SIETE

Elemesnedene

Linden se tapó las orejas con las manos y el campanilleo cesó; no debido a sus manos, sino porque su gesto la ayudó a concentrar sus esfuerzos para bloquear, o al menos filtrar el sonido. Estaba sudando en aquel húmedo ambiente, bajo la luz del sol. ¿La Solsapiente? En su rostro aparecieron señales de pánico. ¿La Solsapiente?

Covenant maldecía repetidamente. Estaba tan blanco como los nudillos de un puño cerrado. Cuando ella le miró, pudo observar que su atención estaba concentrada en la hierba donde Dafin se había esfumado, como si quisiera esterilizarla con fuego blanco.

Los haruchai no se inmutaron. Con un leve retroceso de su cabeza. Honninscrave denotaba asombro o pánico. Soñadordelmar miraba intencionadamente a Linden en busca de comprensión. Encorvado estaba al lado de la Primera como si necesitara su apoyo. Sus ojos iban y venían de Linden a Covenant.

El negro semblante de Vain tenía un aspecto sorprendentemente excitado.

—¿Solsapiente? —preguntó la Primera con rigidez—. ¿Qué significa eso de Solsapiente?

Linden avanzó un paso hacia Covenant. El parecía maldecirla. Y no podía soportarlo.

—No lo soy. —Su voz parecía desnuda a la luz del sol, desprovista de cualquier música que la hubiera embellecido—. Tú sabes que no lo soy.

—¡Maldición! Desde luego que lo eres. ¿No has aprendido nada todavía?

El rostro de él ardía al mirarla.

Su tono la hizo dudar. La afirmación de Dafin: Tú no eres había formado en él un nudo de ira que Linden pudo ver tan claramente como si estuviera grabado en su frente. El no contaba con ningún medio para alterar el Sol Ban.

Y debido a él, la elohim había retirado su bienvenida.

Con gran paciencia la Primera preguntó otra vez:

—¿Qué significa Solsapiente?

Covenant respondió, casi con sarcasmo:

—Alguien que puede controlar al Sol Ban.

Sus facciones mostraban un pesar profundo.

—No nos van a dar la bienvenida. —La frustración se notaba en la voz de Honninscrave—. ¡Oh, los elohim!

Linden se esforzó en hallar una forma de contestar a Covenant sin provocar su ira. Yo no tengo el poder. El sudor bajaba hasta sus ojos, empañándole la visión. No comprendía por qué todos estaban tan tensos. La actitud de Covenant, la aflicción que reinaba en el grupo parecía violar la gran mansedumbre de Maderosa y el maidan. Pero entonces sus sentidos llegaron más lejos y pensó: No. No es eso. De alguna manera la tranquilidad del valle parecía ser la causa de la tensión. El aire era como un bálsamo, demasiado potente para dar algo que no fuera dolor.

Pero al abrir su percepción se expuso nuevamente a las campanas. O tal vez ahora estaban más próximas. El repique se apoderó de su mente. La voz de Encorvado llegó, artificialmente distante a sus oídos cuando dijo:

—Tal vez esa bienvenida sólo se haya pospuesto. ¡Mirad!

Linden parpadeó y aclaró su mirada a tiempo de ver a dos figuras que fluían de la tierra enfrente de ella. Lentamente se fueron convirtiendo de hierba y tierra en formas humanas.

Una era Dafin. Su sonrisa había desaparecido; por el contrario, mostraba una soberbia calma que tenía fisuras de remordimiento. Pero su compañero exhibía una especie de sonrisa afectada.

Era un hombre con ojos tan azules como los jacintos, del mismo color que su manto. Al igual que la túnica de Dafin, no era una prenda que se hubiera puesto, sino más bien un adorno que había creado dentro de sí mismo. Con una consciente elegancia, arregló los pliegues de la tela. El brillo de sus ojos podría ser de placer o de mofa. La distinción se confundía con el obligatto de las campanas.

—Yo soy Cántico —dijo—, y he venido en busca de la verdad.

Ambos miraron directamente a Linden.

La presión de su mirada parecía llegar a cada fibra de su naturaleza. Por contraste, su sentido de la salud estaba humillado y empequeñecido. Ellos sobrepasaban todas sus concepciones.

Linden reaccionó con una negación instintiva. En un arranque de determinación, situó el ruido de campanas en último término. Los elohim la exploraban como Gibbon la había explorado una vez. ¿No eres tú maldad? No. No, mientras la oscuridad no tuviera poder.

—Yo no soy la Solsapiente. —Cántico arqueó una ceja en desacuerdo—. Si alguien lo es, él lo es. —Señaló a Covenant, tratando de que los elohim desviaran su mirada hacia él, apartándola de ella—. El tiene el anillo.

Ellos no dudaron. El semblante de Dafin continuaba diáfano; pero la sonrisa de Cántico adquirió ferocidad.

—No nos gusta que traten de ocultarnos la verdad. —Su tono era suave como el satín—, y tus palabras son evidentemente falsas. No niegues ser lo que eres. A nosotros no nos gusta. Más vale que expliques por qué este hombre lleva tu anillo blanco.

En seguida Covenant exclamó:

—El anillo no es suyo. Es mío. Siempre ha sido mío.

Al lado de los elohim parecía petulante y disminuido.

La sonrisa de Cántico se acentuó, causando miedo a Linden.

—Eso también es incierto. Tú no eres el Solsapiente.

Covenant estuvo a punto de estallar. Pero Dafin se le anticipó, diciendo:

—No. El anillo es suyo. Su marca es profunda en su dedo.

A esto, Cántico miró a su compañera; y Linden se sintió aliviada, por un instante.

Cántico frunció el ceño como si la contradicción de Dafin hubiera roto un acuerdo tácito. Pero ella siguió, dirigiéndose a Linden:

—Sin embargo, aquí hay un misterio. Toda nuestra visión ha captado la misma verdad: que el Solsapiente y el Portador del Anillo que se acercaban a nosotros eran una misma persona. De ello dependen cosas de gran importancia. Y nuestra visión no miente. Las Laderas de la Desapacible y Maderosa no mienten. ¿Cómo puede explicarse eso, Solsapiente?

Linden sintió la tensión de Covenant como si estuviera al borde del fuego blanco.

—¿Qué queréis que haga? —gritó Covenant—. ¿Renunciar a él?

Cántico no se dignó a mirarle.

—Ese poder enfermo no te servirá. Sería más decoroso que guardases silencio. Estás entre unos seres que te sobrepasan. Permite hablar a la Solsapiente.

Notas de cólera se mezclaban con la música de las campanas.

Covenant pronunció una maldición entre dientes. Al percibir su ira, Linden se deshizo del dominio de los elohim para observarle. Su expresión era oscura, impregnada de veneno.

Nuevamente su vehemencia parecía antinatural; una reacción gratuita, más que contra su situación o contra los elohim. Aquella expresión creó en Linden una necesidad urgente. Había algo allí que superaba a sus negaciones personales. Intuitivamente levantó un poco la voz para que Covenant pudiera oírla bien.

—Yo no estaría aquí, a no ser por él.

Luego empezó a temblar ante la responsabilidad que había aceptado implícitamente.

Luego habló Encorvado.

—Paz, amigos míos —dijo. Su extraña cara mostraba una aprensión desacostumbrada en el—. Hemos viajado desde muy lejos para ganar el favor de los elohim. Mucho más de lo que nuestras vidas pueden soportar sin riesgo. —Su voz era una súplica—. Evitad toda ofensa.

Covenant miró a Linden como si tratara de determinar la naturaleza de su apoyo y reconocimiento. Súbitamente, ella sintió deseos de preguntarle: ¿Oyes campanas? Si las oía, no daba signos de ello. Pero lo que él vio en ella le proporcionó a la vez tensión y estabilidad. Deliberadamente desactivó su poder. Sin apartar su mirada de Linden, dijo a los elohim:

—Perdonadme. Tenemos una razón para estar aquí. Es urgente. No soporto muy bien el esfuerzo.

Los elohim lo ignoraron, y continuaron observando a Linden. Pero el tono de enfado desapareció con la música.

—Tal vez nuestra visión haya sido incompleta —dijo Dafin. Su voz sonaba como el canto de un pájaro—. Quizás va a producirse una unión. O una muerte.

¿Unión?, pensó Linden rápidamente. ¿Muerte? Sentía saltar las mismas preguntas en Covenant. Ella empezó a preguntar, ¿qué queréis decir?

Pero Cántico había abandonado ya su peligrosa sonrisa. Aún dirigiéndose a Linden, como menospreciando a todos sus compañeros, dijo bruscamente:

—Se sabe que vuestra búsqueda es exigente. No es que seamos un pueblo precipitado. Pero tampoco deseamos que os retraséis. —Volviéndose señaló, con un gracioso gesto, el río Quejumbroso—. ¿Nos acompañaréis a Elemesnedene?

Linden necesitó un momento para dar su respuesta. Estaban pasando en demasiadas cosas. Había aceptado el liderazgo de Covenant desde que se encontró con él por primera vez. No estaba preparada para decidir por él o por cualquier otro.

Pero no tenía alternativa. A su espalda se apiñaban las emociones de sus compañeros. La tensión de Honninscrave, el silencio de la Primera, la tensión de Encorvado, la ardiente duda de Covenant. Todos se miraban entre sí, esperando a que ella decidiera. Tenía sus propias razones para estar allí. Con un gesto, aceptó el papel que le habían asignado.

—Gracias —dijo formalmente—. Para eso hemos venido.

Cántico se inclinó como si ella le hubiera dirigido una gentileza; pero Linden tenía la impresión de que se estaba riendo de ella, en su interior. Entonces los dos elohim emprendieron la marcha. Caminando tan sutilmente como si compartieran la claridad analítica del aire, se introdujeron en la hierba amarilla hacia el corazón del maidan. Linden los siguió con Cail a su lado, y sus compañeros se reunieron con ellos. Sentía necesidad de consultarles sobre lo que debía hacer. Pero se sentía demasiado vulnerable para hablar. Caminando entre Cántico y Dafin, y a escasa distancia de ellos, trató de afirmarse en la confianza de los haruchai.

Mientras andaban, Linden estudiaba el maidan de su entorno, esperando descifrar algo que le permitiera identificar algún elohim que no tuviera forma humana. Pero no había percibido ningún indicio de Dafin o Cántico antes de que se aparecieran ante el grupo; y ahora no estaba capacitada para percibir nada excepto la hierba otoñal, la tierra que pisaban y la transparencia del Quejumbroso. Sin embargo, un sentimiento de peligro se incrementaba en ella. Al cabo de un rato descubrió que inconscientemente había cerrado los puños.

Estiró los dedos con esfuerzo y los miró. Le era difícil creer que alguna vez hubieran sostenido un bisturí o una hipodérmica. Cuando les permitió que se relajaran, colgaron de sus muñecas como algo extraño.

No sabía cómo calibrar la importancia que los elohim le habían atribuido. No podía leer el nebuloso significado de las campanas. Siguiendo a Cántico y Dafin sintió que estaba dirigiéndose al interior de un cenagal.

Un disparatado pensamiento cruzó por su mente. Los elohim no habían pronunciado ninguna palabra de reconocimiento a Vain. El Demondim aún seguía al grupo como una sombra. Pero ni Cántico ni Dafin le habían hecho el menor caso. Pensó largo rato en aquello sin encontrar ninguna explicación.

Antes de lo que esperaba, el manantial donde nacía el Quejumbroso se hizo visible. Una acumulación de neblina situada en el centro del maidan, como un adorno. A medida que se aproximaba a ella, se hacía más clara a través del agua pulverizada.

Se elevaba como un surtidor de un alto montículo de travertino. Sus aguas se arqueaban formando nubes y arcos iris al caer alrededor de la base del montículo, donde se reunían para formar el río. El agua se veía tan transparente como el cristal, tan ondeante como las falsas promesas; pero el travertino que había formado y humedecido parecía insensible, indiferente. Daba la impresión de que el montículo se replegaba sobre sí mismo como si no pudiera ser movido por ninguna intervención. Las acaracoladas y caprichosas formas de sus extremos, tallados durante siglos por el agua, le daban un aspecto evasivo, pero no alteraban su posición esencial.

Haciendo señas al grupo para que los siguieran, Dafin y Cántico atravesaron la corriente con suavidad y sin esfuerzo. Al llegar al otro lado, treparon por la húmeda roca con tanta facilidad como el aire.

Allí, sin previo aviso, se desvanecieron como si se hubieran fundido con el travertino.

Linden se detuvo, mirando. Sus sentidos no captaron ningún rastro de los elohim. Las campanas eran ya apenas audibles. Detrás de ella Honninscrave, aclaró su garganta.

Elemesnedene —dijo secamente—. El clachan de los elohim. Nunca pensé que volvería a verlo.

Covenant miró ceñudamente al capitán.

—¿Y qué hacemos ahora?

Por primera vez desde que el Gema de la Estrella Polar había anclado fuera de la Desapacible, Honninscrave se rió.

—Lo mismo que han hecho nuestros anfitriones. Entrar.

Linden iba a preguntarle cómo. Pero luego cambió de idea. Ya que el silencio se había roto, debía formular otra pregunta que era más importante para ella.

—¿Alguien de vosotros oye campanas?

La Primera la miró sorprendida.

—¿Campanas?

La expresión de Encorvado reflejaba la ignorancia de la Primera; Soñadordelmar movió la cabeza, negando. Brinn se encogió de hombros ligeramente con gesto de no saber de qué hablaba.

Lentamente, Honninscrave dijo:

—Los elohim no son un pueblo musical. No hemos oído campanas ni canciones aquí. Y en las historias que los gigantes cuentan de Elemesnedene no incluyen ninguna mención a campanas.

Linden gimió para sí misma. Nuevamente era la única que percibía algo. Sin esperanza se volvió hacia Covenant. El no la estaba mirando. Sus ojos estaban fijos en la fuente. Su mano izquierda daba vueltas y más vueltas al anillo que tenía en el último dedo de su media mano.

—¿Covenant? —preguntó, aunque no esperaba respuesta.

El no respondió. En su lugar, dijo entre dientes:

—Ellos creen que voy a abandonar. No necesito eso. No he recorrido todo este camino para oír eso. —Odiaba la idea de abandonar con todo su obstinado ser. Pero luego se endureció—. Vamos. Tú eres la Solsapiente. —Su tono estaba lleno de cantos afilados y aspereza. Por el bien de la Búsqueda aceptó los papeles que los elohim les habían asignado—. Tú debes ir primero.

Ella empezó a negar una vez más que fuera cualquier clase de Solsapiente. Aquello debió confortarle o al menos limitar la violencia que se acumulaba dentro de él. Pero de nuevo su sentido de la situación le impuso silencio. En lugar de hablar examinó la corriente y el montículo, Aspiró profundamente y mantuvo el aire. Moviéndose medio paso por delante de Cail empezó a caminar hacia dentro del agua.

Al momento, un caliente hormigueo recorrió sus pantorrillas hasta los pies. Por un latido de corazón casi se echó atrás. Pero luego sus nervios le dijeron que aquella sensación no iba a hacerle ningún daño. Era un simple hormigueo superficial que le recorría la piel. Armándose de valor, reanudó la marcha a través de la corriente y remontó, gateando, la vieja talla del travertino. Con Cail a su lado, empezó a ascender por el montículo.

Súbitamente, el poder pareció flamear a su alrededor como si hubiera sido lanzada igual que un carbón a una fogata. Las campanas sonaban en su cabeza, llenándola de notas de carillón procedentes de todas partes. El aire ardía como un incensario. El mundo daba vueltas.

En el instante siguiente, se tambaleaba en el país de las maravillas.

Asombrada y boquiabierta, se afanó en respirar. El agua y el travertino la habían trasladado a otro lugar, a un lugar sembrado de encanto.

Un opalescente cielo se abría sobre ella, no definido por ningún sol ni luna, ni por claros horizontes y, sin embargo, luminoso y cálido. La luz parecía una combinación de la del sol y la luna. Tenía la sugestiva evanescencia de la noche y la precisión del día. Y bajo su magia, los milagros se sucedían ininterrumpidamente.

Allí cerca crecía un árbol de plata. Aunque no era alto, tenía la prestancia de un soberano; y sus hojas danzaban en sus ramas sin tocarlas. Al igual que pepitas de un metal precioso, las hojas formaban un claro-oscuro alrededor del árbol despidiendo destellos brillantes.

Al otro lado, una fuente lanzaba burbujas de color y luz. Una vez arriba se rompían, cayendo en una lluvia silenciosa y siendo inhaladas nuevamente por la fuente.

Una sarrosa forma pasó brincando, dando la sensación de que huía. Al extenderse se convirtió en un campo de flores. Una florescencia de peonía y amarillis se extendía a través de un brillante espacio verde.

Sobre su cabeza volaban pájaros que eran la encarnación de la melodía. Moviéndose en círculos, se precipitaban unos con otros hasta formar un pilar de fuego en el aire. Un momento después, el fuego chisporroteaba y las chispas se convertían en gemas: rubíes, zafiros y pórfidos, como un despliegue de estrellas; luego las gemas empezaron a flotar en el aire convirtiéndose en mariposas.

Un montecillo giraba lentamente sobre sí mismo, adquiriendo misteriosas formas, una tras otra, mientras giraba.

Y éstos sólo eran los encantamientos más próximos. Otras visiones abundaban: grandes estatuas de agua; un estanque cuya superficie parecía tejida como un tapiz; arbustos de elegante silueta ondeando mil formas distintas; animales que saltaban en el aire como pájaros y volvían a caer en forma de nieve; alas de malaquita describiendo graciosas curvas; girasoles del tamaño de los gigantes con pétalos de roca ofita sobrepuestos.

Y en todas partes sonaba la música de campanas; címbalos en carillón, repiques tramados en urdimbres de campanillas, tonos esparcidos en todos lados; el lenguaje metálico y cristalino de Elemesnedene.

Linden no podía captarlo todo; esto desorientaba sus sentidos, la dejaba perpleja. Cuando el árbol plateado próximo a ella tomó forma humana y se convirtió en Cántico, ella retrocedió. No podía creer que fuera verdad lo que veía.

¿Esos…?

Oh, Dios mío.

Como confirmación, una bandada de estorninos se precipitó hacia el suelo transformándose en Dafin. Luego la voz de Covenant sonó débilmente detrás de ella:

—¡Por todos los demonios!

Entonces Linden volvió su atención hacia sus compañeros.

Los vio a todos: los gigantes, los haruchai, e incluso a Vain. Pero no había señales que le indicaran la forma en que habían llegado. El manantial de donde nacía el Quejumbroso, el montículo de travertino, e incluso el maidan, no existían en aquel lugar. El grupo estaba en una loma baja rodeado de cosas extraordinarias.

Por un momento, permaneció callada. Pero entonces Covenant agarró su antebrazo con su media mano, uniéndose a ella.

—¿Qué…? —El intentaba preguntar, sin mirarla. Su apretón le proporcionó un ancla que le permitió estabilizarse.

—Los elohim —respondió—. Son los elohim.

Honninscrave asintió como si lo hubieran dejado mudo los recuerdos y la esperanza.

Encorvado se reía en silencio. Sus ojos estaban alegres por lo que veían de Elemesnedene. Pero en el semblante de la Primera habían signos de preocupación, ya que era consciente de que no tenían posibilidad de retroceder y no debía exponerse a hacer algo que pudiera ser tomado como ofensa. Y los ojos de Soñadordelmar miraban por encima de su vieja cicatriz, debatiéndose entre contradicciones, como si su inclinación gigantina a la exaltación estuviera en conflicto con la Visión de la Tierra.

—Bienvenidos seáis a nuestro duchan —dijo Cántico. Mostraba placer ante el asombro de ellos—. Dejad de lado todos vuestros temores. Aquí no los necesitáis. Por urgente que sea vuestra misión, Elemesnedene es un lugar que ningún mortal puede lamentarse de haber visitado.

—Ni nosotros lo lamentaremos —respondió cuidadosamente la Primera—. Somos gigantes y conocemos el valor de lo extraordinario. Pero nuestra urgencia es una carga que no debemos olvidar. ¿Podemos hablar de la necesidad que nos ha traído entre vosotros?

Una ligera sombra cruzó la frente de Cántico.

—Tu prisa da escaso valor a nuestra bienvenida. No somos gigantes ni otras criaturas, para que se ponga en tela de juicio lo que hacemos. Además —prosiguió, fijando en Linden sus ojos de color jacinto—, nadie es admitido en el Elohimfest, en el cual los consejos y regalos son discutidos y considerados después de haberse sometido a examen. Vemos la verdad en vosotros; pero el espíritu con que sostenéis esa verdad debe demostrarse aquí. ¿Aceptaréis ser examinados?

¿Examinados?, se preguntó Linden. No sabía cómo encajar la demanda que Cántico le dirigía con la mirada. Indecisa, se volvió a Honninscrave. El respondió a su nueva pregunta con una sonrisa.

—Es tal como yo lo recuerdo. No hay que tener miedo.

Covenant empezó a hablar, y se detuvo. La depresión de sus hombros decía claramente lo que pensaba de las razones existentes para tener miedo a tal examen.

—El gigante recuerda bien. —La voz de Dafin era conciliadora—. Se dice entre nosotros que el corazón guarda secretos que no es necesario contar. Nosotros no intentamos ninguna intrusión. Sólo deseamos hablar en privado con vosotros de forma que en la elevación y caída de vuestras palabras podamos juzgar el espíritu que os anima. Venid. —Con una sonrisa, dio unos pasos hacia adelante, cogiendo a Linden por el brazo—. ¿No vas a acompañarme?

Ante la duda de Linden, la elohim añadió:

—No temas por tus compañeros. En tu nombre están tan seguros entre nosotros como lo permitan sus necesidades individuales.

Los acontecimientos se sucedían demasiado deprisa. Linden no sabía qué responder. No podía absorber todas las visiones y maravillas que la rodeaban, ni podía mantener apartado el sonido de las campanas a fin de que no le obstruyeran la mente. No estaba preparada para tomar una decisión.

Pero se había pasado la vida aprendiendo a tomar decisiones y a afrontar las consecuencias. Y sus experiencias en el Reino le habían enseñado de nuevo la importancia del movimiento. Sigue adelante. Toma las cosas tal como lleguen. A ver qué ocurre. Así que accedió a la ligera presión de Dafin en su brazo.

—Ya voy. Puedes preguntarme lo que quieras.

—Ah, Solsapiente —dijo la elohim con una ligera sonrisa—, no voy a preguntarte nada. Tú vas a preguntarme.

¿Nada? Linden no comprendía. Y la mirada de Covenant hacía arder la parte posterior de su cuello como si ella estuviera participando en la degradación de que quería hacerlo objeto la elohim. El había viajado con su poder por una carretera llena de obstáculos y no merecía tal trato. Pero ella no iba a retroceder. Había arriesgado la vida de Covenant por Tejenieblas. Ahora arriesgaba su orgullo, aunque la actitud de él, agria y confusa, la hería profundamente. Aceptando el toque de Dafin, empezó a descender por la colina.

Al mismo tiempo, otras formas de la zona adquirieron aspecto humano; más elohim llegaron para examinar al resto del grupo. Aunque ella estaba ya inmersa en aquella visión, todavía se sentía asombrada al ver árboles, fuentes, danzantes conjuntos de gemas que se fundían inesperadamente para convertirse en seres más familiares. Cuando Cail se colocó junto a ella, a guisa de protección, al lado contrario al que ocupaba Dafin, se sintió confortada. El era tan seguro como la piedra. Entre las bruscas modulaciones del alachan, ella necesitaba estabilidad.

No había llegado todavía al pie de la loma, cuando Cántico dijo inesperadamente:

—No.

Dafin se detuvo de inmediato. Hábilmente volvió a Linden de cara a sus compañeros.

Cántico estaba mirando a Linden. Su mirada tenía la refrenada fuerza de un augurio.

—Solsapiente. —Sonaba algo distante a través del sonido alertante de las campanas—. Debes acompañar a Dafin, tú sola. Cada uno de tus compañeros debe ser examinado en privado.

¿En privado?, protestó. Era demasiada exigencia. ¿Cómo podía incluir a Cail? El era un haruchai y ella lo necesitaba. La súbita magnitud que adquirió su necesidad de él la cogió por sorpresa. Estaba ya tan sola…

Se concentró antes de reaccionar, pero Cail se le adelantó.

—La Escogida está bajo mi cuidado —dijo, con una voz tan llana como una pared—. Yo la acompañaré.

Su intransigencia extrañó a Cántico. La innata elegancia del elohim se convirtió en arrogancia.

—No —repitió—. No me importa que esté bajo tu cuidado. Eso aquí no significa nada. Al igual que la Solsapiente, tú serás examinado en solitario.

Covenant se movió. La Primera le hizo un gesto de advertencia, pidiéndole que no interviniera. El la ignoró y preguntó suavemente:

—¿O si no…?

—O si no —repitió Cántico en un sutil escarnio—, él será confinado en el lugar de las sombras de donde nadie regresa.

—¡Maldita sea! —exclamó Covenant—. Por mi fallecido…

Antes de que pudiera terminar, los cuatro haruchai se pusieron en movimiento. En un impulso unánime, se lanzaron al ataque. Brinn le dio una patada a Cántico, en el pecho. Ceer y Hergrom se lanzaron contra otros elohim. Cail acuchilló las piernas de Dafin con intención de cortarle los pies.

Ninguno de sus golpes surtió efecto.

Cántico se disipó ante el ataque de Brinn. El haruchai pasó a través de él sin chocar con nada. Luego Cántico se convirtió en una enredadera que aprisionó e inmovilizó a Brinn. Dafin se elevó ligeramente por encima de Cail con unas alas que, en aquel momento, le habían salido. Antes de que pudiera recobrarse, cayó sobre él en forma de un fluido viscoso que bloqueó sus movimientos hasta que quedó completamente paralizado. Y los elohim asaltados por Ceer y Hergrom se volvieron arenas movedizas, atrapándolos de inmediato.

Los gigantes observaban. Honninscrave contemplaba la escena con espanto. No preparado para la violencia que hervía tan fácilmente bajo la superficie de Elemesnedene. Soñadordelmar trató de intervenir en ayuda de los haruchai, pero la Primera y Encorvado se lo impidieron.

—No.

Entre los gigantes, Covenant estaba a punto de liberar el fuego, mirando a los elohim con la magia indomeñable concentrada en cada uno de sus músculos. Su pasión dominaba la colina. En voz baja, tan peligrosa como una víbora, articuló:

—Podéis descartarme a mí. Esto ya se ha hecho antes. Pero los haruchai son mis amigos. No les haréis daño.

—¡La elección no es tuya! —replicó Cántico. Pero ahora era él quien parecía petulante y disminuido.

—Cántico. —La voz de Dafin llegaba débilmente del cieno que aprisionaba a Cail—. Recapacita. Es suficiente. Déjalo.

Por un momento, Cántico no respondió. Pero las campanas tocaron una nota coactiva; y súbitamente él tomó de nuevo forma humana. Al mismo tiempo, Dafin dejó a Cail y los otros dos elohim se elevaron de las arenas movedizas bajo forma humana. Los haruchai quedaron libres.

—Solsapiente —dijo Cántico, clavando a Linden con su mirada—. Esos seres están bajo el escudo de tu nombre. No sufrirán daño. Pero esta ofensa sobrepasa todo lo que podemos soportar. Elemesnedene no lo permitirá. ¿Cuál es tu voluntad?

Linden casi chocó con los afilados cantos de la réplica que deseaba darle. Necesitaba palabras que dañaran gravemente a Cántido y avergonzaran a todos los elohim. Necesitaba a Cail. Y la extravagancia de su ultraje estaba vivida detrás de su cara plana. El servicio de los haruchai merecía más respeto. Pero prefirió olvidarlo. Tenían demasiado que perder. Ninguno de ellos podría afrontar las consecuencias de una ruptura con los elohim. A pesar de los peligros secretos del alachan, ella tomó su decisión.

—Situadlos de nuevo en el maidan, cerca de la fuente. Permite que nos esperen en la seguridad.

El rostro de Covenant ardió en protesta contra ella; luego hizo un gesto de resignación. De todas formas, era lo mismo. Cántico ya había asentido. En seguida los cuatro haruchai empezaron a flotar, retirándose. Ellos no se movían. La tierra que había bajo sus pies los empujaba hacia atrás, como si fueran arrastrados por una marea. Y mientras eran trasladados se disipaban como el vapor.

Pero antes de que hubieran desaparecido, Linden captó una penetrante mirada de Cail; una mirada de reproche como si hubiera sido traicionado. Su voz persistía en ella después de que ya se hubiera ido.

—No confiamos en esos elohim.

Cántico refunfuñó.

—Deja que se explique cuando esté menos loco. Estas cosas son demasiado grandes para él y piensa en su arrogancia que puede menospreciarlas. Debe considerarse afortunado por no haber pagado el precio de nuestro desagrado.

—Vuestro desagrado. —Linden se controlaba con dificultad—. Lo que haces es buscar pretextos para justificar tu desagrado. —La última mirada de Cail le había afectado profundamente. Y la magnitud de lo que ella acababa de hacer la hizo temblar—. Vinimos aquí de buena fe. Y los haruchai son de buena fe. No merecen ser tratados de esa forma. Seré afortunada si alguna vez me perdonan. Lo que es seguro es que nunca van a perdonarte a ti.

La Primera hizo un gesto recomendando cautela. Pero cuando Linden la miró percibió un brillo de satisfacción en sus ojos. Honninscrave parecía decepcionado; pero Soñadordelmar estaba asintiendo y las facciones de Covenant expresaban indignación, aunque aprobaban lo que había dicho Linden.

—Os pido perdón. —En un instante, el tono de Cántico cambió. Con voz calmada, prosiguió—: Mi bienvenida ha sido indecorosa. Aunque no lo creáis, mi intento ha sido servir a la causa que os indujo a venir. Permitidme rectificar. Portador del Anillo. ¿Quieres acompañarme?

La invitación desconcertó a Covenant; pero luego gritó:

—Trata de detenerme.

Llevada por el efecto de su aprobación, Linden se volvió a Dafin.

—Cuando quieras.

El semblante de Dafin no revelaba ni conflicto ni desdén.

—Tú eres afable. Me gustas.

Cogiendo a Linden por el brazo nuevamente la condujo, separándose del grupo. Cuando Linden miró hacia atrás, vio que sus compañeros se movían en diferentes direcciones. Cada uno acompañado por un elohim. Un sutil sentimiento de que algo estaba incompleto la atribuló momentáneamente; pero lo atribuyó a la ausencia de los haruchai y dejó que Dafin la guiara entre los milagros de Elemesnedene.

Pero soltó su brazo de la mano de la elohim. No quería que Dafin sintiera sus reacciones.

Con todas sus maravillas, el duchan le pareció súbitamente un lugar frío y poco placentero, donde seres de vida ínsita y replegada en sí misma representaban una farsa de exuberancia que ella no podía compartir.

Y sin embargo, todos los elementos de Elemesnedene la contradecían. Las bellas y gratificantes materializaciones se encontraban en todas partes donde su vista se dirigía: estanques con arcos iris de peces fosforescentes; nieblas compuestas de millares de cristales de hielo; flores cuyas hojas y pétalos ardían. Y cada una de ellas era un elohim, practicando transformaciones por razones que ella desconocía. El alachan entero parecía un espectáculo de lujo.

Pero ¿quién se suponía que debía ser entretenido? Dafin se movía como si estuviera concentrada en sus propios pensamientos sin poner atención en lo que existía a su alrededor. Y cada representación parecía hermética y completa en sí misma. De ninguna manera discernible cooperaban o se observaban unos a otros. ¿Es que toda aquella demostración se hacía con el único fin de practicar juegos maravillosos?

Su incapacidad para dar respuesta a todas aquellas preguntas preocupaba a Linden. Al igual que el lenguaje de las campanas, los elohim la sobrepasaban. Había aprendido a confiar en la penetración de sus sentidos nacida en el Reino. Pero allí tal habilidad no era suficiente. Cuando miraba a una fuente alada o una esfera de ofita, ella sabía que era uno de los elohim simplemente porque ya había presenciado transformaciones similares. Ella no podía ver un ser consciente en una bandada de mariposas o en un líquido lleno de capullos, de la misma forma que no había visto a Cántico y a Dafin en la tierra cercana a sus pies. Y no podía penetrar en lo que se escondía en el interior de la belleza de Dafin. El espíritu de todo lo que veía y oía estaba más allá de su alcance. Lo único que captaba claramente era el poder, una fuerza esencial que parecía trascender a cualquier estructura o ley de existencia. Fueran lo que fueran los elohim, eran demasiado para ella.

Entonces empezó a preguntarse si la finalidad de su examen sería averiguar hasta qué punto era capaz de descubrir, hasta qué punto era merecedora de la denominación que los elohim le habían dado. De ser así, no iba a pasar airosamente la prueba.

Pero no quería desanimarse. Covenant no podría renunciar a su decisión. Se lo imaginaba sumergido en el peligro y en su vieja negación, preparado para batallar por la supervivencia del Reino que amaba. Muy bien. Ella no podía hacer menos.

Revistiéndose de severidad, volvió su mente al análisis.

Dafin había dicho: No voy a preguntarte nada. Tú vas a preguntarme. Ahora aquello tenía más sentido. Podía revelar mucho en sus preguntas. Pero aceptó el riesgo y trató de buscar la forma de obtener información exponiéndose lo menos posible.

Se tomó un momento para pronunciar sus palabras claramente contra el incesante toque de las campanas. Luego preguntó en su indiferente tono profesional:

—¿Adonde vamos?

—¿Ir? —respondió Dafin—. No «vamos» a ninguna parte. Simplemente andamos. —Cuando Linden la miró extrañada, ella continuó—: Esto es Elemesnedene. Aquí no hay ningún lugar donde podamos ir.

Deliberadamente, Linden exageró su demostración de extrañeza.

—Algo debe haber. Estamos marchando. Mis amigos están en cualquier otro lugar. ¿Cuándo vamos a reunimos de nuevo con ellos? ¿Cuándo vamos a encontrar esa Elohimfest que Cántico mencionó?

—Ah, Solsapiente —contestó Dafin. Su risa la iluminó como una salida luna, en aquel lugar donde no había luna ni sol—. En Elemesnedene todos los caminos son uno solo. Nos reuniremos con tus compañeros cuando esta entrevista haya terminado y no habrá necesidad de buscar el lugar de la Elohimfest. Se celebrará en el centro. Y en Elemesnedene todos los lugares son el centro. Caminamos del centro al centro, este lugar en donde estamos ahora también es el centro.

¿Sería aquello lo que les sucedió a los gigantes cuando decidieron permanecer allí? Linden casi no pudo evitar manifestarlo en voz alta. ¿Habían empezado a caminar sin llegar a encontrarse unos con otros hasta que murieron?

Pero logró mantener el pensamiento dentro de sí misma. Revelaba demasiado de su aprensión y desconfianza. Escogió una reacción completamente distinta. En un tono normal como si quisiera simplemente describir unos síntomas, dijo:

—Bien, he caminado durante todo el día y estoy cansada. Necesito un poco de descanso.

No era verdad. Aunque no había comido ni descansado desde que la Búsqueda había abandonado el Gema de la Estrella Polar, se encontraba tan bien como si acabara de levantarse de un sueño tranquilo y tomado un apetitoso desayuno. De alguna forma, la atmósfera del alachan colmaba todas sus necesidades físicas. Hizo esta observación simplemente para ver como respondía Dafin.

La elohim pareció percibir la mentira; sin embargo decidió delicadamente no mencionarla.

—No hay cansancio en Elemesnedene —dijo— y caminar es agradable. Pero también es agradable sentarse o reclinarse. Aquí hay un lugar propicio para ello —dijo, indicando la ladera de una pequeña colina cercana. En la cumbre había un gran sauce poblado enteramente de alas de mariposa a guisa de hojas, y al pie de la ladera se encontraba una pequeña laguna con colores flotando a través de su superficie como un retrato lacustre del mismo duchan. Dafin se acercó a la falda de la colina y se sentó arreglando graciosamente su túnica.

Linden la siguió. Cuando encontró una posición cómoda sobre la fresca hierba, formuló otra pregunta, señalando a la laguna.

—¿Aquello es un hombre o una mujer?

Sus palabras sonaban bruscas, comparadas con la delicadeza de Dafin. Pero no hizo ningún intento para suavizarlas. No quería exponer su falta de percepción, aunque advertía que sus últimas acciones habían ya prevenido a la elohim de su limitación.

—¿Luz de la Mañana? —respondió Dafin mirando hacia los colores del agua—. Vosotros lo llamaríais hombre.

—¿Qué está haciendo?

Dafin volvió sus ojos verdes hacia Linden.

—Solsapiente, ¿qué pregunta es ésa? ¿No estamos en Elemesnedene? En el sentido de tu mundo no hay nada que se esté «haciendo» aquí. Aquí no hay actos con propósitos, tal como vosotros concebís el «propósito». Luz de la Mañana practica su autocontemplación. Exalta la verdad de su ser tal y como él la ve, y de esta forma explora aquella verdad viendo y practicando otra verdad. Nosotros somos los elohim. Para ciertas visiones miramos a otra parte. El «haciendo» del que tú hablas es más fácilmente legible en la superficie de la Tierra que en su corazón. Pero todas las verdades están dentro de nosotros. Y todas estas verdades las buscamos dentro de nosotros mismos.

—Entonces —preguntó Linden como reacción a un curioso matiz de indiferencia captado en el tono de Dafin— ¿tú no le observas? ¿Es que vosotros no ponéis atención unos a otros? ¿Ese… —dijo indicando la exhibición acuática de Luz de la Mañana— ése no intenta comunicar algo?

La pregunta pareció producir una controlada sorpresa en Dafin.

—¿Cuál es la necesidad? Yo también soy el corazón de la Tierra como lo es él. ¿Para qué puedo desear yo su verdad cuando puedo buscar libremente la mía?

Linden encontró cierta lógica en aquella respuesta. Sin embargo, su autosuficiencia no deseaba admitirla. ¿Cómo podía existir algún ser tan completo? Dafin permanecía allí, sentada en su reposo interior, como si nunca se hubiera preguntado a sí misma nada que no tuviera respuesta. Su radiación personal brillaba como rayos de sol y cuando hablaba su voz estaba llena de rayos de luna. Linden no confiaba en ella; pero ahora comprendía el asombro y el temor, el miedo rayano en adoración que Honninscrave había aprendido a sentir por aquella gente.

Ella no podía eliminar su tremenda intranquilidad interior. Las campanas no la dejaban sola. Estaban muy próximas a mostrar su significado, pero aún no podía descifrar su mensaje. Sus nervios se tensaron contra su voluntad.

—Eso no es lo que piensa Cántico. Cree que su verdad es la única que existe.

La mirada de Dafin no vaciló.

—Tal vez sea cierto. ¿Qué mal hay en ello? El es sólo un elohim entre muchos, y sin embargo —prosiguió después de pensar un momento— no siempre fue lo que es. El ha encontrado en su interior un lugar de sombra que debe explorar. Todo ser viviente contiene alguna oscuridad, y allí esconde muchas cosas. Seguramente es peligroso, como cualquier sombra que gana terreno a la luz es peligrosa. Pero entre nosotros no ha sido un motivo de preocupación, pues, ¿no somos iguales a todas las cosas?, pero para Cántico, esta sombra se ha vuelto exigente. Arriesgando mucho, como hace, se vuelve impaciente con aquello que no ha visto o entrado en la sombra proyectada por su respectiva verdad. Y hay otros que se hallan en este mismo trance.

«Solsapiente. —Ahora se desprendía una nueva intención del tono de Dafin; la luz de un claro deseo—. Nosotros somos los elohim, el corazón de la Tierra. Estamos en el centro de todo lo que vive, se mueve y es. Vivimos en paz porque no hay nadie que pueda hacernos daño, y si decidiéramos desde Elemesnedene observar la edad de la Tierra hasta el fin de todos los tiempos, no habría nadie capaz de negárnoslo. Ningún otro ser puede juzgarnos, de la misma forma que la mano no puede juzgar el corazón que le da vida.

»Pero precisamente porque somos el corazón, no eludimos la responsabilidad de la verdad que hay entre nosotros. Hemos dicho que nuestra visión había profetizado la venida de un Solsapiente y Portador del Anillo. Ha sido causa de preocupación el ver que habéis venido por separado. Es altamente importante que el Solsapiente y el Portador del Anillo sean una sola persona. Sin embargo, el hecho de que vinierais fue conocido por nosotros. En las montañas que anidan nuestro clachan vemos el peligro de ese Sol Ban que ha requerido vuestra pesquisa. Y en los árboles de Maderosa hemos leído vuestra llegada.

»Y aún si tal conocimiento hubiera estado comprimido por los límites de vuestro saber, hubierais sido recibidos aquí meramente como otros visitantes son recibidos, con simple amabilidad y curiosidad. Pero nuestro conocimiento no es tan pequeño. Hemos encontrado entre nosotros la sombra que hay en el corazón de la Tierra y ello ha alterado nuestros pensamientos. Nos ha enseñado a concebir el Sol Ban en nuevas formas y responder al peligro de la Tierra de una manera distinta a la que es nuestra norma.

«Vosotros habéis dudado de nosotros y vuestra duda persiste. Tal vez crezca hasta que parezca abominación. Y yo te digo a ti, Solsapiente, que nos juzgáis mal. Que debéis haceros a la idea de que juzgarnos a nosotros es indigno y desagradable. Nosotros somos el corazón de la Tierra y no debemos ser juzgados».

Dafin hablaba con energía; pero no parecía ofendida. Más bien pedía comprensión en la forma que un padre podría pedir a su hijo buen comportamiento. Su tono desconcertó a Linden. Pero también la sublevó. Dafin le pedía que renunciara a su responsabilidad de discernimiento y acción, y no estaba dispuesta a hacerlo. Aquella responsabilidad era la razón de que estuviera allí. Luego las campanas parecieron excitarse como si Elemesnedene desaprobara sus pensamientos.

—¿Qué eres tú? —preguntó en voz constreñida—. El corazón de la Tierra. El Centro. La verdad. ¿Qué significa todo eso?

—Solsapiente —respondió Dafin—. Nosotros somos el Würd de la Tierra.

Ella hablaba claramente. Pero su tono era confuso. Su Würd sonaba como Wyrd o Word (Destino o Palabra).

¿Destino o quizás Condena?, pensó Linden. Palabra.

O ambas cosas.

En el silencio, Dafin colocó su historia. Era una narración de la creación de la Tierra; y Linden pronto se dio cuenta de que era la misma historia que Encorvado le había contado durante la llamada del Nicor. Sin embargo, contenía una diferencia significativa. Dafin no habló de un gusano, o sea «worm». Más bien usó aquel sonido raro, Würd que podía ser Wyrd o Word.

Aquel «Würd» había despertado al amanecer del eon y había empezado a consumir estrellas como si intentara devorar el Universo entero. Después de algún tiempo llegó a saciarse y se enrolló sobre sí mismo para descansar formando la Tierra. Y así permanecería hasta que el Würd se levantara para proseguir alimentándose.

Era precisamente la misma historia que Encorvado le había contado. ¿Es que los gigantes habían oído allí aquella leyenda y la habían comprendido mal? ¿O era que los elohim pronunciaban de una manera distinta?

Como en respuesta, Dafin concluyó:

—Solsapiente, nosotros somos el Würd, el descendiente directo de la creación de la Tierra. De él nacimos y en él tenemos nuestro ser. Por tanto somos el corazón y la verdad y somos lo que somos. Nosotros somos toda respuesta, de la misma forma que somos toda pregunta. Por esta razón no debes juzgar la respuesta que demos a tu necesidad.

Linden apenas oía a la elohim. Su mente estaba ocupada en otras consideraciones. Intuiciones que resonaban en los límites de su comprensión como el clamor de las campanas. Nosotros somos el Würd. Luz de la Mañana removiéndose en colores como un retrato metafórico del clachan. Un árbol lleno de mariposas. Autocontemplación. Poder. ¡Dios mío! Difícilmente podía formar palabras a través del campanilleo. ¡Los elohim…! Son Energía de la Tierra. El corazón de la Tierra. La Energía de la Tierra encarnada.

No podía pensar ordenadamente. Esperanzas y percepciones se perseguían unas a otras. Aquel pueblo podía hacer lo que quería. Era todo lo que quería. Podía dar el regalo que quisiera, por razones de capricho o convicción. Podían proporcionarle a ella lo que estaba buscando. Lo que Honninscrave deseaba. Dar a Covenant… Eran la respuesta al Amo Execrable. La cura del Sol Ban. Ellos…

—Dafin… —empezó. ¿Qué respuesta habría decidido aquella gente dar a la Búsqueda? Pero los repiques dificultaban toda concentración. Entonces protestó—: No puedo pensar. ¿Qué demonios son esas campanas?

En aquel instante, Luz de la Mañana, súbitamente tomó forma humana saliendo del agua. Era alto y esbelto, con ojos profundos y cabello con franjas grises. Llevaba un manto como el de Cántico, como si él también fuera una expresión de su propio conocimiento. Subiendo por la colina dedicó una gentil sonrisa a Linden.

Mientras se aproximaba, las notas en su mente hablaron claramente.

«Debemos apresurarnos, antes de que esa Solsapiente aprenda a escucharnos demasiado bien».

Como si la música la hubiera obligado, Dafin se puso en pie, y extendió la mano a Linden.

—Ven Solsapiente —dijo suavemente—. La Elohimfest te espera.