ONCE

Un aviso de serpientes

Antes de que el Gema de la Estrella Polar hubiera llegado a la mitad de su camino hacia la mar, el viento se convirtió en un huracán como un alarido de las Laderas de la Desapacible. Llevaba el dromond como si los elohim en su ira estuvieran determinados a expulsar a la Búsqueda de su territorio para siempre. Pero Honninscrave no le permitía al viento dominar su barco. Las rocas y los recodos de la Desapacible se hicieron más oscuros, difíciles y peligrosos a medida que caía la tarde. Por tanto, acortó velas, dejando el barco gigante en una vigilada paz. No alcanzó el final del canal hasta cerca de la puesta del sol.

Allí, el Gema de la Estrella Polar tuvo que luchar duramente para mantenerse alejado de las rocas de la costa. La exhalación de la Desapacible se contraponía al viento que soplaba en el litoral; y de esta forma el dromond se encontró en una zona de turbulencia. Esquivando las rachas, tratando de tomar bien la próxima curva, Honninscrave y su tripulación laboraban adelante y atrás contra el promontorio sur de la Desapacible. El crepúsculo rápidamente se volvió noche, convirtiendo el margen rocoso en una negrura marcada solamente por la fosforescencia del mar y el brillo de las estrellas; ya que no había luna. A Linden, que había perdido la cuenta de los días, le produjo escalofríos la ausencia de la luna. Quizás creía que los elohim la habían arrancado de los cielos en venganza. Rodeada de oscuridad no creía en la posibilidad de que la Búsqueda se librase de los inquietantes vientos. Cada giro parecía más cerrado que el anterior, y llevaba al dromond más cerca de los fatales farallones.

Pero Honninscrave era un experto en corrientes de aire y, al fin, encontró el rumbo que les llevó al mar abierto sin daños. Ya libre de los últimos peligros de los elohim, el Gema de la Estrella Polar se dirigió hacia el sur.

Durante el resto de la noche, el litoral estuvo presente en el horizonte de babor. Pero a la mañana siguiente, Honninscrave desvió el rumbo algunos grados hacia suroeste y la punta de tierra empezó a desaparecer en el mar. Durante la tarde, otro promontorio levantó brevemente la cabeza. Después, ya nada se dejó ver en ninguna dirección, excepto la luz del sol extendiéndose como un brocado a través del verde océano.

Mientras habían estado navegando por la Desapacible y en su salida, los gigantes habían estado absolutamente pendientes de los vientos y de las desconocidas intenciones de los elohim, atendiendo el barco y obedeciendo las órdenes de su capitán en un silencio tenso. Pero ahora, su humor había cambiado. Honninscrave se permitió a sí mismo relajarse, y el barco navegaba seguro en una tarde perfecta. Al anochecer se reunieron para escuchar la historia de Elemesnedene, que Encorvado relató con toda clase de detalles y la pasión característica de los gigantes. Y Honninscrave describió minuciosamente lo que había aprendido sobre la localización del Árbol Único. Con el exacto mapa de las estrellas para guiar la Búsqueda, cualquier posibilidad de fallo parecía imposible. Poco a poco el Gema de la Estrella Polar recobró su acostumbrada alegría.

Linden estaba contenta de aquella distensión. Los gigantes se la habían ganado. Y ella la apreciaba con la aprobación desinteresada de un médico. Pero no la compartía. El estado de Covenant contradecía el sentimiento de esperanza que mostraban los gigantes.

Los haruchai tenían que mantenerse pendientes de él. Covenant permanecía en el lugar y en la posición que le dejaran: de pie, sentado, en movimiento o en descanso. Estaba completamente vacío, desposeído de voluntad, intento o deseo. Nada vivía en él excepto sus instintos más primarios. Cuando no era sostenido, mantenía su equilibrio apoyándose contra la dura piedra, siguiendo el balanceo del barco. Cuando la comida era introducida en su boca la masticaba. Pero nada mitigaba la insondable negrura que había detrás de su mirada. A intervalos inmotivados, hablaba tan claramente como si estuviera leyendo el destino escrito en su frente. Sin embargo no reaccionaba cuando le tocaban.

Finalmente Linden se vio obligada a pedir a Brinn que llevara a Covenant a su camarote. Una grave responsabilidad pesaba sobre sus espaldas y no estaba preparada para llevarla. Había aprendido a creer que la posesión era maligna y no podía encontrar un camino para ayudarle que excluyera ésta.

Ella, prefería pensar en que el descanso y la paz podían curarlo. Pero no captaba ningún síntoma de mejoría. Bien, se había prometido a sí misma que afrontaría cualquier posibilidad de curación sin importarle el precio. Ella no había elegido esta carga, de la misma forma que no había elegido el papel de Solsapiente, pero no pensaba rehuirla. Sin embargo, se sentía amargamente invadida por el recuerdo de Elemesnedene. Y no podía eliminar de su mente el odio que sentía por la forma en que Covenant había sido dañado. Intuitivamente se dio cuenta de que la forma en que intentara penetrar en su oscuridad tendría una importancia esencial. Si entraba con odio, la respuesta sería agresiva; y esta agresividad podría conducir al dromond, destrozado, al fondo del mar. Por el momento, se mantendría alejada de él hasta que lograse controlarse a sí misma.

Pero cuando Covenant no estuvo ante ella, exigiendo su atención, se encontró con que sus resentidos nervios sólo cambiaban el sentido de su angustia hacia otro sujeto: Cable Soñadordelmar. Su desconsolado rostro sembraba inconscientemente la aflicción en todo el barco gigante. Tenía un aspecto reconcentrado, como si hubiera captado una visión que no se habría atrevido a describir aunque contara con la voz de que había sido desposeído. Cuando pasaba cerca de un grupo, todos dejaban de hablar, silenciaban sus risas como ante una soledad sin paliativos.

Y era consciente del daño que causaba su muda aflicción. Después de un tiempo, se le hizo intolerable. Y trató de evitar a sus camaradas, de evitarles la incomodidad de su presencia. Pero Encorvado no le permitió aislarse. El deformado gigante, animaba a su amigo como si quisiera obligarlo a que aceptara el cuidado de su pueblo. Y Honninscrave y Quitamanos, por su parte, se unían a ellos ofreciéndoles su apoyo.

Tal reacción arrancó lágrimas de los ojos de Soñadordelmar, pero no alivio. Suavemente, penosamente, la Primera preguntó a Linden:

—¿Qué le ha ocurrido? Su tristeza ha llegado más allá de todo límite.

Linden no contestó. Sin violarlo, no podría ver nada en Soñadordelmar excepto su extremado esfuerzo para adquirir valor.

Habría dado cualquier cosa por ver tal esfuerzo en Covenant.

Durante tres días, mientras el dromond navegaba seguro hacia el suroeste en un ligero ángulo del viento, se mantuvo apartada de él. Los haruchai le atendían en su camarote, y ella no entraba allí. Se decía a sí misma que debía dejar pasar cierto tiempo para ver si se producía una recuperación espontánea. Pero sabía que no iba a ocurrir. Estaba dilatando lo que tenía que hacer porque lo temía y odiaba. En su imaginación le vio sentado en su camarote exactamente como si estuviera sentado dentro de su mente; desgranando la letanía de su desamparo con aquella voz impersonal.

Durante tres días, el Gema de la Estrella Polar volvió a su rutina. El viento permanecía básicamente constante; pero con las variaciones suficientes para mantener a los tripulantes ocupados. Y los otros miembros de la Búsqueda se ocupaban en sus propias tareas. La Primera dedicaba mucho tiempo a repasar su equipo de batalla y limpiar su espada, como si estuviera preparándose un combate más allá del horizonte. Y en ocasiones, ella y Encorvado se iban abajo juntos, en busca de un poco de intimidad.

Honninscrave parecía casi febril, incapaz de descansar. Cuando el mando del dromond no requería su actividad, se enzarzaba en largas discusiones con el maestro de anclas y Furiavientos, planeando el rumbo del barco. Sin embargo, Linden podía leer en su interior lo suficiente bien para estar segura de que no era aquel el problema que lo obsesionaba, sino el estado de ánimo de Soñadordelmar.

Pocas veces se topó con Brinn. Este no dejaba su guardia al lado de Covenant, pero Ceer y Hergrom siempre estaban ocupados en las tareas del barco, como lo habían estado antes. Y Cail era su sombra. Cualquiera que fuera el concepto que los haruchai tenían de ella, no se traslucía en sus caras ni en su actitud, especialmente en Cail que continuaba fiel a su servicio. Pero se sentía vigilada, no en lo concerniente a sus propios actos, sino como protección contra cualquier injuria que pudiera hacerla objeto la gente que la rodeaba.

A veces, pensó que Vain era el único miembro de la Búsqueda que no había sido alterado por Elemesnedene. Este se encontraba cerca de la barandilla de la cubierta de popa, en el mismo lugar donde había subido a bordo. Los gigantes tenían que trabajar a su alrededor; y él seguía indiferente, como si no estorbara. Sus negras facciones no revelaban nada.

Una vez más, Linden se preguntó por qué los elohim se habían sentido amenazados por el Demondim, cuando su único propósito aparente era seguirlos a ella y a Covenant. Pero nada podía responderse.

Mientras el Gema de la Estrella Polar navegaba por el mar abierto, empezó a aumentar progresivamente su preocupación por las cosas que no comprendía. Había aceptado la responsabilidad de decidir pero le faltaban experiencia y convicción… y el poder que hubiera permitido que Covenant lo soportara. Percibía constantemente la existencia de una herida no tratada detrás de la mente de Covenant. Sólo su obstinada lealtad a sí misma le impedía retirarse a la soledad de su camarote, escondiéndose allí como una niña pequeña con el vestido sucio para que la responsabilidad cayera también sobre otros.

En la mañana del quinto día después de la huida del Gema de la Estrella Polar de la Desapacible, se despertó más preocupada que de costumbre, como si su sueño hubiera sido enturbiado por pesadillas que no podía recordar. Una vaga aprensión rondaba los límites de sus sentidos. Demasiado lejos para que pudiera captarla o comprenderla. Temiendo a sus implicaciones, preguntó a Cail por Covenant. Pero el haruchai no la informó de ningún cambio. Ansiosamente, abandonó el camarote y subió a la cubierta de popa. Al examinar la cubierta, su angustia se incrementó. El sol brillaba en el este con un brillo especial, como si quisiera imponer su propia luz; pero la atmósfera parecía helada como una premonición. De momento, no sucedía nada anormal. Furiavientos dirigía el barco desde el puente con plena confianza. Y los miembros de la tripulación estaban ocupados en las tareas del barco preparándolo contra los caprichos del viento.

La Primera, Honninscrave y Soñadordelmar estaban visibles. Encorvado trabajaba cerca del palo de mesana, removiendo el contenido de un gran recipiente de piedra. Miró hacia arriba cuando Linden se acercaba a él, y dejó de remover.

—Escogida —dijo haciendo un esfuerzo para aparentar buen humor que sólo tuvo un éxito parcial—, si no estuviera tan seguro de la higiene de nuestros alimentos creería que la comida te ha sentado mal. Se dice que el mar y el sol son saludables y dan apetito; pero tú tienes mal aspecto y deberías estar en la cama. ¿Te sientes enferma?

Ella movió la cabeza de forma imprecisa.

—Algo… que no puedo precisar. Siento como si se estuviera acercando un desastre, pero no sé… —Tratando de distraerse, miró la masa—. ¿Es más alquitrán de aquél? ¿Cómo lo haces?

Al oír esto, él se echó a reír y su alegría renació:

—Sí, Escogida. A decir verdad, éste es mi secreto. El contenedor está hecho de dolomita, que no puede fundirse como lo haría la piedra de que está hecho el Gema de la Estrella Polar. Pero respecto a la mezcla, ah, eso no tiene ningún mérito especial para un gigante. Tú no eres una giganta. Y el poder de esta masa arranca, como cualquier otro, de la esencia del experto que lo maneja. Todo poder es una articulación de su actor. No hay otra fuente que la vida y el deseo de que la vida se manifieste en sí misma. Pero ha de haber también un medio de articulación. Sólo puedo decir que esta masa es mi medio escogido. Oído esto, ya sabes poco más que antes.

Linden se encogió de hombros, como si no comprendiera.

—Luego, ¿quieres decir —murmuró lentamente— que el poder de la magia indomeñable está en Covenant? ¿Y que el anillo es sólo… sólo su medio de articulación?

El asintió.

—Creo que ésta es la verdad. Pero los medios controlan íntimamente la naturaleza de lo que puede ser expresado. Con mi masa no puedo hacer nada para soldar piernas rotas, de la misma forma que no hay teurgia de la carne que pueda pegar la piedra como yo hago.

Musitando casi para sí misma, respondió:

—Eso encaja. Al menos con lo que Covenant dice acerca del Bastón de la Ley. Antes de que fuera destruido, mantenía la Ley por su propia naturaleza. Sólo posibilitaba la realización de cierta clase de cosas.

El malformado gigante asintió de nuevo; pero ella ya estaba pensando en algo más. Volviendo la cara totalmente hacia él, preguntó.

—¿Pero qué ocurre con los elohim? Ellos no necesitan ningún medio. Ellos son poder. Pueden expresar lo que quieran, de la forma que quieran. Todo lo que nos dijeron, toda aquella historia de la voz de Soñadordelmar y el veneno de Covenant, que la Energía de la Tierra no es la respuesta al Despreciativo. Todo fue mentira.

El odio volvió a ella como un ataque. Estaba temblando y con los nudillos blanqueados antes de que la idea de controlarse llegara a su mente.

Encorvado consideró atentamente todo lo que ella había dicho.

—No vayas tan deprisa en tu apreciación de los elohim. —Sus distorsionadas facciones reflejaban el dolor de Soñadordelmar y el fracaso de Covenant como si fueran suyos; sin embargo, él rechazaba sus implicaciones, rechazaba ser lo que parecía—. Ellos son lo que son, un pueblo grande y extraño. Y su poderío es conflictivo y está empañado por sus limitaciones.

Linden empezó a argumentar en contra; pero él la detuvo con un gesto que la invitaba a sentarse a su lado, junto a la base del palo. Agachándose lentamente, él apoyó su deformada espalda en la piedra. Cuando ella lo imitó, sus hombros sintieron las vibraciones que las velas producían en el mástil. Las vibraciones también presagiaban algo. Enviaban avisos a sus nervios, precursores de algo inexplicable. El Gema de la Estrella Polar avanzaba con una arritmia incómoda y preocupante.

—Escogida —dijo Encorvado—. No te he hablado del examen que me hicieron los elohim.

Ella le miró con sorpresa. En la historia que había contado durante la primera noche en que se encontraron fuera de la Desapacible, se refirió a sus contactos personales en el alachan con meras divagaciones. Pero ahora se dio cuenta de que él tenía sus propias razones para haber ocultado su historia entonces… y para contarla ahora.

—En la dispersión de nuestro grupo en Elemesnedene —dijo calmadamente como si no deseara que se le diera demasiada importancia—, se me asignó la guardia por uno que se llamaba a sí mismo Estrellado. Era un elohim como cualquier otro y lo seguí voluntariamente. Entre las agradables y múltiples maravillas de su pueblo, sentí que había sido transportado al mismo corazón de todas las leyendas que habían salido de aquel lugar. Los gigantes hemos considerado a esos elohim con un temor y respeto que roza la veneración, y que yo aprendí a saborear con mi propia boca. Al igual que Honninscrave antes que yo, llegué a creer que cualquier regalo o compensación era factible en aquel fabuloso reino.

Las grotescas líneas de su cara se acentuaban con el recuerdo. Sin embargo, su tono era tranquilo y seguro, escondiendo la sugerencia de que hubiera sufrido algún desengaño.

«Pero luego —prosiguió—. Estrellado me dejó momentáneamente y mi examen empezó. Cuando se acercó de nuevo, había alterado su forma. Estaba ante mí como otro ser distinto. Había cambiado totalmente, incluso en estatura, adquiriendo la forma y vestimenta de un gigante. —Encorvado emitió un leve suspiro. Se había recreado enteramente en todos los aspectos.

»Era como yo.

»Pero no yo mismo tal como me ves ahora, sino yo tal como podría ser en sueños. Un Encorvado nacido normal y de talla perfecta. Consciente de que aquella imagen era mía sin posibilidad de error, estaba erguido y alto ante mí, a todas luces hecho inmaculadamente bello, con la belleza de los gigantes. Era yo tal como Martilla Pintaluz, mi amor, posiblemente desearía que fuera. Pues ¿quién podría no haber amado aquel gigante, o al menos desearlo?

«Escogida, —dijo mirando directamente a Linden— había amargura en aquella visión. En mi vida se me han enseñado muchas cosas, pero hasta aquel momento no aprendí a mirarme a mí mismo tal como soy. En mi nacimiento, una burla cayó sobre mí, una burla cuya crueldad, Estrellado hizo patente.

Linden sintió pena por él. Sólo la paz de su tono y de sus ojos le evitaron que estallase. ¿Cómo había podido soportarlo?

El contestó directamente a la pregunta no formulada.

«Fue un examen que escudriñó hasta las profundidades de mi corazón. Pero al fin su verdad se me hizo evidente. Aunque estaba ante mí con toda la belleza que yo hubiera podido anhelar, no era yo quien estaba allí, sino Estrellado. Aquel gigante era evidentemente otro, ya que no pudo alterar sus ojos, ojos de oro que radiaban luz, pero que no daban calor a lo que miraban. Y mis ojos eran los míos. El no podía ver con mi visión. Por ello pasé sin daño a través de las pruebas que él había inventado para mí».

Estudiándolo con dolorosa empatía, Linden vio que decía la verdad. Su examen le había causado dolor, pero no daño. Y su estado incólume la estabilizó permitiéndole ver a través de su odio la esencia de la historia. El estaba tratando de explicar su percepción de la limitación de los elohim, solamente podían ser lo que eran y nada más. Cualquier poderío estaba delimitado por su misma naturaleza. Ningún poder podía trascender más allá de la estructura que había hecho posible su existencia.

Su ira se extinguió al seguir el pensamiento de Encorvado. ¿Ningún poder?, quería preguntar. ¿Ni la magia indomeñable? Covenant parecía capaz de cualquier cosa. ¿Qué límites concebibles podía tener su fuego blanco? ¿Existía la posibilidad de que el Execrable llegara a convertirlo en un ser desvalido?

La necesidad de libertad, pensó, si él se ha vendido ya así mismo…

Pero mientras trataba de ordenar su pregunta, la sensación de intranquilidad volvió. Estaba en su pulso; la sangre empezó a latir en sus sienes. Algo había ocurrido. La presión contrajo su pecho cuando trató de percibir detalles.

Encorvado estaba diciendo:

—Perdona, Escogida. Veo que no he acertado contándote esta historia.

Ella negó con la cabeza.

—No es eso. —Las palabras dejaron su boca antes de que se diera cuenta de lo que decía—. ¿Qué le ha pasado a Vain?

El Demondim había desaparecido. Su puesto cerca de la barandilla estaba vacío.

—No lo sé —respondió Encorvado, sorprendido por su reacción—. Poco después de la salida del sol empezó a moverse como si su misión hubiera despertado. Al llegar al palo trinquete se detuvo y lo saludó con una reverencia y una sonrisa que prefiero no recordar. Pero luego volvió a caer en su anterior somnolencia. Allí debe estar todavía. De no ser así, aquellos que lo vigilan, seguro que nos habrían informado.

—Es verdad —dijo Cail con voz opaca—. Ceer está con él.

Bajo su acelerada respiración Linden musitó, al tiempo que se levantaba:

—Eso tengo que comprobarlo.

Encorvado se unió a ella, y ambos se dirigieron a través del comedor, a la cubierta de proa. Allí estaba Vain, tal como le habían dicho, mirando la curvada superficie del palo, desde una distancia de un largo de brazo. Su postura era la de siempre. Codos ligeramente curvados a sus lados; rodillas flexionando lo justo para mantener el equilibrio contra el balanceo del dromond; espalda rígida. Pero su mirada denotaba algún intento. Estaba encarado al palo como si fueran viejos amigos, congelados en el acto de saludarse mutuamente.

—¿Qué demonios…? —Murmuró Linden para sí misma.

—En verdad —respondió Encorvado con ironía—, de no haber sido ese Demondim un regalo hecho al ur-Amo por un gigante, sospecharía que intenta violar la virginidad de nuestro mástil.

Una carcajada salió de los tripulantes cercanos, extendiéndose luego como una chispa de humor a través de la arboladura al ser repetido el chiste a los que no lo habían oído.

Pero Linden no escuchaba. Había captado otro sonido, un grito ahogado en algún lugar bajo cubierta. Al esforzarse, identificó el tono estertoroso de Honninscrave.

Estaba gritando el nombre de Soñadordelmar. No con ira o dolor, sino con sorpresa. Y nerviosismo.

En el momento siguiente, Soñadordelmar salió por una de las escotillas, furioso, como si quisiera atacar a Vain. Honninscrave le seguía; pero la atención de Linden estaba centrada en el gigante mudo. Parecía un salvaje y visionario profeta loco, y la cicatriz que tenía en su rostro estaba pálida, marcando con nitidez el cerco de sus ojos. Los gritos que no podía emitir hinchaban los músculos de su cuello.

Interpretando mal la actitud del gigante, Ceer se interpuso entre él y Vain, dispuesto a defender al Demondim. Pero un instante después, Soñadordelmar golpeó, no a Vain, sino el mástil. Con todo su peso y fuerza se lanzó contra el palo. El impacto hizo temblar toda la piedra, a consecuencia del choque sobre la cubierta. En seguida se levantó y atacó de nuevo. Abrazando el mástil igual que si éste fuera un luchador, empezó a forzarlo hacia arriba como si quisiera arrancarlo. Su arrebato era tan violento que, por un instante, Linden temió que lo consiguiera.

Honninscrave saltó a la espalda de Soñadordelmar tratando de separarlo del palo. Pero no pudo superar la fuerza que la ferocidad le otorgaba a Soñadordelmar. Ceer y Hergrom fueron en ayuda del capitán. Una voz triste y cansada los detuvo.

—Ya es suficiente. —Parecía venir del aire—. No tengo el deseo de causar tal desgracia.

Soñadordelmar se cayó de espaldas. Vain se irguió.

De la piedra del mástil fluyó una figura que, al dejar su escondite, tomó forma humana.

Uno de los elohim.

Iba vestido con una bella túnica de color crema, pero ésta no escondía la envejecida delgadez de sus extremidades ni la enfermiza palidez de su piel. Bajo el desgreñado y canoso cabello que cubría su cabeza, su rostro estaba marcado con onerosas percepciones. Alrededor de sus ojos amarillos, sus órbitas eran oscuras como sangre seca.

Con una exclamación interior, Linden reconoció a Buscadolores, el Designado.

Al tomar forma se dirigió a Soñadordelmar.

—Perdona, —dijo con su triste voz habitual—. Al no comprender la profundidad de tu Visión de la Tierra, decidí esconderme aquí. No era mi propósito inspirar tal desconfianza. Sin embargo, mi permanencia aquí atravesando los mares para acompañaros era lenta y penosa para alguien que ha sido enviado desde su hogar, en Elemesnedene. Al buscar escondite, calculé mal, pues con mucha rapidez has descubierto mi presencia. Acepta por favor que no he intentado haceros ningún daño.

Todo el mundo en la cubierta estaba con la vista fija en él, pero nadie le respondió. Linden se sentía aturdida. Y no podía ver a Encorvado, ya que estaba detrás de ella. Pero las facciones de Honninscrave reflejaban sus mismos sentimientos. Soñadordelmar yacía sentado en la cubierta tapándose la cara con las manos como si acabara de ver la escena de su muerte. Solos los haruchai parecían indiferentes al no mostrar reacción alguna.

Buscadolores no esperaba respuesta, y desvió su atención hacia Vain. El tono de su voz se hizo más tenso.

—A ti yo te digo: No. —Señaló directamente al centro del pecho de Vain y los músculos de su brazo parecían una tralla de látigo—. Nada de lo que hagas o pienses hacer, me hará sufrir. Yo soy el Designado para esa tarea, pero en nombre de ningún deber soportaré tal cosa.

En respuesta, Vain sonrió como un vampiro. Una mueca resaltó las arrugas del semblante de Buscadolores. Volviéndose de espaldas al Demondim, caminó nerviosamente por la cubierta, parándose al llegar a la proa del barco, mirando hacia fuera como un mascaron.

Linden lo siguió con la vista por un momento. Luego desvió la mirada hacia sus compañeros. Honninscrave y Encorvado estaban agachados junto a Soñadordelmar. Los otros gigantes parecían demasiado aturdidos para tomar una iniciativa. Los haruchai observaban a Buscadolores pero no se movieron. Al tripulante que estaba más cerca, ella le dijo:

—Llama a la Primera.

Luego se dirigió hacia donde estaba el elohim. Cuando llegó, él la miró, dedicándole un negligente saludo; pero su presencia causó impresión en la vieja carga que él había decidido llevar. Linden tuvo la súbita impresión de que era la causa de su zozobra, y que él quería ocultarle aquel hecho a cualquier coste. Por una razón no muy clara, ella recordó que su pueblo había esperado al Solsapiente y al Portador del Anillo en una sola persona. Al principio, no pudo encontrar las palabras adecuadas para dirigirse a él.

Pero un recuerdo atrajo a otros. Y con ellos llegó la ira por la impotencia y traición que le habían inferido los elohim. Buscadolores había vuelto la cara hacia el mar. Ella lo cogió por el hombro, demandando su atención. Entre dientes, le dijo:

—¿Qué demonios buscas tú aquí?

El no dio signos de haberla oído. Sus amarillos ojos tenían una mirada perdida, como si el hallarse fuera de Elemesnedene le hubiera afectado intensamente. Pero respondió:

—Solsapiente, he sido designado para esta tarea por mi pueblo, para procurar, si puedo, la supervivencia de la Tierra. En el alachan tú no diste mejor respuesta, y yo no voy a contestar con más claridad. Contentaos con saber que no intento dañaros.

—¿No intentas dañarnos? —se asombró ella—. Tu pueblo no ha hecho más que dañarnos. Vosotros… —Se detuvo casi chocando con las visiones de Covenant, Vain y Soñadordelmar—. Por Dios, si no puedes darnos una respuesta mejor que ésa, te tiraré por la borda.

—Solsapiente —dijo gentilmente, pero sin hacer ningún esfuerzo para calmarla—, lamento la necesidad de lo que hemos hecho con el Portador del Anillo. Para mí esto es algo que está a medio camino, entre el riesgo y la seguridad. Yo hubiera preferido no desempeñar esta misión. Pero no sirve de nada actuar contra mí. He sido designado para estar entre vosotros, y ningún poder que esté a vuestra mano logrará apartarme. Sólo ése al que llamáis Vain tiene algo dentro de sí que podría expulsarme.

El la superó. Ella le creía instintivamente… y no sabía qué hacer con aquel conocimiento.

—¿Vain? —inquirió.

¿Vain? Pero no recibió respuesta. Más allá de la proa, las olas parecían extrañamente frágiles en el extraño brillo de la luz del sol. El agua pulverizada chasqueaba en los lados del barco y era apartada de ellos por vientos opuestos. Vientos que atravesaban la cubierta en distintas direcciones, revolviendo su pelo como ráfagas de percepción. Aún hizo un nuevo intento para aguijonear al elohim. Suavemente, pero con vehemencia, dijo:

—Por última vez, ¡yo no soy esa condenada Solsapiente! Os habéis equivocado en eso desde el principio. Todo lo que hacéis es erróneo.

La amarilla mirada de él no vaciló.

—Por esa razón, entre otras muchas, estoy aquí.

Maldiciendo interiormente, le volvió la espalda, y tropezó con la fuerte y varonilmente vestida figura de la Primera. La espadachina estaba allí con aprensión en sus ojos. En una voz semejante a la hoja de una espada preguntó:

—¿Dice la verdad? ¿Carecemos de todo poder para echarle?

Linden asintió. Pero sus pensamientos ya iban en otra dirección, esforzándose en recuperar el autocontrol que requería. Posiblemente podría probar que Buscadolores estaba equivocado, pero necesitaba dominarse a sí misma. Buscando un punto de referencia en que apoyarse, levantó la cara hacia la Primera.

—Háblame de tu examen. En Elemesnedene. ¿Qué te hicieron a ti?

La Primera se sorprendió ante su inesperada pregunta, por la aparente irrelevancia de la cuestión. Pero Linden la mantuvo. Después de un momento, la Primera adoptó una actitud formal:

—Encorvado ha hablado contigo —dijo.

—Sí.

—Entonces quizás puedas comprender lo que me pasó a mí. —Con una mano cogió la empuñadura de su espada. La otra la tenía extendida a su lado como para refrenarla de cualquier impaciencia o protesta—. En mi prueba —dijo—, uno de los elohim se presentó ante mí con la apariencia de un gigante. Estaba revestido de la fisonomía de Encorvado; pero no representaba a mi marido tal como yo lo conozco. Era el Encorvado que hubiera crecido a partir de un nacimiento normal. De arrogante figura, alto y seguro de su mirada. Era un gigante perfecto. —El recuerdo bañó su mirada; pero su tono mantenía su agudeza cortante—. Así estaba ante mí, tal como Encorvado debió haber nacido y crecido, para que su apariencia exterior estuviera en consonancia con el espíritu que yo aprendí a querer.

Encorvado estaba cerca, escuchando con una comprensiva sonrisa. Pero no trató de expresar las cosas que brillaban en sus ojos.

La Primera no dudó en proseguir:

—Al principio lloré. Pero luego reí. Pues con toda su astucia, los elohim no pudieron igualar la alegría que ilumina a Encorvado, mi marido. —Su tono adquirió un destello de humor—. Al elohim no le gustó mi risa; no supo qué decir. Así que mi examen terminó mal para él.

Encorvado reía, pero sin emitir ningún sonido.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Linden. Dirigiéndose tanto a la Primera como al inquietante mar y al extraño cielo, dijo:

—Lo único que Dafin me hizo a mí fue contestar preguntas.

Luego empezó a andar, dejando a los gigantes con su incomprensión, para dirigirse hacia el comedor y a las cubiertas inferiores, hacia el camarote de Covenant.

La inestabilidad del dromond afectaba a su equilibrio. El Gema de la Estrella Polar se movía alocadamente, virando y hundiendo su proa ante la inesperada fuerza del oleaje. Pero Linden se apoyaba en las paredes cuando necesitaba hacerlo, o en Cail; y siguió su camino. Quizás ella no tuviera el poder de arrancar la verdad a Buscadolores. Pero Covenant sí lo tenía. Si pudiera de alguna forma quitar aquel velo que cubría su conciencia como una mortaja… De repente, se decidió a intentarlo. Se dijo a sí misma que debía emplear todos los medios a su alcance para el restablecimiento de Covenant. Quería su compañía, su convicción. Pero estaba llena de odio y dentro de ella flotaba la oscuridad.

Al llegar a la puerta del camarote de Covenant encontró a Brinn. Había salido a recibirla. Estólidamente le impidió la entrada. Su desconfianza era tangible. Antes de Elemesnedene nunca hubiera cuestionado su derecho a visitar a Covenant.

—Escogida, ¿qué buscas aquí? —dijo con brusquedad.

Linden se tragó un insulto, que estuvo a punto de salir de sus labios, Respirando profundamente en un esfuerzo para estabilizarse, dijo:

—Tenemos a bordo a un elohim. ¿No lo sabías? Se trata de Buscadolores. Lo han enviado aquí para cumplir alguna misión y no parece que se pueda hacer nada contra él. El único entre nosotros que tiene el poder suficiente es Covenant. Voy a tratar de comunicarme con él.

Brinn miró a Cail como si le pidiera su aquiesciencia. Luego hizo un leve gesto de asentimiento con la cabeza y abrió la puerta.

Cuando entró en la cabina no vio nada, a consecuencia de la intensa luz del exterior. Luego mantuvo la mirada fija en Brinn hasta que cerró la puerta, dejándola a solas con Covenant. Por un momento, dudó; pero pasado éste, trató de reunir el valor necesario. La presencia inexpresiva de Covenant la ahogaba como una mano que oprimiera su garganta; la obligaba a enfrentarse a él.

Estaba sentado en una silla de piedra junto a una pequeña mesa redonda como si hubiera sido situado deliberadamente allí. Sus piernas estaban estiradas, colocadas correctamente. No parecía deprimido; sus antebrazos descansaban sobre sus muslos con las manos abiertas mostrando las palmas. Una fuente encima de la mesa contenía los restos de la comida. Aparentemente Brinn había estado alimentando al Incrédulo. Pero Covenant no era consciente de tales cosas. Su pálida cara miraba al aire vacío como si fuera otro avatar de la vaciedad que había dentro de él.

Linden gimió. Cuando ella lo vio por primera vez, él abrió la puerta de su casa como si lanzara un insulto. El fuego y la fiebre se reflejaban en sus ojos; su voz era tan rígida como un mandato. A pesar de su agotamiento, él había vivido la vida que había escogido y se había mostrado a ella extrañamente indomable y puro.

Pero ahora las líneas de sus facciones estaban enturbiadas por el abandono de su barba; y el color gris del cabello que caía sobre su frente le daba una apariencia caduca. La carne de su cara se hundía como si hubiera perdido toda esperanza. Sus ojos estaban secos, apagados como la muerte.

Se parecía a su padre, en el momento en que la última gota de su sangre cayó sobre los viejos tablones del suelo del desván.

Pero Covenant todavía tenía pulso, y respiraba. La comida y los líquidos mantenían su vida. Cuando mostró su rechazo, tan claro como un augurio, dio la impresión de que, a pesar de su estado, conocía las intenciones de ella… y le aterrorizaba lo que quería hacerle.

Tendría que poseerle. Igual que un Delirante. Este pensamiento llenaba su boca de ácida repulsión. Pero no vaciló. Podía sentir la parálisis acechando a su alrededor. La llegada del miedo, que con tanta frecuencia había paralizado su voluntad, era inminente, y se anunciaba en cada latido de su corazón. La aterrorizaba aquello en lo que podría convertirse. Temblando, colocó la otra silla cerca de las rodillas de Covenant, y se sentó. Colocó sus manos en sus flácidos puños como si incluso ahora él pudiera preservarlas del fracaso. Luego trató de abrirse a su muerta mirada.

Una vez más, su oscuridad penetró en ella, circulando por los conductos de sus sentidos.

Allí vio el peligro. Empujada por la pasiva dejación de él, por su semejanza con la futilidad, su vieja angustia subió por su garganta.

Instintivamente, luchó contra esto, alejándose de la oscuridad total, dirigiéndose al crepúsculo de su noche, para situarse entre la conciencia y el abandono. Pero su mirada no podía llegar lejos del insondable pozo de su vacío. Ahora le era posible percibir facetas de su estado que le estaba vedadas desde fuera. Vio con sorpresa que el poder que había silenciado su mente también había detenido el veneno. Estaba inactivo; se había sumergido más allá de su alcance.

También pudo ver las cualidades que lo había hecho accesible para los elohim. No habrían logrado desposeerlo tan completamente si no se hubiera descubierto ante ellos por su natural impulso de cargar todas las desgracias sobre sí mismo. De ahí procedían tanto su poder como su indefensión. Esto le dio una dignidad con la que ella no sabía cómo competir.

Pero su voluntad había caído en la trampa habitual. No podía haber un camino borrado o válido para entrar en él, para profanar su integridad con unas exigencias que él no había aceptado… Y tampoco lo había para dejarlo a merced de su desgracia sin ninguna clase de socorro. Y porque no podía resolver esta contradicción, no tenía respuesta para el oscuro y airado sentimiento escondido en el fondo de su corazón que se hacía patente ante la oportunidad de alcanzar poder. El poder de Covenant. La oportunidad de convertirse en arbitro de la vida y la muerte.

Con un anhelo feroz, se lanzó dentro de él.

Luego la noche dirigió su camino.

Por un momento cubrió todo el Mundo. Pareció que todo firmamento se tambaleaba a causa de una tormenta; pero no era nada similar a una tormenta. Los vientos tenían dirección e intensidad, eran suaves o fuertes. Pero la oscuridad de Covenant estaba vacía de cualquier cosa que pudiera ser nombrada, que tuviera una definición. Estaba tan desamparada como el abismo que hay entre las estrellas, pero no tenía estrellas que pudieran servir de puntos de referencia. Aquello la invadió como el toque de Gibbon, y se encontró impotente para luchar en su contra. Su padre había tirado la llave por la ventana y ella no poseía fuerza ni pasión que pudiera llamarle para que volviera de la muerte.

La oscuridad giraba dentro de ella como un remolino sin movimiento ni sensación que no fuera de pérdida; y de esta nada empezaron a emerger imágenes. Una figura igual que una encarnación del vacío se acercaba a ella a través del desierto. Parecía borrosa a consecuencia de las emanaciones del calor y la alucinación. No podía ver quién era. Luego pudo.

Covenant.

El trataba de gritar, pero no tenía voz. La mitad de su cara estaba cubierta de escamas. Sus ojos chispeaban de autoabominación. Su frente estaba pálida por el tormento que le inferían su codicia y su odio. La ansiedad y el temor complicaban su paso; caminaba como un lisiado aproximándose a ella, dirigiéndose a su corazón.

Sus brazos se habían convertido en serpientes. Se retorcían y siseaban desde sus hombros, abriendo la boca para respirar y morder. Las cabezas de serpiente que habían sido sus manos blandían afilados colmillos.

Estaba atrapada. Sabía que debía levantar las manos. Tratar de defenderse. Pero éstas colgaban a sus costados como si estuvieran muertas, demasiado pesadas para levantarse contra la condena de aquellos colmillos.

Al llegar, Covenant se irguió frente a ella como si representara a todos los fracasos, crímenes y amores de su vida. Cuando las serpientes la atacaron, la arrojaron lejos, dentro de otra oscuridad.

Más tarde sintió que estaba siendo estrangulada por numerosas espirales. Se retorcía y sollozaba para liberarse, pero era incapaz de hacerlo. Sus cansadas manos estaban agarradas en la manta que Cail había extendido encima de ella. La litera constreñía sus movimientos. Quería gritar y no podía. Aguas fatales anegaban su garganta. La oscuridad de su camarote parecía tan terrible como la mente de Covenant.

Pero luego, de pronto, la realidad que la rodeaba penetró en ella. Aquello era su litera, su camarote. El ambiente estaba oscurecido por el crepúsculo de la mañana o de la tarde, pero no tenía relación con el oscuro vacío en que había caído. El sabor, que recordaba vagamente, de la diamantina en su boca, no era el sabor de la muerte.

El camarote parecía estar inclinado como una casa que hubiera sido destruida en sus cimientos por algún cataclismo. Cuando notó el cabeceo del dromond, se dio cuenta de que estaba considerablemente escorado, y que ésta era la causa de que su litera estuviese inclinada. Sintió la vibración de los vientos y los mares a través del barco gigante. La oscuridad no procedía del anochecer o del amanecer. Era un crepúsculo producido por nubes de tormenta.

La tormenta era fuerte… y se hacía monstruosa.

Su mente estaba llena de serpientes. No podía librarse de ellas. Pero luego, un movimiento cercano a la mesa llamó su atención. Forzando la vista en la oscuridad, vio a Cail. Estaba sentado en una de las sillas, velándola, como si ni siquiera su posible traición pudiera alterar su deber para con ella. Sin embargo, en la oscuridad del camarote, le pareció un juez, llegado allí para descubrir cualquier detalle que pudiera imputársele.

—¿Cuánto tiempo…? —balbuceó. El desierto estaba todavía en su garganta, desafiando el recuerdo de la diamantina. Sintió que el tiempo había pasado. Mucho tiempo. Lo suficiente para que todo se hubiera puesto en contra de ella—. ¿Cuánto tiempo he estado fuera de mí?

Cail se puso en pie.

—Un día y una noche.

A pesar de su inflexibilidad, ella se colgó de su inexpresivo rostro para no deslizarse de nuevo entre las serpientes.

—¿Covenant?

El haruchai se encogió levemente de hombros.

—La situación del ur-Amo sigue inalterable.

También pudo haber dicho: Has fallado. Si es que alguna vez tuviste el propósito de acertar.

Abandonó la litera torpemente. No quería permanecer ante él como un sacrificio. El se ofreció a ayudarle. Pero rechazó su ayuda, bajando por sí misma la escalerilla hasta llegar al suelo, de forma que pudiera tratar de mirarle a la cara como a un igual.

—Desde luego, quería conseguirlo. —Huyendo de las imágenes de la mente de Covenant, llegó más lejos de lo que intentaba—. ¿Es que me culpas de todo?

La cara de él permanecía inexpresiva.

—Esas palabras son tuyas. —Su tono era tan seco como un reproche—. Ningún haruchai las ha pronunciado.

—No es necesario —replicó, como si el intento con Covenant hubiera roto algo en su pecho—. Las llevas en tu cara.

Nuevamente Cail se encogió de hombros.

—Nosotros somos lo que somos. Esta protesta no significa nada.

Ella sabía que estaba en lo cierto. Sabía que no había causa para traspasarle su autorepudio como si el causante fuera el haruchai. Pero ya había tragado demasiado odio. Y había caído en la parálisis. Tenía que expulsar algo antes de ponerse enferma. Nosotros somos lo que somos. Encorvado había dicho lo mismo sobre los elohim.

—Naturalmente que no —respondió ella—. Dios no quiera que tú puedas hacer o incluso pensar algo injusto. Bien, deja que te diga algo. Puede que yo haya hecho mal muchas cosas. Puede que todo lo haya hecho mal. —Nunca le sería posible oponerse a una acusación sobre sus fracasos—. Pero cuando tuve que echarte fuera de Elemesnedene, cuando dejé al elohim hacer lo que hizo a Covenant, estaba tratando de obrar bien.

Cail la miró de manera indiferente como si no tuviera intención de responder. Pero luego habló y su voz llevaba un matiz escondido.

—Eso nosotros no lo cuestionamos. ¿Es que la Corrupción no cree también que actúa correctamente?

A eso Linden se quedó fría. Hasta entonces no había percibido el alcance del resentimiento de los haruchai por sus decisiones en Elemesnedene. Detrás del inexpresivo rostro de Cail, sintió la presencia de algo fatal, algo que también pudo haber existido en los Guardianes de Sangre. Ninguno de ellos sabía cómo perdonar.

Irguiéndose dijo:

—No confías en mí en absoluto.

La respuesta de Cail fue más bien una evasiva.

—Estamos obligados al ur-Amo. El ha confiado en ti.

No necesitaba señalar que Covenant podría opinar de manera distinta si alguna vez recobraba su mente. Aquel pensamiento también lo había tenido ella. En su amargura murmuró:

—Trató de hacerlo. No creo que lo consiguiera.

Luego ya no pudo soportar más. ¿Qué razones tenían para confiar en ella? El suelo estaba inclinado debajo de ella, y a través de la piedra sentía la manera en que el Gema de la Estrella Polar era sacudido por las olas. Tenía que escapar de la reclusión de su camarote. La actitud de Cail escondía hostilidad. Pasando por detrás de él fue a abrir la puerta y salió.

Debido a los bruscos movimientos del barco gigante, subió con dificultad la escalera hasta la cubierta de popa.

Linden alcanzó el umbral de la tormenta y estuvo a punto de ser succionada por ella. Un viento voraz azotaba la cubierta, desgarrando las velas. Nubes furiosas se convertían en espuma al chocar con los extremos de las vergas. Cuando se sujetó a la barandilla en una de las subidas extremas que conducían a la cubierta de mando, una racha de viento y agua azotó su cara. Fue como si recibiera las salpicaduras de la pasión de un oscuro y viscoso mar.