La huida
Las campanas eran ahora diáfanas para Linden; pero ya no le importaba lo que decían. Estaba absorta en los vacuos ojos de Covenant, en su flácido rostro sin expresión. Si él hubiera podido penetrar en el interior de Linden, la visión que hubiese tenido carecería de sentido para él. No reaccionó cuando ella, sujetando su cabeza, lo miró con horror.
Los gigantes deseaban saber qué le había ocurrido. Ella lo ignoraba. Inesperadamente, haciendo uso de su percepción, intentó penetrar en el vacío de sus órbitas, alcanzando su mente. Pero falló. Dentro de su cabeza, su visión se desvaneció en la oscuridad. Era como una vela apagada y el único humo que se desprendía, dando vueltas, de su oscura mecha era su vieja y defensiva frase:
—No me toques.
Ella empezó a buscar en aquella oscuridad. Debía quedar en él algo de conciencia, ya que de otra forma no hubiera podido articular su autoreproche. Pero aquel vestigio de conciencia estaba más allá de su alcance. La oscuridad parecía alejar su propia luz. Linden cayó en un vacío tan extenso y angustioso como el frío vacío existente entre las estrellas.
Salvajemente se apartó de él.
Honninscrave y Soñadordelmar estaban con la Primera a la espalda de Covenant. Encorvado se acercó a Linden y puso sus grandes manos sobre sus hombros.
—Escogida. —Dijo, en tono de súplica. Su susurro vibraba entre los mechones de oscuridad—. Linden Avery. Háblanos.
Ella estaba jadeando entre náuseas. No encontraba suficiente aire. La artificial luz de Elemesnedene le producía sofoco. Los elohim se agrupaban claustrofóbicarnente a su alrededor, tan faltos de escrúpulos como los ur-viles.
—Vosotros habéis planeado esto —les gritó entre maldiciones—. Esto es lo que vosotros queríais. —Estaba al borde de la histeria—. Para destruirlo.
La Primera respiró a fondo. Las manos de Encorvado se apretaron involuntariamente. Haciendo retroceder a sus pies, como si necesitara exhibir su sorpresa, levantó a Linden, manteniéndola erecta. Honninscrave le dirigió una mirada. Soñadordelmar mantenía los brazos rígidos, como refrenándose de la visión.
—Ya es bastante —respondió Infeliz. Su tono contenía una helada prepotencia—. No voy a someterme más al afrentamiento de tan falso juicio. La Elohimfest ha terminado.
Y volvió a caminar.
—¡Alto! —Sin el soporte de Encorvado, Linden podría haberse caído. Toda la fortaleza que le quedaba estaba en su voz—. ¡Tienes que restaurarlo! ¡Maldita sea! ¡No puedes dejarlo así!
Infeliz hizo un alto en su camino, pero sin mirar atrás.
—Nosotros somos los elohim. Nuestras opciones están más allá de lo que podéis cuestionar. Puedes estar contenta.
Con su gracioso andar continuó bajando por la ladera.
Soñadordelmar se puso en movimiento, marchando detrás de ella. La Primera y Honninscrave le gritaron, pero no pudieron detenerlo. Desposeído de su leve esperanza, no tenía otro escape para su aflicción.
Pero Infeliz oyó o sintió su acercamiento. Antes de que la alcanzara le advirtió:
—¡Alto, gigante!
El rebotó como si hubiera chocado contra una pared invisible. La fuerza de su orden, lo derribó.
Indignada, Infeliz se encaró con él. El se arrastraba sobre su pecho; pero sus labios mostraban violencia a través de sus dientes, y sus ojos la insultaban.
—No me asaltes con tu desconfianza —dijo lentamente—, si no quieres que te demuestre que tu muda Visión de la Tierra es miel y bendición al lado de la ira de Elemesnedene.
—No. —Gradualmente, la vida volvía a las extremidades de Linden; pero todavía necesitaba el apoyo de Encorvado—. Si quieres amenazar a alguien, amenázame a mí. Soy yo quien te acusa.
Infeliz la miró sin hablar.
—Tú has planeado todo esto —continuó Linden—. Tú lo has humillado, lo has disminuido, reduciéndolo a nada, lo has insultado… para despertar su ira de forma que pudieras penetrar a él y destruirlo. Luego le extrajiste todo lo que había en su cerebro. Ahora… —Linden reunió todos sus restos de vehemencia para gritar—: ¡Restitúyele lo que le has quitado!
—Solsapiente —dijo Infeliz en un tono de sarcasmo glacial—, tú te escarneces a ti misma y estás ciega al respecto. —Moviéndose con desdén abandonó la colina y pasó a través de los árboles muertos que la circundaban.
Desde los lugares en que se encontraban, los otros elohim también iniciaron la marcha, dispersándose como si Linden y sus compañeros ya no tuvieran interés para ellos.
Con un desesperado grito, Linden se lanzó sobre Covenant. Por un salvaje instante intentó coger su anillo y usarlo para intimidar a los elohim. Al verlo, se detuvo. La Primera lo había puesto de pie. El miraba a Linden como si ella y todo lo que la rodeaba careciera de existencia real. Pero la eterna advertencia sonaba como una súplica mecánica.
—No me toques.
—¡Oh, Covenant!
Naturalmente no podía quitarle su anillo. No podía hacerle aquello, no podía hacerlo porque era precisamente lo que los elohim deseaban. O parte de lo que deseaban. Ella sintió el impulso de protestar, pero se dio cuenta de que era inútil.
Entonces sintió deseos de llorar; deseos casi incontenibles. ¿Qué te han hecho?
—¿Es esa la verdad? —susurró la Primera, dirigiéndose a aquel cielo—. ¿Hemos obtenido ese conocimiento a costa de él?
Linden asintió vagamente. Sus manos gesticulaban sin sentido. Ella las había entrenado para que fueran manos de médico, y ahora apenas podía contener su anhelo de estrangular. Ella había permitido que manipularan a Covenant con tanta seguridad como si estuviera muerto; asesinado como Nassic, con un cuchillo caliente. Y sabía que si no actuaba, si no comenzaba a moverse, se volvería loca.
A su alrededor, los gigantes permanecían quietos como si hubieran sido inmovilizados por su desfallecimiento. O por la perdida de Covenant, de su determinación. Nadie más podría restaurar el propósito de la Búsqueda.
Aquella responsabilidad le dio a Linden lo que necesitaba. Animada por un tardío propósito, recorrió la colina con su mirada tratando de averiguar si Soñadordelmar había sufrido algún daño.
Se esforzaba en levantarse. Sus ojos estaban muy abiertos y aturdidos, confundidos por la Visión de la Tierra, Daba tumbos por la ladera como si hubiera perdido el sentido del equilibrio. Honninscrave corrió a ayudarle, y él se agarró a su hombro como si fuera el único punto estable en un mundo roto. Pero la percepción de Linden no descubrió evidencia de ningún daño físico.
Sin embargo, el daño emocional era muy grande. Algo en él había sido deformado desde sus raíces por la combinada fuerza de su examen, la pérdida de la esperanza que su hermano había concebido por él y el problema de Covenant. Se hallaba atrapado en una situación para la que todo consuelo había sido denegado; y llevaba la Visión de la Tierra como si supiera que ella iba a matarlo.
Tampoco esto era algo que Linden pudiera curar. Solamente podía verlo y musitar maldiciones que no tenían eficacia alguna.
La mayor parte de las campanas se habían replegado, pero dos permanecían cercanas. Estaban comentando entre sí, satisfechas, el amargo trago a que habían tenido que enfrentarse. Sus significados eran accesibles ahora, pero Linden ya no deseaba descifrar las palabras. Ya había tenido bastante con Cántico y Dafin.
Pero ambos elohim subían juntos por la ladera, acercándose a ella. Y no pudo ignorarlos. Eran su última oportunidad. Cuando la miraron, ella dirigió su amargura directamente a la mirada verde e inmaculada de Dafin.
«No debisteis hacer esto. Podíais habernos dicho donde estaba el Árbol Único. No teníais que poseerle a él, para luego dejarle en este estado».
Los duros ojos de Cántico tenían un brillo de indiferencia. Su voz interior lanzaba chispas de satisfacción.
Pero la mente de Dafin tenía un tono triste y suave cuando devolvió la mirada a Linden.
—Solsapiente, tú no comprendes nuestro Würd. Hay una palabra en tu lengua que tiene un significado similar. Esa palabra es ética.
¡Dios Mío!, exclamó Linden en rotundo desacuerdo. Pero se mantuvo callada.
—En nuestro poder —prosiguió Dafin—, muchos rumbos se nos abren que ningún mortal puede juzgar o seguir. Algunos son atractivos, otros desagradables. Nuestro presente rumbo fue escogido porque ofrece un equilibrio de esperanza y daño. Si hubiéramos considerado solamente nuestro interés habríamos seleccionado otro camino de mayor esperanza, ya que su dureza no habría caído sobre nosotros, sino sobre vosotros. Pero hemos decidido compartir las consecuencias. Hemos arriesgado nuestra esperanza. Y también aquello que es más precioso para nosotros: la vida, y el significado de la vida. Arriesgamos la confianza.
«Por tanto, algunos de nosotros (no necesitó referirse abiertamente a Cántico) pedían otro camino. Pues ¿quién eres tú para que nosotros tengamos que depositar nuestra suerte, nuestra vida y esperanza sobre ti? Todavía nuestro Würd permanece. Nunca hemos deseado dañar ninguna vida. No pudiendo hallar un camino de esperanza que no sea a la vez un camino de peligro, escogemos un camino de equilibrio y compartir su coste. No trates de juzgarnos a nosotros, cuando conoces tan poco de tus propios actos. No es culpa nuestra que la Solsapiente y el Portador del Anillo llegaran a nosotros como seres separados.
¡Oh, Demonios!, musitó Linden. Ya no le quedaba valor para preguntar a Dafin qué precio estaban pagando los elohim por el vacío de Covenant. No podía pensar en un coste demasiado grande. Y el timbre de las campanas le decían que Dafin no le daría una respuesta explícita. Ya no tenía sentido dedicar más de sus escasas fuerzas a argumentos o explicaciones. Sólo deseaba dar la espalda a los elohim y llevarse a Covenant de aquel lugar.
Como en respuesta, Cántico dijo:
—En verdad, esto es tiempo perdido. Si tuviera la elección en mis manos, vuestra expulsión de Elemesnedene se haría después de silenciar vuestras ignorantes lenguas. —Su tono era indiferente; pero sus ojos delataban un reprimido júbilo y astucia—. ¿Place a vuestro orgullo partir ahora o deseáis pronunciar más disparates antes de vuestra partida?
Claramente Dafin habló en la campana: «Cántico, esto no te concierne».
Y él replicó: «Me está permitido. Ahora no pueden impedírnoslo».
Los hombros de Linden se encogieron. Inconscientemente, se tensó en un esfuerzo para estrangular la intrusión en su mente. Pero en aquel momento la Primera avanzó unos pasos. Una de sus manos descansaba en el puño de su espada. La había estado acariciando casi todo el tiempo en que se desarrolló la Elohimfest. Era una espadachina muy entrenada y, en aquel momento, su cara mostraba un peligroso ceño de hierro con ansias de batalla.
—Elohim, quiero hacerte una pregunta que debe ser contestada.
Linden miró vagamente a la Primera. Sintió que nada quedaba en el grupo excepto preguntas; pero no tenía idea del alcance de la pregunta que la Primera iba a formular.
La Primera habló como si estuviera probando su espada contra un oponente de categoría.
—Tal vez os dignéis a revelar qué le ha ocurrido a Vain.
¿Vain? Por un instante, Linden se asustó. Ya habían pasado demasiadas cosas. No podía pensar en otra perfidia más. Pero no tenía elección. Se desmoronaría si no pudiera seguir moviéndose, seguir aceptando las responsabilidades a medida que se presentaban.
Recorrió con la mirada los alrededores de la colina. Pero sabía de antemano que no vería signo alguno del Demondim. En un rápido repaso a su memoria, vio que Vain no había asistido a la Elohimfest. No lo había visto desde que los componentes del grupo se habían separado para ser examinados. No. No lo había visto desde la expulsión de los haruchai. Entonces, su ausencia la había turbado inconscientemente. Pero no había sido capaz de poner un nombre a su vago sentido de falta.
Temblando, súbitamente se encaró a Cántico. El había dicho a través de la campana: Ahora no pueden impedírnoslo. Había pensado que se refería a Covenant. Pero ahora su disimulado júbilo tomaba otras implicaciones.
—Eso es lo que estabais haciendo. —La comprensión hervía en Linden—. Por eso provocasteis a Cail; por eso tratasteis de provocar luchas con nosotros. Para que nos olvidáramos de Vain.
Y Vain había caminado hacia la trampa con su habitual e indiferente negrura.
Luego ella pensó: No. No es eso. Vain se había acercado al alachan con aire de excitación, como si el proyecto le gustara. Y los elohim lo habían ignorado desde el principio, ocultando su intento contra él.
—¿Qué demonios queréis hacer con él?
El placer de Cántico era manifiesto.
—Era un peligro para nosotros. Sus oscuros creadores lo hicieron para que nos produjera daño. Era una ofensa para nuestro Würd, dirigida con gran astucia y malicia para desviarnos de nuestro camino. Eso no lo toleraremos nunca, de la misma forma que no hemos tolerado vuestros indignos deseos. Lo tenemos en prisión. Lo capturamos a escondidas —prosiguió riéndose—, para evitar la loca ira de vuestro Portador del Anillo. Pero ahora ese peligro ya ha sido cancelado. A vuestro Vain lo tenemos encarcelado y no habrá locura ni maldita indignación mortal que pueda liberarlo. —Sus ojos adquirieron un brillo especial—. De esta forma la ofensa que habéis tratado de hacer a nuestro pueblo está compensada. Considerad la justicia de vuestra pérdida y callaos.
Linden no podía soportar más. Cubriendo su rostro con severidad para no traicionarse a sí misma, saltó hacia él.
El la detuvo con un gesto negligente, haciéndola dar tumbos hacia atrás. Colisionó con Covenant. Este cayó al suelo sin intentar suavizar el impacto. Su cara quedó aprisionada contra el fango. Los gigantes no se habían movido. Estaban petrificados ante el gesto de Cántico. Después la Primera trató de sacar su espada. Soñadordelmar y Honninscrave trataron de atacar. Pero no pudieron moverse.
Linden se arrastró al lado de Covenant, para levantarlo.
—Por favor. —Le rogaba inútilmente, como si el poder de Cántico le hubiera quitado el juicio—. Lo siento. Despierta. Tienen a Vain.
Pero él parecía estar sordo e insensible. No hizo ningún esfuerzo para limpiar de lodo sus pálidos labios. Sólo respondía a los estímulos con la misma frase vacía, que nada tenía que ver con ellos, ni con los gigantes ni los elohim.
—No me toques.
Recostándolo, se volvió hacia Dafin para apelar a ella, a su compasión, por última vez. Su cara estaba húmeda por las lágrimas.
Pero Cántico se interpuso:
—Es suficiente —dijo con dureza—. Ahora marchaos.
En aquel momento, él adquirió las características típicas de su pueblo. Su mirada se tornó grave e impenetrable. Linden retrocedió; pero a medida que se incrementaba la distancia, él crecía en su visión, confundiendo sus sentidos de manera que a ella le pareció que caía de espaldas al firmamento. Por un instante, Cántico brilló como el sol, quemando sus protestas. Luego fue el mismo sol, y ella vislumbró el azul del cielo antes de que las aguas de la fuente la cubrieran como un llanto.
Casi perdió el equilibrio en los peldaños de travertino. El peso de Covenant la arrastró a la caída; pero en seguida Cail y Brinn llegaron saltando a través del surtidor para prestarle ayuda. El agua en su pelo brillaba bajo el sol del mediodía como si ellos… o ella, estuvieran aún en el proceso de transformación entre Elemesnedene y el maidan exterior.
El súbito cambio la aturdió. No podía hallar su equilibrio en la luz del sol cuando los haruchai les ayudaban, a ella y a Covenant, a bajar de la colina a través de las aguas hasta alcanzar tierra seca. No hablaron ni expresaron ninguna sorpresa, pero su muda tensión la alertaba a ella a través del contacto de sus duras manos. Ella los había echado.
El sol parecía anormalmente brillante. Sus ojos se habían acostumbrado a la suave iluminación de Elemesnedene. Ferozmente se frotó la cara tratando de quitarse el agua y el deslumbramiento como si quisiera erradicar cualquier sugerencia de lágrimas o llanto de su rostro. Pero Brinn la cogió por las muñecas y se puso ante ella como una acusación. Ceer y Hergrom mantenían a Covenant sujeto entre ellos. Los cuatro gigantes habían emergido de la zanja que circundaba la fuente. Estaban medio deslumbrados entre la alta hierba amarilla del maidan como si acabaran de salir de un sueño que no debió ser una pesadilla. La Primera empuñaba su espada con sus dos manos, pero no le era de ninguna utilidad. La deformidad de Encorvado parecía haberse acentuado. Soñadordelmar y Honninscrave iban juntos moviéndose con dificultad, unidos por el valor.
Pero Brinn no permitió que Linden volviera la cabeza. Preguntó con indignación:
—¿Qué mal ha caído sobre el ur-Amo?
Ella no tenía respuesta a la acusación que se leía en su mirada. Sintió que su equilibrio se había cambiado por inestabilidad. Se sentía como una mujer loca que respondiera irrelevantemente.
—¿Cuánto tiempo estuvimos allí?
Brinn quitó importancia a la pregunta con un ligero sacudimiento de su cabeza.
—Sólo momentos. Apenas habíamos cesado en nuestros intentos de volver a entrar en el clachan cuando volvisteis. —Sus dedos la maniataban—. ¿Qué mal ha caído sobre el ur-Amo?
¡Oh, Dios Mío!, suspiró. Covenant estaba seriamente dañado. Vain perdido. Los regalos negados. ¿Sólo momentos? Era verdad: El sol apenas se había movido desde la última vez que lo había visto, antes de entrar en Elemesnedene. ¡Cuánto mal se había producido en tan poco tiempo!
—Suéltame. —Era el ruego de un niño asustado—. Tengo que pensar.
Brinn la retuvo aún por un momento. Pero Encorvado se acercó. Sus malformados ojos abogaron en favor de Linden.
—Déjale —dijo—, yo te contestaré lo mejor que pueda.
Lentamente, Brinn soltó sus muñecas, y Linden cayó sobre la hierba.
Allí escondió la cara entre sus rodillas. Viejos y familiares llantos resonaban en ella, llantos que nadie había podido oír hasta mucho después de que su padre se desangrara hasta morir. Las lágrimas saltaban de sus ojos como una involuntaria recriminación a sí misma.
Las voces de sus compañeros iban y venían por encima de su cabeza.
Encorvado empezó a narrar lo sucedido en Elemesnedene; pero al poco, la demanda de brevedad decepcionó sus gigantinos instintos y estalló en protestas. La Primera tomó a su cargo la tarea. Detalló escuetamente lo que sabía del examen de Covenant. Luego describió la Elohimfest. Su narración fue concisa y completa. Su tono decía con claridad que ella, al igual que Encorvado, deseaba relatar lo ocurrido con todos los detalles. Pero aquel maidan, tan cercano a los elohim, no era el lugar adecuado para detallar tal historia; por tanto abrevió. Relató como había sido lograda la localización del Árbol Único y el precio que Covenant había pagado por aquello. Terminó diciendo:
—Vain ha sido encarcelado por los elohim. Argumentan que es peligroso para ellos. Una amenaza dirigida contra ellos, a través de los mares, de quienes lo construyeron. No van a soltarlo. Puede, incluso, que ya le hayan quitado la vida.
Al llegar a aquel punto, guardó silencio; y Linden supo que nada más quedaba por decir. No podía esperar ninguna inspiración que aligerara sus cargas. Como si supiera lo que estaban pensando, observó como Ceer y Hergrom volvían a los peldaños de travertino de la fuente, intentando entrar nuevamente en Elemesnedene. Pero el camino estaba cerrado para ellos. Había sido cerrado para todos los componentes del grupo. Allí ya no tenían nada que hacer. Pero cuando los dos haruchai regresaron al maidan el agua parecía brillar en la superficie de su pertinancia; y ella comprendió que compartía su propósito y que también tendría que luchar con ellos. No habían olvidado que por ella fueron expulsados de Elemesnedene.
Trató de ponerse en pie, pero no pudo. El peso de la decisión la mantuvo postrada. ¿Quién era ella para ocupar el lugar de Covenant y encabezar la Búsqueda? Gibbon, el Delirante le había prometido un futuro de angustia y ruina.
Pero sus compañeros se estaban preguntando como podrían volver al clachan, por la fuerza o mediante algún truco. Aunque tenía la impresión de estar volviéndose loca, parecía ser la única que conservaba su sano juicio. Y ya había aceptado el papel. Si no podía representarlo, al menos sería fiel a sí misma, a las decisiones que había tomado y a la gente que confiaba en ella; y, de esta forma, todo lo que había sido y acarreado hasta entonces se reduciría a nada.
Aferrada a su larga intransigencia interrumpió la reunión poniéndose de pie. Luego dijo:
—Aquí ya no tenemos nada que hacer. Vámonos.
Todos se quedaron silenciosos, asustados por su imprevista actitud. Se miraron unos a otros, dudando de ella, disconformes con su determinación de abandonar a Vain o con su intención de liderar el grupo. La Primera había enfundado la espada, pero mostraba deseos de batallar en cada uno de sus músculos. Honninscrave y Soñadordelmar habían encontrado su camino pasando del dolor al odio. Incluso Encorvado ansiaba oponerse. Y los haruchai, de pie, parecían buscar un lugar donde descargar su violencia.
—No me toques —dijo Covenant.
El abismo que había detrás de sus ojos le hacía parecer un hombre ciego. Su reiterado aviso era la única evidencia de que retenía algún vestigio de conciencia.
—Ya os lo he dicho. —La lengua de Linden estaba seca por la desesperación, pero sabía que si no se mantenía firme en aquel momento, nunca podría dejar de huir—. Ya no hay nada que podamos hacer por Vain. Regresemos al barco.
—Escogida. —La voz de la Primera era dura como el acero—. Somos gigantes. Cualquiera que sea su misión, ese Vain es nuestro compañero. Nosotros no dejamos abandonado tan fácilmente a un compañero.
Linden empezó a objetar, pero la espadachina la cortó.
—Además, se nos dijo que le fue regalado a Covenant Giganteamigo por los Muertos de Andelain. Por un gigante de los Perdidos, Corazón Salado Vasallodelmar, el Ser Puro de los surjheherrin. A él lo hemos visto cuando se ha abierto la mente de Covenant. No dejaremos que tal regalo se pierda. Aunque sobrepasa nuestra comprensión, creemos que los regalos hechos a Covenant por sus muertos son vitales y necesarios. Vain debe ser recuperado.
Linden comprendió. Los elohim habían plantado una semilla de posibilidad y su fruto se mostraba en las miradas de ella y sus compañeros. La posibilidad de que ella tomara el anillo de Covenant e hiciera uso de él.
Sacudió la cabeza. Eso sería una violación. El anillo era el peligro y la esperanza de Covenant. Y no osaría quitárselo. Su poder significaba demasiado para ella.
Y también tenía otras razones para oponerse a aquella idea. La situación de Covenant podía esperar, al menos hasta que el grupo estuviera seguro, lejos de aquel lugar; pero no la de Vain. Lo que el Demondim necesitaba de ella no era lo que parecía ser.
Dirigiéndose a la Primera, Linden dijo sin ambages:
—No. —De esto, al menos, estaba segura—. No te toca a ti decidir.
—Yo soy la Primera —empezó la espadachina—. Esa hubiera sido la decisión de Covenant.
Linden prosiguió severamente, poniendo toda su voluntad en mostrarse rígida.
—Pero él no está en condiciones. Y eso me obliga a mí.
Ella no podía explicarse con claridad por temor a que los elohim la escucharan y decidieran actuar. Ellos tenían la posibilidad de escuchar cualquier cosa que desearan y descubrir cualquier proyecto que escogieran. Por tanto, inventó razones que apoyaran lo que estaba diciendo.
—Tú no puedes hacerlo. El es tan importante porque viene de fuera. Al igual que el oro blanco. Nosotros no estaríamos aquí si la misión pudiera ser llevada a su fin por cualquier otro. Tú no puedes tomar su lugar. Y yo digo que tenemos que marcharnos. Dejemos que Vain cuide de sí mismo. No sabemos con qué objeto fue regalado a Covenant. Puede que ésta fuera la razón. Introducirlo en Elemesnedene para que realice aquello para lo cual fue creado. No lo sé, ni me importa. Tenemos lo que hemos venido a buscar. Y no quiero que permanezca aquí Covenant. Ellos desean su anillo. Yo seré maldecida si permanecemos por estos alrededores, permitiendo que vuelvan a hacerle daño.
La Primera mostró un gesto perplejo, como si la estabilidad de Linden se hubiera convertido en algo de lo que se podía dudar. Pero Brinn pareció aceptar sus palabras. En una voz como de piedra dijo:
—No sabemos nada de esas cuestiones. Aceptamos la ignorancia cuando decidimos servir al voto que hicimos al ur-Amo. —Su acusación estaba implícita—. Sólo sabemos que ha sido dañado cuando debía estar bajo nuestra protección. Y Vain es suyo, dado a él en ayuda de su misión. Por esta causa debemos estar con el Demondim. También —continuó con voz inflexible—, tú te has convertido en una responsabilidad nuestra. Vain se inclinó ante ti cuando fuiste rescatada de Piedra Deleitosa y él fue quien se esforzó en librarte del peligro del gravanel y de la enfermedad del Sol Ban. También fue él quien, en tu nombre, llamó a los surjheherrin en nuestra ayuda contra el Acechador. ¿Es que careces de todo deseo de servir a aquellos que te han servido?
Linden quería gritar replicando a sus palabras. El las suprimió con un gesto. Pero ella se mantuvo en su propósito hasta que los nudillos de su voluntad se blanquearon.
—Comprendo lo que estás diciendo. —Su voz temblaba, abandonada por el desapasionamiento que siempre había tratado de imponerle—. Pero no puedes entrar allí. Nos han encerrado fuera. Y no tenemos ninguna posibilidad de hacerles cambiar de idea. Covenant es el único a quien temían, y ahora ya no tienen por qué preocuparse de él. —Si Covenant hubiera escogido aquel momento para repetir su cantinela, su control se habría disipado. Pero afortunadamente permaneció en silencio, perdido en carencia de pensamientos—. Cada minuto que estamos aquí corremos el riesgo de que decidan hacer algo peor.
El desafío de la mirada de Brinn no se ablandó. Cuando ella hubo terminado, respondió como si su protesta hubiera sido inútil.
—Entonces, cúralo. Cura su mente para que él pueda decidir sobre Vain.
Al llegar a este punto, Linden pensó que iba a derrumbarse. Ya había soportado demasiado. En los ojos de Brinn vio su propia huida de Covenant durante la recaída provocada por el veneno, que se hacía presente para impugnarla. Y Brinn también sabía que ella había declinado proteger a Covenant de las maquinaciones de Infeliz. La Primera no había omitido este hecho en su historia. Por un momento, Linden no pudo hablar a causa de la culpabilidad que obturaba su garganta.
Pero el pasado era inalterable, y por el presente nadie tenía derecho a juzgarla. Brinn no podía ver a Covenant con la suficiente profundidad para juzgarla a ella. La misión de Covenant era la suya y debía afrontarla de la mejor manera posible. Aferrándose a su propio control tan duramente que le produjo dolor en los huesos de su cráneo, dijo:
—No aquí. No ahora. Lo que le ha sucedido es como la amnesia. Hay una posibilidad de que se cure solo. Pero aunque esto no ocurra, aunque yo tenga que hacer algo por él, no voy a correr el riesgo aquí, donde los elohim pueden ponernos cualquier trampa. —Y Vain podía estar huyendo—. Si no tomo todas las precauciones… —aquí se cortó al recordar la oscuridad que había detrás de los ojos de Covenant— podría destruir lo poco que le queda.
Brinn no parpadeó. Su mirada decía llanamente que aquello era sólo otra excusa, tan inconsciente como las demás. Con la paciencia ya casi perdida, Linden se encaró con la Primera.
—Yo sé lo que hago. Quizás yo haya fallado con demasiada frecuencia. Quizás ninguno de vosotros confió en mí. Pero yo no estoy perdiendo el juicio. —En sus oídos su insistencia sonaba igual que el ruego de un niño—. Tenemos que salir de aquí. Regresar al barco. Partir. —Puso toda su voluntad en no gritar—. ¿Es que no lo comprendéis? ¡Es de la única forma en que podemos ayudar a Vain! Necesitamos hacerlo ahora.
La Primera se debatió en sí misma. Tanto Honninscrave como Soñadordelmar miraban a otra parte, sin querer tomar partido en el conflicto. Pero Encorvado observaba a Linden como si estuviera recordando a Tejenieblas. Y cuando la Primera habló, él sonrió, y su sonrisa fue como una vela que se enciende en una habitación oscura. La Primera dijo con sequedad:
—Muy bien. Acepto tu mando en esto. Aunque poco puedo profundizar en lo concerniente a ti, tú eres la Escogida. Y hemos tenido evidencia de que posees una extraña fortaleza. Volveremos al Gema de la Estrella Polar.
Bruscamente se dirigió a los haruchai:
—No voy a obligaros a nada. Pero os pido que nos acompañéis. Vain está más allá de todo nuestro alcance. Y Giganteamigo y la Escogida requieren toda nuestra ayuda.
Brinn inclinó ligeramente la cabeza como si estuviera escuchando unas instrucciones silenciosas. Luego dijo:
—Nuestro servicio fue dado al ur-Amo y a Linden Avery en nombre del ur-Amo. Aunque no nos agrada que Vain sea abandonado, no os vamos a dejar.
Que Vain sea abandonado. Linden suspiró. Cada palabra que el haruchai pronunciaba le adjudicaba un nuevo crimen. Más sangre en sus manos, aunque había hecho juramento de salvar todas las vidas que pudiera. Quizás Brinn estuviera en lo cierto. Quizás su decisión fuera equivocada. O peor. ¿No eres tú maldad?
De repente se sintió demasiado débil para decir nada más. La luz del sol borraba su visión como sudor en sus ojos. Cuando Cail le ofreció su brazo, lo aceptó porque no tenía elección. No podía mantener el equilibrio. Al caminar con sus compañeros a lo largo del río Quejumbroso hacia Maderosa y al lugar donde se hallaba anclado el Gema de la Estrella Polar, estaba medio cegada por la luz y la debilidad. Y era imprescindible que mantuviera plenas sus facultades.
El maidan parecía extenderse indefinidamente ante ella. Sólo el caudal del río marcaba su extensión, haciendo que la hierba no fuera como la de Elemesnedene, sino vulgar e inacabable. La asistencia de Cail era amarga y necesaria para ella. No podía comprender la gentileza de esta ayuda. Tal vez hubiera sido ésta la cualidad de los haruchai que había conducido a Kevin Pierdetierra al Ritual de la Profanación. Porque ¿cómo hubiera podido conservar el respeto a sí mismo teniendo a estos seres como Guardianes de Sangre a su servicio? El Quejumbroso reflejaba trozos de azul del cielo en sus movidas aguas. Ella perseveró en su propio autorespeto recordando imágenes de Vain, tratando de no olvidar nada de lo que había hecho. Permaneció pasivo cuando los corceles desbocados lo habían llevado a la ciénaga del Llano de Sarán. Y aún había encontrado la forma de reincorporarse al grupo. ¿No habría escogido a la peligrosa Elemesnedene por sus propias razones secretas?
Poco a poco se fue aclarando su vista. Ahora podía ver el espléndido otoño de Maderosa extendiéndose ante ella. Pronto, junto a sus compañeros, andaría entre los árboles. Pronto…
El súbito repique de campanas la desconcertó. De no haber sido porque Cail aún la mantenía sujeta, se hubiera caído. Los elohim habían guardado silencio desde que los expulsaron del duchan. Pero ahora las campanas estaban en su mente, sonando a furia y a desastre.
Encorvado se le acercó, y ayudó a Cail a sostenerla.
—¿Escogida? —preguntó suavemente y con urgencia—. ¿Qué te ocurre? —Su tono reflejaba la palidez de su propio semblante.
—Es Vain —dijo a través del silencioso estrépito. Su voz era demasiado aguda y terminante para proceder de ella—. Está tratando de escapar.
En el instante siguiente, una explosión similar a un trueno sobrecogió al grupo. El cielo limpio de nubes se oscureció. Los poderes que estallaban unos contra otros apagaban el sol. Una larga vibración, como el gemido que precede a un terremoto, recorrió el suelo.
Los gigantes gritaron. Esforzándose en mantener su equilibrio, los haruchai formaron un círculo defensivo alrededor de Linden y Covenant.
Cuando miró atrás, hacia la fuente donde nacía el Quejumbroso, Linden vio que el agua se había convertido en fuego.
Ardiendo y llameando, la fuente de poder extendía sus llamas corriente abajo, lanzando su ardiente furia como un horno con la puerta abierta. A cada lado del veloz fuego, el maidan ondeaba y fluía como si se estuviera evaporando.
En el interior del calor, Linden distinguió una negra figura nadando.
¡Vain!
Nadaba con todas sus fuerzas a lo largo del Quejumbroso como si estuviera acosado. Sus movimientos eran frenéticos, y se debilitaban por momentos. Las llamas laceraban su piel, afectando a su negra esencia. Parecía disolverse en la feroz corriente.
—¡Ayudadle! —La necesidad de Vain la hizo gritar—. ¡Lo están matando! Los haruchai reaccionaron sin vacilar. Su duda respecto a ella no impidió su acción. De un salto, Ceer y Hergrom se lanzaron al río y bucearon hasta el centro de las llamas. Por un instante, ella temió que fueran consumidos. Pero el fuego no los tocó. Sólo quemaba el alquitrán de Vain.
Cuando los haruchai llegaron a él, pasó sus brazos alrededor de sus cuellos; y al momento la erosión de sus fuerzas pareció cesar como si extrajera vigor de ellos. Súbitamente tomó aliento y los hundió bajo la superficie. Con un concentrado esfuerzo, se irguió y apoyó los pies sobre sus hombros. Desde esta base saltó fuera del Quejumbroso.
Las llamas trataron de seguirlo; pero ahora se deslizaban por su bruñida piel como si fueran agua, desvaneciéndose a la luz del sol. Había escapado a su ataque directo. Y ahora, el sol vertía su luz dentro de él como un alimento. Sobre todo el maidan se extendía un aire sombrío, un crepúsculo antinatural; pero el sol actuaba sobre Vain con toda su fuerza, invirtiendo la descomposición que los elohim habían llevado a cabo sobre él. Extendiendo los brazos, elevó sus negros ojos al cielo, dejando que la luz lo restaurara.
Las campanas sonaban a fracaso y proferían amenazas, pero se limitaban a eso.
En el río, el poder se esfumó. Ceer y Hergrom salieron juntos a la superficie, sin haber sido dañados y treparon por el margen del río para reunirse con los demás, al mismo tiempo que observaban a Vain.
Lentamente, el Demondim bajó los brazos; y mientras lo hacía, el mediodía volvió al maidan. Tras aquello, adoptó la postura de siempre, entre relajada y alerta, con una vaga sonrisa en sus labios que no se dirigió a nadie. Se mostraba tan hermético como siempre, indiferente, ciego ante la simpatía o la ayuda.
—Perdona —dijo la Primera a Linden, en tono de velada pregunta—, no había pensado lo suficiente en la fuerza que le induce a seguirte.
Linden permanecía quieta, y aliviada. No sabía si Vain la seguía a ella o a Covenant, ni le importaba. Por una vez, su decisión había sido acertada.
Pero el grupo no podía permanecer donde estaba. Muchas de las campanas habían cesado de tocar, apagándose con las llamas. Sin embargo, otras sonaban con demasiada furia para ser olvidadas; y la amenaza que conllevaban le indujo a decir:
—Venid. Algunos de ellos quieren intentarlo de nuevo. Aún podrían bloquearnos la salida.
Honninscrave la miró vivamente.
—¿Cómo? —Sus gratos recuerdos de los elohim habían disminuido de forma considerable; pero era un gigante y sabía cómo luchar. ¡Piedra y Mar!— exclamó. —No van a impedirnos salir de aquí. Si es necesario, nadaremos por la Desapacible remolcando el Gema de la Estrella Polar.
La Primera había asentido con un movimiento de cabeza. Luego dijo:
—Sin embargo, la Escogida tiene razón. Debemos darnos prisa.
En seguida cogió a Covenant entre sus brazos y empezó a caminar hacia Maderosa.
Antes de que Linden pudiera seguirla, Soñadordelmar la levantó, llevándola consigo por la orilla del Quejumbroso. Cail y Ceer corrían a sus lados. Brinn y Hergrom corrieron para unirse a la Primera. Ávido por alcanzar el barco, Honninscrave los adelantó velozmente. La espalda deformada de Encorvado era un obstáculo para correr, pero le fue posible mantener el paso marcado por la Primera.
Detrás de ellos, Vain trotaba velozmente como alguien que hubiera estado corriendo durante toda su vida.
Iban por Maderosa como si, al igual que Linden, escucharan campanas sonando en sus talones. Pero las amenazas no se materializaron en acción. Tal vez los elohim que pensaban como Dafin fueron capaces de disuadir a aquéllos que compartían los pensamientos de Cántico. Y la distancia fue recorrida rápidamente. Los compañeros devoraron los árboles que había entre ellos y el barco como si estuvieran hambrientos de esperanza.
Luego cruzaron por la sombra de las Laderas de la Desapacible, y Maderosa se tornó bruscamente gris y llena de ira alrededor de ellos. Las horrendas montañas parecían arrebatar de los árboles el otoño y la calma. Pero Linden mantuvo su valor, pues sabía que la laguna estaba cerca. Cuando Soñadordelmar la llevaba entre los altos muros del valle, vio al Gema de la Estrella Polar todavía en la superficie del agua con sus erguidos palos de piedra como defendiendo el crepúsculo y las montañas. La falúa permanecía donde ellos la habían dejado.
Honninscrave empezó a gritar órdenes a Quitamanos, antes de que la lancha recorriera la mitad del camino que los separaba del dromond. Sus órdenes resonaban en los altos acantilados y los ecos parecían levantar a los gigantes en la arboladura. Cuando Linden llegó a la cubierta del barco gigante, las velas desplegadas ya se estaban hinchando. El viento soplaba hacia el oeste a través de las montañas.
Los gigantes se apresuraron a izar la falúa y a levar las anclas. Honninscrave subió rápidamente a la cubierta de mando dando instrucciones mientras lo hacía. El Gema de la Estrella Polar se despertó. Con un bullicio de actividad y un levantamiento de su proa, el dromond captó el viento, situándose como demandaban sus velas y empezó a deslizarse ligeramente a lo largo de la Desapacible.