SEIS

El questsimoon

Ella no quería dormir. Detrás de sus pensamientos aparecían de vez en cuando imágenes de su padre, como si hubiera contemplado aquella historia con demasiada fijeza y proximidad y en consecuencia, quemado los nervios de su vista. No había exorcizado el recuerdo. Más bien había extirpado la represión defensiva que lo envolvía. Ahora los llantos de sus ocho años eran más vividos para ella de lo que lo habían sido anteriormente. Trató de no dormirse porque temía la furia de las pesadillas.

Pero el hablar a Covenant también le había proporcionado un curioso alivio personal, aun dentro de su tensión. No era suficiente pero era algo; un acto para el cual nunca antes había sido capaz de reunir el coraje necesario. Eso la estabilizó. Tal vez existían más posibilidades de restitución de las que había pensado. Finalmente volvió a su camarote, y se echó en su litera. Luego el movimiento del Gema de la Estrella Polar la levantó sobre las olas hasta que se sintió inmersa en el ancho y profundo mar.

Al día siguiente se encontró más fuerte. Fue a reconocer a Covenant con cierto nerviosismo, sin saber qué actitud adoptaría tras la conversación de la noche anterior. Pero él la saludó, le habló y aceptó sus cuidados tratando de darle a entender que sus disensiones y demandas no habían significado ninguna clase de recriminación. De una forma extraña, su conducta sugería un sentimiento de camaradería, algo así como la atracción del leproso hacia la persona herida y en soledad. Esto la sorprendió, pero le gustó. Al abandonar el camarote de Covenant, su frente estaba rejuvenecida al haber desaparecido el fruncimiento de su ceño.

A la mañana siguiente, Covenant pudo salir a cubierta. Parpadeando contra la luz del sol, ya casi olvidada, cruzó la puerta de babor debajo de la cubierta de mando, dirigiéndose hacia ella. Su paso era inseguro, débil aún debido a su incompleta recuperación; su piel estaba pálida y parecía frágil, pero Linden pudo comprobar que evolucionaba favorablemente.

El inesperado hecho de que se hubiera afeitado la barba, la sorprendió. Sus mejillas y cuello desnudos parecían exhibir su vulnerabilidad ante la luz.

Su mirada era insegura. Abatida. Ella se había acostumbrado tanto a la barba que casi le pareció demasiado joven. Pero no comprendió su evidente turbación hasta que dijo en tono apurado:

—La he quemado. Con mi anillo.

Bien. —Su propia reacción la cogió por sorpresa. Pero aprobó en aquel caso el peligroso poder—. Nunca me gustó.

Torpemente se tocó la mejilla, tratando con sus insensibles dedos de estimar su nueva apariencia. Luego hizo una mueca.

—Tampoco a mí, —dijo, y miró abajo como si quisiera iniciar una revisión visual de su cuerpo, para devolver luego su atención a ella—. Pero estoy preocupado por lo ocurrido; especialmente por ser capaz de hacer algo como esto con tanta facilidad. —Los músculos de su cara se tensaron ante el recuerdo de los estrictos límites que tenía su magia indomeñable con anterioridad, que sólo le permitían hacer uso de ella en casos desesperados y con el concurso de otros poderes detonantes—. Lo hice para empezar a entrenarme en su control. El veneno… Estoy tan confuso que he de empezar a buscar la forma de dominarlo.

Mientras hablaba, su mirada se deslizó hacia el mar abierto. Estaba picado y cerúleo hasta el horizonte, tan complejo como él mismo.

Pero mis logros no son suficientes. Puedo hacer lo que quiera con ese fuego… si lo dejo gotear de una espita. Pero puedo sentir el resto de él dentro de mí, dispuesto a estallar. Es como estar loco y cuerdo al mismo tiempo. Y me parece que puedo ser una cosa sin la otra.

Estudiando su turbada tensión, Linden recordó la manera en que había dicho: Por eso debo encontrar el Árbol Único, antes de que me vuelva demasiado destructivo para seguir viviendo. Estaba atormentado por el mismo peligro que lo había hecho irrenunciable para ella. Por un instante, deseó rodearlo con sus brazos.

Se refrenó porque era demasiado consciente de su propia falta de honestidad. Ella le había contado lo suficiente para hacerle pensar que se lo había contado todo. Pero no le había hablado de su madre. Del brutal e irreducible hecho que le había impedido convertirse en la persona que quería ser. Digna de él.

Desde el día siguiente al que finalizó la borrasca, Grimmand Honninscrave había conducido al Gema de la Estrella Polar a través de una confusión de vientos, tratando continuamente de encontrar una forma de dirigirlo hacia el este a través del embravecido mar. Los gigantes trabajaban con alegría como si con el placer que sentían al cumplir sus obligaciones a bordo pudiera superar casi cualquier acumulación de cansancio. Ceer y Hergrom, por su parte, ayudaban de alguna manera en los obenques, compensando en ligereza de movimientos su menor tamaño y alcance. Pero aún el progreso del aromona era relativamente lento. Día a día, este hecho hacía más profundas las arrugas de la frente de la Primera. Asimismo oscurecía la frustración que yacía como una sombra en el semblante de Soñadordelmar. Y la salud de Covenant se recuperaba lentamente, sus problemas interiores se intensificaban. Incitado por su temor al veneno y al fracaso, y por la gran cantidad de personas que estaban muriendo para alimentar el Sol Ban, empezó a pasear por las cubiertas como si tratara de inyectar al barco gigante su voluntad de avanzar.

Pero después de tres días más de tortuosos movimientos, virando una y otra vez a través de la intrincada combinación de vientos, el aire fue convirtiéndose en un soplo estable proveniente del sureste. Honninscrave saludó el cambio con un sonoro hola. Los gigantes se apresuraron a ajustar las velas. El Gema de la Estrella Polar se escoró ligeramente de babor, hundió su proa como un animal feroz liberado de sus cadenas, y empezó a deslizarse rápidamente hacia el este. La espuma saltaba de sus costados como si se desprendieran del granito; piedra diseñada y moldeada para exultarse en la velocidad del mar. En poco tiempo el barco gigante estaba surcando jubilosamente las olas.

Dirigiéndose a la sobrecargo que estaba cerca de él, Covenant le preguntó:

—¿Cuánto durará esto?

Furiavientos cruzó los brazos sobre sus abultados senos, fijando su mirada en las velas.

—En esta región de la Tierra —respondió—, estos vientos caprichosos que hemos tenido son muy extraños. El que está soplando ahora lo llamamos Questsimoon, el Vientopiratadelcorazón. Veremos Islapelada antes de que pare. —Aunque su tono era intranscendente, sus ojos brillaron al mirar la blanca ondulación de las velas y el silbido de las escotas.

Estaba en lo cierto. El viento se mantuvo, soplando con tanta regularidad desde el sureste que, por la noche, Honninscrave no tuvo necesidad de reducir velas. Aunque la luna llena ya había pasado unas noches antes y las estrellas daban escasa luz para guiar el dromond, él contestó a las implícitas necesidades de la Búsqueda manteniendo su barco en su rumbo. El viento en la arboladura y el balanceo de la cubierta, el constante golpe y susurro del agua como una exhalación en los costados, hacía estremecer al Gema de la Estrella Polar bajo los pies de Linden. Constantemente ahora podía sentir el respirar del dromond a través del oleaje, un hechizo de piedra y pericia tan vibrante como el clamor de la vida. Y el Questsimoon proporcionó a la tripulación el primer descanso desde el inicio de sus trabajos.

La tranquilidad reinante daba a la Primera un aspecto de satisfacción, facilitaba el trabajo de Honninscrave hasta el punto de permitirle reírse con las payadas de Encorvado. La sonrisa llegó incluso a Quitamanos, el maestro de anclas, que se sentía satisfecho por la rápida curación de su brazo.

Pero no había velocidad ni júbilo gigantino que pudiera frenar la creciente tensión de Covenant. Parecía gozar del buen humor que reinaba en su entorno, de la espuma de la proa, de la velocidad del viento. A veces parecía un hombre que se hubiera pasado años anhelando la compañía de aquellos gigantes. Pero tales placeres no llegaban a estabilizarse. Tenía prisa. Una y otra vez llevaba su ansiedad de un lado a otro de la cubierta, buscando a Linden para conversar con ella, como si no quisiera afrontar solo sus pensamientos. Sin embargo, raras veces hablaba de los recuerdos y necesidades con más presencia en su pensamiento, que estaban tan cerca de la superficie que casi podían ser leídos a través de los huesos de su frente. En cambio trataba de problemas más distantes, formulando preguntas y dudas que le preocupaban, tratando de prepararse para introducirse en su futuro.

Durante uno de sus coloquios dijo súbitamente:

—Puede que yo me vendiera por Joan. —Ya había hablado antes de estas cosas—. La libertad no significa que puedas escoger lo que ha de ocurrirte. Pero puedes escoger la forma en que vas a reaccionar. Y aquí radica todo el esfuerzo contra el Execrable. En orden a ser eficaces contra él, o a favor de él, tenemos que tomar nuestras propias decisiones. Por eso no nos posee. Ni me quita el anillo por la fuerza. Tiene que correr el riesgo que escojamos actuar en su contra. Y también lo hace el Creador. Esa es la paradoja del Arco del Tiempo. Y del oro blanco. El poder depende de la elección que se haga. La necesidad de libertad. Si el Execrable nos conquistara, si estuviéramos bajo su control, el anillo no le daría el poder para llevar a cabo la ruptura, pero si el Creador tratara de controlarnos a través del Arco, podría romperlo. —No la miraba; sus ojos observaban el choque de las olas de la misma forma en que solía hacer la revisión de su cuerpo—. Quizás cuando tomé el lugar de Joan renunciara a mi libertad.

Linden no tenía respuesta para aquello y la entristecía verlo en esta duda. Pero en el fondo estaba complacida de que tuviera la salud suficiente para enfrentarse a aquellos temas. Y necesitaba que le aseguraran que ella poseía libertad de elección.

En otra de sus conversaciones, Covenant dirigió su atención hacia Vain. El Demondim estaba en la cubierta de popa cerca del comedor, exactamente donde había estado desde el momento en que Covenant se había caído allí. Sus negros brazos colgaban ligeramente curvados en sus costados como si hubieran sido arrestados en el momento de llegar a la vida; y la medianoche de sus ojos miraba vacíamente ante sí como una aseveración de que todo lo que tenía lugar en el barco gigante podía desvanecerse en cualquier momento.

—¿Por qué…? —musitó Covenant lentamente—. ¿Por qué supones que no fue dañado por aquel sangriento Grim? Parecía inmune a él, pero los Caballeros fueron capaces de quemarlo con sus rukhs. Además él los obedeció cuando le forzaron a entrar en los calabozos.

Linden se encogió de hombros. Vain era un enigma. La forma en que había reaccionado respecto a ella, primero demostrando una cierta inclinación y posteriormente apartándola de sus compañeros cuando estaba indefensa ante la fiebre del Sol Ban, le había producido un gran desconcierto.

—Tal vez el Grim no fuera dirigido personalmente a él —conjeturó—. Puede que los… —se detuvo para recordar el nombre— los ¿ur-viles? Puede que le hicieran inmune a todo lo que ocurriera a su alrededor, como el Sol Ban o el Grim, pero no a algo dirigido directamente a él. —Covenant escuchaba con más atención a medida que ella avanzaba en sus conjeturas—. Puede que no quisieran darle poder para defenderse a sí mismo. Si pudiera hacerlo, ¿confiarías en él?

—No confío en él de todas formas —musitó Covenant—. Iba a dejar que me mataran en Pedraria Poderdepiedra. Sin mencionar aquellas víctimas del Sol Ban en los alrededores de Pedraria Dura. Y mató… —Sus puños se cerraron al recordar la sangre que Vain había derramado.

—Luego puede que… —dijo ella con un oscuro gesto de aprensión— que Gibbon sepa de él más que tú.

Pero la única vez que sus preguntas produjeron alguna duda en ella fue cuando trató la cuestión de la Atalaya Kevin. ¿Por qué, no le había hablado a ella el Amo Execrable cuando aparecieron por primera vez en el Reino? El Despreciativo le había dado a Covenant un vitriólico mensaje dirigido a él y al Reino. Ella todavía recordaba aquel pronunciamiento tal como Covenant lo había expresado: Aquí hay más desesperación para ti latente en cualquier cosa de la que tu maldito corazón mortal puede soportar. Pero el Amo Execrable no le había hablado a ella. En la Atalaya de Kevin la había dejado pasar sin rozarla.

—No necesitaba hacerlo —dijo ella amargamente—. Ya sabía todo lo que necesitaba saber de mí. —El Delirante Gibbon había revelado la precisión del conocimiento del Despreciativo.

El la miró con gesto turbado, y Linden comprendió que él había considerado ya aquella posibilidad.

—Puede que no —respondió él—. Puede que no te hablara porque no había planeado tu presencia allí. Puede ser que tu intento de rescatarme lo cogiera por sorpresa y fueras imprevistamente arrastrada conmigo. Si esto fuera cierto, tú no formarías parte de su plan original. Y todo lo que Gibbon te dijo sería falso. Una manera de diluir el peligro que tú representas. Hacerte creer que no tienes ninguna posibilidad, cuando lo cierto es que tú eres la mayor amenaza contra él.

—¿Por qué? —preguntó ella. Aquella interpretación no la convencía. Nunca podría olvidar las implicaciones de Gibbon—. Yo no tengo ningún poder.

—Tienes el sentido de la salud. Quizás tú puedas mantenerme vivo.

Vivo, musitó para sí misma. Ella le había expuesto la misma idea a Encorvado y no le había resultado fácil. Pero ¿podía esperar que algún suceso alterase el curso de su vida? Ella tenía un acuciante recuerdo del veneno acumulado en Covenant, la extrema expresión de su necesidad. Tal vez si se dedicaba a aquella única tarea, una responsabilidad idónea para un médico, sería capaz de apaciguar su furia y mantener a distancia aquella oscuridad.

El Vientopiratadelcorazón continuó soplando firme como la piedra durante cinco días. Desde que las velas requerían tan poco cuidado, la tripulación se entretenía en otras tareas de cuidado del barco: limpiar todo vestigio de sal incrustada, reemplazar cabos gastados, engrasar cables no utilizados y velas para preservarlas de la intemperie.

Aquellos trabajos secundarios eran efectuados por los gigantes con la misma dedicación y entusiasmo que los más importantes del dromond. Sin embargo, Honninscrave los observaba al mismo tiempo que al barco, escudriñaba el mar, consultaba su astrolabio y estudiaba sus cartas como si esperara que el peligro surgiera de un momento a otro. O, como pensó Linden al observarlo atentamente, si necesitara mantenerse ocupado.

No le vio abandonar la cubierta de mando salvo en muy escasas ocasiones, aunque seguramente ni Quitamanos ni Furiavientos hubieran cuidado del Gema de la Estrella Polar con menos celo de que él. A veces, cuando su mirada pasaba sobre ella, sin verla, pudo leer signos de esperanza o temor en sus cavernosos ojos. La dejó con la impresión de que estaba pendiente de algo que nadie más había captado.

Durante cinco días, el Questsimoon sopló; y cuando declinaba en las últimas horas de la tarde, un grito del vigía atrajo todos los ojos de la cubierta hacia el este:

—¡Islapelada!

Y allí, podía verse a lo lejos por la amura de babor la roca tostada de la isla.

Desde aquella distancia parecía una mancha oscura entre el azul del mar bruñido por el sol. Pero a medida que el viento arrastraba al Gema de la Estrella Polar hacia el sur, se puso de manifiesto el tamaño real de Islapelada. Con sus altos picos ígneos y escarpados valles, su piedra desnuda escasamente salpicada de puntos en los que existía vegetación, la isla parecía un tremendo montón de piedras, erigido hacia el cielo como un desafío. Los pájaros volaban en círculo por encima como si fuera algo muerto. Al observar la escabrosa roca, Linden sintió un temblor de presentimiento.

Al mismo tiempo, Honninscrave levantó su voz sobre el barco gigante.

—¡Escuchadme! —gritó. Un grito de anhelo y trepidación, tan solitario y resonante como el viento—. Aquí pasamos del mar seguro a las aguas de los elohim. ¡Hay que estar atentos! Esa gente es agradable y peligrosa al mismo tiempo. Nadie puede prever lo que harán. Si lo desean, el mar entero se levantará contra nosotros.

Luego gritó sus órdenes, haciendo girar al Gema de la Estrella Polar de forma que bordeara Islapelada con su lado de estribor abrazado al viento, corriendo ahora directamente hacia el noreste.

Los presentimientos de Linden se agudizaron. Los elohim, murmuró. ¿Qué clase de gente marcaba el borde de su territorio con tanta piedra negra? Cuando su vista de la isla cambió de sur a este, Islapelada estaba entre ella y la puesta del sol, que le proporcionaba una aureola de color rojo. Luego la roca parecía tomar vida, de forma que semejaba el rígido puño de un náufrago levantado sobre el mar fatal. Pero cuando el sol se escondió detrás del horizonte, Islapelada se perdió en la oscuridad.

Aquella noche, el Questsimoon dio paso a una sucesión de vientos cruzados que mantuvo la guardia de turno casi constantemente en los mástiles, luchando con las velas de una virada a otra; pero al día siguiente, las brisas se definieron permitiendo al Gema de la Estrella Polar avanzar de una manera más regular. Al amanecer del nuevo día, cuando Linden salía corriendo de su camarote para enterarse de por qué el dromond se había detenido, vio que los gigantes habían fondeado junto a una sobresaliente costa de montañas.

El barco estaba con la proa apuntada directamente hacia un canal que parecía un fiordo entre picos. Bifurcadas sólo por aquella abertura, las montañas se extendían de norte a sur, según Linden pudo ver, formando una costa infranqueable. En la distancia y a cada lado, el litoral se curvaba como si retrocediera ante el mar. Como resultado, las rocas que quedaban directamente encaradas al dromond parecían mandíbulas dispuestas para atrapar cualquier cosa que se les aproximara.

El aire era estimulante; detrás de la brisa salada y de la luz del sol brillando a lo largo del canal, el aire tenía sabor de finales de otoño. Pero las montañas parecían demasiado frías para el otoño. Sus severos collados y tormos estaban cubiertos de siempreviva que parecía tomar un matiz gris del granito que tenía a su entorno, como si aquella tierra pasara sin transición y casi sin cambio del verano al invierno. Y sin embargo, sólo los picos más altos tenían algunos vestigios de nieve.

Los gigantes habían empezado a reunirse junto a la cubierta de mando. Linden se unió a ellos. Las palabras de Honninscrave, agradable y peligrosa, permanecían en su mente. Y ella había escuchado otros detalles extraños concernientes a los elohim.

Covenant y Brinn, Encorvado y la Primera, la precedían, y Soñadordelmar la siguió hacia la cubierta de mando, casi pisando los talones de Cail. En la cubierta de popa, Quitamanos y la sobrecargo estaban con otros gigantes y haruchai. Todos ellos esperando escuchar lo que el capitán tenía que decirles. Sólo Vain parecía indiferente a todo. Permanecía inmóvil cerca del comedor, de espaldas a la costa como si no significara nada para él.

Linden esperaba que la Primera hablara, pero fue Honninscrave que se dirigió a los allí reunidos.

—Amigos míos —dijo con un amplio gesto—, mirad la tierra de los elohim. Ante nosotros está nuestro camino. Esta ensenada es llamada la Desapacible y procede del río Quejumbroso. El río Quejumbroso nace en el lugar que los elohim llaman su alachan, de la corriente y las fuentes del mismo Elemesnedene. Estas montañas, denominadas Laderas de la Desapacible, guardan a Elemesnedene de cualquier intrusión. Así protegen los elohim su paz, ya que no hay otro camino excepto el de la Desapacible. Y de allí no hay ser o barco que vuelva sin la buena voluntad de aquellos que mantienen, tanto a ella como al río Quejumbroso y Maderosa en su poder.

«He hablado de los elohim. Son alegres y sutiles, cordiales y astutos. Si tienen algún límite en ciencia y poder, este límite es desconocido. Nadie que haya emergido de la Desapacible ha obtenido tal conocimiento. Y de los que no han salido, no se sabe nada. Han desaparecido de la vida sin dejar ningún rastro».

Honninscrave hizo una pausa. En el silencio, Covenant protestó.

—Eso no es lo que Vasallodelmar me contó acerca de ellos. —Su tono estaba excitado por el recuerdo—. El los llamaba «Los Selváticos Elohim. Un pueblo que ríe». Antes de que los Sinhogar fueran a Línea del Mar, un centenar de ellos decidieron convivir con los elohim. ¿Cómo podían ser peligrosos? ¿O es que también ellos han cambiado? —Su voz se fundió en la incertidumbre.

El capitán miró directamente a Covenant.

—Los elohim son lo que son. No han sufrido alteración alguna. Y Corazón Salado Vasallodelmar hablaba de ellos con conocimiento. Aquéllos de nuestro pueblo a quienes vosotros llamabais los Sinhogar, eran conocidos de nosotros como los Perdidos. En sus potentes barcos se aventuraron a recorrer la Tierra y no volvieron. Pero las generaciones siguientes organizaron búsquedas para encontrarlos. No encontramos a los Perdidos, pero sí encontramos signos de sus estancias. Entre los bhrathair todavía vivían un puñado de nuestra gente, descendientes de aquellos gigantes, que se quedaron para ayudarles a luchar contra los esperpentos de arena del Gran Desierto. Y entre los elohim se encontraron leyendas de aquellas cinco veintenas de Perdidos que escogieron tomar su descanso en Elemesnedene.

«Pero Corazón Salado Vasallodelmar hablaba como un descendiente de aquéllos que salieron de la Desapacible, salida permitida por la buena voluntad de los elohim. ¿Qué pasó con las cinco veintenas que quedaban? Covenant Giganteamigo, fueron más Perdidos que cualquiera de los Sinhogar, porque se perdieron a sí mismos. Dos veces cien años después, nada quedaba de ellos excepto su historia en las bocas de los elohim. En tal período de tiempo, cien gigantes no habrían muerto por la edad. Sin embargo, aquéllos murieron. Y no dejaron descendencia tras ellos. Ninguna. Aunque nuestro pueblo adora los niños y tener niños es tan querido por ellos como su propia vida.

»No. —El capitán enderezó sus hombros, mirando al canal de la Desapacible. He dicho que los elohim son peligrosos. No he dicho que deseen quitar ninguna vida o hacer ningún daño a la Tierra. Pero en sus propias leyendas se consideran el bastión de la última verdad. Y esa verdad la presentan de una forma que defrauda a todos los que les miran. Con el Gema de la Estrella Polar, entré una vez, y salí de la Desapacible. De joven, en otro aromona, vine a este lugar con mis compañeros. Volvimos sanos y salvos, sin haber obtenido ningún don de los elohim a cambio de nuestros valiosos regalos, recibiendo sólo la bendición de su buena voluntad. Hablo por experiencia.

»No auguro ningún daño. En el nombre del anillo blanco… de la Visión de la Tierra… —miró intencionadamente a Soñadordelmar, delatando la tensión a que había estado sometido— y de nuestra necesidad de encontrar el Árbol Único… espero que seamos bien recibidos. Pero tal exceso de poder es siempre peligroso. Este poder es a la vez malgastado y reservado para unos propósitos que los elohim no se dignan revelar. Están ocultos más allá del alcance de cualquier mortal.

»De vez en cuando, dan su poder como regalo. Tal es el regalo de lenguas, ganado para nuestro pueblo hace muchas y muchas generaciones, y que todavía se mantiene incontaminado. Y ahora necesitaríamos un regalo así. Pero los elohim no dan las cosas si no reciben otras. Incluso su buena voluntad debe obtenerse en una transacción, y en esta transacción nosotros estamos ciegos, puesto que el valor que ellos otorgan a una cosa o historia es un enigma. No tienen necesidad de metales o piedras preciosas. Tampoco de conocimientos. Muchas historias tienen escaso interés para ellos. Sin embargo, fue precisamente una historia lo que nos permitió conseguir el regalo de las lenguas; la historia tan amada por los gigantes de Bahgoon el Insoportable, y Thelma Dos Puños, que lo domó. Y la buena voluntad de los elohim para mí y mis compañeros fue ganada al enseñarles a hacer un simple nudo, una cosa tan común entre nosotros que ni habíamos pensado ofrecérsela. No obstante fue considerada de gran valor por los elohim.

»Por tanto nosotros salimos de Elemesnedene a la vez maravillados y decepcionados. Y convencidos de la existencia del peligro, puesto que un pueblo con tanto poder que encuentra tal delicia en un nudo del cual no tienen necesidad de uso, es ciertamente peligroso. Si los ofendemos, la Desapacible nunca soltará nuestros huesos».

Mientras hablaba la tensión se acumulaba en Linden. Parte de ella proveniente de Covenant.

La intensificación de su aura era palpable para ella. La perplejidad y el temor se mostraban en sus ojos y comprimían las sobrias líneas de su cara. Había basado su esperanza en lo que Vasallodelmar le había contado acerca de los elohim. Ahora se estaba preguntando qué posibilidades de intercambio tendría para que ellos le dieran el conocimiento que necesitaba. ¿Qué poseía él que pudiera interesarles?

Pero más allá de la tensión que percibía en él, Linden era consciente de su propio estado de ánimo. Ella había pensado en hacer donación de sí misma, y deseaba preguntar como podría hacerlo. Si los elohim otorgaron a toda la raza de gigantes el regalo de las lenguas, también podrían atender otras necesidades.

Al igual que Covenant y Honninscrave, ella no sabía qué ofrecer a cambio.

Entonces la Primera dijo:

—Es suficiente. —Aunque no hizo ningún ademán para tocar su espada o el escudo redondo de su espalda o el yelmo de batalla que colgaba de su cinturón, daba la impresión de que estaba preparándose para el combate. Su corselete, polainas y grebas brillaban en la temprana luz—. Estamos advertidos. ¿Aconsejas que el Gema de la Estrella Polar se quede aquí anclado? Con toda seguridad, una falúa nos puede llevar hasta esa Desapacible si es necesario.

Su pregunta forzó al capitán a considerar el asunto. Cuando contestó su voz daba muestras de cansancio.

—No significa nada para la Búsqueda que el Gema de la Estrella Polar se salve si tú, Covenant Giganteamigo y la Visión de la Tierra os perdéis. —Y yo no quiero quedarme atrás, añadieron sus ojos.

La Primera asintió con decisión. Su mirada estaba fija en las Laderas de la Desapacible; y Linden súbitamente observó que la espadachina no era consciente del estado de ánimo de Honninscrave.

—Vamos a partir.

Por un momento, el capitán pareció dudar. Estaba dominado por emociones conflictivas. El riesgo a que iba a ser expuesto su barco le apenaba y, por otra parte, admitía que era necesario. Pero luego echó la cabeza hacia atrás como si estuviera desnudando su cara a un viento de excitación, y unas órdenes como risa salieron de su garganta.

La tripulación respondió al momento. Se levaron anclas. Las velas largadas fueron izadas nuevamente. Cuando el timón empezó a funcionar, la proa se hundió como en un gesto de asentimiento. El Gema de la Estrella Polar empezó a avanzar hacia la boca abierta de la Desapacible.

Asignando el timón al maestro de anclas, Honninscrave se fue a la proa para cuidar desde allí de la seguridad del dromond. Inducido por su tensión, Covenant le siguió. Brinn, Hergrom y Ceer se unieron a él acompañados por todos los gigantes que no estaban de servicio.

En lugar de ir tras ellos, Linden se volvió hacia la Primera. Su sentido de la salud era una forma especial de visión y se sintió responsable de lo que veía. La espadachina miraba hacia el interior de la Desapacible como si estuviera probando el hierro de su decisión contra aquellas rocas. Sin preámbulos, Linden dijo:

—Honninscrave tiene algo que preguntar a los elohim.

La declaración tardó un momento en penetrar en la Primera. Pero luego sus ojos se volvieron hacia Linden.

—¿Tienes conocimiento de ello? —dijo.

Linden se encogió de hombros con una sombra de aspereza. No podía describir el contenido de los pensamientos de Honninscrave sin violar su intimidad personal. —Yo puedo ver algo en él. Pero no sé lo que es. Pensé que quizá tú lo sabrías.

La Primera movió la cabeza como si tratara de quitar importancia a las palabras de Linden.

—No tengo derecho a cuestionar la intimidad de su corazón. —Luego añadió—: No obstante, te agradezco el aviso. Cualquiera que sea el objeto de su deseo, no puede venderse a sí mismo para comprarlo.

Linden asintió y dejó el asunto en manos de la Primera. Bajando rápidamente a la cubierta, se dirigió hacia la proa.

Al llegar, vio las Laderas de la Desapacible elevándose hacia el cielo a ambos lados. El Gema de la Estrella Polar avanzaba a buena marcha bajo el viento aunque no llevaba izadas más que la mitad de las velas; y los picos parecían acercarse como si quisieran engolfar el dromond. Encontró un lugar de observación en la proa y examinó a la Desapacible hasta tan lejos como pudo, buscando señales de rocas o bancos de arena; pero el agua se veía profunda y clara hasta que desaparecía en una curva del canal. Desde su salida, el sol había avanzado hacia el sur por encima de las montañas, dejando el canal en la sombra. Por esta razón el agua parecía tan gris y fría como el color invernal de las montañas. En superficie se reflejaba más el granito de las montañas que el azul del cielo. Daba la impresión de que el Gema de la Estrella Polar navegaba hacia un abismo.

No obstante el dromond siguió adelante. Honninscrave dio orden de arriar las velas. Aún así el barco marchaba con una extraña velocidad, como si estuviera siendo inhalado por la Desapacible. Ahora el Gema de la Estrella Polar ya estaba involucrado. Con el viento a sus espaldas, el barco nunca podría volver atrás. Navegaba bajo la sombra hasta que sólo las velas más altas y la torre del vigía tuvieron luz. Luego también se extinguió allí y el dromond parecía adentrarse en la oscuridad.

A medida que los ojos de Linden se ajustaron a la falta de luz, vio más claramente los muros grises. El granito parecía herido e implacable como si hubiese sido arrancado de forma antinatural para construir el canal y estuviera ahora esperando con rígida impaciencia cualquier cataclismo que le permitiera cerrarse sobre el agua, sellando su horrendo corazón contra futuras intrusiones. Estudiándolas con su percepción, ella sabía que aquellas montañas tenían odio. Insultaban. Sólo la lentitud de su vieja vida impedía que su resentimiento tomara forma palpable.

Y aún el dromond se movía con relativa velocidad. El acantilado acanalaba el viento detrás del barco gigante y a medida que la Desapacible se estrechaba, la fuerza crecía. Honninscrave respondió bajando aún más velas. Sin embargo cuando Linden miró atrás, hacia el mar abierto, vio que el canal se estrechaba en la distancia. Pronto desapareció cuando el Gema de la Estrella Polar viró en un recodo. Pero a pesar de las curvas y el estrechamiento del canal, Honninscrave y Quitamanos podían mantener sin dificultad el barco en el centro, donde la profundidad era mayor.

Aparte de dar órdenes, gritos que resonaban en los muros de piedra y se encastraban en la estela del dromond como amargas advertencias, como cólera inútil, los gigantes habían enmudecido. Incluso la natural verbosidad de Encorvado le fue arrebatada por la concentración del barco. La tensión creció en las piernas y en la espalda de Linden. La altura de los muros se había elevado más de trescientos metros por encima de su cabeza y, a medida que el canal se estrechaba, parecían inclinarse sobre el barco gigante como si estuvieran a la escucha de algún sonido que pudiera sacarlos de su vieja parecía para caer sobre el barco con furia y vindicación.

Avanzaron dos kilómetros como si el Gema de la Estrella Polar fuera arrastrado involuntariamente por aquella oscura agua. La única luz procedía del reflejo del sol en los picos del norte. Durante escasos momentos, el húmedo y gris silencio adquirió doble intensidad cuando Covenant musitó abstractas maldiciones, para desahogarse; pero pronto dejó de hacerlo, como si se hubiera sorprendido por la forma en que el granito le escuchaba. Los muros continuaban aproximándose entre sí. Tras otro kilómetro, el canal se había vuelto tan estrecho que el Gema de la Estrella Polar no habría podido dar la vuelta aunque el viento hubiera cambiado de sentido. Linden sintió que empezaba a tener dificultades de respiración en aquella lobreguez. Levantaba ecos de la otra oscuridad, señales de crisis. El presagio de Islapelada volvió a ella. Desposeída de poder, estaba siendo llevada con o sin su voluntad hacia un lugar de poder.

Luego inesperadamente el dromond viró bordeando otro recodo; y la Desapacible se abrió en una amplia laguna como un puerto natural entre las montañas. Más allá del lago, las Laderas de la Desapacible trataban de cerrarse, pero no lo hacían, dejando una lengua de terreno bajo entre las rocas. De la boca de este valle salía un rápido río que alimentaba la laguna: El Quejumbroso. Sus riberas estaban densamente pobladas de árboles. Y sobre los árboles que estaban más allá de la boca del valle aún brillaba el sol.

Sin embargo, el lago parecía extrañamente quieto. Todo movimiento era absorbido por las negras profundidades de las raíces de las montañas, imponiendo mansedumbre en la confluencia de las aguas.

Y el aire también estaba tranquilo ahora. Linden se encontró respirando los diáfanos y restallantes olores de otoño como si sus pulmones estuvieran singularmente ávidos de aquella atmósfera en la cual se palpaba un deliberado designio, arrancado de las duras Laderas y de la Desapacible por poderes que ella no podía comprender aún.

A una voz de Honninscrave, Quitamanos giró la rueda haciendo dar la vuelta al Gema de la Estrella Polar de forma que su proa apuntara nuevamente hacia el canal, dispuesto para salir si el viento cambiaba. Luego todas las anclas fueron fondeadas. Pronto varios gigantes empezaron a sacar uno de los largos botes de su amarre debajo de la barandilla de la cubierta de mando. Al igual que el dromond, el largo bote era de piedra, tallado con dibujo de moiré y flexible. Después de preparar sus remos, los gigantes bajaron la embarcación al agua.

Tras exhalar un suspiro, que habían ido acumulando, como desenlace de una compartida incertidumbre, el resto de la tripulación se puso en movimiento igual que si hubieran despertado de un trance. El aire conciliador parecía estimularlos. Linden se sentía vagamente encantada al seguir a Covenant hacia popa. Analizando la atmósfera, supo que los bosques situados detrás de la entrada del valle estaban llenos de color. Después de haber pasado por la Desapacible quería ver aquellos árboles.

La Primera aspiró intensamente el aire. Encorvado estaba al borde de reírse a carcajadas. El rostro de Soñadordelmar se había aclarado como si la nube de la Visión de la Tierra se hubiera borrado temporalmente de su alma. Incluso Covenant parecía haber perdido su miedo: sus ojos ardían como alegres carbones de esperanza. Sólo los haruchai dejaron de reaccionar ante el ambiente. Se comportaban como si nada pudiera afectarles. O como si vieran el efecto que producía aquella atmósfera en sus compañeros y no confiaran en él.

Honninscrave miró hacia el valle con las manos cruzadas.

—¿No os lo había dicho? Agradable y peligroso. —Luego con esfuerzo se dirigió a la Primera—. No nos retrasemos. Podría ser malo para nosotros que la permanencia en este lugar pospusiera nuestra misión.

—Habla por ti, capitán —respondió Encorvado como un relámpago—. Yo me encuentro muy bien aquí respirando este aire.

La Primera asintió como si estuviera de acuerdo con su esposo, pero luego se dirigió a Honninscrave.

—Es como tú has dicho. Nosotros cuatro, con Covenant Giganteamigo, la Escogida y sus haruchai, iremos en busca de esos elohim. Advierte a Quitamanos, maestro de anclas, de que cuide de no ofender a ningún ser con quien pueda toparse.

El capitán asintió y empezó a caminar hacia la cubierta de mando; pero la Primera le detuvo, poniendo una mano en su hombro.

—También tú debes tener cuidado —dijo—. Tenemos que ser muy cautos sobre lo que intentamos comprar y vender a este pueblo. No quiero ofertas ni regalos a pedir sin mi consentimiento.

Al momento, el semblante de Honninscrave se endureció. Linden pensó que él se negaría a comprender, pero él escogió una negación diferente.

—Esta vida es mía. Negociaré con ella según mis propios deseos.

Covenant observaba a los gigantes tratando de adivinar. En un tono de estudiada indiferencia dijo:

—Hile Troy cayó en la misma trampa. Tan dentro que le costó más de tres mil años.

—No. —La Primera ignoró a Covenant y se dirigió directamente a Honninscrave—. No es tuya. Tú eres el capitán del Gema de la Estrella Polar, dedicado y comprometido con la Búsqueda. No te dejaré.

La rebelión se formaba en la frente de Honninscrave, acentuando la forma en que sus cejas afianzaban a sus ojos. Pero después de un momento accedió:

—Te escucho. —Su voz estaba enronquecida por el conflicto. Volviéndose, fue a darlas órdenes a Quitamanos.

La Primera estudió su espalda mientras se alejaba. Cuando hubo desaparecido le dijo a Linden:

—Obsérvale bien, Escogida. Infórmame de lo que veas. No puedo perderlo.

No puedo perderlo. Las palabras resonaron dentro de Linden. Su afirmación no tenía sentido. Si Honninscrave estaba en peligro también lo estaba ella.

Mientras el capitán hablaba con Quitamanos, una escalerilla de cuerda fue dispuesta para bajar al bote. Tan pronto como Honninscrave lo indicó, Ceer y Hergrom bajaron al bote para sujetar la escalerilla, facilitando así el descenso del resto del grupo. Soñadordelmar se reunió con ellos, colocándose para accionar el primer par de remos. Un seco gesto de la Primera, mandó a Encorvado, tras Soñadordelmar. Luego se volvió a Covenant y Linden esperando a que bajaran ellos.

Linden sintió una intensa emanación de abatimiento procedente de Covenant.

—No me seduce bajar escalerillas de cuerda —musitó. El nerviosismo de sus manos indicaba a la vez su insensibilidad y su viejo vértigo. Pero luego se encogió y dijo—: ¿Qué le vamos a hacer? Brinn siempre puede salvarme. Se dirigió hacia la barandilla, con los hombros en tensión. Brinn iba delante del Incrédulo, para protegerlo. Extendiendo sus brazos a cada lado de Covenant lo mantenía tan seguro como una litera. Vagamente, Linden se preguntó si existía algún peligro que los haruchai no pudieran afrontar. No sería una sorpresa para ella que la consideraran como un ser débil.

Cuando llegó su turno, siguió a Cail por la escalerilla. Encorvado la sujetó cuando le tocó saltar al fondo del bote que se balanceaba ligeramente. Con cuidado, se situó al lado opuesto del lugar que ocupaba Covenant.

Luego, después de un momento, un grito de sorpresa y aviso llegó desde el dromond. Vain se acercaba decididamente, descendiendo la escalerilla con tanta facilidad como un marinero nato. Pero tan pronto como estuvo a bordo del bote volvió a quedarse inmóvil.

La Primera y Honninscrave lo siguieron inmediatamente, anticipándose a posibles problemas, pero Vain no reaccionó ante ellos. Ella miró a Covenant, que contestó a su mirada con un gesto de desaprobación. La Primera frunció el ceño como si estuviera pensando en echar a Vain por la borda; pero en lugar de eso, se sentó silenciosamente en la parte de estribor.

Honninscrave cogió el otro juego de remos. Remando juntos, los dos hermanos arrancaron la embarcación peinando las olas hacia la costa, cerca de la boca del Quejumbroso.

Mientras viajaban, Linden trató de hacer algo para relajar la rigidez de Covenant. Como no se le ocurría nada nuevo respecto a Vain, le habló de otra cosa.

—Tú has mencionado antes de Hile Troy, el Forestal de Andelain. Pero nunca me has contado lo que le ocurrió.

Covenant parecía incapaz de apartar la vista de las Laderas. O, tal vez, no quería abordar la cuestión.

—Yo no estaba allí —dijo al fin—. Lo que sucedió fue que él y Mhoram intentaron hacer un trato con Caerroil Bosqueagreste, el Forestal de la Espesura Acogotante. El ejército de Troy estaba atrapado entre uno de los Gigantes Delirantes del Execrable y la Espesura Acogotante. En aquellos días el Forestal mataba a todo aquel que osara poner los pies en el bosque. Troy quería salvar a su ejército arrastrando al delirante hacia la Espesura. El y Mhoram intentaron conseguir un pacto por su propia seguridad. Caerroil Bosqueagreste dijo que había que pagar un precio por su ayuda. Troy no hizo preguntas. Sólo dijo que pagaría. —Covenant miró a Linden. Había ira en su mirada, pero no iba dirigida contra ella—. El precio fue la vida de Troy. Fue transformado en una especie de aprendiz de Forestal. Desde entonces estuvo viviendo la vida que Caerroil Bosqueagreste escogió para él. —La ardiente expresión de Covenant recordó a Linden que también él había pagado precios exorbitantes. Y estaba dispuesto a volver a pagarlos en caso necesario.

El bote tocó tierra entre los guijarros que bordeaban el lago. Ceer y Hergrom saltaron para sujetar la lancha mientras los otros desembarcaban. Entre tanto Honninscrave y Soñadordelmar aseguraban el bote, Linden subió a la primera franja de hierba que se hallaba un poco más allá, entre los árboles. El aire se sentía más denso allí. Una fresca y tranquila exudación del valle que tenían enfrente. Su nariz se estremeció al percibir los intensos olores del otoño.

Una mirada a su espalda le mostró el barco gigante. Parecía pequeño contra la altura de las Laderas de la Desapacible. Con sus velas plegadas, sus palos y vergas desnudos en la media luz, parecía un juguete sobre la calmada superficie del lago.

Covenant estaba cerca de ella. Su ceño fruncido no podía esconder lo que había tras él: veneno; poder; gente muriendo en el Reino; duda. Era una mezcla volátil acumulándose para la conflagración. No estaba segura de que estuviese preparado para venderse a sí mismo y tener acceso al Árbol Único. Sí. Ella pudo ver que lo estaba. Pero si era verdad que uno no podía fiarse de los elohim

Honninscrave interrumpió sus pensamientos. Con Encorvado, la Primera y Soñadordelmar se acercó a pasos de gigante. Luego gesticuló hacia los árboles.

—Allí está Maderosa —dijo con voz tensa—. Nuestro camino debe dirigirse hacia allí, a través del Quejumbroso. Os ruego que no toquéis nada. ¡No dañéis nada! En este lugar, las apariencias engañan. Puede que Maderosa sea otra residencia de los elohim como el mismo Elemesnedene.

Covenant escudriñó en aquella dirección.

—¿A qué distancia? ¿Cuándo vamos a encontrar a esos elohim?

La respuesta del capitán fue rápida:

—No vamos a encontrarlos. Por el contrario, ellos elegirán en el momento de encontrarse con nosotros, si no damos muestras de ofensa alguna.

Covenant aguantó la dura mirada de Honninscrave. Después de un momento, el Incrédulo asintió tragando la hiel de sus pensamientos.

Pero nadie se movía. El aire parecía mantenerlos quietos, urgiéndoles a que se contentasen con aceptar aquella gentileza. Pero Ceer y Hergrom empezaron a caminar; y el éxtasis del grupo se rompió. La Primera y Honninscrave siguieron a los dos haruchai y, tras ellos, Linden y Covenant, Caer y Brinn, Soñadordelmar y Encorvado. Vain cerraba la marcha, andando como si fuera ciego y sordo. En esta formación se acercaron al río Quejumbroso, hacia los límites de Maderosa.

Al aproximarse a los árboles, Hergrom y Ceer encontraron un camino natural a lo largo de la ribera. Pronto la Búsqueda iba entre los bosques, avanzando hacia la luz del sol. Maderosa era rica en robles y arces blancos, fresnos y plátanos alternándose con sauces, viejos chopos y mimosa joven. En la sombra de las Laderas tomaban los modos de la piedra: sus tonos pardos y verdes estaban matizados de gris e ira. Pero cuando el sol los tocaba, instantáneamente quedaban cubiertos por un vibrante boato otoñal. Cruzando la línea de sombra los compañeros pasaron del gris a la gloria. Maderosa era una ignición de color. Brillando en rojo y naranja, salpicado de amarillo, bermejo y cálido marrón. Y las hojas danzaban sobre sus pies mientras caminaban, como poniendo las alegres guirnaldas para que parecieran arrastrar fuego y belleza en cada uno de sus pasos. Entre ellos, Linden andaba como si cada zancada alejara a su padre.

Cubrieron la distancia sin esfuerzo y aquellas montañas se retiraban a cada lado para dejar paso por el valle. El río Quejumbroso los arrullaba con la misma alegría de hojas cercanas al grupo. No era un río ancho, pero sus profundidades estaban llenas de vida y reflejos de sol. Sus aguas brillaban como un nuevo nacimiento. La luz de mediodía resplandecía, destellante y refulgente en cada rama de árbol, en cada brizna de hierba.

Linden creyó oír repiques de campanas. Tañían delicadamente en la distancia, realzando los bosques con música. Pero ninguno de los demás componentes del grupo parecía percibir aquel sonido. Parecía el lenguaje de los árboles, matizándose y cambiando hasta formar palabras que casi podía comprender. El significado se diluía en música cuando trataba de fijarlo. Las campanas eran tan agradables como las hojas; pero de alguna forma la inquietaban. Estaba turbada por una intuición imprecisa que necesitaba comprender. Frente a ella se abría Maderosa. Los árboles se extendían de norte a sur rodeando las estribaciones de las Laderas. Pero a lo largo del Quejumbroso, Maderosa se fundía en una pradera bañada por el sol que llenaba todo el fondo del valle. Entre ellos y las montañas, purpúreas en distancia, que cerraban el este, había una gran cavidad de hierba dorada, marcada solamente por la línea del Quejumbroso al curvarse suavemente hacia el noreste, hacia su origen.

Honninscrave se detuvo entre los últimos árboles y, señalando la pradera, dijo:

—A esto los elohim lo llaman el maidan de Elemesnedene. En el centro está el mismo clachan, la fuente del Quejumbroso. Pero ese clachan nunca lo encontraremos sin ser guiados por los elohim. Si deciden no salir a nuestro encuentro, andaremos por el maidan como si fuera un laberinto y allí dejaremos nuestros huesos para nutrir la hierba.

—Entonces ¿cuál es tu consejo? —Dijo la Primera, estudiándolo atentamente.

—Que permanezcamos aquí esperando la buena voluntad de esa gente. Esta es su tierra y estamos en sus manos. Aquí al menos, si no somos bienvenidos, podemos volver intactos al Gema de la Estrella Polar y tratar de buscar otra solución para nuestra esperanza.

La Primera respondió algo, pero Linden no la oyó. El sonido de campanas se había intensificado, y llenaba sus oídos. Nuevamente, el repique le sugirió un lenguaje. ¿Oís…? Preguntó a sus compañeros. ¿Oís las campanas? Su corazón latió varias veces antes de que se diera cuenta de que no había hablado en voz alta. La música parecía llegar en su mente sin entrar por sus orejas.

Entonces ya no estuvieron solos. Con una fantástica concatenación similar a la lenta magia de los sueños, el campanilleo se arremolinó alrededor del tronco de un chopo cercano; y una figura fluyó de la madera. No se apartó del árbol, no estaba escondida detrás del tronco; desde el interior del chopo dio unos pasos adelante como si estuviera modulándose en una nueva forma. Las facciones emergieron a medida que se materializaba: ojos como ágatas verdes, cejas delicadas, fina nariz y boca suave. Esbelta, erguida, ágil y soberbia, con una dulce sonrisa en sus labios y una luminosa bienvenida en su mirada, la mujer avanzó como una encarnación del alma del chopo en el cual había estado contenida. Y su salida no había dejado marca alguna de presencia o ausencia en el árbol. Su cuerpo estaba cubierto con la más exquisita sedalina.

Linden la contempló. Sus compañeros se quedaron sorprendidos. Los haruchai dieron la impresión de haber perdido el equilibrio. La boca de Covenant se abría y cerraba involuntariamente.

Pero Honninscrave miró a la aparecida y se inclinó como si ella fuera digna de reverencia.

Se detuvo ante ellos. Su sonrisa irradiaba un poder de tal profundidad y pureza que Linden casi se resistía a mirarla. La mujer era un ser que trascendía cualquier sentido de la salud.

—Me complace que estéis deseando nuestra buena voluntad —dijo dulcemente. Su voz también era música, pero no explicaba el campanilleo de la mente de Linden—. Yo soy Dafin. —Luego correspondió a la reverencia de Honninscrave—. Vosotros sois gigantes. Hemos conocido gigantes. —Aún las campanas interferían en Linden, por lo que no podía estar segura de lo que oía.

Dafin se volvió luego a Brinn:

—A vosotros no os conozco. Tal vez la historia de tu pueblo nos interese.

El campanilleo se hizo más fuerte. Dafin miraba ahora directamente a Linden. Linden no tenía control sobre el sonido en su cabeza. Pero casi se desmayó cuando Dafin dijo:

—Tú eres la Solsapiente.

Antes de que Linden pudiera reaccionar o responder, la mujer se había vuelto hacia Covenant. El la estaba mirando como si su aturdimiento fuera una herida. Entonces la sonrisa de Dafin desapareció. Las campanas gritaron sorpresa o temor. De una manera distinta dijo:

—Tú no eres.

Mientras la miraban, ella súbitamente se fundió en la hierba y desapareció sin dejar señales de su paso por la pradera.