OCHO

La Elohimfest

¿Qué Demonios pasa?

Linden no podía moverse. La lucidez con que habían hablado las campanas le había causado vértigo. Miró la mano extendida de Dafin. No le causó ninguna impresión. Se concentró febrilmente en analizar el significado de la música.

Debemos apresurarnos…

¿Había oído eso… o lo había inventado en su confusión?

…escucharnos demasiado bien.

Su sentido de percepción adquirido en el Reino había tropezado con algo que ella no había intentado captar. Los comunicantes de las campanas no querían que supiera lo que estaban diciendo. Luchó por concentrarse. Pero no podía dominar aquel lenguaje. Aunque disminuía cuando trataba de concentrarse en él, no se acallaba del todo. Continuaba tañendo en el fondo de su conciencia como una conversación de fino cristal. Y sin embargo la eludía. Cuanto más se esforzaba en comprenderlo más sonaba como simples campanas sin significado.

Dafin y Luz de la Mañana la miraban como si pudieran leer su pensamiento. Necesitaba que la dejaran sola. Necesitaba tiempo para pensar; pero los ojos de los elohim no se apartaban. Linden sintió que su azoramiento aumentaba y reconoció otra necesidad: ocultarles el alcance y la limitación de lo que oía. Debía descifrar el significado de aquellas campanas, y en beneficio de sus fines, esconder sus logros.

Debía guardar en secreto todo lo que pudiera. Detrás de la aparente inocencia de Dafin, los elohim mantenían ocultos sus verdaderos propósitos. Y Covenant, así como el resto de sus compañeros, dependía de ella, tanto si lo sabían como si no. Ellos no tenían sus oídos.

La música no cesaba. Por tanto, ella aún no se rendía. Tratando de ocultar su confusión, parpadeó ante Dafin y preguntó con incredulidad:

—¿Es eso todo? ¿Ya me habéis examinado? No sabéis nada acerca de mí.

Dafin se rió ligeramente.

—Solsapiente, este «examen» es como el «hacer» del cual has hablado tan inflexiblemente. Para nosotros la palabra tiene otro significado. Lo he considerado y he obtenido toda la verdad que necesitaba de ti. Ahora bien —extendió nuevamente la mano—, ¿no he dicho ya que la Elohimfest te aguarda? Allí, la llegada de Infeliz ofrecerá otra percepción. Y también formularemos las preguntas y respuestas mediante las cuales tú has investigado sobre tales extremos. ¿No deseas asistir a la congregación?

—Sí —respondió Linden, tratando de ocultar su desconfianza—. Eso es lo que quiero.

Había olvidado sus esperanzas entre las inquietantes indicaciones de las campanas. Pero sus amigos debían ser avisados. Debía encontrar la forma de prevenirlos contra el peligro que no podían percibir. Aceptó rígidamente la mano de Dafin, permitiendo a la elohim que le ayudara a levantarse.

Con Dafin a un lado y Luz de la Mañana al otro, como dos guardianes, abandonó la ladera de la colina. No tenía sentido de dirección en aquel lugar; pero no objetó nada sobre el camino que llevaba Dafin. Y se esforzó en esconder sus pensamientos bajo una máscara de seguridad.

En ambos lados se mostraban las maravillas de Elemesnedene: árboles adornados y arbustos flameantes, fuentes teñidas del color de icor, animales blasonados como tapices. En todas partes los elohim producían cosas sorprendentes como si fueran totalmente naturales; el derramamiento o detritus de sus autocontemplaciones. Pero ahora todas y cada una de aquellas imposibles teurgias le aparecían a Linden ominosas, siniestras, llenas de peligro. Las campanas continuaban sonando en su cabeza. Aunque seguía pendiente de ellas, no le decían nada en concreto.

Por una fracción de segundo, ella sintió lo mismo que había sentido al entrar en Piedra Deleitosa por primera vez. Atrapada por la violencia del poder de Santonin, desposeída de cualquier razón que hubiera dado forma o voluntad a su vida. Aquí la manipulación era más sutil, pero tan escurridiza como el aceite y lo cubría todo como un paño mortuorio. Si los elohim no decidían dejarla libre, nunca saldría de Elemesnedene.

Aquello no era Piedra Deleitosa y los elohim no tenían nada en común con los Delirantes, ya que la sonrisa de Dafin no llevaba ningún signo de falsedad y sus ojos eran del color de las nuevas hojas de la primavera. Y mientras pasaba, las maravillas dejaban de lado su autoabsorción para unirse a ella y a la Solsapiente. Revoloteando y fundiéndose, condensándose en forma humana, saludaban a Linden como si fuera la heredera de alguna extraña majestad. Luego se alineaban tras ella y caminaban en silencio hacia el cónclave de la Elohimfest. Vistiendo túnicas y mantos como el cortejo de una celebración, seguían a Linden haciéndole honores. Nuevamente sintió el encanto del alachan a su servicio, festejándola para eliminar su desconfianza.

Pero mientras los elohim avanzaban con ella, la tierra que dejaban detrás perdía todas sus peculiaridades, convirtiéndose en un paisaje vacío, vago y ondulado, debajo de un cielo plano. Elemesnedene sin la actividad de los elohim era como un desierto.

Al frente se encontraba la única referencia que Linden tenía de todo el clachan: un amplio círculo de olmos muertos. Estaban apuntando al opalescente aire con sus ramas, igual que centinelas abatidos rodeando el lugar donde habían sido atacados muchos eones de tiempo atrás. Sus sentidos pudieron discernir la natural textura de su madera, la desecación de la savia en sus corazones, la negra e inmemorial muerte de sus brazos levantados. Pero lo que no podía comprender era cómo los árboles naturales no podían resistir el tiempo en un lugar habitado por los elohim.

A medida que se aproximaba a ellos, escoltada por Dafin y por Luz de la Mañana, así como por una brillante procesión de elohim, vio que se hallaban alrededor de una colina baja y extensa que brillaba con una acentuada luz. De alguna forma, la colina parecía la fuente de iluminación de todo Elemesnedene. O tal vez este efecto fuera causado por la forma en que el cielo bajaba sobre aquel lugar de manera que la colina y el cielo formaban un centro alrededor del cual los olmos muertos constituían una helada circunvalación. Al pasar entre los árboles, Linden sintió que estaba penetrando en el corazón de una epifanía.

Más elohim llegaban de todas partes. Afluían con sus radiaciones como imágenes de todo aquello que hacía la tierra agradable; y, por un momento, la garganta de Linden se atragantó ante su visión. No podía reconciliar los sentimiento que aquella gente había despertado en ella, ni sabía donde se hallaba la verdad. Pero lo que sí supo en aquel momento fue que nunca encontraría otro pueblo con tal capacidad para exaltar la belleza.

Luego su atención se desvió hacia sus compañeros, cuando estos empezaron a ascender por la colina desde diferentes direcciones alrededor del anillo. Honninscrave caminaba con la cabeza alta y la cara encendida, como si acabara de revivir uno de sus más preciosos recuerdos. Y por el otro lado llegaba Encorvado. Cuando él vio a la Primera, que se acercaba, la saludó con una llamada de amor que arrancó lágrimas de los ojos de Linden, purificando todo lo que les rodeaba.

Parpadeó para aclarar su visión y vio la alta figura de Soñadordelmar elevándose por detrás de la cima de la colina. Al igual que la Primera, no parecía compartir la satisfacción de Honninscrave. La Primera tenía una expresión absorta y preocupada, como si en su examen hubiera conseguido una dura victoria. Pero el rostro de Soñadordelmar expresaba dolor, una aflicción activa; o el reconocimiento de un peligro que su mudez no le permitirá expresar.

Alarmada por las implicaciones de lo que veía en sus ojos, Linden escudriñó rápidamente la colina, tratando de encontrar a Covenant. Le vio por un momento, pero luego él pasó por detrás para dirigirse hacia ella.

Se movía como si todos sus músculos estuvieran tensos y agarrotados. Sus emanaciones eran estridentes por la tensión que contenían. De alguna manera, su examen había sido costoso para él. Sin embargo, al verlo de cerca, a pesar de su aspecto blanco y rígido, Linden sintió alivio. Ya no estaba sola.

Covenant se acercó a ella. Sus ojos eran cortantes y vidriosos como láminas de mica. Cántico estaba a pocos pasos detrás de él, sonriendo con arrogancia. Cuando Covenant mostró sus desgarradas emociones junto a ella, su alivio se convirtió en desolación e ira. Hubiera querido gritar a Cántico: ¿Qué le has hecho?

Covenant se detuvo. Sus hombros se hundieron. Con voz cansada le preguntó:

—¿Estás bien?

Ella hizo un gesto rechazando lo convencional de su pregunta. ¿Qué te ha hecho Cántico? Quería rodearlo con sus brazos pero no sabía cómo hacerlo. Nunca supo cómo ayudarle. Buscaba la forma de advertirle sobre lo que había descubierto. No podía formar palabras que parecieran inocentes, por lo que adoptó un tono deliberadamente indiferente y se arriesgó a decir:

—Desearía hablarte de eso. Cail tuvo un acierto.

—También yo recibí esa impresión. —Su voz era ronca. Desde su primer encuentro con los elohim había estado al borde de la violencia. Ahora sonaba como si estuviera lleno de erupciones potenciales—. Cántico trató de que le diera mi anillo.

Linden se quedó estupefacta. Su encuentro con Dafin no la había preparado para la posibilidad de que sus compañeros fueran examinados más rudamente.

—Tenía mucho que decir sobre el tema, —continuó Covenant. Detrás de su aspereza había una seria conflictividad—. Esos elohim se consideran el centro de la Tierra. De acuerdo con él, todo lo importante ocurre aquí. El resto del mundo es como una sombra proyectada por Elemesnedene. Al Amo Execrable y el Sol Ban sólo son síntomas. La enfermedad real es algo más; él no se molestó en explicar qué era exactamente. Dijo algo acerca de la oscuridad amenazando el corazón de la Tierra. Quiere mi anillo. Quiere la magia indomeñable para atacar con ella la enfermedad.

Linden iba a expresar su desacuerdo. El no la necesita. El es la Energía de la Tierra. Pero no estaba segura de lo que podía arriesgarse a revelar.

—Cuando le dije que no, respondió que no importaba. —El semblante de Cántico parecía confirmar lo que estaba diciendo Covenant—. Según él, yo no cuento. Soy un vencido. —Covenant mordía las palabras mascando su sentido fundamental—. Todo lo que a mí me pase carecerá de importancia.

Linden volvió a la pregunta inicial que él le había hecho, tratando de indicarle que lo había comprendido.

—Ahora ya sabes cómo me siento cada día. —Respondió.

Pero falló en su intento. Las cejas de Covenant se arquearon. Sus ojos eran punzantes como astillas.

—No necesito que me adviertan de nada. —Los gigantes se habían reunido a su espalda. Estaban escuchando con incomprensión en sus caras. Pero él había sido atrapado por la amargura y parecía inconsciente del daño que estaba inflingiendo a Linden—. ¿Por qué crees que estás aquí? Todo el mundo espera que yo caiga.

—¡Yo no! —le gritó ella con rabia. Sin importarle el daño que pudiera producirle—. Eso no es lo que quiero decir.

Su vehemencia lo detuvo. La miró sumido en los recuerdos y el temor. Cuando habló nuevamente había recobrado su medida y control.

—Lo siento. No estoy actuando muy bien aquí. No me gusta ser tan peligroso.

Ella aceptó sus excusas con un rígido asentimiento. ¿Qué más podía hacer?

Tras esto, el objetivo de Covenant había cristalizado en la textura del diamante. Pero ella no sabía qué objetivo era aquel. ¿Hasta dónde quería llegar?

Rígido como una piedra, se volvió hacia los gigantes. Los saludó bruscamente. La Primera no podía disimular la ansiedad que mostraban sus ojos. Encorvado emitía una brillante empata que no decía nada sobre su propio examen. Pero Honninscrave parecía perplejo, incapaz de conciliar el informe de Covenant y la actitud de Linden con sus propias experiencias. Linden se preguntó, una vez más, qué clase de intercambio esperaba hacer.

Los elohim continuaban llegando. Ya había tantos que llenaban la curva interior del círculo de olmos y se extendían hasta media ladera de la colina. Sus movimientos producían un murmullo, pero pasaban unos frente a otros sin hablar. Estaban allí tan herméticos y concentrados como lo habían estado durante sus ritos de autocontemplación. Sólo las campanas contenían un cierto sentido de comunicación. Frunciendo el ceño se esforzó nuevamente en captar su significado, pero permanecía extraño e indescifrable, como una lengua extranjera que le fuera familiar en sonido sin conocer el significado de sus palabras.

Entonces su atención fue captada por un elohim. Cuando inició su entrada en el anillo le había pasado desapercibido. Ni su blanca y limpia carne ni su vestimenta color crema lo distinguían de la grácil multitud. Pero cuando pasó cerca, caminando con aire despreocupado alrededor de la colina, atrajo su mirada como un imán. Su visión le produjo un escalofrío. Era el primer elohim que ella había visto que hubiera escogido vestir con apariencia de miseria.

Había adoptado una forma que parecía desgastada y deformada por el trabajo. Sus extremidades eran flacas, dejando al descubierto el espacio entre los músculos; su piel era pálida y enfermiza; su cabello colgaba sobre sus hombros como escobillas de plata. Sus cejas, sus mejillas y los ángulos de sus ojos, habían sido tallados con las herramientas de la dificultad y la escasez. Alrededor del vago amarillo de sus ojos, sus cuencas eran tan oscuras como un viejo lamento. Y se movía con la rigidez de un hombre que acabara de ser apaleado.

No se dirigía al grupo, por el contrario seguía su camino entre los elohim, tan indiferente a ellos como ellos hacia él. Mirándolo cuando ya había pasado, Linden se aventuró a otra pregunta.

—¿Quién es aquél? —preguntó a Dafin.

Dafin respondió:

—Es Buscadolores, el Designado.

—¿«Designado»? —inquirió Linden—. ¿Qué significa eso?

Sus compañeros escuchaban. Aunque carecían del sentido de Linden, Buscadolores no les había pasado desapercibido. Entre tantos elohim elegantes, él vestía sus penas como marcas de tormento.

—Solsapiente —dijo dulcemente Dafin—, él lleva una pesada carga. Ha sido nombrado Designado para soportar el coste de nuestra sabiduría. Somos un pueblo unido por nuestra visión. Ya te he hablado de esto. Las verdades que Luz de la Mañana encuentra dentro de él también están contenidas dentro de mí. De esta forma nosotros somos fuertes y estables. Pero en esta fortaleza, en esa seguridad, hay también un peligro. Una verdad que uno percibe puede a veces no ser vista por otros. Nosotros no reconocemos alegremente este fallo, pues ¿cómo puede uno decir a otro «mi verdad es mayor que la tuya»? Y no hay nadie en el mundo que pueda contradecirnos. Pero nuestra sabiduría comprende que debe ser cautelosa.

«Por tanto, en cualquier parte que se encuentre una necesidad sobre la Tierra que nos requiera, uno es designado para ser depositario de nuestra sabiduría. De acuerdo con la necesidad, su misión puede variar. En una época, el Designado puede negar nuestra unidad, desafiándonos para buscar más profundamente la verdad. En otra, puede ser nombrado para perfeccionar nuestra unidad. —Por un instante, su tono tomó un acento más ominoso—. En todas las épocas, él paga el precio de nuestra duda. Buscadolores arriesgará su vida contra la condena de la Tierra».

¿Condena? Aquella idea asustó a Linden. ¿Cómo? ¿Era Buscadolores entonces igual que Covenant, aceptando el coste de un pueblo entero? ¿Qué coste? ¿Qué habían visto los elohim por lo cual se sentían responsables y todavía no deseaban hablar de ello?

¿Qué sabían acerca del Despreciativo? ¿Era acaso la sombra de Cántico?

Su mirada continuó siguiendo a Buscadolores. Pero mientras se ocupaba de sus pensamientos, se produjo un cambio en la colina. Todos los elohim dejaron de moverse y Dafin se dirigió sonriendo a Linden:

—Ah, Solsapiente. Infeliz ya llega. Ahora empieza la Elohimfest.

¿Infeliz?, preguntó mudamente Linden. Pero las campanas no le dieron respuesta alguna.

Los elohim se habían vuelto hacia su izquierda. Cuando ella miró en aquella dirección vio a una figura de luz acercándose desde más allá de los olmos. Los troncos y ramas de los árboles quedaban en relieve negro sobre su fondo. Con el grave y majestuoso paso de un turífero entró en el círculo, pasando entre la gente. Allí se detuvo y se encaró al grupo de la Búsqueda.

Era una mujer alta. Su encanto refulgía como un gema iluminada. Sus flexibles formas lanzaban resplandores como un mar de luz de luna. Sus vestiduras estaban salpicadas de diamantes, adornadas con rubíes. Una penumbra de gloria la dibujaba contra los árboles y el cielo. Ella era Infeliz, y se hallaba en la cima de la colina como la culminación de cada maravilla de Elemesnedene.

Sus ojos soberanos pasaron por el grupo fijándose luego en Linden, encajando y manteniendo su mirada, ante la cual, las rodillas de Linden se debilitaron. Sintió deseos de inclinarse ante aquella figura, ante aquel personaje. Probablemente, la humildad era la única respuesta justa a aquella mujer. Honninscrave ya se hallaba de rodillas y los otros gigantes siguieron su ejemplo.

Pero Covenant permaneció erguido; una imagen esculpida en la intransigencia. Y ninguno de los elohim había dedicado a Infeliz reverencia especial, excepto la derivada de su silencio. Sólo la música de las campanas sonaba como una adoración. Linden trató de desconectarse y se esforzó en mantener su mirada contra la magnificencia de la de aquella mujer.

Luego Infeliz miró a otra parte y Linden casi suspiró de alivio. Levantando su brazo, Infeliz se dirigió a su pueblo con una voz que sonaba como la vibración de un fino cristal.

—Ya he llegado. Vamos a empezar.

Sin preparación previa, la Elohimfest empezó.

El Cielo se oscureció como si una inexplicable noche hubiera caído sobre Elemesnedene, mostrando un firmamento vacío de estrellas; pero los elohim absorbían luz de Infeliz. En el nuevo crepúsculo, ellos estaban agrupados alrededor de la colina como un manto multicolor y vivo. Y sus fulgores intentaban llegar hasta los brazos de Infeliz. Luces verdes, carmín, esmeralda y blanco esencial se intensificaron como una lluvia de relámpagos, preludio de una conflagración. Un arco iris de fuego se levantó de la colina. Y al intensificarse, el viento empezó a soplar.

Movía la blusa de Linden al tiempo que corría entre sus cabellos como los helados dedos de un fantasma. Se agarró a Covenant para sostenerse, pero de alguna manera lo perdió. Estaba sola entre el resplandor y el viento. Este sopló más fuerte hasta que la hizo tambalearse. La oscuridad crecía a medida que las luces adquirían más brillo. No podía localizar a los gigantes ni podía tocar a ninguno de los elohim. Toda la sustancia material de Elemesnedene se había convertido en viento, y el viento circulaba alrededor de la colina como si Infeliz lo hubiera invocado, creándolo con las simples palabras de su invocación.

Linden continuó tambaleándose hasta que no pudo mantenerse en pie y cayó. Por encima de ella el fuego de los elohim había invadido el aire y sus llamas giraban como las chispas de un corazón ardiendo en el centro de la Tierra, conducidas por el viento hacia los cielos. El cielo sin estrellas se convirtió en la meta de todos aquellos adornos. Y Linden iba con ellos dando tumbos a merced del viento.

Pero cuando se incorporó, se dio cuenta de que su torpe y maltrecho cuerpo se había elevado. Debajo de ella, la colina parecía un punto de medianoche en la cima del giro incandescente. La dejó atrás volando con la brillante espiral de chispas. Los fuegos corrían y sonaban en todos sus lados como campanas transmutadas. Y todavía seguía elevándose en el espacio impulsada por el remolino.

Luego, de pronto, la noche pareció convertirse en una noche verdadera, y el viento la llevó hacia un cielo poblado de estrellas. A la luz de los fuegos, se vio a sí misma y a los elohim girando como un surtidor de agua de la fuente de travertino. El maidan se extendía en la oscuridad debajo de ella, para empequeñecerse a medida que se iba elevando. Maderosa se cerraba alrededor de la pradera. Las montañas rodeaban a Maderosa. Y aún subía más y más con la espiral, a una velocidad imposible, hacia las estrellas.

Linden no respiraba; no se acordaba de respirar. Había sido sacada de sí misma por el pánico; un trozo de oscuridad volando en compañía de objetos o cuerpos deslumbrantes. Los horizontes de la Tierra carente de luz se encogieron a medida que se acercaba al mundo de las estrellas. Un ombligo de conflagración ascendía desde el absoluto centro del globo como el eterno giro de la eternidad.

Luego ya no quedó nada de ella misma en que concentrarse. Era una mota sin pulir entre joyas perfectas. Y las joyas eran estrellas, y los abismos que había tanto a su alrededor como dentro de ella misma, eran insondables e incomprensibles; lagunas frías como la agonía, vacías como la muerte. Ella no existía entre la magnificencia de los cielos. Su soledad y asombrosa belleza exaltaban y entumecían su alma. Sentía el éxtasis y la destrucción como si fueran los últimos pensamientos, los que nunca más podría tener. Y cuando perdió el equilibrio y cayó a la tierra de la colina, estaba llorando con un pesar que no tenía nombre.

Pero lentamente, la dura realidad del terreno penetró en ella, y su grito se convirtió en lágrimas lentas, de fracaso, alivio y pánico.

Covenant gruñía cerca de ella. Le vio a través de una nube de debilidad. Estaba sosteniéndose sobre sus manos y rodillas, mirando fijamente a los cielos. Sus ojos estaban impregnados de la condena de las estrellas.

—¡Bastardos! —exclamó él—. ¿Estáis tratando de romper mi corazón?

Linden trató de alcanzarlo, pero no podía moverse. Las campanas estaban hablando en su mente. A medida que los elohim volvían lentamente a su forma humana alrededor de la colina devolviendo luz al espacio, su indescifrable lenguaje dio paso a un momento de claridad.

Una de las campanas dijo: «¿Es que realmente él cree que es éste nuestro intento?». Otra contestó: «¿Por qué no?».

Luego volvieron a sus tonos de metal, cristal y madera; sin palabras.

Linden sacudió la cabeza y forzó su mente para captar nuevamente aquella lengua. Pero cuando hubo aclarado la confusión de sus ojos, encontró a Buscadolores, el Designado, de pie ante ella.

Correctamente se inclinó y la ayudó a levantarse. Su semblante era una mezcla de amargura y tensión.

—Solsapiente —su voz era neutra por el desuso—, es nuestro deseo servir a la vida de la Tierra de la mejor manera que podamos. Su vida también es nuestra.

Pero Linden todavía andaba a tientas en su interior. Aquellas palabras le parecían vacías de contenido; y sus pensamientos huían de ellas. Iban en otra dirección. Sin embargo, los cansados ojos amarillos de Designado eran los únicos que había visto en Elemesnedene que parecieran honestos. Su garganta estaba dolorida por la aflicción de las estrellas. Casi no podía hablar, sólo susurrarle.

—¿Por qué queréis hacerle daño?

Su mirada no vaciló. Pero sus manos temblaban. Débilmente dijo, de forma que nadie más pudiera oírlo.

—No deseamos hacer daño. Sólo deseamos evitar el daño que él pueda hacer.

Luego se volvió como si no se atreviera a decirle otras cosas que tenía que decir.

Los cuatro gigantes se estaban poniendo en pie cerca de Linden. Tenían una expresión de aturdimiento. Habían sido golpeados por la visión. Soñadordelmar ayudó a Linden a mantenerse erguida. Los elohim se estaban reuniendo nuevamente en círculo. Ella comprendió el lenguaje de las campanas una vez más.

¿Es ése nuestro intento? Necesitaba hablar con Covenant y con los gigantes. Necesitaba ver su reacción a lo que acababa de oír. ¿Por qué no? ¿Qué daño pretendían los elohim impedir disminuyendo o hiriendo a Covenant? ¿Y por qué estaban divididos entre sí? ¿Qué era lo que diferenciaba a Dafin de Cántico?

Pero Infeliz estaba esperando en la cumbre de la colina. Llevaba sus fulgores como en un capullo del cual pudieran emerger en cualquier momento para asombrar a los huéspedes de la Elohimfest. Firmemente cazó la mirada de Linden y no la soltó.

—Solsapiente —Infeliz habló como la luz de sus vestiduras—, la Elohimfest ha empezado. Lo que ha trascendido es una expresión de nuestro ser. Harás bien en mantenerlo en tu corazón y tratar de comprenderlo. Pero ya ha pasado y ante nosotros están los propósitos que os han inducido a visitarnos. Ven. —Amablemente le hizo una seña—. Vamos a hablar de estos asuntos.

Linden obedeció como si el gesto de Infeliz hubiera inutilizado su voluntad. Pero inmediatamente se sintió aliviada al ver que sus compañeros no la dejaban sola. Covenant se colocó a su lado. Los gigantes siguieron detrás de ella. Juntos, pasaron entre los elohim y ascendieron por la colina.

Cerca de la cima se detuvieron. La altura de Infeliz y la elevación de su posición colocaron sus ojos al nivel de Honninscrave y Soñadordelmar; pero ella puso atención principalmente en Linden. Esta se sentía indefensa ante aquella mirada; pero se mantuvo dignamente erecta.

—Solsapiente —empezó Infeliz—. El gigante Grimmand Honninscrave ha compartido contigo su conocimiento de Elemesnedene. Por tanto ya debes saber que nuestros presentes no se dan gratuitamente. Nosotros poseemos muchas cosas que implican grandes peligros, que no pueden regalarse sin ciertos cuidados. Y el conocimiento o el poder que no es debidamente comprado, pronto carece de eficacia. Si no se vuelve contra la mano que lo empuña, pierde todo su valor. Y finalmente tenemos pocas razones para gustar de la intrusión proveniente de los límites de la Tierra. Aquí no tenemos necesidad de visitantes. Por tanto hemos de poner el precio exacto a aquello que se nos pida y rehusar la transacción si el interesado no puede pagar lo que nosotros queremos.

«Pero tú eres la Solsapiente —prosiguió—, y la urgencia de vuestra Búsqueda es patente. Por tanto, de ti y tus compañeros no voy a requerir ningún feudo. Si vuestras necesidades están dentro de nuestro alcance, serán satisfechas sin que tengáis que pagar nada a cambio».

¿Sin…? Linden miró confusa a Infeliz. El campanilleo se intensificó en su mente, obstruyendo sus pensamientos. Todos los elohim parecían concentrarse en ella e Infeliz.

—Puedes hablar. —El tono de Infeliz sugería solamente impaciencia.

Linden protestó por dentro. ¡Cristo Divino! Miró a sus compañeros en busca de inspiración. Habría sabido qué contestar de haber estado preparada para esta posibilidad. Pero hasta entonces sólo había visto amenazas, no regalos. La oferta de Infeliz y las campanas lo confundieron todo.

La impaciencia en la cara de Honninscrave, la detuvo. Todas las dudas que éste tenía se habían esfumado. Al momento, ella aprovechó la oportunidad. Necesitaba un poco de tiempo para dominarse. Sin mirar a Infeliz dijo con tanta naturalidad como pudo:

—Yo aquí soy extranjera. Que Honninscrave hable primero.

Como si se hubiera quitado un gran peso de encima, sintió que la mirada de Infeliz pasaba al capitán.

—Entonces, habla, Grimmand Honninscrave —dijo la elohim con un amable timbre de voz.

A su lado, la Primera se envaró como si no pudiera creer que él se encontrara realmente fuera de peligro; pero no pudo rehusar darle su asentimiento de permiso. Encorvado observaba al capitán desde antes de que Linden hablara. Los ojos de Soñadordelmar estaban cerrados como si alguna visión interior le impidiera la percepción de su hermano.

La esperanza se mostró bajo las pobladas cejas de Honninscrave, mientras éste avanzaba unos pasos.

—Me haces un gran honor —dijo. Y su voz era ronca—. Mi petición no es para mí. Es para mi hermano Cable Soñadordelmar.

Aquellas palabras despertaron la atención de Soñadordelmar.

—Seguramente su desgracia es evidente para ti. —Honninscrave prosiguió—. La Visión de la Tierra le atormenta. Y esa angustia le ha privado de su voz. Sin embargo, es la Visión de la Tierra quien pilota nuestra Búsqueda, por la que tratamos de oponernos a una gran maldad que hay sobre la Tierra. El regalo que pido es el regalo de su voz, para que pueda guiarnos mejor y sobrellevar mejor su dolor.

De repente, se detuvo, refrenando visiblemente su súplica. Su pulso latía en los músculos tensados de su cuello al reducir al silencio su pasión gigantina, mientras Infeliz miraba a Soñadordelmar.

Soñadordelmar respondió con una expresión desvalida y un anhelo inesperado. Su fortaleza se hizo punzante por su deseo ferviente de palabras, de alguna forma por librarse del extravagante agravio de la Visión de la Tierra; o del examen al que había sido sometido. Miraba como un hombre que hubiera vislumbrado una luz de esperanza para salvarse de su condena.

Pero Infeliz se tomó sólo un momento para considerarlo. Luego se dirigió nuevamente a Honninscrave. Parecía vagamente desinteresada cuando dijo:

—Seguro que la voz de tu hermano puede ser restaurada. Pero no sabes lo que pides. Su mudez arranca de esa Visión de la Tierra como el día arranca del sol. Para conceder el regalo que pides debemos cegar los ojos de su visión. Eso no lo haremos. Del mismo modo que no lo mataríamos si nos lo pidieras, tampoco queremos concederle lo que nos has pedido.

Los ojos de Honninscrave vacilaron. La protesta brillaba en ellos, el deseo y el desengaño luchaban por pronunciarse. Pero Infeliz dijo:

—He hablado.

La rotundidad de su conclusión hizo tambalearse a Honninscrave.

Al ver aquello, Linden tembló de rabia. Aparentemente la gracia de la elohim encubría arrogancia y falta de piedad. No creía en Infeliz. Aquel pueblo era la encarnación de la Energía de la Tierra. ¿Cómo no podrían ser incapaces…?

No. No eran incapaces. No querían.

Ahora no dudó en enfrentarse a Infeliz. Covenant trató de decirle algo pero ella no le hizo caso. Levantando la mirada, dijo cuál era el regalo que ella requería.

—Si eso es verdad, probablemente me dirás que no puedes hacer nada respecto al veneno de Covenant.

A su espalda, sintió que sus compañeros se quedaban helados de sorpresa y aprensión; cogidos de improviso por su inesperada demanda y por la demostración tan clara de su ira. Pero ella ignoró aquello también, enfocando su estremecimiento hacia la mirada de Infeliz.

—No te pido que hagas nada contra su lepra —prosiguió Linden—. Eso tiene demasiadas implicaciones. ¡Pero el veneno! ¡Lo está matando! Lo hace peligroso para sí mismo y para cualquier persona que esté cerca de él. Es probablemente lo peor que el Execrable le ha hecho. ¿Vas a decirme que no puedes hacer nada contra eso?

Las campanas sonaron como si estuvieran ofendidas o inquietas. Una de ellas dijo: «Está abusando de nuestra bienvenida». Otra respondió: «Con toda la razón. Nuestra bienvenida no ha sido muy cordial». Pero la tercera dijo: «Nuestro sendero es demasiado estrecho para la cordialidad. No le debe ser permitido que destruya la Tierra».

Linden no las escuchaba. Toda su furia se centraba en Infeliz, esperando que la mujer admitiera o negara su implícita acusación.

—Solsapiente. —El tono de Infeliz se había endurecido como advertencia—. Yo veo ese veneno de que hablas. Es bien visible en él, tal como lo es la enfermedad que tú llamas lepra. Pero no tenemos remedio contra ello. Es poder, apto para el bien o para el mal, y entretejido con su ser demasiado profundamente para intentar separarlo. ¿Queréis que arranquemos las raíces de su vida? El poder es vida, y para él, sus raíces son veneno y lepra. El precio de tal ayuda sería la pérdida de todo poder para siempre.

Linden hizo frente a Infeliz. Su furor hizo arder el viejo sentimiento de impotencia que había en ella. No podía soportar ser reducida a tal inutilidad. Detrás, Covenant iba repitiendo su nombre, tratando de disuadirla, prevenirla o refrenarla. Pero ella estaba harta de subterfugios. La violencia que permanecía y acechaba debajo de la superficie de Elemesnedene ya corría por su cuerpo.

—¡Muy bien! —dijo, pensando que Infeliz respondería a todo del mismo modo; aunque sabía muy bien que la elohim tenía la facultad de apagarla como si fuera una vela—. Olvídalo. No puedes hacer nada contra el veneno. —Su boca se torcía con escarnio—. No puedes devolver la voz a Soñadordelmar. Muy bien. Si tú lo dices. Pero hay algo que puedes hacer.

—¡Escogida! —alertó la Primera. Pero Linden no se detuvo.

—Puedes destruir por nosotros al Despreciativo.

Su demanda aturdió a los gigantes, aunque permanecieron en silencio. Covenant murmuró en voz baja como si no pudiera concebir la formulación de tal requerimiento. Pero la desatada pasión de Linden no permitiría que nada la detuviera.

Infeliz no se movió. Ella también parecía sorprendida. Pero Linden prosiguió, escogiendo las palabras como argumentos de acusación:

—Tú estás sentada ahí en tu clachan, dejando que pase el tiempo como si no hubiera maldad ni peligro en el Mundo que pudiera arrancarte de tu autocontemplación cuando podrías estar haciendo algo. Vosotros sois la Energía de la Tierra. Habéis sido hechos de la Energía de la Tierra. Podrías detener el Sol Ban, restaurar la Ley, derribar al Amo Execrable. Haciendo un pequeño esfuerzo. ¡Mírate a ti misma! —insistió—. Tú estás ahí, segura de podernos mirar desde arriba. Y puede ser que tengas ese derecho. Puede que la Energía de la Tierra encarnada sea tan poderosa que nosotros no signifiquemos nada para vosotros. ¡Pero nosotros estamos tratando de luchar! —Honninscrave y Soñadordelmar habían sido heridos. Covenant había sido negado. Toda la Búsqueda había sido traicionada. Ella arrojaba con fuerza sus frases como si fueran balas, tratando de hacer blanco en algún punto de vulnerabilidad o conciencia de Infeliz—. El Execrable trata de destruir al Reino. Y si esto sucede, no va a detenerse allí. El quiere toda la Tierra. Por ahora sus únicos enemigos son insignificantes, mortales como nosotros. ¡Por simple decoro si no por otra cosa, deberíais tener voluntad de detenerlo!

Cuando se le terminaron las palabras y se quedó en silencio, había un murmullo de voces en la colina. Expresiones de hostilidad, de preocupación, de protesta. Entre ellas se destacó el grito de Cántico de forma estridente:

—¡Infeliz! ¡Esto es intolerable!

—¡No! —respondió Infeliz, también gritando. Su negación acalló el murmullo de los elohim—. ¡Ella es la Solsapiente y se lo tolero!

La inesperada respuesta cortó el terreno bajo los pies de Linden. Se tambaleó; la sorpresa apagó su ira. El constante presagio de las campanas la debilitó. Casi no era capaz de aguantar la mirada de Infeliz cuando la elohim habló.

—Solsapiente, —dijo con una nota de queja en su voz—, esa cosa que vosotros llamáis Energía de la Tierra es nuestro Würd. —Al igual que Dafin, ella también ahogaba el sonido de forma ambigua—. Tú crees que se trata de un poder soberano. En verdad tu creencia es justa. ¿Pero has viajado tanto a través de la Tierra y aún no has comprendido la debilidad del poder? Nosotros somos lo que somos y nunca podremos convertirnos en lo que no somos. Eso que vosotros llamáis el Despreciativo es un ser de una naturaleza distinta. Nosotros no podemos nada contra él. Esto es nuestro Würd. Y también —añadió como si hubiera tenido un pensamiento ulterior—, Elemesnedene es nuestro centro, como es también el centro de la Tierra. No podemos ir más allá de sus límites.

Linden quería gritar: ¡Estás mintiendo! La protesta estaba ardiendo en ella. Dispuesta para ser lanzada. Pero Covenant se había colocado a su lado. Su media mano tocó su hombro apretándolo como si quisiera controlarla físicamente.

—Ella dice la verdad —Covenant le estaba hablando, pero miraba a Infeliz, como si al final hubiera hallado el camino de su misión. Linden sintió en él una ira que concordaba con su propia ira; una ira que lo mantenía tan rígido como un hueso—. La Energía de la Tierra no es la respuesta al Despreciativo. O Kevin nunca habría llegado al Ritual de la Profanación. El era un maestro de la Ley y de la Energía de la Tierra, pero esto no era lo que necesitaba ser. No podía salvar al Reino por ese camino. Esta es la razón por la que el Reino nos necesita. Por la magia indomeñable. Esta procede de fuera del Arco del Tiempo. Al igual que el Execrable. Por tanto, puede hacer cosas que la Energía de la Tierra no puede.

—Entonces, a esto hemos llegado. —Honninscrave levantó su voz por encima de la de Covenant. La franca decepción en su tono le daba una dignidad de la magnitud de su estatura; y habló como si estuviera enjuiciando a los elohim—. En todas las partes de la Tierra se cuentan las leyendas de Elemesnedene. Se habla de los elohim como de un pueblo soberano, dominador de poder y maravillas. Entre los gigantes, estas leyendas se cuentan con placer y frecuentemente, y aquellos que han sido distinguidos con la fortuna de una bienvenida aquí la consideran como una bendición. Pero a nosotros no se nos ha dado la bienvenida de que todo el Mundo habla con tanto anhelo. Ni tampoco se nos han concedido los regalos que el Mundo necesita para su supervivencia. Más bien hemos sido desposeídos de los haruchai, nuestros compañeros, y se nos ha humillado. Y hemos sido desorientados en nuestra petición de regalos. Ofrecéis dar con feudo, pero esto no es generoso por vuestra parte. Elemesnedene ha sido tristemente alterado y no tengo el deseo de llevar al Mundo esta noticia.

Linden lo escuchaba atentamente. La actitud de Covenant le producía temor. ¿Creía que el deseo de Cántico de poseer su anillo no contenía un propósito oculto? ¿Era sordo a las campanas?

Una de ellas decía: «Dice la verdad. Ya no somos como éramos». Una respuesta más oscura sonó: «No. Es que estos mortales son más arrogantes que cualquiera otros». Pero la primera replicó: «No. Somos nosotros los arrogantes. En tiempos pasados no hubiéramos llegado a esto. No obstante, ahora necesitamos el precio de él». En seguida, una tercera campana intervino: «Olvidáis que él se encuentra en peligro. Hemos escogido el único camino que ofrece esperanza, tanto a él como a la Tierra. El precio puede fijarlo todavía el Designado».

Pero la Elohimfest seguía como si no existieran las campanas. Infeliz dijo:

—Grimmand Honninscrave. Has hablado libremente. Ahora mantente callado. —Sin embargo, la dignidad del gigante estaba más allá del alcance de su reproche. Dirigiendo su mirada a Linden, le preguntó—. ¿Estás satisfecha?

—¿Satisfecha? —Linden empezó—. ¿Estás fuera de…?

La mano de Covenant la detuvo. Los dedos se hundieron en su hombro, pidiendo moderación. Antes de que pudiera librarse de él y desahogar su ferocidad, Covenant dijo a Infeliz:

—No. Todo eso es secundario. No es la razón de que estemos aquí. —La voz de Covenant sonó como si hubiera encontrado otra manera de sacrificarse él mismo.

—Prosigue, Portador del Anillo —dijo Infeliz. La luz en su pelo y en sus ropajes parecía dispuesta para cualquier cosa que Covenant pudiera decir.

—Es verdad que la Energía de la Tierra no es la respuesta adecuada al Despreciativo. —Hablaba tan incisivamente como el hielo—. Pero el Sol Ban es otra cosa. Esa es una cuestión de la Energía de la Tierra. Si no se detiene va a comerse el corazón de la misma Tierra.

Luego hizo una pausa. Infeliz esperó pacientemente.

Y Linden también estaba esperando. Su desconfianza en los elohim convergía con un indescriptible miedo. Intuitivamente estaba atemorizada por el intento de Covenant.

—Quiero hacer un nuevo Bastón de la Ley. —Su voz estaba cargada de riesgos—. Una manera de luchar. Por eso estamos aquí. Necesitamos encontrar el Árbol Único. —Poco a poco fue soltando el hombro de Linden, dejándola, y se hizo a un lado como si deseara alejar de ella el peligro—. Deseo que nos digas dónde está.

En seguida, las campanas aumentaron su sonido. Una de ellas dijo: «Infeliz, no. Nuestra esperanza se perdería». La respuesta de cristal llegó claramente de ella: «Esto está decidido y acordado. No lo haré».

Pero sus ojos no daban señal de aquella conversación. Miraban a Covenant directamente, casi amablemente.

—Portador del Anillo —dijo con cuidado—. No tienes necesidad de ese conocimiento. Ya ha sido puesto en tu mente.

Con el mismo cuidado y la misma rapidez, él contestó:

—Eso es cierto. Caer Caveral me lo dio. El me dijo: «El conocimiento está dentro de ti, aunque no puedas leerlo. Pero cuando llegue el momento, encontrarás los medios para desenvolver mi regalo». Pero todavía no los he conseguido.

El repique de campanas cesó. Pero Linden ya había captado la importancia de las campanas. Este era el momento que ellas habían esperado.

En su urgencia de comprensión, trató de acercar su mente a Covenant. En su interior sonaban las palabras demasiado deprisa para ser pronunciadas. Ellos ya saben dónde está el árbol. Eso es lo que quieren. ¿Es que no lo comprendes? ¡El Execrable estuvo aquí antes que nosotros! Pero sus movimientos eran demasiado lentos, cargados de mortalidad. Su corazón parecía congelarse entre latidos; no entraba el aire en sus pulmones. Ella se había vuelto hacia él, mientras él hablaba como si ya supiera que se estaba precipitando al desastre.

—Quiero que abráis el conocimiento que hay en mí. Quiero la llave de mi mente.

En la cumbre de la colina, Infeliz sonrió.