El regalo del Forestal
En el momento siguiente, Linden llegó hasta Covenant a tanta velocidad que le hizo tambalearse, mientras bajaba la pendiente. Cogiendo su camisa, ella le sujetó con toda su fuerza.
—¡No lo hagas!
El trató de recobrar el equilibrio. Sus ojos ardían como precursores de la magia indomeñable.
—¿Qué es lo que te pasa? —balbuceó—. Necesitamos saber dónde está.
—¡No de esa forma! —Ella no tenía bastante potencia en su voz ni en sus músculos. Quería detenerlo físicamente; pero incluso su pasión era insuficiente—. ¡No debes hacer eso! Ellos pueden decírtelo simplemente. Ya saben dónde está.
El la cogió bruscamente por las muñecas y las mantuvo juntas cerca del corte de su camisa sin que ella pudiera soltarse. La activación del veneno y el poder en su interior hacía inútil todo intento.
—Yo te creo. —Su mirada expresaba angustia—. Este pueblo probablemente conoce todas las cosas; pero no nos comunicarán su sabiduría. ¿Qué quieres que haga? ¿Seguir suplicándoles hasta que cambien de idea?
—Covenant. —Ella le reñía y rogaba al mismo tiempo—. Yo puedo escuchar lo que se dicen unos a otros. —Las palabras perdían significado al ser pronunciadas—. Ellos tienen algún propósito secreto. El Execrable estuvo aquí antes que nosotros. ¡No permitas que te posean a ti!
Esto le impresionó. No soltó sus muñecas, pero disminuyó la presión de sus dedos mientras levantaba la cabeza para mirar a Infeliz.
—¿Es eso cierto?
Infeliz no parecía estar ofendida. Había tolerado la actitud de Linden repetidas veces.
—La Solsapiente sugiere que el Despreciativo ha estado con nosotros y nos ha manipulado para sus propios fines. Eso no es cierto. Pero sí lo es que tenemos nuestro propio plan a ese respecto.
—Entonces —gritó él— dime dónde está el Árbol Único.
—No tenemos por costumbre dar regalos innecesarios. —Su tono rehusaba toda contradicción, toda persuasión—. Por razones que nos parecen buenas, hemos tomado nuestra propia decisión. Nosotros somos los elohim y nuestras decisiones están más allá de lo que tú puedes juzgar. Me has pedido que abra el conocimiento oculto dentro de ti. Ese regalo puedo hacértelo; ése y no otro. Puedes aceptar o declinar, según lo que te dicten tus dudas. Si deseas otra respuesta, busca en otra parte. Pregunta a la Solsapiente por qué no entra en tu mente para obtener ese conocimiento. El camino está abierto también a ella.
Linden retrocedió. ¿Entrar…? Los recuerdos de la última recaída de Covenant llamearon ante ella. El oscuro anhelo que creía extinguido, reapareció. Seguramente para salvarle de lo que intentaban los elohim. Pero ella había puesto a Covenant en una situación en la que estuvo a punto de perder la vida. Un sentimiento de peligro la invadió. Fluía como un oprobio a través de su piel. La contradicción amenazaba con atraparla. Por eso había sido escogida, por eso Gibbon la había tocado. Deshaciéndose de las manos de Covenant, se enfrentó a Infeliz, espetándole la única respuesta que tenía, la única respuesta que le permitía contener su anhelo.
—La posesión es maldad.
¿Era verdad después de todo que los Elohim eran malos?
Infeliz movió una ceja con desdén, pero no replicó.
—Linden. —La voz de Covenant sonó como un aullido. Sus manos avanzaron hacia ella, la sujetaron y la hicieron volverse nuevamente hacia él—. No me importa si podemos confiar en ellos o no. Pero debemos saber ahora dónde se halla el Árbol Único. Si tienen algo más en su mente… —dijo con un gesto amargo—. Ellos piensan que yo no cuento. ¿Cuánto crees tú que puedo soportar de todo esto? ¿Hasta cuándo debo aguantar? —Su tono decía claramente que ya no podía soportarlo más—. Yo salvé una vez al Reino. Y lo haré de nuevo. Ellos no podrán impedírmelo.
Mientras ella admitía sus emociones, se encontraba entorpecida interiormente. Gran parte de su ira estaba dirigida contra ella, contra la idea de que era la Solsapiente y de que él debía ser vituperado por reafirmarse en sí mismo. Las campanas ahora estaban en la banda de su percepción, pero apenas las escuchaba. Estaban repitiendo otra vez todas las cosas que habían sucedido. Como de costumbre, ella no podía hacer nada. Ella era tan inútil para él como lo había sido para sus padres. Y ahora iba a perderlo. Si al menos pudiera decirle «Yo no tengo el poder. ¿No comprendes que la razón de que no quiera entrar en ti es que deseo protegerte?». En lugar de eso, dejó que hablara la parte helada de su corazón:
—Tú estás obrando así porque te sientes insultado. Es como tu lepra. Tú crees que puedes arreglarlo todo a base de sacrificarte. La víctima universal. —De todas formas tú nunca me has querido—. Es la única manera de vivir que conoces.
Vio que le había herido y que el dolor no cambiaba nada. Cuanto más le denigraba más duro se volvía. La muda y ardiente mirada con que él respondió, le hizo intocable. En sus propios términos, él no tenía alternativa. ¿Cómo podía llevar a cabo la misión con la que se había comprometido si no era afrontándola directamente aun a costa de exponerse a sí mismo? Cuando volvió la espalda a Linden para aceptar la oferta de Infeliz, ella ya no trató de detenerlo. Su entumecimiento podía también ser miedo.
—Covenant Giganteamigo —demandó la Primera—, ten cuidado con lo que haces. He puesto la Búsqueda en tus manos. No puede perderse todo.
El la ignoró. Encarándose a Infeliz, musitó débilmente:
—Estoy dispuesto. Vamos.
Una campana sonó en la colina; un clamor de súplica o protesta. Ahora Linden ya podía identificar su origen.
Procedía de Buscadolores. «¡Infeliz, considéralo! Es mi vida la que arriesgas. Si este camino falla debo cargar yo con las consecuencias. ¿Es que no hay otro camino?».
Nuevamente Infeliz sorprendió a Linden:
—Solsapiente —dijo, como si se estuviera negando a sí misma—, ¿cuál es tu palabra? En tu nombre, yo lo rechazaré a él si tú lo deseas. —Covenant soltó una maldición entre dientes; pero Infeliz no había terminado y prosiguió inflexiblemente, prescindiendo de él—. Sin embargo, la responsabilidad estará sobre tu cabeza. Debes prometer que tomarás su anillo antes de que arruine la Tierra; que tú serás al mismo tiempo Solsapiente y Portadora del Anillo. —Covenant le dedicó un desesperado insulto que Infeliz no se dignó a acusar—. Si tú no te comprometes a cumplir esta promesa, yo debo oponerme a su petición.
Buscadolores campaneó: «Gracias Infeliz».
Pero Linden no tenía manera de saber lo que Buscadolores quería decir. Estaba tratando de calibrar la importancia de la propuesta de Infeliz. Aquella era una tentación más insidiosa que la posesión. Le ofrecía el poder sin exponerla a la amenaza de la oscuridad. ¿Aceptar la responsabilidad por él? No, más que eso: aceptar la responsabilidad de toda la Búsqueda, por la supervivencia de la Tierra y la derrota del Amo Execrable. Ahí radicaba su oportunidad de proteger a Covenant de sí mismo: controlarlo de la misma forma que él había tratado tantas veces de controlarla a ella.
Pero luego vio la trampa escondida. Si aceptaba, la Búsqueda no tendría manera de encontrar el Árbol Único. A menos que ella hiciera lo que ya había rehusado hacer, a menos que lo violara para arrancarle el secreto de Caer Caveral. Todo volvía a aquello. La fuerza de su soterrado anhelo por aquella clase de poder la hacía sentirse enferma. Pero ya lo había rehusado, se había pasado la vida rehusándolo.
Sacudió la cabeza. Con voz apagada, dijo:
—No puedo decirle lo que hay que hacer. —Y trató de creer que estaba afirmando algo, defendiéndose a sí misma y a él contra cualquier tentación. Pero cada palabra que pronunciaba sonaba como una negación. El pensamiento de su riesgo retorcía su corazón—. Déjalo que tome sus propias decisiones.
Luego tuvo que cruzar los brazos sobre su pecho para protegerse contra la fuerza de la satisfacción de Covenant, la frustración de Buscadolores, la aprensión de sus amigos y el vehemente resplandor de Infeliz.
—Ven, —dijo la elohim vestida de diamantes—. Vamos a empezar.
Y su voz interior añadió: «Deja que permanezca en silencio tal como nos hemos propuesto».
Involuntariamente, Linden se volvió y vio a Covenant e Infeliz mirándose uno a otro como si estuvieran transfigurados. Ella resplandecía con el signo de la victoria, mientras él estaba con los hombros rígidos y la cabeza levantada, abrazado a la cruz de su circinada condena. Si él hubiera sonreído, Linden hubiera gritado.
Con una ligera ondulación de su vestido, como si exhibiera sus joyas, Infeliz descendió de la colina. Su poder y ella se compenetraban como si fueran la misma cosa. Fluyendo como la agradable brisa de la tarde, avanzó hasta situarse frente a Covenant.
Colocó la mano en su frente, y el silencioso aire de la colina se impregnó de ansiedad.
Un grito tan penetrante como una escarpia desgarró el pecho de Covenant, que cayó sobre sus rodillas. Cada músculo de su cara y su cuello se agarrotó. Sus manos saltaron a sus sienes como si su cráneo le hubiera sido separado del cuerpo. Una serie de convulsiones le hicieron golpearse los lados de su cabeza, sin poder impedirlo.
Casi a la vez, Linden y los gigantes corrieron hacia él.
Antes de que pudieran llegar, su grito se convirtió en un aullido de magia indomeñable. La llama blanca se expandió en todas direcciones. Infeliz retrocedió. La roca de la colina se estremeció. Linden y Encorvado cayeron al suelo. Muchos de los elohim cambiaron de forma para protegerse. La Primera sacó su espada como si su seguridad dependiera de ella. Gritaba furiosamente a Infeliz; pero entre el ruido del fuego de Covenant, su voz no se oía.
Mientras pugnaba con sus manos y piernas, Linden vio algo que congeló la sangre en sus venas. Esta conflagración no se parecía a ninguna otra de las que había presenciado. No salía de su anillo, de su medio puño, con el que se golpeaba la sien. Salía directamente de su frente, como una erupción de su cerebro.
Al principio, la llama se esparcía en todas direcciones, sembrando de pánico la colina. Pero luego el aire se convirtió en un tumulto de campanas tañendo en invocación, moldeando el propósito de los elohim; y el fuego empezó a cambiar. Poco a poco se fue alterando hasta convertirse en un brillo caliente, tan intenso y blanco como si toda la angustia existente se estuviera fundiendo.
Instintivamente, Linden protegió sus ojos. Aquel brillo podría haberla cegado; pero no lo hizo. Aunque se reflejara en su rostro como si estuviera contemplando de cerca un horno de sol, sus efectos eran soportables.
Y dentro de su brillante centro nacieron visiones.
Una después de otra, emergieron tras la radiación.
Una niña con un vestido azul, de cuatro o cinco años, estaba apoyada de espalda contra el oscuro tronco de un árbol. No hacía ningún ruido, pero lloraba de terror ante una serpiente de cascabel que estaba cerca de sus piernas desnudas.
Luego la serpiente se fue, dejando dos fatales marcas rojas en la pálida carne de la niña.
En la visión, Covenant se estremecía. Parecía abatido y destrozado de pies a cabeza. Brotaba sangre de un corte que había en sus labios, y de su frente. Cogió a la niña en brazos y trató de consolarla. Ellos hablaban pero en la visión no se reproducía el sonido de sus palabras. De pronto sacó un cortaplumas y lo abrió. Con el lazo de una de sus botas hizo un torniquete. Luego sujetó la niña abrazándola, y apuntó su cuchillo sobre su piel violada.
Con el movimiento del cuchillo la visión cambió. Primero una, después la otra. Cuchillas que cortaban sus muñecas, dibujando líneas de muerte. La sangre corría. El se arrodilló en un charco de suplicio mientras los Caballeros ondeaban sus rukhs y lo conducían, desvalido y ensangrentado, a la Videncia.
Siguió un caos de imágenes. Linden vio el Reino desecho bajo el Sol Ban. Después del diluvio del Sol de la Lluvia, el terreno se convertía en un desierto; luego este desierto tenía la supuración roja del Sol de Pestilencia. Al mismo tiempo, todas estas cosas repercutían en la carne de Joan cuando yacía, poseída y atada, en su lecho de casa de Covenant. Perdida entre mil formas de enfermedad, Linden estuvo a punto de enloquecer a causa de aquella visión.
La visión temblaba de odio y repulsión, y la magia indomeñable apareció. Una viva incandescencia ardió como una antorcha blanca entre los rukhs encendidos con sangre. Covenant se inclinó sobre sus torturadas muñecas, cortando la hemorragia y cicatrizando las heridas. Luego se levantó, y erguido por la furia y la conflagración, desparramó su poder sobre los Caballeros, matándolos como a ratas.
Pero cuando la llama hubo crecido y se hallaba próxima a la explosión, la esencia de su luz cambió, suavizándose. Covenant estaba en la superficie del lago, y mientras las aguas ardían en un remolino ante él, levantaba el krill con sus manos. El lago lo sostenía como una bendición, cambiando su brillo salvaje por una luz de esperanza; ya que todavía existía la Energía de la Tierra en el Reino, y sólo este lago y no otro, se resistía todavía al Sol Ban.
De nuevo, el fuego cambió. Ahora manaba en forma de riachuelos de fosforescencia desde la alta figura de un hombre. Vestía de sedalina blanquísima. En su mano llevaba una nudosa rama de árbol, a guisa de bastón. Se movía con dignidad y fuerza; pero en contráete con su solemne actitud, su cara no tenía ojos ni cuencas.
Cuando se dirigió hacia Covenant, aparecieron otras figuras. Un hombre vestido de azul con una aviesa sonrisa y ojos serenos. Una mujer, que lucía un atuendo parecido, y cuyas apasionadas facciones mostraban trazos de amor y odio. Un hombre como Cail y Brinn, tan equilibrado y capaz como la discreción misma. Y un gigante, que debió ser Corazón Salado Vasallodelmar.
Los Muertos de Covenant.
Con ellos estaba Vain, exhibiendo su negra perfección como una coraza que escondía su corazón.
Las figuras hablaban a Covenant en la muda visión. La bendición y el anatema de su afecto hicieron que se pusiera de rodillas. Luego el hombre sin ojos, el Forestal, se le acercó. Cuidadosamente extendió su bastón para tocar la frente de Covenant.
Instantáneamente una llama como una melodía de fuego pasó por la colina; y, al momento, todo Elemesnedene quedó en la oscuridad. La noche se cernió dentro de la visión; una noche hecha explícita y familiar por las estrellas. Lentamente, el mapa de estrellas empezó a girar.
—¿Has visto, Honninscrave? —gritó la Primera con voz ronca.
—Sí —respondió él—. Este rumbo puedo seguirlo hasta el fin del Mundo.
Por un momento, las estrellas mostraron el camino hacia el Árbol Único. Entonces, en el lugar que ellos habían señalado, la visión bajó hacia el mar. Entre las olas apareció una isla. Era pequeña y carecía de vegetación, como un montón de piedras apiladas para formar un rompeolas. No había signos de vida entre la desolación de sus rocosos límites. Pero aún el intento de la visión era claro: allí se hallaba el Árbol Único.
Sobre el océano se levantaba un solitario muro. Covenant gritó como si hubiera vislumbrado su desdicha.
El sonido desgarró el interior de Linden. Se balanceó sobre sus pies, tratando con sus escasas fuerzas de mantenerse erguida. Covenant se arrodilló con el poder emanando de su frente como si estuviera siendo crucificado con clavos de fuego cerebral.
Por un momento, ella no pudo avanzar contra la luz. Una corriente que emanaba de él parecía impedírselo. Pero, en aquel instante, todas las campanas tocaron al unísono: «¡Se ha cumplido!».
Algunos de ellos estaban exaltados por la victoria. Otros expresaron un profundo pesar.
Al mismo tiempo empezó a extinguirse la visión de la isla mordida por el mar. El brillo fue degradándose lentamente, restaurando la iluminación natural de Elemesnedene y permitiendo que Linden avanzara. Paso tras paso, se esforzó para acercarse a Covenant. Vestigios de la visión parecían hervir en su piel, relampaguear en su cabello; pero trató de sobreponerse. Cuando el poder llegó a su fin, dejando la atmósfera tan aturdida y quieta como una tierra devastada, ella saltó para situarse frente el Incrédulo.
El gimió, adoptando una acobardada postura, descansando sobre sus talones y con los brazos rodeando inconscientemente sus rodillas. No parecía ser consciente de nada. Su mirada pasó por ella como si estuviera ciego. Su boca permanecía abierta, vacía como si hubiera sido despojada de toda palabra o capacidad de llorar. Su respiración era lenta y dificultosa. Los músculos de su pecho estaban doloridos como si hubieran sido torturados durante la representación de Infeliz.
Pero cuando ella le tendió la mano, él graznó como un reseco y malparado cuervo:
—No me toques.
Las palabras fueron claras. Repitieron el viejo aviso de su leprosidad para que todos los elohim lo oyeran. Pero la luz de su mente había desaparecido de sus ojos.