo para tales preguntas ya ha pasado.

Cuando la proa volvió a la superficie pudo ver a qué se refería: procedente del lugar donde se hallaba el corazón del huracán, se acercaba una pared de agua tan alta como los palos del barco gigante.

Era conducida por el viento, un viento tan salvaje y tremendo que empequeñeció todo lo demás; un viento que convertía en vapor todo el agua que arrastraba, segando la cresta de todas las olas, de manera que el océano, bajo su presión, se acumulaba y corría como el flujo de un negro magma.

Dada la posición del Gema de la Estrella Polar, la pared de agua iba a alcanzarlo de lleno.

Linden la miró sintiéndose atrapada por la muerte. En el último momento antes de la embestida oyó la enronquecida voz de Honninscrave, que gritaba:

—¡Protégeos!

Luego su grito fue borrado por el estentóreo rugido del viento, en el que se combinaban la angustia y la ferocidad de todos los condenados.

Al recibir el impacto, Linden se lanzó a Buscadolores buscando su protección o tratando de llevárselo con ella. No supo exactamente cuál era su intención. El golpe de la gran ola puso fin a todas las diferencias. Sus manos pasaron a través de él, pero consiguió una última y clara visión de su rostro. Sus ojos estaban amarillos de aflicción.

La parte de estribor del barco gigante se elevó como un solevantamiento erogénico y ella cayó hacia el mar.

Pensó que chocaría contra la barandilla de babor y extendió sus brazos para alcanzarla, pero pasó por encima.

El mar la acogió con tal fuerza que no sintió el impacto ni las aguas que se cerraron sobre ella.

Al mismo tiempo, algo duro rodeó su cintura, elevándola a la superficie. Estaba ya a cuatro o cinco metros del barco. La parte de babor estaba sumergida; la cubierta entera se alzaba ante ella. Estaba en posición casi vertical, dispuesta a caer, a aplastarla contra el mar. Pero no cayó. De alguna forma, el Gema de la Estrella Polar permaneció balanceándose sobre uno de sus lados con casi la mitad de sus cubiertas de babor sumergidas. Y Cail continuaba sujetándola.

Con la mano derecha la cogía por la cintura manteniéndola lo más lejos que permitía su brazo. Ceer se cogía a los tobillos de Cail, siguiendo el mismo procedimiento.

Vain esperaba a los haruchai. Estaba como enraizado en la cubierta, con el cuerpo en ángulo recto respecto a la piedra, casi paralelo al mar. Pero se movía descendiendo sobre la cubierta, situándose casi en la línea del agua, hasta que logró asir los tobillos de Ceer.

No se molestó en levantar la cabeza para comprobar si Linden estaba a salvo.

Luchando contra la embestida del agua, Ceer tiraba de Cail para acercarlo a la cubierta, al tiempo que éste lo hacía de Linden. En un esfuerzo conjunto, los haruchai contrajeron la cadena hasta que Cail logró cogerse a la muñeca de Vain con su mano libre. El Demondim no intervino para facilitar su tarea; pero cuando estuvieron sujetos a él, sosteniendo a Linden entre ambos, soltó los tobillos de Ceer. Entonces los haruchai la levantaron hasta colocarla detrás de Vain, en la cubierta.

Abrazados a los rígidos tobillos de Vain, pudieron darle tiempo a ella para que se recuperase.

Había tragado demasiada agua; la sal le producía náuseas. Un espasmo de tos agarrotó sus intestinos. Pero, una vez hubo pasado, pudo respirar mejor que antes de que la gran ola los golpeara. Escorado del lado donde ellos estaban, el Gema de la Estrella Polar los protegía del viento. La turbulencia del vendaval golpeaba el mar tras pasar sobre el barco de modo que su superficie espumaba y danzaba frenéticamente, pero en la cubierta había una misteriosa calma.

Al recuperar la respiración, los destrozos que se habían producido en el dromond la golpearon como si volviera a ser atacada por la tormenta.

En cada uno de los niveles de sus sentidos, el barco de granito hervía con fuerza. Irradiaba dolor como un animal herido y atrapado en la terrible trampa del temporal. De proa a popa y de la punta de los mástiles hasta la quilla, toda la piedra vibraba, torturada por unas presiones que sus constructores no pudieron haber previsto. El Gema de la Estrella Polar se había inclinado tanto que las puntas de los mástiles casi tocaban el agua. Yacía atravesado contra el viento; y la salvaje tormenta lo iba hundiendo en el océano con aterradora celeridad.

Si las olas hubieran llegado en sentido contrario, el dromond se hubiera hundido con toda seguridad; pero en esto, al menos, tuvieron suerte. La titánica tormenta azotaba por el otro lado. Pero, aun así estaba a punto de zozobrar. Si el gran peso de sus mástiles y vergas no hubiera estado compensado por su enorme quilla, se hubiera ya desplomado hacia su muerte.

De alguna manera, la fuerza del viento había salvado al barco. Al instante, había reducido a tiras las velas restantes, disminuyendo así su efecto sobre los mástiles. Pero de todas formas la supervivencia del barco era tan frágil como un hueso viejo. Cualquier cambio en la posición del dromond respecto al viento, cualquier variación en el curso del viento o del mar sería suficiente para romper aquel precario equilibrio. Y cada aumento en la cantidad de agua que el dromond absorbía, lo amenazaba con llevarlo a pique.

Los gigantes debían estar en las bombas; Pero Linden no sabía si podrían dar salida a la cantidad de agua que entraba por las escotillas y portillones, así como por las puertas rotas del comedor. La furia del viento aullaba en el casco como si tratara de masticar la piedra y tragársela. Y aquel sonido, la incisiva ululación y crujido del granito bajo las ráfagas, Gradaban su mente como los dientes de una sierra. No se dio cuenta de la fuerza con que apretaba sus dientes hasta que el dolor se introdujo como una cuña entre los huesos de su cráneo.

Por un terrible momento, el peligro del barco borró todo lo que tenía en su mente. Pero luego su corazón volvió a la vida y el pánico se apoderó de ella. Agarrándose a Cail, gritó tratando de superar el estruendoso ruido del viento:

—¡Covenant!

Su camarote estaba en la parte de babor, debajo de la cubierta de mando. Debía estar bajo el agua. El no estaba en condiciones de salvarse del mar cuando éste entró en su camarote a través de los portillos rotos. Estaría allí desamparado, ahogándose.

Pero Cail respondió:

—¡Brinn estuvo vigilando! ¡El ur-Amo está a salvo!

¡A salvo! ¡Jesús mío! Llena de esperanza gritó:

—¡Llevadme con él!

Ceer se volvió e hizo un gesto de llamada. Poco después, un gigante que estaba cerca del palo trinquete lanzó un cable. Los dos haruchai lo cogieron. Lo ataron alrededor de la cintura de Linden y luego se agarraron a él mientras el gigante los hacía ascender a través de la piedra llana de la cubierta, tirando de la cuerda.

Vain se quedó donde estaba como si le gustara observar el mar a tan escasa distancia. Por el momento, al menos, había realizado sus propósitos. El negro rigor de su espalda decía claramente que era lo único que le importaba.

Cuando el gigante consiguió que Linden y los haruchai llegaran junto a él, mostró fervientemente su alegría por la presencia de ella. Era Tejenieblas. El temor que había sentido vibraba todavía en sus músculos. Por encima del hombro les dio las gracias a los haruchai.

Su abrazo gigantino proporcionaba seguridad bajo la tormenta. Pero ella no podía permitirse un retraso. El dromond estaba a punto de irse a pique.

—¿Dónde está Covenant? —gritó.

Delicadamente Tejenieblas la dejó al suelo. Luego señaló hacia la popa.

—El capitán reúne a la tripulación sobre el palo de mesana, ¡Covenant Giganteamigo está allí! Ahora yo me voy a ayudar con las bombas.

Los haruchai asintieron, mostrando que habían comprendido. Tejenieblas se retiró aceleradamente hacia una escotilla que daba acceso a las dependencias situadas bajo la cubierta y desapareció.

Manteniendo a Linden entre ellos, Cail y Ceer empezaron a avanzar en dirección al comedor. Agarrados cuidadosamente a las cuerdas salvavidas, llegaron a la puerta principal. Al traspasarla, vieron que los gigantes habían dispuesto más cables, que permitían cruzar el espacio que los separaba de la cubierta de popa. Una linterna colgaba todavía en un loco ángulo del palo mayor y su tenue luz revelaba los destrozos de mesas y bancos medio sumergidos en la parte inferior del salón. La destrucción parecía un golpe dado en el mismo corazón de los gigantes, en su lugar de reunión tan querido por ellos.

Pero los haruchai no perdieron el tiempo en lamentaciones, se limitaron a llevar a Linden hacia la cubierta de popa.

La mayor parte de la tripulación y los viajeros del barco estaban allí, colgados en distintas actitudes a lo largo de la batayola de estribor sobre el mástil. A través del agobiante crepúsculo, pudo ver a más de veinte gigantes, incluidos Encorvado, la Primera, Soñadordelmar y Honninscrave. Encorvado le gritó su bienvenida pero ella apenas pudo oírlo. Estaba tratando de distinguir a Covenant.

Un momento después, lo localizó. Estaba medio tapado por el cuerpo de Soñadordelmar, que trataba de protegerlo. Brinn y Hergrom permanecían junto a él, uno a cada lado; y Covenant colgaba flácidamente como si todos sus huesos estuvieran rotos.

Ceer y Cail sujetaron a Linden a una cuerda salvavidas de uno de los cables que corría a lo largo de la cubierta de popa ocho o diez pasos por debajo de la barandilla que habían dispuesto allí para permitir el movimiento en ambos sentidos, así como para evitar que alguien pudiera caerse. En la disposición de los cables reconoció la meticulosa preocupación de Honninscrave por sus tripulantes y la vida de su barco. El estaba ocupado en dirigir el emplazamiento de más cables de forma que su gente estuviera protegida por una verdadera red de cuerdas salvavidas.

Cuando estuvo cerca de Covenant, su presencia le dio una falsa energía. Aceptó la protección del brazo que Soñadordelmar había extendido hacia ella, trasladándose desde él hasta Brinn y la barandilla. Luego se colocó al lado de Covenant y en seguida empezó a explorar sus posibles heridas o deterioros.

Estaba tan empapado como ella y unos temblores incontrolados recorrían su cuerpo como si tuviera escalofríos en la médula de sus huesos. Pero en otros aspectos estaba tal como los elohim lo habían dejado. Sus ojos miraban igual que si hubieran perdido la capacidad de enfocarse en algo. Su boca estaba abierta y su barba llena de agua. Al notar su presencia, Covenant repitió su advertencia casi inaudible contra el rugido del viento. Pero las palabras no significaban nada. Debilitada por el cansancio se acomodó a su lado.

La Primera y Encorvado estaban cerca, esperando su veredicto sobre el estado de Covenant. Linden sacudió la cabeza; y Encorvado se sobresaltó. Pero la Primera no dijo nada. Se comportaba como si la ausencia de un enemigo contra el que poder luchar crispara sus nervios. Era una luchadora profesional; pero la supervivencia del barco gigante dependía de la pericia de los hombres de mar y no de las espadas. Linden captó la mirada de la Primera y asintió. Sabía cómo debía sentirse la espadachina.

Mirando a su alrededor se quedó asombrada al ver que Furiavientos estaba todavía en su puesto de timonel. Agarrada a los radios de la rueda y apoyándose con fuerza en el suelo, la sobrecargo se mantenía en su puesto con la estólida intransigencia de una estatua.

Al principio. Linden no comprendió por qué Furiavientos permanecía en un lugar tan expuesto e inútil, ni por qué el capitán permitía que alguien se quedara allí. Pero luego su pensamiento se clarificó. El dromond todavía necesitaba el timón para mantener su precario equilibrio. Además, si el viento cambiaba a proa, Furiavientos podría, valiéndose del timón, poner el Gema de la Estrella Polar perpendicular al mismo, ya que el barco gigante naufragaría con toda seguridad si cualquier cambio dejara su proa, aun ligeramente, a merced del viento. Y si el viento soplaba de popa, podría tener oportunidad de enderezar el barco. Con la tormenta detrás, el Gema de la Estrella Polar aún podría levantarse y navegar.

Linden no comprendía como se podía resistir, ni aun siendo un gigante, lo que Furiavientos estaba resistiendo. Pero la ruda mujer se agarraba a aquella remota esperanza y no soltaba el timón ni por un segundo.

Al fin Honninscrave terminó con la colocación de cuerdas salvavidas. Pasando de cable a cable, llegó hasta donde estaban la Primera y Encorvado, cerca de Linden. Mientras subía, gritaba dando ánimos y gesticulando a los tripulantes. Encorvado lo había descrito acertadamente: estaba en su elemento. Sus hombros de roble llevaban la carga del dromond como si fuera ligera para ellos.

Al llegar a las proximidades de Linden, gritó:

—¡No te preocupes, Escogida! ¡El Gema de la Estrella Polar aún nos sacará de esta tormenta!

Ella no confió mucho en sus palabras. Su fortaleza sólo lograba aumentar su aprensión.

—¿A cuántos hemos perdido? —preguntó con voz rota.

—¿Perdido? —Su réplica atravesó la ferocidad del huracán—. ¡Ninguno! Tu aviso nos preparó. ¡Todos están aquí! ¡Los que no ves están cuidando de las bombas! —Mientras hablaba, Linden se dio cuenta de que, por encima del lugar donde se encontraba, salían chorros de agua del costado del barco, que se convertían en niebla al ser barridos por el viento—. Las de babor no podemos usarlas. Pero éstas de estribor las hemos conectado para sacar el agua de las bodegas. Quitamanos, que está al mando abajo, dice que sus hombres mantienen un buen ritmo. ¡Resistiremos Escogida! ¡Vamos a sobrevivir!

Linden trató de compartir su fe, pero no pudo.

—¡Quizás debiéramos abandonar el barco!

El la miró, y ella sintió la furia de sus palabras antes de que las pronunciara.

—¿Quieres arriesgarte en este mar con una falúa?

Desesperanzada dijo:

—¿Qué es lo que vamos a hacer?

—¡Nada! —replicó con un grito que era un desafío—. ¡Mientras dure la tormenta nuestra situación seguirá siendo demasiado precaria. Pero cuando llegue el cambio, y va a llegar, quizás te des cuenta de que los gigantes somos marineros, y el Gema de la Estrella Polar un barco que enorgullece el corazón! Hasta entonces debes tener fe. ¡Piedra y Mar! ¿No comprendes que estamos vivos?

Pero ella ya no le escuchaba. El imponderable aullido del temporal parecía azotar directamente a Covenant. Estaba temblando de frío. Su necesidad la torturaba, pero no sabía cómo tocarlo. Sus manos estaban inutilizadas. Tan frías que incluso no podía cerrar los puños. Las rozaduras de la cuerda habían dejado algunos puntos sangrantes en sus palmas, formando unas gotas víscidas entre sus dedos. Pero ella no les prestó atención.

Más tarde repartieron grandes tazones de diamantina entre los compañeros. El licor gigantino disminuyó un poco su debilidad, permitiéndole seguir luchando por su vida. Pero no levantó su ánimo. No podía explicarse la razón que había tenido Vain para salvarla. Sentía la fuerza de la tormenta como una agresión maligna. Seguramente, de no haber sido salvada por el Demondim, el temporal se hubiera aplacado.

Su sentido de la salud insistía sin embargo en que el huracán era de origen natural, no una manifestación de maldad deliberada. Pero estaba tan abatida por la violencia del viento y por el frío, tan erosionada por el miedo que ya no podía apreciar la diferencia.

Todos ellos iban a morir, y todavía no había encontrado la manera de devolver la mente a Covenant.

Más tarde, la noche acabó con la última iluminación. La galerna no amainaba. Las estrellas no se dejaban ver, como si hubiesen sido tragadas por la tormenta. Nada excepto pocas y débiles linternas, una cerca de Furiavientos y las restantes repartidas a lo largo del borde superior de la cubierta de popa, se enfrentaba a la oscuridad. El viento continuaba segando el mar con un ruido tan penetrante como una guadaña. A través de la piedra sentía el quejido de los mástiles al protestar contra sus amarras, así como el monótono sonido de las bombas. Todos los miembros de la tripulación hacían turnos abajo, pero sus mayores esfuerzos apenas eran suficientes para impedir el aumento del nivel del agua. No podían reducir el gran peso de la sal que el Gema de la Estrella Polar tenía acumulada en su costado. Se volvió a pasar la diamantina. El día había parecido interminable. Linden no sabía cómo afrontar la noche y permanecer sana.

Gradualmente sus compañeros se sumergieron en sí mismos, como había hecho ella. El desaliento los cubría como la noche, se introducía en ellos como el frío. Si entonces hubiese cambiado el viento, la sobrecargo no habría estado preparada para maniobrar. En la distante luz de su linterna parecía tan inmóvil como la piedra, incapaz de las reacciones de las cuales podía depender el dromond. Pero Honninscrave no mandaba a nadie para relevarla: cualquier breve indecisión mientras el timón cambiaba de manos podría causar el hundimiento del barco. Y por tanto los gigantes que no estaban en las bombas no tenían otra forma de luchar por sus vidas que descansar y temblar. Ya ni el capitán hubiera podido levantarles el ánimo. Agazapados contra la barandilla, con el negro mar moviéndose casi directamente debajo de ellos, y esperando como hombres y mujeres sentenciados a muerte.

Pero Honninscrave no los dejó solos. Cuando sus voces de ánimo no hicieron ningún efecto, gritó inesperadamente:

—¡Encorvado! ¡La somnolencia de estos gigantes me aterra! ¡En los próximos días esconderán sus cabezas para no oír la historia que contemos de ellos! ¡Alégranos con una canción que levante nuestros corazones y nos recuerde quiénes somos!

Desde un lugar cercano, Linden oyó a la Primera gritar:

—Anda Encorvado. Cántales una canción.

Pero Encorvado no pareció haberla oído.

—¡Capitán! —respondió a Honninscrave riéndose—. ¡He estado ya pensando esa canción! ¡No puede silenciarse, ya que se agita mi corazón, haciéndose demasiado grande para que mi pecho pueda contenerla! ¡Estad atentos! —Con un lúgubre tambaleo, se dejó caer cubierta abajo. Cuando chocó con la primera cuerda, esta vibró bajo su peso, pero aguantó. Medio reclinándose contra la cuerda, miró hacia arriba—. Será un placer para mí cantar esta canción para vosotros.

Las sombras proyectadas por las linternas introducían muecas adicionales en su extraño rostro. Pero su sonrisa era inequívoca; y mientras continuaba con sus bromas se hizo menos forzada.

—Voy a cantar la canción que cantó Bahgoon en el segundo aniversario de su sumisión a su esposa y bruja, esa legendaria odalisca Thelma Dos Puños.

El poder de su gracia personal arrancó tímidos aplausos a los desalentados gigantes. Fingiendo una exagerada melancolía, empezó. En realidad no cantaba, no podía lograr que la canción fuera audible. Pero recitó sus versos con gritos rítmicos que afectó a su auditorio igual que la música.

«Mi amor tiene ojos que no brillan,

Su encanto es empañado por abundantes manchas,

Sus labios gesticulan agriamente,

Sobre dientes que están mal colocados».

«Sus miembros son más fuertes que los míos,

Y aquello que de grado no le doy, lo toma por la fuerza.

Sus cabellos más cerdas son que cabellos,

Sus besos más salmuera que licor».

«Su olor me pone enfermo,

Su plática está de gracia desprovista,

Su forma de vestir puro reflejo de como es.

Y pienso con amargura que todavía la quiero».

Era una canción muy larga; pero desde aquel momento, Linden dejó de prestarle atención. Oyó a la Primera murmurar suavemente para sí misma, ajena a que alguien pudiera oírla.

—Por esto te quiero, Encorvado —dijo en el viento y la noche—. En verdad, éste es un regalo para levantar el corazón. Esposo mío, me avergüenza no poder igualar tu gracia.

De alguna forma, el deformado gigante parecía avergonzar a toda la tripulación. En respuesta a su ejemplo, salieron de su desolación y empezaron a hablar animadamente unos con otros como si hubieran vuelto a la vida. Algunos hasta reían; otros erguían sus espaldas y se agarraban fuertemente a la barandilla como si, al hacerlo, pudieran oír mejor la canción.

Instintivamente, Linden siguió su ejemplo. Las emanaciones de actividad la urgieron a expulsar parte de su entumecimiento.

Pero al hacerlo, su percepción empezó a gritarle. Detrás de la restauración de los gigantes creció una presencia de peligro. Algo se estaba aproximando al barco gigante; algo maléfico y fatal. No tenía relación con la tormenta. La tormenta no era perversa. Aquello sí.

—¿Escogida? —preguntó Cail.

—No me toques —dijo Covenant con voz clara.

Ella trató de ponerse en pie. Sólo la rápida intervención de Cail le impidió que se cayera hasta donde estaba Encorvado.

—¡Jesús! —apenas se oía a sí misma. La oscuridad y el viento la ensordecían—. Va a atacarnos aquí.

La Primera se volvió rápidamente hacia ella.

—¿Atacarnos?

—¡Ese Delirante! —gritó Linden, aterrada.

Y el asalto empezó.

Una multitud de serpientes largas y oscuras salieron del agua por debajo del palo de mesana. Entre los reflejos de las linternas se veía como empezaban a trepar por la piedra.

Mientras serpeaban hacia arriba, absorbían luz. El aire parecía encenderlas en un feroz color rojo.

Ardiendo con un carmesí interior igual que serpientes de fuego, atacaron la cubierta, trepando hacia Covenant y Linden.

¡Anguilas!

Un inmenso número de ellas.

No eran de fuego; no desprendían llamas. Más bien irradiaban el rojo calor de la maldad desde su forma semejante a la serpiente. Dirigidas por la maldad del Delirante que tenían dentro, brillaban como sangre incandescente mientras subían. Eran tan grandes como el brazo de Linden. Sus dientes al descubierto despedían luz tan incisiva como navajas.

La Primera gritó una llamada de alerta que se esfumó sin producir eco en el viento.

Las anguilas que iban en cabeza habían alcanzado ya el nivel del mástil; pero Linden no podía moverse. La evidente fuerza de la presencia del Delirante la sujetaba. Los recuerdos de Gibbon y Marid ardían en su interior; un negro anhelo respondió saltando dentro de ella como una alegría salvaje. ¡Poder! La parte de ella que deseaba posesión y Delirantes codiciaba la soberana fuerza de la muerte y luchaba contra su consciente odio, su vulnerable y deliberado rechazo del mal; y la contradicción la inmovilizaba. Ella se había sentido así en los bosques detrás de Haven Farm, cuando el Amo Execrable la había mirado desde el fuego y ella había permitido que Covenant bajara solo hacia su condena.

Pero aquella amenaza contra él había roto finalmente su temor, enviándola corriendo a su rescate. Y las anguilas iban por él ahora, cuando era completamente incapaz de defenderse. Ante aquel peligro su mente pareció retroceder, huyendo del pánico para adentrarse en su viejo campo profesional.

¿Por qué había decidido el Execrable atacar precisamente entones, cuando los elohim le habían hecho tanto daño a Covenant? ¿Habían actuado los elohim por razones propias sin conocimiento del Despreciativo, o inducidos por él? ¿Se había equivocado en su apreciación sobre ellos? Si el Amo Execrable no conocía la situación en que se encontraba Covenant…

Hergrom, Ceer y la Primera, habían empezado ya a bajar para detener el ataque; pero Encorvado estaba más cerca del peligro que cualquier otro. Rápidamente se deslizó por debajo de su cuerda salvavidas para alcanzar el cable más próximo. Sujetándose allí, se agachó, cogió una anguila y la aplastó.

Al cerrarse su mano, una descarga de rojo poder explotó a través de él. La chispa lo coloreó de rojo, destacándolo contra la oscuridad del mar. Con un grito en su pecho se desplomó cubierta abajo, golpeándose fuertemente contra la base del mástil. Allí quedó tendido, inmóvil, casi sin respirar.

Otras anguilas pasaron sobre sus piernas. Pero ante su quietud, no descargaban su fuego contra él.

Hergrom bajó resbalando hacia el gigante herido. Al llegar, quitó a patadas tres anguilas de las piernas de Encorvado. Las criaturas cayeron al mar retorciéndose; pero su poder alcanzó el pie de Hergrom, produciéndole convulsiones. Sólo la brevedad de la chispa salvó su vida. Conservó el suficiente control sobre sus músculos para agarrar con una mano la ropa que cubría la espalda de Encorvado y sujetarse con la otra al palo. Tirando espasmódicamente como un salvaje, logró evitar la caída de Encorvado y la suya propia.

Cada espasmo amenazaba con llevarle a él o al gigante al contacto con otras de las criaturas.

Entonces la Primera llegó al nivel del asalto. Con sus pies plantados en la cubierta y atada por la cintura con una de las cuerdas, cogió su espada con ambas manos. Su espalda y hombros se hinchaban con el temor y la rabia por lo sucedido a Encorvado.

El arranque de la Primera sacó a Linden de su concentración. Desesperadamente gritó:

—¡No!

Era demasiado tarde. La Primera atacaba con su espada a las anguilas más cercanas a sus pies. La energía pasó a través del hierro, dañando sus manos y luego su cuerpo. El fuego formó un aura a su alrededor. Un rojo estático se desprendía de su cabello. La espada cayó. Desplomándose en una lluvia de chispas, chocó contra el agua y, lanzando un agudo grito, desapareció.

Ella no hizo ningún esfuerzo para cogerla. Su aturdido cuerpo permaneció sobre la cuerda. Debajo de ella, el agua hervía de malicia mientras las anguilas trepaban por la cubierta entre aire y fuego.

Solamente Ceer actuó. Captando la situación con una celeridad que rozaba la percepción, se había tomado un instante para enrollar una cuerda a su cintura. Cuando la Primera caía, lanzó la cuerda al tripulante más cercano y saltó tras ella.

Logró sujetarla por los hombros. Luego el gigante tiró de la cuerda, manteniendo a Ceer y la Primera justamente sobre el nivel del agua.

—¡No los muevas! —gritó Linden al instante—. ¡Ella ya no resistiría otra descarga!

La Primera estaba inmóvil, al igual que Ceer. Las anguilas pasaban por encima de ellos como si fueran parte de la cubierta.

Con un tremendo esfuerzo, Hergrom logró controlarse. Estabilizó sus piernas e impidió el salto de Encorvado un latido de corazón antes de que más anguilas empezaran a trepar sobre los dos.

Linden apenas podía pensar. Sus amigos estaban en peligro. Los recuerdos de Piedra Deleitosa y de Gibbon renacieron en ella. La presencia del Delirante golpeaba sus sentidos, aterraba cada pulgada de su carne. En Piedra Deleitosa, el conflicto de sus reacciones contra tal poder maligno la habían llevado a una catatonia de horror. Pero ahora dejó que el sabor del mal circulara por su cuerpo y luchó para concentrarse en las criaturas. Necesitaba encontrar la manera de combatirlas.

Los reflejos de Soñadordelmar fueron más rápidos. Arrancando a Covenant de Brinn saltó al primer cable, arrastrándose luego a través de la cuerda hasta el comedor.

Brinn fue tras él como si los persiguiera para rescatar al ur-Amo del gigante que se había vuelto loco. Pero casi inmediatamente el plan de Soñadordelmar se mostró claro. Al trasladar a Covenant hacia adelante, las anguilas siguieron en aquella dirección, ávidas de su presa. Todo el frente del ataque se dirigió hacia adelante.

Pronto Ceer y la Primera fueron dejados atrás. Y un momento después, Encorvado y Hergrom estaban fuera de peligro.

Inmediatamente el gigante que sostenía la cuerda de Ceer levantó al haruchai y a la Primera. Honninscrave se deslizó con las cuerdas hasta el mástil. Cogió a Encorvado de las heridas manos de Hergrom.

Pero a cada momento llegaban más anguilas, dirigidas por el Delirante para lanzarse sobre Covenant. Poco después, Soñadordelmar llegó al amarre del cable cerca de la barandilla, en el ángulo del comedor. Allí dudó unos momentos, miró hacia atrás a sus seguidores. Pero no tenía elección. Se había comprometido y estaba ahora arrinconado entre el edificio y la barandilla. Las criaturas que les seguían estaban a escasa distancia de sus pies.

Cuando Brinn llegó junto a él, Soñadordelmar cogió al haruchai por el brazo y lo lanzó diestramente, describiendo un arco, hacia el inclinado tejado. Aterrizó justamente en el sotavento del barco bajo la loca tormenta. Casi sincronizando el movimiento, Soñadordelmar plantó un pie encima de la barandilla y saltó detrás de Brinn.

Por un instante, el viento le dio de lleno, tratando de lanzarlo al mar. Pero su peso y su impulso lo mantuvieron en el tejado. Más allá del ángulo del comedor, quedó fuera de la vista de Linden. Luego reapareció arrastrándose a lo largo del palo mayor. Llevaba a Covenant colgado sobre sus hombros.

A pesar de los terribles riesgos que él había corrido, el valor de Linden se levantó. Quizá la pared del comedor cerraría el paso a las anguilas.

Pero las criaturas no se dieron por vencidas y continuaron trepando por la pared del comedor, pegando sus vientres a la piedra lisa. A medida que su fuego aumentaba, se interponía entre ella y la oscuridad del mástil, impidiéndole ver a Soñadordelmar y Covenant.

A una orden de Honninscrave varios gigantes empezaron a luchar contra las anguilas, utilizando trozos de cable a guisa de látigos. Y tuvieron algunos éxitos. Las descargas quemaban las cuerdas pero no llegaban a las manos de los gigantes. Muchas anguilas fueron abatidas por la fuerza de los golpes.

Pero las criaturas eran demasiado numerosas; y los gigantes se veían limitados por la constante necesidad de conseguir cuerdas. Ellos no podían impedir su avance por el muro, no podían evitar que avalanchas de serpientes de fuego subieran por la cubierta. Y más y más anguilas surgían incesantemente del mar. Pronto Soñadordelmar estaría atrapado. Ya las criaturas estaban llegando al tejado.

Su instinto, y la urgencia del momento, indujeron a Linden a ponerse en movimiento. En un «flash» de memoria, ella vio a Covenant, de pie, valiente y arrogante, dentro la caamora que él había creado para los muertos de la Aflicción, protegido del fuego por la magia indomeñable. Fuego contra fuego. Apoyándose en Cail alcanzó la linterna que colgaba de la barandilla por encima de su cabeza. Aunque estaba aterida por el frío e insegura por la falta de equilibrio, se volvió y la lanzó hacia el tejado del comedor.

Cayó cerca de la pared alumbrada de rojo. Pero al estrellarse contra la cubierta se rompió; y el aceite se esparció sobre las anguilas que estaban más cerca. Instantáneamente se incendiaron. Su propio poder se convirtió en una conflagración que las consumía. Convulsionadas en sus espasmos de muerte, caían hacia el agua y silbaban su muerte en la oscuridad.

Linden trató de gritar; pero Honninscrave fue más rápido.

—¡Aceite! —gritó— ¡traed más aceite!

En respuesta, Ceer, y dos de los Gigantes corrieron hacia una escotilla cercana.

Otros miembros de la tripulación trepaban en busca de las linternas que quedaban, pero Honninscrave los detuvo.

—¡Vamos a necesitar luz!

Soñadordelmar, Covenant y Brinn eran ahora visibles en el resplandor de las anguilas más adelantadas. Soñadordelmar estaba en el mástil con Covenant sobre sus hombros. Cuando las anguilas iban a alcanzarlos trepaba por el mástil. Era un lugar muy difícil para desplazarse; curvado, festoneado por cables, marcado por abrazaderas. Pero, a pesar de todas las dificultades, continuó su camino hacia arriba con los ojos fijos en las anguilas. Su mirada reflejaba la loca determinación de su fuego. En la tenebrosa iluminación, parecía pesado y fatal, como si su propio peso fuera suficiente para hacer zozobrar al Gema de la Estrella Polar.

Entre él y el ataque estaba Brinn. El haruchai seguía a Soñadordelmar afrontando el peligro como el último guardián de la vida de Covenant. Linden no podía leer su rostro a tal distancia: pero él debía saber que el primer golpe que asestara también sería el último. Sin embargo, no vacilaba.

Ceer y los dos gigantes no habían vuelto. Midiendo el tiempo por el ritmo de su respiración, Linden creyó que se estaban retrasando demasiado. Habían ya muchas anguilas en el tejado, y aún otras continuaban saliendo del mar, como si su número fuera tan interminable como que la malevolencia que portaban.

Repentinamente Soñadordelmar se tambaleó en la turbulencia más allá del sotavento del barco. La galerna lo combatía desde abajo, casi derribándolo del mástil. Pero se agachó y se sujetó a la piedra con sus piernas, y sus fuertes muslos le permitieron resistir contra el vendaval. La luz se reflectaba desde la cicatriz que tenía bajo los ojos como si su rostro estuviera ardiendo. Covenant colgaba insensible de sus hombros. Las criaturas estaban cerca. Entre ellos y la muerte había un haruchai desarmado.

Bajo los efectos del nerviosismo, Honninscrave gritó a su hermano.

Soñadordelmar le oyó y comprendió. Cambió de posición al Incrédulo de forma que descansara encunado entre sus piernas. Luego empezó a desatar los obenques que tenía a su alrededor.

Cuando no podía alcanzar los nudos o no podía deshacerlos con suficiente rapidez, los rompía como si fueran hilos. Y a medida que los dejaba sueltos o los rompía, los pasaba a Brinn.

Así armado, el haruchai avanzó para enfrentarse a las anguilas.

Desde una posición imposible, golpeó a las criaturas con sus rudimentarios látigos. Algunos trozos eran demasiado cortos para librarle por completo de la caliente agresión. Pero de alguna forma mantenía su control y seguía luchando. Cuando hubo terminado las armas, se volvió a Soñadordelmar para coger las que el gigante tenía para él.

A los ojos de Linden, los defensores de Covenant parecían héroes condenados. La superficie del mástil limitaba el número de anguilas que podían acercarse simultáneamente, pero el suministro de látigos para Brinn también estaba limitado por la cantidad de cable que estaba al alcance de Soñadordelmar. Aquel recurso se estaba agotando rápidamente. Y no había otros medios para ayudarles.

Frenéticamente, Linden gritó a Honninscrave para que lanzara más cuerda a Soñadordelmar. Pero en aquel momento Ceer llegó portando bajo el brazo una gran bolsa que parecía un pellejo de vino. Había salido por debajo de la cubierta de mando precipitándose a la cuerda salvavidas más cercana. Con toda la presteza de los haruchai, avanzó hacia adelante.

Detrás de él iban los dos gigantes. Avanzaban con más lentitud ya que cada uno llevaba dos bolsas, pero se apresuraban como podían.

Honninscrave mandó a su tripulación apartarse de su camino. Una vez hubo pasado el palo de mesana, Ceer destapó su bolsa. Y, volviéndola a colocar bajo su brazo, esparció un líquido negro por la piedra debajo de él. El aceite dejó la cubierta resbaladiza, extendiendo hacia abajo su tornasolado resplandor.

Cuando el aceite llegó a las anguilas, la cubierta se convirtió en un campo de fuego.

El fuego se extendió rápidamente, siguiendo el reguero dejado por Ceer como un ser hambriento. Incendió a las anguilas, lanzándolas unas contra otras para multiplicar la ignición. En pocos momentos toda la cubierta por debajo de él era una hoguera. Las criaturas del Delirante eran aniquiladas por su propia conflagración.

Pero centenares de ellas habían llegado ya a la pared y al tejado del comedor; y ahora el acceso de los tripulantes a él estaba bloqueado. El fuego por sí solo no hubiera detenido a los gigantes, pero el aceite hacía a la cubierta demasiado difícil de atravesar. Hasta que fuera consumido por las llamas, ninguna ayuda podría llegar hasta Soñadordelmar y Brinn, excepto a lo largo del cable que había utilizado Ceer.

Disponían de escasos momentos. No había más cable dentro del área al alcance de Soñadordelmar. Trató de deslizarse hasta la primera verga, donde había una gran cantidad de obenques; pero el intento lo expuso aún más a la turbulencia del viento. Antes de que hubiera recorrido la mitad de la distancia, las ráfagas se hicieron demasiado fuertes para él. Tenía que empujar a Covenant colgado de la piedra con todas sus extremidades a fin de evitar que ambos fueran lanzados a la noche.

La bolsa de Ceer estaba vacía antes de que hubiera logrado llegar al comedor. Se vio forzado a detenerse. No había forma humana de llegar a él. Honninscrave dio órdenes. De inmediato, el gigante más próximo de los dos que portaban aceite se detuvo, aseguró sus pies, y lanzó sus bolsas hacia adelante, una después de otra. La primera fue recogida por el capitán cuando se había colocado inmediatamente detrás de Ceer. La segunda pasó por encima de ellos para estrellarse contra el borde del tejado. El aceite se desparramó pared abajo. Las llamas la limpiaron de anguilas. Rápidamente las supervivientes del ataque, fueron expulsadas de la cubierta de popa.

Honninscrave dio instrucciones a Ceer. Ceer pasó por detrás del gigante y trepó por su espalda como si se subiera a un árbol. Honninscrave cruzó la distancia que los separaba de la pared. Desde sus hombros, Ceer saltó al tejado. Luego se volvió para coger la bolsa que el capitán lanzó hacia arriba.

Las llamas saltaron cuando Ceer empezó a esparcir aceite sobre las anguilas.

Tomando impulso, Honninscrave, se colgó del borde del tejado. A pesar del aceite, sus dedos lo sostuvieron, desafiando el peligro cuando saltó sobre los aleros. Los gigantes le lanzaron sus dos últimas bolsas. Cogiendo una con cada mano por la parte más estrecha, se agachó bajo el viento y siguió a Ceer.

Linden no podía ver lo que pasaba. El comedor bloqueaba la base del mástil desde su punto de mira. Pero el resplandor rojo que iluminó el plano rostro de Brinn cuando se retiraba, era el carmín del fuego de las anguilas, no el amarillo anaranjado de las llamas.

Un momento más tarde, su retroceso lo puso al alcance del viento.

Se tambaleó. Con toda su fuerza y equilibrio, opuso resistencia; pero el huracán lo dominaba, y su violencia salvaje estaba incrementada por la forma en que venía arremolinándose al pasar el sotavento del tejado. No podría evitar la caída.

Golpeó desenfrenadamente a las anguilas mientras se retiraba. Simultáneamente se deslizó de nuevo hacia Soñadordelmar. De un golpe destruyó a un atacante. Su poder le iluminó contra la noche como un relampagueo de dolor.

En aquel momento una de las bolsas voló, al ser lanzada por Ceer u Honninscrave a Soñadordelmar. Luchando con el viento, Soñadordelmar trató de levantar los brazos y alcanzar la bolsa de aceite. Colocándosela debajo del codo, vertió el aceite sobre el mástil.

La luz de las anguilas se convirtió en fuego. Las llamas cubrieron el mástil, cayeron gotas de aceite inflamado, abrasando criaturas hasta el mar.

Linden escuchó un grito que no tenía sonido. Aullando de frustración el Delirante emprendió la huida. Su maléfica presencia se desvaneció librándola de su asfixia. La iluminación de las anguilas y el aceite, le permitió descubrir a Brinn. Colgaba de uno de los tobillos de Soñadordelmar moviéndose inútilmente, cabriolando inútilmente. Pero a pesar del viento que lo balanceaba de un lado a otro como a un muñeco, estaba fuertemente agarrado y se mantuvo.

El aceite se quemó rápidamente. Ya la cubierta de popa había vuelto a la oscuridad de la tormenta, la noche era mitigada solamente por unas pocas y débiles linternas. Ceer y Honninscrave pronto estuvieron dispuestos para ascender al mástil.

Atado por una cuerda a Honninscrave, Ceer se colgó por debajo del mástil y se deslizó hacia afuera hasta que logró alcanzar a Brinn. Lo rodeó con sus brazos, y esto permitió que Honninscrave arrastrara a los dos por la cuerda con relativa seguridad. Luego, el capitán fue en ayuda de su hermano.

Con Covenant entre ellos, un vínculo más íntimo y ligante que el nacimiento, Honninscrave y Soñadordelmar descendieron quedando fuera del alcance del viento.

Linden no podía creer todavía que hubieran sobrevivido, que el Delirante hubiera sido expulsado. Se sintió desfallecer por la mezcla de alivio y cansancio, impaciente por tener a Covenant nuevamente cerca, para comprobar si había sido dañado.

El y sus salvadores estaban fuera de su vista, tras la esquina del comedor. No podía soportar la espera, pero tenía que esperar. Esforzándose en recuperar el dominio de sí misma, fue a reconocer a Encorvado, la Primera, y a Hergrom. Se estaban recuperando bien. Los dos gigantes heridos no parecían haber sufrido ningún daño de consideración. La Primera ya estaba lo suficiente fuerte para maldecir por la pérdida de su espada; y Encorvado estaba bisbiseando algo como si estuviera asombrado por la temeridad con que había cargado contra las anguilas. Su inmunidad gigantina a las quemaduras los había protegido a todos.

Comparado con ellos, Hergrom parecía a la vez menos y más seriamente herido. No había perdido la conciencia; su mente permanecía clara. Pero la reacción de sus músculos era lenta. Aparentemente su resistencia a las descargas de las anguilas había prolongado sus efectos sobre él. Sus miembros mantenían prácticamente su estado normal, pero los músculos de su cara continuaban contrayéndose y expandiéndose en una exagerada muestra de trepidación.

Tal vez, pensó Linden como si sus muecas fueran un augurio, tal vez el Delirante no haya sido expulsado. Tal vez ha estado observando el estado de Covenant y de la Búsqueda y ha ido a informar al Amo Execrable.

Luego se volvió para ver la llegada de Ceer y Brinn, Honninscrave y Soñadordelmar. Con el Incrédulo.

Se acercaban cuidadosamente a través de las cuerdas salvavidas. Brinn, al igual que Hergrom sufría erráticos espasmos musculares, pero ya estaban remitiendo. Soñadordelmar parecía enormemente cansado, pero su sólida constitución no mostraba otra herida.

Honninscrave llevaba a Covenant. Al verlo, los ojos de Linden se llenaron de lágrimas. Nunca había sabido controlar las lágrimas que aparecían en sus ojos ante cualquier provocación; y ahora no lo intentaba. Covenant no había cambiado; seguía tan vacío de mente o voluntad como una cripta abandonada. Pero estaba a salvo. Cuando el capitán lo sentó, Linden fue hacia él en seguida. Aunque no estaba habituada a tales gestos, aunque quizás no tenía derecho a hacerlo, rodeó con sus brazos a Covenant, sin importarle que pudieran ver el fervor de su abrazo.

Pero la noche era larga y fría, y la tormenta todavía bramaba como la encarnación de toda la furia. El Gema de la Estrella Polar seguía sometido a las locas acomedidas del mar, en un tenue equilibrio entre la vida y la muerte. Nada se podía hacer excepto luchar para sobrevivir y esperar. Entre los escalofríos que sentía en sus huesos, el cansancio que pesaba en sus miembros tan intensamente que ni la diamantina lograba aliviarlo, Linden se sorprendió al darse cuenta de que tenía tanta capacidad de esperanza como los gigantes.

El espíritu de los gigantes parecía expresar su esencia en Honninscrave quien llevaba el mando del barco como si el Gema de la Estrella Polar, por sí mismo, fuera indomable. En el timón, Furiavientos ya no se mostraba con la rigidez a que la había sometido la obligación de conservar sus fuerzas. Por el contrario, sus grandes brazos asían las cabillas de la rueda como si ella fuera más inquebrantable que la misma tormenta. Brinn y Hergrom habían recobrado su característica impenetrabilidad. El dromond vivía. La esperanza era posible.

Cuando por fin llegó el amanecer, Linden había caído ya tan profundamente en su cansancio que el sol la tomó por sorpresa. Aún adormilada, no sabía que le causaba más asombro: el retorno al día, no esperado después de aquella interminable noche, o el hecho de que el cielo estuviera limpio de nubes.

Apenas podía dar crédito a sus ojos. Al estar cubierta por el sotavento del barco, no se había dado cuenta de que la lluvia había cesado en algún momento de la noche. Ahora los cielos estaban matizados de púrpura y azul, mientras el sol aparecía casi directamente detrás de la popa del dromond. Las nubes se habían ido como si hubieran sido destruidas por el constante desgarro del viento. Y todavía la galerna continuaba soplando, inabatible e inapelable.

Parpadeando débilmente, miró a sus compañeros. Parecían anormalmente diferentes en la clara luz de la mañana, como hombres y mujeres que hubieran sido abatidos por la tensión hasta un límite extremo. Sus ropas estaban arrugadas y salpicadas de sal: la sal también convertía sus caras en máscaras disecadas de su mortalidad, tornándose en polvo al abrir y cerrar las manos, doblar los brazos o cambiar de posición. En aquel momento se movían. Hablaban roncamente unos con otros, hacían flexiones para desentumecer sus músculos y miraban al mar calibrando sus condiciones. Estaban vivos.

Linden hizo inventario de los supervivientes para asegurarse de que nadie se había perdido. El monótono zumbido de las bombas le proporcionaba indicios sobre el número de gigantes que había abajo, y aquel número completaba su cuenta. Tragando la amargura de la sal detenida en su garganta, preguntó a Cail si alguien había visto a Vain o a Buscadolores.

Le respondió que Hergrom había ido poco antes para ver si el Demondim y el elohim estaban a salvo. Los había encontrado tal como los había visto Linden la última vez. Buscadolores inmóvil como un mascarón de proa. Vain derecho dando su cara a las profundidades, como si pudiera leer los secretos de la Tierra en la oscura agitación del agua.

Linden asintió. No esperaba otra cosa. Vain y Buscadolores tenían algo en común: ambos eran inescrutables e imprevisibles como el mar, impenetrables como la piedra. Cail le ofreció un tazón de diamantina, y ella tomó un sorbo, pasándolo luego al gigante más próximo. Parpadeando contra la luz demasiado intensa, se volvió para estudiar la agitada llanura del océano.

Pero el mar no estaba llano. Grandes ondulaciones corrían con el viento. Sintió que la galerna no había disminuido; pero debía haber cambiado de alguna forma. Su fuerza no recorría completamente la superficie de las olas.

Con un pinchazo de aprensión, se asomó para ver la línea del agua debajo de ella.

El nivel subía y bajaba ligeramente. Y en cada subida se apropiaba de una pequeña porción de cubierta cuando las olas arrojaban agua dentro del barco. El crujido de los mástiles se había hecho estentóreo. Las bombas trabajaban a plena capacidad.

Poco a poco, el Gema de la Estrella Polar estaba cayendo dentro de su última crisis.

Linden buscó a Honninscrave en la cubierta; gritó su nombre. Pero cuando él se volvió para contestar a su llamada, ella se detuvo. Los ojos de él estaban oscurecidos por el conocimiento y el pesar.

—Lo he visto, Escogida. —Su voz tenía un tono de desconsuelo—. Somos afortunados por esta luz. Si todavía estuviéramos en la oscuridad…

Honninscrave cayó en un triste silencio.

—Honninscrave. —La Primera habló incisivamente, como si la amargura de Honninscrave la sublevara—. Ha de hacerse.

—Claro —respondió él en tono desmayado—. Ha de hacerse.

Ella insistió.

—Ha de hacerse ahora.

—Claro —suspiró nuevamente—. Ahora.

La preocupación distorsionaba su rostro; pero un momento después recapturó su fuerza de decisión, y su espalda se enderezó.

—Ya que ha de hacerse, voy a hacerlo ahora.

Bruscamente señaló a cuatro de sus tripulantes, indicándoles que lo siguieran, y empezó a avanzar hacia el centro del barco en dirección a proa. Por encima del hombro dijo:

—Quitamanos. Yo mandaré este comando.

La Primera habló después que él como para reforzar sus palabras o alabarlas.

—¿Cuál vas a elegir?

Sin volverse, respondió con el nombre gigantino del palo mayor, pronunciando la palabra con tristeza como el recuerdo de un amor perdido.

—El Gema de la Estrella Polar no puede desequilibrarse, ni de popa ni de proa.

Con los cuatro gigantes tras él, comenzó a bajar.

Linden se acercó a la Primera, temblando, y cuando estuvo a su lado le preguntó:

—¿Qué van a hacer?

La forma en que la miró la Primera, fue para Linden como una bofetada.

—Escogida —dijo—, tú has hecho mucho, y tienes que hacer más. Este asunto déjalo en manos del capitán.

Linden se quedó paralizada durante unos momentos ante el desaire. Luego empezó a maldecir. Pero pronto la idea se clarificó ante ella, y tuvo que dominarse. En el tono de la Primera había frustración y pena, no ofensa. Ella compartía las emociones de Honninscrave. Y estaba indefensa. La supervivencia del dromond estaba en manos de Honninscrave, no en las de ella. Además, la pérdida de su espada parecía haberle arrebatado algo vital, haciéndola brusca por la pérdida de la confianza en sí misma.

Linden lo comprendió. Pero no tenía nada que ofrecerle. Volviéndose hacia Covenant, cogió su brazo como si aquel contacto fuera un medio de asegurarse y centró su atención en el nivel del agua.

La subida y bajada de las olas se había incrementado, multiplicando así el dominio del mar sobre el barco gigante. Ahora estaba segura de que el ángulo de la cubierta se había inclinado más. Las puntas de los mástiles colgaban fatalmente tocando las olas. Sus sentidos captaban el esfuerzo del barco para mantener su equilibrio. Percibía tan vividamente como si lo estuviera viendo, que si aquellas puntas tocaban el agua, el Gema de la Estrella Polar sería tragada hacia sus profundidades.

Momentos después, Quitamanos llegó corriendo de los niveles bajo cubierta. Su pálida y vieja cara estaba tensa de determinación. Aunque se había pasado toda la noche y la mayor parte del día anterior dirigiendo el trabajo en las bombas, sudando con ellas, se movía como si la necesidad del Gema de la Estrella Polar fuera más importante que cualquier otra cosa, incluido su cansancio. Mientras ascendía, llamó a varios gigantes. Cuando le respondieron, los condujo dentro del comedor, quitándolos de la vista de los presentes.

Linden hundió sus dedos en el brazo de Covenant y trató de controlar su temblor. Cada movimiento de las olas, era una pérdida para el barco, que se inclinaba un poco más.

En aquel momento, la llamada de Honninscrave resonó debajo de la cubierta. Parecía provenir de las bodegas, de la zona situada debajo del palo mayor.

Quitamanos le gritó que estaba preparado.

Un ruido ensordecedor hizo vibrar toda la piedra, ahogando el de las bombas y el silbido del viento. Durante un loco instante, Linden pensó que Honninscrave y su tripulación estaban destrozando el macho del palo mayor, tratando de romper el dromond desde dentro, como si de esta forma lo hicieran menos valioso para la tormenta, como si ya no le valiera la pena hundirlo. Pero los gigantes que había a su alrededor estaban tensos y expectantes; y la Primera gritó:

—¡Estad dispuestos! ¡Debemos estar preparados para trabajar por nuestras vidas!

La intensidad de los golpes, su furia desesperada, atrajo la atención de Linden hacia el palo mayor. La piedra había empezado a llorar como un hombre torturado. Las vergas temblaban a cada golpe. Entonces lo comprendió. Honninscrave atacaba la base del palo. Quería romperlo y lanzarlo al agua, a fin de que el dromond recobrara su equilibrio. Cada golpe estaba destinado a romper los cimientos que sostenían el mástil.

Linden magulló el brazo de Covenant con su presión. El capitán no podría lograrlo. No disponía del tiempo que necesitaba. Debajo de ella el barco gigante se iba inclinando visiblemente hacia su muerte. El naufragio estaba a unos pocos latidos de corazón.

Pero Honninscrave y los gigantes golpeaban más y más como si repudiaran una condena que no podían admitir. Otro grito salió de la piedra. Un grito de protesta más fuerte, más fuerte que el viento.

Con un crujido espantoso, lanzando trozos de granito, el mástil empezó a ceder.

Sonaba como la agonía de una montaña, como si retorcieran sus raíces. El tejado del comedor se cuarteó. El mástil se estrelló contra el lado del barco gigante. Los destrozos salpicaron el dromond hasta su quilla, enviando fuertes trepidaciones a través del barco de proa a popa. Los huesos de Linden acusaron aquel temblor como una agonía compartida. Creyó que estaba gritando pero no podía oírse a sí misma.

Luego el ruido descendió hasta quedarse por debajo del nivel del viento.

El mástil golpeó el mar en una pantomima de ruina, mojando con sus salpicaduras todas las cubiertas y a todos los presente, sin ruido, como si se hubieran quedado sordos de tristeza.

Desde las destrozadas bodegas del dromond, la voz de Honninscrave se elevó sobre el agua que fluía ruidosamente a través de la brecha que había dejado el mástil.

Y al igual que su grito, el Gema de la Estrella Polar se levantó también.

El inmenso peso de la quilla, se opuso a la irrupción del mar. Poco a poco, el barco gigante empezó a enderezarse solo.

Incluso entonces, pudo haberse hundido. Había almacenado mucha más cantidad de agua de la que las bombas lograban extraer; y la brecha de su costado era una boca abierta que tragaba agua continuamente.

Pero Quitamanos y Furiavientos fueron rápidos. El maestro de anclas ordenó a los tripulantes que se dirigieran inmediatamente al palo del trinquete para desplegar la vela inferior. Y cuando el viento hinchó la lona y trató de destrozarla o valerse de ella para que el barco cabeceara de nuevo, Furiavientos se hizo con el timón, clavando el gobernalle en el furioso mar.

El Gema de la Estrella Polar estaba a salvo. Aquella única vela y el timón eran suficientes: dirigieron la popa del dromond hacia el viento. El barco gigante navegó impulsado por las ráfagas y pudo sostenerse derecho, separando del agua su lado roto.

Durante cierto tiempo, el barco fue difícil de gobernar; estaba demasiado cargado de agua. A cada momento, su única vela estaba en peligro de ser destrozada. Pero Quitamanos protegió aquella vela con todo el cuidado de su maestría, y todo el valor de su tripulación. Y los gigantes de las bombas trabajaban como titanes. Sus esfuerzos mantuvieron el barco a flote hasta que Honninscrave despejó el acceso a las bombas de babor. A partir de entonces los resultados de su trabajo aumentaron. Cuando el dromond se vio aligerado, la presión sobre la vela disminuyó; y Quitamanos pudo izar otra. Vivo a pesar de sus heridas, el Gema de la Estrella Polar navegó bajo la galerna en el claro sur.